No han sido que se diga estimulantes los últimos datos sobre el comercio exterior publicados por el INDEC y no lo son, además, porque muchos de ellos expresan desajustes acumulados por años. Definitivamente, problemas que han tomado formas estructurales.
Es el caso de la industria y dentro de la industria de varias actividades con las cuentas al rojo vivo.
El saldo total entre exportaciones e importaciones de manufacturas fabriles arrojó, el año pasado, un impresionante déficit de US$ 35.500 millones. O no tan impresionante al fin, apenas se advierte que resulta muy similar al que viene arrastrándose hace mucho tiempo.
Cuatro ramas ocupan el centro de ese cuadro: -- La primera es maquinarias y artefactos mecánicos diversos, que se anotó con un desequilibrio de US$ 8.824 millones. Son inversiones y a la vez, o sobre todo, bienes que tapan agujeros grandes y chicos de las cadenas productivas.
-- Segunda, peleando la punta, aparece la electrónica; mejor dicho, las ensambladoras de Tierra del Fuego. Registró en la balanza un peso de US$ 8.400 millones.
-- Tercero, el sector automotriz. Ahora tocan US$ 7.400 millones originados en una actividad que también tiene bastante de armaduría de piezas e insumos extranjeros.
-- Finalmente, los US$ 4.400 millones de los productos químicos, con un buen porcentaje de medicamentos incluidos.
En números redondos, la suma de los cuatro canta 29.000 millones de dólares y equivale a casi todo el déficit comercial fabril. Divisas en cantidades industriales derivadas nuevamente de importaciones que cubren la falta de producción nacional o revelan, de ida y de vuelta, la escasa competitividad de la producción nacional.
Hay un quinto actor también del palo de los estructurales que merece ocupar un lugar en el escenario: el sector energético, que de tumbo en tumbo y de déficit en déficit el año pasado mostró uno por US$ 3.272 millones. Sin solución a corto plazo, sigue cargando el deterioro de las reservas de hidrocarburos y, consecuentemente, una producción de petróleo hace años en caída y una de gas estancada.
Obvio vistos los resultados, el rasgo común a todos es que las importaciones les pasan por arriba a las exportaciones.
El rebote del tipo cambio de las últimas semanas puede mejorar el panorama, pero sólo marginalmente y siempre y cuando no se lo coma la inflación o, dicho de otro modo, no se traslade a los costos de producción.
Queda claro que sostener actividades tan dependientes del factor externo demanda un volumen de divisas proporcional a sus desequilibrios. A menos que lluevan inversiones o sean recorvertidas o se les encuentren caminos alternativos a algunas de ellos.
En su medida otras ramas están hace rato en el mismo brete, como la textil, el calzado, los plásticos y la metalurgia. Ni hace falta decir que nada de lo que hay se resuelve sembrando el campo de buenas noticias oficiales.
Varios datos ya globales y también del INDEC, ponen la situación en contexto. Uno dice que el año pasado las exportaciones apenas subieron 0,9% contra importaciones que van al 19,7%. Otro habla de la creciente primarización de las ventas al exterior.
El efecto ha sido un déficit US$ 8.471 millones. Que cuando se le incorpora el superávit de 2016 escala a una pérdida de ingresos de US$ 10.440 millones en dos años.
Sorpresa y sorpresa y media, por de pronto para el Ministerio de Hacienda que había calculado un rojo de US$ 4.500 millones, casi la mitad del definitivo. Dada la tendencia, ya puede descontarse que también serán desbordados los US$ 5.600 millones asignados a este año.
Números sobre números y con todo incorporado, el desbalance entre divisas que entran en cuenta gotas y divisas que se van a chorros anotó 27.000 millones de dólares en 2017. La salida neta por el turismo aportó nada menos que 10.000 millones.
Gran parte del buraco fue de hecho financiado con endeudamiento del Estado nacional y así continuará, solo que representa una cuerda que más vale no estirar demasiado.
Tiene motivos Mario Quintana, el vicejefe de Gabinete, cuando motoriza la subida del dólar y se preocupa por la marcha de las cuentas externas. Pero de nuevo la salida no pasa únicamente por mejorar el tipo de cambio real, aunque sea necesario y bienvenido.
Tampoco está en una economía brasileña que parece despertar después de una recesión sin precedentes, así eso también sea bienvenido. Nuestras exportaciones han perdido tanto terreno allí y han sido desplazadas por otros competidores como lo demuestra una cifra: en el 2000 las ventas argentinas representaban 12% de las importaciones totales de Brasil; hoy llegan al 6%, o sea, a la mitad.
Sacar a la Argentina del pozo en que está lleva tiempo e implica políticas de largo plazo y, desde luego, acertar con las políticas.
El Presidente despliega esfuerzos por todo el mundo para mostrar un país diferente, que avanza hacia la estabilidad política y económica. ¿Será suficiente para atraer inversiones imprescindibles? O las habrá de momento, a cambio de un rédito seguro o mayor al que puede obtenerse en otros lugares.
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