México. Cooptación y resistencia
Por John M. Ackerman
Los desesperados esfuerzos de Enrique Peña Nieto y Televisa por legitimarse mediante la cooptación de líderes de oposición no podrá borrar la profunda indignación de la sociedad mexicana por el último proceso electoral. Graco Ramírez Garrido Abreu, gobernador perredista del estado de Morelos, pierde toda credibilidad cuando junto a la imagen sonriente del presidente electo declara compartir con Enrique Peña Nieto la convicción de que "la legalidad no es negociable". El repudio generalizado a Antonio Antolini, antiguo dirigente del movimiento #YoSoy132, por haberse incorporado a Televisa es también plenamente justificado.
Estos dos personajes no son sino las más recientes adquisiciones de un sistema acostumbrado a "subir al carrito" del poder a una larga lista de figuras que después de haber criticado al autoritarismo terminan sirviéndose de él. Las personas de ese perfil revelan su baja calidad moral al preferir reflectores, dinero y poder a la congruencia, la democracia y el cambio social. En lugar de cuestionar y transformar las reglas del juego, terminan participando gustosas en el negocio de la dominación.
El sistema autoritario mexicano, hoy más vigente que nunca, necesita simultáneamente tanto de instituciones cómplices como de "líderes" cooptados. Los poderes fácticos saben que no es suficiente con que el IFE y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación hayan hecho su parte al declarar "válida" la elección presidencial de 2012. Para poder "gobernar" de manera efectiva, también hace falta que la sociedad vea en Peña Nieto a un verdadero presidente. De otra forma se pone en riesgo el proyecto privatizador de Pemex, el pisoteo de los derechos laborales, el proyecto fiscal neoliberal y el ataque generalizado a las conquistas de la Revolución Mexicana.
Así, la anunciada asistencia de Ramírez Garrido Abreu, Ángel Aguirre, Gabino Cué, Miguel Ángel Mancera y Arturo Núñez a la toma de protesta de Peña Nieto el próximo 1º de diciembre constituye un duro golpe a las fuerzas democráticas. Con el espaldarazo al nuevo presidente, los gobernadores darán la espalda a la sociedad y consolidarán la entendible tendencia a la desconfianza de los ciudadanos en los políticos.
La sociedad necesita urgentemente ver ejemplos de congruencia y visión de Estado entre la clase política. Pero esto no se logra con falsas muestras de "unidad" construidas con base en negociaciones oscuras y palaciegas, sino con la defensa de valores y principios sociales y el contundente rechazo de la lógica imperante de corrupción política, mediática e institucional. Hoy por hoy, la mejor forma de dignificar la política y unir a la sociedad es tomar distancia de casi todos los políticos, y en particular del señor que compró su camino a la Presidencia.
En el encuentro del miércoles pasado con Peña Nieto el gobernador guerrerense tuvo un momento de lucidez. Aguirre aclaró de parte de los cinco gobernadores que "no venimos representando a la izquierda del país". Le asiste toda la razón al señor gobernador.
Aguirre mismo es un priísta de hueso colorado e íntimo amigo de Peña Nieto desde hace años. Ya fue gobernador de Guerrero bajo las siglas del PRI y en 2011 primero buscó la candidatura a la gubernatura dentro de las filas del viejo partido de Estado. Solamente buscó el apoyo del PRD una vez que había perdido la candidatura priísta a manos de su primo Manuel Añorve y después de haber pactado su salida del PRI con los sectores más oportunistas del perredismo en la entidad. Recordemos que ni siquiera había cumplido un año en el poder cuando el gobierno de Aguirre enseñó su verdadero cariz al reprimir y asesinar a dos jóvenes normalistas en Ayotzinapa.
Núñez, Cué y Mancera tampoco cuentan con trayectorias de lucha alguna en la izquierda. Núñez es un viejo lobo del priísmo, quien más allá de ser leal a López Obrador no se ha distinguido por posiciones progresistas en el Congreso de la Unión. Cué es también un político que siempre ha estado más cercano a la burocracia priísta que a los movimientos progresistas. Los claroscuros de sus primeros años como gobernador no deben sorprender a nadie. Mancera tampoco ha destacado por sus ideales o convicciones de izquierda y no cuenta con experiencia política o social alguna. Aquellos que miran con esperanza su futura administración, con seguridad se llevarán una gran decepción.
Ramírez Garrido Abreu es el único de los cinco gobernadores del llamado "corredor amarillo" que cuenta con una trayectoria en la izquierda política. Sin embargo, su comportamiento como senador y ahora como gobernador de Morelos, con el caso de Huexca, revelan a alguien siempre dispuesto a privilegiar sus intereses por encima de cualquier principio de izquierda.
En 2001, los senadores del PRD, liderados por Jesús Ortega, traicionaron al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y a todos los indígenas del país al votar en favor de una reforma constitucional en materia indígena que violó flagrantemente los acuerdos de San Andrés Sakam’chen que habían puesto fin al conflicto armado en Chiapas. Aquella deleznable traición ensanchó de manera peligrosa la distancia entre los políticos y los ciudadanos y preparó el clima de polarización social que hemos venido padeciendo desde hace más de una década.
Hoy, la tibia posición de la mayoría de los legisladores del PRD respecto de la "reforma laboral", la urgencia de los nuevos gobernadores del PRD por acercarse a Peña Nieto, sumado a la traición de Antolini a su propia causa, una vez más dividen a la sociedad y colocan en crisis la propia gobernabilidad del sistema político.
www.johnackerman.blogspot.com
Twitter: @JohnMAckerman
La Jornada, México
martes, 30 de octubre de 2012
LA GUERRA DEL PARAGUAY, FRENANDEZ MOUJAN, OPINION
“En Paraguay es una herida abierta”
Entrevista con Alejandro Fernández Mouján
(Agencia Paco Urondo) Alejandro Fernández Mouján es uno de los directores de “Guerra Guasú”, la nueva serie de la TV Pública sobre la Guerra del Paraguay. En esta entrevista nos cuenta los desafíos que enfrentaron para poder narrar este conflicto bélico. “No abandonar el rigor histórico y el rigor de lo documental, pero a la vez hacer una serie que sea atractiva desde el punto de vista televisivo”.
APU: Nos gustaría que nos cuentes desde tu perspectiva cuál es la génesis de esta nueva serie que aborda un momento tan oscuro de nuestra historia.
Alejandro Fernández Mouján (AFM): La serie está producida íntegramente por la Televisión Pública. Se empezó a gestar en reuniones que teníamos Tristán Bauer, que es el presidente de Radio y Televisón Argentina (RTA); Martín Bonavetti, que es el director del canal; Pablo Reyero, que codirige la serie conmigo; Javier Trímboli, que hizo la parte de contenido histórico y yo. Así empezamos a pensar la posibilidad de tocar este tema que es una parte muy importante de la historia de nuestra región y sobre el que no se ha hablado mucho, sobre todo acá. Si bien en Paraguay es algo que está muy presente todavía, en la Argentina no se ha hablado mucho. La Argentina de ese momento, gobernada por Mitre, tuvo un papel bastante lamentable en esa guerra que fue realmente un crimen cometido contra un pueblo. Un pequeño país enfrentando a tres países, dos países muy grandes como Brasil y Argentina y Uruguay.
APU: ¿Por qué te parece que en este momento volvemos sobre esta historia? ¿Qué buscamos en esa guerra del Paraguay para entender nuestro presente?
AFM: Mirá, yo creo que tiene que ver con que hay una preocupación creciente desde hace unos años sobre lo que pasa en nuestra región, tanto desde la creación del Mercosur como de relaciones y los cambios de gobiernos que se han producido en los diferentes países. Y lamentablemente ahora coincide justo con que en Paraguay ha habido un golpe de Estado parlamentario y ha sido destituido el presidente Lugo. Obviamente cuando empezamos la serie no pensábamos que esto iba a pasar. Había una coincidencia en la región y desde nuestra parte, desde lo que nosotros podíamos hacer, tratamos de recuperar esa historia. Lamentablemente, como te decía, el estreno de esta serie está muy próximo al golpe y de alguna manera relacionamos las dos cosas y por eso hemos traído la semana pasada a Fernando Lugo acá, a grabar un programa especial que va a ser emitido como quinto capítulo de la serie.
APU: En cuanto a la realización audiovisual de esta historia noté que trabajaron mucho sobre fotografías. ¿Cómo fue el desafío de enfrentar un trabajo de una guerra, que si bien estuvo muy documentada en su momento -y eso la hace una guerra muy moderna-, cuesta mucho también encontrar archivos?
AFM: Sí, claro. Es el desafío, cuando uno se pone a trabajar sobre estos temas históricos del Siglo XIX para atrás el material documental, desde el punto de vista visual, es poco y por eso muchas veces se recurre a la ficcionalización de la historia. Nosotros en este caso no hicimos eso, sino que por un lado fuimos a los lugares donde transcurrió la guerra a ver qué nos decía la gente que vive en esos lugares, tanto en Paraguay como en Argentina, y también en Uruguay y Brasil. Y, por otro lado, el otro elemento son los registros que hay de esa guerra. Sobretodo de la primera parte de la guerra hay bastante registro. No quiero decir que sea mucho, pero hay registro fotográfico y también está la serie de pinturas de Cándido López de la primera etapa de la guerra, digamos hasta Curupaytí en territorio paraguayo.
Después hay otro material que son los periódicos de trinchera que producían los paraguayos en el frente de batalla. Esos periódicos, sobre todo el Cabichuí, que es el más interesante, ilustrado por grabados en xilografía, o sea grabados sobre tacos de madera que se hacían en el frente de batalla, especialmente en un campamento paraguayo que se llamaba Paso Pucú. Es una colección muy interesante de cuatrocientos grabados y nosotros rescatamos y utilizamos mucho ese material en el documental. Eso es un archivo que está en el Museo del Barro en Asunción. Y después, recurriendo a distintas fuentes de archivos que hay acá, en la Biblioteca Nacional, los museos, el Museo Mitre, el Museo Histórico Nacional, el Museo de Luján. Hemos recorrido prácticamente todo lo que hay registrado de la guerra y si bien no hemos usado todo, sí hemos usado gran parte de ese registro para tratar de dar una idea de ubicación en la época en que esto transcurría.
APU: Es interesante que cuando fueron a los lugares donde sucedió la guerra, la población hablaba de espectros y de los sonidos de esa guerra que todavía escuchaban ¿no?
AFM: Sí, sobre todo en Paraguay está muy presente. En la zona del cuadrilátero, que es la zona donde fueron las batallas más importantes, por un lado hay muchos restos todavía enterrados, se siguen encontrando cosas; y por otro lado, la gente que hace ese trabajo de excavación y que buscan esos restos, que es gente de los pueblos, tienen pequeños museos. En cada pueblo hay como un pequeño museo, algunos en las casas. Esa gente dice que sobre todo en los días de tormenta se escuchan los ruidos de las batallas, el galope de los caballos, los gritos, los cañonazos, la gente lo cuenta muy vívidamente. Incluso algunos han dejado de ir a buscar en algunos lugares porque dicen que hay voces que les hablan, o sea se asustan ante esas presencias tan fuertes. Después hay restos incluso de lo que se llamó la “Diagonal de la sangre”, que es el éxodo del Mariscal López con lo poco que quedaba del ejército paraguayo y con parte del pueblo, desde que abandonan Asunción hasta Cerro Corá en el norte de Paraguay, que es donde matan al Mariscal, el último combate. Bueno, todo ese camino también está plagado de restos. Y lo que tiene de interesante es que toda esta historia está muy presente en la gente que vive en esos lugares. Es decir, la guerra dejó una impronta muy fuerte en la gente, todos tienen algún antepasado que estuvo en la guerra. En Paraguay, en un determinado momento se convocó a toda la población prácticamente…
APU: Claro, una guerra total, ¿no?
AFM: Sí, una guerra total.
APU: Queríamos que nos cuentes el desafío que implica para la Televisión Pública llevar adelante una serie así. Que nos cuentes un poco cómo pensaste en cuanto a lo audiovisual ese discurso televisivo y documental.
