miércoles, 15 de enero de 2014

EL ADIOS DE MEMPO

Por Mempo Giardinelli

Ay sí, digámoslo: lo primero es la desolación, el miedo, el dolor.

Se murió Juan, el poeta. El más grande de todos, el de Violín, el de Gotán, el que nos enseñó a gozar de los diminutivos para la sonoridad contundente de versos inolvidables.

Juan el militante, el que luchó toda su vida por principios que muchos compartimos. Y así encontró una nieta que era, es, un poco hijo, hija, una vida que tiembla, seguro, ahora mismo en Montevideo.

Juan el amigo, el entrañable puteador que se enojaba cuando uno le decía que no fumara, que la cortara con los puchos. La última vez hace poco, en Brasilia, entre cenas y conversaciones interminables como las madrugadas y el calor. Esa noche se fumó más de medio paquete, y yo, pensando que a Soriano ya se lo había llevado el tabaco, le dije que no jodiera más con el pucho. Me retrucó que no jodiera yo, que era un converso y esos son los peores. Y me miró enojado. Y enseguida se rió como se reía Juan, un poco a lo niño, celebratorio de sus propias ocurrencias.

Y también déjenme decir lo primero que sentí: me cago en la puta que la parió a la Parca. Lo dije, y disculpen pero es lo más profundo y sincero que puedo decir ahora porque, también debo decirlo, hoy fue un día de mierda porque esta mañana se murió otro amigo, de nombre Marcelo, no un gran poeta, pero un flor de tipo. Y a las nueve de la noche esta noticia que paraliza, vamos, el doblete es demasiado.

Nos vimos mucho últimamente y siempre tan bien, tan ocurrente y jodón, y tan bien plantado en sus ideas y principios. Deja helado esta noticia canalla, ante la que uno sólo puede hacer lo que hacemos nosotros, los periodistas, los escribidores: contar lo que sucede. Y si lo que sucede es que se murió Juan Gelman, caramba, entonces conjeturemos: ¿Y mañana qué? ¿Cómo haremos para levantarnos y mirar el cielo y pensar en México, su otra patria, su otro entrañable territorio que lo acogió como a mí, como a tantos y tantas de nosotros? ¿Y cómo vamos a leer poesía de ahora en adelante, si ya no va a estar Juan?

Denme una idea de tiempo y medida, porfa, y me pongo a escribir ahora mismo. Eso les dije a los colegas del diario hace un ratito, casi ya las once de la noche y medio lagrimeando. ¿Qué otra cosa hacer sino ponernos a escribir, en homenaje al escriba más grande que teníamos? Yo lo conocí hace como cuarenta años, en la redacción de la revista Panorama. Juan ya era un prócer del oficio, y de la información internacional, y ya entonces daba poca bola. Fumaba a lo bestia, eso sí, pero qué íbamos a pensar, en aquellos tiempos en que nos sentíamos eternos, en los daños del pucho. Y a la poca bola le sumaba ese hablar medio cantadito, como de quien se hamaca en las palabras y eso porque era poeta. Pocos lo sabían, entonces. El culto a su obra vino después, pero la poesía de Juan ya era enorme porque nació enorme.

Durante el exilio no fuimos amigos. No nos dábamos bola, como nos pasó a muchos; eran los tiempos de las diferencias, que también suelen ser un modo de las construcciones. Después vinieron los acercamientos. Por terceros amigos, por gente querida que nos era común y que nos sigue uniendo. Y después fue un largo vino tinto una noche en Buenos Aires, los dos coincidiendo en cuánto amábamos esa ciudad que sin embargo habíamos abandonado. Y después los viajes, su departamento de la Colonia Condesa en el D. F. mexicano, alguna noche inolvidable de whiskies con picada argentina, y después Madrid, y más luego Frankfurt, y Brasilia, y Resistencia, a la que nunca pudo venir, pero siempre me decía que tantas veces había querido que era como que ya había estado.

Cierto: esta nota es berreta. Por el dolor quizá, por la prisa del cierre. Y porque cuando muere un amigo duelen hasta las palabras que uno encuentra y ni se digan las que somos incapaces de encontrar. Y cuando se muere un poeta que además es el Poeta Mayor de nuestra República, qué palabras va a encontrar uno.

Todo es dolor en esta hora. Dicen que se murió Juan, y entonces qué sé yo qué decir, si la verdad es que en este momento en que despacho esta nota por mail a mí me duele todo.

Descansá en paz, Maestro. Ninguna palabra sonará igual después de vos, querido Juan.

EL emblemático discurso de Juan Gelman al recibir el Premio Cervantes

El poeta Juan Gelman, fallecido en el Distitro Federal de México, recibió en 2008 el Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes 2007, oportunidad en la que pronunció un recordado discurso en el que definió a la poesía como “una doncella tierna y de poca edad y en todo extremo hermosa”, parafraseando a don Quijote.

Discurso completo:

"Deseo, ante todo, expresar mi agradecimiento al jurado del Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes, a la alta investidura que lo patrocina y a las instituciones que hacen posible esta honrosísima distinción, la más preciada de la lengua, que hoy se me otorga. Mi gratitud es profunda y desborda lo meramente personal. En el año 2006 se galardonó con este Premio al gran poeta español Antonio Gamoneda y en el 2007 lo recibe también un poeta, esta vez de Iberoamérica. Se premia a la poesía entonces, `que es como una doncella tierna y de poca edad y en todo extremo hermosa´ para don Quijote, doncella que, dice Cervantes en `Viaje del Parnaso´, `puede pintar en la mitad del día la noche, y en la noche más escura el alba bella que las perlas cría... Es de ingenio tan vivo y admirable que a veces toca en puntos que suspenden, por tener no se qué de inescrutable´.

