En setiembre de 1970 cuando ya hay acusados, prófugos, detenidos y muertos como secuela del trágico fin de Aramburu, un periodista de la revista Panorama reportea al sacerdote Hernán Benítez, ex confesor de Eva Perón.
Este afirma que " no soy santo de devoción ni de los peronistas ni de los antiperonistas; en este país, cantar la verdad no grangea amigos".
Ha sido muy crítico de Juan Perón, y, en los años setenta, critica al "ateísmo marxista"! y a los jóvenes los disculpa porque viven en una "sociedad panerotizada".
Cobran así sus opiniones acerca del secuestro y ajusticiamiento de Aramburu mas relevancia.
-¿No cree ud. Padre Benítez, que los curas del Tercer Mundo con su prédica de violencia, son un poco responsables, en el fondo, del asesinato de Aramburu?.
-En el fondo, como ud. dice, del asesinato de Aramburu mas responsables que los curas del Tercer Mundo es usted, soy yo, es el cardenal Caggiano y el propio Aramburu. Porque, observe ud., los jóvenes señalados por la policía como ejecutores del hecho no son de extracción peronista. No son gente del pueblo. No son ni hijos ni parientes de los veintinueve argentinos asesinados, otros ejecutados en junio del '56. Huelen a Barrio Norte. Católicos de comunión y misa regular. Algunos hijos de militantes de los comandos civiles. Nacieron y crecieron oyendo vomitar pestes contra el Peronismo. ¿Qué los lleva a reaccionar violentamente contra el medio social en que acunaron?. Una sociedad no se vuelve perversa cuando dentro de ella se cometen crímenes, sino cuando los criminales quedan impunes...
-Los hechos que aduce ud. son innegables. Esa es nuestar dolorosa historia. Indudablemente se sembraron vientos. Eran de esperar estas tempestades. Pero a todo esto hay que ponerle punto final. Como se le pone punto final? (1)
¿Ha leído ud. el libro Operación Masacre de Rodolfo Walsh?. ¿Ha leído Mártires y verdugos de Salvador Ferla? ¿La minoria adueñada del país, sabe cómo contestó a las gravísimas acusaciones estampadas en esos libros? ¡Ignorándolos! Ahogándolos en silencio. Cree esa minoría que puede continuar todavía confeccionando la historia argentina como a ella le da gana. Pero los jóvenes los han leíd. Los jóvenes han tomado conciencia de las mentiras dirigidas con las que la oligarquía pretende fabricar la historia. Y no aguantan mas la tergiversación alevosa de la verdad. No quiere recordar los insultos del general Aramburu al general Valle. A Valle, su íntimo amigo,. No hubo buen nombre de peronista que no se emporcara. No faltó el hecho macabro. Se le cercenó la cabeza al cadáver de Jaun Duarte. Se la guardó en heladeras del Departamento Central de Policía. ¿Para qué?. Para impactar con su repentina y espectral aparición bajo reflectores a las víctimas de los autos inquisitoriales del fammoso Capitán Ghandi. Un tal Próspero Albariños, brazo derecho del capitán de navío Aldo Luis Molinari. Se secuestró, profanó e hizo desaparecer el cadáver de Evita. Delito en vigor todavía. Todo esto es Historia argntina. No los revulvo para hechar mas leña al fuego sino para penetrara en la conciencai de lso guerrilleros. Para explicarme el porqué de sus reacciones vviolentas y de su indignación incontrolada. Lo hago para ser justos con ellos. Condenarlos sin comenzar sin commpenderlos es contraproducente. Nos llevará a la guerra entre argentinos.
(Fin primera parte)
(1).Con Raúl Alfonsín se llevó a cabo el Punto Final ya requerido en la Década del setenta, apenas comenzada.A mmediados de los 80 (1987 para ser mas exactos), la Obediencia Debida y el Punto Final, a instancias del radicalismo encubrió hasta estos años a cientos de represoress que se escudaron inocentemente en el "yo solo cumplía ordenes".
Hoy Memoria, Verdad y Justicia terminó con esa infamia judicial del alfonsinismo.
Prof GB
sábado, 12 de noviembre de 2011
viernes, 11 de noviembre de 2011
EL PAIS › OPINION PAGINA 12
¿Qué le aporta la juventud kirchnerista al kirchnerismo?
Por José Natanson *
El acercamiento de un número creciente de jóvenes al kirchnerismo es un fenómeno que lleva ya unos años, aunque se hizo visible últimamente. Escribí la primera nota sobre el tema en este diario el 27 de septiembre de 2009, para advertir sobre una tendencia que se había ido desarrollando subterráneamente y en la cual, me parecía, el gobierno no había reparado lo suficiente. En la estela del conflicto del campo y la derrota electoral, el kirchnerismo había logrado consolidar una “minoría intensa” de respaldo, compuesta en buena medida, asombrosamente, por jóvenes. Después vinieron los festejos del Bicentenario, la muerte del ex presidente y la reelección de Cristina Kirchner, que le dieron visibilidad definitiva a todo el asunto.
¿Y qué hizo el kirchnerismo con este fenómeno nuevo? Lo mismo que había hecho tantas veces en el pasado con temas, ideas o proyectos que no formaban parte de su agenda: capturarlo y tratar de aprovecharlo al máximo, poniendo detrás todo el peso del Estado y toda la fuerza de su voluntad. Fue así como cada vez más kirchneristas sub-40 fueron designados o promovidos a puestos estratégicos, y fue así como la Presidenta intervino en la definición de las listas legislativas, ubicando en lugares expectables a un número inédito de jóvenes, y no renunció a ello ni siquiera cuando referentes provinciales de peso, como el pampeano Carlos Verna, amenazaron con un portazo.
Sin caer en los análisis que enfocan el tema desde el simplismo institucional, como si la influencia de una organización pudiera medirse sólo por el peso de las bancas o secretarías que controla (los famosos siete diputados de La Cámpora), creo que vale la pena ensayar una mirada que contemple las diferentes facetas de la idea de generar un recambio generacional promovido desde la cúpula misma del poder, para después considerar sus desafíos y sus límites.
Digamos primero que la apuesta tiene su lógica. Ubicar a jóvenes en lugares de decisión les permitirá foguearse en los rigores del día a día del gobierno para jugar más tarde en ligas mayores. En segundo lugar, y ya desde un punto de vista más electoral, conviene recordar que Cristina Kirchner tiene vedada la reelección y que por lo tanto debe comenzar a pensar en construir un sucesor diferente al que desde el primer día le querrá imponer el peronismo, sea Daniel Scioli o Juan Manuel Urtubey o José Manuel de la Sota. Una juventud consolidada y potente puede jugar un rol importante en la interna del PJ.
Pero también hay riesgos. El primero es inmediato, pero controlable: los posibles errores de jóvenes súbitamente catapultados a lugares institucionalmente muy relevantes y ultraexpuestos públicamente. En efecto, la falta de experiencia política o de gestión puede llevarlos a cometer equivocaciones, que serán explotadas no sólo por las fuerzas opositoras sino, lo que quizá resulte más peligroso, por el peronismo tradicional (los gobernadores como viejos vinagres verdugos de jóvenes desprovistos de peso territorial y atractivo electoral).
Pero me interesa sobre todo señalar un punto más profundo y potencialmente más conflictivo, que podría sintetizarse en una pregunta molesta: ¿qué le aporta la juventud kirchnerista al kirchnerismo? Como escribió Mario Margulis (La juventud es más que una palabra, Editorial Biblos), los jóvenes, por definición, se sienten lejos de la enfermedad y la muerte, lo que los provee de una sensación de invulnerabilidad y, a veces, de inmortalidad, con efectos de temeridad y arrojo que a menudo se reflejan en riesgos gratuitos y conductas autodestructivas (sobredosis, accidentes, excesos). Estamos generalizando, desde luego, pero podríamos formularlo así: aligerados de recuerdos de etapas que no vivieron, los jóvenes actúan despojados de las inseguridades y certezas que no sean las de sus propias vidas, sin esa prudencia adulta que es fruto del recuerdo y la experiencia. Por eso la juventud es esperanza, promesa, potencia y libertad en el sentido de un abanico grande de opciones abierto.
Desde el Mayo del 68 hasta las revueltas árabes, es evidente que los jóvenes son capaces de cambiar un estado de cosas, pero que encuentran más dificultades para convertir todo eso en una construcción de poder. La cuestión es que el kirchnerismo ya tiene el poder. Hasta el momento, los jóvenes cercanos al gobierno han demostrado su capacidad para administrar poder, pero no para producirlo: Cristina Kirchner, por supuesto; pero también Scioli, los intendentes del conurbano, José Luis Gioja y Gildo Insfrán, todos ellos producen poder. ¿Qué pedirles, entonces, a los jóvenes kirchneristas, si “el poder ya está”?
