domingo, 10 de marzo de 2013
LO QUE DEJA LA DESPEDIDA POR WAINFELD
Lo que deja la despedida
Los que lloraron a Chávez. La marea roja: qué eran antes y qué son ahora. Magnitudes que la economía ignora. Políticas sociales y construcción de ciudadanía. Los presidentes-compañeros. La integración regional, anécdotas y sustancia. Legados de un líder que fue pionero.
Por Mario Wainfeld
Rescatemos tres imágenes de los impresionantes funerales del presidente Hugo Chávez. La primera, la central, es la constantemente renovada muchedumbre popular que lo llora y se llora. La segunda es la de los presidentes Cristina Fernández de Kirchner, Evo Morales y José Mujica frente al féretro. Tres culturas políticas, tres idiosincrasias, tres estéticas, tres representaciones de sus pueblos. Los tres conmovidos al despedir a un compañero, amén de a un aliado de fierro. La tercera, más focalizada, es la del Pepe Mujica inconsolable, transido de dolor, sin querer apartarse del ataúd. Mujica, un personaje único como su patria, describió a Chávez como el dirigente-mandatario más generoso que conoció. Puede errar pero siempre dice lo que piensa. Lo enunció desde el templado Uruguay, sin aludir a cualidades subjetivas sino a un comportamiento político, a acciones tangibles, plenas de contenido ideológico.
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Más que lo que eran: Empecemos por la marea roja. Huelga decir quiénes son los que siguen desfilando en una cola interminable que (desde acá) es imposible no asociar con las multitudes que despidieron a Evita y a los ex presidentes Juan Domingo Perón y Néstor Kirchner. Son venezolanos de cuna humilde en su gran mayoría, son ciudadanos plenos. ¿Qué eran, años atrás? No preguntamos solamente qué tenían, que importa mucho. Tenían menos, en términos materiales o sociales. Tenían menos ingresos, menos educación, menos alfabetización, menos prestaciones de salud, menos dientes, menos anteojos. Comían menos y peor. También eran más carenciados en magnitudes muy relevantes, esquivas a las mediciones economicistas: eran más baja su autoestima, su organización, la conciencia de sus derechos, la convicción para defenderlos. Sabían menos acerca de la historia de su país o de la de países vecinos y hermanos. Eran condenados de la tierra, son ciudadanos. Nadie pretende mitificar: siguen en el escalón más bajo de la pirámide social, pero quieren ascender y empiezan a tener con qué.
Curiosa es la construcción de ciudadanía. “Todos” la ensalzan pero unos cuantos privilegiados se asquean cuando se la procura o, mucho mejor dicho, se la conquista. Luchando en el barro de la política (que salpica a todos los contendientes) con buena dosis de éxito y de contradicciones.
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Más que un subproducto: Algunas narrativas subordinan todo lo ocurrido en Venezuela al sideral aumento del petróleo. La política es, para tal visión mecanicista y berreta, un subproducto del precio de las commodities. Podríamos remontarnos a Las venas abiertas de América latina del gran Eduardo Galeano para dar con un inventario de trances de boom de las materias primas que no redundaron en mejora de la condición de la clase trabajadora. Hasta se podría otear en la historia reciente de Venezuela, que registra momentos esplendorosos del oro negro, sin un correlato político similar al actual.
Claro que es más grato gobernar cuando hay más recursos económicos (puaj, “caja”) pero eso no deriva, naturalmente, en gobiernos que dignifican a los sectores populares, se alinean contra la potencia hegemónica, arriman ladrillos a la integración del Sur. El costo del barril no impacta necesariamente en el “No al ALCA”, en el Mercosur ampliado, en la Unasur con los presidentes trabajando codo a codo contra el golpismo y en pro de la paz.
El porvenir es un jardín de senderos que se bifurcan, el pasado lo fue también. Chávez podría haber optado por los tratados de libre comercio, por ser un lamebotas, por distribuir algo pero sin organizar y concientizar a los trabajadores. Hubiera gozado de un plus de viabilidad por el “viento de cola”, pero su funeral y su legado serían muy distintos.
Tantas barbaridades se han escuchado... algunas parecen efluvios alcohólicos ulteriores a un brindis perverso celebrando la muerte del antagonista. El odio de la derecha es sintomático, alude al mundo que desean. Permítase al cronista una fantasía acaso exagerada en sentido inverso, sólo pensada para ilustrar el concepto. Chávez podría no haberle tendido su mano solidaria (petróleo y plata incluidos) a Cuba, Nicaragua, Uruguay, Argentina y hasta la lejana Londres. Podría haberse ahorrado unos buenos litros de combustible y hasta donarlos para dar energía eléctrica a Guantánamo, donde se usa la electricidad de modo intensivo. En vez de pasear en triunfo, como local, por La Paz, Buenos Aires o Quito podría haber sido huésped de honor en Washington. Llevando al extremo la ucronía, podía haber sido invitado por el presidente Barack Obama a presenciar junto a él en vivo el asesinato de Osama bin Laden.
¿Se zarpó el cronista? Puede ser, siempre. Pero no es él quien le otorgó el Premio Nobel de la Paz al presidente del país más violento y depredador desde 1945, al que masacró más poblaciones civiles. No es este escriba quien mandó “ejecutar” a un terrorista y se sentó con su secretaria de Estado a presenciarlo. No es él quien (decisión de salvajismo coherente con la mano dura) divulgó las imágenes de ese rito macabro y aleccionador.
En ese mundo vivió y luchó Chávez. Mundo en el cual este escriba cree que es mejor que Obama presida la única potencia mundial, en vez de George W. Bush o Mitt Romney. La política siempre implica alternativas, es válido ubicarse fuera de ellas o desdeñarlas todas. También es admisible actuar dentro de lo disponible, sobre todo si se amplían los márgenes como lo hizo el líder bolivariano, que trascendió las fronteras de Venezuela y produjo hechos inesperados para el presidente de un país relativamente chico, que no es potencia económica ni bélica.
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Idas y vueltas: La integración del Sur no es lineal, ni perfecta, ni careció de peripecias y conflictos. Falta mucho más que lo obtenido y es un enigma cuánto perdurará si es relevada la actual camada de presidentes nacionales, populares y democráticos.
Chávez fue precursor, en parte porque llegó primero al gobierno, en parte por su tozuda convicción. El ex canciller argentino Jorge Taiana recordaba cómo se plantó “contra todos” en la Cumbre de Québec, solito su alma contra los países centrales y los subyugados por el neoconservadurismo. Su soledad, acotó Taiana, era relativa. Esa Cumbre estaba asediada por miles de manifestantes que cuestionaban el nuevo orden mundial, que hacía agua por todas partes.
Los primeros años de la relación entre Chávez y Kirchner combinaron instancias de acuerdos y debates tormentosos. Para los dirigentes argentinos Chávez era ampuloso, poco atento a los demás, prepotente, desprolijo (cualidades que, valga acotar, no son especies exóticas en nuestras pampas). El tiempo y el camino recorrido fueron acomodando los melones, tal como ocurrió también entre el presidente argentino y su par brasileño Lula da Silva. La desconfianza, el recelo frente al sesgo ideológico del aliado, los intereses contrapuestos (pasados y vigentes) ponían piedras en el camino. Los objetivos compartidos, la lucha común lo fueron despejando sin dejarlo lisito del todo.
Taiana rememoró también que Chávez no quería saber nada con el Mercosur. Su afán era fundacional, campana que también doblaba en el kirchnerismo, en otros terrenos, Mercosur le parecía una rémora del pasado, un engendro creado por intereses fenicios, incorregible. Muchos encuentros, mucho debate, muchas pulseadas (y algunas puteadas, en un marco amical y franco) fueron dibujando el rumbo colectivo. Al sumarse Venezuela, el Mercosur cambia cualitativamente, por lo que se añade en términos de diversidad, de magnitud del PBI conjunto, de expansión geográfica. La gobernabilidad general se potencia, en una etapa de paz regional que se niega o subestima equiparando (con mala fe o necedad) la pirotecnia verbal a la violencia de la guerra.
Nunca se sabrá o tardará mucho en develarse. A título de hipótesis bastante lógica se puede inferir que la entrada plena al Mercosur, aprovechando una brecha de legalidad habilitada por el golpe de Estado “blanco” en Paraguay, tuvo en mira el grave estado de salud de Chávez. Sus compañeros presidentes captaron la premura y la necesidad. Y jugaron fuerte, en buena hora.
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Cooperar es el verbo: Evo lo expresa como nadie, porque su lenguaje es peculiar y raigal. “Tenemos que cooperarnos”, neologiza y enfila bien.
Chávez cooperó con sus aliados, valiéndose del excedente como otros ni hubieran soñado. La relación con Cuba no se deja encasillar en la dupla metrópoli-colonia sino en un rico trámite de complementación. El apoyo a movimientos sociales y a estados engarza con una mirada estratégica. Eso agradeció Mujica, líder de un país pequeño que necesita la solidaridad activa de la región.
Chávez no estuvo solo, aunque fue pionero. En su momento, Kirchner hizo mucho en pos de dinamizar la llegada de Tabaré Vázquez a la presidencia del Uruguay. Disposiciones legales que facilitaban el viaje de orientales afincados en la Argentina, apoyo logístico y militante. No interfirió con la política doméstica del país vecino, antes bien catalizó el proceso democrático incidiendo para que muchos pudieran votar. Esa intercesión fue determinante: “el voto Buquebus” incidió en el ajustado triunfo del Frente Amplio.
Los liderazgos locales conmueven a las naciones hermanas y a los exiliados propios. No es una referencia baladí. En Ecuador, que produjo records de emigraciones y de remesas, los ciudadanos exiliados votaron al presidente Rafael Correa a cuatro manos. El ochenta por ciento de ellos quiso revalidarlo. Digresión módica para quienes (tirios o troyanos) exageran la influencia de los medios. Quienes se pronunciaron en tropel por Correa no son meloneados por la publicidad oficial del “régimen”. Viven en España o en Estados Unidos, preponderantemente: pueden anoticiarse a través de la cadena Fox, o de los diarios ABC o El País, baluartes de la prensa independiente.
Volvamos al núcleo y a nuestro suelo.
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Los aliados elegidos: Chávez es amado y odiado en Argentina. Pudo llenar la cancha de Ferro en un acto político, prodigio negado a muchos dirigentes locales. Fidel Castro también concitó multitudes. No hay tantas comarcas en las que podrían repetir esa proeza. La cultura política argentina es, en tendencia, muy crítica de los Estados Unidos. La izquierda está ahí pero es minoritaria, mueve más la aguja el peronismo que es antiyanqui desde su génesis. La crisis de 2001 extendió el resquemor contra Washington a vastas capas sociales, haciéndolo extensivo a los organismos internacionales de crédito. Piensan así escarmentados por la experiencia, en defensa propia.
Hay críticos “por izquierda” del kirchnerismo que endiosan a Castro y lloran por Chávez. Tal vez deberían reflexionar que Chávez (como Lula, Dilma Rousseff, Correa o Evo mismo) quiso como aliados a los presidentes Néstor Kirchner y Cristina Fernández... no a virtuales sustitutos. Evo, que adora a Fidel, recibió de éste el mismo consejo que Chávez ejercitó: hay que construir con Lula y Kirchner, le dijo en su momento. Lo sostiene con sus sucesoras, Dilma y Cristina. Fidel vino para la jura de Kirchner, en 2003, cuando éste no aparentaba ser más que el sucesor del ex presidente Eduardo Duhalde. El viejo gran político seguramente intuía lo que germinaba en este Sur. Por la parte baja, lo entendió bien después.
Esta columna no aspira a ser la biografía de Chávez. Ni a atribuirle infalibilidad o perfección. Esas virtudes no adornan a ninguna persona o proyecto político. La asignación de los recursos económicos financieros habrá podido ser mejor, la corrupción menor, los errores o contradicciones tienen que haber sido grandes en tanto tiempo de mandato. Lo que se quiere resaltar es el saldo general, traducido por la reacción de los pobres de Venezuela y por los líderes de la región política más progresista del planeta hoy día.
Perón dijo que llevaba en sus oídos la más maravillosa música, que era la palabra del pueblo argentino. Otro tanto puede decirse del dirigente caribeño que tanto lo admiró.
mwainfeld@pagina12.com.ar
El Cid y el después
Por Mario Wainfeld
Es innegable la simiente que dejan los líderes. Enseñanzas, legados, realizaciones, organización, cuadros forjados aprendiendo o siguiendo su ejemplo. El presidente Hugo Chávez no es excepción a esa regla, de la que tanto se ha hablado en estos días. Es habitual, en tales casos, acudir a la referencia literaria de El Cid. Pocos se han privado, en ocasiones similares. El cronista se ha valido de ella también.
El Cid, pretende el relato, ganó una batalla después de muerto. Su compañera, Ximena, lo ató a su caballo Babieca. Estuvo al frente del ejército que se alzó con la victoria. La imagen es conmovedora, gráfica por demás.
Puestos a hablar sobre política conviene ahondarla, aun con apego al relato. La tropa de El Cid ganó esa batalla, no las posteriores. Si lo hizo fue, también, por la astucia de Ximena y (cabe suponer) por la bravura de sus soldados. Luego, la lucha habrá continuado dependiendo de los combatientes.
Hablamos, queremos hablar, de la compleja continuidad de los líderes carismáticos, los que desafían la tradición y las instituciones existentes. Los que se ganan la obediencia merced a sus desempeños. No son reyes, obedecidos por costumbre. Ni les vale solo su investidura institucional y reglada por normas. Su trayectoria los fuerza a probar que merecen su lugar. Deben (si se permite una mezcla de asociación libre) caminar sobre las aguas, o ser profetas, o crear organizaciones revolucionarias, implantar el aguinaldo y muchos derechos sociales, o crear la Fundación Evita. Demostrar con sus actos que son posibles hechos jamás comprobados antes.