AFM: Mirá, nosotros, tanto Pablo Reyero como yo, que somos de alguna manera los dos responsables de llevar adelante la serie, venimos del cine documental y por eso nos interesaba especialmente desarrollar un proyecto documental de esta envergadura. Nosotros habíamos hecho otro proyecto anterior acá en el Canal que se llamó “Huellas de un siglo”, veintiséis capítulos de media hora de historia argentina del siglo XX…
APU: Eso fue en el Bicentenario…
AFM: Sí, eso fue en el Bicentenario. Fue una serie que funcionó muy bien y eso es lo que nos empujó a plantearnos otro proyecto. Hicimos una primera aproximación, dos viajes a Paraguay durante quince días cada uno, fueron dos asistentes nuestros de acá del canal a hacer lo que se llama un scouting o un viaje previo, para registrar los lugares en fotografías o con alguna pequeña cámara de video y entrevistar a la gente. Todo un relevamiento de lo que fue la guerra en Paraguay. Y después mandamos otro equipo a hacer todo lo mismo en las provincias de Entre Ríos, Corrientes, lo que sería Paysandú en Uruguay y Uruguayana en Brasil. Se trabajó mucho, además, en el relevamiento de lo que hablábamos antes de las imágenes. Y una vez que tuvimos todo eso fue que empezamos a planificar la forma que le íbamos a dar y el rodaje, tanto en Paraguay como en Argentina. Siempre con esa fuerte impronta del documental, un poco entre lo televisivo, es decir, la cuestión de que en la televisión hay que manejar de alguna manera un lenguaje, darle un ritmo y un lenguaje, pensando que en parte la televisión te obliga a una especie de competencia en el aire. Y además tiene que ser interesante y tiene que tener un valor histórico. Nosotros le otorgamos mucho valor a que sea un film, algo polémico que puede generar discusión. También el tema de que visualmente, como ritmo, como relato, tenía que ser atractivo para te interese ver eso en televisión y te sientas atraído por una imagen y por lo que se cuenta. O sea, es una conjunción de varias cosas: por un lado, no abandonar el rigor histórico y el rigor de lo documental, pero por otro lado también hacer una serie que a la vez sea atractiva desde el punto de vista televisivo.
APU: Por último te pregunto, en base a la investigación, el viaje y haber estado en contacto con todo el material, ¿cuál te parece que es la actualización más polémica de esta vuelta sobre la guerra del Paraguay? Y ¿qué te parece que ha quedado resuelto de este tema? Está el tema de los límites con el Paraguay, hay como muchas cosas ahí que todavía no están bien discutidas ¿Qué te pareció o qué te llamó más la atención en eso?
AFM: Bueno, por un lado lo que te decía, de que en Paraguay todavía es una herida que está abierta y es muy fuerte, eso realmente es muy impresionante. Ver cómo esa guerra todavía está presente. Y con lo que está pasando hoy es inevitable hacer una relación directa entre las consecuencias de esa guerra que se arrastran hasta el día de hoy, sobre todo en Paraguay. La desigual apropiación de la tierra, la tierra está muy concentrada en muy pocas manos y hay una gran mayoría de campesinos sin tierra, y hay muchos conflictos de tierra. Haciendo el documental nos hemos encontrado con la gente acampando a los costados de los caminos, gente por tomar tierras, sobre todo en la zona que fue más conflictiva, la zona de Curuguaty, que es donde estalló el conflicto que terminó con el golpe de destitución de Lugo.
Entrevista con Alejandro Fernández Mouján
(Agencia Paco Urondo) Alejandro Fernández Mouján es uno de los directores de “Guerra Guasú”, la nueva serie de la TV Pública sobre la Guerra del Paraguay. En esta entrevista nos cuenta los desafíos que enfrentaron para poder narrar este conflicto bélico. “No abandonar el rigor histórico y el rigor de lo documental, pero a la vez hacer una serie que sea atractiva desde el punto de vista televisivo”.
APU: Nos gustaría que nos cuentes desde tu perspectiva cuál es la génesis de esta nueva serie que aborda un momento tan oscuro de nuestra historia.
Alejandro Fernández Mouján (AFM): La serie está producida íntegramente por la Televisión Pública. Se empezó a gestar en reuniones que teníamos Tristán Bauer, que es el presidente de Radio y Televisón Argentina (RTA); Martín Bonavetti, que es el director del canal; Pablo Reyero, que codirige la serie conmigo; Javier Trímboli, que hizo la parte de contenido histórico y yo. Así empezamos a pensar la posibilidad de tocar este tema que es una parte muy importante de la historia de nuestra región y sobre el que no se ha hablado mucho, sobre todo acá. Si bien en Paraguay es algo que está muy presente todavía, en la Argentina no se ha hablado mucho. La Argentina de ese momento, gobernada por Mitre, tuvo un papel bastante lamentable en esa guerra que fue realmente un crimen cometido contra un pueblo. Un pequeño país enfrentando a tres países, dos países muy grandes como Brasil y Argentina y Uruguay.
APU: ¿Por qué te parece que en este momento volvemos sobre esta historia? ¿Qué buscamos en esa guerra del Paraguay para entender nuestro presente?
AFM: Mirá, yo creo que tiene que ver con que hay una preocupación creciente desde hace unos años sobre lo que pasa en nuestra región, tanto desde la creación del Mercosur como de relaciones y los cambios de gobiernos que se han producido en los diferentes países. Y lamentablemente ahora coincide justo con que en Paraguay ha habido un golpe de Estado parlamentario y ha sido destituido el presidente Lugo. Obviamente cuando empezamos la serie no pensábamos que esto iba a pasar. Había una coincidencia en la región y desde nuestra parte, desde lo que nosotros podíamos hacer, tratamos de recuperar esa historia. Lamentablemente, como te decía, el estreno de esta serie está muy próximo al golpe y de alguna manera relacionamos las dos cosas y por eso hemos traído la semana pasada a Fernando Lugo acá, a grabar un programa especial que va a ser emitido como quinto capítulo de la serie.
APU: En cuanto a la realización audiovisual de esta historia noté que trabajaron mucho sobre fotografías. ¿Cómo fue el desafío de enfrentar un trabajo de una guerra, que si bien estuvo muy documentada en su momento -y eso la hace una guerra muy moderna-, cuesta mucho también encontrar archivos?
AFM: Sí, claro. Es el desafío, cuando uno se pone a trabajar sobre estos temas históricos del Siglo XIX para atrás el material documental, desde el punto de vista visual, es poco y por eso muchas veces se recurre a la ficcionalización de la historia. Nosotros en este caso no hicimos eso, sino que por un lado fuimos a los lugares donde transcurrió la guerra a ver qué nos decía la gente que vive en esos lugares, tanto en Paraguay como en Argentina, y también en Uruguay y Brasil. Y, por otro lado, el otro elemento son los registros que hay de esa guerra. Sobretodo de la primera parte de la guerra hay bastante registro. No quiero decir que sea mucho, pero hay registro fotográfico y también está la serie de pinturas de Cándido López de la primera etapa de la guerra, digamos hasta Curupaytí en territorio paraguayo.
Después hay otro material que son los periódicos de trinchera que producían los paraguayos en el frente de batalla. Esos periódicos, sobre todo el Cabichuí, que es el más interesante, ilustrado por grabados en xilografía, o sea grabados sobre tacos de madera que se hacían en el frente de batalla, especialmente en un campamento paraguayo que se llamaba Paso Pucú. Es una colección muy interesante de cuatrocientos grabados y nosotros rescatamos y utilizamos mucho ese material en el documental. Eso es un archivo que está en el Museo del Barro en Asunción. Y después, recurriendo a distintas fuentes de archivos que hay acá, en la Biblioteca Nacional, los museos, el Museo Mitre, el Museo Histórico Nacional, el Museo de Luján. Hemos recorrido prácticamente todo lo que hay registrado de la guerra y si bien no hemos usado todo, sí hemos usado gran parte de ese registro para tratar de dar una idea de ubicación en la época en que esto transcurría.
APU: Es interesante que cuando fueron a los lugares donde sucedió la guerra, la población hablaba de espectros y de los sonidos de esa guerra que todavía escuchaban ¿no?
AFM: Sí, sobre todo en Paraguay está muy presente. En la zona del cuadrilátero, que es la zona donde fueron las batallas más importantes, por un lado hay muchos restos todavía enterrados, se siguen encontrando cosas; y por otro lado, la gente que hace ese trabajo de excavación y que buscan esos restos, que es gente de los pueblos, tienen pequeños museos. En cada pueblo hay como un pequeño museo, algunos en las casas. Esa gente dice que sobre todo en los días de tormenta se escuchan los ruidos de las batallas, el galope de los caballos, los gritos, los cañonazos, la gente lo cuenta muy vívidamente. Incluso algunos han dejado de ir a buscar en algunos lugares porque dicen que hay voces que les hablan, o sea se asustan ante esas presencias tan fuertes. Después hay restos incluso de lo que se llamó la “Diagonal de la sangre”, que es el éxodo del Mariscal López con lo poco que quedaba del ejército paraguayo y con parte del pueblo, desde que abandonan Asunción hasta Cerro Corá en el norte de Paraguay, que es donde matan al Mariscal, el último combate. Bueno, todo ese camino también está plagado de restos. Y lo que tiene de interesante es que toda esta historia está muy presente en la gente que vive en esos lugares. Es decir, la guerra dejó una impronta muy fuerte en la gente, todos tienen algún antepasado que estuvo en la guerra. En Paraguay, en un determinado momento se convocó a toda la población prácticamente…
APU: Claro, una guerra total, ¿no?
AFM: Sí, una guerra total.
APU: Queríamos que nos cuentes el desafío que implica para la Televisión Pública llevar adelante una serie así. Que nos cuentes un poco cómo pensaste en cuanto a lo audiovisual ese discurso televisivo y documental.
AFM: Mirá, nosotros, tanto Pablo Reyero como yo, que somos de alguna manera los dos responsables de llevar adelante la serie, venimos del cine documental y por eso nos interesaba especialmente desarrollar un proyecto documental de esta envergadura. Nosotros habíamos hecho otro proyecto anterior acá en el Canal que se llamó “Huellas de un siglo”, veintiséis capítulos de media hora de historia argentina del siglo XX…
APU: Eso fue en el Bicentenario…
AFM: Sí, eso fue en el Bicentenario. Fue una serie que funcionó muy bien y eso es lo que nos empujó a plantearnos otro proyecto. Hicimos una primera aproximación, dos viajes a Paraguay durante quince días cada uno, fueron dos asistentes nuestros de acá del canal a hacer lo que se llama un scouting o un viaje previo, para registrar los lugares en fotografías o con alguna pequeña cámara de video y entrevistar a la gente. Todo un relevamiento de lo que fue la guerra en Paraguay. Y después mandamos otro equipo a hacer todo lo mismo en las provincias de Entre Ríos, Corrientes, lo que sería Paysandú en Uruguay y Uruguayana en Brasil. Se trabajó mucho, además, en el relevamiento de lo que hablábamos antes de las imágenes. Y una vez que tuvimos todo eso fue que empezamos a planificar la forma que le íbamos a dar y el rodaje, tanto en Paraguay como en Argentina. Siempre con esa fuerte impronta del documental, un poco entre lo televisivo, es decir, la cuestión de que en la televisión hay que manejar de alguna manera un lenguaje, darle un ritmo y un lenguaje, pensando que en parte la televisión te obliga a una especie de competencia en el aire. Y además tiene que ser interesante y tiene que tener un valor histórico. Nosotros le otorgamos mucho valor a que sea un film, algo polémico que puede generar discusión. También el tema de que visualmente, como ritmo, como relato, tenía que ser atractivo para te interese ver eso en televisión y te sientas atraído por una imagen y por lo que se cuenta. O sea, es una conjunción de varias cosas: por un lado, no abandonar el rigor histórico y el rigor de lo documental, pero por otro lado también hacer una serie que a la vez sea atractiva desde el punto de vista televisivo.
APU: Por último te pregunto, en base a la investigación, el viaje y haber estado en contacto con todo el material, ¿cuál te parece que es la actualización más polémica de esta vuelta sobre la guerra del Paraguay? Y ¿qué te parece que ha quedado resuelto de este tema? Está el tema de los límites con el Paraguay, hay como muchas cosas ahí que todavía no están bien discutidas ¿Qué te pareció o qué te llamó más la atención en eso?
AFM: Bueno, por un lado lo que te decía, de que en Paraguay todavía es una herida que está abierta y es muy fuerte, eso realmente es muy impresionante. Ver cómo esa guerra todavía está presente. Y con lo que está pasando hoy es inevitable hacer una relación directa entre las consecuencias de esa guerra que se arrastran hasta el día de hoy, sobre todo en Paraguay. La desigual apropiación de la tierra, la tierra está muy concentrada en muy pocas manos y hay una gran mayoría de campesinos sin tierra, y hay muchos conflictos de tierra. Haciendo el documental nos hemos encontrado con la gente acampando a los costados de los caminos, gente por tomar tierras, sobre todo en la zona que fue más conflictiva, la zona de Curuguaty, que es donde estalló el conflicto que terminó con el golpe de destitución de Lugo.
Eso es muy impresionante y uno hace la relación inmediata entre una de las consecuencias de esa guerra, que fue el inmediato reparto de Paraguay. Y no sólo Paraguay perdió todos los territorios que tenían en disputa con Argentina y Brasil, que en el caso de Argentina eran parte de Misiones y prácticamente todo lo que es la provincia de Formosa, sino que perdió el Mato Grosso que pasó a ser brasilero y quedó reducido su territorio, perdió como un 40% de su territorio y además no sólo eso, sino que inmediatamente su tierra fue como loteada entre grandes empresas, fue acaparada por grandes empresas brasileras y argentinas dedicadas a la yerba mate, a la madera, a todo lo que fuera extracción de productos de la tierra. Y eso se mantiene hasta el día de hoy. La diferencia es que cuando Paraguay era un país que se planteaba ser un país independiente, desde Gaspar Rodríguez de Francia hasta el Mariscal López, la mayor parte del territorio era propiedad del Estado, existían lo que se llamaban “estancias de la patria” y todo el mundo tenía garantizado el acceso a la tierra. Hoy es totalmente lo contrario, o sea es la relación más directa que puedo encontrar entre el pasado y el presente y es lo que más sorprende, por lo menos es lo que más nos impresionó haciendo este trabajo.