No se trata, como señaló bien el periodista Martín Rodríguez, de reclamarles que “corran por izquierda” al gobierno, en buena medida porque el gobierno ya ha dado muestras de su voluntad de impulsar una agenda de políticas transformadoras sin la necesidad de un acicate que lo radicalice. Hacerlo, además, equivaldría a reproducir a destiempo la historia de los ’70: pedirles que hagan lo mismo que los Montoneros hicieron con Perón es absurdo, entre otras cosas porque los actos de diseño ultracontrolados y pensados para la transmisión televisiva no admiten a miles de jóvenes discutiendo con el líder, ni al líder echándolos de la Plaza.
Pero tampoco es cuestión de aceptar que el momento histórico cambió y que entonces la juventud kirchnerista debe insertarse mansamente en una maquinaria que ya anda sola. Su potencia militante es bienvenida y quedó demostrada en el acto en el Luna Park. Pero los jóvenes no pueden limitarse a empujar la maquinaria, aunque lo hagan con fuerza, y quizá deban comenzar a pensar en generar chirridos, aunque aún no sepamos cómo. Por eso creo que el riesgo más grande de la juventud kirchnerista no es la disputa con el líder; el riesgo es que su institucionalización comprima la voluntad creativa, la innovación y el ejercicio de la libertad, que son o deberían ser los grandes aportes de los jóvenes al “proyecto”.
No faltan antecedentes. A comienzos de los ’80, la Coordinadora, integrada por una generación brillante de militantes, acompañó a Raúl Alfonsín en sus muy transformadores primeros años en la presidencia; el líder radical los premió designándolos en puestos importantes, ministerios, secretarías, jefaturas de bloque. Con el tiempo se fueron oxidando, enredados en sus mil y una internas, al punto que ninguno de ellos logró superar el liderazgo del ex presidente, que por otra parte siempre se las arregló para situarse a su izquierda. Hace tiempo que dejaron de ser jóvenes y hoy son una colección de canosas promesas incumplidas. En este sentido, el riesgo de los jóvenes kirchneristas no es la expulsión de la Plaza, sino el ensimismamiento institucional, el achatamiento de sus pulsiones transformadoras y el encasillamiento burocrático; en suma, la imposibilidad de trascender al líder. Ninguno de ellos será Mario Firmenich, pero todavía tienen que demostrar que no se convertirán en Leopoldo Moreau o Federico Storani.
Si podrán hacerlo o no dependerá sobre todo de ellos, pero también de Cristina Kirchner y de quien asoma como el posible puente entre unos y otros: el vicepresidente electo Amado Boudou. Sus antecedentes de hombre de la noche, su paso por el CEMA y los modos actuales de su exposición pública (su moto y su guitarra) reenvían un poco a los ’90, igual que incursiones televisivas como la de Sábado Bus, un programa tan noventista como Ramón Hernández o las vacaciones en Miami. Pero al mismo tiempo hay que reconocer que Boudou acompañó de manera decidida las políticas oficiales, defendió incluso aquellas que podrían haberle resultado costosas en términos de imagen, como la disputa con Clarín, y es el autor intelectual de la nacionalización de las AFJP, decisión sobre la que descansa buena parte del esquema económico-social del kirchnerismo. Quizá fue al CEMA, pero lo bocharon y, en todo caso, un hombre siempre tiene derecho a cambiar, a ajustar su trayectoria de acuerdo con el signo de los tiempos, que es eso que siempre supo leer bien el peronismo: es en este sentido que Boudou es un peronista hecho y derecho.
Retomando el hilo del argumento, finalicemos señalando que la juventud kirchnerista tiene la oportunidad de liderar el ingreso al primer plano de la política de la tercera generación de la democracia recuperada, si la primera fue la de Alfonsín, Menem, Duhalde y De la Rúa, y la segunda la de los Kirchner, Macri, Carrió, Scioli. El desafío es administrar con inteligencia y al mismo tiempo con pasión el poder que se les ha concedido, mientras buscan la forma de generarlo y exploran nuevos estilos, ideas y vocabularios. Desprovista del tono sacrificial y las reminiscencias épicas que la teñían hace cuatro décadas, la política está cruzada hoy por la democracia, el pluralismo y el lenguaje de los derechos, que la organiza y regula. Si se escucha bien, es fácil comprobar que los jóvenes kirchneristas hablan esa lengua, porque la aprendieron de chicos y porque no cargan el peso de la experiencia de los ’70, que dobla las espaldas de muchos adultos, con sus recuerdos tan legítimos como cualquier recuerdo, pero a veces –es la impresión del autor de esta nota, que el lector adivinará treintañero– excesivamente presentes.
* Director de Le Monde Diplomatique, Edición Cono Sur, www.eldiplo.org
GB
Por José Natanson *
El acercamiento de un número creciente de jóvenes al kirchnerismo es un fenómeno que lleva ya unos años, aunque se hizo visible últimamente. Escribí la primera nota sobre el tema en este diario el 27 de septiembre de 2009, para advertir sobre una tendencia que se había ido desarrollando subterráneamente y en la cual, me parecía, el gobierno no había reparado lo suficiente. En la estela del conflicto del campo y la derrota electoral, el kirchnerismo había logrado consolidar una “minoría intensa” de respaldo, compuesta en buena medida, asombrosamente, por jóvenes. Después vinieron los festejos del Bicentenario, la muerte del ex presidente y la reelección de Cristina Kirchner, que le dieron visibilidad definitiva a todo el asunto.
¿Y qué hizo el kirchnerismo con este fenómeno nuevo? Lo mismo que había hecho tantas veces en el pasado con temas, ideas o proyectos que no formaban parte de su agenda: capturarlo y tratar de aprovecharlo al máximo, poniendo detrás todo el peso del Estado y toda la fuerza de su voluntad. Fue así como cada vez más kirchneristas sub-40 fueron designados o promovidos a puestos estratégicos, y fue así como la Presidenta intervino en la definición de las listas legislativas, ubicando en lugares expectables a un número inédito de jóvenes, y no renunció a ello ni siquiera cuando referentes provinciales de peso, como el pampeano Carlos Verna, amenazaron con un portazo.
Sin caer en los análisis que enfocan el tema desde el simplismo institucional, como si la influencia de una organización pudiera medirse sólo por el peso de las bancas o secretarías que controla (los famosos siete diputados de La Cámpora), creo que vale la pena ensayar una mirada que contemple las diferentes facetas de la idea de generar un recambio generacional promovido desde la cúpula misma del poder, para después considerar sus desafíos y sus límites.
Digamos primero que la apuesta tiene su lógica. Ubicar a jóvenes en lugares de decisión les permitirá foguearse en los rigores del día a día del gobierno para jugar más tarde en ligas mayores. En segundo lugar, y ya desde un punto de vista más electoral, conviene recordar que Cristina Kirchner tiene vedada la reelección y que por lo tanto debe comenzar a pensar en construir un sucesor diferente al que desde el primer día le querrá imponer el peronismo, sea Daniel Scioli o Juan Manuel Urtubey o José Manuel de la Sota. Una juventud consolidada y potente puede jugar un rol importante en la interna del PJ.
Pero también hay riesgos. El primero es inmediato, pero controlable: los posibles errores de jóvenes súbitamente catapultados a lugares institucionalmente muy relevantes y ultraexpuestos públicamente. En efecto, la falta de experiencia política o de gestión puede llevarlos a cometer equivocaciones, que serán explotadas no sólo por las fuerzas opositoras sino, lo que quizá resulte más peligroso, por el peronismo tradicional (los gobernadores como viejos vinagres verdugos de jóvenes desprovistos de peso territorial y atractivo electoral).
Pero me interesa sobre todo señalar un punto más profundo y potencialmente más conflictivo, que podría sintetizarse en una pregunta molesta: ¿qué le aporta la juventud kirchnerista al kirchnerismo? Como escribió Mario Margulis (La juventud es más que una palabra, Editorial Biblos), los jóvenes, por definición, se sienten lejos de la enfermedad y la muerte, lo que los provee de una sensación de invulnerabilidad y, a veces, de inmortalidad, con efectos de temeridad y arrojo que a menudo se reflejan en riesgos gratuitos y conductas autodestructivas (sobredosis, accidentes, excesos). Estamos generalizando, desde luego, pero podríamos formularlo así: aligerados de recuerdos de etapas que no vivieron, los jóvenes actúan despojados de las inseguridades y certezas que no sean las de sus propias vidas, sin esa prudencia adulta que es fruto del recuerdo y la experiencia. Por eso la juventud es esperanza, promesa, potencia y libertad en el sentido de un abanico grande de opciones abierto.