A la poesía hoy se premia, como fuera premiada ayer y aún antes en este histórico Paraninfo donde voces muy altas resuenan todavía. Y es algo verdaderamente admirable en estos “Dürftiger Zeite”, estos tiempos mezquinos, estos tiempos de penuria, como los calificaba Hölderlin preguntándose “Wozu Dichter”, para qué poetas.

¿Qué hubiera dicho hoy, en un mundo en el que cada tres segundos y medio un niño menor de cinco años muere de enfermedades curables, de hambre, de pobreza? Me pregunto cuántos habrán fallecido desde que comencé a decir estas palabras. Pero ahí está la poesía: de pie contra la muerte.

Safo habló del bello huerto en el que “un agua fresca rumorea entre las ramas de los manzanos, todo el lugar sombreado por las rosas y del ramaje tembloroso el sueño descendía”, Mallarmé conoció la desnudez de los sueños dispersos, Santa Teresa recogía las imágenes y los fantasmas de los objetos que mueven apetitos, San Juan bebió el vino de amor que sólo una copa sirve, Cavalcanti vio a la mujer que hacía temblar de claridad el aire, Hildegarda de Bingen lloró las suaves lágrimas de la compunción, y tanta belleza cargada de más vida causa el temblor de todo el ser. ¿No será la palabra poética el sueño de otro sueño?

Santa Teresa y San Juan de la Cruz tuvieron para mí un significado muy particular en el exilio al que me condenó la dictadura militar argentina. Su lectura desde otro lugar me reunió con lo que yo mismo sentía, es decir, la presencia ausente de lo amado, Dios para ellos, el país del que fui expulsado para mí. Y cuánta compañía de imposible me brindaron. Ese es un destino “que no es sino morir muchas veces”, comprobaba Teresa de Avila. Y yo moría muchas veces y más con cada noticia de un amigo o compañero asesinado o desaparecido que agrandaba la pérdida de lo amado. La dictadura militar argentina desapareció a 30.000 personas y cabe señalar que la palabra “desaparecido” es una sola, pero encierra cuatro conceptos: el secuestro de ciudadanas y ciudadanos inermes, su tortura, su asesinato y la desaparición de sus restos en el fuego, en el mar o en suelo ignoto. El Quijote me abría entonces manantiales de consuelo.

Lo leí por primera vez en mi adolescencia y con placer extremo después de cruzar, no sin esfuerzo, la barrera de las imposiciones escolares. Me acuciaba una pregunta: ¿cómo habrá sido el hombre, don Miguel? Conocía su vida de pobreza y sufrimiento, sus cárceles, su cautiverio en Argel, su Lepanto, los intentos fallidos de mejorar su suerte.

Pero él, ¿quién era? Releía el autorretrato que trazó en el prólogo de las Novelas Ejemplares: “Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada”, que nada me decía, salvo la mención de sus “alegres ojos”. Comprendí entonces que él era en su escritura. Me interno en ella y aún hoy creo a veces escuchar sus carcajadas cuando acostaba al Caballero de la Triste Figura en el papel. Sólo quien, desde el dolor, ha escrito con verdadero goce puede dar a sus lectores un gozo semejante. Cómico es el rostro de la tragedia cuando se mira a sí misma.

Declaro que, en verdad. quise recorrer ante ustedes, con ustedes, los trabajos de Persiles y Sigismunda, o la locura quebradiza del licenciado Vidriera, o compartir la nueva admiración y la nueva maravilla del coloquio de los perros, o el combate verdaderamente ejemplar entre los poetas malos y los buenos que tiene lugar en “Viaje del Parnaso” y en el que cualquier buen poeta podía caer herido por un pésimo soneto bien arrojado. Pero tal como la lámpara alimentada a querosén que los campesinos de mi país encienden a la noche y alrededor de la cual se sientan a cenar, cuando hay, y luego a leer, cuando hay y cuando hay ganas, y a la que mosquitos y otros seres alados acuden ciegos de luz y la calor los mata, así yo, encandilado por don Alonso Quijano, no puedo sustraerme a su fulgor.

Muchas plumas hondas y brillantes han explorado los rincones del gran libro. Por eso, parafraseando al autor, declaro sin ironía alguna que, con seguridad, este discurso carece de invención, es menguado de estilo, pobre de conceptos, falto de toda erudición y doctrina. Sólo hablo como lector devoto de Cervantes, pero quién puede describir los territorios del asombro. Con mucha suerte y perspicacia, es posible apenas sentarse a la sombra de lo que siempre calla.

Cervantes se instala en un supuesto pasado de nobleza e hidalguía para criticar las injusticias de su época, que son las mismas de hoy: la pobreza, la opresión, la corrupción arriba y la impotencia abajo, la imposibilidad de mejorar los tiempos de penuria que Hölderlin nombró. Se burla de ese intento de cambio y se burla de esa burla porque sabe que jamás será posible terminar con la utopía, recortar la capacidad de sueño y de deseo de los seres humanos. Cervantes inventó la primera novela moderna, que contiene y es madre de todas las novedades posteriores, de Kafka a Joyce. Y cuando en pleno siglo XX Michel Foucault encuentra en Raymond Roussel las características de la novela moderna, éstas: “el espacio, el vacío, la muerte, la transgresión, la distancia, el delirio, el doble, la locura, el simulacro, la fractura del sujeto”, uno se pregunta ¿qué? ¿No existe todo eso, y más, en la escritura de Cervantes?

