viernes, 17 de enero de 2014

Canje de deuda para quitar presión

El Ministerio de Economía busca postergar pagos por hasta 19 mil millones de pesos, de los cuales cerca de 10 mil millones están en poder de la Anses, el Banco Nación y el PAMI. El resto lo tienen bancos y otros inversores mayoristas. La tasa rondará el 25 por ciento.
 

 Por Tomás Lukin
El Ministerio de Economía lanzó un canje de deuda para los tenedores del título Bonar 2014. A cambio del instrumento en pesos que terminaba de cancelarse a fin de mes, el Palacio de Hacienda ofreció otro bono en moneda local con vencimiento en marzo de 2019 y una reducción en la tasa de interés. La operatoria permitirá postergar el pago de hasta 19 mil millones de pesos, dependiendo del grado de adhesión. El canje es voluntario, los inversores que rechacen la operación y elijan cobrar lo harán a principios de febrero. Desde el sector bancario consideraron que la oferta es atractiva ya que el rendimiento del bono rondará entre 25 y 27 por ciento anual. El objetivo del equipo económico es ofrecer un instrumento de mediano plazo con liquidez, un segmento donde la oferta de bonos es limitada, para dar mayor profundidad al mercado financiero. Al mismo tiempo, en un escenario de tensiones cambiarias, una operación exitosa permitirá limitar que una importante inyección de liquidez captada por el sector financiero se canalice hacia una mayor fuga de capitales.
La resolución conjunta firmada por los secretarios de Finanzas y Hacienda, Pablo López y Juan Carlos Pezoa, publicada ayer en el Boletín Oficial, indica que el canje se enmarca en la política de “administración de pasivos tendiente a reducir tasa y aumentar el plazo promedio de la deuda pública mediante el reemplazo de bonos y pagarés con vencimiento en los próximos meses, por bonos o pagarés a cinco años y dos meses de plazo”. El Bonar 2019 ofrecerá una tasa Badlar (el promedio del interés de los depósitos privados de más de un millón de pesos) más 250 puntos, una reducción de 25 puntos frente al Bonar 2014. De acuerdo con la última información publicada por el Banco Central, la tasa de interés del nuevo título será 22,9 por ciento a pagar trimestralmente.
El segmento de instrumentos de deuda pública de mediano plazo cuenta en la actualidad con poca liquidez y el equipo del ministro Axel Kicillof apuesta a ampliar la disponibilidad de títulos con esas características como reclama el sector financiero. No se trata de una operación novedosa ya que el mismo Bonar 2014 fue emitido como resultado de un canje voluntario cuatro años antes de los bonos Pre9 y Pr12 que vencían en 2009 y 2012. La oferta se presenta así como una prueba para ver cómo reacciona el mercado local ante ese tipo de operaciones y abre la puerta a futuros canjes de títulos en pesos. La participación de los inversores dependerá del precio en el momento que compraron los bonos, así como la forma de valuación de los títulos en sus carteras. Quienes hayan comprado caro no verán conveniente ingresar al canje, pero desde el equipo económico confían en que la oferta logrará un importante grado de adhesión.
La mitad de la emisión del Bonar 2014 está en poder del sector público, fundamentalmente en el Fondo de Garantía de Sustentabilidad de Anses que por su comportamiento inversor de largo plazo volvería a comprar bonos de deuda con el rendimiento del título si no existiera la posibilidad de canjerarlo. Durante su presentación al Senado en diciembre, el titular de la Anses, Diego Bossio, informó que el FGS tenía una suma de 8663 millones de pesos de Bonar 2014 en su cartera. La cifra sería ligeramente inferior en la actualidad. A ese guarismo se le deben añadir las acreencias del PAMI y Banco Nación. De esa forma, la operación tiene garantizado un piso de adhesión aproximado de 10 mil millones de pesos.
En el actual escenario de disputa en el mercado cambiario, un importante grado de adhesión a la operación permitiría evitar que el pago de una suma cercana a los 9 mil millones de pesos a inversores del sector privado como bancos y fondos (las acreencias minoristas del Bonar 2014 son escasas) se traduzca en una mayor demanda de dólares a través del variado menú de operaciones de fuga disponibles como contado con liquidación o el dólar “bolsa” (ver aparte). En el sector explican que ante la ausencia de instrumentos “atractivos” para reinvertir el rendimiento del bono a fines de mes, es posible que una parte de los inversores decidan buscar alternativas para hacerse de dólares y fugarlos del sistema local sumando presión sobre esas operaciones.

