ESCENAS Y REFLEXIONES ALREDEDOR DE LA PROTESTA DEL 8NEl lugar de las cacerolas
Chivos expiatorios
Por Sebastián Premici
¿Qué llevará a una persona a decirle a un periodista “a vos te paga el Gobierno”? ¿Qué hace suponer que una determinada empresa periodística sería parte del Estado? ¿Por qué un grupo de “autoconvocados” manifiesta ser “pacífico” luego de presenciar una trompada a un colega, al mismo tiempo que rodean a un cronista de un canal de cable (CN23) gritándole “a vos te pagamos el sueldo nosotros”?
¿Por qué una señora, envuelta en una bandera argentina, lanzó al aire, muy despreocupada, la sospecha de que La Cámpora había estado detrás de la trompada al colega de C5N? “Es de La Cámpora, es un infiltrado. Del Evita también”, decía otra persona con una banderita de pueblos originarios. ¿De dónde surge, y cómo surge, ese imaginario sobre La Cámpora? O mejor dicho, ¿cómo se crea esa idea de una supuesta juventud violenta?
El ministro de la Corte Raúl Zaffaroni explica de manera muy clara cómo son creados algunos imaginarios sobre la violencia, o el odio, o el supuesto miedo que algunos comunicadores están empecinados en instalar. Dice Zaffaroni: “¿Cómo hicieron los grupos económicos para imponer su modelo? Primero tuvieron que encontrar un chivo expiatorio. Lo primero que se necesita (para un genocidio) es crear miedo. ¿Y cómo se construye ese miedo? De la misma manera en que se construye la realidad, mediáticamente. A partir de ahí se opera sobre la sociedad, seleccionando datos que indicarían que vivimos en un mundo terrible”.
Uno de los chivos expiatorios podría ser la juventud, aquella que carece de “prontuario” para denostar en los medios de comunicación, como sostuvo el senador Marcelo Fuentes durante uno de los recientes debates en el Congreso. Por ende, se “opera” para construirles una imagen violenta. Otro chivo expiatorio que empieza a surgir en los espontáneos cacerolazos son los periodistas que no pertenecen al Grupo Clarín. ¿Cómo surge ese chivo expiatorio?
“El Gobierno ya lleva gastados en lo que va del año 170 millones de pesos en publicidad de televisión abierta y cuatro de los cinco canales de aire recibieron el 99 por ciento de ese monto... Seis de los siete canales de noticias que hay en el país recibieron el 99 por ciento de lo que el Gobierno gastó en publicidad en lo que va del año.” Ambos argumentos confluyen en “que el 80 por ciento de los medios son afines al Gobierno”.
Algunas consideraciones: En los canales de noticias del cable conviven periodistas con posturas políticas e ideológicas diferentes. En Canal 26 están Maximiliano Montenegro y Mariano Grondona. En América 24, el Gato Sylvestre y Luis Majul. En C5N están Antonio Laje, Fabián Doman o Beto Casella. Además, la mirada del Grupo Clarín parece restringirse sólo a la ciudad de Buenos Aires, donde tiene su mayor conflicto de intereses en cuanto a la ley de SCA, que en su artículo 45 dice que en una misma localidad una empresa no puede tener un canal de aire y una licencia de cable. Estos datos escapan a veces de las discusiones más efervescentes, que se replican tanto en los mismos medios como en la calle.
Luego de la desconcentración en Plaza de Mayo ocurrió una interesante e intensa discusión entre quince caceroleros contra un militante del kirchnerismo sobre la ley de medios. @niqueco, tal su alias en Twitter, intentaba narrar los principales puntos de la ley, sobre todo el articulado referido a la adecuación y cantidad de licencias para cada grupo mediático. “Lo que pasa es que vos te comiste el manual, estás fanatizado y no escuchás lo que te estamos diciendo”, le gritaba una joven. Los argumentos de los caceroleros eran tres: el Gobierno coloniza el 90 por ciento de todos los medios del país, una cosa es un monopolio privado y otra del Estado, y el tercer argumento era “¿para qué necesitamos una ley si podemos cambiar de canal y listo?”.
