Según textuales palabras de este caballero de amplio criterio gorilesco, en la localidad de Loreto, provincia de Corrientes, "un paraje recóndito", se produjo algo que le causó asombro.
Según su relato en el amtutino de hoy, un empresario le contó como, en un festejo patrio, los niños y niñas de las escuelas del lugar (de apenas 3.000 habitantes)desfilaron junto a las indtituciones del peublo con sus netbooks del programa Conectar Igualdad.
Asombrado Blank si bien le daba crédito a esta información no ocultaba sus dudas, (su bronca?)y su falta de comprensión.
Qué no comprende?, a pesar de los votos, por ejemplo, o a pesar suyo, que el peronismo con Juan y Eva entregaba el vaso de leche en la escuela y las máquinas de coser Singer a las mamás para que en su hogar tuvieran trabajo mientras se construía la Argentina industrial.
Y sí Blank, el peronismo es así, de auerdo a cada época; del vaso de leche a las computadoras personales para que los chicos y las chicas estudien.
A pesar de Clarín y sus coreutas de la oposición canallesca.
GB
domingo, 25 de septiembre de 2011
Vargas y Scalabrini Por Horacio González
*
Sería interesante pensar –discretamente, pues casi todo ya ha sido pensado– sobre la condición del intelectual. Pero posterguemos unas líneas la aparición de Vargas Llosa y en primer lugar veamos el caso de Raúl Scalabrini Ortiz. Me gustaría proponer que se trata de un intelectual sacrificial, al que defino como el que unge su prédica en términos de una misión trascendental. Nadie se la ha otorgado, pero se le va la vida en ello. Así, pone el sacrificio personal como precio de la verdad. Le sobrevuela la idea de suicidio, que Lugones había establecido, aunque no lo cometa. Su interés es por las grandiosas revelaciones. Las que suceden cuando en la conciencia colectiva se clavan los aguijones de la magna denuncia. Estas pueden consistir en el hecho de que todo está corroído. En que ha triunfado el mal bajo el nombre del bien, lo ilógico bajo el nombre de lo normal. Scalabrini abunda en estos temas; es su método para las reprobaciones. “Falso, todo es falso”, exclama angustiado cierta vez. Es que percibía una enaltecida trama cultural, pero dentro de ella se asfixiaba el país. Empréstitos ingleses, ferrocarriles ingleses, un Banco Central “hecho para los ingleses”.
Las tergiversaciones políticas que afectaban al cuerpo social las sentía en su propio cuerpo como malestar, oscura enfermedad. La escritura tenía, por eso, un aire febril. Era un sacramento. Equivalía a un síntoma, expresaba una dolencia. Ya en El hombre que está solo y espera había una idea antropomórfica de la naturaleza, de los ríos, el paisaje. Dice del hombre porteño, modo espiritual y mineral de la vida nacional: “Aventa las teorizaciones arqueológicas, poda la ampulosidad de los conceptos, humilla la arrogancia de los contextos legalistas y manumite al hombre de la artificiosa hojarasca literaria que le recubría...”. Con verbos un poco enrarecidos, señalaba un programa sensitivo, apoyado en grandes alegorías y recónditas energías vitales. Sin dictámenes letrados ni instituciones aúlicas. La teoría, la ley, la “hojarasca literaria”, como buen modernista, eran condenadas por Scalabrini. El asombroso éxito del libro, en 1931, le dicta un paradojal sentimiento. El del retiro del ruido mundano hacia el gabinete del estudioso que en soledad arroja sus dardos contra el demonio, como Lutero lanza su tintero en Wartburg.
Halperín Donghi le reprocha a Scalabrini que su estudio sobre cómo el país ha sido ahogado por el imperialismo inglés tiene un sabor demonológico. No es justo este dictamen, si se tratase de un acto sumario de descalificación. Sin embargo, es cierto que Scalabrini tiene una noción de culpa histórica y una tendencia a exorcizar los males colectivos desde una fuerza telúrica espiritualizada. Pero lo hace con una entrega inusual hacia la investigación de los archivos, que a partir de él pueden ser considerados yacimientos donde el destino de la ciencia convive con el sigiloso hechizo de los secretos que se guardan y deben ser revelados. Con él los archivos recobran el aire misterioso de cerrojo a la verdad que hay que revolver con intuición santa. Si se tiene en cuenta que el hombre de Corrientes y Esmeralda debía “aventar las teorizaciones arqueológicas”, para Scalabrini, hijo de un gran paleontólogo y autor de la célebre frase sobre “el subsuelo sublevado de la Patria”, no se presentaban tan fáciles las cosas. Cierta preferencia por hombres vitales y candorosos, abiertos hacia el mundo con su pudor casi místico, componía una parte de su libreto existencial. Pero había que excavar profundo, resguardarse de las acechanzas, expulsar de sí mismo la posible flojera ante fuerzas tan poderosas a ser denunciadas –un imperio–, y crearse una ética de soledad y esperanza para oscuras épocas de simulación.
Solamente Martínez Estrada llega tan lejos como Scalabrini en cuanto al profetismo laico que le atribuye a la tarea intelectual. Es cierto que estos dos hombres devocionaban cosas diferentes –uno, a la nación como redención moral; el otro, a la moral como forma vital de salvación–, pero usaban los mismos planos oculares, una misma hipótesis sobre lo insondable que emerge y se subleva. Ambos trataban sobre una escisión complementaria de un único momento: la verdad como encierro a liberar, lo falso que oprime en la superficie. El acto liberador debía constituirse, antes o después, en texto. Por eso, decimos ahora: cualquier canon nacional reconstruido debe poner a estos dos escritores frente a frente. Conmocionado, Scalabrini imaginó que los hombres del subsuelo que marchaban por las calles en 1945, no tanto salían con su libro en la mano, sino que salían “desde” su propio libro de 1931. Excesivo, Martínez Estrada pensó también que “desde” su libro de 1933, Radiografía de la pampa, emergían los personajes sociales que se manifestaban en la ciudad de esa misma década del ’40. Son dos intelectuales que conocieron por igual –diferencias políticas aparte– la fuerza del texto propiciador, incluso profético, y el martirio de su propia vida ofrecido como prueba de que los ensalmos salvadores no aparecían.
