El valor de la victoria electoral de Cristina Fernández de Kirchner intentó e intenta ser diluido por sectores de una oposición resentida. La magnitud del triunfo sorprendió en las primarias y se profundizó en las presidenciales haciendo besar el piso a quienes intentaron construir una realidad ficticia desde los medios de comunicación. La vacuidad discursiva fue derrotada.
Más allá de los comentarios de “comunicólogos” al servicio de grupos económicos concentrados que pretendieron descargar culpas sobre sus otrora válidos candidatos, se puede analizar hoy que la elección popular de octubre escondió profundas razones que trascendieron el bienestar coyuntural.
La multiplicidad de factores que movilizaron a una amplia diversidad de sectores de la sociedad argentina detrás del fenómeno kirchnerista hay que rastrearlos desde la aparición en la escena política del ex presidente Néstor Kirchner. ¿Quién fue Néstor Kirchner? ¿Qué razones sustentaron la conversión de su figura política en el referente más importante de la historia reciente de la Argentina? ¿Fue Kirchner más que Perón? El Kirchnerismo, ¿es la síntesis superadora del viejo peronismo?
El peronismo como fenómeno social y político propiamente argentino, nació como movimiento revolucionario con la ruptura generada el 17 de octubre de 1945. Si tenemos en cuenta la argumentación de Daniel James , la confrontación de clases y la rebelión iconoclasta fue su origen. Sin duda alguna, Perón se convirtió en el conductor de aquel movimiento avalado por la clase trabajadora pero este apoyo nunca significó sumisión ni aceptación incondicional de la voluntad del líder. El viejo peronismo, como colectivo nacional y popular, si bien siempre mantuvo los aspectos transformadores de su matriz original, también supo pendular entre el impulso sedicioso de sus fundadores y los tintes conservadores del propio Perón.
La clase dominante tradicional de la Argentina, en representación de intereses económicos concentrados internos y externos, nunca pudo admitir que los “cabecitas negras” tuvieran derechos e intentó destruir al movimiento con el golpe militar de 1955. La dictadura que sobrevino, que se jactaba de volver al orden anterior donde “el hijo del basurero debía seguir siendo basurero”, hizo lo imposible para llevar adelante un proceso de “desperonización” forzada de la sociedad argentina. Fracasaron.
Lo que vino después compone páginas heroicas de los que nunca renunciaron a la lucha, como también las mayores tragedias vividas por nuestro pueblo.
La democracia recuperada de manera incipiente desde 1983, comenzó a brindar algo de claridad sobre la tenebrosa noche del Terrorismo de Estado. No era suficiente. Muchas asignaturas quedaban pendientes y la Memoria, la Verdad y la Justicia se convirtieron en banderas de lucha.
El neoliberalismo iniciado con la dictadura de 1976 siguió creciendo más allá de los intentos del primer gabinete económico de Raúl Alfonsín. Los radicales de “Renovación y Cambio” no pudieron con los poderes económicos y fueron arrojados del poder hacia el anonimato. La década posterior fue el auge de la deshumanización y el retraso. Fue la frutilla del postre preparado por el ministro Martínez de Hoz, fue lo que derivó en la peor crisis económica que se recuerde en la historia del país, la desesperación del 2001. De los vestigios de esta hecatombe, de sus represiones y sus muertos, surgió una voluntad decidida a hacerse cargo de lo que todo político tradicional escapaba, del “poder político”, no del gobierno sino del poder sustentado por el voto popular.
La figura de Néstor Kirchner asomó en el escenario de gobierno y rápidamente demostró que no era el muñequito de ningún enano con pretensiones de titiritero. Tenía una historia poco conocida por la sociedad pero prontamente demostró su experiencia militante. Junto a su compañera de la vida, formaron la segunda gran pareja política de nuestra historia. Su praxis política obtuvo resultados que sorprendieron, y sus decisiones en materia económica mostraron un giro completo respecto del tiempo anterior. El 25 de mayo de 2004 se produjo el “quiebre”, una ruptura promovida desde el gobierno y acompañada por múltiples sectores sociales. El Estado Argentino asume la responsabilidad histórica del Terrorismo de Estado, pide disculpas y promete memoria, verdad y justicia para una sociedad que todavía tenía abiertas las heridas de la dictadura. De allí en más, continuos hechos cercanos y conocidos hicieron evidente un rumbo y una meta que los “intereses económicos concentrados” visualizaron como peligrosa. La pugna por la hegemonía cultural se puso en marcha, la lucha continua en el presente y al parecer seguirá en el futuro, hay mucho por hacer, la inclusión y la igualdad se perciben más cercanas.
Por lo realizado en su única presidencia, ¿es Kirchner más que Perón? Las comparaciones suelen ser siempre odiosas y descontextualizadas. Dos momentos históricos diferentes marcaron el arribo al podio político de ambas personalidades. La favorable situación de 1946 desde la cual por vez primera se inició la distribución, y el infierno del 2003 producto de una situación que parecía irreversible y en donde había que sumar de nuevo para poder repartir. Un largo tiempo en que Perón jugó en la política nacional frente a una breve presencia de Néstor Kirchner en la escena pública nacional. Difícil ser objetivo cuando ambos fueron convertidos en símbolos y referentes indiscutibles del movimiento popular.
Como sostuvimos anteriormente, el “peronismo” no es un fenómeno fácil de entender. Siguiendo a Paul Ricoeur , sería mejor intentar comprender que entender los anómalos movimientos históricos, aunque en el caso particular de la identidad peronistaresulta complejo analizar su devenir dialéctico en donde pasaba de ser un movimiento revolucionario a parecer un partido conservador. Lo multifacético del peronismo intrigó a muchos y en ocasiones alegró a los sectores de la derecha más rancia y tradicionalmente conservadora. Ahora bien, en situaciones límites de nuestro devenir colectivo siempre afloró su veta original, su raíz revolucionaria, contestataria y transgresora. Este aspecto es el que mantuvo vivo al peronismo, y de esta esencia militante que resistió y luchó en las décadas del sesenta y setenta se compone el verdadero movimiento nacional y popular hoy expresado en el Kirchnerismo.
Néstor encarnó esa esencia desde el 2003. Rectificamos, ambos, Néstor y Cristina demostraron la voluntad necesaria, la fe y el coraje de “ponerse un país al hombro” y avanzar con la convicción de que el pueblo los acompañaría. El pueblo, no solo acompañó si no que se identificó con sus nuevos conductores. El “peronismo” como movimiento integrador de los sectores sociales, (como sostuvo Laclau ya devenido en la corriente “K”), volvió a mostrar su verdadero rostro, la transgresión, la transformación, la inclusión y el camino de la revolución cultural hacia la construcción de hegemonía. Esto hoy se denomina Kirchnerismo, y a esta altura de los hechos realizados y de las propuestas por concretarpodemos considerar que transitamos la fase superior del viejo peronismo. El Kirchnerismo es el peronismo del siglo XXI. Es la etapa superadora del viejo conflicto interno del movimiento peronista. Es la síntesis que deja como perimidos todos los vestigios de conservadorismo que todavía flotaban con el nombre peronista.
El presente, en el marco del segundo mandato presidencial, nos encuentra con una situación externa desfavorable. Confiamos en recordar coyunturas análogas como aquella de los comienzas de la segunda presidencia de Perón, a fin de idear tácticas adecuadas para superar las dificultades que puedan rebotar de la crisis global. El “fin estratégico” del renovado movimiento conducido por la voluntad y la claridad conceptual de Cristina Fernández, es “ir por todo”, por más justicia, por más igualdad, por el verdadero socialismo nacional en pos de la reivindicación del verdadero origen del peronismo.