Agencia Paco Urondo
Agencia Paco Urondo
Prof GB
MAS SOBRE EL GENOCIDA HARGUINDEGUY
MURIO ALBANO HARGUINDEGUY, EX MINISTRO DEL INTERIOR DURANTE LA DICTADURA Y PROCESADO EN VARIAS CAUSAS POR TERRORISMO DE ESTADO
El general que manejó la Federal y esparció el terror
A los 85 años, en prisión domiciliaria y sin que todavía le llegara una condena, falleció en su casa de Malvinas Argentinas. Solía ufanarse de haber librado a la sociedad “del marxismo” y reivindicaba las desapariciones.
Por Laura Vales
A los 85 años, y mientras cumplía prisión domiciliaria por crímenes de lesa humanidad, murió Albano Harguindeguy. El general de división fue el responsable de la Policía Federal en los años más sangrientos del terrorismo de Estado. Fue jefe de la Federal primero, durante el gobierno de Isabelita, y después ministro del Interior –cargo desde el que siguió manejando la fuerza–, durante cinco de los siete años que duró la dictadura. Considerado uno de los cerebros del gobierno militar, alguna vez admitió su responsabilidad en los secuestros, torturas y desapariciones sin ninguna vuelta. Sin embargo, de las muchas causas judiciales en las que estaba procesado, sólo llegó a ser llevado a juicio oral en una y todavía no había sido condenado.
Harguindeguy escoltó a Videla como responsable de la cartera política desde marzo del ’76 hasta marzo del ’81, período en el que se produjeron la mayor parte de los crímenes del terrorismo de Estado.
En 2003, durante un reportaje de la periodista francesa Marie-Monique Robin, accedió a hablar de la represión ilegal. “Empezamos bajo un gobierno constitucional y seguimos en un gobierno de facto”, le dijo. Como era de prever, también defendió la dictadura. Lo llamativo fue su estilo grandilocuente, megalómano: “Hicimos lo que correspondía en cumplimiento del deber militar. Las Fuerzas Armadas deben decirle al pueblo argentino: nosotros los libramos de ser un país marxista”, declara en el documental. Y después: “Tengo que reconocer que cometimos errores. Si no cometiéramos errores seríamos dioses. Qué aburrido sería un país gobernado por los dioses, sin pecado, sin delito”.
Harguindeguy cumplía el arresto domiciliario en Los Polvorines, en el municipio de Malvinas Argentinas, en una casaquinta más que acomodada, ambientada con trofeos de caza, una afición que en los ’70 compartió con el ex ministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz.
Alegando problemas de salud, ése fue el lugar que eligió para instalarse, evitando la cárcel, cuando en julio de 2004 la Justicia pidió su detención por los crímenes cometidos en el marco del Plan Cóndor, y donde pasaría los últimos ocho años de su vida.
Hasta ese momento, Harguindeguy no había tenido complicaciones judiciales graves. No fue acusado, por empezar, durante el gobierno de Raúl Alfonsín, de quien había sido compañero en el Liceo Militar. En el juicio a las tres primeras Juntas fue llamado como testigo, y allí declaró que como ministro del Interior le llegaban pedidos para que algún detenido pudiera ser pasado a disposición del Poder Ejecutivo Nacional y fuera enviado a una cárcel común.
Luego fue beneficiado con el efecto de las leyes de punto final y obediencia debida, y más tarde Carlos Menem lo incluyó en los indultos que dictó durante su presidencia.
“No van a aparecer”
Harguindeguy había sido, en el ’73, la máxima figura militar del Operativo Dorrego, que las Fuerzas Armadas compartieron con Montoneros haciendo trabajos sociales para auxiliar a las víctimas de una inundación.
Años después, el ex jefe montonero Roberto Perdía le atribuyó unas frases que Harguindeguy habría pronunciado en un encuentro secreto entre ambos, supuestamente por el caso del secuestro y la desaparición del jefe guerrillero Roberto Quieto. “Nosotros no vamos a andar tirando cadáveres en los zanjones, de ahora en adelante los cadáveres no van a aparecer. Nosotros vamos a hacer otra cosa. Lo que ustedes conocieron hasta ahora fue una ‘dictablanda’, como la de (Alejandro) Lanusse; la nuestra sí va a ser una dictadura. No lo van a volver a ver más a Quieto. En realidad, no volverán a ver a nadie más”, habrían sido sus palabras, según Perdía.
De hecho, Harguindeguy estuvo en un lugar clave para la represión desde 1975, porque la entonces presidenta María Estela Martínez de Perón lo designó al frente de la Policía Federal.
De las causas en las que, después del 2003 y con la anulación de las leyes de impunidad, el represor pasaría a quedar procesado, hay una que habla de la continuidad entre los meses previos al golpe y los siguientes. Es la que investiga los crímenes cometidos bajo la órbita de esa policía, en el centro clandestino de Coordinación Federal –que funcionó en Moreno 1417, donde está el Departamento Central de Policía, y otros CCD como el Garage Azopardo–. En este expediente, el juez federal Daniel Rafecas consideró responsable a Harguindeguy por 34 asesinatos y más de doscientos casos de secuestros y torturas. La causa incluye un hecho ocurrido seis días antes del golpe. Se trata de la fabricación de un falso “operativo antisubversivo” en el que cuatro secuestrados fueron ametrallados dentro de un automóvil, y el montaje apareció en los diarios como si se hubiera tratado de un enfrentamiento armado. Las víctimas fueron el médico Norberto Gómez y Elena Kalaidjian, de quienes se sabe por testimonios de sobrevivientes que fueron obligados a atender a otros secuestrados después de las sesiones de tortura, y la pareja formada por Julio Enzo Panebianco y Ana Teresa del Valle Aguilar, sobrina de la animadora Mirtha Legrand.
En la causa por el Plan Cóndor, el operativo en que las dictaduras del Cono Sur coordinaron la represión, el juez federal Norberto Oyarbide responsabilizó a Harguindeguy junto a Videla y otros por el secuestro y aplicación de tormentos a trece ciudadanos peruanos que fueron capturados en su país y trasladados a la Argentina durante el Mundial de Fútbol de 1978.
El represor también había sido procesado por el asesinato del obispo Enrique Angelelli por haber emitido “directivas precisas para eliminar los grupos vinculados con el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo”. El expediente había sido elevado a juicio oral este mes. Un tribunal de La Rioja lo había procesado por los crímenes de los sacerdotes Carlos Murias y Gabriel Longueville.
Un juicio oral
Este año había enfrentado su primer juicio oral, en Entre Ríos. Allí debió responder por cuatro desapariciones –Sixto Zalasar, Julio Solaga, Norma González y Oscar Dezorsi, secuestrados entre mayo y noviembre de 1976– y veinticinco casos de privación ilegal de la libertad y torturas cometidos en las ciudades de Concordia, Gualeguaychú y Concepción del Uruguay. De cara a las audiencias, Harguindeguy volvió a alegar problemas de salud para no presenciar el juicio, y en la jornada en la que debió declarar –-por teleconferencia– permaneció cruzado de brazos y sólo respondió con monosílabos.
Otra de las investigaciones que lo tenían como centro –y en la que por supuesto hay otros investigados– tiene que ver con las maniobras realizadas por los jerarcas de la dictadura para quedarse con empresas y bienes de sus víctimas. Está a cargo de la Comisión Nacional de Valores, que busca establecer cómo la División Bancos de la Policía Federal, el Banco Central y la CNV liquidaron bancos y extorsionaron empresarios para obtener un botín de guerra. La causa remite a la estrecha relación de Harguindeguy con Martínez de Hoz, que no se habría limitado solamente a cuestiones de caza.
Con el ex ministro de Economía habían quedado coprocesados en la causa por el secuestro extorsivo de los empresarios Gutheim. Federico Gutheim y su hijo Miguel, propietario de la firma textil Sadeco, fueron detenidos en noviembre de 1976, a raíz del decreto 2840 firmado por Videla y Harguindeguy acusados de socavar la paz interior. Los empresarios recuperaron la libertad cinco meses después, luego de declinar acuerdos comerciales que habían realizado en beneficio de firmas de Hong Kong con los que la cartera de Economía mantenía negociaciones.
30/10/12 Página|12
GB
El general que manejó la Federal y esparció el terror
A los 85 años, en prisión domiciliaria y sin que todavía le llegara una condena, falleció en su casa de Malvinas Argentinas. Solía ufanarse de haber librado a la sociedad “del marxismo” y reivindicaba las desapariciones.
Por Laura Vales
A los 85 años, y mientras cumplía prisión domiciliaria por crímenes de lesa humanidad, murió Albano Harguindeguy. El general de división fue el responsable de la Policía Federal en los años más sangrientos del terrorismo de Estado. Fue jefe de la Federal primero, durante el gobierno de Isabelita, y después ministro del Interior –cargo desde el que siguió manejando la fuerza–, durante cinco de los siete años que duró la dictadura. Considerado uno de los cerebros del gobierno militar, alguna vez admitió su responsabilidad en los secuestros, torturas y desapariciones sin ninguna vuelta. Sin embargo, de las muchas causas judiciales en las que estaba procesado, sólo llegó a ser llevado a juicio oral en una y todavía no había sido condenado.
Harguindeguy escoltó a Videla como responsable de la cartera política desde marzo del ’76 hasta marzo del ’81, período en el que se produjeron la mayor parte de los crímenes del terrorismo de Estado.
En 2003, durante un reportaje de la periodista francesa Marie-Monique Robin, accedió a hablar de la represión ilegal. “Empezamos bajo un gobierno constitucional y seguimos en un gobierno de facto”, le dijo. Como era de prever, también defendió la dictadura. Lo llamativo fue su estilo grandilocuente, megalómano: “Hicimos lo que correspondía en cumplimiento del deber militar. Las Fuerzas Armadas deben decirle al pueblo argentino: nosotros los libramos de ser un país marxista”, declara en el documental. Y después: “Tengo que reconocer que cometimos errores. Si no cometiéramos errores seríamos dioses. Qué aburrido sería un país gobernado por los dioses, sin pecado, sin delito”.
Harguindeguy cumplía el arresto domiciliario en Los Polvorines, en el municipio de Malvinas Argentinas, en una casaquinta más que acomodada, ambientada con trofeos de caza, una afición que en los ’70 compartió con el ex ministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz.
Alegando problemas de salud, ése fue el lugar que eligió para instalarse, evitando la cárcel, cuando en julio de 2004 la Justicia pidió su detención por los crímenes cometidos en el marco del Plan Cóndor, y donde pasaría los últimos ocho años de su vida.
Hasta ese momento, Harguindeguy no había tenido complicaciones judiciales graves. No fue acusado, por empezar, durante el gobierno de Raúl Alfonsín, de quien había sido compañero en el Liceo Militar. En el juicio a las tres primeras Juntas fue llamado como testigo, y allí declaró que como ministro del Interior le llegaban pedidos para que algún detenido pudiera ser pasado a disposición del Poder Ejecutivo Nacional y fuera enviado a una cárcel común.
Luego fue beneficiado con el efecto de las leyes de punto final y obediencia debida, y más tarde Carlos Menem lo incluyó en los indultos que dictó durante su presidencia.
“No van a aparecer”
Harguindeguy había sido, en el ’73, la máxima figura militar del Operativo Dorrego, que las Fuerzas Armadas compartieron con Montoneros haciendo trabajos sociales para auxiliar a las víctimas de una inundación.
Años después, el ex jefe montonero Roberto Perdía le atribuyó unas frases que Harguindeguy habría pronunciado en un encuentro secreto entre ambos, supuestamente por el caso del secuestro y la desaparición del jefe guerrillero Roberto Quieto. “Nosotros no vamos a andar tirando cadáveres en los zanjones, de ahora en adelante los cadáveres no van a aparecer. Nosotros vamos a hacer otra cosa. Lo que ustedes conocieron hasta ahora fue una ‘dictablanda’, como la de (Alejandro) Lanusse; la nuestra sí va a ser una dictadura. No lo van a volver a ver más a Quieto. En realidad, no volverán a ver a nadie más”, habrían sido sus palabras, según Perdía.
De hecho, Harguindeguy estuvo en un lugar clave para la represión desde 1975, porque la entonces presidenta María Estela Martínez de Perón lo designó al frente de la Policía Federal.