Desde el Mayo del 68 hasta las revueltas árabes, es evidente que los jóvenes son capaces de cambiar un estado de cosas, pero que encuentran más dificultades para convertir todo eso en una construcción de poder. La cuestión es que el kirchnerismo ya tiene el poder. Hasta el momento, los jóvenes cercanos al gobierno han demostrado su capacidad para administrar poder, pero no para producirlo: Cristina Kirchner, por supuesto; pero también Scioli, los intendentes del conurbano, José Luis Gioja y Gildo Insfrán, todos ellos producen poder. ¿Qué pedirles, entonces, a los jóvenes kirchneristas, si “el poder ya está”?
No se trata, como señaló bien el periodista Martín Rodríguez, de reclamarles que “corran por izquierda” al gobierno, en buena medida porque el gobierno ya ha dado muestras de su voluntad de impulsar una agenda de políticas transformadoras sin la necesidad de un acicate que lo radicalice. Hacerlo, además, equivaldría a reproducir a destiempo la historia de los ’70: pedirles que hagan lo mismo que los Montoneros hicieron con Perón es absurdo, entre otras cosas porque los actos de diseño ultracontrolados y pensados para la transmisión televisiva no admiten a miles de jóvenes discutiendo con el líder, ni al líder echándolos de la Plaza.
Pero tampoco es cuestión de aceptar que el momento histórico cambió y que entonces la juventud kirchnerista debe insertarse mansamente en una maquinaria que ya anda sola. Su potencia militante es bienvenida y quedó demostrada en el acto en el Luna Park. Pero los jóvenes no pueden limitarse a empujar la maquinaria, aunque lo hagan con fuerza, y quizá deban comenzar a pensar en generar chirridos, aunque aún no sepamos cómo. Por eso creo que el riesgo más grande de la juventud kirchnerista no es la disputa con el líder; el riesgo es que su institucionalización comprima la voluntad creativa, la innovación y el ejercicio de la libertad, que son o deberían ser los grandes aportes de los jóvenes al “proyecto”.
No faltan antecedentes. A comienzos de los ’80, la Coordinadora, integrada por una generación brillante de militantes, acompañó a Raúl Alfonsín en sus muy transformadores primeros años en la presidencia; el líder radical los premió designándolos en puestos importantes, ministerios, secretarías, jefaturas de bloque. Con el tiempo se fueron oxidando, enredados en sus mil y una internas, al punto que ninguno de ellos logró superar el liderazgo del ex presidente, que por otra parte siempre se las arregló para situarse a su izquierda. Hace tiempo que dejaron de ser jóvenes y hoy son una colección de canosas promesas incumplidas. En este sentido, el riesgo de los jóvenes kirchneristas no es la expulsión de la Plaza, sino el ensimismamiento institucional, el achatamiento de sus pulsiones transformadoras y el encasillamiento burocrático; en suma, la imposibilidad de trascender al líder. Ninguno de ellos será Mario Firmenich, pero todavía tienen que demostrar que no se convertirán en Leopoldo Moreau o Federico Storani.
Si podrán hacerlo o no dependerá sobre todo de ellos, pero también de Cristina Kirchner y de quien asoma como el posible puente entre unos y otros: el vicepresidente electo Amado Boudou. Sus antecedentes de hombre de la noche, su paso por el CEMA y los modos actuales de su exposición pública (su moto y su guitarra) reenvían un poco a los ’90, igual que incursiones televisivas como la de Sábado Bus, un programa tan noventista como Ramón Hernández o las vacaciones en Miami. Pero al mismo tiempo hay que reconocer que Boudou acompañó de manera decidida las políticas oficiales, defendió incluso aquellas que podrían haberle resultado costosas en términos de imagen, como la disputa con Clarín, y es el autor intelectual de la nacionalización de las AFJP, decisión sobre la que descansa buena parte del esquema económico-social del kirchnerismo. Quizá fue al CEMA, pero lo bocharon y, en todo caso, un hombre siempre tiene derecho a cambiar, a ajustar su trayectoria de acuerdo con el signo de los tiempos, que es eso que siempre supo leer bien el peronismo: es en este sentido que Boudou es un peronista hecho y derecho.
Retomando el hilo del argumento, finalicemos señalando que la juventud kirchnerista tiene la oportunidad de liderar el ingreso al primer plano de la política de la tercera generación de la democracia recuperada, si la primera fue la de Alfonsín, Menem, Duhalde y De la Rúa, y la segunda la de los Kirchner, Macri, Carrió, Scioli. El desafío es administrar con inteligencia y al mismo tiempo con pasión el poder que se les ha concedido, mientras buscan la forma de generarlo y exploran nuevos estilos, ideas y vocabularios. Desprovista del tono sacrificial y las reminiscencias épicas que la teñían hace cuatro décadas, la política está cruzada hoy por la democracia, el pluralismo y el lenguaje de los derechos, que la organiza y regula. Si se escucha bien, es fácil comprobar que los jóvenes kirchneristas hablan esa lengua, porque la aprendieron de chicos y porque no cargan el peso de la experiencia de los ’70, que dobla las espaldas de muchos adultos, con sus recuerdos tan legítimos como cualquier recuerdo, pero a veces –es la impresión del autor de esta nota, que el lector adivinará treintañero– excesivamente presentes.
* Director de Le Monde Diplomatique, Edición Cono Sur, www.eldiplo.org
GB
jueves, 10 de noviembre de 2011
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El valor de la victoria electoral de Cristina Fernández de Kirchner intentó e intenta ser diluido por sectores de una oposición resentida. La magnitud del triunfo sorprendió en las primarias y se profundizó en las presidenciales haciendo besar el piso a quienes intentaron construir una realidad ficticia desde los medios de comunicación. La vacuidad discursiva fue derrotada.
Más allá de los comentarios de “comunicólogos” al servicio de grupos económicos concentrados que pretendieron descargar culpas sobre sus otrora válidos candidatos, se puede analizar hoy que la elección popular de octubre escondió profundas razones que trascendieron el bienestar coyuntural.
La multiplicidad de factores que movilizaron a una amplia diversidad de sectores de la sociedad argentina detrás del fenómeno kirchnerista hay que rastrearlos desde la aparición en la escena política del ex presidente Néstor Kirchner. ¿Quién fue Néstor Kirchner? ¿Qué razones sustentaron la conversión de su figura política en el referente más importante de la historia reciente de la Argentina? ¿Fue Kirchner más que Perón? El Kirchnerismo, ¿es la síntesis superadora del viejo peronismo?
El peronismo como fenómeno social y político propiamente argentino, nació como movimiento revolucionario con la ruptura generada el 17 de octubre de 1945. Si tenemos en cuenta la argumentación de Daniel James , la confrontación de clases y la rebelión iconoclasta fue su origen. Sin duda alguna, Perón se convirtió en el conductor de aquel movimiento avalado por la clase trabajadora pero este apoyo nunca significó sumisión ni aceptación incondicional de la voluntad del líder. El viejo peronismo, como colectivo nacional y popular, si bien siempre mantuvo los aspectos transformadores de su matriz original, también supo pendular entre el impulso sedicioso de sus fundadores y los tintes conservadores del propio Perón.
La clase dominante tradicional de la Argentina, en representación de intereses económicos concentrados internos y externos, nunca pudo admitir que los “cabecitas negras” tuvieran derechos e intentó destruir al movimiento con el golpe militar de 1955. La dictadura que sobrevino, que se jactaba de volver al orden anterior donde “el hijo del basurero debía seguir siendo basurero”, hizo lo imposible para llevar adelante un proceso de “desperonización” forzada de la sociedad argentina. Fracasaron.
Lo que vino después compone páginas heroicas de los que nunca renunciaron a la lucha, como también las mayores tragedias vividas por nuestro pueblo.
La democracia recuperada de manera incipiente desde 1983, comenzó a brindar algo de claridad sobre la tenebrosa noche del Terrorismo de Estado. No era suficiente. Muchas asignaturas quedaban pendientes y la Memoria, la Verdad y la Justicia se convirtieron en banderas de lucha.
El neoliberalismo iniciado con la dictadura de 1976 siguió creciendo más allá de los intentos del primer gabinete económico de Raúl Alfonsín. Los radicales de “Renovación y Cambio” no pudieron con los poderes económicos y fueron arrojados del poder hacia el anonimato. La década posterior fue el auge de la deshumanización y el retraso. Fue la frutilla del postre preparado por el ministro Martínez de Hoz, fue lo que derivó en la peor crisis económica que se recuerde en la historia del país, la desesperación del 2001. De los vestigios de esta hecatombe, de sus represiones y sus muertos, surgió una voluntad decidida a hacerse cargo de lo que todo político tradicional escapaba, del “poder político”, no del gobierno sino del poder sustentado por el voto popular.