GB, Agencia Paco Urondo.
jueves, 10 de noviembre de 2011
24 DE NOVIEMBRE DE 1944 EN LA CELEBRACION DEL PRIMER ANIVERSARIO DE LA CREACION DE LA SECRETARIA DE TRABAJO Y PREVISION.
"¿Puede censurarse el proceder de un gobierno porque interviene en el arreglo de las desinteligencias entre partes o dicta reglamentaciones para evitar nuevas causas de desinteligencias? ¿ No atiende con ello el deber constitucional de promover el bienestar general? ¿O es que se considera mas constitucional dejar las partes en libertad de acción para que, mientras una reduce la producción, la otra reduzca los salarios, y que de demasía en demasía se anarquicen los campos, fábricas, talleres y oficinas, arruinando el país y sumiéndolo en el caos?
Frente a estas interrogaciones, no puede haber duda alguna en el ánimo de nadie que de veras ame a su país. Entre el orden y la anarquía no cabe elección posible. Los trabajadores argentinos no quieren comprometer su porvenir ni el de sus hijos embanderándose en las huestes de la rebeldía social; quieren tan solo retribuciones dignas y asegurar su porvenir y el de sus hijos, como simple compensación a su trabajo honrado.
Nuestro plan de acción, para llegar a esta noble aspiración, es claro y limpio. Nuestro programa lo comparten todos los hombres de buena voluntad. Nuestras intenciones pueden ser juzgadas por nuestros propios actos. Nuestra política social, asentada sobre sólidos fundamentos, tiene ya delineadas con trazos firmes las nuevas realizaciones que paulatinamente se llevaran a cabo.
Tiende, ante todo, a cambiar la concepción materialista de la vida por la exaltación de los valores espirituales. Por esto aspira a elevar la cultura social. El Estado argentino no debe regatear esfuerzos ni sacrificios de ninguna clase para extender a todos los ámbitos de la Nación la enseñanza adecuadas para elevar la cultura de sus habitantes.
Todas las inteligencias han de poder orientarse hacia todas las direcciones del saberla fin de que puedan ser aprovechados los recursos naturales en al forma que reporte mayor utilidad economica, mayor bienestar individual y mayor prestigio colectivo.
Juan D. Perón.
24 de noviembre del año 1944.
Frente a estas interrogaciones, no puede haber duda alguna en el ánimo de nadie que de veras ame a su país. Entre el orden y la anarquía no cabe elección posible. Los trabajadores argentinos no quieren comprometer su porvenir ni el de sus hijos embanderándose en las huestes de la rebeldía social; quieren tan solo retribuciones dignas y asegurar su porvenir y el de sus hijos, como simple compensación a su trabajo honrado.
Nuestro plan de acción, para llegar a esta noble aspiración, es claro y limpio. Nuestro programa lo comparten todos los hombres de buena voluntad. Nuestras intenciones pueden ser juzgadas por nuestros propios actos. Nuestra política social, asentada sobre sólidos fundamentos, tiene ya delineadas con trazos firmes las nuevas realizaciones que paulatinamente se llevaran a cabo.
Tiende, ante todo, a cambiar la concepción materialista de la vida por la exaltación de los valores espirituales. Por esto aspira a elevar la cultura social. El Estado argentino no debe regatear esfuerzos ni sacrificios de ninguna clase para extender a todos los ámbitos de la Nación la enseñanza adecuadas para elevar la cultura de sus habitantes.
Todas las inteligencias han de poder orientarse hacia todas las direcciones del saberla fin de que puedan ser aprovechados los recursos naturales en al forma que reporte mayor utilidad economica, mayor bienestar individual y mayor prestigio colectivo.
Juan D. Perón.
24 de noviembre del año 1944.
lunes, 7 de noviembre de 2011
DEBATE: CAPARROS-VERBITSKY
El hambre y las mentiras de una década
Por Martín Caparros
Dentro de cien años, cuando ninguno de nosotros sea, cuando el mundo sea otro, los manuales de historia argentina –si es que sigue habiendo manuales, si sigue habiendo historia, si Argentina– incluirán, seguramente, diez o doce líneas sobre “la década de los doctores Kirchner”. Esas líneas empezarán por sorprenderse ante el tribalismo arcaizante de una esposa sucediendo a su esposo; dirán quizá que fue el apogeo de lo que alguien llamó la “política de la sangre”, ese período en que, a falta de ideas y proyectos que cohesionaran a sus militantes, los únicos vínculos firmes eran los del parentesco: ese retorno a las formas dinásticas.
También dirá –sobre todo dirá– que el peronismo de los años ‘00, encabezado por los doctores Kirchner, se dedicó más que nada a recomponer el aparato del Estado que el peronismo de los años ‘90, encabezado por el doctor Menem con la colaboración provincial de los doctores Kirchner, había desarmado. Dirá que los manuales no deben hacer juicios de intenciones, así que no se arriesgará a decir por qué los doctores Kirchner decidieron esa recomposición; ofrecerá un abanico de razones que van desde su convicción de que el Estado era la única herramienta para aminorar la desigualdad de las sociedades de esos años hasta la idea sibilina de que si uno va a gobernar un Estado le conviene que haya Estado –y apuntará que la razón verdadera debe estar en una mezcla de ambas y otras más.
El manual sin duda recordará que los doctores Kirchner llegaron al poder a la salida de una crisis –como casi todos los gobiernos argentinos– y que, inteligentemente, supieron escuchar sus gritos y desactivarlos: quitarles su potencial de verdadero cambio. Y que para adaptarse a los nuevos tiempos cambiaron su discurso privatizador de los noventas por uno levemente estatista, y cambiaron su desdén anterior de los derechos humanos por su reivindicación insistente. Y entonces quizá diga –es improbable, impropio de un manual, pero quién sabe– que los doctores usaron esos derechos humanos y la memoria mistificada de ciertas luchas setentistas para legitimar a un gobierno cuyo acción no tenía ninguna relación con esas ideas revolucionarias. Hasta podrá, quiza, citar la frase de un escritor ya entonces olvidado que solía decir que le parecía muy bien que el gobierno de los doctores Kirchner defendiera los derechos humanos de 1976 pero que hubiera preferido que defendieran los de 2011, y lo explicaba: que no sólo no defendían los derechos humanos básicos –a comer, educarse, curarse– sino tampoco los más específicos, porque durante sus gobiernos la cantidad de muertos por represiones y abusos policiales fue bastante extraordinaria.
(Y, a propósito de confusiones y discursos, quizá el manual recuerde –probablemente no– que hubo un breve período, tras la muerte del doctor Kirchner, en que los medios oficialistas insistieron en que “la juventud” se identificaba con el proyecto del difunto y su viuda. Pero si lo dijera diría que esa falacia empezó a desarmarse sólo unos meses más tarde, cuando, en las siguientes elecciones de la juventud más politizada, los estudiantes de la Universidad de Buenos Aires, las agrupaciones kirchneristas no pudieron ganar ni un solo centro de estudiantes –y su derrota dejó claro que la idea era perfectamente falsa.)
El manual irá cerrando el tema, pero es probable que antes cite una frase feliz de esos años: que el kirchnerismo fue un ejemplo infrecuente y fecundo de “épica posibilista” o “posibilismo épico”: que pocos movimientos políticos han sabido combinar tan bien la declamación de que son portadores de cambios decisivos con la justificación de que en realidad no pueden cambiar mucho porque bueno, así están las cosas, esto es muy complicado, miren de dónde veníamos.
Y apuntará, en muy pocas palabras, que esa retórica de cambio se apoyaba en comparaciones insistentes de sus cifras socioeconómicas con las cifras del peor momento de la crisis –y no con los números más normales de los años normales, y que eso es un viejo truco peronista. Y quizás hasta recuerde que los doctores decidieron prohibir cualquier cifra sobre la inflación y la pobreza que no fueran las oficiales: falsas, inverosímiles.