¿Persisten intelectuales de este rango? ¿Los años foucaultianos, con su intelectual cartógrafo o micropolítico, no los han desplazado? ¿Los modelos de investigación universitaria, las redes institucionales de tecnologías archivísticas y modelos de pesquisa, no los han convertido en anacrónicos? ¿Las foundations neoconservadoras no han creado una nueva figura del converso, el sepulturero más eficaz del pasado que lo persigue quedamente?
Sin embargo, se sigue devocionando a Rodolfo Walsh, que también cultivaba una noción de sacrificio, de aciagos días de justicia. Viñas había pensado mucho esta cuestión y había inventado un aforismo: a mayor criticismo, mayor riesgo. La tesis sobre el riesgo era también la punta trágica viñesca, pero en una época en que no había audibilidad para los lenguajes del tormento existencial. Ya Borges los había condenado por “patéticos”, en pleno momento del compromiso sartreano. Ensayó su respuesta en una literatura que refugió en grandes alegorías universalistas su profundo núcleo nacional y sembró sus alrededores de airadas conjeturas políticas. Terribles opiniones, verdaderos caprichos infantiles, convivieron con una magnífica obra que surge de los mitos más íntimos de la vida y el lenguaje. En cuanto a Cortázar, deslindó el problema y anunció en el preámbulo de Rayuela que no era concebible que un hombre pudiera cargar con los problemas y la representación de una nación: sincero reconocimiento de su propio juego literario.
¿Qué nos trae en cambio Vargas? No es el intelectual en su cartuja, pues está en el mundo, combate y caracolea. Curiosamente, retoma la idea de señalar las heridas del mundo para reencaminarlo, darle verdad frente a los hombres equivocados, como él dice haberlo estado, melancolía mediante, en los años sesenta. ¿Pero es el escritor destinado a conmoverse por los rumbos de una comunidad y lanzar sus profecías doloridas? Político que viaja con sus certificados, sus ujieres y palafreneros, alerta sobre los males presentes, por lo general resumidos en la expresión “totalitarismo”. Algo de aristocrática perversidad –se conoce su preferencia por el famoso y sutil escrito de Flaubert sobre las épocas de la historia entendidas según los tipos de zapatos femeninos– lo lleva a convivir con las incultas derechas argentinas. ¿Sufre allí su castellano apacible y bien modulado? No parece cuando suelta la lengua y arroja su tintero contra los demonios del populismo, ante la risa gorda de los recaderos del macrismo.
Pero de inmediato comprendemos que Vargas Llosa ha aprendido mucho de los políticos que actualmente frecuenta. Llega un momento en que modula la voz, retira adjetivos, calcula sus pasos, exhuma una distraída dulzura de hombre superior y acude al real goce del provocador, que es asumir la máscara ritual del fauno herido en su momento de prudencia y calma: “No vine a provocar”. Es que con los antiguos elementos del intelectual que llamamos sacrificial, actúa protegido por penumbrosas fundaciones, corporaciones mediáticas y conglomerados de derecha. Pero no corre riesgos, lo protegen símbolos de intocabilidad. Aunque su caso demuestra que estamos debatiendo sobre la historia viva del intelectual latinoamericano de la contemporaneidad, pues como sea –sofocados, invertidos, transfigurados, astutamente alterados–, los motivos de Vargas saben despertar un interés libertario. Late en ellos su drama personal, restos apagados de viejos debates, recuerdos que ahora sólo parecen amables conversaciones con aduladores de turno, y que en algún momento debieron ser turbulencias como las que ahora permanecen en el espíritu de los intelectuales latinoamericanos que viven en la espesura de la historia actual y no en el foro de las convenciones de las derechas mundiales.
¿Pero es de derecha Vargas Llosa? La genealogía del inquisidor, convertido luego en el moderno comisario político, es de las historias que despiertan inmediata adhesión. El la cuenta bien. ¿Quién las cuestionaría? Todos desearíamos ser hijos de la crítica a la intolerancia. Y efectivamente lo somos, al punto de una verdad a la que Vargas no ha llegado. Porque los verdaderos enemigos de la intolerancia, lo somos porque –nuevamente–, estamos inmersos en la dialéctica del lenguaje, en sus grandes paradojas, y menos en lo que ahora, en Vargas, es la cómoda linealidad de un liberalismo cuya ambigüedad da por descontada. Es liberal para trazar la historia de la modernidad y es liberal mientras se palmea con Hernán Lombardi. ¿No hay diferencias entre ambas acepciones? Entonces, su condición de hombre de derecha la da menos su vieja problemática literaria impregnada de una chispa que sin duda no ha cesado –pues piensa como un ironista liberal puro–, que su falso candor, repleto de ardides. Los ha mostrado, “encantadoramente”, en su discurso de la Feria. Y en verdad es encantador, hasta que el peso de la historia una y otra vez pone pesadas comillas en esta frase, sin abandonarla.
