La Thatcher hunde la paz – Parte I
Hoy se cumplen 30 años del hundimiento del Belgrano. Y la herida no termina de cerrar. Su conmemoración nos enfrenta con una pregunta inapelable ¿Quién empezó la guerra?
Por Marcelo Vernet (*)| Acababa de cumplir 44 años. Fue botado el 12 de marzo de 1938 en el astillero New York Shipbuilding Co. Entonces se llamaba Phoenix, como el ave mitológica que cada quinientos años renace de sus cenizas y cuyas lágrimas tienen virtudes curativas. Los que leen designios en las estrellas prefieren señalar que su nombre es el de una constelación de los cielos del sur, cuya estrella más brillante (Alfa Fénix) ha recibido entre otros nombres el de Nair al-Zaurak, de origen árabe, cuyo significado es “el brillo de la nave” (Lucida Cymbae en los catálogos latinos).
El Phoenix entró al servicio de la armada de EE. UU. y fue destinado a Pearl Harbor en Honolulu. El 7 de diciembre de 1941 los japoneses atacan la base naval. Se salvó del desastre para entrar indemne a la Segunda Guerra Mundial.
El 12 de abril de 1951, el “Phoenix” pasó a llamarse “17 de Octubre”, ya bajo bandera argentina. Participó de incruentas batallas, como la famosa “Invasión a Mar del Plata”, maniobra de práctica que concluyó con un desembarco en Punta Mogotes y la toma de la Base Naval. Pero el 18 de septiembre de 1955, al mando del almirante Isaac Rojas, sus cañones apuntan hacia la destilería YPF de La Plata. Se lanza el ultimátum al gobierno, si Perón no renuncia se procederá a cañonear la destilería de petróleo. Triunfante el sanguinario golpe militar, su nombre es depuesto y pasa a llamarse “General Belgrano”.
El ARA General Belgrano surca las aguas del Atlántico Sur, con rumbo oeste. Es el 2 de mayo de 1982. A 55º 24’ de Latitud Sur y 61º 32’ de Longitud Oeste, fuera del área de exclusión dispuesta por el Reino Unido, es impactado por dos viejos torpedos “MK8” de la 2º Guerra Mundial, lanzados por el submarino británico “Conqueror”. El viejo Fénix, que ahora se llama General Belgrano se hunde en las tumultuosas aguas del Atlántico Sur. Los sobrevivientes, desde las lanchas, ven como el mar se traga su proa. “¡Viva la Patria! ¡Viva el Belgrano!” dicen que gritaron, como un último adiós. Murieron 323 marinos argentinos.
Desde entonces, esperamos que renazca de sus cenizas. Lloramos confiando en que las lágrimas curen nuestras heridas. Desde entonces cuidamos que “el brillo de la nave” no se apague, que su estrella nos guíe para no perder el rumbo.
¿Quién empezó la guerra?
“Con eso prácticamente se terminó la guerra”, comentó mucho tiempo después Harry Shlaudeman, el entonces embajador norteamericano en Buenos Aires, rememorando el hundimiento del Belgrano. Todo lo contrario. Con eso empezó la guerra.
La publicación del Informe Rattenbach y la paulatina desclasificación de documentos ingleses y estadounidenses, ya no dejan dudas y aportan certezas documentales. El Plan elaborado por la dictadura cívico – militar argentina preveía “la ocupación de las islas con una considerable y numerosa fuerza de tareas anfibia a partir del día “D”, por medio de una operación incruenta, la instalación de un gobierno militar y un repliegue posterior de las fuerzas, salvo una reducida guarnición militar de apoyo al gobernador. Todo lo enunciado debía estar cumplido el día “D+5.” (Informe Rattenbach). Tal como el propio informe lo consigna más adelante, la intención era “OCUPAR PARA NEGOCIAR”.
No vamos a abundar sobre la irresponsabilidad criminal, la ceguera geopolítica y la falta de planificación estratégica de la cúpula de las Fuerzas Armadas y del entonces general Galtieri; los 17 tomos del Informe Rattenbach y el más elemental sentido común nos eximen. Nos parece necesario, en cambio, insistir sobre la decisión criminal, la ceguera ante la más elemental consideración por la vida y la falta de interés por el sufrimiento de su pueblo de la primer ministra Margaret Thatcher y su agónico gobierno conservador. La insistencia se justifica por razones históricas que frecuentemente se ocultan o minimizan y circunstancias actuales que inciden directamente en el posicionamiento del Reino Unido ante el conflicto de soberanía de la cuestión Malvinas.
La ocupación de las islas se basó en dos consideraciones erróneas: Que era prácticamente imposible que el Reino Unido respondiera militarmente, o la haría sólo “con intenciones disuasivas para cuidar su imagen internacional”. Que EE. UU., desde su papel de potencia hegemónica “no permitiría la escalada militar del conflicto” y, por tratarse de dos países amigos, “obligaría a las partes a encontrar una salida negociada”. Se esperaba una dura batalla diplomática, sintetizada en la idea ya señalada de “ocupar para negociar”. Muy pronto, la marcha de los acontecimientos dieron cuenta del tamaño de su error.
