El ingeniero George Thomson (1), contemporáneo de la época, en su libro “La guerra del Paraguay” nos deja un valioso testimonio sobre la vida de los paaguayos antes de la guerra, durante el gobierno de Carlos López; Los paraguayos:
“No obstante el egoísmo de López I (Carlos López) su gobierno era comparativamente bueno para el Paraguay. Probablemente en ningún país del mundo la vida y la propiedad han estado tan garantidas como en el Paraguay durante su reinado. El crimen era casi desconocido y cuando se cometía alguno era inmediatamente descubierto y castigado. La masa del pueblo era tal vez la más feliz del mundo. Apenas tenían que trabajar para ganar su vida. Cada familia tenía su casa o choza en terreno propio. Plantaban en pocos días el tabaco, maíz y mandioca necesarios para su propio consumo y aún esto no exigía cuidado hasta la época de cosecha. Todas las chozas tenían su naranjal cuya fruta forma un artículo importante de consumo en el Paraguay, y también algunas vacas, lo que les evitaba en gran parte la necesidad de trabajar. Las clases superiores vivían por supuesto más a la europea, y muchas familias poseían fortunas considerables y lo pasaban confortablemente.
Todo el mundo se hallaba expuesto a ser tomada su persona o arrebatada su propiedad por razón de servicio público sin recompensa ni explicación, por orden del primer juez de paz, pero generalmente no se abusó de de este despotismo en el tiempo del viejo López, que no permitía sino a su familia el ejercicio de la tiranía sobre su pueblo. Para la generalidad, la suma de la felicidad humana consistía en pasar el día a la sombra, tendidos sobre un poncho, fumando y tocando la guitarra. Puede creerse pues que aquellos tiempos eran sumamente felices, por cuanto era todo cuanto tenían que hacer. Los paraguayos son muy hospitalarios. Recibían a todo el que llegaba a sus puertas, conocido o desconocido con la mayor cordialidad, ofreciéndole cuanto tenían, proporcionándoles su mejor hamaca y la mejor habitación de la casa, generalmente, obsequiaban a sus huéspedes con un baile por la tarde. Nunca esperaban recompensa, y las clases superiores se habrían creído insultadas si se les hubiera ofrecido.
El traje paraguayo consistía en un sobrero alto, como el que hoy se usa, camisa con pechera y mangas bordadas, calzoncillos blancos con flecos largos y anchos cribos. Sobre este calzoncillo un chiripá asegurado con una faja de seda punzó; no usaban calzado y completaban su traje con un poncho. El traje de las mujeres consistía en una larga camisa blanca, de mangas cortas, bordadas y adornadas con randas y los escotes bordados con seda negra. Hasta la cintura no llevaban otra cosa que la camisa, completando el traje una enagua blanca, asegurada con una ancha cinta colorada. Andaban descalzas. Estos trajes lo llevaban solamente las campesinas y clase baja. Estas camisas, llamadas “tupoi”, son un traje gracioso y tentador. Las señoras y caballeros de la ciudad vestían a la europea, mostrando las primeras muy buen gusto en sus trajes; son muy decorosas y graciosas, y el que asistía a un baile en la Asunción, podría creerse en Paris". (Obra cit.p.24.25)
Después de la guerra
La guerra contra el Paraguay fue llevada a cabo en nombre de la “libertad, la civilización y el progreso”. Antes de la guerra, en el paraguay había 435 escuelas. La enseñaza primaria era gratuita y obligatoria, y no existía el analfabetismo. El pueblo paraguayo era el más adelantado de América. Tenía su tierra que trabajaba por si mismo y estaba muy bien alimentado.
Un siglo después, un escritor liberal, Gregorio Benítez (en “Formación social del pueblo paraguayo”) dice que “El liberalismo llevó la guerra al Paraguay para brindarle progreso y satisfacción a todas sus necesidades, pero en materia tan primordial como la alimentación, no se logró recuperar el nivel de vida de que antes gozaba”.
Lo mismo pasó con la educación. Las escuelas del régimen de López (435) fueron arrasadas durante la guerra y nunca se reconstruyeron. El propio Decoud, que formó parte el gobierno títere liberal, reconoce en 1877 que ”No se ha fundado una sola escuela en la campaña, ni ningún instituto de educción, excepto el colegio que hoy se proyecta fundar en la ciudad para educar apenas cincuenta niños internos gratuitamente. En cambio hay cerca de cien mil niños en al República que vegetan en la más espantosa ignorancia". (Decoud. “Cuestiones políticas y económicas”).