La figura de Néstor Kirchner asomó en el escenario de gobierno y rápidamente demostró que no era el muñequito de ningún enano con pretensiones de titiritero. Tenía una historia poco conocida por la sociedad pero prontamente demostró su experiencia militante. Junto a su compañera de la vida, formaron la segunda gran pareja política de nuestra historia. Su praxis política obtuvo resultados que sorprendieron, y sus decisiones en materia económica mostraron un giro completo respecto del tiempo anterior. El 25 de mayo de 2004 se produjo el “quiebre”, una ruptura promovida desde el gobierno y acompañada por múltiples sectores sociales. El Estado Argentino asume la responsabilidad histórica del Terrorismo de Estado, pide disculpas y promete memoria, verdad y justicia para una sociedad que todavía tenía abiertas las heridas de la dictadura. De allí en más, continuos hechos cercanos y conocidos hicieron evidente un rumbo y una meta que los “intereses económicos concentrados” visualizaron como peligrosa. La pugna por la hegemonía cultural se puso en marcha, la lucha continua en el presente y al parecer seguirá en el futuro, hay mucho por hacer, la inclusión y la igualdad se perciben más cercanas.
Por lo realizado en su única presidencia, ¿es Kirchner más que Perón? Las comparaciones suelen ser siempre odiosas y descontextualizadas. Dos momentos históricos diferentes marcaron el arribo al podio político de ambas personalidades. La favorable situación de 1946 desde la cual por vez primera se inició la distribución, y el infierno del 2003 producto de una situación que parecía irreversible y en donde había que sumar de nuevo para poder repartir. Un largo tiempo en que Perón jugó en la política nacional frente a una breve presencia de Néstor Kirchner en la escena pública nacional. Difícil ser objetivo cuando ambos fueron convertidos en símbolos y referentes indiscutibles del movimiento popular.
Como sostuvimos anteriormente, el “peronismo” no es un fenómeno fácil de entender. Siguiendo a Paul Ricoeur , sería mejor intentar comprender que entender los anómalos movimientos históricos, aunque en el caso particular de la identidad peronistaresulta complejo analizar su devenir dialéctico en donde pasaba de ser un movimiento revolucionario a parecer un partido conservador. Lo multifacético del peronismo intrigó a muchos y en ocasiones alegró a los sectores de la derecha más rancia y tradicionalmente conservadora. Ahora bien, en situaciones límites de nuestro devenir colectivo siempre afloró su veta original, su raíz revolucionaria, contestataria y transgresora. Este aspecto es el que mantuvo vivo al peronismo, y de esta esencia militante que resistió y luchó en las décadas del sesenta y setenta se compone el verdadero movimiento nacional y popular hoy expresado en el Kirchnerismo.
Néstor encarnó esa esencia desde el 2003. Rectificamos, ambos, Néstor y Cristina demostraron la voluntad necesaria, la fe y el coraje de “ponerse un país al hombro” y avanzar con la convicción de que el pueblo los acompañaría. El pueblo, no solo acompañó si no que se identificó con sus nuevos conductores. El “peronismo” como movimiento integrador de los sectores sociales, (como sostuvo Laclau ya devenido en la corriente “K”), volvió a mostrar su verdadero rostro, la transgresión, la transformación, la inclusión y el camino de la revolución cultural hacia la construcción de hegemonía. Esto hoy se denomina Kirchnerismo, y a esta altura de los hechos realizados y de las propuestas por concretarpodemos considerar que transitamos la fase superior del viejo peronismo. El Kirchnerismo es el peronismo del siglo XXI. Es la etapa superadora del viejo conflicto interno del movimiento peronista. Es la síntesis que deja como perimidos todos los vestigios de conservadorismo que todavía flotaban con el nombre peronista.
El presente, en el marco del segundo mandato presidencial, nos encuentra con una situación externa desfavorable. Confiamos en recordar coyunturas análogas como aquella de los comienzas de la segunda presidencia de Perón, a fin de idear tácticas adecuadas para superar las dificultades que puedan rebotar de la crisis global. El “fin estratégico” del renovado movimiento conducido por la voluntad y la claridad conceptual de Cristina Fernández, es “ir por todo”, por más justicia, por más igualdad, por el verdadero socialismo nacional en pos de la reivindicación del verdadero origen del peronismo.
GB, Agencia Paco Urondo.
Más allá de los comentarios de “comunicólogos” al servicio de grupos económicos concentrados que pretendieron descargar culpas sobre sus otrora válidos candidatos, se puede analizar hoy que la elección popular de octubre escondió profundas razones que trascendieron el bienestar coyuntural.
La multiplicidad de factores que movilizaron a una amplia diversidad de sectores de la sociedad argentina detrás del fenómeno kirchnerista hay que rastrearlos desde la aparición en la escena política del ex presidente Néstor Kirchner. ¿Quién fue Néstor Kirchner? ¿Qué razones sustentaron la conversión de su figura política en el referente más importante de la historia reciente de la Argentina? ¿Fue Kirchner más que Perón? El Kirchnerismo, ¿es la síntesis superadora del viejo peronismo?
El peronismo como fenómeno social y político propiamente argentino, nació como movimiento revolucionario con la ruptura generada el 17 de octubre de 1945. Si tenemos en cuenta la argumentación de Daniel James , la confrontación de clases y la rebelión iconoclasta fue su origen. Sin duda alguna, Perón se convirtió en el conductor de aquel movimiento avalado por la clase trabajadora pero este apoyo nunca significó sumisión ni aceptación incondicional de la voluntad del líder. El viejo peronismo, como colectivo nacional y popular, si bien siempre mantuvo los aspectos transformadores de su matriz original, también supo pendular entre el impulso sedicioso de sus fundadores y los tintes conservadores del propio Perón.
La clase dominante tradicional de la Argentina, en representación de intereses económicos concentrados internos y externos, nunca pudo admitir que los “cabecitas negras” tuvieran derechos e intentó destruir al movimiento con el golpe militar de 1955. La dictadura que sobrevino, que se jactaba de volver al orden anterior donde “el hijo del basurero debía seguir siendo basurero”, hizo lo imposible para llevar adelante un proceso de “desperonización” forzada de la sociedad argentina. Fracasaron.
Lo que vino después compone páginas heroicas de los que nunca renunciaron a la lucha, como también las mayores tragedias vividas por nuestro pueblo.
La democracia recuperada de manera incipiente desde 1983, comenzó a brindar algo de claridad sobre la tenebrosa noche del Terrorismo de Estado. No era suficiente. Muchas asignaturas quedaban pendientes y la Memoria, la Verdad y la Justicia se convirtieron en banderas de lucha.
El neoliberalismo iniciado con la dictadura de 1976 siguió creciendo más allá de los intentos del primer gabinete económico de Raúl Alfonsín. Los radicales de “Renovación y Cambio” no pudieron con los poderes económicos y fueron arrojados del poder hacia el anonimato. La década posterior fue el auge de la deshumanización y el retraso. Fue la frutilla del postre preparado por el ministro Martínez de Hoz, fue lo que derivó en la peor crisis económica que se recuerde en la historia del país, la desesperación del 2001. De los vestigios de esta hecatombe, de sus represiones y sus muertos, surgió una voluntad decidida a hacerse cargo de lo que todo político tradicional escapaba, del “poder político”, no del gobierno sino del poder sustentado por el voto popular.
La figura de Néstor Kirchner asomó en el escenario de gobierno y rápidamente demostró que no era el muñequito de ningún enano con pretensiones de titiritero. Tenía una historia poco conocida por la sociedad pero prontamente demostró su experiencia militante. Junto a su compañera de la vida, formaron la segunda gran pareja política de nuestra historia. Su praxis política obtuvo resultados que sorprendieron, y sus decisiones en materia económica mostraron un giro completo respecto del tiempo anterior. El 25 de mayo de 2004 se produjo el “quiebre”, una ruptura promovida desde el gobierno y acompañada por múltiples sectores sociales. El Estado Argentino asume la responsabilidad histórica del Terrorismo de Estado, pide disculpas y promete memoria, verdad y justicia para una sociedad que todavía tenía abiertas las heridas de la dictadura. De allí en más, continuos hechos cercanos y conocidos hicieron evidente un rumbo y una meta que los “intereses económicos concentrados” visualizaron como peligrosa. La pugna por la hegemonía cultural se puso en marcha, la lucha continua en el presente y al parecer seguirá en el futuro, hay mucho por hacer, la inclusión y la igualdad se perciben más cercanas.
Por lo realizado en su única presidencia, ¿es Kirchner más que Perón? Las comparaciones suelen ser siempre odiosas y descontextualizadas. Dos momentos históricos diferentes marcaron el arribo al podio político de ambas personalidades. La favorable situación de 1946 desde la cual por vez primera se inició la distribución, y el infierno del 2003 producto de una situación que parecía irreversible y en donde había que sumar de nuevo para poder repartir. Un largo tiempo en que Perón jugó en la política nacional frente a una breve presencia de Néstor Kirchner en la escena pública nacional. Difícil ser objetivo cuando ambos fueron convertidos en símbolos y referentes indiscutibles del movimiento popular.