En su discurso desgranó estos temas, entre afirmaciones interesantes pero vagas, y trivialidades que no dejaban de ser simpáticas. Se mostró como si un personaje del Marqués de Sade, ahogando sus pasiones previsibles, se transformara en un amable conversador que da explicaciones sobre sus buenas novelas de iniciación de un modo que lo acerca –es una pena– a las pedagogías obligatorias de la globalización. El gran hombre relata sus complacientes fórmulas luego de darle consejos a la Presidenta y rezongar sobre premios como lo haría algún espíritu escéptico del siglo XVI. Como diría Sartre, su sinceridad suena de mala fe. Me gustó escucharlo. No dejó de coincidir con las palabras que en espejo poco antes dijo Bergoglio, ambos asombrados de tanta “crispación”. Dijimos que había “dos” Vargas Llosa. Ahora pienso que hay muchos, variados géneros multicolores de “Vargas Llosa”, replicantes que habitan un solo cuerpo. Interesante enigma, que nos instiga luego de este debate, que no fue vano, a respetar esas banalidades donde se cuela la tragedia real del novelista que es, y a imaginar un nuevo tipo de intelectual latinoamericano que permita el balance entre aquel éxtasis scalabriniano y este candoroso liberalismo vargaslloseano. En su misma exposición, la palabra “liberalismo” se mostró una de las tantas máscaras abstractas que no logra abarcar el conjunto de temas de un debate que excede –lector de Madame Bovary como él es y somos todos–, sus pasmosas ensoñaciones, ingenuidades y sofismas. Nadie le pide bolivarismo, en cambio es afligente su bovarysmo.
* Sociólogo, director de la Biblioteca Nacional.
© 2000-2011 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sería interesante pensar –discretamente, pues casi todo ya ha sido pensado– sobre la condición del intelectual. Pero posterguemos unas líneas la aparición de Vargas Llosa y en primer lugar veamos el caso de Raúl Scalabrini Ortiz. Me gustaría proponer que se trata de un intelectual sacrificial, al que defino como el que unge su prédica en términos de una misión trascendental. Nadie se la ha otorgado, pero se le va la vida en ello. Así, pone el sacrificio personal como precio de la verdad. Le sobrevuela la idea de suicidio, que Lugones había establecido, aunque no lo cometa. Su interés es por las grandiosas revelaciones. Las que suceden cuando en la conciencia colectiva se clavan los aguijones de la magna denuncia. Estas pueden consistir en el hecho de que todo está corroído. En que ha triunfado el mal bajo el nombre del bien, lo ilógico bajo el nombre de lo normal. Scalabrini abunda en estos temas; es su método para las reprobaciones. “Falso, todo es falso”, exclama angustiado cierta vez. Es que percibía una enaltecida trama cultural, pero dentro de ella se asfixiaba el país. Empréstitos ingleses, ferrocarriles ingleses, un Banco Central “hecho para los ingleses”.
Las tergiversaciones políticas que afectaban al cuerpo social las sentía en su propio cuerpo como malestar, oscura enfermedad. La escritura tenía, por eso, un aire febril. Era un sacramento. Equivalía a un síntoma, expresaba una dolencia. Ya en El hombre que está solo y espera había una idea antropomórfica de la naturaleza, de los ríos, el paisaje. Dice del hombre porteño, modo espiritual y mineral de la vida nacional: “Aventa las teorizaciones arqueológicas, poda la ampulosidad de los conceptos, humilla la arrogancia de los contextos legalistas y manumite al hombre de la artificiosa hojarasca literaria que le recubría...”. Con verbos un poco enrarecidos, señalaba un programa sensitivo, apoyado en grandes alegorías y recónditas energías vitales. Sin dictámenes letrados ni instituciones aúlicas. La teoría, la ley, la “hojarasca literaria”, como buen modernista, eran condenadas por Scalabrini. El asombroso éxito del libro, en 1931, le dicta un paradojal sentimiento. El del retiro del ruido mundano hacia el gabinete del estudioso que en soledad arroja sus dardos contra el demonio, como Lutero lanza su tintero en Wartburg.
Halperín Donghi le reprocha a Scalabrini que su estudio sobre cómo el país ha sido ahogado por el imperialismo inglés tiene un sabor demonológico. No es justo este dictamen, si se tratase de un acto sumario de descalificación. Sin embargo, es cierto que Scalabrini tiene una noción de culpa histórica y una tendencia a exorcizar los males colectivos desde una fuerza telúrica espiritualizada. Pero lo hace con una entrega inusual hacia la investigación de los archivos, que a partir de él pueden ser considerados yacimientos donde el destino de la ciencia convive con el sigiloso hechizo de los secretos que se guardan y deben ser revelados. Con él los archivos recobran el aire misterioso de cerrojo a la verdad que hay que revolver con intuición santa. Si se tiene en cuenta que el hombre de Corrientes y Esmeralda debía “aventar las teorizaciones arqueológicas”, para Scalabrini, hijo de un gran paleontólogo y autor de la célebre frase sobre “el subsuelo sublevado de la Patria”, no se presentaban tan fáciles las cosas. Cierta preferencia por hombres vitales y candorosos, abiertos hacia el mundo con su pudor casi místico, componía una parte de su libreto existencial. Pero había que excavar profundo, resguardarse de las acechanzas, expulsar de sí mismo la posible flojera ante fuerzas tan poderosas a ser denunciadas –un imperio–, y crearse una ética de soledad y esperanza para oscuras épocas de simulación.
Solamente Martínez Estrada llega tan lejos como Scalabrini en cuanto al profetismo laico que le atribuye a la tarea intelectual. Es cierto que estos dos hombres devocionaban cosas diferentes –uno, a la nación como redención moral; el otro, a la moral como forma vital de salvación–, pero usaban los mismos planos oculares, una misma hipótesis sobre lo insondable que emerge y se subleva. Ambos trataban sobre una escisión complementaria de un único momento: la verdad como encierro a liberar, lo falso que oprime en la superficie. El acto liberador debía constituirse, antes o después, en texto. Por eso, decimos ahora: cualquier canon nacional reconstruido debe poner a estos dos escritores frente a frente. Conmocionado, Scalabrini imaginó que los hombres del subsuelo que marchaban por las calles en 1945, no tanto salían con su libro en la mano, sino que salían “desde” su propio libro de 1931. Excesivo, Martínez Estrada pensó también que “desde” su libro de 1933, Radiografía de la pampa, emergían los personajes sociales que se manifestaban en la ciudad de esa misma década del ’40. Son dos intelectuales que conocieron por igual –diferencias políticas aparte– la fuerza del texto propiciador, incluso profético, y el martirio de su propia vida ofrecido como prueba de que los ensalmos salvadores no aparecían.