Chávez murió en circunstancias particulares. Muy joven, en la plenitud de su legitimidad política. También sabiendo que su final era factible o inexorable, lo que le posibilitó romper uno de los nudos gordianos: designar a su sucesor. Lo hizo pública y enfáticamente: será el vicepresidente Nicolás Maduro. Da toda la impresión de que le será más sencillo ganar las próximas elecciones (que son algo así como la última batalla de El Cid) que mantener vivo al proyecto. Por lo pronto, lo acecha un reproche tremendo, que jamás recibió su referente y maestro. No sería tan grave para Maduro que sus oponentes le endilgaran ser similar a Chávez. Mucho más terrible sería que sus partidarios adujeran “Chávez jamás hubiera hecho esto o aquello”.
La continuidad de quienes son distintos y, posiblemente, menos dotados que el líder es un dilema que trasciende a Venezuela, que también alude al kirchnerismo. En su caso no se trata de la finitud física sino de la prohibición constitucional de la reelección, que ciertamente no rige en Venezuela. Muchos dirigentes o militantes del oficialismo confían en superarla merced a una elección descomunal este año. Si se conjugaran esas circunstancias, no imposibles pero sí muy improbables, quedarían por verse cuáles serían la reacción social frente a una virtual reforma constitucional y el parecer de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. El devenir depende, pues, de contingencias y decisiones políticas abiertas aún. Es una agenda pendiente, que puede tornarse acuciante o mantenerse pendiente por varios años más, lo que en política es largo plazo.
La institucionalización del carisma, que teorizó como nadie el sociólogo Max Weber, es un dilema que se remonta a la noche de los tiempos. La continuidad del proyecto, toda una tarea política que interpela a los propios, incluyendo a los propios conductores.
10/03/13 Página|12
GB
LA MENTIRA DEL PERIODISMO VERDAD
La mentira del periodismo verdad
Por Vicente Battista. Escritor
contacto@miradasalsur.com
En 1987 Thomas Knoll, estudiante de la universidad de Michigan, y su hermano John, experto en efectos visuales de Industrial Light & Magic, elaboraron un programa informático capaz de desarrollar escalas de grises en imágenes monocromáticas. Lo registraron bajo el nombre de Photoshop. Un año después la empresa Adobe compró la licencia y al año siguiente lanzó al mercado el Photoshop 1.0. Desde entonces el programa y sus posibilidades fueron creciendo hasta convertirse en uno de los sistemas más importantes y reconocidos en el mundo para el retoque y variación de fotos. El término incluso ganó categoría de verbo: photoshopear se denomina el ejercicio de modificar una imagen. El 7 de mayo de 2012, Adobe presentó su última versión: el Superstition, un nombre que le cabe como anillo al dedo: "Creencia en alguna influencia no explicable por la razón en las cosas del mundo", explica María Moliner en su Diccionario de Uso del Español. En definitiva, "Magia" y "Hechicería" son algunos de los sinónimos de "Superstición".
Hoy las voces "real" y "virtual" se confunden. Frecuentemente aceptamos como real aquello que es virtual. El Photoshop colabora en esa confusión. Aquel apuesto modelo que publicita una vieja marca de whisky o una nueva afeitadora eléctrica no es tal como lo vemos en la foto: le han puesto una sonrisa irónica, que él jamás sería capaz de articular, y le han quitado esos incómodos rollos que en su versión real le rodean la cintura. Con las modelos sucede lo mismo: en el afiche, en la página del diario o de la revista, vemos un coche sport y una muchacha a punto de bajar de ese coche. El coche es verdadero. La modelo no. No son de ella ni el largo pelo rubio, ni los labios inquietantes, ni los ojos violentamente verdes. Los nigromantes expertos en Photoshop saben de qué modo quitar arrugas y reorganizar formas. Sin embargo, a los que ven el aviso esa circunstancia no les preocupa. Homero Expósito, con música de Atilio Stamponi, lo supo revelar en los versos de un tango célebre: "la propaganda manda cruel en el cartel, / y en el fetiche de un afiche de papel / se vende la ilusión..." Somos conscientes de que esa foto que estamos viendo es una formidable mentira que, no obstante, aceptamos como cierta.
Vender una ilusión es la cláusula esencial de la publicidad. ¿Comienza a serlo también en el periodismo político de estos días?
La mala costumbre de ofrecer noticias falsas como si fueran ciertas data de antiguo, ese mal hábito estaba reservado a la prensa sensacionalista y/o del corazón. Una prensa inventada precisamente para vender ilusiones. Lo inquietante es que esa modalidad se traslade a la prensa política. Hace un rato entré a la página del diario ABC, de Madrid, y pude enterarme, según asegura un tal Emili J. Blasco, corresponsal de ABC en Washington, que "el ataúd paseado por Caracas no contenía los restos de Hugo Chávez". Supe, según el señor Blasco, que "durante más de siete horas, durante el largo cortejo fúnebre del miércoles, los venezolanos que llenaron las calles de Caracas lloraron ante un féretro en el que no iba el cuerpo de Hugo Chávez. Es la versión de varios militares conocedores del dispositivo de traslado, que aseguran que el cadáver del presidente venezolano –insiste el señor Blasco– fue transportado de Cuba a Fuerte Tiuna, complejo de Defensa donde se encuentra la Academia Militar. El "cambiazo" se produjo en el sótano de esa institución, cuando llegó allí el falso féretro al término de la procesión. Fue el único momento en que las cámaras de televisión lo perdieron de vista". Me enteré, por último, que "aunque la televisión venezolana no mostró ningún plano cercano del féretro cuando éste fue abierto para el adiós público, diversas personas que acudieron a despedirse de los restos del presidente indicaron que lo habían visto ligeramente hinchado y sin pelo, nada que ver con las falsas fotografías difundidas por el Gobierno hace tres semanas."
Una nota plagada de imposturas que anuncia como falsas una de sus pocas verdades: las fotografías de Chávez difundidas por el gobierno. Nada dice el cronista de ABC en Washington de la foto, probadamente falsa, que semanas antes había insertado su colega El País en primera plana. Habrá que agregar que el señor Blasco es, además, poco creativo: su nota no hace otra cosa que repetir la sospecha que Mirtha Legrand, casi tres años antes, desplegó en un programa de TV. Dijo que había dudas acerca del contenido (o no contenido) del ataúd de Néstor Kirchner. Ahora sólo falta que alguna réplica de Lilita Carrió sostenga que las exequias de Hugo Chávez fueron organizadas por Fuerza Bruta, el único modo de explicar la presencia de millones de venezolanos despidiendo a su presidente.
La técnica del Photoshop se ha extendido a la prensa escrita. Los editores de los llamados "medios hegemónicos" modifican las notas políticas, las cubren de datos falsos, con la misma habilidad con que los expertos en imagen gráfica modifican las fotos. Un título del diario Clarín anunciaba: "Un festín de noticias falsas para celebrar el Día de los Inocentes". Teniendo en cuenta la cantidad de noticias falsas que brinda número a número, me inclino a pensar que para sus editores el Día de los Inocentes se prolonga a lo largo de todo el año. La astucia de esos editores consiste en ofrecer la mentira con algunos toques de verdad. Mérito, justo es decirlo, que no encontramos sólo en Clarín. Se ha hecho costumbre que la información política de hoy sea desmentida mañana. Sin embargo, esto no parece preocuparles a los editores. Entre los muchos motivos que expliquen esa indiferencia, elijo lo que podríamos denominar "razones de marketing". Tal vez luego de un riguroso estudio de mercado llegaron a la conclusión de que sus posibles lectores reaccionan ante las falsas noticias políticas del mismo modo que lo hacen ante los avisos publicitarios: saben que jamás tendrán ese exclusivo coche sport y saben que esa modelo que baja del coche no es tal como la foto la muestra. Pero no les importa: compran una ilusión. La misma que experimentan frente a la noticia de cualquier descalabro del gobierno. Íntimamente saben que al día siguiente esa información será desmentida. Tampoco les importa, porque también saben que ese mismo día el diario les ofrecerá nuevos infortunios gubernamentales. Una nueva ilusión y un nuevo desmentido. Las quimeras se acaban el día de las elecciones: las cifras del escrutinio son la única verdad, y no hay Photoshop que pueda modificarla. Entonces sólo queda esperar el diario del día siguiente y, si se cuadra, ir munido de una cacerola a Plaza de Mayo con el fin de gritar cuánto nos miente este gobierno.
10/03/13 Miradas al Sur
GB
EL 73 POR ANGUITA
“Hasta el arribo de Cámpora el poder residía en el que tenía los fierros”
Por Eduardo Anguita
eanguita@miradasalsur.com
El 11 de marzo se cumplen 40 años del triunfo de Héctor J. Cámpora en 1973. El testimonio de Esteban Justo Antonio Righi, quien fue Ministro del Interior sobre los días previos a la asunción y los 49 restantes que duró el Gobierno.
“Veo otros puntos de vista, me doy cuenta de que el peronismo tiene una potencialidad brutal y me peronizo poco a poco.”
El 11 de marzo de 1973 fue un día bisagra en la historia argentina. Lo que se vivió en ese año, cada minuto que pasaba era una bisagra.
–Fue notable aquello. Toda la estrategia oficial estaba basada en la segunda vuelta, es decir, la idea de que la fórmula Héctor Cámpora-Vicente Solano Lima perdía en segunda vuelta, y el esfuerzo nuestro era ganar en primera vuelta. Sin perjuicio de que quedó demostrado que ganábamos de cualquier manera. Haber sacado el 49, 6% es como una de esas trampas que te hace la historia para que esa noche no se supiera qué pasaba. Y sé, hasta donde dan mis recuerdos, que en el gobierno, Lanusse en particular, se debatió en poco tiempo y finalmente prevaleció la cordura y reconoció que la segunda vuelta no tenía sentido. Ya Ricardo Balbín había admitido el triunfo nuestro. Fue la primera vez que hubo doble vuelta y se ganó en primera. Para un pesimista como yo, no era fácil. Los días previos no fueron sencillos, debo confesarte que tenía mucho miedo, fue un triunfo espectacular. En rigor, el triunfo se basó en una campaña electoral en la que la fórmula fue presentada como la alternativa a la dictadura. Más que criticar a las otras propuestas políticas, lo que hizo fue polarizar con el gobierno. Fue una buena estrategia electoral. En una época en el que las campañas electorales eran muy distintas a como son hoy.
–En ese entonces tenías 34 años, si los cálculos no me fallan.
–Yo nací en 1938 y no pienso sacar cálculos…
–Te propongo recordar lo que dijo Juan Domingo Perón, en el exilio, sobre a quién había que votar.
“La fórmula Cámpora-Solano Lima es nuestra fórmula presidencial. Ellos son hombres designados por los organismos correspondientes y cuentan con el apoyo absoluto del comando superior peronista. En ese concepto, este comando ruega a los compañeros que consideren mi apoyo y con la más absoluta decisión a los diversos candidatos del Frente Justicialista de la nación. Liberación o dependencia”.
–Un discurso orgánico.
–Sí, está claro que era una época en que las órdenes llegaban de Madrid. Desde hacía bastante tiempo la legitimación interna del peronismo era a través de un liderazgo carismático; consiguientemente, las órdenes de Perón eran un dato fundamental para la campaña. Esto se debe de haber propagandizado en esa época, pero no me acuerdo si pasó por los medios, pero supongo que debe de haber sido fundamental. El éxito fue de Perón, el dueño de la campaña y quien define la cosa es Perón, la pregunta es: ¿por qué el candidato Cámpora para los más jóvenes?: porque hubo todo un forcejeo previo, en el cual el gobierno militar había puesto una serie de condiciones que nosotros entendíamos que eran proscriptivas de Perón. En rigor, toda la etapa previa con el gobierno de Lanusse está signada por la idea el GAN (Gran Acuerdo Nacional), como definió el gobierno de entonces su estrategia política, y esto consistía en reconciliar al gobierno militar con el peronismo, lo cual requería que se votara un candidato uniforme, uno solo, y el candidato era Lanusse. Yo creo que Perón estimuló esta táctica. Creo que alentó la salida electoral y Lanusse debe haber creído que contaba con esta posibilidad. En un determinado momento, cuando ya el proceso es irreversible, Perón patea el tablero y sustituye a Roberto Paladino, que había sido su delegado hasta ese momento, por Cámpora, y ahí cualquier pacto previo quedaba sin efecto porque era un pacto tácito, básicamente. Consiguientemente, ya lanzado, el gobierno militar se ve en la alternativa de una elección que no controla y ante esto establece la regla que dice que había que estar en el país antes de determinada fecha y la alternativa era clara: si Perón volvía antes de esa fecha era que el GAN había triunfado –porque había soltado las reglas del juego– y si no volvía antes de la fecha quedaba proscripto.
–Había algunos emisarios también que iban y venían, había un coronel que el General Perón le decía el Coronel Vermicheli…
–Era el coronel Cornicheli, había sido uno de los gestores del acuerdo previo. Yo creo que era el interlocutor de Paladino en el acuerdo previo. Lo cierto es que esto se rompe con Perón volviendo al país, pero después de la fecha. Con lo cual, la vuelta al país de Perón significa no entrar por el GAN, pero al mismo tiempo la dificultad de no poder ser candidato. En algún momento nosotros especulábamos con que, instalado Perón, en el país íbamos a poder tirar abajo la cláusula. Y en eso no nos fue bien, no se logró la derogación de la cláusula. Entonces Perón tuvo que elegir candidato, digo, para quien tenga nuestra edad y haya leído un poco de historia, sabrán que las decisiones las tomaba Perón, y consiguientemente ahí eligió la fórmula Cámpora-Solano Lima.