De las causas en las que, después del 2003 y con la anulación de las leyes de impunidad, el represor pasaría a quedar procesado, hay una que habla de la continuidad entre los meses previos al golpe y los siguientes. Es la que investiga los crímenes cometidos bajo la órbita de esa policía, en el centro clandestino de Coordinación Federal –que funcionó en Moreno 1417, donde está el Departamento Central de Policía, y otros CCD como el Garage Azopardo–. En este expediente, el juez federal Daniel Rafecas consideró responsable a Harguindeguy por 34 asesinatos y más de doscientos casos de secuestros y torturas. La causa incluye un hecho ocurrido seis días antes del golpe. Se trata de la fabricación de un falso “operativo antisubversivo” en el que cuatro secuestrados fueron ametrallados dentro de un automóvil, y el montaje apareció en los diarios como si se hubiera tratado de un enfrentamiento armado. Las víctimas fueron el médico Norberto Gómez y Elena Kalaidjian, de quienes se sabe por testimonios de sobrevivientes que fueron obligados a atender a otros secuestrados después de las sesiones de tortura, y la pareja formada por Julio Enzo Panebianco y Ana Teresa del Valle Aguilar, sobrina de la animadora Mirtha Legrand.
En la causa por el Plan Cóndor, el operativo en que las dictaduras del Cono Sur coordinaron la represión, el juez federal Norberto Oyarbide responsabilizó a Harguindeguy junto a Videla y otros por el secuestro y aplicación de tormentos a trece ciudadanos peruanos que fueron capturados en su país y trasladados a la Argentina durante el Mundial de Fútbol de 1978.
El represor también había sido procesado por el asesinato del obispo Enrique Angelelli por haber emitido “directivas precisas para eliminar los grupos vinculados con el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo”. El expediente había sido elevado a juicio oral este mes. Un tribunal de La Rioja lo había procesado por los crímenes de los sacerdotes Carlos Murias y Gabriel Longueville.
Un juicio oral
Este año había enfrentado su primer juicio oral, en Entre Ríos. Allí debió responder por cuatro desapariciones –Sixto Zalasar, Julio Solaga, Norma González y Oscar Dezorsi, secuestrados entre mayo y noviembre de 1976– y veinticinco casos de privación ilegal de la libertad y torturas cometidos en las ciudades de Concordia, Gualeguaychú y Concepción del Uruguay. De cara a las audiencias, Harguindeguy volvió a alegar problemas de salud para no presenciar el juicio, y en la jornada en la que debió declarar –-por teleconferencia– permaneció cruzado de brazos y sólo respondió con monosílabos.
Otra de las investigaciones que lo tenían como centro –y en la que por supuesto hay otros investigados– tiene que ver con las maniobras realizadas por los jerarcas de la dictadura para quedarse con empresas y bienes de sus víctimas. Está a cargo de la Comisión Nacional de Valores, que busca establecer cómo la División Bancos de la Policía Federal, el Banco Central y la CNV liquidaron bancos y extorsionaron empresarios para obtener un botín de guerra. La causa remite a la estrecha relación de Harguindeguy con Martínez de Hoz, que no se habría limitado solamente a cuestiones de caza.
Con el ex ministro de Economía habían quedado coprocesados en la causa por el secuestro extorsivo de los empresarios Gutheim. Federico Gutheim y su hijo Miguel, propietario de la firma textil Sadeco, fueron detenidos en noviembre de 1976, a raíz del decreto 2840 firmado por Videla y Harguindeguy acusados de socavar la paz interior. Los empresarios recuperaron la libertad cinco meses después, luego de declinar acuerdos comerciales que habían realizado en beneficio de firmas de Hong Kong con los que la cartera de Economía mantenía negociaciones.
30/10/12 Página|12
GB
EDUARDO ANGUITA Y ALFONSIN A TRES DECADAS, OPINION
A tres décadas del triunfo de Raúl Alfonsín
Por Eduardo Anguita
Cuando Alfonsín se lanzaba a competir electoralmente con el peronismo, sabía que la historia le jugaba en contra.
En Chile seguía firme la dictadura de Augusto Pinochet. De hecho, recién llamaba a un referéndum en 1988, en el cual un 44% de los chilenos apoyaba la continuidad del régimen. Las elecciones presidenciales se concretaron recién en diciembre de 1989 y Patricio Aylwin se imponía al frente de una coalición de partidos con el 55% de los votos. Eso sí, mediaba una reforma constitucional que dejaba una democracia tutelada por el dictador que, hasta el día de su muerte, conservaba completa impunidad sobre los crímenes cometidos.
En Uruguay, que tenía una dictadura que también había comenzado en 1973 al igual que en Chile, en noviembre de 1980 se había concretado un plebiscito destinado a legitimar el régimen cívico-militar. Fue rechazado, pero el 43% de los uruguayos votaron a favor del sistema autoritario. En agosto de 1984 se concretó un encuentro entre los usurpadores del poder y los representantes de los partidos Blanco, Colorado y la coalición del Frente Amplio. Tras once años de régimen anticonstitucional, se concretaban elecciones en noviembre de ese 1984. Pero eso sí, con una serie de proscripciones. Entre ellas, que no pudieran participar los candidatos que los dictadores consideraban irritativos. Así, ni Líber Seregni (FA), ni Wilson Ferreira (Blanco) ni Jorge Batlle (Colorado) estaban habilitados para representar a sus fuerzas políticas. Se imponía en los comicios el continuista Julio María Sanguinetti (Colorado).
Brasil vivía un régimen militar que había comenzado en 1964. A partir de 1979 comienza una transición política controlada por el dictador João Baptista Figueiredo, un general que asumía el rol de encausar un cambio bajo el control de quienes habían desconocido la Constitución 15 años atrás. La dictadura sancionó una nueva ley de partidos políticos, y en noviembre de 1982 se concretaron elecciones estaduales (provinciales) y parlamentarias, pero el régimen presidencial seguía siendo de facto. Recién en 1985, esa transición vigilada permitió la llegada de un presidente civil en Brasil. Se impuso la fórmula Tancredo Neves - José Sarney. La muerte de Neves hizo que asumiera Sarney. Ambos eran integrantes del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), una fuerza política cobijada por la dictadura y creada en 1979, precisamente con la llamada apertura brasileña.
Alfredo Stroessner era el dictador que más años llevaba. Había encabezado un golpe en Paraguay en mayo de 1954. En febrero de 1989 fue desalojado por otro golpe de Estado: uno de sus más estrechos colaboradores, el general Andrés Rodríguez, cuya hermana estaba casada con el hijo mayor de Stroessner, llegaba a la Presidencia. Una reforma constitucional de 1992 permitió cierta democratización institucional en Paraguay.
En Perú, el general Juan Velazco Alvarado encabezaba un golpe de Estado en 1968 contra el presidente constitucional, el conservador Fernando Belaúnde Terry. Pese a haber encabezado un levantamiento contra las instituciones constitucionales, era el único régimen militar que tenía una clara tendencia nacionalista y que llevó a cabo una reforma agraria. Su gobierno duró hasta 1975. Luego asumió otro general, Francisco Morales Bermúdez, quien ante el descontento popular accedió a una apertura democrática que permitió la vuelta del depuesto Belaúnde Terry.
En Bolivia, en agosto de 1964, el general José Barrientos encabezaba un golpe militar que desalojó al presidente Víctor Paz Estenssoro, líder del Movimiento Nacionalista Revolucionario, la fuerza popular mayoritaria, que había concretado, entre otras cosas, una reforma agraria. Hubo sucesivos gobiernos de dictadores que remplazaban a otros dictadores hasta 1982. Hubo una excepción, el general Juan José Torres, que llegó al frente de un levantamiento de obreros y campesinos y se mantuvo sólo diez meses (octubre de 1970 – agosto de 1971) en el poder. A Torres lo derrocó el general Hugo Banzer. En octubre de 1982 llegó al gobierno, por vía electoral, Hernán Siles Suazo, al frente de una coalición de partidos llamada Unión Democrática y Popular. Cabe consignar que Siles Suazo había participado, en cinco años precedentes, de tres elecciones nacionales convocadas por dictadores, que de inmediato eran desconocidas por otros facciosos que daban golpes de Estado.
Es imposible analizar las interrupciones constitucionales en los países del Sur latinoamericano durante esos años sin reparar en los niveles de dependencia de esos países de los planes del Departamento de Estado norteamericano para quienes estaban a cargo del Poder Ejecutivo, fueran dictadores desembozados o presidentes electos que aceptaban el tutelaje de Estados Unidos. Tampoco pueden dejarse de lado las otras dos formas de sujeción neocolonial. En primer lugar, la aceptación lisa y llana de los planes del Fondo Monetario Internacional y el andamiaje de bancos privados asociados a los planes de entrega de soberanía de esas naciones. El otro refiere a la aplicación de planes de exterminio de todos los opositores dispuestos a enfrentar a los sectores privilegiados, tanto en lo económico como en lo político. Para eso, el Pentágono norteamericano tenía la Escuela de las Américas, una academia militar creada apenas terminada la Segunda Guerra Mundial, y que funcionaba en Panamá. Su misión era capacitar a oficiales y jefes militares del continente en métodos de exterminio y en la concepción entreguista de la soberanía de cada una de las naciones de la que esos militares decían defender.
AHORA ALFONSÍN. Leopoldo Galtieri, al igual que Banzer o los militares brasileños, paraguayos o uruguayos que encabezaban golpes de Estado, se sentía orgulloso de haber cursado en la Escuela de las Américas. De su entrenamiento dio cuenta al frente del exterminio de civiles en campos de concentración en la provincia de Santa Fe, al frente del llamado Segundo Cuerpo de Ejército. Llegaba al gobierno a fines de 1981 por vía de un golpe militar que desalojaba a otro dictador. Pese a su determinación de ser un satélite de Estados Unidos, Galtieri tenía un inglés muy defectuoso. El 1º de abril de 1982, después de haber preparado el desembarco argentino en Malvinas, es avisado de una comunicación buscada por el presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan. Al rato, se produce la llamada y en la Casa Rosada buscaron a un joven diplomático que hablara fluidamente el idioma del actor devenido inquilino de la Casa Blanca. Así, Roberto García Moritán, quedó al lado de Galtieri para oficiar de traductor. La comunicación debía ser grabada para quedar como documento de Estado. Así, un coronel de Inteligencia llevó un aparato, lo dejó prendido y se retiró. Reagan le dijo a Galtieri que tenía información sobre movimientos militares argentinos en Malvinas. Al rato, dado que Galtieri daba vueltas, Reagan le advirtió que Margaret Thatcher era amiga suya y Gran Bretaña un aliado clave de Estados Unidos. Galtieri, en un momento, le dijo a García Moritán que no podía ser cierto eso, que su traducción debía ser defectuosa. Terminado el diálogo, el dictador hizo llamar al coronel de Inteligencia para conocer directamente los dichos de Reagan. Pero el coronel sorprendió a Galtieri cuando quiso poner el audio. El grabador no había funcionado y el dictador sacó al coronel a saltos de rana por castigo por su tremenda ineptitud. Esta anécdota da prueba de la gran improvisación de la dictadura, pero no remplaza el contexto real de resquebrajamiento del régimen, producto de una persistente resistencia popular y del severo aislamiento internacional que sufría el régimen, básicamente por la crueldad del método de desaparición forzada de personas. A fines de 1981, las agrupaciones políticas que la dictadura aceptaba como legales se conformaron en la Multipartidaria. A este espacio político, se sumaba la alianza de dirigentes gremiales que crearon la Comisión de Gestión y Trabajo, cuyo acrónimo era CGT, la Confederación General del Trabajo, prohibida por entonces. Cabe consignar que el día anterior a la conversación mencionada, se producía una concentración popular sin precedentes en la Plaza de Mayo, convocada por la CGT y apoyada por la Multipartidaria, con la participación de miles de militantes populares y de las organizaciones de Derechos Humanos.
Tras el desembarco y la improvisada ocupación de Galtieri, en la Multipartidaria se abrieron grietas. El entonces presidente del radicalismo, Carlos Contín, sostenía que ese espacio debía congelar los reclamos democráticos y, en cambio, era preciso apoyar a la dictadura, al menos mientras durara el conflicto. Los representantes de las otras fuerzas políticas decían que sí, que había que apoyar, pero hacían la salvedad de que no bajaban las banderas de la democracia. Eso sí, se subieron a un avión militar con destino a Malvinas. Entre ellos estaban el justicialista Torcuato Fino, el desarrollista Arturo Frondizi, el intransigente Oscar Alende y el demócrata cristiano Carlos Auyero. En abierta discrepancia con todos, incluso del representante de su partido en la Multipartidaria, Raúl Alfonsín ratificó la lucha por la democracia y se negó enfáticamente a dar ningún tipo de apoyo diplomático a la toma de Malvinas por parte de una dictadura.
Cuando unos meses después Alfonsín se lanzaba a competir electoralmente con el peronismo, sabía que la historia le jugaba en contra. Tanto en 1946, como en 1952 como en 1973 habían perdido. Arturo Illia había llegado al gobierno con la proscripción del peronismo. Muchos factores se conjugaron para que Alfonsín obtuviera el 51,75% de los votos y que Ítalo Luder, el candidato justicialista, llegara apenas al 40,16%. Desde ya, un país que salía de la entrega económica y de una represión genocida sin precedentes, podía tener una sociedad cuyo comportamiento tuviera sorpresas. Alfonsín tenía confianza en que ganaba, lo dicen todos quienes lo acompañaron en la campaña.
Por Eduardo Anguita
Cuando Alfonsín se lanzaba a competir electoralmente con el peronismo, sabía que la historia le jugaba en contra.