Su modernidad no se limita a un singular universo literario. La más humana es un espejo en el que podemos aún mirarnos sin deformaciones en este siglo XXI. Dice Don Quijote: “Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería a cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención, con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un valeroso caballero, y que sin saber cómo o por dónde, en la mitad del coraje y brío que enciende y anima a los valientes pechos, llega una desmandada bala (disparada de quien quizá huyó y se espantó del resplandor que hizo el fuego al disparar la maldita máquina) y corta y acaba en un instante los pensamientos y la vida de quien la merecía gozar luengos siglos”.

Desde el lugar de presunto caballero andante quejoso de que las armas de fuego hayan sustituido a las espadas, y que una bala lejana torne inútil el combate cuerpo a cuerpo, Don Quijote destaca un hecho que ha modificado por completo la concepción de la muerte en Occidente: es la aparición de la muerte a distancia, cada vez más segura para el que mata, cada vez más terrible para el que muere. Pasaron al olvido las ceremonias públicas y organizadas que presidía el mismo agonizante en su lecho: la despedida de los familiares, los amigos, los vecinos, el dictado del testamento ante los deudos. La muerte hospitalizada llega hoy con un cortejo de silencios y mentiras. Y qué decir de los 200.000 civiles de Hiroshima que el coronel Paul Tobbets aniquiló desde la altura apretando un simple botón. Piloteaba un aparato que bautizó con el nombre de su madre, arrojó la bomba atómica y después durmió tranquilo todas las noches, dijo.

Pocos conocen el nombre de las víctimas cuya vida el coronel había segado. La muerte se ha vuelto anónima y hay algo peor: hoy mismo centenares de miles de seres humanos son privados de la muerte propia. Así se da en Irak.

Creo, sin embargo, como el historiador y filósofo Juan Carlos Rodríguez, que el Quijote es una gran novela de amor. Del amor imposible. En el amor se da lo que no se tiene y se recibe lo que no se da y ahí está la presencia del ser amado nunca visto, el amor a un mundo más humano nunca visto y torpemente entrevisto, el amor a una mujer que no es y a una justicia para todos que no es. Son amores diferentes pero se juntan en un haz de fuego. ¿Y acaso no quisimos hacer quijotadas en alguna ocasión, ayudar a los flacos y menesterosos? ¿Luchando contra molinos de aspas de acero, que ya no de madera? ¿Despanzurrando odres de vino en vez de enfrentar a los dueños del dolor ajeno? ¿“En este valle de lágrimas, en este mal mundo que tenemos –dice Sancho–, donde apenas se halla cosa que esté sin mezcla de maldad, embuste y bellaquería”?
He celebrado hace dos años, con ocasión de la entrega del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, mi llegada a una España que no acepta las aventuras bélicas y que rompe clausuras sociales que hieren la intimidad de las personas. Hoy celebro nuevamente a una España empeñada en rescatar su memoria histórica, único camino para construir una conciencia cívica sólida que abra las puertas al futuro. Ya no vivimos en la Grecia del siglo V antes de Cristo en que los ciudadanos eran obligados a olvidar por decreto. Esa clase de olvido es imposible. Bien lo sabemos en nuestro Cono Sur.

Para San Agustín, la memoria es un santuario vasto, sin límite, en el que se llama a los recuerdos que a uno se le antojan. Pero hay recuerdos que no necesitan ser llamados y siempre están ahí y muestran su rostro sin descanso. Es el rostro de los seres amados que las dictaduras militares desaparecieron. Pesan en el interior de cada familiar, de cada amigo, de cada compañero de trabajo, alimentan preguntas incesantes: ¿cómo murieron? ¿Quiénes lo mataron? ¿Por qué? ¿Dónde están sus restos para recuperarlos y darles un lugar de homenaje y de memoria? ¿Dónde está la verdad, su verdad? La nuestra es la verdad del sufrimiento. La de los asesinos, la cobardía del silencio. Así prolongan la impunidad de sus crímenes y la convierten en impunidad dos veces.
Enterrar a sus muertos es una ley no escrita, dice Antígona, una ley fija siempre, inmutable, que no es una ley de hoy sino una ley eterna que nadie sabe cuándo comenzó a regir. “¡Iba yo a pisotear esas leyes venerables, impuestas por los dioses, ante la antojadiza voluntad de un hombre, fuera el que fuera!”, exclama. Así habla de y con los familiares de desaparecidos bajo las dictaduras militares que devastaron nuestros países.

Y los hombres no han logrado aún lo que Medea pedía: curar el infortunio con el canto.
Hay quienes vilipendian este esfuerzo de memoria. Dicen que no hay que remover el pasado, que no hay que tener ojos en la nuca, que hay que mirar hacia adelante y no encarnizarse en reabrir viejas heridas. Están perfectamente equivocados. Las heridas aún no están cerradas. Laten en el subsuelo de la sociedad como un cáncer sin sosiego.

Su único tratamiento es la verdad. Y luego, la justicia. Sólo así es posible el olvido verdadero. La memoria es memoria si es presente y así como Don Quijote limpiaba sus armas, hay que limpiar el pasado para que entre en su pasado. Y sospecho que no pocos de quienes preconizan la destitución del pasado en general, en realidad quieren la destitución de su pasado en particular.