Entonces, ¿de dónde surgen los argumentos que se repiten casi sin mediación? ¿No surgirán del poder hegemónico de los medios, capaces de neutralizar cualquier contraargumento? ¿La idea de que todos los medios son iguales, salvo por Clarín, no surgirá porque hay quienes repiten hasta el hartazgo la idea de que existe una “prensa adicta”, sin medir las consecuencias directas? ¿Dónde reside la potencia del discurso hegemónico de algunos medios? Justamente, en neutralizar las distintas líneas editoriales, los matices, y resumir todo en la “propiedad de los medios”. Por eso, la ley de SCA es tan potente, porque apunta a desentrañar la concentración empresaria, apostando a una transformación cultural que nos interpela a todos.
Como reflexiona Zaffaroni, los medios de comunicación hegemónicos en la Argentina parecen construir chivos expiatorios. ¿No generarán violencia simbólica y fáctica, también? Que un grupo de personas decida rodear a un movilero, como ocurrió en el caso de CN23, gritándole “a vos te pagamos el sueldo nosotros, son todos chorros, son del Gobierno”. O que les peguen a varios movileros, tal el caso de C5N o el colega de Duro de domar, no son meros hecho del azar. Tienen una trama que puede explicarse a partir de ciertos discursos hegemónicos que la ley de SCA pretende combatir.
spremici@pagina12.com.ar
GB
lunes, 12 de noviembre de 2012
EDUARDO ALIVERTI, TIENE RAZON, NO VAMOS A RETROCEDER.
Después del 8N
Por Eduardo Aliverti
La cantidad de ingredientes analíticos dejados por el dichoso 8N puede ser tan enorme como reducida. Va a gusto de cada quien, según fuere que se prefiera describir o profundizar. Parece un tanto obvio señalar eso pero, a estar por mucho de lo leído y escuchado, no lo es. Si lo que se quiere es profundizar, a nuestro juicio la descripción jamás debe ser cuantitativa. Ni respecto del número de concurrentes, que fue enorme, ni acerca de las consignas que portaron.
De todas formas, antes de ingresar a ese terreno es necesario reparar en cierto dato, furibundamente objetivo, en torno del cual este periodista renuncia a toda pretensión de originalidad. Algunos colegas ya lo señalaron con énfasis gracias al modo en que dejaron servida la bandeja. En su editorial del mismo jueves, el diario La Nación cometió un sincericido. Recordó que su profesión de fe permaneció invicta en defensa de la democracia representativa, y nunca del asambleísmo callejero. Sin eufemismos, el jueves se metió su tribuna de doctrina allí donde se sabe y convocó formalmente a ganar el espacio público frente a lo excepcional de una situación de gravedad extrema. “Actuemos contra el miedo”, señaló. “Es necesario ser valientes cuando lo que está en juego es la República”, dijo el diario desde cuya usina rectora fueron entusiastamente generados y apuntalados cada uno de los golpes militares que sacrificaron al pueblo en nombre de sus privilegios.
Ya sin partido castrense, no le quedó más que la renuncia a su escuela ortodoxa de Jockey Club. Llamó a competir en la calle, a poner el cuerpo. Quién te ha visto y quién te ve. Sin embargo, cómo no reconocerle a La Nación su sinceridad brutal. El hermano menor en términos de categoría periodística, de plumas con cierto vuelo, pero muy superior en la extensión de sus tentáculos e intereses afectados, todavía tiene el tupé de jugar a la impolutez del periodismo independiente.
Una colega de Clarín escribió que la del jueves fue una “manifestación de gente herida, hastiada, humillada y ofendida”. Por todos los santos, ya que hablamos de una colega que supo militar en la religiosidad del extremismo de izquierda, ¿cómo hace –con qué reacción frente al espejo, digamos– para decir una cosa de esa naturaleza? Si a los ruidosos del jueves les adjudica carácter de penuria semejante, mientras circulaban con una libertad absoluta, amplificados por una virtual cadena nacional de medios privados y estatales, ¿qué tendría que decir del pueblo victimado en la dictadura?
Lo notable, decíamos, es que la colega se anima a incurrir en esa obscenidad desde una pretensión de independencia periodística. Allí, el símbolo de la diferencia entre La Nación y Clarín. El primero quema todas las naves que deban quemarse, incluso violando uno de sus íconos más preciados: de nunca en la calle, que es de zurdos y peronistas, a competir en ella. Oligarquía intelectual-afrancesada, llamaríamosle.