En Chile seguía firme la dictadura de Augusto Pinochet. De hecho, recién llamaba a un referéndum en 1988, en el cual un 44% de los chilenos apoyaba la continuidad del régimen. Las elecciones presidenciales se concretaron recién en diciembre de 1989 y Patricio Aylwin se imponía al frente de una coalición de partidos con el 55% de los votos. Eso sí, mediaba una reforma constitucional que dejaba una democracia tutelada por el dictador que, hasta el día de su muerte, conservaba completa impunidad sobre los crímenes cometidos.
En Uruguay, que tenía una dictadura que también había comenzado en 1973 al igual que en Chile, en noviembre de 1980 se había concretado un plebiscito destinado a legitimar el régimen cívico-militar. Fue rechazado, pero el 43% de los uruguayos votaron a favor del sistema autoritario. En agosto de 1984 se concretó un encuentro entre los usurpadores del poder y los representantes de los partidos Blanco, Colorado y la coalición del Frente Amplio. Tras once años de régimen anticonstitucional, se concretaban elecciones en noviembre de ese 1984. Pero eso sí, con una serie de proscripciones. Entre ellas, que no pudieran participar los candidatos que los dictadores consideraban irritativos. Así, ni Líber Seregni (FA), ni Wilson Ferreira (Blanco) ni Jorge Batlle (Colorado) estaban habilitados para representar a sus fuerzas políticas. Se imponía en los comicios el continuista Julio María Sanguinetti (Colorado).
Brasil vivía un régimen militar que había comenzado en 1964. A partir de 1979 comienza una transición política controlada por el dictador João Baptista Figueiredo, un general que asumía el rol de encausar un cambio bajo el control de quienes habían desconocido la Constitución 15 años atrás. La dictadura sancionó una nueva ley de partidos políticos, y en noviembre de 1982 se concretaron elecciones estaduales (provinciales) y parlamentarias, pero el régimen presidencial seguía siendo de facto. Recién en 1985, esa transición vigilada permitió la llegada de un presidente civil en Brasil. Se impuso la fórmula Tancredo Neves - José Sarney. La muerte de Neves hizo que asumiera Sarney. Ambos eran integrantes del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), una fuerza política cobijada por la dictadura y creada en 1979, precisamente con la llamada apertura brasileña.
Alfredo Stroessner era el dictador que más años llevaba. Había encabezado un golpe en Paraguay en mayo de 1954. En febrero de 1989 fue desalojado por otro golpe de Estado: uno de sus más estrechos colaboradores, el general Andrés Rodríguez, cuya hermana estaba casada con el hijo mayor de Stroessner, llegaba a la Presidencia. Una reforma constitucional de 1992 permitió cierta democratización institucional en Paraguay.
En Perú, el general Juan Velazco Alvarado encabezaba un golpe de Estado en 1968 contra el presidente constitucional, el conservador Fernando Belaúnde Terry. Pese a haber encabezado un levantamiento contra las instituciones constitucionales, era el único régimen militar que tenía una clara tendencia nacionalista y que llevó a cabo una reforma agraria. Su gobierno duró hasta 1975. Luego asumió otro general, Francisco Morales Bermúdez, quien ante el descontento popular accedió a una apertura democrática que permitió la vuelta del depuesto Belaúnde Terry.
En Bolivia, en agosto de 1964, el general José Barrientos encabezaba un golpe militar que desalojó al presidente Víctor Paz Estenssoro, líder del Movimiento Nacionalista Revolucionario, la fuerza popular mayoritaria, que había concretado, entre otras cosas, una reforma agraria. Hubo sucesivos gobiernos de dictadores que remplazaban a otros dictadores hasta 1982. Hubo una excepción, el general Juan José Torres, que llegó al frente de un levantamiento de obreros y campesinos y se mantuvo sólo diez meses (octubre de 1970 – agosto de 1971) en el poder. A Torres lo derrocó el general Hugo Banzer. En octubre de 1982 llegó al gobierno, por vía electoral, Hernán Siles Suazo, al frente de una coalición de partidos llamada Unión Democrática y Popular. Cabe consignar que Siles Suazo había participado, en cinco años precedentes, de tres elecciones nacionales convocadas por dictadores, que de inmediato eran desconocidas por otros facciosos que daban golpes de Estado.
Es imposible analizar las interrupciones constitucionales en los países del Sur latinoamericano durante esos años sin reparar en los niveles de dependencia de esos países de los planes del Departamento de Estado norteamericano para quienes estaban a cargo del Poder Ejecutivo, fueran dictadores desembozados o presidentes electos que aceptaban el tutelaje de Estados Unidos. Tampoco pueden dejarse de lado las otras dos formas de sujeción neocolonial. En primer lugar, la aceptación lisa y llana de los planes del Fondo Monetario Internacional y el andamiaje de bancos privados asociados a los planes de entrega de soberanía de esas naciones. El otro refiere a la aplicación de planes de exterminio de todos los opositores dispuestos a enfrentar a los sectores privilegiados, tanto en lo económico como en lo político. Para eso, el Pentágono norteamericano tenía la Escuela de las Américas, una academia militar creada apenas terminada la Segunda Guerra Mundial, y que funcionaba en Panamá. Su misión era capacitar a oficiales y jefes militares del continente en métodos de exterminio y en la concepción entreguista de la soberanía de cada una de las naciones de la que esos militares decían defender.
AHORA ALFONSÍN. Leopoldo Galtieri, al igual que Banzer o los militares brasileños, paraguayos o uruguayos que encabezaban golpes de Estado, se sentía orgulloso de haber cursado en la Escuela de las Américas. De su entrenamiento dio cuenta al frente del exterminio de civiles en campos de concentración en la provincia de Santa Fe, al frente del llamado Segundo Cuerpo de Ejército. Llegaba al gobierno a fines de 1981 por vía de un golpe militar que desalojaba a otro dictador. Pese a su determinación de ser un satélite de Estados Unidos, Galtieri tenía un inglés muy defectuoso. El 1º de abril de 1982, después de haber preparado el desembarco argentino en Malvinas, es avisado de una comunicación buscada por el presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan. Al rato, se produce la llamada y en la Casa Rosada buscaron a un joven diplomático que hablara fluidamente el idioma del actor devenido inquilino de la Casa Blanca. Así, Roberto García Moritán, quedó al lado de Galtieri para oficiar de traductor. La comunicación debía ser grabada para quedar como documento de Estado. Así, un coronel de Inteligencia llevó un aparato, lo dejó prendido y se retiró. Reagan le dijo a Galtieri que tenía información sobre movimientos militares argentinos en Malvinas. Al rato, dado que Galtieri daba vueltas, Reagan le advirtió que Margaret Thatcher era amiga suya y Gran Bretaña un aliado clave de Estados Unidos. Galtieri, en un momento, le dijo a García Moritán que no podía ser cierto eso, que su traducción debía ser defectuosa. Terminado el diálogo, el dictador hizo llamar al coronel de Inteligencia para conocer directamente los dichos de Reagan. Pero el coronel sorprendió a Galtieri cuando quiso poner el audio. El grabador no había funcionado y el dictador sacó al coronel a saltos de rana por castigo por su tremenda ineptitud. Esta anécdota da prueba de la gran improvisación de la dictadura, pero no remplaza el contexto real de resquebrajamiento del régimen, producto de una persistente resistencia popular y del severo aislamiento internacional que sufría el régimen, básicamente por la crueldad del método de desaparición forzada de personas. A fines de 1981, las agrupaciones políticas que la dictadura aceptaba como legales se conformaron en la Multipartidaria. A este espacio político, se sumaba la alianza de dirigentes gremiales que crearon la Comisión de Gestión y Trabajo, cuyo acrónimo era CGT, la Confederación General del Trabajo, prohibida por entonces. Cabe consignar que el día anterior a la conversación mencionada, se producía una concentración popular sin precedentes en la Plaza de Mayo, convocada por la CGT y apoyada por la Multipartidaria, con la participación de miles de militantes populares y de las organizaciones de Derechos Humanos.
Tras el desembarco y la improvisada ocupación de Galtieri, en la Multipartidaria se abrieron grietas. El entonces presidente del radicalismo, Carlos Contín, sostenía que ese espacio debía congelar los reclamos democráticos y, en cambio, era preciso apoyar a la dictadura, al menos mientras durara el conflicto. Los representantes de las otras fuerzas políticas decían que sí, que había que apoyar, pero hacían la salvedad de que no bajaban las banderas de la democracia. Eso sí, se subieron a un avión militar con destino a Malvinas. Entre ellos estaban el justicialista Torcuato Fino, el desarrollista Arturo Frondizi, el intransigente Oscar Alende y el demócrata cristiano Carlos Auyero. En abierta discrepancia con todos, incluso del representante de su partido en la Multipartidaria, Raúl Alfonsín ratificó la lucha por la democracia y se negó enfáticamente a dar ningún tipo de apoyo diplomático a la toma de Malvinas por parte de una dictadura.
Cuando unos meses después Alfonsín se lanzaba a competir electoralmente con el peronismo, sabía que la historia le jugaba en contra. Tanto en 1946, como en 1952 como en 1973 habían perdido. Arturo Illia había llegado al gobierno con la proscripción del peronismo. Muchos factores se conjugaron para que Alfonsín obtuviera el 51,75% de los votos y que Ítalo Luder, el candidato justicialista, llegara apenas al 40,16%. Desde ya, un país que salía de la entrega económica y de una represión genocida sin precedentes, podía tener una sociedad cuyo comportamiento tuviera sorpresas. Alfonsín tenía confianza en que ganaba, lo dicen todos quienes lo acompañaron en la campaña.
Pero, además, tenía certeza de que la democracia y el Estado de Derecho se convertían en valores de mucha más pujanza que en años anteriores. Así como en 1973, Héctor Cámpora primero y Juan Perón después llegaban con la fuerza de la lucha por la justicia social, la soberanía política y la independencia económica, tras los años vividos en Argentina y Latinoamérica, la democracia basada en la Constitución se convertían en pilares de una sociedad que había vivido en el terror. Una sociedad que, si bien dio muestras de resistencia a través de la pelea de las Madres y las Abuelas y de muchas organizaciones de Derechos Humanos, así como de luchas obreras, salía de las catacumbas. Muchos de los que habían encabezado y organizado luchas populares estaban muertos, desaparecidos, exiliados, presos. Alfonsín se alejó de cualquier especulación y diálogo con los dictadores y jugó ahí un rol de audacia que no tenía precedentes en el radicalismo desde la mística de Hipólito Yrigoyen.
Todo el empuje de Alfonsín, todo el apoyo popular no fueron suficientes para que esos primeros años encontraran un terreno fértil. Los dictadores retrocedían, es cierto, y no sólo por la hecatombe económica, el fracaso de Malvinas y por la resistencia creciente. Pero dejaban un terreno minado. Y si bien las políticas de Estados Unidos fueron de simpatía al candidato triunfante y al proceso democrático que se abría en Argentina, la situación distaba mucho de poder encaminarse sin conflicto con los poderes que realmente limitaban la justicia social, la soberanía política y la independencia económica.
El mismo Alfonsín se lo planteó al mismo Ronald Reagan que había dialogado con Galtieri. Fue en oportunidad de visitar la Casa Blanca, el 19 de marzo de 1985 y que el presidente norteamericano le dejara dar un discurso. En esa oportunidad, Alfonsín dijo: "Que las democracias han heredado cargas muy pesadas en el orden económico. Una deuda que en mi país llega a los 50 milmillones de dólares y en América Latina en su conjunto está en alrededor de 400 mil millones de dólares, y esto conspira contra la posibilidad de desarrollo, crecimiento y justicia. Esta es sin duda, una de las grandes diferencias entre nuestros dos países; nosotros apoyamos la filosofía que usted ha señalado, la filosofía de la democracia, la libertad y el Estado de Derecho que nos iguala. Pero el hombre, señor presidente, para ser respetado cabalmente en su dignidad de hombre,no solamente tiene que tener la posibilidad de ejercer sus derechos y prerrogativas individuales, sino que debe tener la posibilidad de vivir una vida decorosa y digna."
Muchos de los radicales que hoy recuerdan a Alfonsín como un protagonista clave de la historia presente, deberían tener presente esas palabras. Tanto la Argentina como la mayoría de los países de la región no sólo salieron de los regímenes autoritarios sino que están recorriendo caminos de independencia económica con liderazgos políticos democráticos. Es hora, para muchos, de pensar en el tamaño de los desafíos y, en consecuencia, de la grandeza de las alianzas y puntos de encuentro.
30/10/12 Tiempo Argentino
Todo el empuje de Alfonsín, todo el apoyo popular no fueron suficientes para que esos primeros años encontraran un terreno fértil. Los dictadores retrocedían, es cierto, y no sólo por la hecatombe económica, el fracaso de Malvinas y por la resistencia creciente. Pero dejaban un terreno minado. Y si bien las políticas de Estados Unidos fueron de simpatía al candidato triunfante y al proceso democrático que se abría en Argentina, la situación distaba mucho de poder encaminarse sin conflicto con los poderes que realmente limitaban la justicia social, la soberanía política y la independencia económica.