¿Persisten intelectuales de este rango? ¿Los años foucaultianos, con su intelectual cartógrafo o micropolítico, no los han desplazado? ¿Los modelos de investigación universitaria, las redes institucionales de tecnologías archivísticas y modelos de pesquisa, no los han convertido en anacrónicos? ¿Las foundations neoconservadoras no han creado una nueva figura del converso, el sepulturero más eficaz del pasado que lo persigue quedamente?
Sin embargo, se sigue devocionando a Rodolfo Walsh, que también cultivaba una noción de sacrificio, de aciagos días de justicia. Viñas había pensado mucho esta cuestión y había inventado un aforismo: a mayor criticismo, mayor riesgo. La tesis sobre el riesgo era también la punta trágica viñesca, pero en una época en que no había audibilidad para los lenguajes del tormento existencial. Ya Borges los había condenado por “patéticos”, en pleno momento del compromiso sartreano. Ensayó su respuesta en una literatura que refugió en grandes alegorías universalistas su profundo núcleo nacional y sembró sus alrededores de airadas conjeturas políticas. Terribles opiniones, verdaderos caprichos infantiles, convivieron con una magnífica obra que surge de los mitos más íntimos de la vida y el lenguaje. En cuanto a Cortázar, deslindó el problema y anunció en el preámbulo de Rayuela que no era concebible que un hombre pudiera cargar con los problemas y la representación de una nación: sincero reconocimiento de su propio juego literario.
¿Qué nos trae en cambio Vargas? No es el intelectual en su cartuja, pues está en el mundo, combate y caracolea. Curiosamente, retoma la idea de señalar las heridas del mundo para reencaminarlo, darle verdad frente a los hombres equivocados, como él dice haberlo estado, melancolía mediante, en los años sesenta. ¿Pero es el escritor destinado a conmoverse por los rumbos de una comunidad y lanzar sus profecías doloridas? Político que viaja con sus certificados, sus ujieres y palafreneros, alerta sobre los males presentes, por lo general resumidos en la expresión “totalitarismo”. Algo de aristocrática perversidad –se conoce su preferencia por el famoso y sutil escrito de Flaubert sobre las épocas de la historia entendidas según los tipos de zapatos femeninos– lo lleva a convivir con las incultas derechas argentinas. ¿Sufre allí su castellano apacible y bien modulado? No parece cuando suelta la lengua y arroja su tintero contra los demonios del populismo, ante la risa gorda de los recaderos del macrismo.
Pero de inmediato comprendemos que Vargas Llosa ha aprendido mucho de los políticos que actualmente frecuenta. Llega un momento en que modula la voz, retira adjetivos, calcula sus pasos, exhuma una distraída dulzura de hombre superior y acude al real goce del provocador, que es asumir la máscara ritual del fauno herido en su momento de prudencia y calma: “No vine a provocar”. Es que con los antiguos elementos del intelectual que llamamos sacrificial, actúa protegido por penumbrosas fundaciones, corporaciones mediáticas y conglomerados de derecha. Pero no corre riesgos, lo protegen símbolos de intocabilidad. Aunque su caso demuestra que estamos debatiendo sobre la historia viva del intelectual latinoamericano de la contemporaneidad, pues como sea –sofocados, invertidos, transfigurados, astutamente alterados–, los motivos de Vargas saben despertar un interés libertario. Late en ellos su drama personal, restos apagados de viejos debates, recuerdos que ahora sólo parecen amables conversaciones con aduladores de turno, y que en algún momento debieron ser turbulencias como las que ahora permanecen en el espíritu de los intelectuales latinoamericanos que viven en la espesura de la historia actual y no en el foro de las convenciones de las derechas mundiales.
¿Pero es de derecha Vargas Llosa? La genealogía del inquisidor, convertido luego en el moderno comisario político, es de las historias que despiertan inmediata adhesión. El la cuenta bien. ¿Quién las cuestionaría? Todos desearíamos ser hijos de la crítica a la intolerancia. Y efectivamente lo somos, al punto de una verdad a la que Vargas no ha llegado. Porque los verdaderos enemigos de la intolerancia, lo somos porque –nuevamente–, estamos inmersos en la dialéctica del lenguaje, en sus grandes paradojas, y menos en lo que ahora, en Vargas, es la cómoda linealidad de un liberalismo cuya ambigüedad da por descontada. Es liberal para trazar la historia de la modernidad y es liberal mientras se palmea con Hernán Lombardi. ¿No hay diferencias entre ambas acepciones? Entonces, su condición de hombre de derecha la da menos su vieja problemática literaria impregnada de una chispa que sin duda no ha cesado –pues piensa como un ironista liberal puro–, que su falso candor, repleto de ardides. Los ha mostrado, “encantadoramente”, en su discurso de la Feria. Y en verdad es encantador, hasta que el peso de la historia una y otra vez pone pesadas comillas en esta frase, sin abandonarla.