Pero volviendo a algunos párrafos atrás: hay tanto que decir de Cervantes, de este hombre tan fuera del uso de los otros. De sus neologismos, por ejemplo. Salvo él, nadie vio a una persona caminar asnalmente. O llevar en la cabeza un baciyelmo. O bachillear. Don Quijote aprueba la creación de palabras nuevas, porque “esto es enriquecer la lengua, sobre quien tienen poder el vulgo y el uso”. Hace unos años ciertos poetas lanzaron una advertencia en tono casi legislativo: no hay que lastimar al lenguaje, como si éste fuera río coagulado, como si los pueblos no vinieran “lastimándolo” desde que empezaron a nombrar. Cuando Lope dice “siempre mañana y nunca mañanamos” agranda el lenguaje y muestra que el castellano vive, porque sólo no cambian las lenguas que están muertas. La lengua expande el lenguaje para hablar mejor consigo misma.

Esas invenciones laten en las entrañas de la lengua y traen balbuceos y brisas de la infancia como memoria de la palabra que de afuera vino, tocó al infante en su cuna y le abrió una herida que nunca ha de cerrar. Esas palabras nuevas, ¿no son acaso una victoria contra los límites del lenguaje? ¿Acaso el aire no nos sigue hablando? ¿Y el mar, la lluvia, no tienen muchas voces? ¿Cuántas palabras aún desconocidas guardan en sus silencios? Hay millones de espacios sin nombrar y la poesía trabaja y nombra lo que no tiene nombre todavía.

Esto exige que el poeta despeje en sí caminos que no recorrió antes, que desbroce las malezas de su subjetividad, que no escuche el estrépito de la palabra impuesta, que explore los mil rostros que la vivencia abre en la imaginación, que encuentre la expresión que les dé rostro en la escritura. El internarse en sí mismo del poeta es un atrevimiento que lo expone a la intemperie. Aunque bien decía Rilke: “[...] lo que finalmente nos resguarda/es nuestra desprotección”. Ese atrevimiento conduce al poeta a un más adentro de sí que lo trasciende como ser. Es un trascender hacia sí mismo que se dirige a la verdad del corazón y a la verdad del mundo. Marina Tsvetaeva, la gran poeta rusa aniquilada por el estalinismo, recordó alguna vez que el poeta no vive para escribir. Escribe para vivir".

Télam

Contra la "reacción en cadena": Supermercados YPF

Por Federico Bernal

La empresa cuenta con unos 1500 puntos de venta en todo el país. Puede ser un arma válida para fortalecer el nuevo acuerdo de precios.

En los supermercados, señoras y señores quejándose de un Estado que "interviene" hasta en el tomate. Partimos mal incluso desde el lenguaje. El término entrecomillado posee definiciones y acepciones en su mayoría tan desagradables como antipopulares (intervención quirúrgica, para citar un caso). Se emplea a la hora de describir el accionar estatal, sea del tipo que fuere. Pero "interviene" quien se mete por la ventana, quien se incumbe en cuestiones ajenas para las que no fue creado ni predestinado. Las señoras y señores nunca hablan de un mercado "intervencionista" para explicar una privatización; tampoco cuando los precios y la vida en general se rigen por la ley de la oferta y la demanda. Las señoras y señores se quejan del alza de los precios y culpan al gobierno nacional, que se entromete, se inmiscuye y viola la libre concurrencia.

Y es lógico que así razone, porque al menos desde mediados del siglo XIX que existe una política cultural destinada a fusionar interés público con libre mercado, eficiencia y civilización con lo privado (más aún si son extranjeros). El Estado como enemigo de lo público es cuestión de sentido común. La inflación es culpa del gobierno nacional y no de la cartelización, concentración y abuso de posición dominante del sector privado (la reacción en cadena). La inflación es, nos quieren hacer creer, un impuesto al bolsillo que busca incrementar la recaudación fiscal, por otro lado necesaria para hacer frente al derroche de un Estado populista y elefantiásico que gasta sin reparo y sin sentido.

De este laberinto cultural, político y económico, urdido desde la mismísima Revolución de Mayo (por los contrarrevolucionarios de Mayo) pero inaugurado a sangre y fuego después de Caseros, se sale por arriba, o no se sale.

Aquí una humilde propuesta. Iniciativas oficiales de precios sociales. Días atrás, el ex director del Banco Nación, Arnaldo Bocco, explicaba en el programa El Vermucito (radio Cooperativa) la situación del nuevo acuerdo de precios. Aprovechó para mencionar sendas iniciativas de comercialización a precios sociales. ¿Cómo puede ser que no haya una campaña masiva de difusión en este sentido, tanto desde el gobierno nacional como de los municipales respectivamente involucrados? El economista se refirió a los mercados del Ministerio de Desarrollo Social y del Movimiento Evita.

Indagamos un poco más y efectivamente encontramos que dicho ministerio lidera estas experiencias, promoviendo una "economía social" y un "comercio justo", así como "una relación directa entre productores y consumidores... [informando a los primeros] sobre el origen del producto y sus formas de producción".