                                                                                                                                           

CASA ROSADA

"Con reservas se ha pagado deuda no contraída por este gobierno"

El jefe de Gabinete afirmó que el nivel de reservas del Banco Central es "mayor al de la Convertibilidad" y agregó que "si no hubiésemos pagado deuda que no contrajo este gobierno, hoy tendríamos 73.000 millones de dólares de reservas". Capitanich remarcó que "pagamos, y además no lo hicimos a tasas usurarias, como querían algunos".

"Tanto que se habla de las reservas, ¿saben cuánto era el nivel de reservas durante la Convertibilidad?, preguntó el jefe de ministros en su habitual conferencia en Casa de Gobierno. "El nivel promedio de volumen de reservas durante la Convertibilidad era de 21.940 millones de dólares y había una política monetaria pasiva; en cambio, en promedio, en este periodo la cifra es superior a 36.000 millones de dólares", afirmó.
Capitanich agregó que "si Argentina, como muchos pretendían, hubiera tomado deuda para pagar, eso hubiese costado 5 mil o 6 mil millones de dólares más, es decir, tendríamos más deuda". Y recordó que cuando el expresidente Néstor Kirchner "tomó la decisión de pagar, la oposición dijo que era una irresponsabilidad política, porque nos íbamos a quedar sin reservas; después vimos que no sólo se pagaron los compromisos sino que se hizo, sin endeudamiento adicional, y con la generación de producción y trabajo para todos los argentinos".
"La acumulación de reservas fue una política virtuosa porque permitió generar una política anticíclica a partir de las reservas. En los períodos de expansión del balance, los tomamos para pagar compromisos contraídos por otros gobiernos, lo que incentivó la producción, el empleo y el saldo positivo de la balanza, y no se contrajo más deuda a tasas usurarias", explicó el funcionario.
También ratificó que el "sistema financiero en Argentina es líquido y solvente" y, al ser consultado por el dólar paralelo, señaló que "existe un mercado libre y único de cambios a través del Banco Central".

LEEMOS EN MUNDO PARIO.....

Hola! Comparto mi post relacionado a esta nota. saludos! http://mundotario.blogspot.com.ar/2014/01/wall-street-journal-o-dejar-de-mirarnos.html

jueves, 16 de enero de 2014

¿Cardenales?



Por Eduardo de la Serna

El Papa Francisco ha elegido unos nuevos cardenales para la Iglesia. Pero, ¿qué son los cardenales? Propiamente hablando son títulos honoríficos, una suerte de corte papal, de príncipes. Elegidos –estos– pocos días después de que el Papa dijera que no habría más títulos honoríficos en la Iglesia salvo el de "monseñor”, resulta un tanto contradictorio. Pero se ha de reconocer que es un "título" con mucha tradición y que no ha de ser fácil desarticular.

El Papa Francisco ha elegido unos nuevos cardenales para la Iglesia. Pero, ¿qué son los cardenales?
Propiamente hablando son títulos honoríficos, una suerte de corte papal, de príncipes. Elegidos –estos– pocos días después de que el Papa dijera que no habría más títulos honoríficos en la Iglesia salvo el de "monseñor”, resulta un tanto contradictorio. Pero se ha de reconocer que es un "título" con mucha tradición y que no ha de ser fácil desarticular.

Para ser precisos, dentro de los ministerios no hay –o no debería tenerse como si hubiera– escalafón, y sólo hay tres grados que son sacramento, y por tanto, la Iglesia considera "instituidos por Jesús": diaconado, presbiterado y episcopado. Por eso, insistimos, el Papa no es "un grado más", él es "obispo" de la diócesis que preside en la caridad a las demás: Roma (cuando decimos que la Iglesia es católica, apostólica y "¡romana!", a eso nos referimos).

La renovación en la Iglesia nunca será verdadera sino volviendo atrás, a los "tiempos fundacionales", a fin de despojarse de todo lo que en la historia y los tiempos, la cultura y los pecados ha ido agregando, adhiriendo a la comunidad sin ser esencial, pero pareciéndolo. Recién después de mirar "la Iglesia que Jesús quería" podremos intentar "encarnar" ese modo de ser a nuestro tiempo. De otro modo, no sería sino "seguir modas" que en nada aportan densidad y profundidad a cualquier cambio deseado; los cambios no debieran ser "cosméticos", por cierto. En este caso, una buena pregunta sería –para comenzar– reconocer que el título de cardenal no pertenece, evidentemente, a nada vivido ni conocido en los tiempos fundacionales y los primeros siglos dentro de la Iglesia. Tratándose de títulos honoríficos, además, no se parece demasiado a la actitud constante y sistemática de Jesús de señalar que todos y todas en la comunidad deben ser y vivir como hermanos y hermanas, sin nadie que sea puesto en el primer lugar. ¿Debe haber en el grupo de Jesús, ese del "discipulado de iguales", alguien que ostente títulos, particularmente "honoríficos"? ¿Qué es lo que da "honor" en la comunidad cristiana? Para Jesús, lo que da más "honor", el "primero" es aquel que se hace el último (y la imagen del esclavo debe conservarse en toda la crudeza que tiene el tema, y debe evitarse una lectura "piadosa" del término, tan cruel en todos los tiempos). El mismo teólogo Joseph Ratzinger señalaba lo "honorífico" y poco conforme a Jesús que es el título "Papa", cuando para Jesús nada es más importante que ser "hermanos". Sólo Dios es "papá" (abba).