En su discurso desgranó estos temas, entre afirmaciones interesantes pero vagas, y trivialidades que no dejaban de ser simpáticas. Se mostró como si un personaje del Marqués de Sade, ahogando sus pasiones previsibles, se transformara en un amable conversador que da explicaciones sobre sus buenas novelas de iniciación de un modo que lo acerca –es una pena– a las pedagogías obligatorias de la globalización. El gran hombre relata sus complacientes fórmulas luego de darle consejos a la Presidenta y rezongar sobre premios como lo haría algún espíritu escéptico del siglo XVI. Como diría Sartre, su sinceridad suena de mala fe. Me gustó escucharlo. No dejó de coincidir con las palabras que en espejo poco antes dijo Bergoglio, ambos asombrados de tanta “crispación”. Dijimos que había “dos” Vargas Llosa. Ahora pienso que hay muchos, variados géneros multicolores de “Vargas Llosa”, replicantes que habitan un solo cuerpo. Interesante enigma, que nos instiga luego de este debate, que no fue vano, a respetar esas banalidades donde se cuela la tragedia real del novelista que es, y a imaginar un nuevo tipo de intelectual latinoamericano que permita el balance entre aquel éxtasis scalabriniano y este candoroso liberalismo vargaslloseano. En su misma exposición, la palabra “liberalismo” se mostró una de las tantas máscaras abstractas que no logra abarcar el conjunto de temas de un debate que excede –lector de Madame Bovary como él es y somos todos–, sus pasmosas ensoñaciones, ingenuidades y sofismas. Nadie le pide bolivarismo, en cambio es afligente su bovarysmo.
* Sociólogo, director de la Biblioteca Nacional.
© 2000-2011 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Otro país, es posible.
Crónica de un 25 en mi plaza
Por Mempo Giardinelli
Escribo esto al caer la tarde del 25 de Mayo y en caliente. No pensaba ir a la plaza central de Resistencia por varias razones: la visita de la Presidenta tuvo a esta ciudad en obras por dos semanas y el tránsito fue un lío; yo jamás voy a actos oficiales, y encima el martes el calor y la humedad fueron insoportables y ayer amaneció lloviznando.
Me disponía a ver la celebración por la tele, cuando llegó una inesperada invitación personal del gobernador Capitanich para ir al palco presidencial. Era tonto no aceptar y allí estuve, saco de lino claro sin corbata y en la mano una invitación que abría todas las puertas.
Jamás me habría imaginado una jornada tan particular. Nunca antes asistí a un Tedéum, y hacía mil años que no entraba a una iglesia, salvo como turista y en otros países. Pero ahora estaba en la misma catedral en la que hace medio siglo tomé mi olvidada primera comunión; frente al altar estaban la Presidenta, el gobernador, el obispo Sigampa, la intendenta local y un variado cuerpo diplomático y de prelados; cantaba el coro polifónico, una multitud estiraba los cuellos para verlos, y yo meta saludar a gente que me miraba con asombro, como a sapo de otro pozo.
Enseguida el obispo leyó un texto interesantísimo: una rara alocución entre kirchnerista y antiaborto, que encomió la Asignación Universal por Embarazo, la inclusión social y las nuevas tecnologías. Notable, aunque no tanto, para mí, como la constatación de mi “popularidad” y mis años cuando Aníbal Fernández me saludó: “Cómo le va, señor”.
Algo desconcertado, seguí la larga fila que entraba al Salón Obligado de la Casa de Gobierno –una cuadra más allá de la catedral– donde me salvó un cartel que decía “Besamanos” (sic) e indicaba con una flecha el rumbo a seguir. Me di vuelta para no entrar y justo me topé con Nilda Garré, que es amiga desde hace décadas, y nos dimos un beso. Detrás venía el senador Pampuro, que inesperadamente también me dio un beso. Y varios legisladores y altos funcionarios de rostros periodísticamente familiares pero cuyos nombres ignoro me zamparon más y más besos. Y en eso llegó el gabinete en pleno de Capitanich, varios de cuyos ministros son amigos, ya que –se sabe– en los pueblos nos conocemos todos, y de tantos besos eso ya era para pensar mal.
Regresé por donde había entrado y subí al enorme palco, que estaba vacío. Elegí la última fila para contemplar desde ahí a la multitud, que ratificaba una vez más la fuerte popularidad de Coqui –como todos llaman al gobernador local–, quien para media muchedumbre debería ser elegido candidato a la vicepresidencia, aunque la otra mitad teme que lo sea y luego resulte un lío la sucesión local.
Enseguida se produjo la impactante entrada en escena de la Presidenta, seguida de Coqui y de la sobria dignidad de Aída Ayala (la ya veterana intendenta radical de Resistencia, reelecta en 2009 y nuevamente candidata en octubre), quien se bancó sonriente todos los chiflidos aunque –justo es decirlo– recibió también muchos aplausos obviamente kirchneristas.
Los discursos fueron previsibles. Coqui y Cristina dijeron lo que se esperaba de ellos. Genuinamente peronistas, sin anuncios espectaculares, el de ella me impactó por la emoción que la domina cuando evoca a su marido. Su viudez me recuerda a la de mi madre y mi hermana, viudas provincianas todo dolor y entereza. Me parece admirable ese rasgo de la Presidenta, que, sin embargo, algunos argentinos/as odian. Qué raro es este país, me dije. Ocho años después es otro, mucho mejor, pero el odio está desatado.
A esta altura del texto debo decir, una vez más, que no soy K. Sí apoyo a Cristina y su gestión en lo que me parecen sus mejores aspectos (derechos humanos, Fuerzas Armadas, seguridad, educación, cultura y el rumbo económico) pero mantengo objeciones muy serias, y en primer lugar que no hay un solo corrupto preso.
