domingo, 24 de marzo de 2013

37 AÑOS.

37 años Por Hugo Soriani Rehenes En 1978, Argentina deja de ser sólo el país de Videla. Ahora es el de Videla y Menotti. Se va a jugar el Mundial de Fútbol y el escenario central en Buenos Aires, la monumental cancha de River, está a pocas cuadras del otro escenario central, el de la represión, la monumental Escuela de Mecánica de la Armada. Hay dos escenarios centrales más en Córdoba, que son espejos de ellos. Uno es el estadio mundialista, el Château Carreras, y el otro es el campo de concentración La Perla, reino del general Menéndez, a sólo doce kilómetros de la capital. El día del partido inaugural, Menéndez espera nuevos huéspedes, y para hacerles lugar mata a los que ya no le sirven. En La Perla se tortura todos los días y todas las noches se fusila a los torturados. El sargento Oreste Padován se encargará de hacerles cavar sus fosas a los que van a matar. El sargento es de orejas grandes como sus ambiciones. A más fosas cavadas más posibilidades de ascenso, piensa Padován, mientras reparte palas a los condenados. El 1º de junio, antes de que comience el partido inaugural entre Alemania y Polonia, los “nuevos” llegan a La Perla. Es un grupo de 16 presos políticos “legales” que fueron sacados del Penal de Sierra Chica y que serán fusilados en La Perla si la guerrilla comete algún atentado durante el desarrollo del mundial. Nada debe perturbar el camino al éxito del equipo argentino, y los militares son puntillosos. Durante el tiempo que dura el campeonato, los rehenes son mantenidos sentados en el suelo, con las manos esposadas y los ojos vendados. Pero cuando juega Argentina, sus custodios les cambian las esposas y las aprietan en sus muñecas con las manos hacia adelante, así pueden agitarlas y festejar si la Selección Nacional convierte un gol. “Festejen, hijos de puta, festejen, apátridas”, los azuzan sus guardianes, cuando los presos no muestran la suficiente pasión futbolera. Empanadas El suboficial principal Olguín es el encargado de que la panadería del penal de Magdalena funcione a pleno. A ese penal fueron a parar nombres famosos como Carlos Menem, Lorenzo Miguel, Diego Ibáñez y Rogelio Papagno, entre otros funcionarios del depuesto gobierno de Isabel Perón. También se aloja en otro pabellón, aislado de todos, un grupo de quince miembros de distintas organizaciones armadas. Ellos no cuentan con ninguno de los privilegios que tienen los ex funcionarios, salvo las empanadas que salen del horno de Olguín, y que son el manjar que se reparte todos los viernes al mediodía. Nadie sabe la receta, que es el secreto mejor guardado por el suboficial. Nadie la sabe, nadie. Pero una tarde falta mano de obra y acuden al pabellón guerrillero a buscar ayudantes para que Olguín no falle con las empanadas. Ahora hay quienes se animan a testimoniar. Cuando las empanadas se retiran del horno están muy calientes y hay que apurarse a enfriarlas para que no se arrebaten. Así que, antes de empalar las fuentes, el suboficial principal pone a sus ayudantes a ambos lados de la mesa en la que se apoyarán las empanadas. Los pone con la boca llena de agua, tan llena que tienen que hinchar sus mejillas como si fueran globos para retenerla. “Fuego”, grita Olguín cuando las fuentes entran en las bancadas. Y el pelotón de presos, que en ese momento es una compañía de bomberos, escupe con todas sus fuerzas sobre las más exquisitas empanadas que jamás se hayan probado en Magdalena y alrededores. Kempes Juan discute con un guardia en la cárcel de Magdalena mirándolo a la cara y no a las botas, como está obligado. Es junio y en la Argentina se está jugando el Mundial. Esa noche, una patota de cinco gendarmes lo saca de la celda para molerlo a palos, lo baña con agua helada y lo somete a varios simulacros de fusilamiento. Cuando empieza a amanecer y los pasillos del penal se pueblan con los presos que van a sus puestos de trabajo, lo arrojan en un calabozo de castigo improvisado en un pequeñísimo desván al final de una escalera. Secuestrado dentro de la cárcel, aislado, rodeado de ratas y cucarachas, en cuclillas porque sus dimensiones le impiden pararse, está diez días encerrado en total oscuridad. No come, porque no le dan comida, y no bebe porque no le dan agua. No sale de ese “buzón” ni para ir al baño. Nueve noches de esos diez días los gendarmes le pegan nueve palizas, que lo dejan morado de la cabeza a los pies. Hasta el 25 de junio, cuando se produce el milagro: Argentina le gana tres a uno el partido final a Holanda y es campeón del mundo. Mientras el gordo Muñoz vocifera y celebra el triunfo, le abren la celda y le anuncian que está perdonado. “Agradecele a Kempes –le dicen los gendarmes–, porque si hoy ganaba Holanda vos eras boleta.” Años después, ya libre, el azar se lo trae y Juan le da a Kempes un abrazo mas fuerte que el de Bertoni aquella tarde de junio. El abrazo de su vida. Tenis (Para Jorge Veiga, in memoriam) El Chiche Veiga recorre el pabellón de la cárcel de Devoto dibujando “drives” y “reveses” en el aire. Cuando salga en libertad, dice Chiche, seré profesor de tenis. “Pero, ¿vos sabés jugar?”, le preguntan sus compañeros, y Veiga dice que no, que siempre quiso, pero que no jugó ni un “game” en su vida. “Cuando salga seré profesor”, insiste Chiche, mientras mueve sus manos cerrando bien los golpes por detrás de su hombro. Hace tiempo que Veiga no anda bien y sus compañeros están preocupados. Gabriel y Gustavo, que comparten celda con él, se turnan para dormir porque quieren controlar que Chiche no haga alguna locura, cuando los pasillos de la cárcel están oscuros como sus pensamientos. Por suerte Chiche sobrelleva su dolor y va mejorando. “Como las flores”, responde cada vez que algún compañero le pregunta cómo anda. “Como las flores” quiere decir que está fenómeno. “Ando como las flores”, dice, mientras hay que esquivar su drive, que es poderoso y siempre roza la cara de su interlocutor. Se aproxima el final de la dictadura y los presos políticos van saliendo en libertad. Hasta que una mañana un guardia grita su nombre. “No te olvides la raqueta”, lo cargan sus compañeros. Y Chiche sale en octubre de 1983, cuando se vienen las elecciones que luego ganará Alfonsín. Pasan los años y son pocos los que tienen noticias de él, pero todos lo recuerdan. Sus exactos golpes de tenis imaginarios, su sonrisa y su célebre frase “como las flores”, son recordados en cada reunión de ex presos y las carcajadas lo traen a Chiche desde Canadá, donde se fue a vivir cuando salió. Un día Veiga vuelve y se organiza un locro para recibirlo. Hay más de treinta compañeros que se juntan en el reencuentro, cuando aparece Chiche con una raqueta bajo el brazo. Todos se tiran sobre él para abrazarlo. Chiche dice que “anda como las flores” y que en Canadá consiguió un trabajo que le hace ganar un montón de plata. “¿De que trabajás, Chiche?”, es la pregunta obligada. Y Veiga, con esa sonrisa de siempre que le ilumina la cara, responde orgulloso: “Soy profesor de tenis, compañeros”. Hambre Hay hambre entre los presos políticos de la cárcel de Rawson. Es julio de 1980, y el frío corroe los huesos de quienes llevan años de encierro. El mejor remedio contra la claustrofobia es la cárcel. O te curás o te morís, dicen los presos. No hay frazadas para taparse ni ropa de abrigo para ponerse. Lo único que abunda en Rawson son las sanciones y los golpes, repartidos a toda hora y por cualquier motivo. La comida es muy poca y los militantes presos se encargan de dividirla entre todos. Nunca sobra. Ni un hueso sobra. Esa mañana de julio hay guiso y a Tintina González le toca repartirlo. Todos hacen cola frente a la olla con disciplina partidaria, ya saben que luego de almorzar se sentirán igual de vacíos que antes. Pero esta vez el guiso tiene un poco más de garbanzos que flotan en el caldo, rojo por la grasa, y hasta algún pedacito de carne que se hunde en la olla cuando el cucharón de Tintina se empeña en atraparlo. La fila avanza hasta que el último llena su plato de aluminio y vuelve a su celda. Entonces González remueve con fuerza el cucharón en el caldo, que ya es grasa sólida por el frío, y grita para que sus compañeros de pabellón lo escuchen: “¿Quién quiere repetir carne –grita bien fuerte Tintina–, quién quiere repetir carne?”. No termina la frase porque el Ricky Alvarez casi que se le tira encima: “Yo, yo quiero, yo quiero”, pide, casi ruega, el Ricky. “Entonces abrí la boca y repetí conmigo: ¡CAAR-NEE! –le dice Tintina al Ricky–, ¡CAAR-NEE!” Bauducco Miguel Angel Pérez tuvo hasta hace poco una productora de televisión en Cosquín, pero en marzo de 1976 era cabo del Ejército Argentino. Cabo, palabra “corta y repugnante”, dicen sus camaradas, y Miguel Angel es un tipo sensible. Hay que ascender rápido, piensa Pérez, cansado ya de las bromas de sus superiores. Busca el cabo su oportunidad de hacer méritos, y la encuentra aquella fría mañana del 5 de julio de 1976 en el patio de la penitenciaría de Córdoba, donde está destinado. Son los primeros meses luego del golpe y la muerte llama a la puerta de las celdas donde los presos políticos sufren y resisten. Hay requisa en el pabellón número tres y el destino lo pone a Pérez frente a la oportunidad de su vida. El es parte de la patota de militares que entra a los golpes al lugar y obliga a desnudarse y salir al patio de la prisión a los cuarenta presos políticos allí alojados. Raúl Bauducco, que acaba de ser padre, es uno de ellos. Raúl tiene 28 años y una neumonía que lo debilita, así que espera que todo termine para vestirse y volver a la celda. Pero ésta no es una requisa más. En el patio empiezan los golpes: trompadas, bastonazos, patadas, todos reciben su merecido hasta que llegan a él. El cabo Pérez se entusiasma y ya se ve con nuevas tiras. Las que neutralizarán los chistes. Así que toma envión y con todas sus fuerzas descarga el machete sobre la cabeza de Bauducco, que cae sobre las baldosas del patio. Pérez le ordena que se levante, pero Bauducco casi no lo escucha. Tose sin parar. “Levantate o te mato”, insiste el cabo. Raúl no puede por más que lo intenta. Se arrodilla y vuelve a caer. Entonces Pérez ve el ascenso al alcance de su mano, que sostiene la pistola reglamentaria. Gira la cabeza y pide autorización a su superior, el teniente primero Enrique Pedro Mones Ruiz, quien asiente con un movimiento de cabeza. “Levantate o te mato”, repite. Y lo mata. Lo mata de un tiro en la cabeza delante de cuarenta testigos. “Yo lo sostenía de las axilas y él se volvía a caer y me decía ‘no doy más’”, declaró el cabo Pérez años después, en Córdoba, durante los Juicios de la Verdad. 24/03/13 Página|12 GB

LA NOCHE DE LAS CORBATAS.