El mismo Alfonsín se lo planteó al mismo Ronald Reagan que había dialogado con Galtieri. Fue en oportunidad de visitar la Casa Blanca, el 19 de marzo de 1985 y que el presidente norteamericano le dejara dar un discurso. En esa oportunidad, Alfonsín dijo: "Que las democracias han heredado cargas muy pesadas en el orden económico. Una deuda que en mi país llega a los 50 milmillones de dólares y en América Latina en su conjunto está en alrededor de 400 mil millones de dólares, y esto conspira contra la posibilidad de desarrollo, crecimiento y justicia. Esta es sin duda, una de las grandes diferencias entre nuestros dos países; nosotros apoyamos la filosofía que usted ha señalado, la filosofía de la democracia, la libertad y el Estado de Derecho que nos iguala. Pero el hombre, señor presidente, para ser respetado cabalmente en su dignidad de hombre,no solamente tiene que tener la posibilidad de ejercer sus derechos y prerrogativas individuales, sino que debe tener la posibilidad de vivir una vida decorosa y digna."
Muchos de los radicales que hoy recuerdan a Alfonsín como un protagonista clave de la historia presente, deberían tener presente esas palabras. Tanto la Argentina como la mayoría de los países de la región no sólo salieron de los regímenes autoritarios sino que están recorriendo caminos de independencia económica con liderazgos políticos democráticos. Es hora, para muchos, de pensar en el tamaño de los desafíos y, en consecuencia, de la grandeza de las alianzas y puntos de encuentro.
30/10/12 Tiempo Argentino
GB
ELECCIONES YANQUIS II
Elecciones críticas
Por Luis Tonelli
La disputa entre Barack Obama y Mitt Romney, los equívocos demócratas y los pronósticos sombríos ante un eventual triunfo republicano.
Tiempo de elecciones críticas. Ésas que pueden cambiar un rumbo, definir una nueva época. Que pueden producir bifurcaciones históricas. Elecciones en Estados Unidos. Elecciones de muy diferente factura en China.
Para el ámbito regional, no han sido de poca importancia las elecciones en Venezuela. Allí ganó la continuidad, y sorpresivamente, en su “no sorpresivo” triunfo -salvo para aquellos opositores que en vez de dedicarse a la construcción política disfrutan de la masturbación política- Hugo Chávez no tensó más la cuerda con la oposición. Se lo vio, para su estilo, hasta magnánimo. La misma moderación poselectoral mostró Henrique Capriles, quien hizo campaña como indica el manual, yendo por los “dubitativos”, teniendo ya a toda la derecha de su lado, y reconociendo los logros sociales de la Revolución Bolivariana. ¿Será que ahí hay pistas para entender una futura transición?
Es probable.
Moderación que, paradójicamente, se transforma en discusión fanática fuera de Venezuela, por ejemplo, en el Palermo District porteño. Allí se trenzan “lanatistas” y “neochavistas” en discusiones alucinadas, para, en realidad, hablar de la Argentina, de la que también tienen una imagen alucinada.
Pero volvamos a las elecciones críticas a nivel global, que se vienen el 6 de noviembre en Estados Unidos y dos días después en China, aunque en realidad, en el gigante asiático las cosas parecen haberse decidido en términos chinos: había mucha expectativa en lo que aparecía una elección que signaría el futuro inmediato de China (lo cual abarca a muchos integrantes de la especie humana) entre quien prometía remozar la continuidad (el vicepresidente Xi Jinping) y Bo Xilau, hasta hace poco, el secretario general del Partido en la ciudad de Chongqing, la más poblada de China, quien representaba un ala más populista, y mercado-internista.
De repente, la esposa de Bo, Gu Kailai, aparece implicada en la muerte del empresario británico Neil Heywood, se la condena a muerte (en suspenso) y Bo es destituido en marzo. Luego vendría la “desaparición mediática” de Jinping por dos semanas, quien vuelto a la luz pública, es el candidato diríamos único para que sea elegido durante el XVIII Congreso del Partido Comunista Chino, en reemplazar a Hu Jintao, garantizando el milenario cambio dentro de la continuidad, que caracteriza a la política china.
De este modo, restan las elecciones estadounidenses como las únicas que serán realmente competitivas, y vaya si lo son. Solo los “cabeza quemada” del marketing político pueden sostener que la contienda electoral entre Barack Obama y Mitt Romney ha sido una campaña vacía, irrelevante y aburrida. Será porque hasta ahora no han visto un spot onda Ridley Scott o algún desarrollo innovador para el iPad.
Lo cierto es que desde Nixon versus Kennedy que no se veía una lucha tan pareja e intensa entre candidatos tan opuestos en sus personalidades e idiosincrasias en Estados Unidos. Es como si ocurriera la batalla final entre Word, un procesador de texto (Barack Obama) y Excel, una planilla de cálculo (Mitt Romney). Entre la prosa elegante y la fría aritmética. Entre el negro que obtuvo un master en derecho en Harvard y pudo llegar a la Casa Blanca en el summun del American Dream y el W.A.S.P. mandíbula cuadrada (que según estudios estadísticos, es la característica del 67 por ciento de los políticos estadounidenses exitosos), que tiene también un master en derecho pero también uno en finanzas, ambos en Harvard (¡Dos títulos de Harvard!. ¡Qué snob! exclamó irónicamente Obama).
En una polarización extraña, alimentada por lo que Obama pensó equivocadamente que sería su antídoto: un bipartidismo, como “justo medio”, que lo llevó a intentar salir de la crisis heredada de Bush Jr. convocando a los diseñadores de la globalización financiera precisamente en crisis, Tim Geithner y Larry Summers. Se quedó a medio camino. Desairó a los propios y enfureció a los ajenos, con un Tea Party llevándose puestos a los republicanos moderados. Los “bipartidismos” exitosos no son los presidentes que “partieron diferencia”, sino los que trascendieron el conflicto entre ambos partidos, como lo hizo magistralmente Ronald Reagan.
Realmente tiene que darse una polarización muy intensa en la política estadounidense para que el que le está dando pelea a Obama sea miembro no de una sino de dos elites exclusivas: por un lado, un activo miembro de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días -ésos que van vestidos como los malos de Matrix-, descendiente de los mormones ingleses que fundaron el culto, nacido en México dado que sus familiares tuvieron que exiliarse del paisaje lunar de Utah para poder seguir practicando la poligamia. Y, por el otro, un integrante millonario de la elite financiera, dedicado a generar instrumentos innovadores financieros (como las hipotecas tóxicas). Un especialista en downsizing, en crear “valor”, no “trabajo”, quien salió grabado de queruza en YouTube discursiando ante ricachones como él, que el “47 por ciento que no pagan impuestos federales jamás lo votaría” porque se veían a sí mismos como “víctimas que creían que el Gobierno tenía la responsabilidad de cuidar de ellos”. O sea, millones de personas que contribuyen con sus impuestos al consumo, entre ellos jubilados, discapacitados y desempleados. ¿Puede alguien que aspira a ser Presidente ignorar esos datos?
Quizá Romney represente el superhéroe que bravuconea con salir de la crisis con las políticas que, precisamente, la generaron y contagiaron al mundo. Que pueda revertir la inevitable decadencia (relativa) de su país. Asumiendo, como lo hace Arvind Submranian, en su libro Eclipse: Living in the Shadow of China´s Economic Dominance dos supuestos muy conservadores acerca de la marcha de la economía mundial en las próximas décadas: que el crecimiento chino disminuirá del 11 a un 7 por ciento promedio; y que Estados Unidos crecerán a un ritmo del 3,5 por ciento (bastante por encima de las predicciones más optimistas), en 2030, el PBI de China será un cuarto más grande que el de Estados Unidos y los chinos dominarán el doble del comercio internacional que el exhibido por los estadounidenses. Bajo estos números bastante realistas es realmente ingenuo seguir pensando, por ejemplo, que el dólar seguirá siendo la moneda de reserva global por mucho tiempo más.
Así, no importa la “falta de conexión” de Romney con la “gente”, cuando es un hombre exitosísimo en su vida privada, que acaba de propinar una verdadera paliza en el primer debate presidencial justo a Obama, el “señor de las palabras” (o del Teleprompter, como se ha deslizado maliciosamente).
Performance que le permitió poner de su lado a Florida, de 29 delegados, y empatar en Virginia, de 13 delegados al Colegio Electoral, sumando por ahora, según el recomendable sitio http://www.centerforpolitics.org del politólogo Larry Sabato, Obama-Biden 277 delegados y Romney-Ryan 235, con 26 delegados en juego. Una situación delicada, porque si siguen las gafes de Obama, por ejemplo, Ohio, en donde los demócratas tienen una luz de ventaja y que con 18 delegados es clave en esta contienda, puede, de cambiar, darle el triunfo a Romney.
Pero, por ahora, Obama reelige y mejor no imaginarse qué pasaría no sólo en Estados Unidos si perdiese. El nivel de polarización y conflicto ante el descalabro social de las políticas de ajuste que impulsaría Romney, no sólo en Estados Unidos, sino en todo el mundo, en nuestra región y muy especialmente con nuestro país. Esperemos que los resultados del martes 6 de noviembre eviten esa pesadilla.
Revista Debate
GB
Por Luis Tonelli
La disputa entre Barack Obama y Mitt Romney, los equívocos demócratas y los pronósticos sombríos ante un eventual triunfo republicano.
Tiempo de elecciones críticas. Ésas que pueden cambiar un rumbo, definir una nueva época. Que pueden producir bifurcaciones históricas. Elecciones en Estados Unidos. Elecciones de muy diferente factura en China.
Para el ámbito regional, no han sido de poca importancia las elecciones en Venezuela. Allí ganó la continuidad, y sorpresivamente, en su “no sorpresivo” triunfo -salvo para aquellos opositores que en vez de dedicarse a la construcción política disfrutan de la masturbación política- Hugo Chávez no tensó más la cuerda con la oposición. Se lo vio, para su estilo, hasta magnánimo. La misma moderación poselectoral mostró Henrique Capriles, quien hizo campaña como indica el manual, yendo por los “dubitativos”, teniendo ya a toda la derecha de su lado, y reconociendo los logros sociales de la Revolución Bolivariana. ¿Será que ahí hay pistas para entender una futura transición?
Es probable.
Moderación que, paradójicamente, se transforma en discusión fanática fuera de Venezuela, por ejemplo, en el Palermo District porteño. Allí se trenzan “lanatistas” y “neochavistas” en discusiones alucinadas, para, en realidad, hablar de la Argentina, de la que también tienen una imagen alucinada.
Pero volvamos a las elecciones críticas a nivel global, que se vienen el 6 de noviembre en Estados Unidos y dos días después en China, aunque en realidad, en el gigante asiático las cosas parecen haberse decidido en términos chinos: había mucha expectativa en lo que aparecía una elección que signaría el futuro inmediato de China (lo cual abarca a muchos integrantes de la especie humana) entre quien prometía remozar la continuidad (el vicepresidente Xi Jinping) y Bo Xilau, hasta hace poco, el secretario general del Partido en la ciudad de Chongqing, la más poblada de China, quien representaba un ala más populista, y mercado-internista.
De repente, la esposa de Bo, Gu Kailai, aparece implicada en la muerte del empresario británico Neil Heywood, se la condena a muerte (en suspenso) y Bo es destituido en marzo. Luego vendría la “desaparición mediática” de Jinping por dos semanas, quien vuelto a la luz pública, es el candidato diríamos único para que sea elegido durante el XVIII Congreso del Partido Comunista Chino, en reemplazar a Hu Jintao, garantizando el milenario cambio dentro de la continuidad, que caracteriza a la política china.
De este modo, restan las elecciones estadounidenses como las únicas que serán realmente competitivas, y vaya si lo son. Solo los “cabeza quemada” del marketing político pueden sostener que la contienda electoral entre Barack Obama y Mitt Romney ha sido una campaña vacía, irrelevante y aburrida. Será porque hasta ahora no han visto un spot onda Ridley Scott o algún desarrollo innovador para el iPad.
Lo cierto es que desde Nixon versus Kennedy que no se veía una lucha tan pareja e intensa entre candidatos tan opuestos en sus personalidades e idiosincrasias en Estados Unidos. Es como si ocurriera la batalla final entre Word, un procesador de texto (Barack Obama) y Excel, una planilla de cálculo (Mitt Romney). Entre la prosa elegante y la fría aritmética. Entre el negro que obtuvo un master en derecho en Harvard y pudo llegar a la Casa Blanca en el summun del American Dream y el W.A.S.P. mandíbula cuadrada (que según estudios estadísticos, es la característica del 67 por ciento de los políticos estadounidenses exitosos), que tiene también un master en derecho pero también uno en finanzas, ambos en Harvard (¡Dos títulos de Harvard!. ¡Qué snob! exclamó irónicamente Obama).