Lo mismo atestigua el argentino General Mansilla, que compartía los ideales liberales: “Es un hecho comprobado que en el Paraguay, durante y después del Gobierno del doctor Francia, era raro encontrar quien no supiera leer y escribir. En toda villa o aldea, los tres edificios que primero se construían por el Estado, y estaban frente a la plaza, eran la iglesia, la comandancia militar y la escuela”. (Mansilla, Lucio V. “Entre-Nos. t.II, p.3, pie de página).
A los testimonios (o confesiones) dadas por estos “liberales”, podemos agregar el testimonio de un “representante del pueblo bárbaro del Paraguay”, el teniente Manuel Frutos, uno de los pocos sobrevivientes de aquel genocidio, que en 1914 evocaba aquella guerra de esta forma:
“Fuimos muy ricos, señor; nadábamos en la abundancia, éramos felices. Mi pueblo natal, Tbytimí, hoy pobre villorrio, tenía entonces veinticuatro esuelas y en el presente apenas tiene una. Con esto le digo todo…No había ciudadano que no tuviera su casa, sus útiles de labranza y extensos sembrados. No conocíamos el hambre. Éramos una raza bien alimentada, sana y fuerte. Éramos alegres y dichosos…a pesar de lo que llaman nuestra tiranía, gobierno patriarcal, ejercido por verdaderos patriotas, que solo deseaban la prosperidad de su país…Pero vino la guerra y todo lo perdimos. Peleamos desesperadamente, porque todos teníamos algo que perder y porque amábamos nuestra tierra con locura...”
Nota:
(1) George Thompom (1839-1876). Ingeniero civil, súbdito inglés llegado a Paraguay en 1858, formó parte del ejército paraguayo hasta el 30 de diciembre de 1868, fecha en que fue tomado prisionero por los Aliados en Angostura, después de la batalla de Itá Ybaté (21 al 27 de diciembre de 1868). Tomado prisionero, y antes de terminar la guerra, escribió el libro “La guerra del Paraguay”, editado en inglés y luego traducido al castellano, donde nos deja valiosos testimonios de la contienda. Fue crítico de Carlos y Francisco Solano López, no obstante su participación en la guerra, la que según su testimonio tomó con mayor entusiasmo al conocerse el tratado secreto de la Triple Alianza, al comprender –dice Thompson- que “Paraguay no tenía otra alternativa que luchar o sucumbir”.
Prof GB
“No obstante el egoísmo de López I (Carlos López) su gobierno era comparativamente bueno para el Paraguay. Probablemente en ningún país del mundo la vida y la propiedad han estado tan garantidas como en el Paraguay durante su reinado. El crimen era casi desconocido y cuando se cometía alguno era inmediatamente descubierto y castigado. La masa del pueblo era tal vez la más feliz del mundo. Apenas tenían que trabajar para ganar su vida. Cada familia tenía su casa o choza en terreno propio. Plantaban en pocos días el tabaco, maíz y mandioca necesarios para su propio consumo y aún esto no exigía cuidado hasta la época de cosecha. Todas las chozas tenían su naranjal cuya fruta forma un artículo importante de consumo en el Paraguay, y también algunas vacas, lo que les evitaba en gran parte la necesidad de trabajar. Las clases superiores vivían por supuesto más a la europea, y muchas familias poseían fortunas considerables y lo pasaban confortablemente.
Todo el mundo se hallaba expuesto a ser tomada su persona o arrebatada su propiedad por razón de servicio público sin recompensa ni explicación, por orden del primer juez de paz, pero generalmente no se abusó de de este despotismo en el tiempo del viejo López, que no permitía sino a su familia el ejercicio de la tiranía sobre su pueblo. Para la generalidad, la suma de la felicidad humana consistía en pasar el día a la sombra, tendidos sobre un poncho, fumando y tocando la guitarra. Puede creerse pues que aquellos tiempos eran sumamente felices, por cuanto era todo cuanto tenían que hacer. Los paraguayos son muy hospitalarios. Recibían a todo el que llegaba a sus puertas, conocido o desconocido con la mayor cordialidad, ofreciéndole cuanto tenían, proporcionándoles su mejor hamaca y la mejor habitación de la casa, generalmente, obsequiaban a sus huéspedes con un baile por la tarde. Nunca esperaban recompensa, y las clases superiores se habrían creído insultadas si se les hubiera ofrecido.