Durante todo el acto yo pensaba, sobre todo, en nuestra democracia. ¿Qué hacía yo ahí, cuando hace sólo 30 años estaba en el exilio y este país era una carnicería? Y pensaba en mis amigos que odian a Cristina y al Gobierno. Yo me siento incapaz de odiar. Ni siquiera odié a los milicos durante la dictadura. Los enfrenté como medio país, pero no los odié. Es un sentimiento mediocre el odio. Degrada al que odia, más que al odiado. Y además, cosa curiosa, aquí los que odian son los ricos. Por algo será, me dije, aunque sé que la frase es lamentable. Pero es lo que sucede: los ricos más ricos son los que más odian. En el Chaco es así. En la Argentina toda.
De pronto me acordé que en esta misma plaza chaqueña y para este mismo diario, en enero de 2002 escribí la contratapa más triste de mi vida. Me pregunté: ¿Y hoy qué escribiría? Respuesta inmediata: lo mucho que ha cambiado este país. Ahora es mejor, más inclusivo, más justo aunque todavía no se haya alcanzado la justicia social que anhelamos. Más igualitario. Algunos dicen que fue por el “viento de cola”. Bueno, pero alguien supo conducir el barco. No es poco, señores, no se vale ser tan mezquinos.
Entonces me di cuenta de que también estaba mirando el primer desfile militar desde que hice la colimba, y sin sentir rabia. Estas son otras Fuerzas Armadas, me dije, si hasta la marcha “Curupaity” me parece hermosa. Y reparé en que el grupo de Artillería local, y los Granaderos y los Patricios desfilaban debajo de una enorme bandera roja con el rostro impreso del Che. Y más allá había banderas del Partido Comunista mezcladas con las de peronistas. Y desfilaban soldados con soldadas. Carajo si era todo diferente.
Qué bueno que vine, me dije. Y después entró Fuerza Bruta y la Banda de los Granaderos empezó a tocar un chamamé. Ahí me decidí a pasar esto en limpio.
© 2000-2011 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Todos los Derechos Reservados
Por Mempo Giardinelli
Escribo esto al caer la tarde del 25 de Mayo y en caliente. No pensaba ir a la plaza central de Resistencia por varias razones: la visita de la Presidenta tuvo a esta ciudad en obras por dos semanas y el tránsito fue un lío; yo jamás voy a actos oficiales, y encima el martes el calor y la humedad fueron insoportables y ayer amaneció lloviznando.
Me disponía a ver la celebración por la tele, cuando llegó una inesperada invitación personal del gobernador Capitanich para ir al palco presidencial. Era tonto no aceptar y allí estuve, saco de lino claro sin corbata y en la mano una invitación que abría todas las puertas.
Jamás me habría imaginado una jornada tan particular. Nunca antes asistí a un Tedéum, y hacía mil años que no entraba a una iglesia, salvo como turista y en otros países. Pero ahora estaba en la misma catedral en la que hace medio siglo tomé mi olvidada primera comunión; frente al altar estaban la Presidenta, el gobernador, el obispo Sigampa, la intendenta local y un variado cuerpo diplomático y de prelados; cantaba el coro polifónico, una multitud estiraba los cuellos para verlos, y yo meta saludar a gente que me miraba con asombro, como a sapo de otro pozo.
Enseguida el obispo leyó un texto interesantísimo: una rara alocución entre kirchnerista y antiaborto, que encomió la Asignación Universal por Embarazo, la inclusión social y las nuevas tecnologías. Notable, aunque no tanto, para mí, como la constatación de mi “popularidad” y mis años cuando Aníbal Fernández me saludó: “Cómo le va, señor”.
Algo desconcertado, seguí la larga fila que entraba al Salón Obligado de la Casa de Gobierno –una cuadra más allá de la catedral– donde me salvó un cartel que decía “Besamanos” (sic) e indicaba con una flecha el rumbo a seguir. Me di vuelta para no entrar y justo me topé con Nilda Garré, que es amiga desde hace décadas, y nos dimos un beso. Detrás venía el senador Pampuro, que inesperadamente también me dio un beso. Y varios legisladores y altos funcionarios de rostros periodísticamente familiares pero cuyos nombres ignoro me zamparon más y más besos. Y en eso llegó el gabinete en pleno de Capitanich, varios de cuyos ministros son amigos, ya que –se sabe– en los pueblos nos conocemos todos, y de tantos besos eso ya era para pensar mal.
Regresé por donde había entrado y subí al enorme palco, que estaba vacío. Elegí la última fila para contemplar desde ahí a la multitud, que ratificaba una vez más la fuerte popularidad de Coqui –como todos llaman al gobernador local–, quien para media muchedumbre debería ser elegido candidato a la vicepresidencia, aunque la otra mitad teme que lo sea y luego resulte un lío la sucesión local.
Enseguida se produjo la impactante entrada en escena de la Presidenta, seguida de Coqui y de la sobria dignidad de Aída Ayala (la ya veterana intendenta radical de Resistencia, reelecta en 2009 y nuevamente candidata en octubre), quien se bancó sonriente todos los chiflidos aunque –justo es decirlo– recibió también muchos aplausos obviamente kirchneristas.
Los discursos fueron previsibles. Coqui y Cristina dijeron lo que se esperaba de ellos. Genuinamente peronistas, sin anuncios espectaculares, el de ella me impactó por la emoción que la domina cuando evoca a su marido. Su viudez me recuerda a la de mi madre y mi hermana, viudas provincianas todo dolor y entereza. Me parece admirable ese rasgo de la Presidenta, que, sin embargo, algunos argentinos/as odian. Qué raro es este país, me dije. Ocho años después es otro, mucho mejor, pero el odio está desatado.
A esta altura del texto debo decir, una vez más, que no soy K. Sí apoyo a Cristina y su gestión en lo que me parecen sus mejores aspectos (derechos humanos, Fuerzas Armadas, seguridad, educación, cultura y el rumbo económico) pero mantengo objeciones muy serias, y en primer lugar que no hay un solo corrupto preso.