Para terminar, el manual subrayará lo que fue, junto con la recuperación de parte del Estado, lo más importante del período: el remate de la reconversión de la Argentina en un país agroexportador, que tantos problemas le traería más adelante. O, dicho de otro modo: la vuelta de la Argentina a su forma del año 1910, antes de que le dieran las veleidades industriales.
Y señalará la falla de un gobierno que tuvo, durante una década, tanto dinero fácil proveniente de las exportaciones agrícolas y no pensó en usar esa bonanza tan casual para construir una alternativa económica que subsistiese cuando la demanda de esos bienes primarios, tan dependiente de los mercados externos –no dirá “del apetito de los chanchos chinos”–, se cayera. Y concluirá, quizá, que era esperable: que la Argentina siempre se especializó en perder sus oportunidades.
Entonces terminará por preguntarse cómo fue que un gobierno que insistía tanto en que estaba “redistribuyendo la riqueza” fracasó justamente en ese punto: por qué llegó a los diez años de poder en un país enriquecido por las exportaciones y, sin embargo, a fines de su ciclo todavía quedaban en la Argentina diez millones de pobres, más que en los peores años del peor neoliberalismo menemista. O, si se pusieran dramáticos, cosa que un manual en general no hace: que cómo fue posible que en un país que producía tantos alimentos siguiera habiendo personas que se morían –literalmente– de hambre. En el manual estará la respuesta; en este artículo, la pregunta basta.
*************
En defensa de Kirchner
Por Horacio Vertbisky
La opinión de Martín Caparrós “El hambre y las mentiras de una década” es un conjunto de falsedades contra el proceso político más innovador que se haya verificado en la Argentina en los últimos cincuenta años. La reelección de Cristina Fernández de Kirchner con el porcentaje más alto desde que los argentinos eligen libremente a su líder y con la mayor diferencia que se recuerde con respecto a su principal adversario, indica que el juicio de Caparrós sobre los gobiernos que se sucedieron desde 2003 no se corresponde con el de sus compatriotas.
Pero quizás esto no le importe, dado que desde hace algunas elecciones Caparrós manifiesta su posición elitista con comentarios llenos de aristocrático desprecio hacia los electores. Hace dos semanas definió a la población indígena como “una especie protegida con el apoyo de la comunidad internacional, de las organizaciones no gubernamentales, de programas internacionales y de los medios”.
Lo cual sería sólo una conducta que desprecia lo que no entiende si no fuera por la superficial falsificación de los hechos y de los procesos en los que se basa. La presunta indiferencia de los Kirchner hacia los derechos humanos es sólo una proyección de lo que hace él, personaje emblemático de la izquierda de salón. Miembro como yo de la guerrilla peronista, después del exilio Caparrós publicó varios libros que exaltaban la militancia de los años setenta. Esta conducta duró hasta el 2003, cuando Néstor Kirchner, elegido presidente, reivindicó a esta generación pero no los métodos de la lucha armada, e hizo suyos los reclamos de memoria, verdad y justicia de las organizaciones que defienden los derechos humanos. Ahora que toda la sociedad argentina ha abrazado esta causa –doscientos militares han sido condenados y en los tribunales se habla sin eufemismos de la militancia de las víctimas– Caparrós se declara “harto de los años setenta”, con la indignación del dueño de casa que ve un intruso en su bello jardín. Cualquier causa que tenga la aprobación de la mayoría le parece sospechosa y para él nada valen los documentos –entre los cuales algunos discursos grabados en video en 1983– que muestran la coherencia de Néstor Kirchner al denunciar a la dictadura.
Las críticas de esta gauche divine son cada vez más parecidas a las de quienes defienden la represión dictatorial de la derecha. Caparrós sostiene que, mientras se ocuparon de los derechos humanos de 1976, los Kirchner ignoraron los de 2011 (como el hambre, la educación y la salud) y los abusos de la policía. Pero lo cierto es lo contrario: nunca se construyeron tantas escuelas y hospitales públicos ni se inaguraron tantas universidades suburbanas, ni el balance de la educación ha sido tan alto ni la mortalidad infantil y el analfabetismo tan bajo como en estos años. En 2004 Néstor Kirchner ordenó a la policía que no usara armas de fuego contra los manifestantes y despidió al jefe de la policía y el ministro del Interior que no querían obedecerlo. En 2010 Cristina Fernández relevó al jefe de policía que desobedeció estas instrucciones y creó un ministerio de Seguridad en el cual los principales responsables son civiles con antecedentes en la defensa de los derechos humanos.
La banalidad del pensamiento de Caparrós resulta evidente cuando escribe que “el fracaso de los grupos kirchneristas” en las elecciones estudiantiles de la Universidad de Buenos Aires ha revelado que los jóvenes no se identifican con Kirchner. Según el último censo de la población, en Argentina viven 11,3 millones de jóvenes entre los 17 y 34 años. En la Universidad de Buenos Aires los estudiantes de esta franja etaria son 300.000. Este 2,65 por ciento de la población pertenece a las clases más ricas de la población. Después de haber citado tantos años a Marx, Caparrós todavía no aprendió a sacar las conclusiones justas.
El escritor también sostiene que con Kirchner la Argentina ha vuelto “a ser conocida como un país agroexportador” como en los años del Centenario, “cuando no tenía veleidades industriales”. Teoría seductora pero falsa. En 2011, por primera vez en la historia argentina, los productos industriales encabezan las exportaciones del país: constituyen el 35 por ciento contra el 34 por ciento de los productos agrícolas.
Caparrós concluye que los Kirchner dejaron a la Argentina más pobre que el neoliberalismo de Menem. No es cierto. La pobreza ha sido reducida del 54 al 21 por ciento y la indigencia del 27 al 6 por ciento, según los datos de los institutos estadísticos provinciales. Ambos valores bajaron a los niveles de los años ochenta, igual que la desigualdad. En esta incesante marcha atrás todavía no llegamos a los años setenta, antes del golpe de 1976, cuando la desocupación y la pobreza estaban por debajo del 5 por ciento. Esta es la tarea por la cual 54 argentinos sobre 100 confiaron a Cristina Fernández el nuevo mandato que fastidia a los que son como Caparrós.
PD QUE AGREGAR A LA CEGUERA Y AL ODIO LANATTIANO DE caparros.
SI, SEGURO, LA DEFENSA DEL PERRO VERBITSKY A TANTA MENTIRA Y CIPAYISMO.
DE TODOS MODOS ES BUENO SEGUIR ATENTAMENTE QUE PIENSA LA DERECHA, PARA
MEJOR RESPONDER EN CADA AMBITO DONDE NOS TOQUE MILITAR.
Prof GB
feunte AGENDA DE REFLEXION.
Por Martín Caparros
Dentro de cien años, cuando ninguno de nosotros sea, cuando el mundo sea otro, los manuales de historia argentina –si es que sigue habiendo manuales, si sigue habiendo historia, si Argentina– incluirán, seguramente, diez o doce líneas sobre “la década de los doctores Kirchner”. Esas líneas empezarán por sorprenderse ante el tribalismo arcaizante de una esposa sucediendo a su esposo; dirán quizá que fue el apogeo de lo que alguien llamó la “política de la sangre”, ese período en que, a falta de ideas y proyectos que cohesionaran a sus militantes, los únicos vínculos firmes eran los del parentesco: ese retorno a las formas dinásticas.