–Eso fue refrendado en un encuentro que se hizo en un hotel céntrico, en diciembre de 1972 …
–Efectivamente, la fórmula fue bendecida por el Congreso General del Peronismo con grandes dificultades, porque era una fórmula que representaba un proceso de ruptura con el gobierno militar y había en el peronismo sectores que habían acordado con el gobierno militar.
–Fuiste el ministro del Interior de Cámpora a los 34 años, Bebe, y ahí sí que eras un bebé.
–Después se hizo más habitual que se llegue a funciones de esa importancia a tan temprana edad. Yo soy producto de una generación que no era peronista. Y nuestros padres tampoco. El proceso de peronización de mi generación tiene más que ver con los sucesivos deterioros en la vida institucional del país, las sucesivas experiencias autoritarias y el desencanto que nos genera la política anterior al ’73. En este sentido, no sólo los militares, sino también los civiles, el desencanto que genera Frondizi, por ejemplo, fue muy alto. Esa juventud inquieta por la política va buscando salidas y la encuentra en el peronismo por distintos motivos. En mi caso, básicamente tengo una formación muy partidaria a la vigencia del Estado de derecho, esto se nota después en mis actuaciones más adultas, pero básicamente lo que yo no puedo tolerar en ese momento es la proscripción de la mayoría. Si un movimiento que fue acusado de totalitario, como había sido acusado el peronismo, y desalojado del poder por ese pretexto, en definitiva es el que gana la elección, estamos viviendo irregularmente y no tenemos gobiernos legítimos, entonces es porque lo ilegítimo es lo que está pasando ahora y lo legitimo es que el peronismo asuma. Así fue mi proceso ideológico.
–Te interrumpo un segundo porque recordé dos nombres que a mí me resultaron señeros: Rodolfo Walsh y Salvador Ferla. Dos tipos que ponen la mejor narración, y la mejor investigación sobre lo que fueron los fusilamientos del levantamiento del general Valle. Ni Walsh ni Ferla eran peronistas antes. Es más, Walsh era un tipo que en el propio bombardeo a la Plaza de Mayo tenía un hermano que capitaneaba uno de los aviones. Ferla venía del frondicismo. También esto que vos decís. Es por reacción al atropello y al autoritarismo.
–Claro, porque los demócratas, entre comillas, habían ejercido la violencia y una correcta lectura del proceso, habiendo enfrentamientos de crisis interna, de sufrimiento, dolor y violencia que sufrió la Argentina en los ’70 no se lo puede dejar de vincular a lo precedente. Desde el ’30 hasta entonces habíamos vivido con gobiernos usurpadores, en donde la lógica era que el poder residía en el que tenía los fierros. La fuerza es lo que genera al poder. Y esto militariza al país. Yo nunca fui ni partidario ni militante de organizaciones armadas, pero la militarización de la juventud argentina se produce en un número importante (de todas maneras no tanto como suelen decir sus adversarios), es mucho más importante el proceso de peronización juvenil, el vinculado a Montoneros. Pero de cualquier manera, lo cierto es que de alguna manera la gente acepta la apuesta; si la cosa es a la violencia, acepta la violencia. Entonces, es interesante el diálogo que tenemos muy poco antes de llegar al 25 de mayo en el 73 con el gobierno militar en el que, por ejemplo, Lanusse nos reprocha que no hayamos ido o no nos hayamos hecho presentes en velorios de militares asesinados. Y yo le digo: mire general, a propósito de lo que decía recién, yo no era peronista cuando fui al primer velorio por razones políticas, que fue el del coronel Ibazeta, fusilado en el levantamiento de Valle. El hijo de Ibazeta fue compañero mío del liceo igual que Héctor Cámpora hijo. Y yo fui a ese velorio y no lo vi a usted, entonces, nos hemos pasado la vida algunos yendo a algunos velorios y otros a otros. Consiguientemente, de lo que se trata es de inaugurar una etapa en la que no haya más velorios.
–Me viene a la memoria algo que me contó, casi con lágrimas en los ojos, Roberto Baschetti, cuando la mujer del coronel Ricardo Ibazeta y sus cuatro o cinco hijos fueron a la puerta de Olivos para pedirle clemencia a Aramburu. Fue con los hijos y salio un tipo de la Marina y dijo: “El presidente duerme y no quiere que lo despierte”. Qué impresionante, no?
–Es tremendo, una lectura correcta de esa realidad se le adjudica al sector de gente que tuvo la proscripción en la mano durante todos esos años como instrumento del uso de la fuerza, y que cuando necesitaron matar, mataron. Es evidente que nuestro gobierno intentó pacificar el país, es evidente también que fracasamos, como también es cierto que la estrategia cambió. Nuestra estrategia consistió en tratar de llevar la idea del Estado de derecho hasta sus últimas consecuencias y aguantar. Pensar que un país que viene de un proceso tan violento no se pacifica rápidamente, y la otra idea que existía es que prevaleciera uno de los dos sectores sobre el otro. Que fue lo que pasó en definitiva. Hubo quien ganó un levantamiento armado y el costo social fue brutal.
–Cómo fue que te enteraste de que te proponían como ministro del Interior, en ese período que va del 25 de mayo al 13 de julio, es decir, 49 días.
–Así es. Poco tiempo para las consecuencias. Cuando mucho tiempo después Néstor Kirchner me ofreció ser procurador general, yo recuerdo que le dije: “Usted, Jefe, es un político exitoso, fue gobernador, lo acompañaron éxitos en su vida política, yo no. Yo soy un individuo que por 49 días de ministro, soporté diez años de exilio. Tenga en cuenta que tenemos distintas perspectivas de esta cuestión”. Lo cierto es que yo fui compañero de Héctor Cámpora hijo en el Liceo Militar.
–En cuál liceo?
–En el Liceo Militar General San Martín. El más cercano, donde han desfilado gran parte de argentinos, entre otros Raúl Alfonsín, que era de la camada anterior. No fuimos amigos en épocas de Perón pero sí nos hicimos amigos en la época de la Revolución Libertadora, por usar la expresión de la época, y estudiábamos juntos. Yo ingreso a la casa de los Cámpora cuando Cámpora está preso en el sur. Ahí estudiábamos, y a mí me venía bien estudiar con Cámpora hijo porque tenía una gran rigurosidad.
–¿La casa de San Andrés de Giles?
–No, en la calle Sarmiento. Experiencia que se corta cuando se produce la fuga del sur y se van a vivir a Chile toda la familia.
–Se escapa con Jorge Antonio….
–Sí, con Gomiz, Guillermo Patricio Kelly, y dos más, el gordo Cooke y hay un sexto que no estoy seguro (José Espejo).
–¿Te acordás cuando el hijo se enteró de que el padre se había escapado?
–Yo no estuve en ese momento con él, sí debo de haber estado un par de días después. En la familia se vivían tiempos difíciles. De todos modos convengamos en que todos nosotros estamos teñidos con una experiencia de violencia posterior, que fue la de los ’70, que hace que esa época la veamos en cierta perspectiva. Fue muy violenta y terrible, pero lo que vino después fue peor. Lo cierto es que nos hicimos amigos con Héctor hijo y en el ’58, con la amnistía de Frondizi, Cámpora padre vuelve al país, y para mí, un joven estudiante, recién ingresado a la Facultad de Derecho, muy democrático, entre comillas, no peronista, el diálogo con un personaje de la época me resultó muy atractivo, entonces tuvimos largas charlas muy interesantes. Así es que veo otros puntos de vista, me doy cuenta de que el peronismo tiene una potencialidad brutal y me peronizo poco a poco. Nunca fui un peronista ortodoxo, siempre digo que a mí los procesos me generan adhesión o rechazo según los saldos. Yo no diría que todo lo que hizo Perón en los ’40 cuenta con mi admiración. Si vos me decís el Ministerio de Educación en manos de Oscar Ivanisevich, yo no estoy de acuerdo con eso. Pero si comparo los aspectos positivos del peronismo en términos de transformación social contra sus aspectos negativos, mi saldo es favorable.
–Te preguntaba, cómo fue el momento en que Cámpora te dijo: “Integrás el gabinete”.
–El gabinete del ’73 surge de conversaciones entre Cámpora y Perón. Hay ministros claramente surgidos de lo que podría llamarse una perspectiva institucional de Perón, que son la CGT con el ministro de Trabajo, y la CGT nombra al ministro de Economía, José Ber Gelbard.
–Ricardo Otero era el ministro de Trabajo, que venía de la UOM.
–Claro. Y Gelbard que era una figura dominante en ese gabinete. Después hay viejos peronistas que surgen de conversaciones entre Perón y Cámpora como Taiana, que es el caso más evidente; Benítez, que fue ministro de Justicia, y hay propuestos por Perón, como López Rega, que es el más claro, y propuestos por Cámpora, que éramos Puig y yo.
–Juan Carlos Puig, canciller, que lo tenía a Jorge Vázquez...
–El joven Jorge Vázquez que era su secretario.
–Uno o dos años menos que vos, tenía me parece…
–Un poquito más joven quizás. Lamentablemente, los dos muertos. La primera propuesta se discute en una reunión que hacemos en Giles, en la quinta de Cámpora, la Semana Santa anterior, en un momento en el cual ya se había producido el 11 de marzo, ya había reconocimiento del gobierno como gobierno electo y faltaba la segunda vuelta. En esa oportunidad nos juntamos Mario Cámpora, su sobrino, su hijo y yo a proponer el gabinete. Ahí surge la idea de que yo sea ministro del Interior. Yo les digo que me parece que no tiene mucho sentido. Como todas las veces en mi vida he tratado de resistir y no me ha ido muy bien. Mi argumento era, para decirlo con palabras de ahora, me faltaban palabras para ser ministro de un gobierno peronista después de 18 años de exilio. Era un recién llegado. Cámpora argumentaba con lo que yo significaba como garantía para él. Yo le decía que si no había más remedio, en todo caso podía ser ministro de Justicia, me parecía más lógico. Les dije que por qué no probábamos a Benítez como ministro del Interior, que tiene más pergaminos... de ahí surgió la idea de que esto era así, trascendió, pensaron que había habido algún trueque pero no, no me aceptaron, no quisieron saber nada y quedé ahí como candidato a ministro del Interior y después sé que se consultó con Perón y él no tuvo objeción. En ese momento llega una carta de Lanusse en la que propone una entrevista entre Cámpora y él, ya Cámpora electo. Ahí hay un episodio divertido porque Cámpora dice: “Bueno, yo tengo que dar algún tipo de repuesta” y nosotros no queríamos la entrevista porque de alguna manera era simbólico un gobierno arreglado y nosotros queríamos un gobierno de ruptura con la dictadura. Y entonces resolvió de la mejor manera, “andá Bebe a la Casa de Gobierno y explicá que no va a haber entrevista o que la va a haber más adelante”. Lo hice, le expliqué al jefe de la Casa Militar que hacía enlace con nosotros, le transmiten a Lanusse por esos intercomunicadores por donde se escucha todo, y oigo por el intercomunicador la voz de un señor que habla muy fuerte que dice: “Vengan los dos para acá”. El jefe de la Casa Militar era el brigadier Bortot, un hombre muy amable, por cierto, me dice: ¿Usted no me acompañaría al despacho del Presidente? Y entonces le respondo que me daba la sensación de que no nos habían invitado sino que nos habían dado una orden. Y yo le dije “vamos nomás”. Fue la primera vez que conocí a Lanusse. Realmente tenía un aspecto físico imponente. Yo que sabía que iba a pelearme, me encontré con un señor muy enérgico, muy grandote, con uniforme, atrás de un escritorio. Le dice: “Bortot, vayasé así yo me puedo pelear tranquilo con este hombre”. Entonces yo le contesté: “Bueno, si la cosa viene así yo también me voy”. Entonces me contestó “no se haga el gracioso y siéntese ahí.” Y entonces ahí empezó la primera pelotera que tuve con él.
–Todo esto en un tono muy marcial o con una sonrisa simpática?
–Mitad y mitad. Yo tuve tres o cuatro entrevistas con Lanusse, la última de las cuales fue después de la última dictadura, de casualidad cuando vuelvo del exilio, Lanusse vivía en el mismo edificio que yo.
–Qué casualidad...
–Y nos tomamos un café, y esto sí interesa para el lector. Uno cuenta los episodios tal como los vive y a veces hay distorsiones. Hay una reunión con Lanusse en la casa de él, o en la mía, no recuerdo, en donde yo le cuento la última entrevista, que es la del 25 de mayo cuando nos peleamos feo, en donde yo le digo, “mire general, usted estaba en el medio de una punta de gorras, y yo estaba solo en la Casa de gobierno”. Y entonces me dice, “pero yo estaba más solo que usted”, y yo contesto, “me acuerdo clarito que estaba López Aufranc a su derecha”. Y me dice, “mire Righi, se equivoca. López Aufranc hace varios días que ya no estaba conmigo, porque él jugaba a ser mi sucesor con ustedes”.
–Alcides López Aufranc era el jefe del Tercer Cuerpo del Ejército.
–Hasta donde recuerdo yo, sí, era un azul, de Caballería, o sea, Caballería quiere decir que en realidad manejaban tanques.
–Y Lanusse también era de Caballería, que es el arma pituca...
–Es el arma paqueta, sí. Lo que te quiero decir es que todo el que lea tiene que poner lo que yo cuente en la perspectiva de que honestamente digo mi recuerdo, pero puedo equivocarme, y el ejemplo de Lanusse era clarísimo. En esa discusión el que tenía razón era él. Lo imaginé a López Aufranc pero no estaba.
–Volvamos a esos tiempos en donde te sentaste con Lanusse y faltaban pocos días para el 25 de mayo.
–Tiene que haber sido en abril: después de eso hubo una entrevista en la casa de don Héctor Cámpora, los tres comandantes y el gobierno electo, que fue interesante, y después de eso el 25 de mayo, cuando Lanusse me manda a llamar. Yo era el único que estaba ahí. En rigor, estaba ahí porque me había acostado a las 4, 5 de la mañana, venía del Congreso de discutir la ley de amnistía con senadores...