Señalización de la playa Luna Roja Por Carlos A. Bozzi Abogado Sobreviviente de la Noche de las Corbatas Auspiciado por las asociaciones políticas, “JP 25 DE Febrero”, “ENAPRO” y “Encuentro Militante “Carlos Miguel”, este 23 de marzo se realizó un acto en homenaje a las victimas de la “Playa Luna Roja”, lugar en cuyas cercanías, por agosto de 1978, fueron asesinadas cinco personas, en el marco de lo que se llamó “Terrorismo de Estado”. El día 3 de agosto de 1978, el Diario “La Capital” de Mar del Plata publicaba en primera página, la información de este terrible suceso. Los datos habían sido brindados por la Subzona Milita Numero XV e indicaban que ”Cuatro Subversivos” habían muertos al manipular un explosivo, lo que provocó la voladura de una casilla ubicada a 100 metros de la bajada de la playa “Luna Roja”. En principio, el suceso fue provocado por las Fuerzas Armadas y la cantidad de asesinados, mayor. Las personas muertas eran cinco, cuatro ”NN” femeninos y un “NN” masculino. Las Actas de Ingreso de Cuerpos al Cementerio Parque de Mar del Plata, prueban este hecho. En cada sepultara, colgaba un cartel con la leyenda: “NN-02-08-78”. El médico forense Petry en su declaración ante la Justicia Federal, también afirma que se trató de un grupo de cinco personas. El día 7 de julio de 2011, el Centro de Información Judicial, Agencia de Noticias del Poder Judicial de la Nación, informó que el Equipo Argentino de Antropología Forense, había identificado uno de los cuerpos. Se trataba de Lilia Mabel Venegas Ballarini de Miguel, médica veterinaria, secuestrada en Mar del Plata el 4 de mayo de 1978, junto Ricardo Alberto Tellez, también veterinario y su esposa Antonia Margarita García Fernández, de nacionalidad española. El esposo de Venegas, Carlos Alberto Miguel, había sido víctima de la “TRIPLE A”, por octubre de 1974, en la ciudad de La Plata. El 24 de marzo de 2012, se logró la identificación del segundo de los cuerpos:era el de Elizabet Irma Kennel Marinelli, trabajadora de la salud, secuestrada el 12 de julio de 1978, cuando viajaba desde Mar del Plata a la ciudad de Tandil. Casada con Daniel Reynaldo Medina, desaparecido en octubre de 1976, se había visto obligada a abandonar Tandil, por cuestiones de seguridad, cuando su esposo es secuestrado. En enero de este año 2013, los medios periodísticos daban cuenta , que el EAFF, había logrado identificar otros dos cuerpos mas. Se trataba del matrimonio Tellez, todos secuestrados y llevados a la Base Naval de Mar del Plata. Pero no todo queda ahí. En la parte superior de la portada del citado diario, en un recuadro especial, se informaba: “Abaten a Subversivos en Esta Ciudad”. Las Fuerzas Militares aprovecharon el hecho de la playa “Luna Roja”,para informar la muerte de otros seis “subversivos”, ocurrida entre el 14 y 15 del mes julio de 1978, en la zona de “Barrancas de los Lobos” y “Playa Verde”.El comunicado estaba firmado por el Teniente Coronel, Virtom Modesto Mendíaz, Jefe de la Plana Mayor de la Agrupación de Artillería de Defensa Aérea 601. Para el mes de agosto del presente año, esta previsto la colocación del monumento definitivo, para recordar a la victimas de este suceso, restando aún la identificación definitiva de un cuerpo de sexo femenino. Marzo 2013 gb

MEGAFON, FRANCISCO Y CRISTINA, POR HERNAN BRIENZA OPINION

Megafón, Francisco y Cristina ¿Pero qué significan esas palabras? ¿Quién fue ese escritor que une hoy, en términos literarios (¿y políticos?) a Francisco y a Cristina? Por Hernán Brienza "Cuando estoy con Francisco le digo que como Megafón lo esperan batallas celestiales. Se ríe: 'Es mi libro preferido, me encanta Marechal.'" "Megafón o la Guerra, obra maestra de Leopoldo Marechal. Nave insignia de una generación." "Un Papa muy lector como todo jesuita. Clásicos universales y clásicos argentinos. Porque además es un jesuita argentino." Tweets de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, el jueves 21 de marzo. El encuentro entre la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y el Papa Francisco –el argentino Jorge Bergoglio– ha sido motivo de ríos de tinta en la mayoría de los diarios nacionales y minutos y minutos de audio y video en los programas de radio y televisión. La mayoría de ellos han opinado sobre supuestas frialdades, sonrisas, nerviosismos entre ambos, sobre si fue una reunión gélida o cálida, si se quieren si no se quieren, si recompusieron si se mintieron. Elementos que no tienen demasiada importancia a primera vista tratándose de dos personas profundamente políticas como son ambos jefes de Estado. Pocos repararon en una conjunción cultural entre ambos: su pasión por el escritor argentino Leopoldo Marechal y su libro Megafón, o la Guerra, que en palabras de Cristina fue y es "nave insignia de una generación". ¿Pero qué significan exactamente esas palabras? ¿Quién fue exactamente ese escritor que une hoy, en términos literarios (¿y políticos?) a Francisco y a Cristina? Marechal, sin dudas, fue uno de los pensadores más paradigmáticos del siglo XX. Porque acompañó a lo largo de 40 años las transformaciones que sufrió el nacionalismo: se inició en el pensamiento católico, cercano al franquismo; se volvió plebeyo con el peronismo; y concluyó abrazando el socialismo hacia finales de la década del '40, en una parábola ideológica que caracterizó a muchos intelectuales del llamado, por aquellos tiempos, "campo nacional y popular". El autor de Adán Buenosayres proviene de un nacionalismo católico original –participa del grupo de intelectuales que en los años treinta forma parte de los Cursos de Cultura Católica– y apoya el golpe de los nacionales comandados por Francisco Franco en España. En la década del '30 era habitual verlo en las tertulias de los españoles que acompañaban a los falangistas en su guerra contra los republicanos. Pero la llegada del peronismo al poder, comenzó a trastocar sus ideas. Acompaña los dos gobiernos del general Juan Domingo Perón con tanta firmeza intelectual que, tras el golpe del '55, Marechal debería autoproclamarse el "Poeta Depuesto". Luego de radicalizar sus posiciones políticas en la Resistencia ingresa, finalmente, con su nacionalismo popular al socialismo tras su viaje a Cuba. Autor de novelas fundamentales de la literatura argentina como Adán Buenosayres, Marechal se denominaba a sí mismo como el Poeta Depuesto, tras el brutal golpe de 1955, en obvia alusión irónica al título que la Revolución Libertadora le había otorgado a Juan Domingo Perón, es decir, el del "Tirano Depuesto". En 1966 escribió en el texto El Poeta Depuesto: "El Justicialismo es esbozado como doctrina revolucionaria desde 1943 a 1945 por un Líder cuyo nombre también fue silenciado por decreto. La revolución justicialista se nos presentaba como una síntesis en acto de las viejas aspiraciones nacionales tantas veces frustradas; y lo hacía enarbolando tres banderas igualmente caras a los argentinos: la soberanía de la Nación, su independencia económica y su justicia social. No es extraño, pues, que el 17 de octubre de 1945 se diera la única revolución verdaderamente popular que registra nuestra historia, y que se diera en una expresión de masas reunidas, no por el sentimentalismo ni por el resentimiento, sino por una conciencia doctrinaria que les dio unidad y fuerza creativa. Y sostengo ahora que la gran obra del justicialismo fue la de convertir una masa numeral en un pueblo esencial o esencializado, hecho asombroso que muchos no entienden aún, y cuya intelección será indispensable a los que deseen explicar el justicialismo en sus ulterioridades inmediatas y las que fatalmente se darán en el futuro argentino, ya sea por la continuación de la doctrina, ya por su muerte simple y llana y su substitución por otra de colores más temibles." "Una revolución auténtica –continúa el autor de El Banquete de Severo Arcángelo– necesita defenderse de sus agresores; y como todo proceso ideológico, necesita los recursos expansivos del adoctrinamiento, capaces de ganar al adversario y al indiferente. Uno y otro aspecto, el de la defensa y el de la propaganda, suelen dar en abusos de color 'tiránico'; y será interesante analizar cómo se desempeñó el justicialismo en ambas asignaturas. Defendiendo su realización en marcha y en el uso de un derecho revolucionario que no se le discute a ninguna revolución auténtica, el justicialismo se limitó a restringir algunas libertades individuales, frente a las tentativas de contrarrevolución que se dieron casi desde su principio, o en menoscabo del derecho de pataleo que recababa una minoría de políticos fuera de uso y de intelectuales que sólo se jugaron al fin en la intimidad segura de sus casas o en autodestierros grises, donde alcanzaron la palma de un martirio incruento que más tarde les daría fáciles rentas. Nuevamente, y contra las prácticas históricas de los paredones de fusilamiento, la revolución justicialista presentó una marca de benignidad que dejó en pie a todos sus enemigos. No procedió así la contrarrevolución de 1955, ya que usó el fusilamiento en su instrumental represivo, la violencia legalizada y por último la muerte civil de una mayoría social entera". Marechal es claro en su compromiso con el peronismo de los años sesenta y se entiende, entonces, qué tipo de acuerdo puede existir entre Cristina y Francisco respecto de la obra del autor de la Cantata Sanmartiniana. Es decir, no se trata de un acuerdo estrictamente literario. Hay allí cosmovisiones similares que, incluso, pueden tener interpretaciones encontradas. Cristina y Francisco debaten, discuten, acuerdan, también en sus nociones de patria, de política, de religión. Pero ¿qué quiso decir Cristina cuando habló de "batallas celestiales"? El último Marechal, en su Megafón, o La Guerra, su libro más político, critica severamente la idea de patria como territorio –"la patria es un suceder", dirá en las primeras páginas del libro–. Al mismo tiempo, el autor del Adán cambia el sujeto político que encarna el "ser nacional". Se trata de un símbolo dinámico y transformador: el hombre urbano, nieto del inmigrante y trastocado, obviamente, por la acción del peronismo. Pero a ese sujeto le reserva una misión (ya corre el final de la década del '70): "las dos batallas". Marechal escribe en el introito de ese libro: "¿Resultaría cuerdo lanzar a Megafón aquí y ahora a sus Dos Batallas, la celeste y la terrestre?... Los argentinos ya no predicamos en el desierto, y más aún que nuestro erial estaba cubriéndose de rosas. La guerra física de Megafón se libraba en el país desde hacía muchos años; pero sus causas internas y externas, las que había develado Megafón, aún se disimulaban en la inconciencia de veinte millones de guerreros, lo cual hacía que la batalla fuese incruenta y no presentase ningún rigor bélico que se hiciese visible... Prevista la necesidad de la Guerra yo necesitaba descubrir si nuestro pueblo merece una guerra... Entrar en una guerra es entrar en la historia... Nuestro pueblo libertó a otros y no esclavizó ni robó a ninguno. Ganó todas las batallas militares, que nunca fueron de conquista y perdió territorios en la mesa de los leguleyos. No cometió ningún genocidio ni oprimió a hombre de otro color en la piel o en el alma. Sus revoluciones fueron incruentas y sin gran importancia sus desequilibrios históricos... Por lo tanto, nuestro pueblo merece