También dirá –sobre todo dirá– que el peronismo de los años ‘00, encabezado por los doctores Kirchner, se dedicó más que nada a recomponer el aparato del Estado que el peronismo de los años ‘90, encabezado por el doctor Menem con la colaboración provincial de los doctores Kirchner, había desarmado. Dirá que los manuales no deben hacer juicios de intenciones, así que no se arriesgará a decir por qué los doctores Kirchner decidieron esa recomposición; ofrecerá un abanico de razones que van desde su convicción de que el Estado era la única herramienta para aminorar la desigualdad de las sociedades de esos años hasta la idea sibilina de que si uno va a gobernar un Estado le conviene que haya Estado –y apuntará que la razón verdadera debe estar en una mezcla de ambas y otras más.
El manual sin duda recordará que los doctores Kirchner llegaron al poder a la salida de una crisis –como casi todos los gobiernos argentinos– y que, inteligentemente, supieron escuchar sus gritos y desactivarlos: quitarles su potencial de verdadero cambio. Y que para adaptarse a los nuevos tiempos cambiaron su discurso privatizador de los noventas por uno levemente estatista, y cambiaron su desdén anterior de los derechos humanos por su reivindicación insistente. Y entonces quizá diga –es improbable, impropio de un manual, pero quién sabe– que los doctores usaron esos derechos humanos y la memoria mistificada de ciertas luchas setentistas para legitimar a un gobierno cuyo acción no tenía ninguna relación con esas ideas revolucionarias. Hasta podrá, quiza, citar la frase de un escritor ya entonces olvidado que solía decir que le parecía muy bien que el gobierno de los doctores Kirchner defendiera los derechos humanos de 1976 pero que hubiera preferido que defendieran los de 2011, y lo explicaba: que no sólo no defendían los derechos humanos básicos –a comer, educarse, curarse– sino tampoco los más específicos, porque durante sus gobiernos la cantidad de muertos por represiones y abusos policiales fue bastante extraordinaria.
(Y, a propósito de confusiones y discursos, quizá el manual recuerde –probablemente no– que hubo un breve período, tras la muerte del doctor Kirchner, en que los medios oficialistas insistieron en que “la juventud” se identificaba con el proyecto del difunto y su viuda. Pero si lo dijera diría que esa falacia empezó a desarmarse sólo unos meses más tarde, cuando, en las siguientes elecciones de la juventud más politizada, los estudiantes de la Universidad de Buenos Aires, las agrupaciones kirchneristas no pudieron ganar ni un solo centro de estudiantes –y su derrota dejó claro que la idea era perfectamente falsa.)
El manual irá cerrando el tema, pero es probable que antes cite una frase feliz de esos años: que el kirchnerismo fue un ejemplo infrecuente y fecundo de “épica posibilista” o “posibilismo épico”: que pocos movimientos políticos han sabido combinar tan bien la declamación de que son portadores de cambios decisivos con la justificación de que en realidad no pueden cambiar mucho porque bueno, así están las cosas, esto es muy complicado, miren de dónde veníamos.
Y apuntará, en muy pocas palabras, que esa retórica de cambio se apoyaba en comparaciones insistentes de sus cifras socioeconómicas con las cifras del peor momento de la crisis –y no con los números más normales de los años normales, y que eso es un viejo truco peronista. Y quizás hasta recuerde que los doctores decidieron prohibir cualquier cifra sobre la inflación y la pobreza que no fueran las oficiales: falsas, inverosímiles.
Para terminar, el manual subrayará lo que fue, junto con la recuperación de parte del Estado, lo más importante del período: el remate de la reconversión de la Argentina en un país agroexportador, que tantos problemas le traería más adelante. O, dicho de otro modo: la vuelta de la Argentina a su forma del año 1910, antes de que le dieran las veleidades industriales.
Y señalará la falla de un gobierno que tuvo, durante una década, tanto dinero fácil proveniente de las exportaciones agrícolas y no pensó en usar esa bonanza tan casual para construir una alternativa económica que subsistiese cuando la demanda de esos bienes primarios, tan dependiente de los mercados externos –no dirá “del apetito de los chanchos chinos”–, se cayera. Y concluirá, quizá, que era esperable: que la Argentina siempre se especializó en perder sus oportunidades.
Entonces terminará por preguntarse cómo fue que un gobierno que insistía tanto en que estaba “redistribuyendo la riqueza” fracasó justamente en ese punto: por qué llegó a los diez años de poder en un país enriquecido por las exportaciones y, sin embargo, a fines de su ciclo todavía quedaban en la Argentina diez millones de pobres, más que en los peores años del peor neoliberalismo menemista. O, si se pusieran dramáticos, cosa que un manual en general no hace: que cómo fue posible que en un país que producía tantos alimentos siguiera habiendo personas que se morían –literalmente– de hambre. En el manual estará la respuesta; en este artículo, la pregunta basta.
*************
En defensa de Kirchner
Por Horacio Vertbisky
La opinión de Martín Caparrós “El hambre y las mentiras de una década” es un conjunto de falsedades contra el proceso político más innovador que se haya verificado en la Argentina en los últimos cincuenta años. La reelección de Cristina Fernández de Kirchner con el porcentaje más alto desde que los argentinos eligen libremente a su líder y con la mayor diferencia que se recuerde con respecto a su principal adversario, indica que el juicio de Caparrós sobre los gobiernos que se sucedieron desde 2003 no se corresponde con el de sus compatriotas.
Pero quizás esto no le importe, dado que desde hace algunas elecciones Caparrós manifiesta su posición elitista con comentarios llenos de aristocrático desprecio hacia los electores. Hace dos semanas definió a la población indígena como “una especie protegida con el apoyo de la comunidad internacional, de las organizaciones no gubernamentales, de programas internacionales y de los medios”.
Lo cual sería sólo una conducta que desprecia lo que no entiende si no fuera por la superficial falsificación de los hechos y de los procesos en los que se basa. La presunta indiferencia de los Kirchner hacia los derechos humanos es sólo una proyección de lo que hace él, personaje emblemático de la izquierda de salón. Miembro como yo de la guerrilla peronista, después del exilio Caparrós publicó varios libros que exaltaban la militancia de los años setenta. Esta conducta duró hasta el 2003, cuando Néstor Kirchner, elegido presidente, reivindicó a esta generación pero no los métodos de la lucha armada, e hizo suyos los reclamos de memoria, verdad y justicia de las organizaciones que defienden los derechos humanos. Ahora que toda la sociedad argentina ha abrazado esta causa –doscientos militares han sido condenados y en los tribunales se habla sin eufemismos de la militancia de las víctimas– Caparrós se declara “harto de los años setenta”, con la indignación del dueño de casa que ve un intruso en su bello jardín. Cualquier causa que tenga la aprobación de la mayoría le parece sospechosa y para él nada valen los documentos –entre los cuales algunos discursos grabados en video en 1983– que muestran la coherencia de Néstor Kirchner al denunciar a la dictadura.
Las críticas de esta gauche divine son cada vez más parecidas a las de quienes defienden la represión dictatorial de la derecha. Caparrós sostiene que, mientras se ocuparon de los derechos humanos de 1976, los Kirchner ignoraron los de 2011 (como el hambre, la educación y la salud) y los abusos de la policía. Pero lo cierto es lo contrario: nunca se construyeron tantas escuelas y hospitales públicos ni se inaguraron tantas universidades suburbanas, ni el balance de la educación ha sido tan alto ni la mortalidad infantil y el analfabetismo tan bajo como en estos años. En 2004 Néstor Kirchner ordenó a la policía que no usara armas de fuego contra los manifestantes y despidió al jefe de la policía y el ministro del Interior que no querían obedecerlo. En 2010 Cristina Fernández relevó al jefe de policía que desobedeció estas instrucciones y creó un ministerio de Seguridad en el cual los principales responsables son civiles con antecedentes en la defensa de los derechos humanos.