Durante todo el acto yo pensaba, sobre todo, en nuestra democracia. ¿Qué hacía yo ahí, cuando hace sólo 30 años estaba en el exilio y este país era una carnicería? Y pensaba en mis amigos que odian a Cristina y al Gobierno. Yo me siento incapaz de odiar. Ni siquiera odié a los milicos durante la dictadura. Los enfrenté como medio país, pero no los odié. Es un sentimiento mediocre el odio. Degrada al que odia, más que al odiado. Y además, cosa curiosa, aquí los que odian son los ricos. Por algo será, me dije, aunque sé que la frase es lamentable. Pero es lo que sucede: los ricos más ricos son los que más odian. En el Chaco es así. En la Argentina toda.
De pronto me acordé que en esta misma plaza chaqueña y para este mismo diario, en enero de 2002 escribí la contratapa más triste de mi vida. Me pregunté: ¿Y hoy qué escribiría? Respuesta inmediata: lo mucho que ha cambiado este país. Ahora es mejor, más inclusivo, más justo aunque todavía no se haya alcanzado la justicia social que anhelamos. Más igualitario. Algunos dicen que fue por el “viento de cola”. Bueno, pero alguien supo conducir el barco. No es poco, señores, no se vale ser tan mezquinos.
Entonces me di cuenta de que también estaba mirando el primer desfile militar desde que hice la colimba, y sin sentir rabia. Estas son otras Fuerzas Armadas, me dije, si hasta la marcha “Curupaity” me parece hermosa. Y reparé en que el grupo de Artillería local, y los Granaderos y los Patricios desfilaban debajo de una enorme bandera roja con el rostro impreso del Che. Y más allá había banderas del Partido Comunista mezcladas con las de peronistas. Y desfilaban soldados con soldadas. Carajo si era todo diferente.
Qué bueno que vine, me dije. Y después entró Fuerza Bruta y la Banda de los Granaderos empezó a tocar un chamamé. Ahí me decidí a pasar esto en limpio.
© 2000-2011 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Todos los Derechos Reservados
sábado, 24 de septiembre de 2011
Los días y las noches.
...y sin embargo al tercer día resucitarás, y caminarás entre los hombres y mujeres de esta tierra, y beberás su agua y compartirás su pan, y revolucionarás a los niños para que no olviden,y no ofrecerás la otra mejilla al opresor; al tercer día, ese Día en que las almas, y los cuerpos y las conciencias serán.
Y el vino, y la sangre serán uno, como tú y tu prójimo, compañeros del alma,y besarás sus pies,y andarás entre el cielo y el mar, cultivando el amor al fruto del hombre nuevo.
Sin utopías, ni sueños, solo la realidad de tu destino junto a él y su hembra en llamas.
...y la nocturna sed de justicia, bienaventurada colmará la luna,
levará almas, andará desnuda recolectando la simiente del justo y del pecador,
del urgido por comer y del herido por ver el fuego rojo del infierno,
sobre las aguas olvidadas caminará y los panes multiplicados serán.
Y el sino de aquella derrota desaparecerá bajo los pies descalzos
de la multitud heredera que tornará en sal al enemigo de la vida.
Felices, romperán muros y conspiraciones, silencios y ostias,
confesarán su revolución y no habrá señor que resista tamaña
herejía santa de un pueblo labrador.
Será Justicia, habrá paz, Amen.
GB
Y el vino, y la sangre serán uno, como tú y tu prójimo, compañeros del alma,y besarás sus pies,y andarás entre el cielo y el mar, cultivando el amor al fruto del hombre nuevo.
Sin utopías, ni sueños, solo la realidad de tu destino junto a él y su hembra en llamas.
...y la nocturna sed de justicia, bienaventurada colmará la luna,
levará almas, andará desnuda recolectando la simiente del justo y del pecador,
del urgido por comer y del herido por ver el fuego rojo del infierno,
sobre las aguas olvidadas caminará y los panes multiplicados serán.
Y el sino de aquella derrota desaparecerá bajo los pies descalzos
de la multitud heredera que tornará en sal al enemigo de la vida.
Felices, romperán muros y conspiraciones, silencios y ostias,
confesarán su revolución y no habrá señor que resista tamaña
herejía santa de un pueblo labrador.
Será Justicia, habrá paz, Amen.
GB
El mezquino papel de la clase media porteña.
"En octubre de 2004 la consultora Equis publicó que: Un poco mas de la mitad de los pobres -9,3 millones- pertenece a familias de clase media que por las sucesivas crisis fueron cayendo baji la línea de pobreza. Así, por esta notable caída de los sectores medios, apareeció en la Argentina una "nueva pobreza" como modalidad específica de pobreza que no existía o era muy pequeña antes de los 70 y que hoy impacta sobre el 33% de la población nacional."
"Esta es la conclusión de un estudio de la consultora Equis, que dirige Artemio López, que marca que "en el nuevo período posdevaluatorio, al igual que lo ocurrido durante la etapa de valorización financiera iniciada en 1976, la estructura social sigue la línea de transformación típica de la etapa financiera. El dato saliente es nevamente el estrechamiento de los segmentos medios vía el aumento notaable de la pobreza por ingresos, producto combinado del desempleo, la caída salarial y el aumento del costo de la canasta de bienes y servicios, que pasa del 38% en 2001 al 44,2% en el primer semestre de 2004.
"En base a datos oficiales de la Capital y el Gran Buenos Aires, que engloba a 12 millones de habitantes, surge que desde 1974 en forma casi ininterrumpida el 80% de la población, en especial las franjas mas bajas, cedió ingresos en beneficio del 20% mas rico que acrecentó un 22% su participación en el reparto de la torta.
