Un colibrí repiquetea contra el ventanal de mi cocina.
O contra el tejido.
Vertical, horizontal, arribabajo...
Solo atino a dos cosas: un tacita con agua y azúcar por si quiere recuperar fuerzas.
Y a fotografiarlo.
Es cierto, entró a mi cocina.
Confunde sol con vidrio, aire con tejido.
Hasta que escucha, piensa, oye, analiza, que esta cárcel se derrite.
Este cemento, paredón, se perfora.
Hay escape, hay libertad, hay una puerta abierta, la de mi cocina por donde fugar.
Retrocede, estabiliza, gira, catapulta al patio techado por glicinas, mas allá,
cipreses, el mundo todo, sinfin de horizontes y aleteos.
Verde vestido que grita improperios contra mi descuido y su error.
Desfachatez de zumbidos, alocado verdear sonoro, pequeña bolita emplumada
de azúcares también verdes.
Libre zig zag verdeante entre verdores cómplices.
Cuenta a propios y extraños que sin posar está en fotos humanas
(tontas creen que lo atraparon allí).
Lo verde se quedó como aroma del fogón.
GB
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