En su origen, además, el título de "cardenal" se remonta a los párrocos romanos, por eso es habitual que los elegidos cardenales sean a su vez "honoríficamente" nombrados párrocos de alguna parroquia tradicional de Roma. Y por eso son ellos los que eligen al futuro Papa. Pero ¿esto no puede cambiar? En lo personal, no sólo creo que sí, que puede, sino que sería bueno que de hecho cambie. En lo personal desearía que las conferencias episcopales en comunión con Roma elijan al Papa, con participación de laicas y laicos en ese Cónclave. Es por eso que no quisiera que haya "cardenalas". No porque no deben mujeres participar de la elección papal, sino porque debería haberlas como laicas, y no debería haber cardenales, ni varones ni mujeres (es obvio que si hay cardenales, no se ve por qué no pueda haber mujeres a las que se otorgue ese "título honorífico", como tampoco se entiende por qué no puede haber "nuncias"… más allá de que desearíamos que tampoco haya nuncios).

Pablo VI puso como límite máximo los 80 años para que los cardenales puedan elegir Papa a fin de evitar que pudieran participar en el futuro Cónclave varios miembros de la curia romana claramente opuestos a los cambios del Concilio Vaticano II (como el cardenal Ottaviani, por ejemplo). Es por eso que en muchos casos se nombran cardenales meramente honoríficos al ser mayores de 80, con lo que se les quita la capacidad electoral (y con lo que no queda claro qué tan honorífico es ese título, entonces). Es cierto que –tal como está estructurada la Iglesia hoy– hay diócesis que son "cardenalicias" y es obvio que el obispo de la misma será cardenal en el consistorio siguiente a su elección (como es el caso del obispo de Buenos Aires o de Rio de Janeiro en los nombramientos del día de ayer).

No ha de ser fácil lidiar con una institución que en tantos estamentos tiene una preocupante esclerosis múltiple. Y seguramente no ha de ser en el cardenalato el frente principal donde se han de introducir los cambios en la Iglesia de hoy. Pero no deja de ser un signo anacrónico que haya quienes ostenten vestimentas extrañas, con el rojo de la sangre de quienes casi seguramente jamás deberán dar la vida por el reino; y que además reciban un signo de honor, cuando el mayor honor debiera ser alimentar a los pobres, atender enfermos, dar de beber a sedientos porque tenemos el honor de que ellos nos permitan descubrir en su sufrimiento a Cristo mismo. A ese Jesús que desde la cruz nos muestra que su honor mayor es dar la vida porque no es rey de palacios, de capelos y vestimentas lujosas sino "rey" (= INRI) desde la desnudez del deshonrado crucificado que nos revela que los que son tenidos por "señores" y "príncipes" son precisamente los que le quitan la vida.

*Sacerdote en la opción por los pobres

  

Esquirlas de un debate no saldado

Una antigua y nueva discusión regresa en estos arduos, conflictivos y desafiantes días argentinos. Es aquella que opone, con sus matices, dos intervenciones en el interior de la sociedad: por un lado, la del lenguaje político que se mueve bajo las exigencias de una realidad que deja poco lugar para las ambigüedades y las contradicciones allí donde, por lo general, se ve obligado al discurso afirmativo y proposicional; por el otro lado, la del lenguaje de la crítica, propio de los ámbitos teóricos e intelectuales, que, por el contrario, suele moverse como pez en el agua eludiendo las determinaciones de la realidad a la hora de no tener que ofrecer, como núcleo de sus intervenciones, alternativas incontrastables, esas que emanan del ejercicio del poder. El primero se ve obligado a cierta univocidad, a la lógica de los contrarios, a nunca mostrarse dubitativo o frágil; la respuesta positiva es su naturaleza. El segundo tiene otras libertades y responde a otras lógicas en las que sí vale la pregunta que no encuentra una solución afirmativa y que prefiere seguir moviéndose en la incertidumbre propia de quien no tiene que ofrecerle a la sociedad soluciones ni determinaciones potentes e indiscutibles.