La banalidad del pensamiento de Caparrós resulta evidente cuando escribe que “el fracaso de los grupos kirchneristas” en las elecciones estudiantiles de la Universidad de Buenos Aires ha revelado que los jóvenes no se identifican con Kirchner. Según el último censo de la población, en Argentina viven 11,3 millones de jóvenes entre los 17 y 34 años. En la Universidad de Buenos Aires los estudiantes de esta franja etaria son 300.000. Este 2,65 por ciento de la población pertenece a las clases más ricas de la población. Después de haber citado tantos años a Marx, Caparrós todavía no aprendió a sacar las conclusiones justas.
El escritor también sostiene que con Kirchner la Argentina ha vuelto “a ser conocida como un país agroexportador” como en los años del Centenario, “cuando no tenía veleidades industriales”. Teoría seductora pero falsa. En 2011, por primera vez en la historia argentina, los productos industriales encabezan las exportaciones del país: constituyen el 35 por ciento contra el 34 por ciento de los productos agrícolas.
Caparrós concluye que los Kirchner dejaron a la Argentina más pobre que el neoliberalismo de Menem. No es cierto. La pobreza ha sido reducida del 54 al 21 por ciento y la indigencia del 27 al 6 por ciento, según los datos de los institutos estadísticos provinciales. Ambos valores bajaron a los niveles de los años ochenta, igual que la desigualdad. En esta incesante marcha atrás todavía no llegamos a los años setenta, antes del golpe de 1976, cuando la desocupación y la pobreza estaban por debajo del 5 por ciento. Esta es la tarea por la cual 54 argentinos sobre 100 confiaron a Cristina Fernández el nuevo mandato que fastidia a los que son como Caparrós.
PD QUE AGREGAR A LA CEGUERA Y AL ODIO LANATTIANO DE caparros.
SI, SEGURO, LA DEFENSA DEL PERRO VERBITSKY A TANTA MENTIRA Y CIPAYISMO.
DE TODOS MODOS ES BUENO SEGUIR ATENTAMENTE QUE PIENSA LA DERECHA, PARA
MEJOR RESPONDER EN CADA AMBITO DONDE NOS TOQUE MILITAR.
Prof GB
feunte AGENDA DE REFLEXION.
CESAR MARCOS ATIZADOR DE FUEGOS, POR LILA PASTORIZA, ULTIMA PARTE
Sólo él, muy respetado, podía hacerlo. Hombre de consulta, nunca volverá a
embarcarse en alguna corriente interna. -Jugaba de gurú, precisa Alcira Argumedo, -gran francotirador, muy peronista pero muy crítico, era un referente de la sabiduría en el análisis político. Irredimible, seductor, desde su trono, un gran sillón de madera, contaba historias, que era su modo de enseñar a hacer cosas.
La relación con el Viejo no era fácil. -Sobre todo de entrada- Y mantenía siempre una cierta distancia pese a que cuando lograba armar un canal específico, de compinchería, de complicidades, el requerimiento era alto y uno súbitamente descubría una enorme proximidad, relata Abalo. Lo previo,
sin dudas, era el enganche afectivo.
-Después uno tenia que ser activo, pincharlo -anota Francisco Urioste-, y entonces aparecía el Viejo César en todo su esplendor, esa especie de filósofo o de Viejo Vizcacha. Sabía muchísimo pero nunca tiraba sus lecturas sobre la mesa. Después de años uno descubría ese infernal basamento en que sustentaba sus dichos.
Sin embargo, salvo para quienes lo trataron, fue un desconocido. Debe haber tan sólo un artículo firmado por él. Escribió muchos, libros incluso, pero para otros, y centenares de notas, anónimamente, en las publicaciones de la Resistencia, en De Frente. Siempre estuvo en segundo plano, jugando de atrás. ¿Por qué? Algunos lo atribuyen a una gran modestia y generosidad (-Se alegraba cuando triunfaba una orientación suya, no tenía envidias, dice Morales), otros, por el contrario, a su comodidad y a cierta indolencia.
Hay quienes enfatizan algún arrastre de la infancia (-se escondió siempre,
quizá por algún complejo, aventura Lagomarsino) y están los que, como Carlos Abalo, responsabilizan a su afán perfeccionista. -Era un cultor del perfeccionismo. Si su identidad aparecía comprometida, el nivel de exigencia le imposibilitaba escribir. César parece darle la razón. -Sólo me gusta escribir, hasta divertido y despreocupado, cuando no lo hago para mi -dice en una de sus cartas (…) pero expresarme por mí mismo me resulta como un parto interminable y dolorosamente difícil…
Sea como fuere, el resultado fue lo que todos anotan como su mayor déficit: no haber plasmado en una obra que quedara como testimonio objetivo, su enorme conocimiento del peronismo y de la historia.
César Marcos no es encasillable. Intransigente en lo ideológico, flexible políticamente, confió, más que nada, en los sectores populares. Creía que, pese a todo, les llegaría su hora. El detonante sería lo social. Era cuestión de tiempo. Había que esperar, y activamente. Armar redes con los mejores. Juntar cuadros, ideas, cuidar que no se apagaran las pequeñas luces. Atizar los fuegos, mantenerlos vivos. Eso, al fin y al cabo, fue lo que él hizo.
COOKE DE CARNE Y HUESO
John William Cooke moría el 19 de setiembre de 1968. Tenía 48 años. Tiempo después, en unas páginas inéditas, César Marcos intentará esbozar una semblanza del Bebe -tal como era. Molesto con cierta izquierda que armaba una leyenda falsa con pretensiones de bronce y de mármol, tratará de rescatar al hombre de carne, hueso y sangre con todas las debilidades y grandezas.
Marcos no escatima elogios a la actuación pública de Cooke. Lo describe como quien cumpliera -todos los papeles que puede desempeñar un político, salvo el de burócrata y resalta su rol de -teórico, ideólogo, doctrinario fundamental.
Pero también hablará del Bebe que él conoció, el de las escapadas, los poemas y las noches.
Dirá que era un gran bailarín de tango ( -bailaba tan bien que hacía olvidar su obesidad aplastante), -gran jugador de póker y buen jugador de cualquier juego, gran amigo de artistas y de reos y personajes de la noche… Y así, mano a mano en una mesa de fondín, frente a Luisito Dellepiane relataba Verlaine (…), como sabía recordar la musa del Negro Cele, (…) o escandía armoniosamente la límpida y fría belleza del Poema Conjetural.
Y lo evoca tal como lo recuerda, recibiendo a sus amigos en su casa de la calle. Santa Fe. -Completamente despreocupado de su atuendo, que recibía
permanentemente la ceniza inagotable de sus ininterrumpidos cigarrillos, sin embargo, pese a esto y a su gran físico, tenia una presencia agradable que emanaba de sus ojos claros y de su rostro risueño, blanco e infantil..
UNA RELACIÓN FECUNDA
En 1959 yo publiqué un trabajo económico que era muy duro con el peronismo. César, a quien no conocía, me hizo llamar por un compañero. Me dijo que algo tan crítico y que él no podía rebatir, tenía que haber sido escrito por un peronista. Como yo no lo era, quería conocerme. Así comenzó una relación fecunda, por momentos muy intensa (de verse todos los días) y en otros mucho más laxa. Discutíamos mucho y con un sistema: si discrepábamos en un punto, lo repensábamos, escribíamos y volvíamos a abordarlo. Y todo desde un gran afecto -mutuo- y con él instándome siempre a dar rienda suelta a lo que pensaba. Era un peronista en serio; decía que yo también lo era, sin saberlo, ya que criticaba todo lo criticable en el país, y ésa, según él, era función del peronismo. Habiendo tantas diferencias entre nosotros, me costaba a veces entender la base de ese vínculo tan profundo y próximo.