Como sostuvimos anteriormente, el “peronismo” no es un fenómeno fácil de entender. Siguiendo a Paul Ricoeur , sería mejor intentar comprender que entender los anómalos movimientos históricos, aunque en el caso particular de la identidad peronistaresulta complejo analizar su devenir dialéctico en donde pasaba de ser un movimiento revolucionario a parecer un partido conservador. Lo multifacético del peronismo intrigó a muchos y en ocasiones alegró a los sectores de la derecha más rancia y tradicionalmente conservadora. Ahora bien, en situaciones límites de nuestro devenir colectivo siempre afloró su veta original, su raíz revolucionaria, contestataria y transgresora. Este aspecto es el que mantuvo vivo al peronismo, y de esta esencia militante que resistió y luchó en las décadas del sesenta y setenta se compone el verdadero movimiento nacional y popular hoy expresado en el Kirchnerismo.
Néstor encarnó esa esencia desde el 2003. Rectificamos, ambos, Néstor y Cristina demostraron la voluntad necesaria, la fe y el coraje de “ponerse un país al hombro” y avanzar con la convicción de que el pueblo los acompañaría. El pueblo, no solo acompañó si no que se identificó con sus nuevos conductores. El “peronismo” como movimiento integrador de los sectores sociales, (como sostuvo Laclau ya devenido en la corriente “K”), volvió a mostrar su verdadero rostro, la transgresión, la transformación, la inclusión y el camino de la revolución cultural hacia la construcción de hegemonía. Esto hoy se denomina Kirchnerismo, y a esta altura de los hechos realizados y de las propuestas por concretarpodemos considerar que transitamos la fase superior del viejo peronismo. El Kirchnerismo es el peronismo del siglo XXI. Es la etapa superadora del viejo conflicto interno del movimiento peronista. Es la síntesis que deja como perimidos todos los vestigios de conservadorismo que todavía flotaban con el nombre peronista.
El presente, en el marco del segundo mandato presidencial, nos encuentra con una situación externa desfavorable. Confiamos en recordar coyunturas análogas como aquella de los comienzas de la segunda presidencia de Perón, a fin de idear tácticas adecuadas para superar las dificultades que puedan rebotar de la crisis global. El “fin estratégico” del renovado movimiento conducido por la voluntad y la claridad conceptual de Cristina Fernández, es “ir por todo”, por más justicia, por más igualdad, por el verdadero socialismo nacional en pos de la reivindicación del verdadero origen del peronismo.
GB, Agencia Paco Urondo.
24 DE NOVIEMBRE DE 1944 EN LA CELEBRACION DEL PRIMER ANIVERSARIO DE LA CREACION DE LA SECRETARIA DE TRABAJO Y PREVISION.
"¿Puede censurarse el proceder de un gobierno porque interviene en el arreglo de las desinteligencias entre partes o dicta reglamentaciones para evitar nuevas causas de desinteligencias? ¿ No atiende con ello el deber constitucional de promover el bienestar general? ¿O es que se considera mas constitucional dejar las partes en libertad de acción para que, mientras una reduce la producción, la otra reduzca los salarios, y que de demasía en demasía se anarquicen los campos, fábricas, talleres y oficinas, arruinando el país y sumiéndolo en el caos?
Frente a estas interrogaciones, no puede haber duda alguna en el ánimo de nadie que de veras ame a su país. Entre el orden y la anarquía no cabe elección posible. Los trabajadores argentinos no quieren comprometer su porvenir ni el de sus hijos embanderándose en las huestes de la rebeldía social; quieren tan solo retribuciones dignas y asegurar su porvenir y el de sus hijos, como simple compensación a su trabajo honrado.
Nuestro plan de acción, para llegar a esta noble aspiración, es claro y limpio. Nuestro programa lo comparten todos los hombres de buena voluntad. Nuestras intenciones pueden ser juzgadas por nuestros propios actos. Nuestra política social, asentada sobre sólidos fundamentos, tiene ya delineadas con trazos firmes las nuevas realizaciones que paulatinamente se llevaran a cabo.
Tiende, ante todo, a cambiar la concepción materialista de la vida por la exaltación de los valores espirituales. Por esto aspira a elevar la cultura social. El Estado argentino no debe regatear esfuerzos ni sacrificios de ninguna clase para extender a todos los ámbitos de la Nación la enseñanza adecuadas para elevar la cultura de sus habitantes.
Todas las inteligencias han de poder orientarse hacia todas las direcciones del saberla fin de que puedan ser aprovechados los recursos naturales en al forma que reporte mayor utilidad economica, mayor bienestar individual y mayor prestigio colectivo.
Juan D. Perón.
24 de noviembre del año 1944.
Frente a estas interrogaciones, no puede haber duda alguna en el ánimo de nadie que de veras ame a su país. Entre el orden y la anarquía no cabe elección posible. Los trabajadores argentinos no quieren comprometer su porvenir ni el de sus hijos embanderándose en las huestes de la rebeldía social; quieren tan solo retribuciones dignas y asegurar su porvenir y el de sus hijos, como simple compensación a su trabajo honrado.
Nuestro plan de acción, para llegar a esta noble aspiración, es claro y limpio. Nuestro programa lo comparten todos los hombres de buena voluntad. Nuestras intenciones pueden ser juzgadas por nuestros propios actos. Nuestra política social, asentada sobre sólidos fundamentos, tiene ya delineadas con trazos firmes las nuevas realizaciones que paulatinamente se llevaran a cabo.
Tiende, ante todo, a cambiar la concepción materialista de la vida por la exaltación de los valores espirituales. Por esto aspira a elevar la cultura social. El Estado argentino no debe regatear esfuerzos ni sacrificios de ninguna clase para extender a todos los ámbitos de la Nación la enseñanza adecuadas para elevar la cultura de sus habitantes.
Todas las inteligencias han de poder orientarse hacia todas las direcciones del saberla fin de que puedan ser aprovechados los recursos naturales en al forma que reporte mayor utilidad economica, mayor bienestar individual y mayor prestigio colectivo.
Juan D. Perón.
24 de noviembre del año 1944.
lunes, 7 de noviembre de 2011
DEBATE: CAPARROS-VERBITSKY
El hambre y las mentiras de una década
Por Martín Caparros
Dentro de cien años, cuando ninguno de nosotros sea, cuando el mundo sea otro, los manuales de historia argentina –si es que sigue habiendo manuales, si sigue habiendo historia, si Argentina– incluirán, seguramente, diez o doce líneas sobre “la década de los doctores Kirchner”. Esas líneas empezarán por sorprenderse ante el tribalismo arcaizante de una esposa sucediendo a su esposo; dirán quizá que fue el apogeo de lo que alguien llamó la “política de la sangre”, ese período en que, a falta de ideas y proyectos que cohesionaran a sus militantes, los únicos vínculos firmes eran los del parentesco: ese retorno a las formas dinásticas.
También dirá –sobre todo dirá– que el peronismo de los años ‘00, encabezado por los doctores Kirchner, se dedicó más que nada a recomponer el aparato del Estado que el peronismo de los años ‘90, encabezado por el doctor Menem con la colaboración provincial de los doctores Kirchner, había desarmado. Dirá que los manuales no deben hacer juicios de intenciones, así que no se arriesgará a decir por qué los doctores Kirchner decidieron esa recomposición; ofrecerá un abanico de razones que van desde su convicción de que el Estado era la única herramienta para aminorar la desigualdad de las sociedades de esos años hasta la idea sibilina de que si uno va a gobernar un Estado le conviene que haya Estado –y apuntará que la razón verdadera debe estar en una mezcla de ambas y otras más.
El manual sin duda recordará que los doctores Kirchner llegaron al poder a la salida de una crisis –como casi todos los gobiernos argentinos– y que, inteligentemente, supieron escuchar sus gritos y desactivarlos: quitarles su potencial de verdadero cambio. Y que para adaptarse a los nuevos tiempos cambiaron su discurso privatizador de los noventas por uno levemente estatista, y cambiaron su desdén anterior de los derechos humanos por su reivindicación insistente. Y entonces quizá diga –es improbable, impropio de un manual, pero quién sabe– que los doctores usaron esos derechos humanos y la memoria mistificada de ciertas luchas setentistas para legitimar a un gobierno cuyo acción no tenía ninguna relación con esas ideas revolucionarias. Hasta podrá, quiza, citar la frase de un escritor ya entonces olvidado que solía decir que le parecía muy bien que el gobierno de los doctores Kirchner defendiera los derechos humanos de 1976 pero que hubiera preferido que defendieran los de 2011, y lo explicaba: que no sólo no defendían los derechos humanos básicos –a comer, educarse, curarse– sino tampoco los más específicos, porque durante sus gobiernos la cantidad de muertos por represiones y abusos policiales fue bastante extraordinaria.