–Ahora vas a contar eso, pero en estas dos reuniones previas, cuando estuviste en casa de Cámpora en donde estaban estos cuatro factótums, qué cosas se podían hablar que hoy se pueda decir, ¿de qué se hablaba?
–En la primera de todas, que me plantea Lanusse, se discute si Cámpora se va a entrevistar con el Ejército o no, el Ejército era él. Y yo le digo que la entrevista tiene que pensarse en función del interés nacional, hagámosla cuando le interese al país, o sea más adelante. Toda la discusión giró en torno de eso. La segunda que fue en la casa de don Héctor, una entrevista en donde Lanusse arremete fuerte (acababan de matar a Hermes Quijada), él nos reprocha por no condenar la violencia. Y finalmente termina porque para el brigadier Rey era importante la reunión en sí misma.
–Dejame que te haga las apostillas: Hermes Quijada era el jefe de Estado Mayor Conjunto el 15 de agosto de 1972 cuando se produce la fuga del penal de Rawson y él fue el que pergeñó la falsta historia del intento de fuga de los guerrrileros detenidos en la base Almirante Zar, como encubrimiento de su asesinato de fuga.
–Tiene que haber sido mayo avanzado. Ellos sienten una enorme agresión con que nosotros ni condenemos el episodio ni vayamos al velorio. Yo le digo, “mire General, se trata de que no haya más velorios, terminemos con esta historia de que ustedes van a uno y nosotros a otro”. Y la tercera es cuando escupen al auto del jefe de Estado Mayor de la Marina, que era el almirante Carlos Coda. Lanusse se pone muy pesado, me llama, y es ahí donde después discutimos quién era el solo de la entrevista, él se sentía solo y yo me sentía solo...
–Eso fue el mismo 25.
–Sí, mientras Cámpora estaba hablando en el Congreso. Y entonces me dice “o usted toma medidas para que esto no pase más o las tomo yo”. Era un momento en el cual vos sentís el vacío de poder.
–Claro porque él se iba y vos te hacías cargo de la Policía Federal.
–Claro, y entonces le digo, pero desde dónde voy a dar órdenes general? Y entonces me dice, “usted va a ser ministro del Interior”. Y yo, “claro, voy a ser, no estoy en condiciones de dar órdenes”. Él me dice: “Dé las órdenes que quiera y hágase responsables de ellas”. Y él no podía y yo tampoco. Interesante el episodio como momento de vacío de poder. A ninguno de los dos nos interesaba que hubiera lío en la Plaza de Mayo...
–Éramos una multitud en la Plaza de Mayo y en todos lados.
–Ahí el reproche es, “dígale a la gente que tiene que entrar o salir, que tiene que pasar por puertas que no estén al alcance de la gente que está muy indignada”. Era una discusión sin solución, ninguno de los dos podía dar órdenes, no estábamos dispuestos.
–Me gustaría recordar a Cámpora cuando se refiere a la ley de amnistía y me contás cómo fue:
“Bueno, en las pautas programáticas del Frente Justicialista de Liberación que yo di a conocer ante los distintos candidatos comunales, provinciales y nacionales del Frente Justicialista de Liberacion, dejé perfectamente aclarado que era necesario en el país hacer una amplia y generosa amnistía. Pienso que no puede haber reencuentro entre los argentinos si no se puede cristalizar la unidad nacional con presos, y presos la inmensa mayoría de ellos injustificados. Esta pauta mía será analizada en su oportunidad por el Parlamento argentino. Y él resolverá, y yo pienso que resolverá favorablemente cuando también estará animado siendo representante del Frente Justicialista de Liberación, que hay en el país una amplia y verdadera justicia…”
–Ahí podemos hacer un lindo diálogo contigo. Sobre todo después de tantos años. Por lo siguiente. Para mí era importante... a ver, no había discusión en cuanto a los presos; tenían que salir: inmediatamente después de asumido el gobierno popular, el mecanismo que a mí me parecía el adecuado era la amnistía. ¿Por qué? Porque es un acto del Parlamento en el cual, yo estaba seguro que iban a votar favorablemente. De hecho, la ley salió por una nimiedad. De modo que la fuerza política era mucho mayor que un indulto, el indulto era lo que reclamaban desde la oposición, incluso desde el partido que vos militabas (PRT), porque aparecía como un acto de soledad y era posible presentarlo como producto de las luchas populares y arrancar a un gobierno que no estaba dispuesto a darlo.
–Es así, no hay necesidad de dialogar porque acabás de decir cómo era la tensión de ese momento.
–Nosotros queríamos que fuera la amnistía, la consigna contraria era “no debe haber ni un solo día de gobierno popular con presos políticos”, lo cual era cierto y atractivo. Pero la verdad es que la amnistía salía al día siguiente. De hecho, salió. Por eso me acuesto a las 4 de la mañana porque quiero consensuar con el Parlamento, para que salga lo antes posible.
–En realidad las 4 de la mañana del día 26.
–Del día 24, antes de que Cámpora lea el mensaje.
-Del 25 en realidad, te quedaste toda la noche...
–Claro, del 25. Yo voy al Congreso el 24 y me quedo 12 horas discutiendo. El problema era que en ese momento lo que se veía era que quienes pudieran sacar la ley de amnistía obtenían rédito político. Nosotros necesitábamos consensuar para que no hubiera más que un solo proyecto político. Y me llevó 12 horas con los senadores y diputados. A las 4 de la mañana yo le tenía que dar el texto definitivo al Presidente para que lo entregara y leyera en el Parlamento. Voy a la casa de Cámpora, no me acuerdo a cuál de los dos hijos agarro despierto y le digo, “mirá, éste es el texto que tu padre tiene que entregar mañana en el Congreso, yo me voy a dormir. Y no voy a escucharlo, porque empezaba cuatro horas después”. Entonces después yo me levanto, no me acuerdo a qué hora, nunca fui bueno para despertarme temprano, confieso, y voy a la Casa de Gobierno: me sentía solo en la Casa de Gobierno. Todo el gobierno electo estaba en el Congreso. La soledad que yo sentía era distinta a la soledad que sentía Lanusse. Lo cierto es que, bueno, se produce el traspaso, el acto sin duda fue desordenado como corresponde al peronismo, pero no tanto, bastante bien estuvo la cosa, y estuve hasta tarde en el ministerio, voy a casa a cambiarme y en ese momento viene el episodio de la Cárcel de Devoto...
–Una acotación: en el medio de todo eso, se encontraban acá el presidente de Cuba Osvaldo Dorticós, y el de Chile, Salvador Allende. Yo me acuerdo tal cual porque estaba en la Plaza y en un momento el locutor dice “acá está William Roger, secretario del Tesoro de Estados Unidos”. La silbatina que yo escuché ese día, no la escuché en ninguna cancha de futbol, fue impresionante.
–Por esa discusión parlamentaria, a mí me cuesta no conocer a Salvador Allende. Porque yo había armado la cena en la Embajada de Chile y no pude ir, obviamente. Y lo vi un día después, un ratito, en el partido de fútbol que fue a ver con Cámpora y Dorticós.
–En la cancha de Racing.
–Creo que en la cancha de Boca. Porque yo soy de River, y algunas cosas se me graban. Lo que era estar una noche con el Chicho, lo perdí. Lo cierto es que se aparece Benítez en casa, me dice que hay un problema serio en Devoto, hablo por teléfono, trato de convencer a los presos que convenía esperar 24 horas por el bien del país, cosa que no me hicieron caso...
–Me acuerdo de dos de tus interlocutores. Uno era Pedro Cazes Camarero, del PRT.
–Sí, con el cual no había forma de ponerme de acuerdo porque teníamos intereses claramente enfrentados.
–Y el otro era Freddy Ernst, de Montoneros.
–Eso no recuerdo. El de Montoneros era más fácil. El más complicado era Cazes Camarero. Hay una conferencia de prensa de Santucho, unos días después, donde él dice que el indulto fue arrancado al gobierno. Si era así, ¿por qué no lo hizo el 24 de mayo? Si el pueblo estaba en condiciones de arrancar estas cosas, lo hubieran hecho antes. Pero lo cierto es que nos ganaron la pulseada. Hubo que hacer el indulto porque la alternativa era: o reprimíamos a los manifestantes, cosa que no sé si hubiéramos podido hacer porque acabábamos de llegar al gobierno, o cedíamos por el indulto.
–Estaba rodeada la Cárcel de Villa Devoto...
–Y los episodios de violencia eran cada vez mayores, no convenía demorar. Era el mal menor.
–Cuando eras ministro del Interior fuiste al patio de las Palmeras en Casa de Gobierno y diste un discurso que me gustaría recordar. Luego me vas a contar con quiénes charlaste este texto que seguramente escribiste vos…
“Es habitual llamar a los policías guardianes del orden. Así seguirá siendo, pero lo que ha cambiado profundamente es el orden que guardan y en consecuencia la forma de hacerlo. Un orden injusto, un poder arbitrario impuesto por la violencia se guarda con la misma violencia que lo originó. Un orden justo, respaldado por la voluntad masiva de la ciudadanía, se guarda con moderación y prudencia, con respeto y sensibilidad humana”.
–Es un texto vibrante, humano, ahora lo tengo que decir autocríticamente, lo escuchábamos muchos diciendo “qué bueno, porque les pega a los policías”, pero yo leo cuarenta años después y las palabras moderación y prudencia no estaban al menos en mi mochila.
–El discurso tiene varias manos, fue conversado en un almuerzo en el ministerio con el jefe de la Policía, el general Ferrazano, el subjefe echado por el golpe que derrocó a Perón. Èl fue un general leal a Perón que es convocado a ser jefe de Policía de nuestro gobierno, el subcomisario Vitani, que era el segundo de él, un hombre de la llamada Policía Científica no vinculado a la represión, seguramente estaba Roberto Sinigaglia, que fue asesor mío en el ministerio y fue después asesinado, y seguramente estuvo Mercante, mi subsecretario, y no recuerdo si había alguien más, pero a ellos les pareció que era un discurso que no generaba problemas. Yo creo que no generaba problemas en el ámbito de la fuerza. El problema era al interior del peronismo, no era un gobierno homogéneo, éste era el problema. Había mucho personaje interno en el peronismo que utilizó eso como método de agresión y para acusarnos de debilidad y de no reprimir.
–Ese discurso fue unos días antes de lo que pasó en Ezeiza. Bebe, te agradezco por hacer memoria, por tener esa fidelidad que vos decías, “éstos son mis recuerdos”. Yo creo que no se te escapa ningún detalle.
–Yo te agradezco a vos. Para mí es grato hablar de estos temas. Y el tiempo es mucho, puedo haber cometido algún error pero creo que en lo sustancial, por lo menos estoy seguro de que dije lo que pienso.
Cuarenta años
Por Ernesto F. Villanueva* Rector Organizador de la Universidad Nacional Arturo Jauretche
politica@miradasalsur.com
Cuarenta años han pasado desde aquel día tan prometedor de futuros. Durante 18 años el peronismo no había buscado sino una sola cosa, elecciones sin proscripciones. Los métodos habían sido diversos, las luchas y las traiciones muchas, todo un camino empedrado de buenas intenciones que, lo ignorábamos, conduciría a un infierno mucho mayor del que podían imaginar los argentinos.
Pero en aquel entonces todas las tácticas parecían confluir en un punto: el retorno a un sistema electoral libre, aunque todavía no se permitía que el propio "jefe del dispositivo" también participara del magno evento. Durante aquellos 18 años previos, nuestro país había cambiado mucho. Los inmensos esfuerzos gorilas por desmontar al peronismo habían tenido frutos parciales, pero Perón los disimulaba con gran habilidad. Más aún, a través de la distancia y el manejo verbal de posturas realmente antagónicas, lograba que un conjunto de músicos que no se escuchaban entre sí apareciesen como si fuera una orquesta sinfónica. Es cierto que las tareas de la resistencia, consistentes en impedir la consolidación de un modelo proscriptivo, lograban el famoso empate hegemónico, pero no alcanzaban para llegar al gobierno. Fue recién con el surgimiento de los movimientos guerrilleros que el peronismo volcó la balanza a su favor.
Para aquellos que se preguntan por la vigencia del peronismo, es bueno conocer su evolución durante aquel período. En un primer momento, se atribuyó el peronismo a Perón. Muerto el perro, se acabo la rabia, era la lógica consigna que se deducía de aquella caracterización tan primitiva. Es muy común que los procesos populares no sean vistos sino como una creación maligna de un hombre. Perón, Fidel, hoy Chávez, son buen ejemplo al respecto. Pero esas visiones pasan por alto un pequeño detalle. Esos hombres son jefes, excepcionales si se quiere, de procesos históricos profundos que ellos dinamizan y potencian pero no inventan. Esto es, cuando mueren, los procesos persisten con diferente nivel de éxito de acuerdo con si siguen respondiendo a determinadas circunstancias históricas y también, por supuesto, a cómo se los conduce, pero no sólo a ello.
Un esquema más sofisticado de antiperonismo lo constituyó la estrategia frondicista. Reconociendo que la base del movimiento estaba constituida por los trabajadores, Frondizi buscó estructurar un movimiento obrero con fuertes anclajes económicos, a través de un sistema avanzadísimo de obras sociales independientes del Estado, que fuera creando un sindicalismo de nuevo tipo, menos pegoteado a las necesidades políticas del peronismo y con una dinámica más independiente. En parte, esta nueva realidad fue denominada vandorismo, aunque en rigor esa corriente no era sino un aspecto de un fenómeno más profundo que tendió a transformar por adentro al peronismo, incluso hasta hoy, como se observa leyendo o escuchando las exposiciones de Hugo Moyano.