El traje paraguayo consistía en un sobrero alto, como el que hoy se usa, camisa con pechera y mangas bordadas, calzoncillos blancos con flecos largos y anchos cribos. Sobre este calzoncillo un chiripá asegurado con una faja de seda punzó; no usaban calzado y completaban su traje con un poncho. El traje de las mujeres consistía en una larga camisa blanca, de mangas cortas, bordadas y adornadas con randas y los escotes bordados con seda negra. Hasta la cintura no llevaban otra cosa que la camisa, completando el traje una enagua blanca, asegurada con una ancha cinta colorada. Andaban descalzas. Estos trajes lo llevaban solamente las campesinas y clase baja. Estas camisas, llamadas “tupoi”, son un traje gracioso y tentador. Las señoras y caballeros de la ciudad vestían a la europea, mostrando las primeras muy buen gusto en sus trajes; son muy decorosas y graciosas, y el que asistía a un baile en la Asunción, podría creerse en Paris". (Obra cit.p.24.25)
Después de la guerra
La guerra contra el Paraguay fue llevada a cabo en nombre de la “libertad, la civilización y el progreso”. Antes de la guerra, en el paraguay había 435 escuelas. La enseñaza primaria era gratuita y obligatoria, y no existía el analfabetismo. El pueblo paraguayo era el más adelantado de América. Tenía su tierra que trabajaba por si mismo y estaba muy bien alimentado.
Un siglo después, un escritor liberal, Gregorio Benítez (en “Formación social del pueblo paraguayo”) dice que “El liberalismo llevó la guerra al Paraguay para brindarle progreso y satisfacción a todas sus necesidades, pero en materia tan primordial como la alimentación, no se logró recuperar el nivel de vida de que antes gozaba”.
Lo mismo pasó con la educación. Las escuelas del régimen de López (435) fueron arrasadas durante la guerra y nunca se reconstruyeron. El propio Decoud, que formó parte el gobierno títere liberal, reconoce en 1877 que ”No se ha fundado una sola escuela en la campaña, ni ningún instituto de educción, excepto el colegio que hoy se proyecta fundar en la ciudad para educar apenas cincuenta niños internos gratuitamente. En cambio hay cerca de cien mil niños en al República que vegetan en la más espantosa ignorancia". (Decoud. “Cuestiones políticas y económicas”).
Lo mismo atestigua el argentino General Mansilla, que compartía los ideales liberales: “Es un hecho comprobado que en el Paraguay, durante y después del Gobierno del doctor Francia, era raro encontrar quien no supiera leer y escribir. En toda villa o aldea, los tres edificios que primero se construían por el Estado, y estaban frente a la plaza, eran la iglesia, la comandancia militar y la escuela”. (Mansilla, Lucio V. “Entre-Nos. t.II, p.3, pie de página).
A los testimonios (o confesiones) dadas por estos “liberales”, podemos agregar el testimonio de un “representante del pueblo bárbaro del Paraguay”, el teniente Manuel Frutos, uno de los pocos sobrevivientes de aquel genocidio, que en 1914 evocaba aquella guerra de esta forma:
“Fuimos muy ricos, señor; nadábamos en la abundancia, éramos felices. Mi pueblo natal, Tbytimí, hoy pobre villorrio, tenía entonces veinticuatro esuelas y en el presente apenas tiene una. Con esto le digo todo…No había ciudadano que no tuviera su casa, sus útiles de labranza y extensos sembrados. No conocíamos el hambre. Éramos una raza bien alimentada, sana y fuerte. Éramos alegres y dichosos…a pesar de lo que llaman nuestra tiranía, gobierno patriarcal, ejercido por verdaderos patriotas, que solo deseaban la prosperidad de su país…Pero vino la guerra y todo lo perdimos. Peleamos desesperadamente, porque todos teníamos algo que perder y porque amábamos nuestra tierra con locura...”
Nota:
(1) George Thompom (1839-1876). Ingeniero civil, súbdito inglés llegado a Paraguay en 1858, formó parte del ejército paraguayo hasta el 30 de diciembre de 1868, fecha en que fue tomado prisionero por los Aliados en Angostura, después de la batalla de Itá Ybaté (21 al 27 de diciembre de 1868). Tomado prisionero, y antes de terminar la guerra, escribió el libro “La guerra del Paraguay”, editado en inglés y luego traducido al castellano, donde nos deja valiosos testimonios de la contienda. Fue crítico de Carlos y Francisco Solano López, no obstante su participación en la guerra, la que según su testimonio tomó con mayor entusiasmo al conocerse el tratado secreto de la Triple Alianza, al comprender –dice Thompson- que “Paraguay no tenía otra alternativa que luchar o sucumbir”.
Prof GB