(Y, a propósito de confusiones y discursos, quizá el manual recuerde –probablemente no– que hubo un breve período, tras la muerte del doctor Kirchner, en que los medios oficialistas insistieron en que “la juventud” se identificaba con el proyecto del difunto y su viuda. Pero si lo dijera diría que esa falacia empezó a desarmarse sólo unos meses más tarde, cuando, en las siguientes elecciones de la juventud más politizada, los estudiantes de la Universidad de Buenos Aires, las agrupaciones kirchneristas no pudieron ganar ni un solo centro de estudiantes –y su derrota dejó claro que la idea era perfectamente falsa.)
El manual irá cerrando el tema, pero es probable que antes cite una frase feliz de esos años: que el kirchnerismo fue un ejemplo infrecuente y fecundo de “épica posibilista” o “posibilismo épico”: que pocos movimientos políticos han sabido combinar tan bien la declamación de que son portadores de cambios decisivos con la justificación de que en realidad no pueden cambiar mucho porque bueno, así están las cosas, esto es muy complicado, miren de dónde veníamos.
Y apuntará, en muy pocas palabras, que esa retórica de cambio se apoyaba en comparaciones insistentes de sus cifras socioeconómicas con las cifras del peor momento de la crisis –y no con los números más normales de los años normales, y que eso es un viejo truco peronista. Y quizás hasta recuerde que los doctores decidieron prohibir cualquier cifra sobre la inflación y la pobreza que no fueran las oficiales: falsas, inverosímiles.
Para terminar, el manual subrayará lo que fue, junto con la recuperación de parte del Estado, lo más importante del período: el remate de la reconversión de la Argentina en un país agroexportador, que tantos problemas le traería más adelante. O, dicho de otro modo: la vuelta de la Argentina a su forma del año 1910, antes de que le dieran las veleidades industriales.
Y señalará la falla de un gobierno que tuvo, durante una década, tanto dinero fácil proveniente de las exportaciones agrícolas y no pensó en usar esa bonanza tan casual para construir una alternativa económica que subsistiese cuando la demanda de esos bienes primarios, tan dependiente de los mercados externos –no dirá “del apetito de los chanchos chinos”–, se cayera. Y concluirá, quizá, que era esperable: que la Argentina siempre se especializó en perder sus oportunidades.
Entonces terminará por preguntarse cómo fue que un gobierno que insistía tanto en que estaba “redistribuyendo la riqueza” fracasó justamente en ese punto: por qué llegó a los diez años de poder en un país enriquecido por las exportaciones y, sin embargo, a fines de su ciclo todavía quedaban en la Argentina diez millones de pobres, más que en los peores años del peor neoliberalismo menemista. O, si se pusieran dramáticos, cosa que un manual en general no hace: que cómo fue posible que en un país que producía tantos alimentos siguiera habiendo personas que se morían –literalmente– de hambre. En el manual estará la respuesta; en este artículo, la pregunta basta.
*************
En defensa de Kirchner
Por Horacio Vertbisky
La opinión de Martín Caparrós “El hambre y las mentiras de una década” es un conjunto de falsedades contra el proceso político más innovador que se haya verificado en la Argentina en los últimos cincuenta años. La reelección de Cristina Fernández de Kirchner con el porcentaje más alto desde que los argentinos eligen libremente a su líder y con la mayor diferencia que se recuerde con respecto a su principal adversario, indica que el juicio de Caparrós sobre los gobiernos que se sucedieron desde 2003 no se corresponde con el de sus compatriotas.
Pero quizás esto no le importe, dado que desde hace algunas elecciones Caparrós manifiesta su posición elitista con comentarios llenos de aristocrático desprecio hacia los electores. Hace dos semanas definió a la población indígena como “una especie protegida con el apoyo de la comunidad internacional, de las organizaciones no gubernamentales, de programas internacionales y de los medios”.
Lo cual sería sólo una conducta que desprecia lo que no entiende si no fuera por la superficial falsificación de los hechos y de los procesos en los que se basa. La presunta indiferencia de los Kirchner hacia los derechos humanos es sólo una proyección de lo que hace él, personaje emblemático de la izquierda de salón. Miembro como yo de la guerrilla peronista, después del exilio Caparrós publicó varios libros que exaltaban la militancia de los años setenta. Esta conducta duró hasta el 2003, cuando Néstor Kirchner, elegido presidente, reivindicó a esta generación pero no los métodos de la lucha armada, e hizo suyos los reclamos de memoria, verdad y justicia de las organizaciones que defienden los derechos humanos. Ahora que toda la sociedad argentina ha abrazado esta causa –doscientos militares han sido condenados y en los tribunales se habla sin eufemismos de la militancia de las víctimas– Caparrós se declara “harto de los años setenta”, con la indignación del dueño de casa que ve un intruso en su bello jardín. Cualquier causa que tenga la aprobación de la mayoría le parece sospechosa y para él nada valen los documentos –entre los cuales algunos discursos grabados en video en 1983– que muestran la coherencia de Néstor Kirchner al denunciar a la dictadura.
Las críticas de esta gauche divine son cada vez más parecidas a las de quienes defienden la represión dictatorial de la derecha. Caparrós sostiene que, mientras se ocuparon de los derechos humanos de 1976, los Kirchner ignoraron los de 2011 (como el hambre, la educación y la salud) y los abusos de la policía. Pero lo cierto es lo contrario: nunca se construyeron tantas escuelas y hospitales públicos ni se inaguraron tantas universidades suburbanas, ni el balance de la educación ha sido tan alto ni la mortalidad infantil y el analfabetismo tan bajo como en estos años. En 2004 Néstor Kirchner ordenó a la policía que no usara armas de fuego contra los manifestantes y despidió al jefe de la policía y el ministro del Interior que no querían obedecerlo. En 2010 Cristina Fernández relevó al jefe de policía que desobedeció estas instrucciones y creó un ministerio de Seguridad en el cual los principales responsables son civiles con antecedentes en la defensa de los derechos humanos.
La banalidad del pensamiento de Caparrós resulta evidente cuando escribe que “el fracaso de los grupos kirchneristas” en las elecciones estudiantiles de la Universidad de Buenos Aires ha revelado que los jóvenes no se identifican con Kirchner. Según el último censo de la población, en Argentina viven 11,3 millones de jóvenes entre los 17 y 34 años. En la Universidad de Buenos Aires los estudiantes de esta franja etaria son 300.000. Este 2,65 por ciento de la población pertenece a las clases más ricas de la población. Después de haber citado tantos años a Marx, Caparrós todavía no aprendió a sacar las conclusiones justas.
El escritor también sostiene que con Kirchner la Argentina ha vuelto “a ser conocida como un país agroexportador” como en los años del Centenario, “cuando no tenía veleidades industriales”. Teoría seductora pero falsa. En 2011, por primera vez en la historia argentina, los productos industriales encabezan las exportaciones del país: constituyen el 35 por ciento contra el 34 por ciento de los productos agrícolas.
Caparrós concluye que los Kirchner dejaron a la Argentina más pobre que el neoliberalismo de Menem. No es cierto. La pobreza ha sido reducida del 54 al 21 por ciento y la indigencia del 27 al 6 por ciento, según los datos de los institutos estadísticos provinciales. Ambos valores bajaron a los niveles de los años ochenta, igual que la desigualdad. En esta incesante marcha atrás todavía no llegamos a los años setenta, antes del golpe de 1976, cuando la desocupación y la pobreza estaban por debajo del 5 por ciento. Esta es la tarea por la cual 54 argentinos sobre 100 confiaron a Cristina Fernández el nuevo mandato que fastidia a los que son como Caparrós.
PD QUE AGREGAR A LA CEGUERA Y AL ODIO LANATTIANO DE caparros.
SI, SEGURO, LA DEFENSA DEL PERRO VERBITSKY A TANTA MENTIRA Y CIPAYISMO.
DE TODOS MODOS ES BUENO SEGUIR ATENTAMENTE QUE PIENSA LA DERECHA, PARA
MEJOR RESPONDER EN CADA AMBITO DONDE NOS TOQUE MILITAR.
Prof GB
feunte AGENDA DE REFLEXION.
Por Martín Caparros
Dentro de cien años, cuando ninguno de nosotros sea, cuando el mundo sea otro, los manuales de historia argentina –si es que sigue habiendo manuales, si sigue habiendo historia, si Argentina– incluirán, seguramente, diez o doce líneas sobre “la década de los doctores Kirchner”. Esas líneas empezarán por sorprenderse ante el tribalismo arcaizante de una esposa sucediendo a su esposo; dirán quizá que fue el apogeo de lo que alguien llamó la “política de la sangre”, ese período en que, a falta de ideas y proyectos que cohesionaran a sus militantes, los únicos vínculos firmes eran los del parentesco: ese retorno a las formas dinásticas.