una guerra... entendimos que la belicosidad estaba en los dos riñones del país y que la posibilidad logística de una guerra nos tentaba sin remedio... así nació el proyecto de las Dos Batallas." La idea de las "Dos Batallas" remite sin dudas a la teoría medieval de las "Dos Espadas" perfeccionada por Bernardo de Claraval, el monje cisterciense francés que consolidó, en términos doctrinarios, la "supremacía del Poder Espiritual por sobre el Terrenal", presentes ya en San Ambrosio de Milán y San Agustín. Inspirador de la Orden del Temple y de la Segunda Cruzada, se lo reconoce como uno de los principales doctores de la Iglesia Católica. Es Marsilio de Padua, quien vivió en los siglos XIII y XIV, el que reformula esta doctrina y asegura que el Estado deviene de la "soberanía popular" y por lo tanto es superior a la autoridad que deviene de los sacerdotes, separando de esa manera para siempre las "Dos Espadas". Marechal, en cambio, reforma esa teoría y la pone al servicio de la literatura y de la ironía. La novela cuenta con algunas operaciones bélicas como las siguientes: el Asedio al Intendente, donde Megafón expone una doctrina muy particular que deja al desnudo su concepción medievalista en algún sentido (consiste en que la Casa de Gobierno no debería estar entre el Banco Nación y el Ministerio de Economía sino entre la Catedral y el Ministerio de Armas: "sólo el dinero está flanqueando al poder temporal. Debería figurar la autoridad espiritual y la residencia de Marte", dice Megafón); la Operación Aguja, en la que tratan de pasar un camello por el ojo de una aguja, así un rico puede entrar al Reino; el juicio histórico al Gran Oligarca; y por último la Crítica Histórica al general González Cabezón (Pedro Eugenio Aramburu). Un solo agregado a esta última operación: el libro Megafón fue publicado en julio de 1970 post mortem, ya que Marechal murió el 26 de junio. Es decir, el secuestro de Aramburu, realizado por la célula original de Montoneros en mayo de 1970, había sido profetizado al menos un año antes, cuando Marechal escribió la Rapsodia VI. En la segunda rapsodia hay un pasaje muy alumbrador respecto del pensamiento marechaliano. Allí, desglosa la idea del coraje y la divide en militar y civil. El primero se basa "en los armamentos, en los uniformes jerarquizados, en los códigos de subordinación y disciplina". El segundo es un coraje sin polvorines. En la ofensiva o en la defensiva sólo usa la inteligencia o la imaginación o la sensibilidad, porque ha de adaptarse a lo contingente de su batalla con el pecho desnudo... "El coraje militar se ha reducido a una mera costumbre administrativa, porque ya no hay soldados. Ahora sólo tenemos Fuerzas Armadas. El soldado es una estructura humana en la que funcionan a la vez el coraje militar y el coraje civil. Ahí está la madera del príncipe y del caballero andante. Sólo de esa madera se puede tallar al héroe. Por eso ya no existen héroes ni caballeros ni soldados. Habría que resucitar al héroe ¿Dónde? Buscaría en el pueblo la vieja sustancia del héroe. Muchacho, el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria." Megafón es producto del último viraje de Marechal, y que se produce, tras su viaje a Cuba en 1967, invitado por la Casa de las Américas, donde abraza definitivamente la Revolución Cubana en un texto llamado La isla de Fidel, en el que escribe: "Por encima de cualquier Parnaso teórico de ideas, entiendo que Cuba está realizando una revolución nacional y popular típicamente cubana e iberoamericana, que puede servir no de patrón, sino de ejemplo a otras que sin duda se darán en nuestro continente, cada una con su estilo propio y su propia originalidad”. Marechal, finalmente, llega al socialismo por el mismo camino que transitan muchos integrantes de la juventud peronista: desde el nacionalismo católico arriba al nacionalismo de izquierda. Pero ¿por qué este libro, de alguna manera profético, es la nave insignia de una generación? Primera, por su contenido político; segundo, por el carácter utópico que alcanza su novela de tipo "caballeresca" –Megafón es, en algún punto, la encarnación del Quijote–; tercero, porque el libro acompaña metafóricamente el destino de esos miles de muchachas y muchachos que fueron protagonistas en los años setenta. En la última Rapsodia, Megafón en su ataque final de su batalla terrenal es aprehendido, encarcelado, asesinado y su cuerpo descuartizado es dispersado en los cuatro puntos cardinales. Es decir, es imposible encontrar su cuerpo: Megafón es un desaparecido. Un libro nunca es un texto muerto. Tampoco es neutral u objetivo. Un libro siempre es un campo de batalla entre una multiplicidad de interpretaciones. Marechal con su Megafón sirvió de punto de contacto entre un Papa y una presidenta, ambos argentinos. ¿Pero qué habrá leído Francisco y qué Cristina? Esas diferencias, esas rupturas y acuerdos, son el terreno propicio en el que la veleidosa literatura le permite realizar a la política, acaso el reino de la pragmática, sus propias maravillas. 24/03/13 Tiempo Argentino GB

LA IDEOLOGIA DE FRANCISCO, POR EDGARDO MOCCA, OPINION

Pistas ideológicas para pensar a Francisco Por Edgardo Mocca “Conducida por una tendencia que privilegia el lucro y estimula la competencia, la globalización sigue una dinámica de concentración de poder y de riquezas en manos de pocos, no sólo de los recursos físicos y monetarios, sino sobre todo de la información y de los recursos humanos, lo que produce la exclusión de todos aquellos no suficientemente capacitados e informados, aumentando las desigualdades que marcan tristemente nuestro continente y que mantienen en la pobreza a una multitud de personas.” Esta frase no forma parte de ningún documento populista, redactado por personajes siniestros siempre obsesionados por sembrar conflictos y enfrentamientos internos en las sociedades en las que viven y, lo que es mucho peor, en las que a veces gobiernan. Pertenece al documento conclusivo de la Quinta Conferencia General del Episcopado Latinomericano y del Caribe, realizada en la ciudad brasileña de Aparecida, en mayo de 2007. Al tomar el texto de ese documento –una parte de ese texto, elegida de modo deliberadamente provocador– como punto de partida de un comentario sobre los significados políticos de la asunción del cardenal Jorge Bergoglio como nuevo papa puedo imaginarme a algún lector de inclinaciones críticas encogiéndose de hombros y pensando: “¿Y eso qué tiene que ver con la práctica real de la Iglesia Católica?”. Curiosamente, entre personas que hacen del tráfico de palabras su modo de vida, suele anclar una poderosa sospecha sobre el valor de las palabras. Falsa conciencia, manipulación, simulacro, demagogia, se ofrecen, entre muchos otros, como principios explicativos del distanciamiento de la acción humana de sus reales o imaginarios propósitos. Desde ese punto de vista, volviendo a nuestro tema, no vale demasiado la pena leer atenta e interesadamente el documento de Aparecida para acercarnos a la comprensión de este verdadero tsunami vaticano que desemboca en la elección del primer papa no europeo de la historia, latinoamericano y argentino por añadidura. Lo que nos garantizaría una correcta intelección de este fenómeno sería la observación estricta de la “Iglesia realmente existente”, la que suele identificarse, de modo reduccionista, con la conducta política de eventuales cúpulas eclesiásticas. Esta reflexión se sitúa en un punto de vista distinto: considera que en la vida colectiva las palabras se autonomizan relativamente del propósito de uso individual de quien las pronuncia. Crean expectativas, construyen campos de alianzas y adversarios, sustentan identidades, disputan sentido. La misma infertilidad tiene la interpretación de los primeros movimientos de Francisco como simple demagogia, que la que describe el así llamado “relato kirchnerista” como el desenvolvimiento de un simulacro nacional-populista dirigido a manipular a las masas. Con frecuencia la palabra demagogia termina aniquilando la sustancia misma de la palabra política, que no puede ser sino un arma de persuasión y movilización, tanto como una apelación a los resortes comunes de la emotividad. De manera que el documento de Aparecida tiene mucha importancia en estos días. Allí se habla de un “cambio de época” en la región, en significativa sincronía con el modo en que el presidente de Ecuador, Rafael Correa, define la realidad sudamericana. Claro que el uso episcopal difiere del uso político. Todo el documento está atravesado por la tensión entre el extraordinario salto del desarrollo de la ciencia y la técnica –particularmente las de la manipulación genética y la comunicación social– y lo que llama una “crisis de sentido” de la civilización humana. Ciertamente, según los obispos, la llave de la recuperación de un sentido universal, aun en el reino de la diversidad y la pluralidad, está en manos de la religión y, claro está, de su religión. Tampoco puede ignorarse que la reflexión sitúa al desarrollo de las cuestiones de libertad de género y de elección sexual en uno de los principales tópicos ejemplificadores de la profundidad de la crisis de sentido. Tampoco pueden ignorarse las referencias descalificadoras como “neopopulismos” y “regresiones autoritarias en democracia” a los nuevos gobiernos posneoliberales de nuestra región. Sin embargo, el texto está penetrado de una mirada agudamente crítica del proceso de globalización y de sus consecuencias sociales y culturales. Haría bien cierto liberal-progresismo, que hoy celebra la asunción de Francisco pretendiendo reducir su significado a “la importancia del diálogo en la actual realidad argentina”, en acercarse a esta visión crítica del mundo global. Después de la renuncia de Ratzinger, rodeada por un denso clima de matufias financieras y escándalos sexuales, cabría preguntarse si la crisis de sentido de la que habla el documento no incluye a la Iglesia Católica, a partir de sus propias jerarquías. Es un momento interesante para pensar si el evidente debilitamiento del catolicismo en muchos de los países de la región –visiblemente en el nuestro– no tiene sus raíces en un proceso en el que el nexo pragmático con el poder debilitó los vínculos de la institución con los sectores más vulnerables de nuestra sociedad y con el pensamiento crítico que pretendía expresar políticamente a esos sectores. Inevitablemente, la fecha de hoy, 24 de marzo, asalta nuestra memoria. Nos lleva a evocar el martirio de tantos fieles, de tantos sacerdotes y laicos asesinados por el terrorismo de Estado así como la vergonzosa complicidad de buena parte de la cúpula eclesial de aquella época con el régimen dictatorial. El nuevo papa asume sus funciones en una época de profundas turbulencias y transformaciones regionales y mundiales. Los creyentes católicos no viven hoy en el “mundo feliz” del neoliberalismo que no tardaría, según sus ideólogos, en derramar prosperidad y felicidad hacia todos los confines del planeta. Buena parte de su feligresía forma parte hoy de nuevos movimientos sociales que no solamente ejercen y educan en la solidaridad sino que también son formadores de una nueva ciudadanía, original y conflictiva, orientada hacia nuevos modelos de convivencia social. El Papa está en un mundo en el que se desarrollan procesos de transformación social, con el