Clarín, en cambio, es un busca que vende baratijas pero capaz de seguir poniéndole ficha a la corrección de la inocencia. Oculta esa estirpe feriante por la que todo consiste en no quedarse sin Cablevisión, ya expropiados su negocio futbolístico y sus AFJP. Con ejes como aquél del editorial de La Nación, que suscribió ese “doctrinariamente no me gusta un pito pero está bien, vamos a la calle”; como el de El Grupo, que llegó a ubicar cámara en la central de monitoreo de la Policía Metropolitana para no perderse detalle de delectación con la muchedumbre; como el de los dirigentes político-sinónimos que no se animaron a cacerolear cual tales pero sin privarse de convocar a la marcha, la columna de Sandra Russo en Página/12 del viernes pasado los resumió, a todos ellos, en un título aplastante, indesmentible, casi hasta el punto de no tener necesidad de leer el artículo completo: “Bienvenidos a la militancia”. Porque es eso. No careteen más. No resiste. Imiten a La Nación, que lo editorializó. La dirigencia opositora no se animó a poner la cara, pero sabe que no tiene retorno para disfrazarse. Y Clarín, el cigüeñal supremo con el 7D encima, termina siendo el único que pretende ese candor insuperable de la frase de Osvaldo Soriano puesta en boca de Gatica, El Mono: “Yo de política no entiendo nada, yo soy peronista”.
Queda el lugar para la diferencia entre describir y profundizar. Yendo en ese orden, respetando escrupulosamente el colectivo social que difundió el ideario opositor, la descripción fue y es –y es correcto, de acuerdo con los testimonios recogidos y pancartizados– que una marea humana reclamó a ciegas contra la inseguridad. Por la Fragata Libertad. Contra la inflación. Por la Justicia. Contra la re-reelección. Por la libertad de prensa. Contra la corrupción. Por la libertad y listo. Contra la soberbia de Cristina. Por la República. Contra que un juez otorgue salida condicional a un violador. Por la independencia de poderes. Contra Moreno. Por un Consejo de la Magistratura sin presiones. Contra Boudou. Por la Patria. Contra los planes sociales. Por la bandera argentina. Contra la droga. Por comprar dólares libremente. Contra los vagos y los pibes-chorros que toman cerveza que pagamos todos. Por salir del país si se me canta.
Perfecto. Pero lo que sigue es la ingeniería política de darle a todo eso una resultante que no sea suma cero. O lo que Horacio González definió como una masa abstracta. Encontrarle a esa multitud, sin siquiera examinar su pertenencia de clase media mayormente acomodada, un sentido de comunidad. Algo que exceda a la sensación de individualidades o familias que salieron a marchar no por lo que le pasaría al país sino porque lo que me pasa a mí y a los míos o, aunque repique extremadamente antipático, por lo que los medios me dicen que me pasa.
Esto último merece consideración especial porque, como concepto a secas, se presta a tergiversaciones jodidas. Cuando quienes se manifiestan en forma multitudinaria son las masas correspondientes al palo ideológico propio, uno refuta con toda su voz la acusación de que salen a mostrarse por obra de programas de ayuda, viandas, entregas materiales y añadiduras del decálogo gorila. Uno defiende que ganan la calle por convicción, por alegría, por agradecimiento o por bronca auténtica. De última, porque tienen el derecho de hacerlo como clase oprimida y se acabó. Con criterio análogo, mal podría afirmarse que la multitud del jueves salió a protestar arrastrada de las narices por, nada más, la prédica de los medios. Es cierto, sí, que llamaron la atención tantas declaraciones y eslóganes repetitivos, textualmente, de aquello con que los medios machacan. “A Clarín hay que elegirlo todos los días.” “Vengo acá porque presionan a la Justicia.” “No quiero que usen la plata de los jubilados.” “Nos vamos a quedar sin medios independientes.” “Ella dijo que hay que tenerle miedo.”
Y otros etcéteras muy tentadores para largarse a decir que esas cantinelas mediáticas son el choripán de la tilinguería. Pero no. No hay que caer en esa tentación. No hay que preguntar quién pagó los globos; ni las banderitas que entregaban de a miles; ni la iluminación del Obelisco; ni las camionetas que repartían latas de dulce de batata; ni el camión con pantalla gigante que proyectaba imágenes de Cristina en discursos editados. Nada de eso, porque nada de eso altera que toda esa gente salió a la calle auténticamente embroncada. Que representó a sus intereses de clase, reales o simbólicos. Que aprendió que salir a la calle es una forma legítima de reclamar.