También dirá –sobre todo dirá– que el peronismo de los años ‘00, encabezado por los doctores Kirchner, se dedicó más que nada a recomponer el aparato del Estado que el peronismo de los años ‘90, encabezado por el doctor Menem con la colaboración provincial de los doctores Kirchner, había desarmado. Dirá que los manuales no deben hacer juicios de intenciones, así que no se arriesgará a decir por qué los doctores Kirchner decidieron esa recomposición; ofrecerá un abanico de razones que van desde su convicción de que el Estado era la única herramienta para aminorar la desigualdad de las sociedades de esos años hasta la idea sibilina de que si uno va a gobernar un Estado le conviene que haya Estado –y apuntará que la razón verdadera debe estar en una mezcla de ambas y otras más.
El manual sin duda recordará que los doctores Kirchner llegaron al poder a la salida de una crisis –como casi todos los gobiernos argentinos– y que, inteligentemente, supieron escuchar sus gritos y desactivarlos: quitarles su potencial de verdadero cambio. Y que para adaptarse a los nuevos tiempos cambiaron su discurso privatizador de los noventas por uno levemente estatista, y cambiaron su desdén anterior de los derechos humanos por su reivindicación insistente. Y entonces quizá diga –es improbable, impropio de un manual, pero quién sabe– que los doctores usaron esos derechos humanos y la memoria mistificada de ciertas luchas setentistas para legitimar a un gobierno cuyo acción no tenía ninguna relación con esas ideas revolucionarias. Hasta podrá, quiza, citar la frase de un escritor ya entonces olvidado que solía decir que le parecía muy bien que el gobierno de los doctores Kirchner defendiera los derechos humanos de 1976 pero que hubiera preferido que defendieran los de 2011, y lo explicaba: que no sólo no defendían los derechos humanos básicos –a comer, educarse, curarse– sino tampoco los más específicos, porque durante sus gobiernos la cantidad de muertos por represiones y abusos policiales fue bastante extraordinaria.
(Y, a propósito de confusiones y discursos, quizá el manual recuerde –probablemente no– que hubo un breve período, tras la muerte del doctor Kirchner, en que los medios oficialistas insistieron en que “la juventud” se identificaba con el proyecto del difunto y su viuda. Pero si lo dijera diría que esa falacia empezó a desarmarse sólo unos meses más tarde, cuando, en las siguientes elecciones de la juventud más politizada, los estudiantes de la Universidad de Buenos Aires, las agrupaciones kirchneristas no pudieron ganar ni un solo centro de estudiantes –y su derrota dejó claro que la idea era perfectamente falsa.)
El manual irá cerrando el tema, pero es probable que antes cite una frase feliz de esos años: que el kirchnerismo fue un ejemplo infrecuente y fecundo de “épica posibilista” o “posibilismo épico”: que pocos movimientos políticos han sabido combinar tan bien la declamación de que son portadores de cambios decisivos con la justificación de que en realidad no pueden cambiar mucho porque bueno, así están las cosas, esto es muy complicado, miren de dónde veníamos.
Y apuntará, en muy pocas palabras, que esa retórica de cambio se apoyaba en comparaciones insistentes de sus cifras socioeconómicas con las cifras del peor momento de la crisis –y no con los números más normales de los años normales, y que eso es un viejo truco peronista. Y quizás hasta recuerde que los doctores decidieron prohibir cualquier cifra sobre la inflación y la pobreza que no fueran las oficiales: falsas, inverosímiles.
Para terminar, el manual subrayará lo que fue, junto con la recuperación de parte del Estado, lo más importante del período: el remate de la reconversión de la Argentina en un país agroexportador, que tantos problemas le traería más adelante. O, dicho de otro modo: la vuelta de la Argentina a su forma del año 1910, antes de que le dieran las veleidades industriales.
Y señalará la falla de un gobierno que tuvo, durante una década, tanto dinero fácil proveniente de las exportaciones agrícolas y no pensó en usar esa bonanza tan casual para construir una alternativa económica que subsistiese cuando la demanda de esos bienes primarios, tan dependiente de los mercados externos –no dirá “del apetito de los chanchos chinos”–, se cayera. Y concluirá, quizá, que era esperable: que la Argentina siempre se especializó en perder sus oportunidades.
Entonces terminará por preguntarse cómo fue que un gobierno que insistía tanto en que estaba “redistribuyendo la riqueza” fracasó justamente en ese punto: por qué llegó a los diez años de poder en un país enriquecido por las exportaciones y, sin embargo, a fines de su ciclo todavía quedaban en la Argentina diez millones de pobres, más que en los peores años del peor neoliberalismo menemista. O, si se pusieran dramáticos, cosa que un manual en general no hace: que cómo fue posible que en un país que producía tantos alimentos siguiera habiendo personas que se morían –literalmente– de hambre. En el manual estará la respuesta; en este artículo, la pregunta basta.
*************
En defensa de Kirchner
Por Horacio Vertbisky
La opinión de Martín Caparrós “El hambre y las mentiras de una década” es un conjunto de falsedades contra el proceso político más innovador que se haya verificado en la Argentina en los últimos cincuenta años. La reelección de Cristina Fernández de Kirchner con el porcentaje más alto desde que los argentinos eligen libremente a su líder y con la mayor diferencia que se recuerde con respecto a su principal adversario, indica que el juicio de Caparrós sobre los gobiernos que se sucedieron desde 2003 no se corresponde con el de sus compatriotas.
Pero quizás esto no le importe, dado que desde hace algunas elecciones Caparrós manifiesta su posición elitista con comentarios llenos de aristocrático desprecio hacia los electores. Hace dos semanas definió a la población indígena como “una especie protegida con el apoyo de la comunidad internacional, de las organizaciones no gubernamentales, de programas internacionales y de los medios”.
Lo cual sería sólo una conducta que desprecia lo que no entiende si no fuera por la superficial falsificación de los hechos y de los procesos en los que se basa. La presunta indiferencia de los Kirchner hacia los derechos humanos es sólo una proyección de lo que hace él, personaje emblemático de la izquierda de salón. Miembro como yo de la guerrilla peronista, después del exilio Caparrós publicó varios libros que exaltaban la militancia de los años setenta. Esta conducta duró hasta el 2003, cuando Néstor Kirchner, elegido presidente, reivindicó a esta generación pero no los métodos de la lucha armada, e hizo suyos los reclamos de memoria, verdad y justicia de las organizaciones que defienden los derechos humanos. Ahora que toda la sociedad argentina ha abrazado esta causa –doscientos militares han sido condenados y en los tribunales se habla sin eufemismos de la militancia de las víctimas– Caparrós se declara “harto de los años setenta”, con la indignación del dueño de casa que ve un intruso en su bello jardín. Cualquier causa que tenga la aprobación de la mayoría le parece sospechosa y para él nada valen los documentos –entre los cuales algunos discursos grabados en video en 1983– que muestran la coherencia de Néstor Kirchner al denunciar a la dictadura.
Las críticas de esta gauche divine son cada vez más parecidas a las de quienes defienden la represión dictatorial de la derecha. Caparrós sostiene que, mientras se ocuparon de los derechos humanos de 1976, los Kirchner ignoraron los de 2011 (como el hambre, la educación y la salud) y los abusos de la policía. Pero lo cierto es lo contrario: nunca se construyeron tantas escuelas y hospitales públicos ni se inaguraron tantas universidades suburbanas, ni el balance de la educación ha sido tan alto ni la mortalidad infantil y el analfabetismo tan bajo como en estos años. En 2004 Néstor Kirchner ordenó a la policía que no usara armas de fuego contra los manifestantes y despidió al jefe de la policía y el ministro del Interior que no querían obedecerlo. En 2010 Cristina Fernández relevó al jefe de policía que desobedeció estas instrucciones y creó un ministerio de Seguridad en el cual los principales responsables son civiles con antecedentes en la defensa de los derechos humanos.
La banalidad del pensamiento de Caparrós resulta evidente cuando escribe que “el fracaso de los grupos kirchneristas” en las elecciones estudiantiles de la Universidad de Buenos Aires ha revelado que los jóvenes no se identifican con Kirchner. Según el último censo de la población, en Argentina viven 11,3 millones de jóvenes entre los 17 y 34 años. En la Universidad de Buenos Aires los estudiantes de esta franja etaria son 300.000. Este 2,65 por ciento de la población pertenece a las clases más ricas de la población. Después de haber citado tantos años a Marx, Caparrós todavía no aprendió a sacar las conclusiones justas.