cristianismo como emblema y sustento ideológico. Y ese proceso ocurre en el “distrito” de donde viene el Papa, de ese “fin del mundo” que él mismo mentó el día de su elección; ocurre en América del Sur. El mundo en el que actúa Francisco está atravesado por la crisis del paradigma capitalista bajo el que se desarrolló durante las últimas cuatro décadas. Hay nuevas masas de desempleados y excluidos; y no vienen, solamente ni en lo fundamental, de las zonas tradicionales del atraso y la dependencia, sino de muchos de los países europeos que, hasta ayer nomás, se presentaban como el horizonte para nuestros pueblos. Francisco tiene que gobernar la Iglesia Católica en este mundo. No se trata de un gobierno estatal, “terreno”, más allá de las fronteras del Estado vaticano. Se trata de un liderazgo espiritual, del poder de un mensaje cuyo léxico no es el de la decisión política sino el de la apelación a una fe. Sin fe no hay iglesia, aunque pueda haber y hay masivamente una fe que no forma parte del catolicismo y, en muchos casos, de ninguna otra institución eclesial. Durante dos mil años, la Iglesia Católica tejió una complejísima trama con los hilos de la creencia popular y los de una relación progresiva y pragmática con los poderes mundanos. Todo indica que esa trama atraviesa momentos críticos. Se entiende muy claramente por qué el signo de toda la gestualidad desplegada por Francisco desde su elección está dirigido a la humildad y al acercamiento con los pobres. No es arbitraria la conexión de esa presentación pública del nuevo papa con el siguiente texto del documento al que nos estamos refiriendo: “La afirmación de los derechos individuales y subjetivos, sin un esfuerzo semejante para garantizar los derechos sociales, culturales y solidarios, resulta en perjuicio de la dignidad de todos, especialmente de quienes son más pobres y vulnerables”. Hay, sin embargo, quienes celebran la asunción del nuevo papa, sin dejar de despotricar contra la Asignación Universal por Hijo ni de considerar que la libertad de comprar y vender dólares y de viajar todos los años a Punta del Este constituyen pilares espirituales del Estado de derecho en la Argentina. Por momentos da la impresión que tan poderoso brote de espiritualidad cristiana entre sectores muy acomodados de nuestra sociedad tiene menos que ver con los cambios que insinúa Francisco que con la expectativa de que el Papa se dedique a cambiar el signo predominante de la política argentina y regional. Está claro que la agenda de Francisco –que es también el primer papa, en más de quinientos años, que asume después de la renuncia de su antecesor– estará atravesada por la tarea de reubicar a la Iglesia en el mundo actual, condición básica para invertir la tendencia declinante de su influencia social. Habrá que ver qué parte del patrimonio de la experiencia de Jorge Bergoglio le resulta útil para intentar esa tarea y qué parte demanda ser superada para enfrentar el nuevo desafío. “Espero que los fundamentalistas no impidan las necesarias reformas de la Iglesia” Ivone Gebara. Es una voz discordante en la Iglesia Católica, sobre todo por su postura a favor de la despenalización del aborto. Por eso ya fue sancionada por el Vaticano. Ahora reflexiona sobre la llegada de Bergoglio al papado, lo analiza en el contexto latinoamericano, y plantea dudas y esperanzas. Por Mariana Carbajal Imagen: Pablo Piovano “Hay un largo camino que recorrer para que la diversidad pueda de hecho tener ciudadanía en las estructuras de la Iglesia Católica Romana”, dice Ivone Gebara. Es monja, brasileña y feminista. Por sus posiciones, particularmente a favor de la despenalización del aborto, ha recibido severos castigos del Vaticano. A diferencia de otras voces disidentes dentro de la Iglesia católica, que se entusiasman por estas horas con la elección de un papa latinoamericano, ella prefiere ser más cauta. “Necesitamos más tiempo para juzgar posiciones y acciones del nuevo pontificado”, dice, en una entrevista con Página/12, desde Camaragibe, en la periferia de Recife, donde reside. Durante décadas ha vivido en el nordeste de Brasil una vida de “inclusión” en barrios populares. “Se pueden hacer especulaciones pero, en general, son opiniones muy subjetivas y tienen que ver más con algunos de nuestros deseos que con las condiciones reales de posibilidad de cambios en una estructura tan compleja como la del Vaticano. Hay pequeñas señales que pueden ser interpretadas como esfuerzos simbólicos para devolver credibilidad a la Iglesia como la elección del nombre Francisco, la opción por los pobres, el quiebre de algunos protocolos. Pero todavía es temprano para tener un juicio en relación con las nuevas políticas y teologías del papa”, advierte Gebara. Y propone que Francisco y quienes lo rodeen para gobernar la Iglesia católica en todo el mundo “escuchen, sientan, vean, duden de sus interpretaciones, y pregunten a la gente sobre lo que viven y que quieren de la institución”. Gebara es una monja distinta. No usa hábito y predica la teología feminista, que entrecruza con una perspectiva filosófica humanista. Es muy placentero escucharla. Por su tono de voz, pero principalmente por sus ideas, que suenan a revolución dentro de una institución históricamente machista, conservadora y misógina. Doctora en Filosofía por la Universidad Católica de San Pablo y en Ciencias Religiosas por la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica, pertenece a la Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora Cônegas de San Agustín. –¿Cómo interpreta la elección de un papa latinoamericano? –Pienso que la elección de un nuevo papa, sobre todo en el contexto del mundo actual, no es un acto sin previo pensamiento del cónclave. Con eso quiero decir que el papa Benedicto XVI antes de renunciar, así como sus compañeros de trabajo, los más cercanos, ya tenían dibujada la sucesión. Es mi sospecha. Esto quiere decir que hubo más o menos una línea sucesoria definida que empezó desde la elección de los actuales cardenales por Juan Pablo II y Benedicto XVI. Al dejar el pontificado, Ratzinger, creo yo, tenía un deseo sucesorio. Un hombre inteligente como él no deja las cosas totalmente sueltas cuando dejó su ministerio papal. Es en ese sentido que entra la elección de un papa latinoamericano. En los últimos 20 años, los gobiernos de América latina toman una dirección política popular, es decir, se abren para proyectos políticos que favorecen a las poblaciones marginadas con todas las contradicciones que ese camino puede llevar. Y favorecen también a las mujeres y las personas LGBT, así como a otros grupos activistas en derechos humanos. En ese camino, también se dibujan en el horizonte muchos movimientos sociales que contestan la autoridad de la Iglesia. Pienso especialmente en los movimientos feministas que se liberan de la tutela masculina incluso en la Iglesia. La Iglesia católica institucional ha sido uno de los bastiones de resistencia en contra de la emancipación de las mujeres, una emancipación que significó apropiarse de su cuerpo, de su sexualidad, de sus elecciones personales, de una vida profesional más allá del mundo doméstico. Mucha cosa nueva se está haciendo sin el consentimiento explícito de la Iglesia jerárquica masculina. Basta darnos cuenta también de la disminución del número de fieles católicos. Un papa latinoamericano podría reequilibrar este juego de fuerzas, sobre todo, si viene con un discurso y una práctica desde los pobres y es una figura simpática capaz de tocar nuestras entrañas y dar una cierta seguridad a los fieles. Una figura con más cercanía humana, consciente del pluralismo cultural que se vive, del nuevo momento en política y economía en las Américas. Creo que algo de esto se pensó en el proceso de elección. A partir de ahí se puede hablar de geopolítica. –En un artículo que publicó en estos días sobre la elección del papa se refiere a la geopolítica del secreto. ¿Podría explicar el concepto? –Hablo de geopolítica del secreto para subrayar el elemento “secreto” no solamente en la manera de elegir el papa, sino también las muchas formas de actuación de la Curia romana. La geopolítica del secreto significa que la ideología religiosa se presenta como involucrada con elementos atribuidos a la voluntad divina; presenta maneras de actuar en forma secreta aunque sea al nivel simbólico. Esta voluntad parece ser más conocida por algunos varones. Sólo varones votan porque Dios es varón. Sólo ancianos votan porque se cree que tienen más sabiduría. No hay discusión pública. No se presentan como los gobiernos que conocemos pero son envueltos en una especie de aura sagrada. Se presentan como si fueran un gobierno con un componente decisorio divino donde las mujeres y el simple pueblo no son aceptados. Tienen un ceremonial particular: se queman los votos de papel, se comunican con los fieles a través del humo negro o del humo blanco. Hay todo un clima que se produce para indicar que lo que hacen de diferente puede hasta ser interpretado por los fieles como algo superior que viene de una esfera celeste y que en realidad no corresponde a costumbres introducidas en diferentes épocas. Algunas de estas costumbres son copias de comportamientos de reyes o emperadores del pasado. Tener el secreto como elemento político de elección es su manera de posicionarse en el concierto de naciones. Por eso se habla de geopolítica del secreto. Los medios de comunicación han tenido un rol importante para acompañar y revelar los orígenes de estas costumbres llenas de secreto. –Desde los medios de comunicación dominantes se destaca como un gran valor la sencillez del papa Francisco... –De hecho la sencillez con que el papa Francisco se presentó toca los corazones. Pero pienso que es muy poco tiempo de pontificado para sacar conclusiones. Es de hecho simpático, tiene calor humano, sencillez, calidez, pero hay que ver qué va a pasar dentro de algunos meses. No sé puede decir que éstos son cambios en la Iglesia. Son características personales del nuevo papa, son su estilo personal de vivir y que espero podrán servir o contribuir para introducir los cambios necesarios en las estructuras de la Iglesia. –¿Por qué resulta tan difícil que la Iglesia católica acompañe los cambios en la sociedad y se muestra como una institución tan alejada de la vida de la gente común que se divorcia, usa preservativos, tiene relaciones sexuales antes del matrimonio, puede ser homosexual o enfrentar un aborto? –La visión que se desarrolló en la Iglesia católica, fruto de antiguas filosofías que se incrustaron en el cristianismo, es que existe un orden de comportamientos humanos predado y estos comportamientos corresponden a lo más correcto. Esto significa que desde las Escrituras se deducen comportamientos considerados según la voluntad de Dios o según el deseo de Jesucristo. En esta perspectiva se establecen comportamientos de justicia social o de ética sexual desde un orden que se llamó de voluntad de Dios. Homosexuales, divorciados, mujeres que hacen aborto y otros comportamientos en esta línea son considerados como desorden en el orden querido por Dios. En la misma línea, abrir espacio para las mujeres adentro de la jerarquía católica significa introducir un desorden de representatividad. Dios masculino, Jesús masculino, no pueden ser representados desde un cuerpo femenino débil