El “periodismo” a cirugía mayor
La primera plana de Tiempo Argentino del domingo pasado y el texto de su director sobre quiénes están pagos por Repsol, no sólo revelaron la desfachatez de un tal Alberto Fernández y de ciertas figuras de la prensa hegemónica, sino que incrustaron en la discusión teórica sobre periodismo y comunicación un punto de gravedad que habla por sí mismo.
Por Víctor Ego Ducrot (*) | No se trata aquí de fustigar los posicionamientos editoriales, ni siquiera aquellos que puedan ubicarse en las antípodas del mío propio; ni aun, a título de extremo límite teórico, los que sean pasibles de ser calificados como antidemocráticos, con el solo límite de lo que prescribe la ley, se entiende. Y ese no fustigar no responde a un arranque de generosa amplitud ideológica, menos todavía a un capítulo de tonta resignación. No se trata de fustigar posicionamientos editoriales –de aquí en más en este texto los denominaremos intencionalidades– porque ello significaría una tarea ontológicamente imposible; desde que el periodismo existe como práctica, digamos que a partir de la modernidad, ya que a las prácticas informativas anteriores a ella prefiero ubicarlas dentro del llamado protoperiodismo, no existe registro histórico de caso alguno que no haya respondido a la siguiente premisa: todo acto de nuestra práctica profesional lleva implícita su carga ideológica y política.
Sucede que, originalmente, el periodismo fue una herramienta de construcción de sentido en favor del orden burgués, cuando este no se había terminado de imponer sobre el mundo anterior, que se derrumbaba; y por eso, tanto en la Europa metropolitana como al interior de los procesos emancipatorios de nuestro país y de América Latina, los medios y los periodistas se asumían como militantes y argumentaban desde allí, en pos de sus objetivos y compromisos. Pero cuando ese orden burgués resolvió en su favor la crisis de hegemonía que supone todo punto de inflexión histórica, y en consecuencia su aparato de sentido ya no confrontaba sino que debía imponerse como controlador y disciplinador cultural del conjunto de la sociedad, entonces el periodismo se convirtió en “profesional”, o lo que es lo mismo, decidió ocultar sus intencionalidades editoriales, disfrazándolas de información “objetiva”, de principio de verdad.
Hasta ahí sólo estamos ante un escenario previsible, sobre el cual la prensa hegemónica encubre sus relatos (e intereses) económicos y políticos, y su impronta ideológica, y aquella otra, que disputa esa hegemonía, no sólo se ve obligada a denunciar este tipos de dispositivos, sino que además concurre ante los usuarios de la información con agendas, voces y estilos propios. Me animo a decir que eso es lo que hacemos quienes ejercemos el periodismo en este diario y en otros medios que apuntan contra los monopolios de la comunicación y contra las miradas y acciones del poder oligárquico y antirrepublicano; en una palabra, que nos asumimos como oficialistas de un proyecto político transformar del país desde el año 2003, con una perspectiva democrática con densidad y volumen de inclusión ciudadana, y de confortación ante el poder de las corporaciones.
La primera plana de Tiempo Argentino del domingo pasado y el texto de su director, Roberto Caballero, sobre quiénes están pagos por Repsol, no sólo revelaron la desfachatez de un tal Alberto Fernández y de ciertas figuras de la prensa hegemónica, a esta altura decididamente canalla, sino que incrustaron en la discusión teórica sobre periodismo y comunicación un punto de gravedad que habla por sí mismo.
Ya no se trata, como venimos señalando desde la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), de dejar al desnudo la trama de elementos que algunos teóricos llaman economía política de los medios y nosotros (académicos y periodistas que desarrollamos allí el modelo teórico y metodológico “intencionalidad editorial”) preferimos considerar como “base de materialidad para la producción de contenidos periodísticos”.
Cuando Tiempo Argentino reveló que varios responsables de la línea editorial del Grupo Clarín y de La Nación, como así también familiares de estos y Alberto Fernández y otros “expertos” y “dirigentes políticos”, en tanto “fuentes” informativas y de análisis perpetuas, cuentan con más o menos jugosos contratos con la petrolera expropiada, lo que sucedió fue muy simple; este diario constató y puso en evidencia crítica (atención con la palabra “evidencia” porque más adelante será retomada) otra premisa de las reflexiones teóricas recién aludidas: la capacidad de manipulación y disciplinamiento social de los medios de comunicación hegemónicos es inversamente proporcional a la capacidad de movilización e intervención política concreta de actores individuales y colectivos, con posibilidades ciertas de conmover y desarmar la red de intereses y perspectivas económicas, políticas, sociales y culturales de aquel poder hegemónico.