Residía sin duda en los puntos de compinchería que él establecía y desarrollaba: desde las pequeñas complicidades hasta el humor ácido e irónico, la pasión por la historia, la crítica al peronismo (que me hacía pagar con la suya a la izquierda). Esa relación fue única. Si supuso una enorme identidad, pese a las diferencias, fue porque las complicidades denotaban una lealtad mutua, y así el acervo común que se construyó venció todo lo disímil.
Por eso fue también una aventura. Ambos éramos conscientes de ello y nos divertía mucho.
César ocupa un lugar muy importante para mí. Lo recuerdo con muchísimo
cariño y siento que al no estar dejó un gran vacío. A veces pienso que ese
vacío sería menor si lo hubiese visto más en la última época. Pero es una
fantasía. Lo que siento es su enorme ausencia.
PROF GB FUENTE Agenda de reflexion.
domingo, 6 de noviembre de 2011
Juan Perón. Identidad
"Le ruego que haga llegar mi abrazo mas afectuoso a los compañeros que allí, con usted, comparten el honor del sacrificio por el pueblo. La canalla dictatorial podrá mentir cuanto quiera, pero nunca sus mentiras podrán tapar la verdad. Nosotros seremos siempre defensores del pueblo y ellos serÁn sus tiranos; nosotros somos los que luchamos por la justicia social y ellos los que han vuelto a la explotación de los trabajadores; nosotros hemmos sido los que arrojamos a los imperialistas y ellos los que los han introducido de nuevo; nosotros representamos el gobierno legal del pueblo, ellos son los usurpadores, asesinos y ladrones."
Correspondencia Perón-Cooke, 12 de junio de 1956.
Prof GB
Correspondencia Perón-Cooke, 12 de junio de 1956.
Prof GB
12 de Agosto, Identidad.
12 de Agosto de 1806 – Reconquista de Buenos Aires.
Rendido Beresford en forma incondicional (“a discreción”, dice el acta del Cabildo), el mismo día 12 de agosto Liniers le comunica que sería canjeado por el virrey Abascal, del Perú, a quien se creía en Buenos Aires prisionero de los ingleses. El general inglés es alojado en la casa de Félix de Casamayor, amigo y contertulio del espía inglés James Florence Burke y presumiblemente miembro de la logia “Hijos de Hiram”, creada por Burke y el portugués Juan Silva Cordeiro (otro informante británico) y que funcionara en la posada de los Tres Reyes (actualmente la esquina noreste de 25 de Mayo y Rivadavia, en Buenos Aires, edificio del SIDE). Mientras tanto las autoridades resolvían el destino final de los prisioneros británicos. La residencia de Casamayor era punto de reunión y prestigiosa vida social, a la que concurrían ingleses y españoles, las damas principales y en la que se daban sonadas fiestas. Aquí se realiza el primer acto de la conjura a favor de Beresford, pero esta vez interviene en las acciones, para asegurar el éxito, el más seguro agente británico de ese momento: Ana Périchon Vandeuil de O’Gormann, amante del reconquistador y héroe triunfante, Santiago de Liniers.
Los primeros pasos de la comedia, que finalizaría a bordo del buque británico Charwell 8 meses después, se inician en los salones elegantes de Casamayor. Veamos el procedimiento:
“El ilustre prisionero decía que la severidad de las leyes inglesas era tal que consideraba cortada su carrera para siempre, y como la paz con España había de hacerse más o menos tarde, tendría que responder en un consejo de guerra por haberse rendido a discreción o sin pacto alguno que salvase, siquiera, las apariencias y situación de la que ningún soldado inglés había salido con vida y sin infamia. Fingiéndose poco a poco preocupado y caviloso con tan crueles presentimientos, comenzó a negarse a ir al salón de las visitas, donde se jugaba y donde todos le reclamaban; se encerraba en su aposento y permanecía a oscuras la noche entera. Hasta que el mismo Liniers, instado por Casamayor y por las damas del círculo, le insinuó que para el caso extremo que temía, se le podía dar una capitulación fingida, que no debía figurar sino después de la paz y para el caso que fuera sometido a juicio. Sin reflexionar bien lo que hacía y arrastrado por el interés con que miraba a su prisionero, Liniers le otorgó el documento” (Vicente F. López).
En realidad, no eran “las damas del círculo” ni Casamayor. Era Anita Périchon y sus recursos amatorios, que cumplía con sus obligaciones de empleada del Foreing Office en la intimidad. A su influjo y persuasiones se debieron muchas de las actitudes de Liniers. Mitre dice que la falsa capitulación dada por Liniers a Beresford le fue arrancada al reconquistador “…cediendo a las seducciones del amor…” incurriendo “…en la culpable debilidad de sacrificar el acto más solemne de la guerra, comprometiendo impremeditadamente el triunfo mismo y disponiendo de la gloria de todos con una ligereza propia de su carácter inconsistente”.
Luego de discutir el texto del documento durante algunos días, entre Beresford, Liniers y Casamayor, finalmente se firmó el 20 de agosto, antedatándolo al 12, fecha de la rendición inglesa en el Fuerte, colocando Liniers al pie y antes de su firma: “en cuanto puedo”, con lo que salvaba las apariencias y se cubría ante el Cabildo, los demás jefes militares y el pueblo.
En esa falsa capitulación Liniers concedía el reembarco de los prisioneros británicos, previo canje de los mismos por los que ellos habían hecho a los patriotas, entregaba víveres para el viaje de las tropas inglesas en sus propios barcos, se comprometía a otorgar cuidados especiales a los heridos y daba seguridad de respetar la propiedad de “...todos los sujetos ingleses de Buenos Aires”.
El astuto prisionero
Beresford, una vez con el documento firmado por Liniers en la mano, abandona su apariencia “…preocupada y cavilosa” y al leer las tres palabras condicionales puestas por el reconquistador en el papel, “en cuanto puedo”, monta en cólera y el 21 reclama por escrito a Liniers, el cumplimiento estricto “del convenio hecho entre nosotros”. Ya no era un gesto magnánimo y de favor por parte de Liniers para salvarlo ante la corte militar inglesa. Constituía un tratado y Beresford pugna, por todos los medios, obtener que se cumpla como tal.
Sandtiago de Liniers le contesta el 25 y luego de recordarle las circunstancias y las verdaderas razones por las cuales se firmó el documento, reitera que “...en cuanto esté de mi parte propenderé al cumplimiento de las condiciones que concedí a V.S., …más siendo un oficial subalterno en la provincia, tendré que pasar, aunque sea contra mi deseo, por lo que mi superior me ordene”.
Pese a que la falsa capitulación era un gesto personal de Liniers, éste estaba convencido que lo mejor era reembarcar a oficiales y tropas inglesas, criterio que sostenía Sobremonte (todavía virrey nominal) y las dos Juntas de Guerra celebradas para tratar el asunto. El 26 se efectúa una entrevista entre Liniers y Beresford, en la que el general inglés despliega todas sus habilidades de hombre con notables condiciones políticas y con mucho conocimiento de los seres humanos y las circunstancias, para que Liniers impusiese a toda costa las condiciones de lo que él llamaba “el tratado”.
Todo es inútil, porque el poder lo tenía el Cabildo desde el famoso “Congreso” del 14 de agosto, el que respondía completa y solidariamente a las inspiraciones de Alzaga, quien propugnaba la internación de los ingleses. Este temperamento se correspondía, además, con los deseos del pueblo que, según el mismo reconquistador, “...se halla en un estado de insurrección y es enteramente contrario al reembarco de las tropas y oficiales ingleses”. El 28 circulan por la ciudad copias de la falsa capitulación y la indignación es general, siendo el Cabildo el más airado y el que reacciona de inmediato, citando a reunión para el día siguiente, con la presencia de Liniers.