Ir de un registro al otro no resulta sencillo. Son pocas las ocasiones en las que ambos lenguajes encuentran correspondencia allí donde lo que suele impedirla es la trama de una realidad que le reclama a la política y a los políticos palabras directas, uniformes en su capacidad para definir con absoluta claridad el sentido de la disputa. El lenguaje intelectual tiene y debe usar la licencia que se le concede a la hora de rodear la cuestión en debate desde perspectivas distintas acentuando las tensiones, las opacidades y con autonomía de las demandas que surgen de las obligaciones gubernamentales y de los prejuicios de gran parte de la sociedad. Pocas veces se cruzan los caminos de la política y de la crítica. La afirmación y la negación cuando se pronuncian en la misma frase producen un efecto de antagonismo insoportable para la lógica del sentido común. En el mundo de las ideas eso es posible y hasta buscado. Son extraordinarios los momentos en que se producen esas confluencias. Sería formidable que se dieran con más y mayor naturalidad. ¿Pero acaso lo resiste la sociedad? ¿Sería aceptable el discurso de un político que pusiera en evidencia sus preguntas más profundas y lacerantes? Hemos sido formateados para el blanco y el negro. Lo demás, como decía un reaccionario vernáculo, es “vanidad de intelectuales”. ¿Cómo escapar de esa trampa empobrecedora? ¿Cómo intentar descifrar la estructura laberíntica de la sociedad y de sus dilemas sin apelar al dogmatismo o a la simplificación?

El camino recorrido desde el 2003 –incluso si retrasásemos la fecha a diciembre de 2001– no sólo ha redefinido dramáticamente la marcha del país sino que nos ha interpelado de un modo como ya no parecía posible. De la desilusión y el escepticismo, de la profunda crisis de las ideologías progresistas y populares a una visión pesimista de la época dominada por un capitalismo hegemónico y despiadado, hemos pasado, con sus más y sus menos, a una intensa repolitización acompañada por la aparición del entusiasmo y de la fuerza del pensamiento crítico asociado a prácticas políticas que desafían, en Sudamérica, el orden neoliberal hegemónico a nivel global. Es en este contexto en el que hay que intentar situar y comprender el debate alrededor de Milani y la política de derechos humanos. Sabiendo, también, que hay especificidades que hacen de ese debate una cuestión no reducible a otras instancias y fuertemente signado por la tensión, siempre presente, entre política y ética, entre razón de Estado y decisión moral. Si el kirchnerismo es fiel a sus orígenes no podrá eludir esta discusión y, sobre todo, deberá ser consecuente con ese legado y sus obligaciones persistentes.

No somos los jóvenes revolucionarios de los ’70 que pensábamos la política como instrumento para la creación de una nueva sociedad y que soñábamos –bajo la lógica de lo absoluto e innegociable– tomar el cielo por asalto llevando adelante nuestros ideales blindados e implacables con nuestras debilidades y/o contradicciones; tampoco somos, por suerte, los escépticos contempladores de una sociedad devastada que parecía haberse tragado ideales y posibilidades de habitar la política desde la perspectiva de una incidencia efectiva sobre una realidad viscosa; tampoco somos, estrictamente, aquellos intelectuales que, con nuestras revistas a cuestas y a contracorriente de las hegemonías culturales de los ’90, insistíamos con la crítica del mundo sabiendo de la corrosión de nuestras propias tradiciones político-intelectuales o, para decirlo con un giro tomado de Nicolás Casullo, de una crítica capturada, ella también, por un sistema voraz que ni siquiera dejaba lugar para imaginarnos fuera de sus tenazas y de su fuerza de absorción cuando todo discurso, por más radical que pareciese o fuera, quedaba como “un florero en el living del burgués”. Tampoco somos, después de diez años de kirchnerismo, los portadores de los mismos entusiasmos que, principalmente, nos conmovieron desde el 2008, pero tenemos (tengo) la certeza de seguir viviendo los mejores años de la democracia argentina, años de profunda reparación no sólo del país sino, fundamentalmente, de nosotros mismos, de nuestra manera de estar en la escena nacional y de repensar muchas cosas. Sin la marca que en nosotros han dejado estos años sorprendentes, sin lo que he denominado en otro lugar “el nombre de Kirchner”, su tremenda interpelación a una sociedad incrédula, nada de lo que ha ocurrido hubiese sucedido del modo como sucedió.
El giro de la materialidad histórica habilitó el advenimiento, bajo nuevas condiciones, de esa relación siempre tensa y compleja entre intervención política y mundo de ideas. Lo que parecía desahuciado por la inclemencia de hegemonías pospolíticas y poshistóricas, un abigarrado mundo de tradiciones intelectuales que por comodidad llamo de “izquierda”, pudo regresar sobre la escena de otra realidad para intervenir sobre esa misma realidad. Estos diez años también han rescatado de sus confusiones y crisis, de sus imposibilidades y estrecheces, de sus dogmatismos y sus parálisis, a esas tradiciones nacidas de ideales emancipatorios e igualitaristas. Incluso ha posibilitado un salto cualitativo para los propios movimientos de derechos humanos que han visto cómo se concretaban sus demandas cuando nada parecía abrir esa posibilidad en un país dominado por la impunidad y el cinismo. Se pasó de lo testimonial a una política de Estado. Y se lo hizo tanto para reparar una deuda con la memoria de los desaparecidos como para dotar de legitimidad ética a una reconstrucción de la política y de la sociedad.