y tentador. Al mismo tiempo que hablan de tener misericordia con los pecadores y marginados desarrollan un sistema legal que impide la misericordia a través de hechos. ¡La paradoja es flagrante! Por supuesto ésta es una forma de pensar que no resiste a una racionalidad moderna ni a las búsquedas de muchos grupos, sobre todo de mujeres en vista de la afirmación de su dignidad. Hay un largo camino que recorrer para que la diversidad pueda de hecho tener ciudadanía en las estructuras de la Iglesia Católica Romana. Hay mucho camino a andar y un camino que tiene que tener la colaboración de muchas y muchos. –¿Y qué espera usted de Francisco? –A partir de ese contexto no sé decir lo que espero de Francisco solo, o sea como papa, pero sí puedo decir lo que espero de él con su equipo ampliado en los diferentes rincones del mundo. Espero que escuchen, sientan, vean, duden de sus interpretaciones, pregunten a la gente sobre lo que viven y qué quieren de la institución. Pienso que tenemos una diversidad de deseos y que una institución como la Iglesia Católica Romana tiene posibilidades de abrirse no solamente para la diversidad de culturas, de orientaciones sexuales, de género, sino también a la diversidad de expresiones de la misma fe cristiana. Me atrevo a decir que algunas cosas me parecen importantes: la posibilidad de que algunos grupos expresen su fe desde otras referencias filosóficas, desde otro lenguaje, desde la diversidad de experiencias particularmente de las mujeres. Que el criterio no sea la formulación teórica desde un lenguaje preestablecido, sino el cuidado, la relación de amor y justicia entre las personas. Mucha gente sigue abrazando los valores cristianos pero ya no puede expresarlos con el lenguaje de los dogmas o con el lenguaje mágico de las liturgias actuales. Estas cosas les agreden la razón y el corazón. Poder expresar el amor, la justicia, la misericordia en concreto en la historia no significa tener que reducir estas vivencias a los lenguajes bendecidos por la jerarquía católica. Volver al lenguaje cotidiano, expresarse desde lo vivido, encontrar en el ordinario de la vida el extraordinario de la vida misma. Salir de un lenguaje masculino de misterios metafísicos y encontrarse con lo sencillo, con lo inesperado que nos llena de belleza y misterio. Este tipo de lenguaje produce un poder diferente del jerárquico. Es un poder que todas las personas pueden vivir. Lo que espero no es que se imponga esta forma como la verdadera, pero que se permita su inclusión como una manera más de expresar el amor que sostiene nuestras vidas. En este contexto espero que los muchos grupos fundamentalistas católicos presentes en el mundo y en el Vaticano no impidan las necesarias reformas de la Iglesia. Que el bien común prevalezca. Que el Papa no sucumba ante ellos y sus intereses, pero que sea firme, y que nosotros podamos ayudarlo en esta firmeza de fe. Por sus frutos lo conoceréis Por Washington Uranga Transcurrieron los primeros días del papa Francisco. Se produjo la asunción formal del nuevo pontífice de la Iglesia Católica Romana y se acabaron los festejos y los saludos formales. Los gestos, con los cuales Bergoglio cautivó a gran parte de las audiencias del mundo, ya no serán suficientes, porque se inició la difícil etapa de los hechos. Francisco tendrá que transformar en determinaciones, en decisiones, en resoluciones, aquello que hasta ahora ha formulado, con palabras y con gestos, casi como un programa de gobierno. Claramente su primer mensaje consistió en la elección del nombre. Como sucede con todo en Bergoglio-papa, surgieron las dudas acerca de cuál de los Franciscos de la historia de la Iglesia había inspirado su decisión. Esto ocurre porque la trayectoria de Bergoglio, sus antecedentes dentro y fuera de la Iglesia, siguen moviendo a la duda –cuando no a la incredulidad– respecto de la confianza que pueden despertar algunas de sus manifestaciones más recientes ya como papa. El propio Bergoglio sostuvo que eligió su nombre siguiendo al santo de Asís y pensando en el cuidado que el inspirador de los franciscanos tenía respecto de la creación –una mirada que hoy puede traducirse como ecologista– y su compromiso con los pobres. Cabe preguntarse dónde están los antecedentes de Bergoglio-sacerdote-obispo en defensa del medio ambiente y de la ecología. No se le conocen intervenciones destacadas en esta materia. La defensa de los pobres, en cambio, siempre ha estado presente en el magisterio de Bergoglio. No es nueva su postura en ese sentido, aunque muchos discrepen de la perspectiva con la que el ahora Papa se aproxima al tema. Francisco hoy, como Bergoglio antes, demanda atención de toda la sociedad y, en ese sentido, exige justicia para los pobres, los desvalidos, los necesitados, los enfermos. En general, para los que considera débiles. Y desde su lugar sacerdotal reclama a todos los que tienen posibilidades y responsabilidades –tanto los dirigentes políticos y sociales como los que tienen poder económico– que pongan en práctica la caridad cristiana, que atiendan a los desvalidos. La aproximación de Bergoglio al tema de la pobreza no está emparentada con una prédica de cambios estructurales en la sociedad, sino más bien con un reclamo de atención y paliativo para aquellas situaciones que requieren justicia. Es el mismo camino que recorrió Bergoglio muchas veces en la Argentina cuando, en homilías o en documentos, señaló y denunció las situaciones de pobreza que persisten en el país, generando en ocasiones la molestia de dirigentes y gobernantes. Aunque no fuese así, Bergoglio siempre sostuvo entonces que sus observaciones no se dirigieron a nadie en particular, sino a señalar en términos generales una situación social que debe ser corregida. Antes y ahora Bergoglio ha sabido cómo articular sus discursos para que tengan efecto político y, desde la presunta neutralidad, propinar las estocadas con las que quiso molestar a unos y a otros. Nadie podrá decir que fueron inocentes varias de las homilías de los tedéum que lo terminaron alejando de Néstor y Cristina Kirchner. Una de las preguntas es cómo puede traducirse esa mirada ahora ya en la condición de papa. Una posibilidad no improbable es que el Vaticano, a su impulso, tenga una presencia más activa y protagónica en los foros y organismos internacionales a favor de mayor justicia en el mundo. Sabido es que la Iglesia y la Santa Sede en particular no constituye una potencia, pero al mismo tiempo se puede decir que por el prestigio y por la representación al menos formal de 1200 millones de católicos en el mundo, tiene peso moral suficiente para inclinar con su prédica la opinión de al menos un conjunto de naciones. Habrá que verlo. La discusión sobre el pasado de Bergoglio transcurrió por carriles similares a los que se conocieron respecto de Karol Wojtyla cuando fue designado como Juan Pablo II y con Josef Ratzinger como Benedicto XVI. La diferencia, en nuestro caso, es que los debates en Polonia y en Alemania nos resultaron entonces tan lejanos como lo son ahora para los europeos las cuestiones sobre el pasado de Bergoglio que ahora se discuten en nuestro país. Sobre la base de los distintos testimonios va quedando claro que si bien Bergoglio no tuvo la conducta de los luchadores por la defensa de los derechos humanos –que también los hubo entre sacerdotes y obispos–, tampoco se le puede atribuir la condición de cómplice de la dictadura militar. Los lineamientos de la Iglesia hacia afuera van quedando aparentemente claros. A los gestos y a los discursos Bergoglio ahora tendrá que sumar algunas manifestaciones concretas, determinaciones y acciones que ratifiquen sus insinuaciones respecto de retomar la prédica social cristiana del Concilio Vaticano II. Tampoco podrá hacer mucho más en este terreno. Sin embargo las urgencias del nuevo papa pasan por otro lado y tienen que ver con solucionar los graves problemas internos de la institución que, como se ha dicho hasta el cansancio, pasan por las luchas de poder, la corrupción y los desaguisados que existen, en términos generales, en una estructura que además de caduca ya es claramente anacrónica, desfasada del tiempo histórico y hasta contradictoria para cumplir la misión que la Iglesia reconoce como propia. En los días que lleva como pontífice, Francisco no ha dejado de repetir la palabra “servicio” tanto para referirse a su tarea como papa como a la labor de los obispos y, por extensión, a toda la Iglesia. Para traducir en hechos esta perspectiva el Papa tendrá que librar una durísima batalla contra estructuras y hombres de su propia Iglesia. Condiciones personales tiene Bergoglio para ello. Visión, inteligencia, astucia y capacidad de decisión también. Los días y los hechos irán mostrando si todo eso alcanza para vencer las resistencias y las artimañas de quienes hasta hoy están instalados y fuertemente aferrados a las corruptas estructuras vaticanas. No pocos señalan que Francisco tendrá que actuar muy rápidamente en este terreno, amparado en el blindaje que ofrece el impulso inicial de la gestión y el prestigio intacto. Quienes conocen cercanamente a Bergoglio aseguran que las determinaciones no se harán esperar. Habrá novedades en breve, que se traducirán en nombramientos, en designaciones. Está abierta la expectativa acerca de la posibilidad de convocar a un nuevo concilio. Hasta el momento, el Papa no ha dado el mínimo indicio en ese sentido, aunque algunos de sus gestos permitirían presuponer que es una posibilidad no lejana sobre todo viendo la agenda de temas doctrinales y pastorales que tiene que afrontar la Iglesia Católica. Un concilio, gran asamblea de los obispos de todo el mundo, estaría indicando que Bergoglio se toma en serio tanto la idea del Episcopado como servicio como la insistencia en su condición de “obispo de Roma” (antes que Papa) y de “primero entre iguales”. Como en casi todo, habrá que aguardar los hechos. Con la Argentina y con la política argentina no habría que esperar mayores sobresaltos. La nueva etapa de los gestos y los símbolos que se inauguró con los encuentros entre la Presidenta y el Papa seguirán por el camino iniciado. No es previsible que Bergoglio interfiera de manera directa en las cuestiones políticas del país. Si lo hizo en otro momento como cardenal de Buenos Aires, eludirá ahora cualquier situación que pueda señalarse como intromisión del Papa en la vida política del país. Su influencia será clara, en cambio, a través del perfil de obispos que designe para ocupar las plazas episcopales en Argentina, comenzando por el nombramiento de su sucesor en Buenos Aires. En cambio vale esperar más bien un largo desfile de políticos que, partiendo de la Argentina, peregrinen hacia el Vaticano en busca de una palabra, de una foto, de un gesto que, así sea de forma tangencial, aporte para su redil algo de la popularidad del papa argentino. El tiempo dirá de qué manera Bergoglio maneja estas situaciones que se van a volver habituales. Como decíamos al comienzo. Los gestos han sido importantes. Pero no son suficientes. Con los gestos, Bergoglio-papa se colocó muy por encima de las expectativas que podría haber generado la trayectoria de Bergoglio-obispo. Es necesario aguardar porque, como dice la cita bíblica, también en este caso “por sus frutos lo conoceréis”. 24/03/13 Página|12

BERGOGLIO Y ANGELELLI.