De hecho, existe una Subsecretaría de Comercialización de la Economía Social, en cuya sección en Internet figuran decenas de cooperativas dispersas por todo el país, ejemplo de las capacidades y esfuerzos argentinos por romper la lógica del mercado y la concentración-extranjerización en el sector de los alimentos y bebidas (entre otros rubros de la producción). Existe también el Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social, que trabaja codo a codo con la mencionada Subsecretaría y cuyas autoridades son elegidas por el Poder Ejecutivo. Sus objetivos: "Fomentar la capacitación, el desarrollo y la promoción de la economía social en todo el territorio nacional." Bocco agregó también que el Movimiento Evita cuenta con dos mercados propios en Morón y Lomas de Zamora, establecimientos de entre 150 a 300 metros cuadrados que venden productos a precios muy bajos, provistos a su vez por cooperativas. Pasan por cada uno aproximadamente 15 mil familias por mes. La idea es, según manifestó el entrevistado, abrir una veintena más en el Gran Buenos Aires. Maximización de la comercialización de tal manera de cubrir sus costos, dejando un margen para la reinversión de las ganancias. Un círculo virtuoso para la generación de empleo a nivel cooperativas, con un detalle nada menor: los productos secos (por ejemplo, la harina, el arroz, etc.) se encuentran incluso a precios muy por debajo de la lista del segundo acuerdo de precios.

Sin embargo, todo esto que es maravilloso y digno de reconocimiento, no alcanza ni puede estar a la altura de la disputa y lo que está en juego. Se necesita salir del laberinto por arriba. La "reacción en cadena", la remarcación de precios en los últimos tres meses, esto es, entre el fin del primer acuerdo de precios al inicio de este segundo, ha sido realmente despótica, abusadora. Es que la concentración de la comercialización sigue haciendo de las suyas. Veinticinco empresas que controlan el grueso de los alimentos, bebidas y limpieza (2 o 3 por rubro), controlan a su vez el 70% de la producción. La comercialización está oligopolizada y la industria también. Fijan los precios los empresarios cartelizados, abusando de su posición dominante y provocando la ignición de una "reacción en cadena" (por la concatenación y por lo reaccionario de su naturaleza) que remarca atropelladamente y no se detiene ni en los supermercados chinos ni en el pequeño almacenero de barrio.

Tiene razón Arnaldo Bocco cuando en su columna mencionó que el "Estado no tiene capacidad para regular toda esa cantidad de precios y de correcciones de precios porque no tiene instrumentos jurídicos para hacerlo. Podrá aplicar la Ley de Abastecimiento cuando faltan los productos. Pero no firmaste el compromiso ahora en los precios vigilados de que vas a proveer toda la cantidad posible, sino que es un "acuerdo de partes".

A propósito, cabe recordar que tanto en 2006 como en 2009, la Cámara de Diputados dio media sanción a dos proyectos de ley que creaban la figura jurídica del fiscal de defensa de la competencia, que luego perdieron estado parlamentario en el Senado.

DEL ACUERDO AFSCA-YPF A LOS ALIMENTOS Y BEDIDAS. El neoliberalismo, sus políticos, lobbistas y empresarios vinculados quieren ver fracasado el nuevo acuerdo de precios. Y así obrarán. Lamentablemente, el círculo vicioso de la reacción (la "reacción en cadena") no se romperá con la flamante iniciativa oficial. Las señoras y señores seguirán quejándose de un Estado que "interviene" hasta en el tomate. Y este, el gran debate y objetivo de fondo; el mal a corregir. ¿Cómo romper la lógica mercadista? ¿Cómo fusionar Estado con interés público? En definitiva, ¿cómo salir del laberinto por arriba?

YPF cuenta con aproximadamente 1500 puntos de venta en todo el país. Con que el 10% tengan el espacio para el célebre "drugstore", ya es un muy buen comienzo. Luego se podrá trabajar en adaptar ediliciamente otro porcentaje. Y así sucesivamente. En vez de vender las mismas insulseces que sus competidoras, ¿por qué no expandir las iniciativas de los mercados populares de los movimientos sociales pero con el apoyo logístico de YPF? ¿Por qué no crear una nueva división de negocios en la empresa nacional de hidrocarburos, que trabaje conjunta y coordinadamente con el Mercado Central, el Ministerio de Desarrollo Social, la Subsecretaría de Comercialización de la Economía Social, el Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social?

Sus ubicaciones estratégicas y concentradas permitirían incluso combinar, en un mismo barrio: "Supermercados YPF", "YPF carnicerías", "YPF verdulerías", etcétera. Precios más baratos, más justos, como ya se aplican por el Mercado Central y los mercados populares antedichos, pero potenciado por centenares de locales ubicados por doquier, sacando provecho de la logística de la YPF renacionalizada. Si a partir de este año, la Televisión Digital Abierta comenzará a llegar a estaciones de servicio de la estatal (la AFSCA firmó un acuerdo con la petrolera), ¿por qué hacer lo mismo en materia de alimentos y bebidas, que es mil veces más importante?

DEL LABERINTO POR ARRIBA. ¿Qué pasaría con el discurso de los tomates si las mismas señoras y señores se encontraran con sendos establecimientos de la petrolera estatal vendiendo en su barrio los tomates un 50% más baratos? ¿Qué dirían si, además, cargando naftas con la YPF Serviclub, en vez de regalos suntuarios, los puntos otorgados por la compra de combustibles habilitaran un tanto de bonificación en los vinos de la cooperativa Suero de San Juan, pelotas de la cooperativa de Belle Ville de Córdoba, chocolates del taller familiar RK de Buenos Aires, mieles artesanales de la cooperativa El Espinal de Entre Ríos, los fiambres caseros, picadas, quesos y dulces de leche de cabra, cerveza artesanal, etc., de la iniciativa Uribe Pueblo Natural?