El kirchnerismo conmovió creencias, certezas, sospechas, olvidos, negaciones y, también, nos permitió ser más generosos con los ideales de antaño al mismo tiempo que, para nuestra sorpresa, nos puso en el centro de la escena para disputar una pelea que ya no soñábamos. No nos prometió las certezas de ayer ni sus blindajes ideológicos (por suerte); tampoco nos aseguró que su marcha por el tiempo iba a ser impoluta. Todo lo contrario. Siempre supimos de las contaminaciones, de la resaca, de los límites y de las tramas canallas que se encierran en el peronismo (y que por extensión podríamos ampliar a las experiencias de izquierda que recorrieron el siglo pasado). Sabíamos que íbamos a incursionar en la política desde un lugar insólito para la mayoría de nosotros: defendiendo al Gobierno Nacional, siendo “oficialistas” y, claro, poniendo en debate, otra vez, la relación entre ideales y política en la época en la que se acabaron las certezas que cobijaron nuestra comprensión de la historia.

Vamos en gran medida avanzando sin brújula y casi a ciegas por el escenario de un mundo dominado por un capitalismo implacable que seguirá intentando arrasar con esta anomalía sudamericana que tiene uno de sus enclaves más provocadores en Argentina (eso sería bueno siempre recordarlo a la hora de ser duros con las políticas oficialistas, es decir, no subestimar lo que significan las ofensivas brutales de la derecha contra nosotros, ofensivas, como ya se ha señalado insistentemente, que ponen en evidencia la enorme provocación que el kirchnerismo le ha hecho al poder real). Pero, sobre todo, no podremos dejar de sentir las tensiones entre las exigencias de la política como lenguaje positivo –seguro de sí mismo y sin fisuras ni ambigüedades– y las demandas de la lengua crítico-intelectual (esto no significa que deba leerse la política sólo desde la linealidad afirmativa y a la crítica como deudora de instancias no políticas o definidas bajo la lógica de una negatividad libertaria).

Milani, su ascenso y su nombramiento, tienen que ver directamente con estas preocupaciones y con estas contradicciones, nuestras y del proyecto. Lo inmediato, no sé si lo más sencillo, es responder bajo la exclusiva demanda de los principios y de la actividad crítica y, claro, desprendernos de las exigencias de la razón política a la hora de rechazar a quien, supuestamente, está manchado por los crímenes de la dictadura (no es difícil hacer lo que hace el CELS, y eso independientemente de que admire y valore su enorme trabajo en defensa de los derechos humanos, porque su lógica es otra y su manera de colocarse ante las demandas de la feroz disputa política es inversamente proporcional a la del Gobierno, que no es una ONG ni un centro de investigaciones que se debe a sus fundamentos normativos y a sus protocolos). Mientras que el CELS no tiene que preocuparse de las disputas políticas, de la correlación de fuerzas, de las opacidades que emanan de la sociedad y del acto de ejercer el poder real, el Gobierno –en este caso, el que redefinió de modo sustantivo la política de derechos humanos– sí tiene que lidiar con el barro de la historia, con los límites que le impone una escena compleja y contradictoria. El CELS asume sólo, aunque no es poco, un compromiso con sus fundamentos y sus principios éticos escindidos de cualquier responsabilidad de gestión política. Otra es la demanda que se le hace al Gobierno, otras sus obligaciones y las dificultades por las que tiene que moverse a la hora de defender un proyecto siempre amenazado. Están también los que eligen quedar bien con la sociedad, caer siempre del lado políticamente correcto y asumir las posiciones que menos riesgos les implican.

El kirchnerismo, enfrentado a la encrucijada de la RealPolitik o a la persistencia de su capacidad ampliadora y transgresora de los límites, deberá, si quiere seguir constituyendo esa fuerza disruptiva, no dejarse colonizar por las demandas de fin de ciclo ni retroceder en aquello que definió su excepcionalidad en la historia argentina.

