Imagen: Leandro Teysseire
La llegada de una factura de luz impagable no es (ni será) el fin de la adhesión al gobierno de Mauricio Macri. Al contrario. Es lo que la explica. Es el precio que muchos “pagan” voluntariamente para mantenerse a salvo del otro.
Supongamos que el gobierno de Macri, representante de esa indudable derecha dudosamente democrática y moderna, sostiene un pacto más o menos implícito con su electorado (llamémosle) “de clase media”.
¿En qué consiste ese pacto? Por un lado, estos votantes “de clase media” aceptan sin muchas vueltas una reducción de su poder adquisitivo (más o menos significativa de acuerdo al caso). Por otro lado, el gobierno promete mantenerlos a salvo del achicamiento de las distancias sociales: a salvo de tener que mandar a sus hijos a la misma escuela, al mismo hospital, al mismo club, que los hijos de los (llamémosles) “sectores populares”. Y por supuesto, claro está, a salvo de la amenaza que representan estos sectores populares movilizados, de la politización de la vida pública, de la “grieta K”, de las cadenas nacionales, y de esos intolerables etcéteras.
Solemos considerar a ese votante “de clase media” como irracional. Nos preguntamos con cierta desesperación “¿pero cómo (¡¿cómo?!) van a votar a un gobierno que los empobrece, que gobierna para unos pocos, que gobierna para los ricos? ¿Es que no se dan cuenta?”. A continuación, a veces, nos tranquilizamos con “¡ya van a ver cuando no puedan pagar las tarifas de la luz, del gas, de la prepaga!”, y etcéteras.
Sin embargo, y a la luz de los hechos cotidianos, tal vez sea hora de que nos replanteemos estas lógicas. Tal vez sea hora de que abandonemos nuestras sospechas o acusaciones de irracionalidad sobre estos votantes “que no se dan cuenta”. La evidencia concreta y contundente de la perdurabilidad de las adhesiones al macrismo ¿no debería llevarnos a sospechar de la eficacia de estas “interpretaciones economicistas” o materialistas, que de tan obvias hasta parecen ciertas?
¿No será hora de convencernos de que la clave para entender las adhesiones al macrismo está en desentrañar su potencia simbólica, ideológica y cultural, mucho más que en medir su performance “material” (económica)?
Dejemos de esperar que “se den cuenta”. Porque, precisamente, esas facturas impagables son el precio que vastos sectores “pagan”, voluntariamente, para mantenerse a salvo del otro. Que, no lo dudemos a este paso, va a ser, lejos, el primero en no poder pagar y en empezar a transformarse en un número de la UCA.
De ser así, el fin de las adhesiones a este proyecto de despojo, curiosamente asistido por los propios despojados, no va a desencadenarse cuando éstos no puedan pagar la factura de luz (o de otros servicios), cuando no puedan pagar la prepaga, cuando no puedan pagar la escuela privada, y esos etcéteras.
El malestar de los adherentes al macrismo se va a desatar cuando el gobierno deje de garantizarles el mantenimiento de las jerarquías y de las distancias sociales, del orden de clase que había sido puesto en tensión por las políticas de inclusión del kirchnerismo, más allá de todos sus errores (valga el paréntesis, sobre los que es indispensable empezar a pensar y a discutir en serio).
Por eso, no nos sorprendamos de que el gobierno de Mauricio Macri no pare de buscar, recrear, agitar, a toda costa, un clima de visceral odio social. Porque es allí donde está su fortaleza, su parte del pacto, su promesa: su capacidad para mantener las distancias sociales.
El rico, que mande. La clase media, media. El pobre, bien pobre, y bien lejos de todos de los demás.
Dejemos de esperar que “dejen de votarlos cuando se den cuenta de que no pueden pagar la luz”. Porque esa factura impagable es el precio que muchos pagan, voluntariamente, por mantenerse a salvo del otro. Por mantenerse, en suma, con los pobres bien lejos.
* Conicet, UBA, Unsam.
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