En una polarización extraña, alimentada por lo que Obama pensó equivocadamente que sería su antídoto: un bipartidismo, como “justo medio”, que lo llevó a intentar salir de la crisis heredada de Bush Jr. convocando a los diseñadores de la globalización financiera precisamente en crisis, Tim Geithner y Larry Summers. Se quedó a medio camino. Desairó a los propios y enfureció a los ajenos, con un Tea Party llevándose puestos a los republicanos moderados. Los “bipartidismos” exitosos no son los presidentes que “partieron diferencia”, sino los que trascendieron el conflicto entre ambos partidos, como lo hizo magistralmente Ronald Reagan.
Realmente tiene que darse una polarización muy intensa en la política estadounidense para que el que le está dando pelea a Obama sea miembro no de una sino de dos elites exclusivas: por un lado, un activo miembro de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días -ésos que van vestidos como los malos de Matrix-, descendiente de los mormones ingleses que fundaron el culto, nacido en México dado que sus familiares tuvieron que exiliarse del paisaje lunar de Utah para poder seguir practicando la poligamia. Y, por el otro, un integrante millonario de la elite financiera, dedicado a generar instrumentos innovadores financieros (como las hipotecas tóxicas). Un especialista en downsizing, en crear “valor”, no “trabajo”, quien salió grabado de queruza en YouTube discursiando ante ricachones como él, que el “47 por ciento que no pagan impuestos federales jamás lo votaría” porque se veían a sí mismos como “víctimas que creían que el Gobierno tenía la responsabilidad de cuidar de ellos”. O sea, millones de personas que contribuyen con sus impuestos al consumo, entre ellos jubilados, discapacitados y desempleados. ¿Puede alguien que aspira a ser Presidente ignorar esos datos?
Quizá Romney represente el superhéroe que bravuconea con salir de la crisis con las políticas que, precisamente, la generaron y contagiaron al mundo. Que pueda revertir la inevitable decadencia (relativa) de su país. Asumiendo, como lo hace Arvind Submranian, en su libro Eclipse: Living in the Shadow of China´s Economic Dominance dos supuestos muy conservadores acerca de la marcha de la economía mundial en las próximas décadas: que el crecimiento chino disminuirá del 11 a un 7 por ciento promedio; y que Estados Unidos crecerán a un ritmo del 3,5 por ciento (bastante por encima de las predicciones más optimistas), en 2030, el PBI de China será un cuarto más grande que el de Estados Unidos y los chinos dominarán el doble del comercio internacional que el exhibido por los estadounidenses. Bajo estos números bastante realistas es realmente ingenuo seguir pensando, por ejemplo, que el dólar seguirá siendo la moneda de reserva global por mucho tiempo más.
Así, no importa la “falta de conexión” de Romney con la “gente”, cuando es un hombre exitosísimo en su vida privada, que acaba de propinar una verdadera paliza en el primer debate presidencial justo a Obama, el “señor de las palabras” (o del Teleprompter, como se ha deslizado maliciosamente).
Performance que le permitió poner de su lado a Florida, de 29 delegados, y empatar en Virginia, de 13 delegados al Colegio Electoral, sumando por ahora, según el recomendable sitio http://www.centerforpolitics.org del politólogo Larry Sabato, Obama-Biden 277 delegados y Romney-Ryan 235, con 26 delegados en juego. Una situación delicada, porque si siguen las gafes de Obama, por ejemplo, Ohio, en donde los demócratas tienen una luz de ventaja y que con 18 delegados es clave en esta contienda, puede, de cambiar, darle el triunfo a Romney.
Pero, por ahora, Obama reelige y mejor no imaginarse qué pasaría no sólo en Estados Unidos si perdiese. El nivel de polarización y conflicto ante el descalabro social de las políticas de ajuste que impulsaría Romney, no sólo en Estados Unidos, sino en todo el mundo, en nuestra región y muy especialmente con nuestro país. Esperemos que los resultados del martes 6 de noviembre eviten esa pesadilla.
Revista Debate
GB
FORSTER, NESTOR, OPINION
Cabalgando contra el viento
Por Ricardo Forster
Cabalgando contra esa desolación y viniendo de una tierra lejana, cuyo nombre no deja de tener resonancias míticas y fabulosas, un viejo militante de los setenta, aggiornado a los cambios de una época poco dispuesta a recobrar espectros dormidos, derramó sobre una sociedad, primero azorada y luego sacudida por un lenguaje que parecía definitivamente olvidado, un huracán de transformaciones que no dejaron nada intocado y sin perturbar.
Un giro loco de la historia que emocionó a muchos y preocupó, como hacía demasiado que no ocurría, a los poderes de siempre. Sin esperarlo, con la impronta de la excepcionalidad, Néstor Kirchner apareció en una escena nacional quebrada y sin horizontes para reinventar la lengua política, para sacudirla de su decadencia reinstalándola como aquello imprescindible a la hora de habilitar lo nuevo de un tiempo ausente de novedades.
Kirchner, entonces y a contrapelo de los vientos regresivos de la historia, como un giro de los tiempos, como la trama de lo excepcional que vino a romper la lógica de la continuidad. Raras y hasta insólitas las épocas que ofrecen el espectáculo de la ruptura y de la mutación; raros los tiempos signados por la llegada imprevista de quien viene a quebrar la inercia y a enloquecer a la propia historia, redefiniendo las formas de lo establecido y de lo aceptado. Extraña la época que muestra que las formas eternas del poder sufren, también, la embestida de lo inesperado, de aquello que abre una brecha en las filas cerradas de lo inexorable que, en el giro del siglo pasado, llevaba la impronta aparentemente irrebasable del neoliberalismo.
Es ahí, en esa encrucijada de la historia, en eso insólito que no podía suceder, donde se inscribe el nombre de Kirchner, un nombre de la dislocación, del enloquecimiento y de lo a deshora. De ahí su extrañeza y hasta su insoportabilidad para los dueños de las tierras y del capital, que creían clausurado de una vez y para siempre el tiempo de la reparación social y de la disputa por la renta. Kirchner, de una manera inopinada y rompiendo la inercia consensualista, esa misma que había servido para reproducir y sostener los intereses corporativos, reintrodujo la política entendida desde el paradigma, también olvidado, del litigio por la igualdad.
En el nombre de Kirchner se encierra el enigma de la historia, esa loca emergencia de lo que parecía clausurado, de aquello que remitía a otros momentos que ya nada tenían que ver, eso nos decían incansablemente, con nuestra contemporaneidad; un enigma que nos ofrece la posibilidad de comprobar que nada está escrito de una vez y para siempre y que, en ocasiones que suelen ser inesperadas, surge lo que viene a inaugurar otro tiempo de la historia. Kirchner, su nombre, constituye esa reparación y esa inauguración de lo que parecía saldado en nuestro país al ofrecernos la oportunidad de rehacer viejas tradiciones bajo las demandas de lo nuevo de la época. Con él regresaron debates que permanecían ausentes o que habían sido vaciados de contenido. Pudimos redescubrir la cuestión social tan ninguneada e invisibilizada en los noventa; recogimos conceptos extraviados o perdidos entre los libros guardados en los anaqueles más lejanos de nuestras bibliotecas, volvimos a hablar de igualdad, de distribución de la riqueza, del papel del Estado, de América Latina, de justicia social, de capitalismo, de emancipación y de pueblo, abandonando los eufemismos y las frases formateadas por los ideólogos del mercado.
27/10/12 Tiempo Argentino
Cabalgando contra esa desolación y viniendo de una tierra lejana, cuyo nombre no deja de tener resonancias míticas y fabulosas, un viejo militante de los setenta, aggiornado a los cambios de una época poco dispuesta a recobrar espectros dormidos, derramó sobre una sociedad, primero azorada y luego sacudida por un lenguaje que parecía definitivamente olvidado, un huracán de transformaciones que no dejaron nada intocado y sin perturbar.
Un giro loco de la historia que emocionó a muchos y preocupó, como hacía demasiado que no ocurría, a los poderes de siempre. Sin esperarlo, con la impronta de la excepcionalidad, Néstor Kirchner apareció en una escena nacional quebrada y sin horizontes para reinventar la lengua política, para sacudirla de su decadencia reinstalándola como aquello imprescindible a la hora de habilitar lo nuevo de un tiempo ausente de novedades.
Kirchner, entonces y a contrapelo de los vientos regresivos de la historia, como un giro de los tiempos, como la trama de lo excepcional que vino a romper la lógica de la continuidad. Raras y hasta insólitas las épocas que ofrecen el espectáculo de la ruptura y de la mutación; raros los tiempos signados por la llegada imprevista de quien viene a quebrar la inercia y a enloquecer a la propia historia, redefiniendo las formas de lo establecido y de lo aceptado. Extraña la época que muestra que las formas eternas del poder sufren, también, la embestida de lo inesperado, de aquello que abre una brecha en las filas cerradas de lo inexorable que, en el giro del siglo pasado, llevaba la impronta aparentemente irrebasable del neoliberalismo.
Es ahí, en esa encrucijada de la historia, en eso insólito que no podía suceder, donde se inscribe el nombre de Kirchner, un nombre de la dislocación, del enloquecimiento y de lo a deshora. De ahí su extrañeza y hasta su insoportabilidad para los dueños de las tierras y del capital, que creían clausurado de una vez y para siempre el tiempo de la reparación social y de la disputa por la renta. Kirchner, de una manera inopinada y rompiendo la inercia consensualista, esa misma que había servido para reproducir y sostener los intereses corporativos, reintrodujo la política entendida desde el paradigma, también olvidado, del litigio por la igualdad.
En el nombre de Kirchner se encierra el enigma de la historia, esa loca emergencia de lo que parecía clausurado, de aquello que remitía a otros momentos que ya nada tenían que ver, eso nos decían incansablemente, con nuestra contemporaneidad; un enigma que nos ofrece la posibilidad de comprobar que nada está escrito de una vez y para siempre y que, en ocasiones que suelen ser inesperadas, surge lo que viene a inaugurar otro tiempo de la historia. Kirchner, su nombre, constituye esa reparación y esa inauguración de lo que parecía saldado en nuestro país al ofrecernos la oportunidad de rehacer viejas tradiciones bajo las demandas de lo nuevo de la época. Con él regresaron debates que permanecían ausentes o que habían sido vaciados de contenido. Pudimos redescubrir la cuestión social tan ninguneada e invisibilizada en los noventa; recogimos conceptos extraviados o perdidos entre los libros guardados en los anaqueles más lejanos de nuestras bibliotecas, volvimos a hablar de igualdad, de distribución de la riqueza, del papel del Estado, de América Latina, de justicia social, de capitalismo, de emancipación y de pueblo, abandonando los eufemismos y las frases formateadas por los ideólogos del mercado.
27/10/12 Tiempo Argentino
GB
ELECCIONES YANQUIS
La política exterior de Estados Unidos y su opinión pública interna
Por Immanuel Wallerstein
La Jornada
Conforme se aproximan las elecciones en Estados Unidos, con gran cautela se vuelve la política exterior uno de los puntos a debatir. No es secreto que durante los últimos 50 años ha existido cierta consistencia de largo plazo en la política exterior estadunidense. Las diferencias internas más agudas ocurrieron cuando George W. Bush asumió la presidencia y lanzó un intento supermacho, deliberadamente unilateral, por restaurar la dominación de Estados Unidos en el mundo mediante las invasiones de Afganistán e Irak.
Bush y los neoconservadores confiaban en intimidar a todos en el mundo utilizando la fuerza militar para cambiar los regímenes que el gobierno estadunidense juzgara poco amistosos. Como resulta claro hoy, la política neoconservadora falló en su propio objetivo. En vez de intimidar a todos, tal política transformó la lenta decadencia estadunidense en una precipitada caída. En 2008, Obama compitió con una plataforma que proponía revertir estas políticas, y en 2012 alega que ya cumplió su promesa y que, por tanto, deshizo el daño que ocasionaron los neoconservadores.
Pero, ¿acaso sí deshizo el daño? ¿Pudo haber deshecho el daño? Lo dudo. Pero mi intención aquí no es discutir qué tan exitosa es o no la política exterior estadunidense en este momento. Más bien quiero discutir lo que el pueblo de Estados Unidos piensa acerca de ésta.
En la opinión pública el elemento más importante relacionado con la política exterior estadunidense es la incertidumbre y la falta de claridad. Las encuestas recientes muestran que por vez primera una mayoría de estadunidenses piensa que las intervenciones militares que emprendió Bush en Medio Oriente fueron un error. Lo que todas estas personas parecen ver es que hubo un enorme derroche de vidas y dinero estadunidenses, con que se obtuvieron resultados que a la gente le parecen muy negativos.
Perciben que el gobierno iraquí está más cerca en sentimiento y en política al gobierno iraní que a Estados Unidos. Perciben que el gobierno afgano tiene bases muy endebles –con un ejército infiltrado por los suficientes simpatizantes talibanes que pueden disparar a los soldados estadunidenses con quienes trabajan. Quieren que las tropas de Estados Unidos abandonen Afganistán en 2014 como lo prometieron, pero no creen que, una vez que las tropas se retiren, vaya a haber un gobierno estable en el poder, uno que sea relativamente amistoso hacia Estados Unidos.