Un difícil y a veces imposible equilibrio entre las demandas implacables de la lucha política y las demandas, distintas y complementarias, que nacen del ámbito de las ideas y de los dispositivos éticos. Una vieja y siempre renovada controversia que viene acompañando, al menos desde la Revolución francesa y pasando por todas las experiencias revolucionarias del siglo veinte, cualquier intento de avanzar en una línea popular enmarcada en el interior de la vida democrática. El debate que ha suscitado el ascenso y el nombramiento del General Milani debe inscribirse en esta larga y no saldada tradición que sólo habita el universo de los proyectos progresistas. A la derecha jamás la desveló este tipo de polémicas (salvando excepcionales reticencias morales de algunos escasos intelectuales provenientes de ese sector). Seguramente es esa condición la que ha sostenido moralmente –tanto en la victoria como en la derrota– a las tradiciones de izquierda y nacional populares. Para ellas nada es lineal ni se resuelve bajo la exclusiva lógica de la razón de Estado. Por eso nos preocupa y nos ocupa la “cuestión Milani”. Y por eso también deberíamos preguntarnos por qué la derecha, la que fue parte de la dictadura, la que se opuso a los juicios, la que intentó una y otra vez imponer una política de olvido y reconciliación, la que ha criticado sin eufemismos la política de derechos humanos del kirchnerismo, esa derecha fiel a su historia de golpismos y violencias, hoy se dedica a cuestionar el ascenso de Milani colocándose a la izquierda y señalando el supuesto pasado que lo condena. Sorpresas te da la vida.

Horacio González ha escrito un texto importante que nos exige reflexionar sobre nosotros mismos. Él, eso creo, está convencido de la opción, voy a llamarla por comodidad, “ética” que, no por ser tal, deja de ser política. Su planteo, complejo y profundo, nos lleva a debates que no pueden resolverse en algunas líneas o de manera unívoca. Es el debate de la decisión moral, de la permanencia de los principios y de la capacidad de todo individuo de elegir, incluso en las peores circunstancias, si hacer el mal o no. Pero es también la discusión, nada menor, de los cambios en la vida de una persona (los ejemplos que ha dado Horacio, igual que otros que han intervenido en el debate, son multiplicables e involucran muchas experiencias –incluyo acá al ejército israelí, como para complicar todavía más la cuestión–. Siguen siendo indispensables, eso creo, las tremendas reflexiones de Dostoievski en Los demonios para también incorporar no sólo a quienes cometieron actos repudiables desde una maquinaria de derecha sino también para interpelar las prácticas revolucionarias y sus violencias). Y, surge con fuerza irrecusable, la cuestión de la culpa y de la responsabilidad. Vale, eso creo, seguir estas discusiones que son imprescindibles.

Pero también vale establecer las sutiles y no tanto, diferencias entre un debate crítico-intelectual, ese mismo que puede recorrer argumentaciones difícilmente asimilables por el sentido común, y la controversia política atravesada por las demandas de una realidad implacable. Vivo esas tensiones, no las rechazo. De la misma manera, y de eso estoy convencido, de que no se trata de una involución del Gobierno ni de un cuestionamiento a la política de derechos humanos que ha sido y sigue siendo extraordinaria, única en el mundo (por eso mismo no se la puede debilitar ni supeditar a “otras” exigencias de la hora, pero tampoco se puede cuestionar, corriendo por izquierda, a quienes han encabezado un proceso de reparación que sigue avanzando sin dejar de lado a los responsables civiles y eclesiásticos –recuerdo la condena a Von Wernich y el procesamiento de Blaquier–). Sigo teniendo una confianza última y profunda en quien lidera el proyecto al mismo tiempo que reconozco las grandes dificultades que nos seguirán desafiando en estos dos años. No haría de la “cuestión Milani” el centro de lo que hoy necesitamos disputar políticamente aunque considero que no debemos ni podemos eludir lo que su emergencia ha suscitado entre nosotros al precio de arrojar por la borda una parte sustancial de nuestras herencias ideológicas y de los valores que ellas contienen. Es un debate que nos incumbe y nos exige. Sus consecuencias no son ni podrán ser unívocas allí donde arrastran logros y virtudes indudables, oscuridades y ambigüedades.

Lo fácil, una vez más, sería desentendernos de este debate. Callarnos o, peor aún, elegir la posición más amable con nosotros, esa que nos hace caer siempre bien parados. Sencillo sería acoplarnos al coro que rechaza de plano –y con la complacencia cínica de la derecha procesista que habita, por ejemplo, en el diario La Nación– el ascenso de Milani y criticar al Gobierno por incoherencia. Lo desafiante es, por el contrario, dar el debate reconociendo sus claroscuros y sin olvidarnos de lo que está en juego en esta hora argentina. Allí está tanto la dificultad como la oportunidad.

Infonews

O inventamos, o erramos

El proyecto nacional y popular ante la posibilidad de una conducción política del Ejército en democracia.