Pero si el peronismo había ido transfigurándose durante los sesenta, tuvo una nueva vuelta de tuerca con el acercamiento de las capas medias que, tardíamente, descubrían un conjunto de valores liberadores que el ropaje inicial de la posguerra había impedido visualizar. Por supuesto, cada transformación traía elementos nuevos y esta última era muy poderosa. Basta de resistir, parecían afirmar. Ahora queremos ganar. Como sea, insurrecciones masivas, estilo Cordobazo, acciones armadas y también, por qué no, elecciones. Por supuesto, mi generación creía que la historia comenzaba con nosotros. Es cierto que había referencias míticas al General, a la resistencia, al gobierno (idealizado) de 1945 al 55. Lo anterior había tenido su valor, no lo negábamos, como exponentes de mantener las banderas en tiempos difíciles, pero la nueva generación (la nuestra) haría las cosas mejor. Por lo pronto, gracias a nosotros, la dictadura hocicaba convocando a elecciones casi sin proscripciones. Y ya no tenía fuerzas para impedir el regreso de Perón.
Y volvió Perón en aquel imborrable noviembre, y Gaspar Campos, que todavía no sé quién fue, se convirtió en el núcleo central del poder, y no sólo sumó a los sindicatos y a los jóvenes; también a los carcamanes del peronismo y, más aún, a todos los partidos políticos. Todos de acuerdo en regresar a la democracia casi sin restricciones. Pero ese acuerdo, resumido en el restaurante Nino y en la visita de Balbín, primero, y en herramienta electoral, el Frejuli (Frente Justicialista de Liberación), ¡observen qué denominación para una alianza electoral!, después, ese acuerdo, impedía observar las fisuras enormes que conllevaba.
Y allí fuimos a una campaña electoral hermosa, que todavía me llena de nostalgia, con los mensajes del General, nuestras movilizaciones y la figura del Tío Cámpora que resumía –o creíamos que– los nuevos tiempos que se avecinaban. Todas las trampas y trampitas de Lanusse fueron siendo desarmadas. Y llegamos a ese 11 de marzo que daba vuelta la Historia. Festejos, nos adueñábamos de las calles ya sin restricciones, con sonrisas, con todo por delante.
Claro, estoy escribiendo con el diario del lunes así que no tengo otro remedio que reconocer que no teníamos todo por delante. Había nubarrones inmensos y no teníamos la ropa adecuada. Prefiero el tiempo y no la sangre, por un lado, avancemos lo más rápido posible por el otro. Diferencias tácticas, pues. ¿Patria peronista o patria socialista?, diferencias estratégicas, entonces. ¿El poder se toma al estilo revolución rusa? ¿O se construye todos los días al estilo gramsciano?, diferencias de concepción también. Y no hablemos ya de los resabios de energúmenos, que no merecen aquí un análisis pormenorizado. Sí de los sindicatos que tenían más oficio en eso de llevar su estrategia propia silbando bajito. Y por supuesto del General, que asimilaba excesivamente la alianza de 1973 a la de 1946, sin percibir las diferencias en el tiempo, en la distancia física y en los estilos de construcción.
Hoy es un momento histórico distinto. Aprendimos mucho. El movimiento sobrevivió a la muerte de su líder, sabemos que las diferencias se procesan de otra manera, sufrimos muertes y persecuciones, tenemos una conductora con una visión estratégica enorme, una juventud que hereda el aprendizaje y no los resentimientos, un panorama latinoamericano venturoso, una estructura socioeconómica más compleja que aquélla, ya no pensamos que las cosas se resuelven de un día para otro, que la palabra "democracia" es nuestra, que la idea de ampliar los derechos sintetiza en buena parte aquel peronismo del ’46, el del 11 de marzo y el de hoy. Podemos afirmar que aquel día fue un aprendizaje y que lo rememoramos sin ilusiones pero tomando la fuerza y el optimismo que entonces encarnaba.
* Sociólogo. En 1973, a la edad de 28 años, fue secretario general de la Universidad
de Buenos Aires y, luego con Perón, rector de la misma.
10/03/13 Miradas al Sur
SOCIALISMO POR EDGARDO MOCCA
Usos del socialismo
Por Edgardo Mocca
La palabra socialismo tiene un enorme poder evocativo. Nos acerca la memoria de la lucha de los explotados por la justicia y la igualdad, nacida en las entrañas de la revolución industrial. Significa el célebre tránsito teórico de las masas sacrificadas por el progreso capitalista a la condición de “clase universal”, portadora histórica de una nueva civilización humana. Muchas cosas se hicieron y se sufrieron en nombre de esa palabra: nacieron nuevos derechos, se consumaron revoluciones, nació un nuevo tipo de partido político y un nuevo tipo de militante –ideológicamente convencido, audaz y potencialmente heroico– poco propenso, en general, a los matices y a las contradicciones. También se desarrollaron procesos de burocratización autoritaria que concibieron crímenes masivos, consumados en su nombre. Aun así, el estado social, el mejor logro del capitalismo en dos siglos de sociedades construidas en su nombre, fue el modo en que los socialistas enfrentados con sus pares soviéticos recogieron los frutos de las tensiones y esperanzas generadas por la gran revolución rusa de 1917.
En los noventa, el socialismo vivió su peor momento. Entre 1989 y 1991 había implosionado en la Europa del Este el sistema de países que lo llevaba inscripto en sus banderas. Fue la época de las “terceras vías” y los “nuevos centros” que llamaban a flexibilizarlo, a ponerlo en condiciones de convivir con el individualismo radicalizado, con el debilitamiento de la identidad colectiva; a convertirlo, en última instancia, en el rostro si no agradable, por lo menos soportable de la revolución neoliberal. Un lúcido filósofo liberal, Richard Rorty, llegó a decir, a favor de su planteo de que las izquierdas necesitaban un “nuevo vocabulario”, cosas como ésta: “Los visitantes de la Europa Oriental nos van a empezar a mirar con estupefacción si seguimos usando el término socialismo para describir nuestros objetivos políticos”.
La palabra socialismo ha ido recuperando parte de su interés en los primeros años de este siglo. Curiosamente, esa recuperación no ha venido de la mano de quienes reivindican su condición de albaceas hereditarios de la honrosa tradición de pensamiento nacida en el siglo XIX; por el contrario, lo más característico de estos años ha sido la declinación electoral y, lo que es más grave, política, de gran parte de los partidos agrupados en la Internacional Socialista y sus fuerzas afines. Con la excepción del socialismo francés, los partidos europeos de esa denominación han perdido el gobierno de sus países y son vistos por sus pueblos menos como portadores de nuevas esperanzas que como parte de la crisis y, en algunos casos, de la descomposición de sus sociedades. El socialismo ha vuelto a ser el santo y seña de procesos transformadores particularmente en los países sudamericanos. Poderosas fuerzas políticas de la región, incluidos varios de sus gobiernos, la invocan como horizonte deseable de sus naciones y como propuesta política central del nuevo siglo.
En estos días, la muerte del presidente venezolano ha conmovido a América latina y al mundo. Ha excitado pasiones políticas universales desde la geografía latinoamericana, como solamente lo habían hecho en los últimos tiempos la revolución sandinista y, especialmente, la revolución cubana. Los partidos llamados “socialistas” y socialdemócratas, en su mayoría, no se han sentido positivamente interpelados por la personalidad y la experiencia bolivariana conducida por el comandante Hugo Chávez. Más bien han adoptado la retórica de la condena al populismo y han militado a favor de una clasificación maniquea del proceso regional transformador que separa a las “izquierdas modernas y democráticas” de los “populismos arcaicos”. Chávez entró decidida y prototípicamente en el último casillero. El líder bolivariano construyó y desarrolló una experiencia nacional-popular en un ciclo político regional y mundial de índole transformadora que él mismo y su experiencia de gobierno contribuyeron a impulsar. En la florida verba de Chávez, socialismo fue el nombre de la dignidad de una nación y del proyecto de una unidad de la patria grande sustentada en valores de justicia social y soberanía nacional ampliada a escala regional. Una vez más –como con Sandino, Perón y Fidel Castro– la izquierda doctrinaria, ésa que según Cooke planeaba revoluciones con escuadra y tiralíneas, no se sumó a la experiencia. Ahora el rechazo ya no se fundamenta en la apelación a preceptos estratégicos extraídos de otras experiencias sino en los nuevos códigos doctrinarios adoptados en los años de gloria del neoliberalismo. Ahora lo que fundamenta el rechazo es la preocupación por las instituciones, la moral pública y los derechos de las minorías. Cualquiera que quiera comprobar el linaje de estas retóricas puede provechosamente revisitar las alocuciones eclesiásticas y militares previas a los golpes antipopulares que jalonaron nuestra historia nacional durante el siglo pasado. Lo cierto es que el chavismo reintrodujo parte del viejo vocabulario cuya definitiva extinción se profetizaba a fines del pasado siglo. Fue el primero en darle aura estatal al regreso de palabras como capitalismo, imperialismo, clases trabajadoras, justicia social, soberanía nacional. Su “socialismo del siglo XXI” no fue un homenaje protocolar a una ideología anciana e impotente sino la gran promesa de enlazar los viejos símbolos con las tareas de una nueva época regional y mundial. Acaso eso explique una conmoción mundial por la muerte de un presidente latinoamericano con muy pocos antecedentes históricos.
Desde las filas del Partido Socialista de nuestro país, su máximo dirigente, Hermes Binner, ha afirmado que, de haber votado en Venezuela, lo habría hecho por Capriles, líder de la oposición antichavista. El lógico revuelo llegó a las propias fuerzas que se reclaman de “centroizquierda” y forman parte del frente que lidera Binner. Sin embargo, es un revuelo artificial en buena medida, como si quienes lo expresan hubieran descubierto recién ahora la orientación ideológica del dirigente, la naturaleza del frente político que integran y la contradicción entre la retórica centroizquierdista y la práctica política real a la que le dan sustentación. La verdad es que la definición de Binner es mucho más coherente que la de la mayoría de quienes lo critican desde el interior de la coalición que encabeza. El jefe socialista no tiene que explicarle a nadie las razones por las que rechaza la experiencia chavista: son las mismas por las que se opone al kirchnerismo y está dispuesto a ampliar su política de alianzas manteniendo y profundizando esa orientación básica antigubernamental. Más difícil de sostener es la posición de quienes alaban al líder bolivariano que acaba de morir, mientras ejercen una oposición frontal a un gobierno orientado por los mismos valores y sólidamente aliado a él en la agenda de la integración regional y sus principios rectores. Seguramente habrán oído muchas veces en boca de sus socios la afirmación del “chavismo” de la política kirchnerista.
Socialdemocracia y progresismo han sido también parte central del vocabulario con el que el radicalismo bonaerense fundamentó, hace pocos días, su proyecto de alianzas interpartidarias hacia las elecciones legislativas del próximo octubre. La UCR provincial reafirmó su condición de “partido nacional, progresista y socialdemócrata” y llamó a explorar posibilidades de coalición con fuerzas políticas afines a esa inspiración. Es muy significativa la posición que ocupa esa autodefinición en la argumentación del texto. Es de ella que se deduce la voluntad partidaria de “reemplazar el actual modelo desde una visión de centroizquierda, que avente las chances de una nueva experiencia neoliberal noventista”. En buen romance, eso significa que no concurrirán al frente único antikirchnerista que impulsa el establishment bajo la batuta del macrismo. Las palabras (“progresismo”, “socialismo”, “socialdemocracia”) han sido y son usadas con frecuencia para embellecer políticas de acomodamiento al statu quo y a la condescendencia con el sistema de privilegios. El documento radical bonaerense muestra que pueden también ser usadas para evitar alianzas que podrían consumar el agotamiento definitivo de una identidad partidaria con más de ciento veinte años de vigencia en el país.
Es en definitiva una noble tradición política la que se mantiene viva, sigue agitando los espíritus de millones de hombres y mujeres y formando parte del vocabulario de las luchas políticas. No es, como sostiene el establishment neoliberal, la amenaza de regreso de una experiencia de fracaso. Es un emblema honroso, digno de formar parte del lenguaje en una etapa civilizatoria cargada de esperanzas y peligros.
10/03/13 Página|12
GB
LOS DOS CHAVEZ POR GARCIA MARQUEZ
El enigma de los dos Chávez
Por Gabriel García Márquez. Escritor
politica@miradasalsur.com
Dos semanas antes de que Hugo Chávez asumiera su primera presidencia, en febrero de 1999, Gabriel García Márquez compartió con él un vuelo desde La Habana y le hizo esta histórica entrevista publicada en Cambio.
Carlos Andrés Pérez descendió al atardecer del avión que lo llevó de Davos, Suiza, y se sorprendió de ver en la plataforma al general Fernando Ochoa Antich, su ministro de Defensa. “¿Qué pasa?”, le preguntó intrigado. El ministro lo tranquilizó, con razones tan confiables, que el Presidente no fue al Palacio de Miraflores sino a la residencia presidencial de La Casona. Empezaba a dormirse cuando el mismo ministro de Defensa lo despertó por teléfono para informarle de un levantamiento militar en Maracay. Había entrado apenas en Miraflores cuando estallaron las primeras cargas de artillería.
Era el 4 de febrero de 1992. El coronel Hugo Chávez Frías, con su culto sacramental de las fechas históricas, comandaba el asalto desde su puesto de mando improvisado en el Museo Histórico de La Planicie. El Presidente comprendió entonces que su único recurso estaba en el apoyo popular, y se fue a los estudios de Venevisión para hablarle al país. Doce horas después el golpe militar estaba fracasado. Chávez se rindió, con la condición de que también a él le permitieran dirigirse al pueblo por la televisión. El joven coronel criollo, con la boina de paracaidista y su admirable facilidad de palabra, asumió la responsabilidad del movimiento. Pero su alocución fue un triunfo político. Cumplió dos años de cárcel hasta que fue amnistiado por el presidente Rafael Caldera. Sin embargo, muchos partidarios como no pocos enemigos han creído que el discurso de la derrota fue el primero de la campaña electoral que lo llevó a la presidencia de la República menos de nueve años después.