“Bergoglio le dio una mano muy grande a Angelelli” Entrevista. Delfor Pocho Brizuela Revisión. “La canonización de murias puede generar un debate en la iglesia por su rol en la dictadura.”/Homenaje. Bergoglio asistió al 30º aniversario del asesinato de Angelelli. Diputado riojano, ex sacerdote. El ex párroco de Chamical recuerda que el flamante Papa les dio protección a tres seminaristas riojanos que eran perseguidos por grupos paramilitares. Admite que Bergoglio nunca compartió la visión pastoral del ex obispo riojano pero que estuvo lejos del colaboracionismo de otros jerarcas de la Iglesia con las Juntas Militares. Delfor Pocho Brizuela es diputado provincial del Frente para la Victoria en La Rioja. Su nombre tomó trascendencia mediática en 2006. En medio de la misa que oficiaba en la parroquia de El Chemical anunció que dejaba los hábitos por el amor de una mujer. Desde que se ordenó cura en 1986, Brizuela se consideró un pastor de la obra llevada adelante por el obispo riojano Enrique Angelelli, asesinado durante la dictadura mientras investigaba la desaparición de los curas franciscanos Carlos Murías y Gabriel Longueville. Brizuela declaró como testigo en la causa de estos dos religiosos que culminó con la condena a prisión perpetua en cárcel común a los militares Luciano Benjamín Menéndez, Luis Fernando Estrella y el policía Domingo Benito Vera, por parte del Tribunal Oral Federal de La Rioja. Precisamente esta semana el diario italiano La Stampa publicó que el Vaticano podría beatificar a Murías, cuya iniciativa fue impulsada por el entonces cardenal Jorge Bergoglio, en mayo de 2011. Los jesuitas en La Rioja tuvieron siempre un papel muy comprometido con los pobres y desposeídos de la provincia, en la misma línea que pregonaba Angelelli. Brizuela señala si bien no comulgaba ideológicamente con el obispo asesinado siempre respaldó a los sacerdotes de su orden en La Rioja. Incluso, cuenta que unos meses antes del golpe de 1976, a pedido de Angelelli, Bergoglio cobijó a tres seminaristas en el Colegio Máximo de San Miguel que eran perseguidos por las fuerzas represivas. –Teniendo en cuenta el compromiso que tuvieron con los más pobres, los jesuitas riojanos y las persecuciones políticas que sufrieron en consecuencia, ¿contaron con el respaldo de Bergoglio? –Los curas jesuitas comenzaron a tener problemas antes de la dictadura. Entraron en conflicto con los patrones de estancias. Luego del golpe de Estado de 1976, ninguno de ellos estuvo preso, salvo uno que ya había dejado el ministerio. De esa etapa anterior al golpe, sé del caso de tres seminaristas riojanos a los que Bergoglio los acogió en el Colegio Máximo, en San Miguel. Le dio una mano muy grande a Angelelli, a quien se le complicaban las cosas porque ninguno de los otros obispos que disponían de centros para la formación sacerdotal querían recibir a muchachos que fueran de la Rioja, ya que estaba la idea de que era una Iglesia que estaba contaminada por el marxismo y todo ese tipo de estigmatizaciones. Los muchachos no tenían a donde ira estudiar y Angelelli acudió a la Compañía de Jesús y particularmente a Bergoglio. El los recibió y gracias a eso los muchachos pudieron terminar sus estudios en Buenos Aires. –¿Solía ir Bergolio a La Rioja a acompañar la labor pastoral de los curas jesuitas? –Los curas jesuitas que estuvieron acá siempre fueron gente muy comprometida con la línea de trabajo pastoral de monseñor Angelelli y si bien entiendo que Bergoglio no la compartía plenamente, tampoco trató de interceder para modificar esa dirección. Recuerdo que la primera vez que lo vi en La Rioja fue para predicar el retiro de tres jóvenes que se ordenaron y que eran muy cercanos a nosotros. También participó del homenaje que se hizo por los 30 años del asesinato de monseñor Angelelli. Después vino en una visita más privada, en 2008, cuando se cumplieron 30 años de la ordenación de esos tres curitas que él había protegido en Buenos Aires. –Usted llegó a entablar una gran amistad con el padre Orlando Yorio, el sacerdote jesuita que junto a Francisco Jalics fueron secuestrados durante la dictadura. Según el libro de Emilio Mignone, Iglesia y Dictadura, Bergoglio entregó a ambos. ¿Llegó a hablar con Yorio alguna vez de eso? –No, Orlando evitaba hablar del tema. Tenía un dolor muy grande al respecto. Había sido una experiencia muy traumática para él y normalmente evitaba contar detalles. Llegó a pasar unos días en la parroquia que yo tenía en La Rioja para acompañarme a predicar un retiro. Pero en ningún momento hablamos de lo que le sucedió cuando estuvo secuestrado y del papel que jugó Bergoglio. –¿Qué posición tenía Bergoglio de los sacerdotes que como usted estaban enrolados en pastoral vinculada a la Teología de la Liberación? –Desde el punto de vista de su visión teológica e ideológica tenía muchas controversias con quienes entendíamos la vinculación de la pastoral con las luchas sociales. Pero también algunos le reconocían que tenía mucho respeto por las acciones distintas. Nunca fue un abanderado de la Teología de la Liberación. Tenía sus observaciones muy severas y en ese sentido tenía algún tipo de distancia porque yo estaba muy identificado y creía que la novedad en América latina era justamente descubrir que en todo proceso de liberación está presente la fuerza del Evangelio de Cristo y que ahí había que estar. Sin pretender apropiarse los procesos porque éstos pertenecen a los pueblos y no a la Iglesia. Ésta puede acompañar, interpelar y desenmascarar con la acción los mecanismos de opresión en América latina que son contrarios al Evangelio y el Reino de Dios. Creo que Bergoglio nunca estuvo en esa línea pero tampoco fue un ultraconservador. No lo podemos poner a la misma altura que otros obispos argentinos como Aguier, Plaza, Primatesta o Aramburu. Ni en ese grupo ni el de los más comprometidos como Angeleli, Novak, Hesayne. Fue un hombre de capacidad de diálogo con la modernidad, moderado, con posiciones ortodoxas pero con una apertura muy grande a lo popular, a los lugares difíciles como en las zonas en las que viven los aborígenes o las villas de emergencia. Del mismo modo, siempre fue muy precavido de que esa experiencia no se mezcle con la política. Tenía una actitud muy temerosa a que eso pueda llegar a pasar. –¿Cómo definiría el rol que jugó Bergoglio durante la dictadura? –Creo que posiblemente como le sucedió a otros dirigentes sociales y políticos han sufrido mucho miedo y eso lleva a la inmovilidad e incluso a cometer errores. Pero como decía anteriormente, no se lo puede asociar con los obispos que sí colaboraron con los militares, que justificaron el golpe de Estado y llegaron a decir que los militares eran los salvadores de la patria. Eso nunca escuché de Bergoglio y estoy seguro que nunca estuvo en esa sintonía. Sí creo que tuvo temores y que eso lo pudo haber llevado a que en algunas ocasiones su accionar haya dejado mucho que desear. Tuvo esa ambivalencia: por un lado están los casos documentados de Yorio y Jalics, pero también están los de los curitas de La Rioja a los que ha protegido. –Si se llega a concretar la beatificación del sacerdote franciscano Carlos de Dios Murías, ¿cree que se abre la posibilidad de que se dé un debate en la Iglesia con respecto al rol que jugó durante la dictadura? –Sin ninguna duda. Creo que va a abrir un debate. Sería un gran aporte para toda América latina. La persecución a la Iglesia más comprometida vino desde los sectores militares pero también desde los poderes económicos. Hay que recordar que el Informe Rockefeller en los años ’70 decía que lo más peligroso para el orden social impuesto no eran los grupos confesadamente marxistas o las organizaciones guerrilleras, sino la concientización que iba de la mano de la evangelización de la Iglesia católica. Sostenía que la rebeldía venía de la mano de una conciencia crítica que venía alimentada por grupos religiosos católicos que hacían tomar conciencia de la dependencia y la opresión. Eso cobró fuerza en América latina, a tal punto que un documento señero, que fue un gran aporte desde todo punto de vista pastoral, filosófico, teológico y antropológico, como fue el Documento de Medellín, celebrado por el Episcopado Latinoamericano, en 1968. Allí se expresó esta Iglesia que se identificaba con el pueblo pobre y sometido. De allí salieron muchísimos laicos, sacerdotes y obispos que en la época de Juan Pablo II los fueron arrinconando. Recordemos que él y el por entonces cardenal Ratzinger fueron los encargados de juzgar a la Teoría de la Liberación y a los referentes más importantes que fueron Leonardo Boff y Gustavo Gutiérrez. –¿Piensa que con la llegada al máximo cargo del Vaticano de un religioso latinoamericano puedan reposicionarse estos sectores dentro de la Iglesia? –Tengo esa esperanza. Estoy todavía sorprendido con su designación y sus primeros pasos. Algunos de los gestos y el nombre que se puso nos abre una expectativa distinta que uno siempre ha querido y anhelado para la Iglesia y parecía que no iban a volver nunca. No sé lo que pasará y eso se corroborará con las medidas que se vayan tomando. Pero sería muy bueno que se esté hablando que la Iglesia tome como santidad a los cristianos, sean curas o no, que en nombre del Evangelio han luchado por la Justicia Social y un orden diferente y lo hicieron con valentía y con entrega. Muchas veces la Iglesia jerárquica ha juzgado mal eso y que esos no eran sacerdotes o laicos que actuaran con la fuerza del Evangelio, sino con la fuerza de otras ideologías. Ahora vemos que si se reconocen la vida cristiana y el testimonio de Carlos de Dios Murias y de Gabriel Longeville, que han sido dos sacerdotes asesinados por la dictadura, eso va a abrir una panorama muy esperanzador para reivindicar esa lucha. Además, le daría mayor impulso al momento político que vive América latina con gobiernos dispuestos a recuperar las esencias emancipadoras y libertarias. Es una gran oportunidad y esperemos que Francisco sea un artífice de este proceso. 24/03/13 Miradas al Sur gb

EL DIA DE LA AMNISTIA POR MIGUEL RUSSO