Y no pensemos mucho más, que hasta YPF bien podría vender un paquete entre biocombustibles, gasoil y fertilizantes propios a los chacareros a cambio de su cosecha, para luego acopiarla y venderla. Camiones YPF con combustibles, alimentos y granos, sólo así se combate la paciente y magistralmente inoculada zoncera del Estado enemigo de la ciudadanía, ineficiente y mal administrador. Fue Bartolomé Mitre durante su fraudulenta administración el responsable de acuñar esa zoncera y ejecutarla. Inglaterra celebraba la reconquista, no ya en términos militares sino económicos y culturales. Un año después de su paso por la presidencia, en discurso ante el Senado expresó: "Se dice que los gobiernos son malos empresarios. Si los gobiernos se hacen comerciantes para luchar con el público, y usan de las rentas del pueblo para hacer competencia a la industria privada... no sólo los gobiernos son malos empresarios, sino que usurpan facultades que no tienen [Estado "intervencionista"], violando abiertamente su mandato."

Una colonia no precisa de Estado. Los herederos de Mitre contragolpearon en 1976 y prosiguieron hasta 2003. La zoncera, esgrimida por Martínez de Hoz, renació con inusitada fuerza y prendió entre la sociedad: "El Estado es dueño, por ejemplo de una escuela artesanal de alfombras, de una hostería, de mataderos, de una boite, de empresas aéreas, de fábrica de todo tipo. ¿Usted lo sabía? La cuenta es larga. Son más de 300. Prácticamente todas son deficitarias y venden productos de mala calidad y caros. Pero los argentinos no se sabe bien por qué deben poner dinero de su propio bolsillo para mantenerlas. Es una suma muy grande que por otra parte, alienta la inflación. ¿Es justo?" (Revista Somos - 23/3/1979).

Del laberinto... ¡del laberinto por arriba!

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Gelman, legado de un poeta incandescente y subversivo JULIETA GROSSO

Selladas por el compromiso ético y estético, las más de treinta obras que integran la producción del poeta y escritor Juan Gelman -que falleció en México a los 83 años- funcionan como una perpetua indagación sobre el dolor y componen un legado visceral sobre los años más cruentos de la historia argentina.

Imposible desandar la escritura de Gelman sin recalar en su vida, atravesada por el dolor incurable del exilio en los años de la última dictadura militar, así como la desaparición de su hija, su hijo y su nuera, ausencias que se tornaron un poco menos lacerantes en el año 2000, cuando se reencontró con Macarena, su nieta nacida en cautiverio en Uruguay en el marco del plan Cóndor.

El vacío y la angustia atraviesan la obra del escritor hasta el último de sus libros publicados, el largo poema "Hoy", una joya lanzada por el sello Seix Barral en julio del año pasado que testimonia los viajes hacia sí mismo y los otros, además de dar cuenta de las mediaciones entre el abandono y el deseo, entre lo que se diluye y lo que se corporiza.

Hijo de emigrantes ucranianos, Gelman cursó estudios en el Colegio Nacional de Buenos Aires. A los quince años ingresó en la Juventud Comunista y en 1948 comenzó sus estudios universitarios de Química, que abandonó para dedicarse a la poesía. Paralelamente ejerció diversos oficios antes de dedicarse al periodismo.

En 1967, el poeta se sumó a las recién formadas Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), de orientación peronista-guevarista, que a partir de 1974 se fusionaría con otras organizaciones guerrilleras peronistas como Montoneros y Descamisados.

Un año antes había comenzado a trabajar como periodista: fue jefe de redacción de la revista Panorama (1969), secretario de redacción y director del suplemento cultural del diario La Opinión (1971-1973), secretario de redacción de la revista Crisis (1973-1974) y jefe de redacción del diario Noticias (1974).

En 1997 Gelman ganó el Premio Nacional de Poesía en Argentina; el premio Juan Rulfo en el año 2000; en 2004 el Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde; en 2005 los premios Iberoamericano Pablo Neruda y Reina Sofía de Poesía; y en 2007 ganó el Premio Cervantes.

Excepto una breve entrada clandestina a la Argentina en 1976, el escritor permaneció exiliado en el exterior residiendo alternativamente en Roma, Madrid, Managua, París, Nueva York y México y trabajando como traductor de la Unesco.

"Estuve exiliado en otros países, sobre todo en Europa y una breve estadía en Nicaragua, pero el primer día que pise México, en 1961, quedé absolutamente fascinado; fue como un estallido dulce dentro de mí, y hace 24 años decidí quedarme para siempre aquí, sostenido por mi amor a este gran país y por el amor a una mujer, mi mujer", confesó alguna vez el poeta.

Su primera obra publicada, `Violín y otras cuestiones` (1956), fue prologada por el poeta Raúl González Tuñón y recibió muy pronto el elogio de la crítica. Los siguientes libros fueron "El juego en que andamos" (1959), "Velorio del solo" (1961), "Gotán" (1962), "Cólera Buey" (1965) -reeditada y engrosada en 1971- y "Los poemas de Sidney West" (1969).

"La poesía puede hablar de todo, de política, de la última hoja caída el otoño, del niño que le pegó la madre, de una piedra encontrada en la calle, y hasta de amor, una cosa que no es tan simple", fijó posición alguna vez para justificar la imposibilidad de delimitar un territorio acaso tan inasible como su escritura.

Desde el comienzo, sus poemas se destacaron por sus subversiones estilísticas y sus planteos atrevidos, en sintonía con una irreverencia vital que le valió la cárcel en por lo menos dos ocasiones y luego el exilio.

Con su métrica también audaz, los poemas de Gelman interpelan la realidad a través de una lengua hecha de intermitencias, veladuras, oscuridades y pliegues: su lírica no elude la parodia y la carga anecdótica, así como las metáforas disparadas por el relampagueo de las imágenes.