El escritor también sostiene que con Kirchner la Argentina ha vuelto “a ser conocida como un país agroexportador” como en los años del Centenario, “cuando no tenía veleidades industriales”. Teoría seductora pero falsa. En 2011, por primera vez en la historia argentina, los productos industriales encabezan las exportaciones del país: constituyen el 35 por ciento contra el 34 por ciento de los productos agrícolas.
Caparrós concluye que los Kirchner dejaron a la Argentina más pobre que el neoliberalismo de Menem. No es cierto. La pobreza ha sido reducida del 54 al 21 por ciento y la indigencia del 27 al 6 por ciento, según los datos de los institutos estadísticos provinciales. Ambos valores bajaron a los niveles de los años ochenta, igual que la desigualdad. En esta incesante marcha atrás todavía no llegamos a los años setenta, antes del golpe de 1976, cuando la desocupación y la pobreza estaban por debajo del 5 por ciento. Esta es la tarea por la cual 54 argentinos sobre 100 confiaron a Cristina Fernández el nuevo mandato que fastidia a los que son como Caparrós.
PD QUE AGREGAR A LA CEGUERA Y AL ODIO LANATTIANO DE caparros.
SI, SEGURO, LA DEFENSA DEL PERRO VERBITSKY A TANTA MENTIRA Y CIPAYISMO.
DE TODOS MODOS ES BUENO SEGUIR ATENTAMENTE QUE PIENSA LA DERECHA, PARA
MEJOR RESPONDER EN CADA AMBITO DONDE NOS TOQUE MILITAR.
Prof GB
feunte AGENDA DE REFLEXION.
CESAR MARCOS ATIZADOR DE FUEGOS, POR LILA PASTORIZA, ULTIMA PARTE
Sólo él, muy respetado, podía hacerlo. Hombre de consulta, nunca volverá a
embarcarse en alguna corriente interna. -Jugaba de gurú, precisa Alcira Argumedo, -gran francotirador, muy peronista pero muy crítico, era un referente de la sabiduría en el análisis político. Irredimible, seductor, desde su trono, un gran sillón de madera, contaba historias, que era su modo de enseñar a hacer cosas.
La relación con el Viejo no era fácil. -Sobre todo de entrada- Y mantenía siempre una cierta distancia pese a que cuando lograba armar un canal específico, de compinchería, de complicidades, el requerimiento era alto y uno súbitamente descubría una enorme proximidad, relata Abalo. Lo previo,
sin dudas, era el enganche afectivo.
-Después uno tenia que ser activo, pincharlo -anota Francisco Urioste-, y entonces aparecía el Viejo César en todo su esplendor, esa especie de filósofo o de Viejo Vizcacha. Sabía muchísimo pero nunca tiraba sus lecturas sobre la mesa. Después de años uno descubría ese infernal basamento en que sustentaba sus dichos.
Sin embargo, salvo para quienes lo trataron, fue un desconocido. Debe haber tan sólo un artículo firmado por él. Escribió muchos, libros incluso, pero para otros, y centenares de notas, anónimamente, en las publicaciones de la Resistencia, en De Frente. Siempre estuvo en segundo plano, jugando de atrás. ¿Por qué? Algunos lo atribuyen a una gran modestia y generosidad (-Se alegraba cuando triunfaba una orientación suya, no tenía envidias, dice Morales), otros, por el contrario, a su comodidad y a cierta indolencia.
Hay quienes enfatizan algún arrastre de la infancia (-se escondió siempre,
quizá por algún complejo, aventura Lagomarsino) y están los que, como Carlos Abalo, responsabilizan a su afán perfeccionista. -Era un cultor del perfeccionismo. Si su identidad aparecía comprometida, el nivel de exigencia le imposibilitaba escribir. César parece darle la razón. -Sólo me gusta escribir, hasta divertido y despreocupado, cuando no lo hago para mi -dice en una de sus cartas (…) pero expresarme por mí mismo me resulta como un parto interminable y dolorosamente difícil…
Sea como fuere, el resultado fue lo que todos anotan como su mayor déficit: no haber plasmado en una obra que quedara como testimonio objetivo, su enorme conocimiento del peronismo y de la historia.
César Marcos no es encasillable. Intransigente en lo ideológico, flexible políticamente, confió, más que nada, en los sectores populares. Creía que, pese a todo, les llegaría su hora. El detonante sería lo social. Era cuestión de tiempo. Había que esperar, y activamente. Armar redes con los mejores. Juntar cuadros, ideas, cuidar que no se apagaran las pequeñas luces. Atizar los fuegos, mantenerlos vivos. Eso, al fin y al cabo, fue lo que él hizo.
COOKE DE CARNE Y HUESO
John William Cooke moría el 19 de setiembre de 1968. Tenía 48 años. Tiempo después, en unas páginas inéditas, César Marcos intentará esbozar una semblanza del Bebe -tal como era. Molesto con cierta izquierda que armaba una leyenda falsa con pretensiones de bronce y de mármol, tratará de rescatar al hombre de carne, hueso y sangre con todas las debilidades y grandezas.
Marcos no escatima elogios a la actuación pública de Cooke. Lo describe como quien cumpliera -todos los papeles que puede desempeñar un político, salvo el de burócrata y resalta su rol de -teórico, ideólogo, doctrinario fundamental.
Pero también hablará del Bebe que él conoció, el de las escapadas, los poemas y las noches.
Dirá que era un gran bailarín de tango ( -bailaba tan bien que hacía olvidar su obesidad aplastante), -gran jugador de póker y buen jugador de cualquier juego, gran amigo de artistas y de reos y personajes de la noche… Y así, mano a mano en una mesa de fondín, frente a Luisito Dellepiane relataba Verlaine (…), como sabía recordar la musa del Negro Cele, (…) o escandía armoniosamente la límpida y fría belleza del Poema Conjetural.
Y lo evoca tal como lo recuerda, recibiendo a sus amigos en su casa de la calle. Santa Fe. -Completamente despreocupado de su atuendo, que recibía
permanentemente la ceniza inagotable de sus ininterrumpidos cigarrillos, sin embargo, pese a esto y a su gran físico, tenia una presencia agradable que emanaba de sus ojos claros y de su rostro risueño, blanco e infantil..
UNA RELACIÓN FECUNDA
En 1959 yo publiqué un trabajo económico que era muy duro con el peronismo. César, a quien no conocía, me hizo llamar por un compañero. Me dijo que algo tan crítico y que él no podía rebatir, tenía que haber sido escrito por un peronista. Como yo no lo era, quería conocerme. Así comenzó una relación fecunda, por momentos muy intensa (de verse todos los días) y en otros mucho más laxa. Discutíamos mucho y con un sistema: si discrepábamos en un punto, lo repensábamos, escribíamos y volvíamos a abordarlo. Y todo desde un gran afecto -mutuo- y con él instándome siempre a dar rienda suelta a lo que pensaba. Era un peronista en serio; decía que yo también lo era, sin saberlo, ya que criticaba todo lo criticable en el país, y ésa, según él, era función del peronismo. Habiendo tantas diferencias entre nosotros, me costaba a veces entender la base de ese vínculo tan profundo y próximo.
Residía sin duda en los puntos de compinchería que él establecía y desarrollaba: desde las pequeñas complicidades hasta el humor ácido e irónico, la pasión por la historia, la crítica al peronismo (que me hacía pagar con la suya a la izquierda). Esa relación fue única. Si supuso una enorme identidad, pese a las diferencias, fue porque las complicidades denotaban una lealtad mutua, y así el acervo común que se construyó venció todo lo disímil.
Por eso fue también una aventura. Ambos éramos conscientes de ello y nos divertía mucho.
César ocupa un lugar muy importante para mí. Lo recuerdo con muchísimo
cariño y siento que al no estar dejó un gran vacío. A veces pienso que ese
vacío sería menor si lo hubiese visto más en la última época. Pero es una
fantasía. Lo que siento es su enorme ausencia.
PROF GB FUENTE Agenda de reflexion.
domingo, 6 de noviembre de 2011
Juan Perón. Identidad
"Le ruego que haga llegar mi abrazo mas afectuoso a los compañeros que allí, con usted, comparten el honor del sacrificio por el pueblo. La canalla dictatorial podrá mentir cuanto quiera, pero nunca sus mentiras podrán tapar la verdad. Nosotros seremos siempre defensores del pueblo y ellos serÁn sus tiranos; nosotros somos los que luchamos por la justicia social y ellos los que han vuelto a la explotación de los trabajadores; nosotros hemmos sido los que arrojamos a los imperialistas y ellos los que los han introducido de nuevo; nosotros representamos el gobierno legal del pueblo, ellos son los usurpadores, asesinos y ladrones."
Correspondencia Perón-Cooke, 12 de junio de 1956.
Prof GB
Correspondencia Perón-Cooke, 12 de junio de 1956.
Prof GB
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