¿Qué hizo la primer ministro Margaret Thatcher? Aprovechar la oportunidad que se brindaba para salir del descrédito político de su gobierno y lograr la reelección. La Dama de Hierro, como corresponde a su naturaleza, se mostró inflexible. Acuñó una frase que como latiguillo repitió en discursos y entrevistas: “No se puede dejar que la agresión de dividendos”, lo que en la práctica significó, desde el primer momento, no dejar el menor margen. El mismo 3 de abril, en paralelo con la reunión del Comité de Seguridad de la ONU, dispone el envío de la Task Force al Atlántico Sur. Parece un milagro, la coyuntura le permite sacar brillo a los clarines de la Segunda Guerra Mundial y liderar una guerra contra el nazismo, a favor de la libertad y la democracia. En consecuencia, manda una flota digna de la Guerra Mundial para enfrentar a la “reducida guarnición militar de apoyo al gobernador” que preveía el Plan que permanecería en Malvinas, ya que el grueso de las fuerzas debía volver al continente en el día “D+5”, es decir, el 7 de abril. Convengamos en que Galtieri desde el balcón y José María Muñoz desde Radio Rivadavia eran absolutamente funcionales a los planes de la Tatcher. Los que no creen en milagros y coleccionan diarios viejos recuerdan la portada del vespertino “The Standard” de Londres, que en su edición del 21 de marzo de 1982, titulaba en caracteres de catástrofe “Invasión argentina a las Islas Georgias del Sur”, para referirse al confuso incidente del empresario chatarrero argentino Constantino Davidoff en la Isla San Pedro, vinculado al acordado desguace de viejos puestos balleneros pertenecientes a una empresa británica que operaba en las Georgias.
La Resolución 502 del Concejo de Seguridad de la ONU que sesionó el 3 de abril no dejaba mucho margen político a Galtieri y la Junta. En su punto 2 exigía “la retirada inmediata de todas las fuerzas argentinas de las Islas Malvinas”. El punto 3 de la Resolución exhortaba (no exigía) “a los gobiernos de Argentina y Gran Bretaña a que procuren hallar una solución diplomática a sus diferencias”. Sobre ambas cuestiones operó el gobierno de Tatcher para dificultarlas. El escasísimo margen de que el gobierno de la Junta acate la Resolución y retire sus fuerzas de Malvinas alegando el tradicional apego de argentina a regir su política exterior conforme los principios de la Carta de las Naciones Unidas y el cumplimiento de sus Resoluciones, se volvió literalmente imposible por la decisión del envío de la Task Force, que mostraba la retirada argentina como un innegable e indecoroso acto de cobardía. En cuanto a las posibilidades de iniciar la negociación, Margaret Tatcher se apresuró a enfatizar que, además del inmediato retiro de las tropas argentinas, su país impondría algunas condiciones. Una de las más destacadas era que “los intereses y deseos de los isleños” serían de “suprema importancia” en cualquier acuerdo al que se pudiera llegar. Es decir, inaceptable. Era volver a la negociación en peores condiciones que antes del “tour de forcé” de la ocupación que debía llevarlos a negociar en mejores condiciones.
En cuanto a la gestión de buenos oficios y asistencia que ofreció el gobierno de Estados Unidos a través del Secretario de Estado Alexander Haigh, lo primero que hay que señalar es que, para cuando el Gobierno de la Junta acepta el ofrecimiento, los EE. UU. ya había apoyado la posición británica en el Concejo de Seguridad, había facilitado sus bases militares de la Isla Ascensión para la flota británica y, en reserva, había manifestado claramente al embajador argentino en Washington, Esteban Takacs, que si la guerra se desataba, se verían obligados a apoyar al Reino Unido. Es decir, era previsible que en el ejercicio de sus “buenos oficios” se inclinara por los británicos. Con todo, Galtieri y la Junta aceptaron el ofrecimiento. No les quedaban muchas alternativas y se aferraron a esta “mediación”. En las declaraciones ante la Comisión de Evaluación del Conflicto del Atlántico Sur, el entonces canciller Costa Méndez trató de explicitar la situación: “Insisto en esto: en que yo estaba convencido de la posibilidad y de la eficacia de la mediación norteamericana (…) nosotros pensamos y teníamos la convicción de que Estados Unidos iba a intentar enérgicamente una mediación y que, antes de inclinarse a un lado, iba a intentar enérgicamente una negociación”.
Como era de esperar, la gestión de Haigh fue por demás tortuosa y confusa. No así la actitud de Margaret Thatcher y su Comité de Guerra, que directa y claramente perturbó toda posibilidad de acuerdo. Señalemos algunos hechos.