No tienen volumen golpista, porque si lo tuvieran –se copia a Ricardo Rouvier– tendríamos que estar preparando un nuevo exilio. Son, para reiterarse a sí mismo, gente incapaz de tolerar que los de abajo hayan subido un poquito. Y son muchos. Siempre fueron muchos. Son la encarnadura de un país inmensamente rico. Lo demostraron redobladamente. Nosotros, los del palo contrario, también somos muchos. Pero eso no amerita ignorar la magnitud de la gente que el jueves salió a manifestarse en total libertad. Fueron un montón. La 9 de Julio era realmente una alfombra tapizada de multitud. No metamos los goles con la mano. No ignoremos. No minimicemos. Los kirchneristas que secundarizan el número de manifestantes, prendiéndose al cálculo de si cien mil, doscientos mil, medio millón o la cantidad que fuere, le erran fulero al vizcachazo.
El tema no es el número. Es su composición. Es la capacidad de poder unificar consignas, superadoras de estar a favor de la felicidad. Es cuáles y no cuántos pibes les responden a su ambigüedad. Es cuánta gente humilde. Es de quién se agarran. Es que digan cómo. Es que la militancia que asumieron no consista en un 8N cada tanto o en acumular puntos de rating los domingos a la noche. Es si pueden exponer que no quieren ir para atrás. Porque si quieren ir para atrás, hay mucha más gente significativa que está dispuesta a mantenerse adelante.
12/11/12 Página|12
Por Eduardo Aliverti
La cantidad de ingredientes analíticos dejados por el dichoso 8N puede ser tan enorme como reducida. Va a gusto de cada quien, según fuere que se prefiera describir o profundizar. Parece un tanto obvio señalar eso pero, a estar por mucho de lo leído y escuchado, no lo es. Si lo que se quiere es profundizar, a nuestro juicio la descripción jamás debe ser cuantitativa. Ni respecto del número de concurrentes, que fue enorme, ni acerca de las consignas que portaron.
De todas formas, antes de ingresar a ese terreno es necesario reparar en cierto dato, furibundamente objetivo, en torno del cual este periodista renuncia a toda pretensión de originalidad. Algunos colegas ya lo señalaron con énfasis gracias al modo en que dejaron servida la bandeja. En su editorial del mismo jueves, el diario La Nación cometió un sincericido. Recordó que su profesión de fe permaneció invicta en defensa de la democracia representativa, y nunca del asambleísmo callejero. Sin eufemismos, el jueves se metió su tribuna de doctrina allí donde se sabe y convocó formalmente a ganar el espacio público frente a lo excepcional de una situación de gravedad extrema. “Actuemos contra el miedo”, señaló. “Es necesario ser valientes cuando lo que está en juego es la República”, dijo el diario desde cuya usina rectora fueron entusiastamente generados y apuntalados cada uno de los golpes militares que sacrificaron al pueblo en nombre de sus privilegios.
Ya sin partido castrense, no le quedó más que la renuncia a su escuela ortodoxa de Jockey Club. Llamó a competir en la calle, a poner el cuerpo. Quién te ha visto y quién te ve. Sin embargo, cómo no reconocerle a La Nación su sinceridad brutal. El hermano menor en términos de categoría periodística, de plumas con cierto vuelo, pero muy superior en la extensión de sus tentáculos e intereses afectados, todavía tiene el tupé de jugar a la impolutez del periodismo independiente.
Una colega de Clarín escribió que la del jueves fue una “manifestación de gente herida, hastiada, humillada y ofendida”. Por todos los santos, ya que hablamos de una colega que supo militar en la religiosidad del extremismo de izquierda, ¿cómo hace –con qué reacción frente al espejo, digamos– para decir una cosa de esa naturaleza? Si a los ruidosos del jueves les adjudica carácter de penuria semejante, mientras circulaban con una libertad absoluta, amplificados por una virtual cadena nacional de medios privados y estatales, ¿qué tendría que decir del pueblo victimado en la dictadura?
Lo notable, decíamos, es que la colega se anima a incurrir en esa obscenidad desde una pretensión de independencia periodística. Allí, el símbolo de la diferencia entre La Nación y Clarín. El primero quema todas las naves que deban quemarse, incluso violando uno de sus íconos más preciados: de nunca en la calle, que es de zurdos y peronistas, a competir en ella. Oligarquía intelectual-afrancesada, llamaríamosle.