Sólo desde esa pérdida de capacidad disciplinadora puede entenderse la tendencia de los medios oligárquicos, ya no al encubrimiento de sus respectivas intencionalidades editoriales, mediante las técnicas “profesionales” del periodismo, sino a la recurrencia de modos que nos hablan de cierta perversión del modelo propio, de cierta enfermedad terminal; no sé si curable, incluso con cirugía mayor.
Las noticias necesitan fuentes, que pueden ser diversas y de diferentes naturalezas; aunque, a título de mera síntesis, cabe clasificarlas en testimoniales y documentales, directas o indirectas. Lo afirmado por Caballero en el artículo comentado ofrece una contundencia demoledora, que revela y congela en cuadro fijo el sistema de evidencias preexistente respecto de las barrabasadas acometidas con fruición por las plumas y voces más características del oligopolio mediático, toda vez que reconozcamos las siguientes acepciones de la palabra “evidencia”, conforme al diccionario: “certeza clara y manifiesta de la que no se puede dudar”; “certidumbre de algo, de modo que el sentir o juzgar lo contrario sea tenido por temeridad “; y dejamos de lado la siguiente –“prueba determinante en un proceso”– porque se trata de periodismo, no de fiscales, jueces y abogados defensores.
Cómo dudar entonces del porqué de las andanadas sistemáticas a las que nos tienen acostumbrados el oligopolio, y sus “periodistas” y “fuentes” a sueldo de Repsol y otras empresas. Puestos en el lugar que los puso la enfermedad terminal de esos modos profesionales de la comunicación, es que son capaces de llegar al absurdo, como lo hicieron al borde de la semana, según dos artículos de Clarín comentados por la agencia pública de la provincia de Buenos Aires (www.agepeba.org).
En el primer caso, para el diario de Héctor Magnetto, una decisión de la Cámara de Diputados bonaerense tendiente a prohibir el consumo de tabaco en los bingos y salas de juego no fue otra cosa que una “agresión kirchnerista”; hablaron de una “ley K” contra la empresa Boldt. Pero eso no fue nada; en otra nota, Walter Curia encuentra similitudes políticas entre el fallecido Mao y la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, pues afirma que “los cambios en el gobierno (…) se parecen a la Revolución Cultural emprendida por (el líder chino) a finales de los sesenta.
¿Habrá terapias para semejantes patologías?
(*) Periodista, docente universitario, director de AgePeBA (nota publicada hoy en Tiempo Argentino)
gb
Por Víctor Ego Ducrot (*) | No se trata aquí de fustigar los posicionamientos editoriales, ni siquiera aquellos que puedan ubicarse en las antípodas del mío propio; ni aun, a título de extremo límite teórico, los que sean pasibles de ser calificados como antidemocráticos, con el solo límite de lo que prescribe la ley, se entiende. Y ese no fustigar no responde a un arranque de generosa amplitud ideológica, menos todavía a un capítulo de tonta resignación. No se trata de fustigar posicionamientos editoriales –de aquí en más en este texto los denominaremos intencionalidades– porque ello significaría una tarea ontológicamente imposible; desde que el periodismo existe como práctica, digamos que a partir de la modernidad, ya que a las prácticas informativas anteriores a ella prefiero ubicarlas dentro del llamado protoperiodismo, no existe registro histórico de caso alguno que no haya respondido a la siguiente premisa: todo acto de nuestra práctica profesional lleva implícita su carga ideológica y política.
Sucede que, originalmente, el periodismo fue una herramienta de construcción de sentido en favor del orden burgués, cuando este no se había terminado de imponer sobre el mundo anterior, que se derrumbaba; y por eso, tanto en la Europa metropolitana como al interior de los procesos emancipatorios de nuestro país y de América Latina, los medios y los periodistas se asumían como militantes y argumentaban desde allí, en pos de sus objetivos y compromisos. Pero cuando ese orden burgués resolvió en su favor la crisis de hegemonía que supone todo punto de inflexión histórica, y en consecuencia su aparato de sentido ya no confrontaba sino que debía imponerse como controlador y disciplinador cultural del conjunto de la sociedad, entonces el periodismo se convirtió en “profesional”, o lo que es lo mismo, decidió ocultar sus intencionalidades editoriales, disfrazándolas de información “objetiva”, de principio de verdad.