El día de la amnistía Por Miguel Russo mrusso@miradasalsur.com No conformes con la marabunta informática sobre El Papa, los medios hegemónicos hicieron un recorte preciso a sus necesidades con ciertas declaraciones. La asunción de Jorge Bergoglio (de aquí en adelante, El Papa) al sillón mayor del Vaticano debe ser la causa principal de la ola de afectos (tanto de los esperados como de los inesperados) que se disparó a nivel nacional. La frutilla del postre se la llevó el asombroso llamado telefónico y posterior abrazo entre Eduardo Duhalde y Carlos Menem. Duhalde (ex vicepresidente, ex presidente, ex bañero, ex referente del PJ) dijo sentirse conmovido por el mensaje papal: “Tan conmovido que pensé con quién había tenido fuertes peleas y lo fui a visitar a Menem. Nos dimos un abrazo y ahora estamos en paz”. El abrazo remite a otras efusiones históricas (recordar el primigenio entre Perón y Balbín allá por 1972, el de Vilma Ripoll con Hugo Biolcatti en esas cosas del campo, el reciente intento de Pino Solanas de abrazar completa a Lilita Carrió o el insultante Menem-Rojas de 1989 al comienzo nomás del menemato "reconciliatorio"). Pero, lo dicho, eso fue la frutilla, el postre completo lo prepararon los enormes recortes que se hicieron sobre las declaraciones de varios personajes importantes de la vida política, tanto que la mesa de la sociedad argentina se vio invadida de centenares de platitos con palabras que se dijeron y frases que desaparecieron por arte de magia (negra). Allá en un lejanísimo 22 de julio de 1971 (cuando la izquierda, la derecha y la posibilidad de tomar el poder estaban a la vuelta de la esquina), una realmente joven Nacha Guevara provocaba desde el escenario del Teatro I.F.T. con un tema compuesto por Tom Lehrer y adaptado por ella misma: "El día de la amnistía". "Los pobres odian a los ricos, / los ricos odian a los pobres. / Odiar hasta a los amigos / es un juego establecido, pero / en el Día de la Amnistía, / en el Día de la Amnistía / Lanusse toma el té con Onganía", cantaba y estallaba la hilaridad entre el público. En la segunda estrofa, anticipando el abrazo artero antes mencionado, en ese Día de la Amnistía "Rojas y Perón / bailan juntos rock and roll" y las carcajadas hacían sacudir hasta el cartel que reclamaba "Libertad para todos los presos políticos" desde el escenario. Es cantado que, aun a pesar de sus muestras de visionaria, la señora Guevara ni siquiera habría podido imaginar aquella noche de 1971 las efusiones recientes provocadas por el mensaje en latín de El Papa. Pero, quizá como un enorme "por si acaso", seguía cantando: "Seamos complacientes con los que despreciamos / siempre que esto no provoque cambios". La cuestión es que la designación y la asunción de El Papa generaron una catarata que superó con creces a las del Iguazú. Amigos del hermano del tío de Jorge Mario; maestras del primo de Jorge Mario; escaleras que subió y bajó, volvió a subir y a bajar durante décadas; pedidos al diariero de la esquina para que no le lleve más el matutino (¿Clarín, La Nación, Página, Tiempo?, nadie le preguntó al canillita cuál leía Jorge Mario); cambios de nombres de calle para beneplácito del señor Filcar; vecinas octogenarias de Flores sentadas en la tradicional sillita de mimbre que soportan el micrófono acostumbradas como están a soportar los callos y dicen que sí, que jugaron al dinenti con Jorge Mario; colegas del antiguo subte A o del colectivo; anécdotas a destajo y para todos los gustos; hasta una supuesta noviecita del jovencito Jorge Mario a la que no se entendió demasiado bien ya que fraseó ante cámara un indescifrable "pero, ojo, que en esa época las simpatías no eran como ahora". Pero no conformes con toda la marabunta informática, hicieron un recorte preciso a sus necesidades con ciertas declaraciones. Por ejemplo, se solazaron en defenestrar a Hebe de Bonafini preguntándose cómo podía ser que la titular de Madres de Plaza de Mayo no supiera de la tarea pastoral de Jorge Mario. Claro, recortaron la primera frase de la carta pública a El Papa y escondieron, con sumo cuidado, el listado adjunto de sacerdotes detenidos, desparecidos, torturados o muertos durante la dictadura con el que seguía la carta. De este lado del espectro informático también hubo detalles sonrientes. En su programa matutino A cara lavada, Cynthia García entrevistó a Estela Carlotto, quien celebró la asunción de El Papa al mismo tiempo que destacó que Jorge Mario jamás se acercó a Abuelas ni respondió sus requisitorias. Finalizada la entrevista, al segundo y medio, el flash informativo de Nacional anunció que la titular de Abuelas celebró la decisión vaticana de nombrar a Bergoglio como Sumo Pontífice. De lo demás, ni mu. No es en vano repasar dos detalles –ad hoc– de dos libros recientemente aparecidos. En uno, El sentido de la lectura, de Ángela Pradelli, la autora señala el caso de Moisés, tartamudo, encomendado por Dios para ser el primer propalador de Su Palabra en los diez mandamientos, y el de Muhammad, analfabeto, en ser el primer lector del Corán. En otro, Construir al enemigo, Umberto Eco comenta su desasosiego ante la pregunta que le formulara un taxista paquistaní en Nueva York al enterarse de que su pasajero era italiano: "¿Quiénes son sus enemigos históricos?". Luego de un profundo análisis, y ya fuera del taxi, el semiólogo se contesta, sin perder el desasosiego, "nosotros mismos". Por eso, y aunque no parezca formar parte del tren cultural en que pretende viajar esta nota, viene a cuento lo formulado por Antonio Caponnetto (director de la revista nazi Cabildo) en el último editorial de su publicación bajo el título "Recen por mí. A propósito del Nuevo Pontificado" escrita porque "Dios primero y mi hogar después, son testigos de la cantidad innúmera de personas que me solicitan alguna opinión orientadora sobre lo que acaba de suceder en la Iglesia": "Haga lo que hiciere a partir de este momento el papa Francisco –y esperamos que todo lo santo y sabio sepa hacer– es imposible omitir o ignorar que el hombre que acaba de llegar a la silla petrina arrastra concretos, abultados y probadísimos antecedentes que lo sindican como un enemigo de la Tradición Católica, un propulsor obsesivo de la herejía judeocristiana, un perseguidor de la ortodoxia y un adherente activo a todas las formas de sincretismo, irenismo y pseudoecumenismo crecidas al calor de la llamada mentalidad posconciliar". No conforme, embiste con un destemplado "en el Libro del Apocalipsis, capítulo trece, se describe a dos fieras, del mar la una, de la tierra la otra, que a su turno, y desde ámbitos distintos aunque complementarios, coadyuvan al triunfo del Anticristo (…) Esta fiera terrena tiene mucha semejanza con el pastor insensato del que habla Zacarías, en que podría tratarse de ‘un gran impostor que aparece con la mansedumbre de un cordero’; en que no sería otra cosa, al fin, más que un falso profeta al servicio de la Bestia". Por eso, mejor cerrar con aquella Nacha en aquella noche de 1971 en la que todo estaba ahí nomás: "Seamos indulgentes con los indigentes, / por un solo día no hace daño. / Y agradezcan que no dura todo el año". 24/03/13 Miradas al Sur

MEMORIA IGLESIA Y PRESENTE POR EDUARDO ANGUITA. OPINION

Memoria, Iglesia y presente Por Eduardo Anguita eanguita@miradasalsur.com El impacto inevitable que produjo en la sociedad argentina la elección de Jorge Bergoglio al frente del Vaticano despertó infinidad de adhesiones desde lugares muy diferentes. El ahora papa Francisco fue saludado con entusiasmo por toda la Iglesia Católica, salvo el ultraderechista arzobispo de La Plata, Héctor Aguer, que se limitó a no ordenar que sonaran las campanas de la Catedral platense el miércoles de la fumata blanca. En el espectro político, desde la izquierda católica hasta los neoliberales, pasando por los distintos sectores del peronismo, Francisco fue bienvenido. Para los que especularon sobre reservas en la conducta del Gobierno, bastó el tono del encuentro con la Presidenta para no dudar de que, el comienzo al menos, es auspicioso. Donde sí se escucharon algunas voces con reservas o críticas fue en las organizaciones de derechos humanos. Tanto Estela de Carlotto, de Abuelas, como Hebe de Bonafini, resaltaron el papel de la jerarquía católica durante la dictadura. Carlotto destacó que Bergoglio “nunca se acercó a los organismos”. En cuanto a lo publicado por Horacio Verbitsky, cabe consignar que además de periodista, Verbitsky preside el Centro de Estudios Legales y Sociales, fundado por Emilio Mignone, quien buscó incansablemente a su hija Mónica Candelaria, detenida desaparecida. Mignone, de raíces católicas, fue un crítico inclaudicable de la complicidad de la jerarquía católica durante los años de terrorismo de Estado. Lo dejó registrado en Iglesia y Dictadura, un libro indispensable para entender que la dictadura no fue sólo militar, ni sólo cívico-militar, sino que fue cívico-empresarial-judicial-clerical- militar. Es cierto que Verbitsky –esta vez, para muchos kirchneristas al menos– quedó como un fiscal que señaló al Papa de un modo inconveniente. Las críticas fueron por inoportunidad y por reflotar que Bergoglio, estando al frente de la Orden de los Jesuitas, habría estado implicado en el secuestro de dos sacerdotes. Uno de ellos (Orlando Yorio) murió en agosto de 2000, el otro (Francisco Jalics), que vive en una casa de los Jesuitas en Alemania, eximió al Papa de cualquier responsabilidad en su secuestro. Para algunos, a Verbitsky “le pusieron la tapa”; para muchos otros, se cierra apenas un pequeñísimo capítulo de muchísimos otros que tuvieron a los máximos obispos y cardenales católicos así como al nuncio apostólico (el emisario del Papa) como partícipes de una vasta operación que permitía a los militares torturar y matar sin culpa, de brindar a muchos jueces el suficiente apoyo moral por no investigar nunca un solo hecho denunciado y que permitía al empresariado darle una pátina de legitimidad para negocios de una inmoralidad completa. Esta edición de Miradas al Sur coincide con el 37º aniversario del golpe de Estado de 1976 y a 11 días de la elección del Papa. En este breve lapso no son pocas las señales enviadas por el Papa que permitirían augurar una mayor distancia y por qué no una condena –al menos ética– a aquella estrategia