El presidente Hugo Chávez Frías me contaba esta historia en el avión de la Fuerza Aérea Venezolana que nos llevaba de La Habana a Caracas, hace dos semanas, a menos de quince días de su posesión como presidente constitucional de Venezuela por elección popular. Nos habíamos conocido tres días antes en La Habana, durante su reunión con los presidentes Castro y Pastrana, y lo primero que me impresionó fue el poder de su cuerpo de cemento armado. Tenía la cordialidad inmediata, y la gracia criolla de un venezolano puro. Ambos tratamos de vernos otra vez, pero no nos fue posible por culpa de ambos, así que nos fuimos juntos a Caracas para conversar de su vida y milagros en el avión.
Fue una buena experiencia de reportero en reposo. A medida que me contaba su vida, iba yo descubriendo una personalidad que no correspondía para nada con la imagen de déspota que teníamos formada a través de los medios. Era otro Chávez. ¿Cuál de los dos era el real?
El argumento duro en su contra durante la campaña había sido su pasado reciente de conspirador y golpista. Pero la historia de Venezuela ha digerido a más de cuatro. Empezando por Rómulo Betancourt, recordado con razón o sin ella como el padre de la democracia venezolana, que derribó a Isaías Medina Angarita, un antiguo militar demócrata que trataba de purgar a su país de los treintiséis años de Juan Vicente Gómez. A su sucesor, el novelista Rómulo Gallegos, lo derribó el general Marcos Pérez Jiménez, que se quedaría casi once años con todo el poder. Éste, a su vez, fue derribado por toda una generación de jóvenes demócratas que inauguró el período más largo de presidentes elegidos.
El golpe de febrero parece ser lo único que le ha salido mal al coronel Hugo Chávez Frías. Sin embargo, él lo ha visto por el lado positivo como un revés providencial. Es su manera de entender la buena suerte, o la inteligencia, o la intuición, o la astucia, o cualquiera cosa que sea el soplo mágico que ha regido sus actos desde que vino al mundo en Sabaneta, estado Barinas, el 28 de julio de 1954, bajo el signo del poder: Leo. Chávez, católico convencido, atribuye sus hados benéficos al escapulario de más de cien años que lleva desde niño, heredado de un bisabuelo materno, el coronel Pedro Pérez Delgado, que es uno de sus héroes tutelares.
Sus padres sobrevivían a duras penas con sueldos de maestros primarios, y él tuvo que ayudarlos desde los nueve años vendiendo dulces y frutas en una carretilla. A veces iba en burro a visitar a su abuela materna en Los Rastrojos, un pueblo vecino que les parecía una ciudad porque tenía una plantita eléctrica con dos horas de luz a prima noche, y una partera que lo recibió a él y a sus cuatro hermanos. Su madre quería que fuera cura, pero sólo llegó a monaguillo y tocaba las campanas con tanta gracia que todo el mundo lo reconocía por su repique. “Ese que toca es Hugo”, decían. Entre los libros de su madre encontró una enciclopedia providencial, cuyo primer capítulo lo sedujo de inmediato: Cómo triunfar en la vida.
Era en realidad un recetario de opciones, y él las intentó casi todas. Como pintor asombrado ante las láminas de Miguel Angel y David, se ganó el primer premio a los doce años en una exposición regional. Como músico se hizo indispensable en cumpleaños y serenatas con su maestría del cuatro y su buena voz. Como beisbolista llegó a ser un catcher de primera. La opción militar no estaba en la lista, ni a él se le habría ocurrido por su cuenta, hasta que le contaron que el mejor modo de llegar a las grandes ligas era ingresar en la academia militar de Barinas. Debió ser otro milagro del escapulario, porque aquel día empezaba el plan Andrés Bello, que permitía a los bachilleres de las escuelas militares ascender hasta el más alto nivel académico.
Estudiaba ciencias políticas, historia y marxismo al leninismo. Se apasionó por el estudio de la vida y la obra de Bolívar, su Leo mayor, cuyas proclamas aprendió de memoria. Pero su primer conflicto consciente con la política real fue la muerte de Allende en septiembre de 1973. Chávez no entendía. ¿Y por qué si los chilenos eligieron a Allende, ahora los militares chilenos van a darle un golpe? Poco después, el capitán de su compañía le asignó la tarea de vigilar a un hijo de José Vicente Rangel, a quien se creía comunista. “Fíjate las vueltas que da la vida”, me dice Chávez con una explosión de risa. “Ahora su papá es mi canciller.” Más irónico aún es que cuando se graduó recibió el sable de manos del presidente que veinte años después trataría de tumbar: Carlos Andrés Pérez.
“Además”, le dije, “usted estuvo a punto de matarlo”. “De ninguna manera”, protestó Chávez. “La idea era instalar una asamblea constituyente y volver a los cuarteles.” Desde el primer momento me había dado cuenta de que era un narrador natural. Un producto íntegro de la cultura popular venezolana, que es creativa y alborozada. Tiene un gran sentido del manejo del tiempo y una memoria con algo de sobrenatural, que le permite recitar de memoria poemas de Neruda o Whitman, y páginas enteras de Rómulo Gallegos.
Desde muy joven, por casualidad, descubrió que su bisabuelo no era un asesino de siete leguas, como decía su madre, sino un guerrero legendario de los tiempos de Juan Vicente Gómez. Fue tal el entusiasmo de Chávez, que decidió escribir un libro para purificar su memoria. Escudriñó archivos históricos y bibliotecas militares, y recorrió la región de pueblo en pueblo con un morral de historiador para reconstruir los itinerarios del bisabuelo por los testimonios de sus sobrevivientes. Desde entonces lo incorporó al altar de sus héroes y empezó a llevar el escapulario protector que había sido suyo.
Uno de aquellos días atravesó la frontera sin darse cuenta por el puente de Arauca, y el capitán colombiano que le registró el morral encontró motivos materiales para acusarlo de espía: llevaba una cámara fotográfica, una grabadora, papeles secretos, fotos de la región, un mapa militar con gráficos y dos pistolas de reglamento. Los documentos de identidad, como corresponde a un espía, podían ser falsos. La discusión se prolongó por varias horas en una oficina donde el único cuadro era un retrato de Bolívar a caballo. “Yo estaba ya casi rendido –me dijo Chávez–, pues mientras más le explicaba menos me entendía.” Hasta que se le ocurrió la frase salvadora: “Mire mi capitán lo que es la vida: hace apenas un siglo éramos un mismo ejército, y ése que nos está mirando desde el cuadro era el jefe de nosotros dos. ¿Cómo puedo ser un espía?”. El capitán, conmovido, empezó a hablar maravillas de la Gran Colombia, y los dos terminaron esa noche bebiendo cerveza de ambos países en una cantina de Arauca.
A la mañana siguiente, con un dolor de cabeza compartido, el capitán le devolvió a Chávez sus enseres de historiador y lo despidió con un abrazo en la mitad del puente internacional.
“De esa época me vino la idea concreta de que algo andaba mal en Venezuela”, dice Chávez. Lo habían designado en Oriente como comandante de un pelotón de trece soldados y un equipo de comunicaciones para liquidar los últimos reductos guerrilleros. Una noche de grandes lluvias le pidió refugio en el campamento un coronel de inteligencia con una patrulla de soldados y unos supuestos guerrilleros acabados de capturar, verdosos y en los puros huesos. Como a las diez de la noche, cuando Chávez empezaba a dormirse, oyó en el cuarto contiguo unos gritos desgarradores. “Era que los soldados estaban golpeando a los presos con bates de béisbol envueltos en trapos para que no les quedaran marcas”, contó Chávez. Indignado, le exigió al coronel que le entregara los presos o se fuera de allí, pues no podía aceptar que torturara a nadie en su comando. “Al día siguiente me amenazaron con un juicio militar por desobediencia –contó Chávez–, pero sólo me mantuvieron por un tiempo en observación.”
Pocos días después tuvo otra experiencia que rebasó las anteriores. Estaba comprando carne para su tropa cuando un helicóptero militar aterrizó en el patio del cuartel con un cargamento de soldados mal heridos en una emboscada guerrillera. Chávez cargó en brazos a un soldado que tenía varios balazos en el cuerpo. “No me deje morir, mi teniente”... le dijo aterrorizado. Apenas alcanzó a meterlo dentro de un carro. Otros siete murieron. Esa noche, desvelado en la hamaca, Chávez se preguntaba: “¿Para qué estoy yo aquí? Por un lado campesinos vestidos de militares torturaban a campesinos guerrilleros, y por el otro lado campesinos guerrilleros mataban a campesinos vestidos de verde. A estas alturas, cuando la guerra había terminado, ya no tenía sentido disparar un tiro contra nadie.” Y concluyó en el avión que nos llevaba a Caracas: “Ahí caí en mi primer conflicto existencial”.
Al día siguiente despertó convencido de que su destino era fundar un movimiento. Y lo hizo a los veintitrés años, con un nombre evidente: Ejército Bolivariano del Pueblo de Venezuela. Sus miembros fundadores: cinco soldados y él, con su grado de subteniente. “¿Con qué finalidad?” le pregunté. Muy sencillo, dijo él: “Con la finalidad de prepararnos por si pasa algo”. Un año después, ya como oficial paracaidista en un batallón blindado de Maracay, empezó a conspirar en grande. Pero me aclaró que usaba la palabra conspiración sólo en su sentido figurado de convocar voluntades para una tarea común.
Esa era la situación el 17 de diciembre de 1982 cuando ocurrió un episodio inesperado que Chávez considera decisivo en su vida. Era ya capitán en el segundo regimiento de paracaidistas, y ayudante de oficial de inteligencia. Cuando menos lo esperaba, el comandante del regimiento, Ángel Manrique, lo comisionó para pronunciar un discurso ante mil doscientos hombres, entre oficiales y tropa.
A la una de la tarde, reunido ya el batallón en el patio de fútbol, el maestro de ceremonias lo anunció. “¿Y el discurso?”, le preguntó el comandante del regimiento al verlo subir a la tribuna sin papel. “Yo no tengo discurso escrito”, le dijo Chávez. Y empezó a improvisar. Fue un discurso breve, inspirado en Bolívar y Martí, pero con una cosecha personal sobre la situación de presión e injusticia de América latina transcurridos doscientos años de su independencia. Los oficiales, los suyos y los que no lo eran, lo oyeron impasibles. Entre ellos los capitanes Felipe Acosta Carle y Jesús Urdaneta Hernández, simpatizantes de su movimiento. El comandante de la guarnición, muy disgustado, lo recibió con un reproche para ser oído por todos:
“Chávez, usted parece un político”. “Entendido”, le replicó Chávez.
Felipe Acosta, que medía dos metros y no habían logrado someterlo diez contendores, se paró de frente al comandante, y le dijo: “Usted está equivocado, mi comandante. Chávez no es ningún político. Es un capitán de los de ahora, y cuando ustedes oyen lo que él dijo en su discurso se mean en los pantalones”.
Entonces el coronel Manrique puso firme a la tropa, y dijo: “Quiero que sepan que lo dicho por el capitán Chávez estaba autorizado por mí. Yo le di la orden de que dijera ese discurso, y todo lo que dijo, aunque no lo trajo escrito, me lo había contado ayer”. Hizo una pausa efectista, y concluyó con una orden terminante: “¡Que eso no salga de aquí!”.
Al final del acto, Chávez se fue a trotar con los capitanes Felipe Acosta y Jesús Urdaneta hacia el Samán del Guere, a diez kilómetros de distancia, y allí repitieron el juramento solemne de Simón Bolívar en el monte Aventino. “Al final, claro, le hice un cambio”, me dijo Chávez. En lugar de “cuando hayamos roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español”, dijeron: “Hasta que no rompamos las cadenas que nos oprimen y oprimen al pueblo por voluntad de los poderosos”.
Desde entonces, todos los oficiales que se incorporaban al movimiento secreto tenían que hacer ese juramento. La última vez fue durante la campaña electoral ante cien mil personas. Durante años hicieron congresos clandestinos cada vez más numerosos, con representantes militares de todo el país. “Durante dos días hacíamos reuniones en lugares escondidos, estudiando la situación del país, haciendo análisis, contactos con grupos civiles, amigos. “En diez años –me dijo Chávez– llegamos a hacer cinco congresos sin ser descubiertos.”
A estas alturas del diálogo, el Presidente rió con malicia, y reveló con una sonrisa: “Bueno, siempre hemos dicho que los primeros éramos tres. Pero ya podemos decir que en realidad había un cuarto hombre, cuya identidad ocultamos siempre para protegerlo, pues no fue descubierto el 4 de febrero y quedó activo en el Ejército y alcanzó el grado de coronel. Pero estamos en 1999 y ya podemos revelar que ese cuarto hombre está aquí con nosotros en este avión”. Señaló con el índice al cuarto hombre en un sillón apartado, y dijo: “¡El coronel Badull!”.
De acuerdo con la idea que el comandante Chávez tiene de su vida, el acontecimiento culminante fue El Caracazo, la sublevación popular que devastó a Caracas. Solía repetir: “Napoleón dijo que una batalla se decide en un segundo de inspiración del estratega”. A partir de ese pensamiento, Chávez desarrolló tres conceptos: uno, la hora histórica. El otro, el minuto estratégico. Y por fin, el segundo táctico. “Estábamos inquietos porque no queríamos irnos del Ejército”, decía Chávez. “Habíamos formado un movimiento, pero no teníamos claro para qué.” Sin embargo, el drama tremendo fue que lo que iba a ocurrir ocurrió y no estaban preparados. “Es decir –concluyó Chávez– que nos sorprendió el minuto estratégico.”