El 7 de abril, Haigh se dirige a Londres para iniciar la ronda de reuniones con las partes. Para que no queden dudas del espíritu negociador de la administración Thatcher, lo reciben con una novedad: el gobierno del Reino Unido ha resuelto el establecimiento unilateral de una “zona de exclusión marítima en un círculo de 200 MN de radio, con centro en las Islas Malvinas”. Durante toda la mañana del 8 de abril la delegación estadounidense mantiene una reunión de trabajo con los funcionarios del Foering Office y hasta llega a ilusionarse con la posibilidad de encontrar un camino, aunque angosto y escabroso. Por la tarde, mantuvo una reunión de cinco horas con Margaret Thatcher. Sus tibias esperanzas se desvanecen. Comprende que el espíritu del Foering Office no coincide exactamente con el humor de la Thatcher, ni con sus necesidades. Ya en Buenos Aires tratará de convencer a sus interlocutores de “la inflexibilidad de la señora Thatcher”. Su posición inalterable es que las tropas argentinas deben retirarse y las autoridades coloniales reinstalarse, previo a cualquier inicio de acuerdo. En las reuniones de trabajo se le hace conocer la posición del gobierno ante este punto: “que la distención militar sea el resultado de acciones recíprocas, y no como pretendería el Reino Unido, de un retiro unilateral de las fuerzas argentinas”. Es decir, no se podía aceptar el retiro si la Task Force seguía avanzando hacia las islas y se mantenía la declaración de un bloqueo naval sobre Argentina. Galtieri, siempre funcional con sus reacciones a la estrategia británica y a las provocaciones de Thatcher, luego de la reunión con Haigh en la Casa Rosada, improvisa una arenga desde los balcones para la multitud que se ha congregado en la Plaza de Mayo: “La dignidad y el honor de la Nación no se negocian”, gritó. “Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”. En Londres, el Gabinete de Guerra festejó.
La negociación se empantana. La principal preocupación de Haigh en sus contactos con Costa Méndez parece ser la postergación de la convocatoria, por parte de Argentina, al TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca), que pondría a EE. UU. en una difícil situación. Para el 14 de abril Haigh está dispuesto a emprender, desde Londres, su segundo viaje a la Argentina para continuar las negociaciones. Fue un día difícil. En estados Unidos tuvieron amplia difusión versiones periodísticas que afirmaban del apoyo efectivo que EE. UU. brindaba a Gran Bretaña. Haigh se comunica con Costa Méndez para tranquilizarlo, se tratan de rumores sin fundamento. Pero la “versión sin fundamento” que desata “los rumores” está firmada por Bernstein, el periodista mundialmente famoso por su denuncia del “Caso Watergate”. La flota inglesa está apostada en la base militar estadounidense de la Isla Ascensión. También sobre este punto lo tranquiliza afirmando “que la flota británica no estaba avanzando desde la Isla Ascensión, y que tampoco tenía intenciones de avanzar” Antes de partir, por la noche, mantiene una nueva conversación telefónica con el canciller argentino. La negociación fue un fracaso pero algo tiene que decirle. Por toda precisión le afirma que lleva a Buenos Aires “algunas nuevas ideas” que había desarrollado a partir de los últimos contactos mantenidos con las partes. Costa Mendez insiste con el posible avance de la flota inglesa que, para hacerlo, necesita del aprovisionamiento brindado por EE. UU. en Ascensión. El diálogo, cuyo contenido da a conocer el Informe Rattenbach, es revelador:
COSTA MÉNDEZ: “Yo entiendo que mientras Ud. viene aquí y por las próximas 48 horas, más o menos, la flota no continuará avanzando hacia Malvinas. ¿Estoy en lo cierto?”.
HAIG: “No, no, eso no es correcto. Yo no puedo conseguir que Gran Bretaña cambie el movimiento de su flota hasta que tengamos un entendimiento, pero dentro del entendimiento hay estipulaciones que se refieren a … en las propuestas que yo llevaré”.
Sin duda para apoyar los “buenos oficios” de Haigh y crear un clima propicio al entendimiento, el gobierno de Thatcher da la orden a la flota de zarpar de la Isla Ascensión hacia Malvinas.
El 15 de abril Haigh llega a la Argentina. No consigue explicar con claridad cuáles son las “nuevas ideas”. El 17, a las 21.30, Galtieri recibe al enviado norteamericano por última vez. Le entrega una contrapropuesta de negociación para Londres. El 19 de abril Haigh deja el país. Ya en el aeropuerto de Ezeiza declara ante la prensa: “Estoy más convencido que nunca de que la guerra en el Atlántico Sur sería la mayor de las tragedias y de que, en realidad, el tiempo se está acabando”.
En realidad, Margaret Thatcher necesitaba una guerra imperial victoriosa y la busca denodadamente. Los mineros de Yorkshire, los 3,6 millones de desocupados del Reino Unido, no.
Cuando el presidente peruano Belaunde Terry, con su “propuesta de paz” vuelva a encender una luz de esperanza, la Thatcher buscará una oportunidad para hundirla. (Continúa en la próxima entrega)
(*) Escritor, director del Instituto de las Islas Malvinas “Padre Mario Migone”.
FUENTE AGEPEBA.
GB