Por Demetrio Iramain

En Ucrania, en las filas de Krasnov, en Siberia, en el norte, las filas de los imperialistas anglofranceses, hay buen número de antiguos oficiales que, si no temiesen una justicia sumaria e implacable por sus actos pasados, estarían ahora dispuestos a un arrepentimiento honorable ante la República Soviética. Para ellos, para todos esos renegados arrepentidos, confirmamos lo que antes dijimos acerca de toda la política del gobierno obrero y campesino: sus actos están guiados por la utilidad revolucionaria y no por una venganza ciega, y él abrirá sus puertas a todo ciudadano honesto que quiera trabajar en las filas soviéticas." (León Trotsky, Koslov, 30 de diciembre de 1918).

"En 1951, Perón entregó la Medalla de la Lealtad al general Dalmiro Videla Balaguer por su obediencia durante el alzamiento de Benjamín Menéndez. Pero en 1955, Videla se sumó a la Revolución Libertadora, que lo designó interventor en Córdoba", recuerda uno en La Nación el pasado sábado. La referencia histórica viene a cuento del general César Milani. Es paradójica la comparación viniendo de quien viene: una derecha visceral, de a ratos previsible, por momentos versátil, que acusa insistentemente de "camporista" al gobierno y que, sin embargo, recurre a hechos mucho más atrás en la historia a la hora de embellecer sus posiciones. Si Cristina es setentista, la derecha se ha vuelto cincuentista.

Desde luego, el debate alrededor de Milani parte de un hecho fundacional: sus definiciones en favor del proyecto nacional y popular. Hasta entonces a nadie le importó su legajo. En los años posteriores al genocidio nunca un general del Ejército había llegado tan lejos.

La historia enseña que los militares deben ser conducidos por el poder político (y más aún si ese poder político es profundamente democrático y popular) porque si no, se conducen solos. "El oficial en actividad se transforma en rehén del poder de turno", contradice Horacio Jaunarena, ex rehén del poder militar cuando era ministro de Defensa de Alfonsín (también lo fue de Eduardo Duhalde).

El gobierno no creó a estas Fuerzas Armadas, sino que las heredó de un tiempo histórico que no eligió, en un país que no deja de ser capitalista, bajo los estertores de una sonora batalla de fondo: la democracia contra el poder real, del dinero.

Las objeciones por izquierda, incluso de sectores kirchneristas, al ascenso de Milani, parten de un eje equivocado. El proyecto nacional y popular no le exige a la sociedad democrática confianza alguna en Milani, sino en la conducción política que Cristina hará de él y, a través suyo, del Ejército, la más importante de entre las tres armas. Se entiende entonces el temor de La Nación: "Con los ascensos dispuestos en diciembre por la presidenta, el teniente general César Milani se aseguró lealtad y confianza en la nueva conducción superior del Ejército", alarma a sus lectores el lunes 13 de enero.

Es una pena que del reportaje que Hebe de Bonafini le hizo a Milani en diciembre último, sólo se le haya prestado atención a lo que Clarín recortó de esa entrevista. Es natural que a Magnetto lo único importante le haya resultado la línea en la que el jefe del Ejército se refirió a la causa que lo involucra en delitos de lesa humanidad, pero resulta grave que también lo sea para quienes tienen su norte político en el kirchnerismo.

Ejemplo: nadie prestó atención a lo que Milani le dijo a Hebe al momento de explicar el funcionamiento del programa "De soldado a general", que busca democratizar socialmente las condiciones en que se desarrolla la carrera militar de los soldados y volver igualitarias las posibilidades de ascenso.

"El soldado puede incorporarse a los 18 años a ser soldado (...); pasar una serie de condiciones, el secundario y demás, y después pasar a suboficial o a la escuela de oficiales. Y hacer el curso. Por eso se llama así el plan, 'De soldado a general' (…) De a poco van a empezar a incorporarse soldados al Colegio Militar, y esto es bueno porque antes el Colegio Militar era absolutamente una elite. Y ni hablar de la Escuela Naval." Aunque con otras palabras, Milani estaba hablando de la lucha de clases al interior del Ejército, pero ningún marxista lo puso de relieve.

Desde luego, no hay dos casos iguales. Comete un error aquel que compara la opción de Cristina por Milani con la confianza que Salvador Allende depositó en Augusto Pinochet, tanto como quien transpola mecánicamente el Ejército bolivariano de Venezuela a los cuarteles de Campo de Mayo. Las experiencias históricas y regionales sirven, sólo si se las considera en perspectiva.