Se refería, desde luego, a la asonada popular del 27 de febrero de 1989: El Caracazo. Uno de los más sorprendidos fue él mismo. Carlos Andrés Pérez acababa de asumir la presidencia con una votación caudalosa y era inconcebible que en veinte días sucediera algo tan grave. “Yo iba a la universidad a un postgrado, la noche del 27, y entro en el fuerte Tiuna en busca de un amigo que me echara un poco de gasolina para llegar a la casa”, me contó Chávez minutos antes de aterrizar en Caracas. “Entonces veo que están sacando las tropas, y le pregunto a un coronel: ¿Para dónde van todos esos soldados? Porque sacaban los de Logística, que no están entrenados para el combate, ni menos para el combate en localidades. Eran reclutas asustados por el mismo fusil que llevaban. Así que le pregunto al coronel:
¿Para dónde va ese pocotón de gente? Y el coronel me dice: A la calle, a la calle. La orden que dieron fue ésa: hay que parar la vaina como sea, y aquí vamos. Dios mío, ¿pero qué orden les dieron? Bueno Chávez, me contesta el coronel: la orden es que hay que parar esta vaina como sea. Y yo le digo: Pero mi coronel, usted se imagina lo que puede pasar. Y él me dice: Bueno, Chávez, es una orden y ya no hay nada qué hacer. Que sea lo que Dios quiera”.
Chávez dice que también él iba con mucha fiebre por un ataque de rubéola, y cuando encendió su carro vio a un soldadito que venía corriendo con el casco caído, el fusil guindando y la munición desparramada. “Y entonces me paro y lo llamo”, dijo Chávez. “Y él se monta, todo nervioso, sudado, un muchachito de 18 años. Y yo le pregunto: Ajá, ¿y para dónde vas tú corriendo así? No, dijo él, es que me dejó el pelotón, y allí va mi teniente en el camión. Lléveme, mi mayor, lléveme. Y yo alcanzo el camión y le pregunto al que los lleva: ¿Para dónde van? Y él me dice: Yo no sé nada. Quién va a saber, imagínese”. Chávez toma aire y casi grita ahogándose en la angustia de aquella noche terrible: “Tú sabes, a los soldados tú los mandas para la calle, asustados, con un fusil, y quinientos cartuchos, y se los gastan todos. Barrían las calles a bala, barrían los cerros, los barrios populares. ¡Fue un desastre! Así fue: miles, y entre ellos Felipe Acosta”. “Y el instinto me dice que lo mandaron a matar”, dice Chávez. “Fue el minuto que esperábamos para actuar.” Dicho y hecho: desde aquel momento empezó a fraguarse el golpe que fracasó tres años después.
El avión aterrizó en Caracas a las tres de la mañana. Vi por la ventanilla la ciénaga de luces de aquella ciudad inolvidable donde viví tres años cruciales de Venezuela que lo fueron también para mi vida. El Presidente se despidió con su abrazo caribe y una invitación implícita: “Nos vemos aquí el 2 de febrero”. Mientras se alejaba entre sus escoltas de militares condecorados y amigos de la primera hora, me estremeció la inspiración de que había viajado y conversado a gusto con dos hombres opuestos. Uno a quien la suerte empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista, que podía pasar a la historia como un déspota más.
10/03/13 Miradas al Sur
GB
EL 73 POR HERNAN BRIENZA
1973 o las ruinas de la Revolución
Por Hernán Brienza
Se cumplen 40 años de la victoria electoral de Cámpora. Su vigencia y la oportunidad del kirchnerismo.
I.
Leía ayer por la mañana, en una mesa del café de mi barrio, entre medialunas tibias, vecinos que hacían las compras, alguna que otra mujer bonita que paseaba su mascota, y un sol que remoloneaba entre unas nubes de lluvia. Digo que leía, mientras en una mesa de hombres se comentaban las imágenes de los funerales de Hugo Chávez en Venezuela, el libro Las cuestiones, escrito por ese inmenso intelectual que fue Nicolás Casullo, cuando comencé a disfrutar del juego de ideas que se producía en mi cabeza.
Casullo, a quien tuve la posibilidad de entrevistarlo alguna vez, desarrolla desde las primeras páginas una preocupación profunda: ¿Cómo pensar la Revolución como pasado? Habla, obviamente, de esa idea todo abarcadora de la modernidad que ató desde la Revolución Francesa hasta las experiencias latinoamericanas de segunda mitad del siglo XX. Pero a mí me gustaría en cambio, pensar no tanto en la "Revolución" como concepto sino en la "revolución" como cuestión histórica analizada "como pasado". Y si hay un instante histórico en que se produce en la Argentina un chispazo, un rayón, un atisbo, ese momento es el año 1973. Mañana, lunes 11 de marzo de 2013, se cumplirán 40 años de la victoria electoral de la fórmula Cámpora-Solano Lima, que encabezaba el Frente Justicialista de Liberación. Aquella jornada, el Peronismo, luego de casi 18 años de restricciones ganaba las elecciones en forma indiscutible. Pero ganaba en realidad toda la sociedad argentina. Constituyó un verdadero triunfo de la democracia: los argentinos pudimos votar casi en libertad. Faltaba apenas un paso más: poder votar por Juan Domingo Perón. Sin embargo la fórmula "Cámpora al gobierno, Perón al poder", era prácticamente como abrir las puertas a la normalidad institucional en el país.
Digo que ese 73 fue el año más cercano a la "revolución" porque ha quedado en la memoria de muchos como el momento de mayor vecindad de un gobierno argentino con las ideas de izquierda. El gabinete integrado por jóvenes ligados a la Tendencia Revolucionaria, la movilización popular callejera, la construcción simbólica y discursiva, el 25 de mayo con las presencias de Osvaldo Dorticós y Salvador Allende en la Casa Rosada, el Devotazo, parecían marcar el definitivo ingreso del Peronismo a la izquierda. Y agrego que ese 73 influye, tiñe, empaña la mirada de algunos de los que vivieron aquellos sucesos sobre la actualidad.
Ese 73 fue tan potente que marca todavía el presente y funciona como "pasado revolucionario". Y señala al presente desde "lo faltante". Nada es como fue en aquel 73. Las juventudes eran "rebeldes y combativas" y no "obsecuentes y falta de creatividad". En el presente hay un "antes era diferente" perpetuo que señala e interpela al kirchnerismo, por ejemplo, y a las organizaciones juveniles desde la nostalgia de aquello que nunca pasó y por no haber pasado permanece intacto y perfecto.
Las generaciones posteriores no reconstruimos al kirchnerismo desde el '73. En algún punto, ese año, nos remite al fracaso, al dolor, a la desesperanza. Y la actualidad nos relaciona con pasados cercanos como la dictadura de nuestra niñez o el neoliberalismo como látigo que laceró cualquier posibilidad y esperanza. La relación con el proceso iniciado en el 2003 no es de "demanda ante lo faltante". Sino de comprensión del kirchnerismo como lo posible y como una posibilidad.
Acostumbrados a bailar en las ruinas de la revolución, los jóvenes de hoy perciben al kirchnerismo como posibilismo –existe un realismo político de exigir y esperar aquello que no resulta desmesurado ni utópico– pero también con una segunda cara que incluye la esperanza. Como un espíritu renovado, se presenta ante la mirada de muchos jóvenes y no tanto –mirada influida, teñida, empañada por la luz vieja que emanan esas ruinas anheladas– como posibilidad, como una última bala de plata, ya no como renuncia sino como oportunidad de reconstrucción, de remodelación, de aquellas viejas ruinas. Es decir, frente al neoliberalismo, frente al desastre y el pavor que produjo el 2001, frente a la abulia existencial que producen el macrismo, el delasotismo o el socialismo de derecha, el kirchnerismo se presenta a sí mismo como una continuidad de aquellos procesos históricos "transformadores", es decir, como un nuevo nudo de poder/potencia/posibilidad.
Para finalizar, esa misma diferencia de miradas sobre el kirchnerismo, de los "setentistas" –por poner una categoría injusta– muchas veces se vuelve contra el propio pasado e incluso se analiza al propio Perón desde la mirada de la "revolución frustrada", de hijo traicionado, elaborando una categorización extremadamente injusta sobre el fundador del movimiento y sin hacer una profunda revisión crítica de sus propios postulados y su accionar en aquellos años tan juveniles.
II.
El viernes recibí un mail de Comuna –la agrupación de comunicadores de la que formo parte– firmado por el abogado Sebastián Taiariol en el que recomendaba leer el discurso de asunción de Cámpora. Es por eso que al lado de Las cuestiones, llevaba un pequeño librito anaranjado titulado La Revolución Peronista, editado por Eudeba en 1973, y que recopila los discursos de Cámpora en ese año tan ajetreado. Me llamó la atención un hilo conductor entre Perón, Cámpora y Cristina Fernández de Kirchner: su preocupación por democratizar el Poder judicial de la República Argentina.
El 20 de Enero de 1973, En el Hotel Crillón de Buenos Aires, el todavía candidato presidencial anunciaba las "Pautas Programáticas" del Frejuli, y decía lo siguiente respecto del Poder Judicial:
"No obstante el conservatismo que en casi todos los países se atribuye a los miembros del Poder Judicial, la posibilidad de que los jueces participen de un proceso de cambio, de un proyecto nacional con sentido revolucionario para promover el desarrollo del país con justicia y libertad, no debe ser en manera alguna descartado y, por el contrario, sería promisorio. Tampoco afecto su independencia personal sino que, por el contrario, lo entronca con el pensamiento de las grandes mayorías populares expresado a través de los órganos competentes del Estado. Cuando se habla de la independencia de los jueces generalmente se piensa en una sola vertiente de esa independencia y es la que se refiere a sus relaciones con el gobierno y a la necesidad de preservarla de toda interferencia de los poderes políticos del Estado. (…) Pero existen otras amenazas más sutiles a la independencia de los jueces y es a las ideas del grupo social al que pertenecen y a su tabla de valores. Ello no significa poner en duda su deseo de imparcialidad, sino poner de manifiesto una realidad que no puede ignorarse desde que la gran mayoría de los magistrados provienen de un mismo sector social ya que el ingreso a la carrera se funda, generalmente, en lazos de parentesco y amistad. Es preciso ampliar las formas de reclutamiento y selección de sus miembros para hacerlo accesible a todos los sectores sociales. En un Estado democrático todos los ciudadanos deben tener las mismas posibilidades de acceso a todas las funciones sin otro requisito que el de su idoneidad específica para el cargo".
¿No es impresionante?
Pero hay más. Lea atentamente lo que dijo el propio Perón al asumir el 4 de junio de 1946: La Justicia "además de independiente, ha de ser eficaz y no puede ser eficaz si sus ideas y conceptos no marchan a compás del sentido público. De otro modo se frustrarán respetables anhelos populares y se entorpece el desenvolvimiento social con grave perjuicio para las clases obreras. Estas, que son naturalmente las menos conservadoras en el sentido usual de la palabra, al ver como se cierran los caminos del derecho no tienen más recursos que poner su fe en los procedimientos de la violencia". Profético ¿verdad?
A más de 65 años del discurso de asunción de Perón, el Poder Judicial sigue intocable en sus privilegios y en su forma de administrar justicia. Y si se habla de continuidades y rupturas, uno no puede más que recordar las palabras recientes de la presidenta de la nación Cristina Fernández de Kirchner en la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso: "Logramos una reforma política importante: llevar la interna de los partidos hacia afuera, por afuera de las burocracias político-partidarias, y de esta manera permitir el ingreso de la ciudadanía. Lo cierto es que esto no ha sucedido, obviamente por múltiples razones, en el tercer poder, el Poder Judicial. Les voy a contar una anécdota: ¿Ustedes se acuerdan del Bicentenario? ¿Se acuerdan de unas carretas que significaban el golpe de Estado; que se incendiaba la Constitución y se quemaba la urna y el sillón presidencial también? Originalmente habían pensado que la balanza de la Justicia también se incendiaba; y yo dije "No", porque la Justicia nunca se modificó. Acá se echaron gobernadores, se encarcelaron gobernadores y presidentes y se cerró este Parlamento, pero la Justicia nunca fue tocada. Así que dije "La Justicia no la incendien; que incendien el Parlamento y que incendien el Poder Ejecutivo, que son los dos que siempre derribaron en todos los golpes militares. Pero ¿cómo hacerlo? Yo creo que nosotros tenemos que hacer una profunda democratización del Poder Judicial."
III.
Palabras más, palabras menos, hay una misma convicción en Perón, Cámpora y Cristina de que para llevar adelante una redistribución de derechos políticos, económicos, sociales y culturales se hace imperativo y necesario democratizar el Poder Judicial para todos los argentinos.
Perón. Cámpora. Kirchner. Tres momentos históricos distintos. Con sus diferencias, con sus rupturas, con sus alternancias. Amalgamarlos es cometer un burdo error de interpretación. Separarlos, contraponerlos, enemistarlos es una mezquindad y una miserabilidad. Cierro el libro y pago el café. Ciertas continuidades y coherencias de la historia me reconfortan y me producen una secreta e íntima emoción intelectual que me sugiere que no es necesario escribir absolutamente nada más.
Tiempo Argentino
GB
sábado, 9 de marzo de 2013
PENSADORES EN DEBATE
Pensadores en debate
Mil voces, el nuevo programa de CN23 conducido por Roberto Caballero. El filósofo José Pablo Feinmann y el director de la Biblioteca Nacional Horacio González fueron los primeros invitados.
Por INFOnews
El filósofo José Pablo Feinmann y el director de la Biblioteca Nacional Horacio González fueron los primeros invitados. La muerte de Hugo Chávez y el futuro de Latinoamérica, los medios hegemónicos y el kirchnerismo y la izquierda fueron algunos de los tantos temas visitados.