Hasta ahí sólo estamos ante un escenario previsible, sobre el cual la prensa hegemónica encubre sus relatos (e intereses) económicos y políticos, y su impronta ideológica, y aquella otra, que disputa esa hegemonía, no sólo se ve obligada a denunciar este tipos de dispositivos, sino que además concurre ante los usuarios de la información con agendas, voces y estilos propios. Me animo a decir que eso es lo que hacemos quienes ejercemos el periodismo en este diario y en otros medios que apuntan contra los monopolios de la comunicación y contra las miradas y acciones del poder oligárquico y antirrepublicano; en una palabra, que nos asumimos como oficialistas de un proyecto político transformar del país desde el año 2003, con una perspectiva democrática con densidad y volumen de inclusión ciudadana, y de confortación ante el poder de las corporaciones.
La primera plana de Tiempo Argentino del domingo pasado y el texto de su director, Roberto Caballero, sobre quiénes están pagos por Repsol, no sólo revelaron la desfachatez de un tal Alberto Fernández y de ciertas figuras de la prensa hegemónica, a esta altura decididamente canalla, sino que incrustaron en la discusión teórica sobre periodismo y comunicación un punto de gravedad que habla por sí mismo.
Ya no se trata, como venimos señalando desde la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), de dejar al desnudo la trama de elementos que algunos teóricos llaman economía política de los medios y nosotros (académicos y periodistas que desarrollamos allí el modelo teórico y metodológico “intencionalidad editorial”) preferimos considerar como “base de materialidad para la producción de contenidos periodísticos”.
Cuando Tiempo Argentino reveló que varios responsables de la línea editorial del Grupo Clarín y de La Nación, como así también familiares de estos y Alberto Fernández y otros “expertos” y “dirigentes políticos”, en tanto “fuentes” informativas y de análisis perpetuas, cuentan con más o menos jugosos contratos con la petrolera expropiada, lo que sucedió fue muy simple; este diario constató y puso en evidencia crítica (atención con la palabra “evidencia” porque más adelante será retomada) otra premisa de las reflexiones teóricas recién aludidas: la capacidad de manipulación y disciplinamiento social de los medios de comunicación hegemónicos es inversamente proporcional a la capacidad de movilización e intervención política concreta de actores individuales y colectivos, con posibilidades ciertas de conmover y desarmar la red de intereses y perspectivas económicas, políticas, sociales y culturales de aquel poder hegemónico.
Sólo desde esa pérdida de capacidad disciplinadora puede entenderse la tendencia de los medios oligárquicos, ya no al encubrimiento de sus respectivas intencionalidades editoriales, mediante las técnicas “profesionales” del periodismo, sino a la recurrencia de modos que nos hablan de cierta perversión del modelo propio, de cierta enfermedad terminal; no sé si curable, incluso con cirugía mayor.
Las noticias necesitan fuentes, que pueden ser diversas y de diferentes naturalezas; aunque, a título de mera síntesis, cabe clasificarlas en testimoniales y documentales, directas o indirectas. Lo afirmado por Caballero en el artículo comentado ofrece una contundencia demoledora, que revela y congela en cuadro fijo el sistema de evidencias preexistente respecto de las barrabasadas acometidas con fruición por las plumas y voces más características del oligopolio mediático, toda vez que reconozcamos las siguientes acepciones de la palabra “evidencia”, conforme al diccionario: “certeza clara y manifiesta de la que no se puede dudar”; “certidumbre de algo, de modo que el sentir o juzgar lo contrario sea tenido por temeridad “; y dejamos de lado la siguiente –“prueba determinante en un proceso”– porque se trata de periodismo, no de fiscales, jueces y abogados defensores.
Cómo dudar entonces del porqué de las andanadas sistemáticas a las que nos tienen acostumbrados el oligopolio, y sus “periodistas” y “fuentes” a sueldo de Repsol y otras empresas. Puestos en el lugar que los puso la enfermedad terminal de esos modos profesionales de la comunicación, es que son capaces de llegar al absurdo, como lo hicieron al borde de la semana, según dos artículos de Clarín comentados por la agencia pública de la provincia de Buenos Aires (www.agepeba.org).
En el primer caso, para el diario de Héctor Magnetto, una decisión de la Cámara de Diputados bonaerense tendiente a prohibir el consumo de tabaco en los bingos y salas de juego no fue otra cosa que una “agresión kirchnerista”; hablaron de una “ley K” contra la empresa Boldt. Pero eso no fue nada; en otra nota, Walter Curia encuentra similitudes políticas entre el fallecido Mao y la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, pues afirma que “los cambios en el gobierno (…) se parecen a la Revolución Cultural emprendida por (el líder chino) a finales de los sesenta.
¿Habrá terapias para semejantes patologías?
(*) Periodista, docente universitario, director de AgePeBA (nota publicada hoy en Tiempo Argentino)
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