El caso boliviano también merece atención. El Ejército del país del Altiplano estaba sumido en el mayor descrédito social de toda su historia. Los pobres de Bolivia odiaban a su Fuerza Armada porque sus hombres habían sido el último sostén de un gobierno neoliberal, violento y feroz, en caída libre, encabezado por Gonzalo Sánchez de Lozada. Cómo habría de olvidar el pueblo que en 2003, cuando resistió la exportación de gas a Estados Unidos través de puertos chilenos, su legítima protesta fue salvajemente reprimida por el Ejército, con un saldo de 64 muertes en La Paz y El Alto.

Cuando años después Evo Morales asumió la presidencia, coronando electoralmente el proceso de ofensiva popular que había vivido el país, su política estratégica respecto del Ejército consistió en ofrecerle la posibilidad de reencontrarse con su pueblo a cambio de su decidido apoyo al proyecto transformador. Desde la asunción de Morales, el Ejército asumió nuevas tareas, entre ellas, su participación en el proceso de la nacionalización de los hidrocarburos.

El reencuentro político entre pueblo y fuerza armada no significó reconciliación, ni se salteó el juicio y castigo (como sí propuso Trotsky en la cita que acompaña esta nota), y terminó con un jefe del Ejército que no dudó en declarar el carácter "antiimperialista, socialista, comunitario y anticapitalista" de la fuerza, en sintonía con la nueva Constitución del país.

El corsé capitalista-dependiente sigue exigiéndoles a nuestros pueblos una gimnasia definitoria: crear. Devolver con lo que hay a mano. Respuestas nuevas, propias, siempre singulares, al viejo problema de la soberanía política y la independencia económica. Un siglo y medio después de Simón Rodríguez, "inventar o errar" sigue siendo la encrucijada latinoamericana.

Infonew

Ciudad: revelan el vínculo de barras de Boca con la asignación de viviendas

El Instituto de la Vivienda de la Ciudad (IVC) firmó un acuerdo con una asociación civil para que defina quiénes serán los beneficiarios de viviendas sociales en el barrio de La Boca, integrada, entre otros, por barrabravas de Boca Juniors procesados por la venta ilegal de entradas.

Durante las últimas semanas, el Instituto de la Vivienda de la Ciudad fue cuestionado por diferentes sectores de la oposición porteña, por subejecutar su presupuesto y otorgar durante los últimos meses menos de 600 créditos hipotecarios para familias de bajos recursos.

Una investigación del periódico barrial Sur Capitalino sacó a la luz que ese mismo organismo firmó un convenio con una asociación civil, para que ésta definiera los adjudicatarios de las viviendas sociales que se están construyendo en el barrio de La Boca.

El convenio fue firmado en abril de 2012 por el IVC y la Asociación Civil Casa Amarilla 2005, que preside Diego Basualdo, un dirigente social vinculado a la barra brava de Boca Juniors.

Las viviendas que se levantan en la avenida Alte. Brown al 500, se están construyendo porque un fallo judicial, resultado de una presentación impulsada por varios actores sociales, entre ellos la asociación conducida por Basualdo, reclamaron que el IVC dé una respuesta concreta al déficit habitacional de los vecinos del barrio de la Ribera.

Para dar por terminado el litigio, la justicia exigió la construcción de las 1.220 vivienda pautadas en el programa “Viví tu casa” implementado por la gestión de Aníbal Ibarra", en el predio de Casa Amarilla.

Parte del acuerdo alcanzado implicó la reducción del número de casas en casi un tercio de la cantidad original, por lo que el organismo se comprometió a construir 438 unidades.

Según la investigación periodística, una vez que la justicia aprobó el plan de obras, el IVC firmó un convenio con la Asociación Civil Casa Amarilla 2005 y le otorgó la potestad de definir quienes serán los adjudicatarios de las viviendas.

El padrón confeccionado por la entidad social, estaba plagado de irregularidades, entre ellas que a pesar que el plan apunta a mejorar la calidad de vida de los habitantes de La Boca, la nómina de beneficiarios apenas los incluía ya que más del 80 por ciento de las personas no reside en el barrio.

Otras de las irregularidades fue que la lista también incluía a Hernán Cantón, miembro de la barra brava xeneize que estuvo detenido por la causa que investigaba el manejo ilegal de entradas en el club y a la hija de Santiago "El Gitano" Lancry, otro de los detenidos por la emisión de carnet truchos.

A estas irregularidades se suma que varios de los futuros beneficiarios usaron el mismo domicilio, puntualmente la calle Irala 170, dirección de una torre que también fue construida por el IVC.

En el momento en que surgió la denuncia, el abogado Facundo Taboada, integrante del equipo de asesores de la Defensoría General de la Ciudad, afirmó que “el convenio es la privatización del clientelismo, es ilegal otorgar a un particular, en este caso una asociación, el derecho de administrar propiedades que otorga el Estado”.

Télam