"Este retroceso se dio al compás de cada crisis, como en 1975 con el Rodrigazo, 1982 con el derrumbe de la tablita de Martínez de Hoz, 1989/90 con la hiperinflación, 1995 con el Tequila y 2001/2002 con el derrumbe de la convertibilidad. Con cada una de esas crisis, la clase media bajó un escalón ( a veces dos o tres), y si bien con las normalizaciones posteriores hubo mejoras en la situación social no lograron revertir la caída experimentada durante los momentos de crisis."
En Llegó Carta de Perón, Monzón Florencio, Rapsodia de la Resistencia 1955-1959, Edicones Corregidor, Buenos Aires, 2006, ps. 100-101. (Continuará...)
Prof. GB
"Esta es la conclusión de un estudio de la consultora Equis, que dirige Artemio López, que marca que "en el nuevo período posdevaluatorio, al igual que lo ocurrido durante la etapa de valorización financiera iniciada en 1976, la estructura social sigue la línea de transformación típica de la etapa financiera. El dato saliente es nevamente el estrechamiento de los segmentos medios vía el aumento notaable de la pobreza por ingresos, producto combinado del desempleo, la caída salarial y el aumento del costo de la canasta de bienes y servicios, que pasa del 38% en 2001 al 44,2% en el primer semestre de 2004.
"En base a datos oficiales de la Capital y el Gran Buenos Aires, que engloba a 12 millones de habitantes, surge que desde 1974 en forma casi ininterrumpida el 80% de la población, en especial las franjas mas bajas, cedió ingresos en beneficio del 20% mas rico que acrecentó un 22% su participación en el reparto de la torta.
"Este retroceso se dio al compás de cada crisis, como en 1975 con el Rodrigazo, 1982 con el derrumbe de la tablita de Martínez de Hoz, 1989/90 con la hiperinflación, 1995 con el Tequila y 2001/2002 con el derrumbe de la convertibilidad. Con cada una de esas crisis, la clase media bajó un escalón ( a veces dos o tres), y si bien con las normalizaciones posteriores hubo mejoras en la situación social no lograron revertir la caída experimentada durante los momentos de crisis."
En Llegó Carta de Perón, Monzón Florencio, Rapsodia de la Resistencia 1955-1959, Edicones Corregidor, Buenos Aires, 2006, ps. 100-101. (Continuará...)
Prof. GB
viernes, 23 de septiembre de 2011
Pablo Neruda, 12 de julio de 1904, 23 de setiembre de 1973.
Melancolía
Sólo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres. Así la poesía no habrá cantado en vano.
* PaRa Mi CoRaZóN BaSTa Tu PeCHo...
Para mi corazón basta tu pecho,
Para tu libertad bastan mis alas.
Desde mi boca llegará hasta el cielo
Lo que estaba dormido sobre tu alma.
Es en tí la ilusión de cada día..
Llegas como el rocío a las corolas.
Socavas el horizonte con tu ausencia,
Eternamente en fuga como la ola.
He dicho que cantabas en el viento
Como los pinos y como los mástiles.
Como ellos eres alta y taciturna.
Y entristeces de pronto, como un viaje.
Acogedora como un viejo camino.
Te pueblan ecos y voces nostálgicas.
Yo desperté y a veces emigran y huyen
Pájaros que dormían en tu alma.
GB
Nunca antes, nunca hasta hoy...
Un candidato a presidente de la Nación obtenía, obtendría el 62% de los votos en una elección libre y soberana.
Menos aún con 18 años de exilios y porscripciones.
Acusado de Tirano prófugo o Tirano sangriento, de déspota, demagogo y dictador.
Innombrable, prohibido y exilado.
Con decenas de atentados que intentaron asesinarlo durante su diáspora.
Peregrino por años antes de recalar en Madrid, España, donde nunca hasta el día de su partida definitiva se vio con el dictador que la presidía.
Traicionado, ninguneado, denigrado por funcionarios y/o jerarcas políticos y sindicales que lo vieron muerto y enterrado muchísimos antes del año 1974.
Los neo, los simpatizantes de su ideología pero sin él, los acomodaticios, los arrastrados, los traidores, que le harían afirmar al propio Jauretche que la palabra "asco" tenía nombre y apellido, por ejemplo el de su ex vice presidente que en 1955 juraba practicamente no conocerlo...( Alberto Teisaire)
Solo a 12.000 kilómetros de distancia, pero conduciendo a cientos de miles de anónimos resistentes que dieron efectivamene su vida por su retorno incondicional a la Argentina y al poder.
Al que no le daba el cuero para volver, cobarde,millonario, mentiroso, engañador, corrupto, culpable de las crsis recurrentes de la Argentina a partir de su ausencia obligada.
Bombardeado, fusilado, desaparecido.
Encarcelado, torturado, despedido de su trabajo.
Volvió, y obtuvo el 62% de los votos.
Nunca antes, nunca después (quizás hasta hoy) se habló de felicidad, dignidad, amor, causa, doctrina, Nación, Pueblo, Patria,grandeza,identidad, justicia social, soberanía política, independencia económica, como él lo hizo ( y lo sigue haciendo).
Tuvo una mujer única.
Fue un hombre, que, con esa mujer construyó una pareja única.
Juan revolucionó a propios y extraños.
Eva lo defendió con pasión, alma, corazón y vida.
Lo amó.
El 23 de setiembre de 1973, fue electo por tercera vez presidente de todos los argentinos.
Los obreros, sus hijos, sus jóvenes maravillosos, sus mujeres,lo trajeron para que la Historia le rindiera homenaje a su hombría de bien.
Buen tipo Juan, nunca nadie, hasta hoy lo quiso como lo queremos nosotros sus herederos.
GB
Suscribirse a:
Entradas (Atom)