de aniquilamiento de una porción de la sociedad argentina, aquella porción que, por distintos medios revolucionarios, intentó modificar la estructura económico social de un país sometido a sucesivas interrupciones constitucionales para mantener una serie de privilegios. Una de esas señales sería la posible beatificación de Carlos Murias, un sacerdote militante que trabajaba con el obispo Enrique Angelelli en El Chamical, La Rioja, y que fue secuestrado, torturado y asesinado el 18 de julio de 1976. Pocos días después, el 4 de agosto, simulando un accidente, la dictadura se cobraba la vida de Angelelli. Entre los principales referentes de la dictadura, Angelelli era “el obispo rojo”. Angelelli fue asesinado cuando viajaba con otra persona hacia Buenos Aires para plantearle a la jerarquía la tremenda situación. Tal era la impunidad que pocos días antes Angelelli fue a ver al jefe del Tercer Cuerpo de Ejército y gobernador de facto de Córdoba (Luciano Benjamín Menéndez, recientemente condenado por estos crímenes), quien directamente amenazó al obispo de La Rioja. El viaje a Buenos Aires era para toparse con la indiferencia absoluta de quienes regían los destinos de la Iglesia, los cardenales Juan Carlos Aramburu (cardenal primado de la Argentina y arzobispo de Buenos Aires) y Raúl Primatesta, quien estaba al frente de la Conferencia Episcopal. El periódico oficial del Vaticano, L’Osservatore Romano, tituló “Extraño accidente”. El nuncio Pio Laghi lo decía sin vueltas: “Angelelli es un extremista de la Teología de la Liberación”. Pocos días antes de que se cumplieran diez años del asesinato impune de Angelelli (en pleno gobierno de Raúl Alfonsín y antes de los levantamientos de Semana Santa), este cronista fue productor de un programa especial realizado por Mona Moncalvillo (en el ciclo A Fondo) que convocó a varios legisladores, tanto radicales como peronistas, para dar cuenta de cómo había sido el crimen. Habíamos contado con el testimonio reservado del sobreviviente (que oficiaba de chofer, el sacerdote Arturo Pinto) y de los abogados de la familia de Angelelli, que por esos días iniciaban una querella judicial. El juez riojano Aldo Morales daba un fallo ejemplar (en el expediente quedó escrito que se trataba de un homicidio premeditado), pero la causa era sustraída por la Corte Suprema y enviada a la Cámara Federal de Córdoba para su silencio completo. El día que se grabó A Fondo, en los estudios de la avenida Figueroa Alcorta se cortaba el aire con gillette. Un funcionario radical, que presumía de progresista (el contador Daniel Sario), le comunicó a quien escribe estas líneas que no se daría al aire el programa “por razones de Estado”. Al rato, Moncalvillo fue citada al despacho de Sario y los entrevistados no se retiraban del estudio hasta que no terminara ese violento atropello que se saldó con la censura parcial del programa. A la noche, este cronista recibió el llamado de un conocido que trabajaba en la SIDE de Facundo Suárez para advertirle: “No seas boludo que te grabaron una conversación con Verbitsky”; como si se tratara de dos demonios que hablaban para conspirar contra el gobierno democrático. La realidad era que los cardenales Aramburu y Primatesta contaron con los oficios de los entonces ministros de Justicia e Interior, Raúl Alconada Aramburu y Antonio Tróccoli, respectivamente. En la Argentina había soplado un aire fresco cuando el 9 de diciembre del año anterior se conocía el fallo del histórico Juicio a las Juntas por parte del pleno de la Cámara Federal porteña. Pero la reacción estaba en marcha: el envío de la causa de Angelelli a la Cámara Federal de Córdoba era un antecedente de Semana Santa. Hay que recordar: antes de Campo de Mayo, el primer levantamiento fue en el regimiento de paracaidistas de Córdoba y fue porque Ernesto “Nabo” Barreiro –oficial de Inteligencia y jefe de torturadores del campo de concentración La Perla– se acuartelaba para no ir a declarar. La causa Angelelli dejaba en descubierto la participación activa de la jerarquía católica. Cuando se cumplieron 30 años del asesinato de Angelelli, estando al frente de la Conferencia Episcopal, Bergoglio se trasladó hasta la sencilla catedral de La Rioja y dio una misa. No mencionó la responsabilidad de la dictadura ni lo calificó como un crimen. Dijo que Angelelli había “removido piedras que cayeron sobre él por proclamar el Evangelio”. Dijo además: “La sangre de los mártires es la semilla de la Iglesia”. Angelelli, entre otras cosas, fue el arquitecto de una reforma agraria en esa provincia que permitió expropiar tierras y entregarlas a familias campesinas. (Ver entrevista a Delfor Brizuela.) ¿Qué es la memoria? Escribir la historia es, quizás, una aproximación al pasado. El historiador y diputado Mario Oporto suele recordar una frase del francés Fernand Braudel, uno de los pensadores que revolucionaron la historiografía: “Para los historiadores no es tan importante saber si Jesucristo existió. Lo importante es entender por qué hay millones de personas que creen en Cristo”. El cruce entre hechos, documentos, relatos, mitos y creencias permite construir el pasado. O, mejor dicho, aproximaciones, perspectivas, de lo que sucedió tiempo atrás. Innumerables veces, los relatos de testigos presentes sirven de base a versiones que nada tienen que ver con los hechos que vivieron otros testigos. Pero el gran problema es que el prisma con el que mira cada protagonista se ve luego tamizado y asimilado a versiones rituales, dogmáticas o a las “razones de Estado” que asimilan datos aislados a las visiones de los sectores que tienen poder suficiente como para darle a un relato el carácter de historia consagrada. El sobreviviente del Holocausto, Jack Fuchs, en un artículo publicado en 2005 y titulado “Auschwitz nunca fue liberado”, dice: “Hace 60 años que la historiografía y casi toda la entera totalidad de la literatura que se ocupó de pensar el campo de concentración como objeto viene diciendo que Auschwitz, el 27 de enero de 1945, fue liberado. Yo mismo usé esa terminología. Pero liberar supone una acción voluntaria, una decisión política, militar, una forma de intervención concreta. Y no ocurrió eso en Auschwitz, que del ’41 al ’45 fue ignorado por los Aliados. Los campeones de la libertad, de la democracia y del progreso humano, los líderes del antinazismo, estaban ocupados en ganar la guerra. De conquistar hegemonía política, económica y militar en ese escenario europeo devastado por la misma lógica de la guerra”. La Argentina reciente fue muy fructífera en la reivindicación de Memoria, Verdad y Justicia. Sin embargo, cuando se trata de definir fechas rituales para recordar, no casualmente quedó como fecha el día del golpe de Estado y no una fecha que reivindique a los protagonistas de las luchas que precedieron al fragote, ni siquiera una fecha que reivindique a los inicios de la resistencia. El 24 de marzo pone sobre el tapete a los genocidas, a lo que quedó grabado como frase del Juicio a las Juntas, cuando el fiscal Julio Strassera gritó ¡Nunca más! Pero en ese juicio, las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, iniciadoras de la epopeya por los derechos humanos, estaban en la Plaza Lavalle, fuera del recinto, desplazadas por el alfonsinismo y los custodios de las grandes alianzas de poder que llevaron al país a su peor tragedia. Incluso, los testigos de ese juicio y de otros tantos son tomados como sobrevivientes y no como militantes de organizaciones revolucionarias o sindicales combativas. Nunca nadie quiso aceptar que el mito de las agendas era una manera de igualar por abajo lo que merece un debate político profundo: la militancia de entonces no entregaba la vida sino que peleaba en grupos, organizaciones y partidos que levantaban programas de transformación revolucionaria. Ese núcleo –quizá minoritario, seguramente resistido por muchos, hasta repudiado en la derrota por muchos de los que formaron filas– se forjó en la idea de una segunda independencia, tomó las ideas de Evita, siguió en muchos casos al Perón que le partió el espinazo al dictador Lanusse, creía en el Che Guevara y la Patria Grande latinomericana, se organizaba y peleaba contra la dirigencia sindical burocrática. Ese núcleo, o parte sustantiva, tomó el camino de la resistencia armada. En reuniones de viejos cuadros de lucha, en publicaciones académicas o militantes, aparecen balances parciales de aquellas experiencias. Quizá por evitar abrir heridas, nadie grita que ese intento fracasó, fue derrotado. Ese intento no tiene suficientes padrinos como para que el presente permita mostrar al cura Carlos Murias como un militante de la reforma agraria o para que se busque una fecha con suficiente consenso como para reemplazar el 24 de marzo, que deja en el anonimato a los sujetos políticos y sociales que desafiaron al bloque de poder dominante. Pero aquellas prácticas de lucha, aquellas ideas de cambio, sobreviven en cientos de organizaciones populares, en cientos de espacios “de memoria”. Y se articulan, especialmente, en las plazas de todo el país los 24 de marzo. El dato destacado de los dos últimos años es la presencia de jóvenes –la mayoría, organizados– nacidos entre fines de los ochenta y mediados de los noventa, que dan cuenta de una práctica política actual pero que busca identidad, puntos en común, con aquellos militantes de los setenta. No sólo por haber sido víctimas sino por la pelea por el cambio. Ese diálogo con el pasado no es, ni de lejos, literal. Aquello fue resistencia desde la clandestinidad o el llano. Ahora, estos jóvenes, en una porción importante, se sienten involucrados con el cambio iniciado en mayo de 2003. Quizá no discuten sobre reforma impositiva o el rol del Estado en las empresas públicas. Sin embargo, si hay un sentido de compromiso popular, esos debates –y muchos otros– deberán abrirse paso. De lo contrario, estas experiencias correrían el riesgo de no tener un hilo conductor con la identidad popular del cambio. Es más, se corre el riesgo de que quede en duda si aquella experiencia, que tanta sangre costó, tiene un arraigo actual como para avanzar en la transformación de la estructura de poder dominante. 24/03/13 Miradas al Sur GB