Habla el alcalde de primer voto, Alzaga, quien expone “...las zozobras que padecía el vecindario de resultas de no haberse remitido a lo interior de la provincia a los prisioneros ingleses...”, señalando seguidamente “...la sorpresa que había causado en el pueblo un papel que corría de capitulaciones hechas con fecha 12 de agosto y firmadas por los dos generales, hallándose aturdido el pueblo por este hecho, siendo público y notorio que el enemigo se rindió a discreción...” y que quería que el señor Comandante de Armas (título oficial de Liniers) le informase la realidad del caso.
Liniers declaró que “era cierto el otorgamiento de ese papel y que lo había firmado después de la reconquista por consolar la suerte de un general desgraciado, quién con lágrimas en los ojos le suplicó le diese un papel de resguardo para su Corte, con la calidad precisa de reservarlo”, pero que él había tenido la precaución de anteponer la cláusula “en cuanto puedo” y que “siendo ninguna sus facultades en aquél caso, por cuanto no le era permitido defraudar los derechos y glorias de la nación, era insubsistente, nulo y sin ningún valor el precitado papel”, de todo lo cual él daría una amplia satisfacción al público, para lo que “estaba trabajando un manifiesto”, que daría a conocer en esos días. El Cabildo decidió esperar la aparición del manifiesto para decidir luego el temperamento a seguir.
El 30 de agosto apareció el manifiesto, donde Liniers relata breve y claramente las circunstancias y las intenciones de la falsa capitulación, ratificando lo expresado anteriormente a Beresford, al Cabildo y a las autoridades sobre el caso; reitera que había propuesto a las autoridades “remitiesen las tropas británicas y sus oficiales a Europa y esforcé en cuanto pude esta opinión, pero el Cabildo, el mayor número de los principales vecinos de este pueblo, el gobernador de Montevideo, la Municipalidad y habitantes de dicha ciudad fueron del parecer contrario”, recordando que la Junta de Guerra, el día 26, había consentido en ese criterio, pero “...habiéndose en los días 28 y 29 esparcido copias de nuestras insignificantes capitulaciones en esta plaza y sabido que en Montevideo había sucedido lo mismo por el correo, ambos pueblos han pronunciado enérgicamente que no se consentirían nunca a que se permitiese la salida de las tropas británicas, a cuyo parecer se conformó la Junta de Guerra que convoqué ayer y a cuyo voto general me conformé, tanto más que infinitas personas, haciendo la más inaudita injusticia a mi honor, carácter y acrisolada lealtad, profieren la abominable acusación que había tenido la vileza de dejarme seducir por venalidad en prestarme a las ideas de V. S." (Beresford).
En los primeros días de setiembre se resuelve la internación de los prisioneros, menos los jefes y oficiales, que a instancias de Sobremonte serían enviados a España, previo juramento de no volver a tomar las armas contra ella ni contra sus aliados. Pero el Cabildo, aconsejado por Alzaga demoró la ejecución del embarque de los prisioneros hasta que, insistiendo el 11 y el 15 de setiembre en la internación, logró al fin verificarlo el 11 de octubre. Martín de Alzaga escribía el 21 de ese mes a su yerno José Requena: “al fin conseguimos que tanto la tropa prisionera como a los oficiales se los despachase para los pueblos interiores”.
Dice José María Rosa que la popularidad de Liniers era tal, que a pesar del traspié de la falsa capitulación, por un momento capaz de aplastarlo si él insistía en cumplirla (hubo avisos hechos a Liniers acerca de la peligrosidad de seguir comunicándose con Beresford reservadamente), internados los ingleses, el pueblo siguió celebrándolo como el héroe de la Reconquista y jefe querido y aclamado. Sin embargo, el aparato montado por los comerciantes ingleses y sus amanuenses los “jóvenes ilustrados”, los funcionarios y militares contrabandistas y los “Hijos de Hiram”, iba a demostrar el poder de los intereses que controlaba. Por de pronto, el aparato proinglés había logrado que el general en jefe de los invasores y sus principales oficiales de Estado Mayor quedasen en Luján.
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Rendido Beresford en forma incondicional (“a discreción”, dice el acta del Cabildo), el mismo día 12 de agosto Liniers le comunica que sería canjeado por el virrey Abascal, del Perú, a quien se creía en Buenos Aires prisionero de los ingleses. El general inglés es alojado en la casa de Félix de Casamayor, amigo y contertulio del espía inglés James Florence Burke y presumiblemente miembro de la logia “Hijos de Hiram”, creada por Burke y el portugués Juan Silva Cordeiro (otro informante británico) y que funcionara en la posada de los Tres Reyes (actualmente la esquina noreste de 25 de Mayo y Rivadavia, en Buenos Aires, edificio del SIDE). Mientras tanto las autoridades resolvían el destino final de los prisioneros británicos. La residencia de Casamayor era punto de reunión y prestigiosa vida social, a la que concurrían ingleses y españoles, las damas principales y en la que se daban sonadas fiestas. Aquí se realiza el primer acto de la conjura a favor de Beresford, pero esta vez interviene en las acciones, para asegurar el éxito, el más seguro agente británico de ese momento: Ana Périchon Vandeuil de O’Gormann, amante del reconquistador y héroe triunfante, Santiago de Liniers.
Los primeros pasos de la comedia, que finalizaría a bordo del buque británico Charwell 8 meses después, se inician en los salones elegantes de Casamayor. Veamos el procedimiento:
“El ilustre prisionero decía que la severidad de las leyes inglesas era tal que consideraba cortada su carrera para siempre, y como la paz con España había de hacerse más o menos tarde, tendría que responder en un consejo de guerra por haberse rendido a discreción o sin pacto alguno que salvase, siquiera, las apariencias y situación de la que ningún soldado inglés había salido con vida y sin infamia. Fingiéndose poco a poco preocupado y caviloso con tan crueles presentimientos, comenzó a negarse a ir al salón de las visitas, donde se jugaba y donde todos le reclamaban; se encerraba en su aposento y permanecía a oscuras la noche entera. Hasta que el mismo Liniers, instado por Casamayor y por las damas del círculo, le insinuó que para el caso extremo que temía, se le podía dar una capitulación fingida, que no debía figurar sino después de la paz y para el caso que fuera sometido a juicio. Sin reflexionar bien lo que hacía y arrastrado por el interés con que miraba a su prisionero, Liniers le otorgó el documento” (Vicente F. López).
En realidad, no eran “las damas del círculo” ni Casamayor. Era Anita Périchon y sus recursos amatorios, que cumplía con sus obligaciones de empleada del Foreing Office en la intimidad. A su influjo y persuasiones se debieron muchas de las actitudes de Liniers. Mitre dice que la falsa capitulación dada por Liniers a Beresford le fue arrancada al reconquistador “…cediendo a las seducciones del amor…” incurriendo “…en la culpable debilidad de sacrificar el acto más solemne de la guerra, comprometiendo impremeditadamente el triunfo mismo y disponiendo de la gloria de todos con una ligereza propia de su carácter inconsistente”.
Luego de discutir el texto del documento durante algunos días, entre Beresford, Liniers y Casamayor, finalmente se firmó el 20 de agosto, antedatándolo al 12, fecha de la rendición inglesa en el Fuerte, colocando Liniers al pie y antes de su firma: “en cuanto puedo”, con lo que salvaba las apariencias y se cubría ante el Cabildo, los demás jefes militares y el pueblo.
En esa falsa capitulación Liniers concedía el reembarco de los prisioneros británicos, previo canje de los mismos por los que ellos habían hecho a los patriotas, entregaba víveres para el viaje de las tropas inglesas en sus propios barcos, se comprometía a otorgar cuidados especiales a los heridos y daba seguridad de respetar la propiedad de “...todos los sujetos ingleses de Buenos Aires”.