Clarín, en cambio, es un busca que vende baratijas pero capaz de seguir poniéndole ficha a la corrección de la inocencia. Oculta esa estirpe feriante por la que todo consiste en no quedarse sin Cablevisión, ya expropiados su negocio futbolístico y sus AFJP. Con ejes como aquél del editorial de La Nación, que suscribió ese “doctrinariamente no me gusta un pito pero está bien, vamos a la calle”; como el de El Grupo, que llegó a ubicar cámara en la central de monitoreo de la Policía Metropolitana para no perderse detalle de delectación con la muchedumbre; como el de los dirigentes político-sinónimos que no se animaron a cacerolear cual tales pero sin privarse de convocar a la marcha, la columna de Sandra Russo en Página/12 del viernes pasado los resumió, a todos ellos, en un título aplastante, indesmentible, casi hasta el punto de no tener necesidad de leer el artículo completo: “Bienvenidos a la militancia”. Porque es eso. No careteen más. No resiste. Imiten a La Nación, que lo editorializó. La dirigencia opositora no se animó a poner la cara, pero sabe que no tiene retorno para disfrazarse. Y Clarín, el cigüeñal supremo con el 7D encima, termina siendo el único que pretende ese candor insuperable de la frase de Osvaldo Soriano puesta en boca de Gatica, El Mono: “Yo de política no entiendo nada, yo soy peronista”.
Queda el lugar para la diferencia entre describir y profundizar. Yendo en ese orden, respetando escrupulosamente el colectivo social que difundió el ideario opositor, la descripción fue y es –y es correcto, de acuerdo con los testimonios recogidos y pancartizados– que una marea humana reclamó a ciegas contra la inseguridad. Por la Fragata Libertad. Contra la inflación. Por la Justicia. Contra la re-reelección. Por la libertad de prensa. Contra la corrupción. Por la libertad y listo. Contra la soberbia de Cristina. Por la República. Contra que un juez otorgue salida condicional a un violador. Por la independencia de poderes. Contra Moreno. Por un Consejo de la Magistratura sin presiones. Contra Boudou. Por la Patria. Contra los planes sociales. Por la bandera argentina. Contra la droga. Por comprar dólares libremente. Contra los vagos y los pibes-chorros que toman cerveza que pagamos todos. Por salir del país si se me canta.
Perfecto. Pero lo que sigue es la ingeniería política de darle a todo eso una resultante que no sea suma cero. O lo que Horacio González definió como una masa abstracta. Encontrarle a esa multitud, sin siquiera examinar su pertenencia de clase media mayormente acomodada, un sentido de comunidad. Algo que exceda a la sensación de individualidades o familias que salieron a marchar no por lo que le pasaría al país sino porque lo que me pasa a mí y a los míos o, aunque repique extremadamente antipático, por lo que los medios me dicen que me pasa.
Esto último merece consideración especial porque, como concepto a secas, se presta a tergiversaciones jodidas. Cuando quienes se manifiestan en forma multitudinaria son las masas correspondientes al palo ideológico propio, uno refuta con toda su voz la acusación de que salen a mostrarse por obra de programas de ayuda, viandas, entregas materiales y añadiduras del decálogo gorila. Uno defiende que ganan la calle por convicción, por alegría, por agradecimiento o por bronca auténtica. De última, porque tienen el derecho de hacerlo como clase oprimida y se acabó. Con criterio análogo, mal podría afirmarse que la multitud del jueves salió a protestar arrastrada de las narices por, nada más, la prédica de los medios. Es cierto, sí, que llamaron la atención tantas declaraciones y eslóganes repetitivos, textualmente, de aquello con que los medios machacan. “A Clarín hay que elegirlo todos los días.” “Vengo acá porque presionan a la Justicia.” “No quiero que usen la plata de los jubilados.” “Nos vamos a quedar sin medios independientes.” “Ella dijo que hay que tenerle miedo.”
Y otros etcéteras muy tentadores para largarse a decir que esas cantinelas mediáticas son el choripán de la tilinguería. Pero no. No hay que caer en esa tentación. No hay que preguntar quién pagó los globos; ni las banderitas que entregaban de a miles; ni la iluminación del Obelisco; ni las camionetas que repartían latas de dulce de batata; ni el camión con pantalla gigante que proyectaba imágenes de Cristina en discursos editados. Nada de eso, porque nada de eso altera que toda esa gente salió a la calle auténticamente embroncada. Que representó a sus intereses de clase, reales o simbólicos. Que aprendió que salir a la calle es una forma legítima de reclamar.