"El día que condenaron a perpetua a uno y a 20 y 25 años a otros por el asesinato de mi hijo Marcelo y otros hijos, miraba por Youtube a un grupo de jóvenes saltando de alegría por la sentencia. Y yo no sentía nada, ni alegría, ni satisfacción, ni odio aplacado, ni sentimientos de venganza cumplida", contó a Télam durante una entrevista concedida a propósito de la publicación de "Hoy".

En 1980 volvió a publicar un libro después de siete años, con el título de "Hechos y relaciones", al que le seguirán "Citas y comentarios" (1982), "Hacia el Sur" (1982), "Bajo la lluvia ajena (notas al pie de una derrota)" (1983), "La junta luz" (1985), "Interrupciones II" (1986), "Com/posiciones" (1986), "Eso" (1986), "Anunciaciones" (1988) y "Carta a mi madre" (1989).

En octubre de 1989 fue indultado por el entonces presidente Carlos Menem, junto a otros 64 ex integrantes de organizaciones guerrilleras, pero impugnó la medida y protestó públicamente contra ella a través de una nota publicada en el diario Página/12.

En enero de 1990 el Equipo Argentino de Antropología Forense identificó los restos de su hijo Marcelo, encontrados en un río de San Fernando en el Gran Buenos Aires, dentro de un tambor de grasa lleno de cemento y las investigaciones determinaron que había sido asesinado de un tiro en la nuca.

Más tarde descubrió que su hija había sido trasladada a Uruguay a través del Plan Cóndor que vinculaba a las dictaduras sudamericanas con Estados Unidos, y que había sido mantenida con vida al menos hasta dar a luz a una niña en el Hospital Militar de Montevideo.

En 2000, durante la presidencia de Jorge Batlle, la nieta de Gelman, de nombre Andrea (Andreíta la menciona el poeta en varios poemas) fue encontrada y él pudo reunirse con ella, quien decidió tomar los apellidos de sus padres biológicos para llamarse María Macarena Gelman García.

En las dos últimas décadas Gelman publicó "Salarios del impío" (1993), "La abierta oscuridad"(1993), "Dibaxu" (1994), "Incompletamente" (1997), "Ni el flaco perdón de Dios/Hijos de desaparecidos", coautor con su esposa Mara La Madrid (1997), "Prosa de prensa" (1997) y "Prosa de prensa" (1999), "Tantear la noche" (2000), "Valer la pena" (2001), "País que fue será" (2004), "Oficio ardiente" (2005), "Miradas" (2006) y "Mundar" (2007), entre otros.

Télam

  

HASTA AQUI EL HOMBRE

Por Juan Forn

Conoció la poesía a los cinco años, oyendo a su hermano mayor recitar a Pushkin en ruso. A los nueve se enamoró de una vecinita de Villa Crespo, pero ella no entendía ruso, y no le impresionaba nada oírlo recitar, así que él copió unos versos de Almafuerte y se los mandó. Cuando vio que la cosa no daba resultado, empezó a escribir él los envíos. La vecinita nunca se enteró de lo que había originado. El resto del mundo, sí. Juan Gelman escribió alguna vez: “Un hombre entra a su casa y el olor / de sus hijos le golpea la cara”. Juan Gelman escribió alguna vez: “Es horrible saber que moriré mañana / o que no moriré”. Sabiendo lo que sabemos de él hoy, esos versos retumban doblemente en nuestra cabeza, porque alguna vez los subrayamos sin saber lo que sabemos hoy.

Gelman aceptaba a su manera la definición rilkeana del oficio de poeta (el acercamiento a lo inefable): él decía que era “ese acontecimiento que emerge a través de una trama de palabras para arrancar algo de la nada”, y en su larga trayectoria combinó las más diversas formas de lo poético, desde lo puramente lírico a lo ásperamente narrativo, desde la métrica impecable hasta el quiebre por dentro de esa métrica, desde lo místico a lo político, explorando los alcances del verso “conversado”, la textura a contrapelo de las palabras “bellas”. Así fue construyendo una obra de enorme coherencia interna en los sucesivos pasos de su itinerario.

Alguna vez le preguntaron a Roberto Matta, el pintor chileno, cómo festejaba su cumpleaños y él dijo: “Invito a los Matta que fui y discutimos toda la noche”. Algo similar ocurre con los Gelman: sumergirse en cada nuevo libro suyo permite escuchar, por debajo de las palabras, una fascinante beligerancia y complementación entre todos esos modos de decir. Para aquellos que descubrieron sus primeros libros en los ’70 siendo adolescentes, como fue mi caso, la aparición de sus libros posteriores, cada dos o tres o cinco años, obligaba a bruscos pasos de maduración como lector, se quisiera o no: su profundización progresiva, sin respiro y sin clemencia, en ese territorio llamado poesía fue siempre ejemplar.

A diferencia de muchos grandes, Gelman nunca se repitió, ni se estableció cómodamente en un registro desde el cual seguir mirando el mundo dócilmente. Sin embargo (o a causa de eso), casi cualquier circunstancia de la vida puede retratarse con una frase suya: he ahí una evidencia inequívoca de la grandeza de su obra. De sus libros, mis preferidos son dos: Los poemas de Sydney West y Carta a mi madre (dos extremos de su obra), pero otro de los méritos de Gelman fue justamente ése: la cantidad de opciones que ofrece al lector a la hora de elegir sus preferidos.