El astuto prisionero
Beresford, una vez con el documento firmado por Liniers en la mano, abandona su apariencia “…preocupada y cavilosa” y al leer las tres palabras condicionales puestas por el reconquistador en el papel, “en cuanto puedo”, monta en cólera y el 21 reclama por escrito a Liniers, el cumplimiento estricto “del convenio hecho entre nosotros”. Ya no era un gesto magnánimo y de favor por parte de Liniers para salvarlo ante la corte militar inglesa. Constituía un tratado y Beresford pugna, por todos los medios, obtener que se cumpla como tal.
Sandtiago de Liniers le contesta el 25 y luego de recordarle las circunstancias y las verdaderas razones por las cuales se firmó el documento, reitera que “...en cuanto esté de mi parte propenderé al cumplimiento de las condiciones que concedí a V.S., …más siendo un oficial subalterno en la provincia, tendré que pasar, aunque sea contra mi deseo, por lo que mi superior me ordene”.
Pese a que la falsa capitulación era un gesto personal de Liniers, éste estaba convencido que lo mejor era reembarcar a oficiales y tropas inglesas, criterio que sostenía Sobremonte (todavía virrey nominal) y las dos Juntas de Guerra celebradas para tratar el asunto. El 26 se efectúa una entrevista entre Liniers y Beresford, en la que el general inglés despliega todas sus habilidades de hombre con notables condiciones políticas y con mucho conocimiento de los seres humanos y las circunstancias, para que Liniers impusiese a toda costa las condiciones de lo que él llamaba “el tratado”.
Todo es inútil, porque el poder lo tenía el Cabildo desde el famoso “Congreso” del 14 de agosto, el que respondía completa y solidariamente a las inspiraciones de Alzaga, quien propugnaba la internación de los ingleses. Este temperamento se correspondía, además, con los deseos del pueblo que, según el mismo reconquistador, “...se halla en un estado de insurrección y es enteramente contrario al reembarco de las tropas y oficiales ingleses”. El 28 circulan por la ciudad copias de la falsa capitulación y la indignación es general, siendo el Cabildo el más airado y el que reacciona de inmediato, citando a reunión para el día siguiente, con la presencia de Liniers.
Habla el alcalde de primer voto, Alzaga, quien expone “...las zozobras que padecía el vecindario de resultas de no haberse remitido a lo interior de la provincia a los prisioneros ingleses...”, señalando seguidamente “...la sorpresa que había causado en el pueblo un papel que corría de capitulaciones hechas con fecha 12 de agosto y firmadas por los dos generales, hallándose aturdido el pueblo por este hecho, siendo público y notorio que el enemigo se rindió a discreción...” y que quería que el señor Comandante de Armas (título oficial de Liniers) le informase la realidad del caso.
Liniers declaró que “era cierto el otorgamiento de ese papel y que lo había firmado después de la reconquista por consolar la suerte de un general desgraciado, quién con lágrimas en los ojos le suplicó le diese un papel de resguardo para su Corte, con la calidad precisa de reservarlo”, pero que él había tenido la precaución de anteponer la cláusula “en cuanto puedo” y que “siendo ninguna sus facultades en aquél caso, por cuanto no le era permitido defraudar los derechos y glorias de la nación, era insubsistente, nulo y sin ningún valor el precitado papel”, de todo lo cual él daría una amplia satisfacción al público, para lo que “estaba trabajando un manifiesto”, que daría a conocer en esos días. El Cabildo decidió esperar la aparición del manifiesto para decidir luego el temperamento a seguir.
El 30 de agosto apareció el manifiesto, donde Liniers relata breve y claramente las circunstancias y las intenciones de la falsa capitulación, ratificando lo expresado anteriormente a Beresford, al Cabildo y a las autoridades sobre el caso; reitera que había propuesto a las autoridades “remitiesen las tropas británicas y sus oficiales a Europa y esforcé en cuanto pude esta opinión, pero el Cabildo, el mayor número de los principales vecinos de este pueblo, el gobernador de Montevideo, la Municipalidad y habitantes de dicha ciudad fueron del parecer contrario”, recordando que la Junta de Guerra, el día 26, había consentido en ese criterio, pero “...habiéndose en los días 28 y 29 esparcido copias de nuestras insignificantes capitulaciones en esta plaza y sabido que en Montevideo había sucedido lo mismo por el correo, ambos pueblos han pronunciado enérgicamente que no se consentirían nunca a que se permitiese la salida de las tropas británicas, a cuyo parecer se conformó la Junta de Guerra que convoqué ayer y a cuyo voto general me conformé, tanto más que infinitas personas, haciendo la más inaudita injusticia a mi honor, carácter y acrisolada lealtad, profieren la abominable acusación que había tenido la vileza de dejarme seducir por venalidad en prestarme a las ideas de V. S." (Beresford).
En los primeros días de setiembre se resuelve la internación de los prisioneros, menos los jefes y oficiales, que a instancias de Sobremonte serían enviados a España, previo juramento de no volver a tomar las armas contra ella ni contra sus aliados. Pero el Cabildo, aconsejado por Alzaga demoró la ejecución del embarque de los prisioneros hasta que, insistiendo el 11 y el 15 de setiembre en la internación, logró al fin verificarlo el 11 de octubre. Martín de Alzaga escribía el 21 de ese mes a su yerno José Requena: “al fin conseguimos que tanto la tropa prisionera como a los oficiales se los despachase para los pueblos interiores”.
Dice José María Rosa que la popularidad de Liniers era tal, que a pesar del traspié de la falsa capitulación, por un momento capaz de aplastarlo si él insistía en cumplirla (hubo avisos hechos a Liniers acerca de la peligrosidad de seguir comunicándose con Beresford reservadamente), internados los ingleses, el pueblo siguió celebrándolo como el héroe de la Reconquista y jefe querido y aclamado. Sin embargo, el aparato montado por los comerciantes ingleses y sus amanuenses los “jóvenes ilustrados”, los funcionarios y militares contrabandistas y los “Hijos de Hiram”, iba a demostrar el poder de los intereses que controlaba. Por de pronto, el aparato proinglés había logrado que el general en jefe de los invasores y sus principales oficiales de Estado Mayor quedasen en Luján.
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Ay los radicales, De la Rúa y Alfoncicito tienen a quienes salir
El diputado de la UCR, N. Rojas dirá en el Parlamento argentino, en el año 1946, con referencia a las Invasioens Inglesasa del año 18o6, y, ante la propuesta de ser declarado feriado ese día a causa de la "Reconquista" y "Defensa" de Buenos Aires, que:
" No fueron una agresión a nuestra nacionalidad, sino un episodio de las tremendas discordias europeas de principiso del siglo pasado. No quiero con esto negar que sea un acontecimiento argentino aunque la República no existía; argentino por el ámbito geográfico en que se desarrollaron los sucesos y por la trascendencia que tuvo en la formulación de nuestra naconalidad. Pero quiero con esto aclarar un ccncepto. Nosotros adherimos a la conmemoración, pero restándole todo sentido de hostilidad a Inglaterra, que en realidad no llevó a una agresión contra nosotros."
Como corresponde este feriado será derogado por el golpe de 1955, llevado a cabo ente otros con la complicidad del radicalismo.
Prof GB
" No fueron una agresión a nuestra nacionalidad, sino un episodio de las tremendas discordias europeas de principiso del siglo pasado. No quiero con esto negar que sea un acontecimiento argentino aunque la República no existía; argentino por el ámbito geográfico en que se desarrollaron los sucesos y por la trascendencia que tuvo en la formulación de nuestra naconalidad. Pero quiero con esto aclarar un ccncepto. Nosotros adherimos a la conmemoración, pero restándole todo sentido de hostilidad a Inglaterra, que en realidad no llevó a una agresión contra nosotros."
Como corresponde este feriado será derogado por el golpe de 1955, llevado a cabo ente otros con la complicidad del radicalismo.
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