Es significativo que, en el debate entre los dos candidatos a la vicepresidencia, el demócrata Joe Biden haya afirmado con vigor que no enviarían tropas estadunidenses a Irán. Y que el republicano Paul Ryan dijera que nadie en su bando estaba pensando en enviar tropas. Ambos pueden o no estar diciendo la verdad acerca de sus posturas. Lo notable es que ambos piensen que cualquier amenaza de su parte relacionada con enviar tropas de tierra podría lastimar las posibilidades de su partido con los votantes.
Entonces, ¿qué? Ésa es precisamente la cuestión. La misma gente que dice que las intervenciones estadunidenses fueron un error todavía no está dispuesta a aceptar la idea de que Estados Unidos no debería continuar manteniendo o expandiendo el alcance de sus fuerzas militares. El Congreso estadunidense continúa votando en favor de presupuestos para el Pentágono que son mucho más vastos de lo que el propio Pentágono solicita. Esto es, en parte, resultado de que los legisladores quieren mantener empleos en distritos donde tales empleos se vinculan con las fuerzas armadas. Pero también es porque el mito de la superpotencia estadunidense sigue siendo un compromiso emocional muy fuerte para virtualmente todos en el país.
¿Hay en la perspectiva un aislacionismo oculto? Hasta cierto punto, no hay duda. Hay, sin duda, votantes más a la izquierda o más a la derecha que comienzan a afirmar con más contundencia lo deseable y necesario que es reducir el involucramiento militar estadunidense en el resto del mundo. Pero creo que al momento esto no representa una gran fuerza. No todavía.
En cambio, lo que podemos esperar es una lenta y callada revisión, no por eso menos importante, de cómo sienten los estadunidenses acerca de series particulares de aliados. El alejamiento de Europa, sea cual fuere la forma en que definamos Europa, lleva ya largo tiempo ocurriendo. A Europa se le considera un tanto "ingrata", tomando en cuenta todo lo que Estados Unidos hizo por ella en los últimos 70 años militar y económicamente. Para muchos ciudadanos estadunidenses Europa parece muy poco deseosa de respaldar las políticas de Washington. Actualmente se están retirando tropas de Estados Unidos de Alemania y de otras partes.
Por supuesto, Europa es una categoría grande. ¿Acaso el estadunidense ordinario tiene diferentes puntos de vista acerca de Europa oriental (los satélites ex soviéticos)? ¿O acerca de Gran Bretaña, con quien se supone que Estados Unidos mantiene una "relación especial"? La "relación especial" es más un mantra de los británicos que de los estadunidenses. Estados Unidos recompensa a Gran Bretaña cuando se mantiene en la línea, pero no cuando se sale de ésta. Y el estadunidense ordinario apenas si es conciente de este compromiso geopolítico.
Europa oriental es diferente. Ha habido presiones reales de ambas partes para mantener una relación cercana. Por el lado estadunidense, ha habido un interés del gobierno por utilizar el vínculo con Europa oriental como forma de contrarrestar las tendencias de actuación independiente que mantiene Europa occidental. Y hay presiones por los descendientes de los migrantes de estos países para expandir los vínculos. Pero Europa oriental comienza a sentir que el compromiso militar estadunidense se adelgaza y se torna poco fiable. Comienza a sentir que los lazos económicos con Europa occidental, Alemania en particular, son más importantes para ellos.
El antagonismo hacia México debido a los migrantes indocumentados ha llegado a jugar un papel importante en la política estadunidense y ha estado socavando los supuestos lazos económicos cercanos con México. Y en cuanto al resto de América Latina, el crecimiento de su postura geopolítica independiente es fuente de frustración para el gobierno estadunidense y de impaciencia para el público en ese país.
En Asia, golpear a China es un juego que crece en popularidad, pese a los esfuerzos de los gobiernos estadunidenses (tanto republicanos como demócratas) de mantenerlo a raya. A las firmas chinas se les impiden algunos tipos de inversión en Estados Unidos que incluso Gran Bretaña permite.
Y finalmente está Medio Oriente, área central de preocupación estadunidense. Actualmente el foco está puesto sobre Irán. Y al igual que en América Latina, el gobierno parece frustrado con sus limitadas opciones. Está presionado constantemente por Israel para hacer más, aunque nadie está muy seguro de lo que significa ese "más".
El respaldo para Israel de todos los modos posibles ha sido una pieza central de la política exterior estadunidense desde por lo menos 1967, si no es que desde antes. Poca gente se atreve a cuestionarla. Pero esos "pocos" comienzan a tener el respaldo de figuras militares que sugieren que la política de Israel es peligrosa en términos de los intereses militares estadunidenses.
¿Continuará imbatible en los próximos 10 o 20 años el penetrante respaldo hacia Israel? Lo dudo. Israel puede ser el último de los compromisos emocionales de Estados Unidos que se desvanezca. Pero es casi seguro que habrá de esfumarse.
Es probable que para 2020 y para 2030 la política exterior comience a digerir la realidad de que Estados Unidos no es la única superpotencia todo poderosa, sino simplemente uno de los cuantos loci de poder geopolítico. El cambio en la perspectiva será impulsado por la evolución en los puntos de vista de los estadunidenses ordinarios, quienes continúan estando más preocupados por su bienestar económico que por los problemas que yacen más allá de las fronteras. Y conforme el "sueño americano" atrae a menos y menos no estadunidenses, se vuelve hacia dentro en Estados Unidos.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2012/10/27/index.php?section=opinion&article=022a1mun
Traducción: Ramón Vera Herrera
www.rebelion.org
Por Immanuel Wallerstein
La Jornada
Conforme se aproximan las elecciones en Estados Unidos, con gran cautela se vuelve la política exterior uno de los puntos a debatir. No es secreto que durante los últimos 50 años ha existido cierta consistencia de largo plazo en la política exterior estadunidense. Las diferencias internas más agudas ocurrieron cuando George W. Bush asumió la presidencia y lanzó un intento supermacho, deliberadamente unilateral, por restaurar la dominación de Estados Unidos en el mundo mediante las invasiones de Afganistán e Irak.
Bush y los neoconservadores confiaban en intimidar a todos en el mundo utilizando la fuerza militar para cambiar los regímenes que el gobierno estadunidense juzgara poco amistosos. Como resulta claro hoy, la política neoconservadora falló en su propio objetivo. En vez de intimidar a todos, tal política transformó la lenta decadencia estadunidense en una precipitada caída. En 2008, Obama compitió con una plataforma que proponía revertir estas políticas, y en 2012 alega que ya cumplió su promesa y que, por tanto, deshizo el daño que ocasionaron los neoconservadores.
Pero, ¿acaso sí deshizo el daño? ¿Pudo haber deshecho el daño? Lo dudo. Pero mi intención aquí no es discutir qué tan exitosa es o no la política exterior estadunidense en este momento. Más bien quiero discutir lo que el pueblo de Estados Unidos piensa acerca de ésta.
En la opinión pública el elemento más importante relacionado con la política exterior estadunidense es la incertidumbre y la falta de claridad. Las encuestas recientes muestran que por vez primera una mayoría de estadunidenses piensa que las intervenciones militares que emprendió Bush en Medio Oriente fueron un error. Lo que todas estas personas parecen ver es que hubo un enorme derroche de vidas y dinero estadunidenses, con que se obtuvieron resultados que a la gente le parecen muy negativos.
Perciben que el gobierno iraquí está más cerca en sentimiento y en política al gobierno iraní que a Estados Unidos. Perciben que el gobierno afgano tiene bases muy endebles –con un ejército infiltrado por los suficientes simpatizantes talibanes que pueden disparar a los soldados estadunidenses con quienes trabajan. Quieren que las tropas de Estados Unidos abandonen Afganistán en 2014 como lo prometieron, pero no creen que, una vez que las tropas se retiren, vaya a haber un gobierno estable en el poder, uno que sea relativamente amistoso hacia Estados Unidos.
Es significativo que, en el debate entre los dos candidatos a la vicepresidencia, el demócrata Joe Biden haya afirmado con vigor que no enviarían tropas estadunidenses a Irán. Y que el republicano Paul Ryan dijera que nadie en su bando estaba pensando en enviar tropas. Ambos pueden o no estar diciendo la verdad acerca de sus posturas. Lo notable es que ambos piensen que cualquier amenaza de su parte relacionada con enviar tropas de tierra podría lastimar las posibilidades de su partido con los votantes.
Entonces, ¿qué? Ésa es precisamente la cuestión. La misma gente que dice que las intervenciones estadunidenses fueron un error todavía no está dispuesta a aceptar la idea de que Estados Unidos no debería continuar manteniendo o expandiendo el alcance de sus fuerzas militares. El Congreso estadunidense continúa votando en favor de presupuestos para el Pentágono que son mucho más vastos de lo que el propio Pentágono solicita. Esto es, en parte, resultado de que los legisladores quieren mantener empleos en distritos donde tales empleos se vinculan con las fuerzas armadas. Pero también es porque el mito de la superpotencia estadunidense sigue siendo un compromiso emocional muy fuerte para virtualmente todos en el país.
¿Hay en la perspectiva un aislacionismo oculto? Hasta cierto punto, no hay duda. Hay, sin duda, votantes más a la izquierda o más a la derecha que comienzan a afirmar con más contundencia lo deseable y necesario que es reducir el involucramiento militar estadunidense en el resto del mundo. Pero creo que al momento esto no representa una gran fuerza. No todavía.
En cambio, lo que podemos esperar es una lenta y callada revisión, no por eso menos importante, de cómo sienten los estadunidenses acerca de series particulares de aliados. El alejamiento de Europa, sea cual fuere la forma en que definamos Europa, lleva ya largo tiempo ocurriendo. A Europa se le considera un tanto "ingrata", tomando en cuenta todo lo que Estados Unidos hizo por ella en los últimos 70 años militar y económicamente. Para muchos ciudadanos estadunidenses Europa parece muy poco deseosa de respaldar las políticas de Washington. Actualmente se están retirando tropas de Estados Unidos de Alemania y de otras partes.
Por supuesto, Europa es una categoría grande. ¿Acaso el estadunidense ordinario tiene diferentes puntos de vista acerca de Europa oriental (los satélites ex soviéticos)? ¿O acerca de Gran Bretaña, con quien se supone que Estados Unidos mantiene una "relación especial"? La "relación especial" es más un mantra de los británicos que de los estadunidenses. Estados Unidos recompensa a Gran Bretaña cuando se mantiene en la línea, pero no cuando se sale de ésta. Y el estadunidense ordinario apenas si es conciente de este compromiso geopolítico.
Europa oriental es diferente. Ha habido presiones reales de ambas partes para mantener una relación cercana. Por el lado estadunidense, ha habido un interés del gobierno por utilizar el vínculo con Europa oriental como forma de contrarrestar las tendencias de actuación independiente que mantiene Europa occidental. Y hay presiones por los descendientes de los migrantes de estos países para expandir los vínculos. Pero Europa oriental comienza a sentir que el compromiso militar estadunidense se adelgaza y se torna poco fiable. Comienza a sentir que los lazos económicos con Europa occidental, Alemania en particular, son más importantes para ellos.
El antagonismo hacia México debido a los migrantes indocumentados ha llegado a jugar un papel importante en la política estadunidense y ha estado socavando los supuestos lazos económicos cercanos con México. Y en cuanto al resto de América Latina, el crecimiento de su postura geopolítica independiente es fuente de frustración para el gobierno estadunidense y de impaciencia para el público en ese país.
En Asia, golpear a China es un juego que crece en popularidad, pese a los esfuerzos de los gobiernos estadunidenses (tanto republicanos como demócratas) de mantenerlo a raya. A las firmas chinas se les impiden algunos tipos de inversión en Estados Unidos que incluso Gran Bretaña permite.
Y finalmente está Medio Oriente, área central de preocupación estadunidense. Actualmente el foco está puesto sobre Irán. Y al igual que en América Latina, el gobierno parece frustrado con sus limitadas opciones. Está presionado constantemente por Israel para hacer más, aunque nadie está muy seguro de lo que significa ese "más".
El respaldo para Israel de todos los modos posibles ha sido una pieza central de la política exterior estadunidense desde por lo menos 1967, si no es que desde antes. Poca gente se atreve a cuestionarla. Pero esos "pocos" comienzan a tener el respaldo de figuras militares que sugieren que la política de Israel es peligrosa en términos de los intereses militares estadunidenses.
¿Continuará imbatible en los próximos 10 o 20 años el penetrante respaldo hacia Israel? Lo dudo. Israel puede ser el último de los compromisos emocionales de Estados Unidos que se desvanezca. Pero es casi seguro que habrá de esfumarse.
Es probable que para 2020 y para 2030 la política exterior comience a digerir la realidad de que Estados Unidos no es la única superpotencia todo poderosa, sino simplemente uno de los cuantos loci de poder geopolítico. El cambio en la perspectiva será impulsado por la evolución en los puntos de vista de los estadunidenses ordinarios, quienes continúan estando más preocupados por su bienestar económico que por los problemas que yacen más allá de las fronteras. Y conforme el "sueño americano" atrae a menos y menos no estadunidenses, se vuelve hacia dentro en Estados Unidos.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2012/10/27/index.php?section=opinion&article=022a1mun
Traducción: Ramón Vera Herrera
www.rebelion.org
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