15/01/14 Página|12
 

LAS VOCES DE JUAN

Por Alejandro Archain *

La noticia me trae el recuerdo de aquellas lecturas de los setenta. De las ediciones dirigidas años antes por Carlos Alberto Brocato y José Luis Mangieri (Colección de Poesía La Rosa Blindada) publicada en los sesenta y que yo conocería después. Con tapa, por supuesto, de Carlos Gorriarena. Los libros que vendrían, la posibilidad de saludar y de conocer al poeta por circunstancias diversas, nunca con una relación intensa, pero siempre con admiración y afecto. Las obras posteriores, su vuelta a la Argentina, las lecturas y los libros imprescindibles: Cólera Buey, Velorio del solo. Y los que seguirían Com/posiciones, Carta a mi madre, Valer la pena... Mundar y el último Hoy, que presentó en la Biblioteca Nacional el año pasado. Tuve la fortuna de estar entre el público aquella tarde de agosto, si no me equivoco. El lujo y el goce de escuchar una voz inconfundible y una manera inigualable para decir la propia voz. La del desgarro, la de la pasión, la del guiño y la ironía, la esperanza y la fuerza inclaudicable. Se sentía la vibración de un público que reconocía a “su poeta”, el que había estado en el exilio, con demasiados años para poder volver, el que vibraba en su propia voz acompañada por su propia historia, poética y personal, dramática e intensamente vivida. El que había marcado a las siguientes generaciones de poetas de manera que como un amigo decía “no sé si tiene conciencia de su importancia entre nosotros”. Era Juan Gelman otra vez entre nosotros. Lo vi tan avejentado como apasionado, tan el de siempre como nuevo. Presentaba un libro cuyo título marcaba toda una permanencia y una gran memoria: Hoy.

Salí de la Biblioteca Nacional lleno de voces, las anteriores (hizo un recorrido generoso por sus poemas de siempre) y por las nuevas. Demostrando su indeclinable permanencia. Llegué a casa y le dediqué un pequeño texto, que no hacía más que recoger sus propias palabras y devolvérselas con el afecto y gratitud. Aquello decía:

“juan

Ese poeta se parece a la palabra siempre. Desde su letra salen voces, como memorias donde guardar los rostros. Está instalado en todos los costados, podemos pasar la vida tendidos en su canto. Moverá nuestras bocas y por siempre cantará en los violines, los solos, los muertitos de la patria”.

* Poeta.

LO QUE NO SE ROMPE



 Por Marcelo Figueras *

Querido juan, has muerto finalmente, decía el poema de Gotán en 1962. Pero la muerte ignoró la discreción del que escribía su nombre con minúscula. Y, sin duda seducida por la pinta del varón, visitó a Gelman desde entonces, con asiduidad. Lo primero que hizo –para marcarle la cancha, obvio– fue robarle el adverbio. Se encanutó el finalmente durante medio siglo, mientras a su alrededor todas / todos / todo parecía caer para ya no levantarse. Pero Gelman perseveró. Hay ciertas cosas (por ejemplo, una palabra) que bien valen la espera de toda una vida.

Pocas personas más familiarizadas con la muerte que Gelman. Y sin embargo, cuando llegó la suya –finalmente– pegó como un rayo. En la confusión del que se recuesta contra las cuerdas, la noción a la que me aferro es simple: Gelman como el paradigma de la experiencia argentina del último siglo. Piénsenlo. El origen en la familia inmigrante. La asunción de la naturaleza contradictoria de nuestro país, en su condición bifronte de poeta / periodista. El proceso de acercamiento al peronismo que tantos siguen hallando inexplicable, ¡cuando es tan simple! El dolor interminable de la madre que se le murió cuando estaba exiliado, tan lejos a la fuerza, y de los hijos que le mataron cuando los tenía tan cerca. La búsqueda inclaudicable de justicia. (Hay cosas que valen la pena la espera de una vida.) Y la flor que el agua devuelve después de haberse llevado todo, en la piel de su nieta Macarena. A esa altura la muerte se había rendido: lo había desvalijado y Gelman seguía poemando, con la capacidad de indignarse todavía intacta. (¡Cómo voy a extrañar sus contratapas!) No se puede decir que haya engañado a nadie: aquellos versos del ’62 avisaban ya que su rabia era inmortal.

Este país-Saturno ama quebrar a sus hijos, para después zampárselos. Pero Gelman, que había sufrido lo que no sufrieron nunca los que nos entregaron por treinta dineros, no se rompió nunca. Cuando pienso en él, la palabra que no pierde sabor por mucho que la mastique es dignidad. Linda palabra. Una figurita difícil que hacía parecer fácil, porque la vestía como si se la hubiesen cortado a medida. Y aunque su voz se llenó de cenizas y el rostro se le volvió un mascarón de proa tallado por el infortunio, no perdió la elegancia. Hasta que la muerte entendió que no aceptaría sus términos y, vencida, le regaló su finalmente.

Alguna vez contó que había empezado a escribir poesía, como tantos otros, para enamorar a una chica, y que esta piba lo había dejado pagando (¡como él a la muerte!), pero que en la transacción había conservado la poesía. Me pregunto si, de igual modo, la experiencia argentina que nos tocó vivir no habrá valido la pena. Porque nos quitó tantas cosas, que parece que no mereciésemos ni el flaco perdón de Dios; pero –mirá vos, cómo son las cosas– nos dejó a Gelman, el flaco de la dignidad inmortal. Y eso no es, ni será nunca, poca cosa.

* Escritor y guionista.