Después de la muerte de Chávez, ¿qué puede suceder en el escenario regional y en la política argentina?
José Pablo Feinmann: –No mucho: por lo que veo, Chávez está bastante bien remplazado en términos de liderazgo por su vicepresidente, hombre de aspecto sólido, con un discurso igual o semejante al de Chávez. Es un político con convicciones fuertes, muy compenetrado con el pensamiento de Chávez, tanto que lo puede exponer con habilidad, fuerza, potencia. Su misma imagen da sensación de fuerza y potencia, de tipo al que no se llevarán fácilmente por delante. La muerte de Chávez es lamentable porque fue el que realmente introduce en América Latina el primer rechazo nacional-popular, a tal punto que en su comienzo él se identifica con la figura de Perón, que también introduce en Argentina las ideas nacionales, populares, la intervención del Estado en la economía y en la vida política. Y estas ideas fueron retomadas por varios líderes latinoamericanos, han fructificado y actualmente están fuertes. No creo que vaya a pasar nada de lo que espera la derecha, aunque es posible que intenten cosas. Soy optimista: no creo que pase nada trágico, salvo para el propio Chávez, que se muere joven, a los 58 años.
Horacio González: –Hugo Chávez lanzó la palabra socialismo en el siglo XXI, y la dijo después del siglo XX, donde esa palabra se entremezcló con luchas colectivas, fracasos y grandes esperanzas frustradas. Chávez no colocó al socialismo en un plano de ningún dogmatismo ni ninguna tradición partidaria específica, aunque formó un partido con ese nombre y con viejos militantes socialistas y de la izquierda. Lo convirtió en una especie de manifiesto esperanzado, sin ninguna consideración dogmática ni programa de acción, sino como un gran concepto analizador de la historia de América Latina, que tiene en latencia esa promesa socialista vinculada a la peculiaridad cultural de cada una de las naciones y culturas. Por eso hay este dramatismo en el pueblo venezolano. Por otro lado está la invocación de Bolívar, siempre en términos muy originales. En la historia venezolana se invocó a distintos "bolívares", pero Chávez lo volvió a la plaza pública, y a hacerlo hablar. Chávez hacía de la memorización una virtud política. Él tenía todos los recursos indispensables para una figura política: la memoria, el canto, cierto histrionismo, la vocación escénica, una especie de cristianismo extraño, como en sus últimos momentos, un cristianismo medio mesiánico con el socialismo siempre presente. Hay un tema, en América Latina, siempre en la lista de temas a considerar: la crítica que le hizo Marx a Bolívar, en el siglo XIX, que lo tomó a Bolívar como un simple personaje burgués, hasta cobarde. Y en el marxismo latinoamericano siempre fue un peso importante cargar con esa herencia del marxismo sin simpatía hacia Bolívar. Creo que Chávez resuelve de algún modo el problema de distanciamiento entre Bolívar y Marx.
JPF: –A mí me interesa el socialismo en el siglo XXI, y sería bueno para proyectar la figura de Chávez hacia adelante. Creo que la derecha le ha tenido mucho miedo porque visualizan que al final de la etapa populista viene el socialismo. O quizá piensan que esto ya es socialismo. El problema del socialismo en el siglo XXI, que ni Chávez pudo explicitar, es el que mencionó Horacio: el socialismo latinoamericano no puede tener mucho que ver con Marx, porque Marx en sus estudios sobre territorios coloniales no estuvo muy acertado por estar atado a su "hegelianismo". Por eso las izquierdas en Latinoamérica generalmente han elegido muy mal tratando de ser obedientes a Marx, quien había condenado las historias de los países latinoamericanos, hasta de la India, de China, y de Bolívar.
HG: –José María Aricó, que también critica a ese Marx, dice que toma la idea de Hegel de que este era un pueblo sin historia.
JPF: –Para Hegel, los pueblos sin historia son los que no están dentro del desarrollo dialéctico necesario de la historia, sin historia, fuera de la historia. La izquierda siempre tuvo ese problema, con la figura teórica gigantesca de Marx que condena aquello que ellos deben defender, por eso entendieron muy mal a los movimientos populistas latinoamericanos. Estos movimientos no le dieron demasiada importancia y siguieron desarrollándose y encontraron en Chávez un gran representante.
Mil voces, conducido por Roberto Caballero en CN23.
Mil voces, conducido por Roberto Caballero en CN23.
–Los medios hegemónicos hablan de una similitud entre chavismo y kirchnerismo. ¿Qué tienen en común estos movimientos?
HG: –La más evidente es Chávez como joven militar, si era ya un hombre con ideas sociales o no. Otros marcan la idea de que sólo le interesaba jugar al béisbol, y esa increíble mezcla de ideas sociales, culturales y de lenguajes de Chávez es muy fuerte; captó a toda la veta del pueblo venezolano, de enormes mestizajes. Acá tenemos otra relación con las fuerzas armadas y estilos muy diferentes; y en lo que hace al institucionalismo que piensa el kirchnerismo, avanza menos desde el punto de vista de respuestas económicas o de grandes gestas discursivas como la de Chávez con la palabra socialismo. Hay cierta similitud en el modo en que las clases medias respectivas de Venezuela y Argentina también atacan a este tipo de experiencias. Llama la atención que Binner, que aparece como un personaje de diálogo amplio y carga con el nombre de socialismo, sea tan incapaz de percibir qué significado de promesa tiene la palabra socialismo en Chávez, mientras que él la usa en un sentido meramente republicano y liberal.
JPF: –Para trabajar sobre la palabra socialismo, hay que hacerlo primero sobre muchos textos de Marx. Hay uno que dice que lo único bueno que él descubrió fue la dictadura del proletariado, justamente, el comienzo de la catástrofe de los socialismos del siglo XX. La dictadura del proletariado nunca se realiza, pero sí la del partido, su dogma, la burocracia, etc. Las dictaduras que hemos vivido fueron de derecha, como la más feroz, la cívico-militar del '76. Hay que revisar si el socialismo latinoamericano debe ser un socialismo espejo con el socialismo que pensó Marx para los países desarrollados.
–¿Existe el kirchnerismo de izquierda y el de derecha?
JPF: –No veo kirchnerismo de derecha. Veo peronismo de derecha. El kirchnerismo no puede ser aislado o desgajado del peronismo. Y dentro del peronismo, el kirchnerismo es claramente el peronismo de izquierda. El peronismo de derecha es algo que van a disfrutar muchos de los enemigos del kirchnerismo de izquierda si logra llegar al gobierno. Habrá una cercanía mayor con EE UU, se retrocederá en todo lo hecho, incluso en la situación represiva, se sufrirá una inflación muy grande como siempre que hay dólares para viajar. Y encontrarán un peronismo antidemocrático que hunde sus raíces en Isabel Perón y quizás en el último Perón. Yo creo que el kirchnerismo es de izquierda, y si todo lo que está haciendo agrede tanto es porque así lo visualizan. Para el poder, todo lo que regularice y le dé fuerza al Estado es de izquierda, todo lo que signifique distribución de la riqueza, la intervención en el mercado interno e intento de reducir el poder de los estamentos más fuertes. Es lo que ha hecho el kirchnerismo y más (ni hablar del juicio a los militares, que para muchos es la venganza de los subversivos).
–Si así fuera, ¿por qué hay cierta izquierda que detesta más al kirchnerismo que a las formas fácticas de poder en Argentina?
HG: –Coincido con José, pero uso la palabra izquierda, que tiene cierto valor provocativo, que nos exime de presentar programáticas pero que sigue en la memoria como el lado incómodo, áspero, inquietante de la historia. Al tener resoluciones programáticas más estrictas, mantienen alianzas con sectores (sobre todo con medios de comunicación en Argentina) que están muy lejos de representar otra cosa que una tradición liberal, un aspecto liberal republicano en su trato con la justicia. Decir que se la quiere reformular es una gran consigna democrática: no es atropello a las instituciones. Es más bien una visión de la justicia que recoge todo lo que las grandes revoluciones –desde la Revolución Inglesa de 1688, la Francesa y la Rusa–, de poner a la justicia en términos de pensamiento operativo sobre la vida cotidiana de los pueblos. No veo mal poner en esta serie la palabra izquierda como compañera ineludible de la tradición nacional y popular. En ese sentido, la palabra izquierda es una metáfora de esa interrogación, de esa insatisfacción de suponer que una sociedad capitalista –tal como está concebida y definida con sus vetas tecnológicas y sus grandes poderes informáticos y su globalización– no nos deja conformes. Tal vez no sepamos qué nombre llevará la futura sociedad que corrija esta desviación de lo humano propiamente humano, esas sociedades injustas en las que vive la mayor parte de la humanidad, y que la Argentina está revisando en términos explícitos y también fácticos. Yo quisiera también que el kirchnerismo, que produce estas medidas que dice José, pero a veces son medidas de un capitalismo serio, cuando en realidad afectan la tradición liberal capitalista más abstracta, a veces más represiva y a veces más lejana a la comprensión de la vida popular... me gustaría que hubiera ciertos textos o definiciones que tomen estas grandes palabras para los grandes consensos históricos. Definir claramente qué es una medida económica, como el pasaje de los fondos de las AFJP al Estado, esa gran medida que se puede decir que es una medida capitalista estatista, pero va más allá. El kirchnerismo suele producir medidas mucho más entonadas desde el punto de vista de la transformación social que las palabras que usa para definirlas. Necesitamos definiciones más claras, la de los grandes textos, los pueblos reclaman eso. Esas inquietantes palabras –izquierda, socialismo– deberían inquietar al presente.
JPF: –Hay un texto muy lindo de Scalabrini Ortiz que está en los principios declarativos del primer peronismo, que es humanizar el capital (aunque también se puede decir que el capitalismo no puede ser humanista). Me hizo gracia escuchar en un debate a una señorita de izquierda que dijo que este gobierno es capitalista hasta el tuétano. No sé si hasta el tuétano, pero tiene que ser capitalista: no puede ser otra cosa en este momento, pero si hay una habilidad en el kirchnerismo es haber descubierto que, aun dentro del capitalismo, puede ser mejorada la situación de las personas que el sistema ha expulsado. Eso es algo concreto, de todos los días. Y un capitalismo más humanista, más distributivo, puede saciar el hambre de hoy, y esa es ya una medida de izquierda. Es fácil ser de izquierda. Yo me pongo a la izquierda de cualquiera en cualquier momento. Podría pedir la reforma agraria, expulsar a los que compraron tierras en la Patagonia, a Benetton, a Turner, ponerlos presos, e inmediatamente estoy a tu izquierda. Pero cuando la izquierda se topa con la realidad, cuando se acerca al poder, cuando ve las asperezas, se da cuenta que no todo es tan fácil. Y criticaría menos a los que están al poder, que no sólo hacen lo imposible sino lo necesario.
–Se cumplirán 40 años del "Camporazo". ¿Hay continuidad de ese proceso en este gobierno? ¿Hay algo del camporismo cultural, por ejemplo en el discurso de Cristina del otro día ante la Asamblea Legislativa?
JPF: –"Camporazo" no veo. Porque remite a Cordobazo, Rosariazo, a un alzamiento de la multitud. El camporismo ganó en elecciones no democráticas porque Perón todavía no podía ser candidato. Hasta último momento insistieron en la proscripción de Perón, origen de muchísimas desgracias en el país. El gobierno de Cámpora recuperó la tradición fundamental para mí en derechos humanos con el discurso de Righi a la Policía, y después recupera la vocación de un gobierno democrático que pudiera ordenar y gobernar al país en beneficio de los desamparados. Este gobierno retoma lo mejor del camporismo y de la izquierda peronista no armada.
HG: –A mí me sigue interesando la figura de Cámpora. Recuerdo su discurso del 25 de mayo desde la Plaza, con cosas como "esto no lo busqué, no lo quise, es una transición, y actúo en nombre de aquel que le da el nombre a todo este proceso". No pudo ser exactamente así, porque detrás de él congregó a los que llevaban el nombre de Perón y también el de Cámpora, lo que fue una fisura. El drama de Cámpora fue muy profundo: fue una persona de formación conservadora como Solano Lima y la mayoría de los gobernadores provinciales sostenidos por los grupos más atrevidos del momento. Esto nos obliga a pensar en un sentido hacia la izquierda: no es una programática de cartilla sino estar en las tensiones de la historia y soportar virilmente, con agallas, un drama vinculado a esa tensión. El tema de Cámpora era la lealtad. La historia argentina se había montado sobre esa fisura que a Perón no le gustaba. El drama del político: dónde estoy parado, con qué lealtades. Es un drama que se puede solucionar con éticas de la izquierda, por eso la izquierda es una ética vinculada a ese drama. Una persona de origen conservador, como Cámpora, puede tener un valor ético mucho más importante que uno que fue de izquierda de laboratorio toda la vida. La famosa línea de la que habló Marx: una línea roja ideológica, que yo veo más de carácter ético.
JPF: –La ductilidad que tuvo Cámpora era saber que había todo un bagaje territorial de militancia que lo sostenía a él y a Perón. El cambio que había hecho Cámpora había sido fenomenal, y esto debería mostrarle a la izquierda que la ductilidad en política, el pequeño detalle y el saber impermeabilizarse en cada coyuntura, y debería hacerles abandonar los manuales a muchos.
HG: –Es más una ética que un dogma. Una ética de la responsabilidad de los efectos que produce una actitud política, ni de izquierda ni de derecha, sino que forma parte de una virtud cívica, republicana, del hombre político. Por eso este tipo de paradojas bastante estudiadas, de comenzar en un punto del espectro político y producir efectos distintos, inesperados, es un lado por el cual progresa la historia. La historia progresa por el lado de la izquierda, la capacidad de negar las situaciones dominantes. La historia del peronismo es un poco eso. Y la de Cámpora también.
09/03/13 Tiempo Argentino
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