No tienen volumen golpista, porque si lo tuvieran –se copia a Ricardo Rouvier– tendríamos que estar preparando un nuevo exilio. Son, para reiterarse a sí mismo, gente incapaz de tolerar que los de abajo hayan subido un poquito. Y son muchos. Siempre fueron muchos. Son la encarnadura de un país inmensamente rico. Lo demostraron redobladamente. Nosotros, los del palo contrario, también somos muchos. Pero eso no amerita ignorar la magnitud de la gente que el jueves salió a manifestarse en total libertad. Fueron un montón. La 9 de Julio era realmente una alfombra tapizada de multitud. No metamos los goles con la mano. No ignoremos. No minimicemos. Los kirchneristas que secundarizan el número de manifestantes, prendiéndose al cálculo de si cien mil, doscientos mil, medio millón o la cantidad que fuere, le erran fulero al vizcachazo.
El tema no es el número. Es su composición. Es la capacidad de poder unificar consignas, superadoras de estar a favor de la felicidad. Es cuáles y no cuántos pibes les responden a su ambigüedad. Es cuánta gente humilde. Es de quién se agarran. Es que digan cómo. Es que la militancia que asumieron no consista en un 8N cada tanto o en acumular puntos de rating los domingos a la noche. Es si pueden exponer que no quieren ir para atrás. Porque si quieren ir para atrás, hay mucha más gente significativa que está dispuesta a mantenerse adelante.
12/11/12 Página|12
domingo, 11 de noviembre de 2012
Es la ley de medios lo que está en juego. VICTOR HUGO, OPINION
La solicitada de ayer, con apellidos como Alberto Solanet, Cosme Beccar Varela, Mariano Grondona, Dreyfus, Videla convierte al 8 de noviembre en una fecha perdurable para el análisis periodístico.
Mas aún, que la manifestación de la noche, cuando apenas una parte ínfima de los desconformes del país pidieron que el gobierno se vaya o que cambie.
Pedir que la justicia civil y comercial transparente su condición de fuero tomado por la mafia del Grupo Clarín, es mas grave (aunque resulte menos espectacular) que el fallido golpe de helicóptero intentado por una parte ínfima de los que están en desacuerdo con el gobierno democráticamente elegido.
Se vieron miles, decenas, menos que los 300 mil que uno imaginaba, pero seguramente decenas de miles, que piden que el Gobierno se vaya o que cambie, lo cual es lo mismo, porque cambiar sería traicionar a Alberto Solanet, Cosme Beccar Varela, Mariano Grondona, Dreyfus, Videla.
Pero el trasfondo de todo lo ocurrido está impreso en la solicitada de ayer.
Es la ley de medios lo que está en juego.
El Indec, la seguridad cuestionada, la inflación, la corrupción, la soberbia, cuanto se mencionó anoche, cada palabra que se dijo, tenía plena vigencia en octubre del año pasado, cuando igualmente, se prefirió por cuarenta puntos de ventaja sobre el segundo candidato, al actual Gobierno.
Sólo cambió que no se puede comprar dólares para ahorro, y el fallo de la Corte Suprema de mayo pasado, diciendolé al Grupo Clarín que, al cabo de tres años, se someta, una vez, a la ley.
Es la ley de medios lo que esta en juego.
Y ese es el tema, y como ése es el asunto, la solicitada de ayer es más grave porque esa mentira esta ducha por un sector de mucha relevancia social, con influencia real en varios aspectos de la vida del país.
En lo económico, en lo mediático, en lo nostálgico de los golpes, en el desconocimiento de los valores de la democracia.
EN ESE SENTIDO ES QUE QUIERO QUE PRESTEN ATENCIÓN AL PROGRAMA DEL DOMINGO EN BAJADA DE LÍNEA CUANDO LEOPOLDO MOREAU EN UNA NOTA REALIZADA ESPECIALMENTE PARA BAJADA DE LÍNEA MANIFESTÓ ALGO QUE MARCA CÓMO DESDE HACE 25 AÑOS SON LAS COSAS.
Queda claro cuanto hace que la democracia necesitaba una ley.
Quedará claro que fue un anhelo de quien sabía que era necesario democratizar los medios porque de lo contrario no se puede gobernar de acuerdo a lo que el pueblo en general espera, sino de acuerdo a los intereses que los medios representan.
Se entiende en este adelanto de Bajada de Línea del próximo domingo, que es lo que está en juego el 7 de diciembre.
Esa fecha que sí puede cambiar algo en el país.
Víctor Hugo
GB
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