lunes, 9 de septiembre de 2013

Primera muerte

Luis Leónidas Paz era un muchacho de origen muy humilde que había logrado ingresar al Ejército Argentino, en parte, por su popularidad como boxeador. Era una de las pocas posibilidades que por entonces se abrían a las clases paupérrimas, en la Argentina oligárquica. La "carrera" de suboficiales. Paz fue destinado al "rancho", es decir, la cocina del por entonces nutrido Regimiento 18 de Infantería, en Santiago del Estero. A diferencia de otros suboficiales en tal función, el cabo Paz pidió autorización a la superioridad para distribuir entre los indigentes las sobras de las comidas -desayuno, almuerzo, merienda y cena. Casi la mitad de lo que se cocinaba para los soldados solía ser tirado a los chanchos. Una vez recibida la autorización, Paz no necesitó difundir demasiado la novedad: una multitud de mujeres, ancianos y niños comenzó a reunirse cada día, media hora antes de cada comida, con sus platitos, tazas o tarros, para mendigar comida. Muchos provenían del mismo y pobrísimo barrio "El Triángulo", que circundaba el inmenso y opulento predio del Regimiento. Esta actitud del cabo Paz le atrajo una inmensa ola de gratitud popular. Unida a su fama como boxeador, hacía de él una especie de "estrella" que pronto despertaría cierta intranquilidad en la oficialidad y clases gobernantes. Santiago del Estero era en los años 30 del siglo XX un clisé en negativo de la configuración sociológica nacional. Sus únicas fuentes de recursos económicos era la producción a destajo de materia prima forestal, para grandes industrias foráneas. La pobreza, humillación, sometimiento de la inmensa mayoría de la población santiagueña era agravada por el casi absoluto aislamiento cultural en que se desarrollaba la vida cotidiana de esta provincia. Como primer emplazamiento de la Conquista Española en el territorio argentino, había inaugurado su existencia "cívica" con el genocidio. Dos nutridas comunidades aborígenes autosuficientes y probablemente refinadas -debemos hablar de probabilidad, pues su acervo cultural fue deliberada y sistemáticamente aniquilado por los invasores españoles- fueron brutalmente aplastadas y asesinadas paulatinamente por medio de una súper explotación monstruosa entre los siglos XVI y XVII. Permitiendo la supervivencia de las mujeres -no por generosidad, sino por la escasez de ellas-, los invasores europeos fueron constituyendo una sociedad nítidamente dividida en castas. En la base inferior, se amontonaron pues los descendientes de aborígenes y los "guachos" (hijos no reconocidos de violadores españoles y mujeres aborígenes violadas); excepcionalmente iban a parar allí españoles "fracasados" de las clases paupérrimas. Luego se interponían algunos centenares de pobladores de "clase media" (en 1869 un censo nacional indica en Santiago del Estero 132.898 habitantes, con 70 extranjeros "de origen europeo"). Y por encima de todos ellos, un pequeñísimo grupo de propietarios constituido por descendientes de los conquistadores españoles. Sobre estos números de mediados del siglo XIX, resulta significativo señalar la disminución en los habitantes de la provincia: de entre unos 200.000 encontrados por los invasores germano-españoles hacia 1550, a cincuenta mil menos, tres siglos más tarde. No hubo ascenso en la escala social santiagueña luego de la Revolución de Mayo. Apenas algunos pocos escaladores de las clases medias pudieron reubicarse, cosa frecuente en cualquier periodo inestable. Adherentes tardíos al pronunciamiento porteño -más por miedo a la oficialidad de Castelli que por otras razones- los gobernantes santiagueños siguieron saliendo de las mismas familias, hasta bien entrado el siglo XX. Y lo que resulta más significativo: lograron perpetuar parecidos métodos de dominación, incluso hasta el día de hoy (siglo XXI). Dicha dominación cuenta en su núcleo conceptual con un factor determinante, profundamente enquistado en la genética de la población y su inconsciente colectivo: el terror. Un terror físico, cultural, religioso y social. Instalado profundamente en las psiquis nativas por el terrorismo hispánico durante la fundación sanguinaria. Abonado y cultivado luego, casi quinientos años, por sus beneficiarios genéticos o sectoriales. Volvamos a 1935 y al cabo Luis Leónidas Paz. Su novia era una hermosa chica con la cual tenía previsto casarse el 5 de enero de aquel mismo año. El mayor Sabella, jefe de su batallón, pretendía ejecutar con ella, sin embargo, su "derecho de pernada". Con tal propósito, Sabella castiga injustamente al cabo Paz, para dilatar un casamiento que se hubiera interpuesto ante su codicia sexual. El cabo Paz intenta dialogar con él y ante su despectiva contumacia, lo mata. Es arrestado y condenado al fusilamiento, por un veloz Tribunal Militar. La historia se difunde rápidamente entre toda la población santiagueña. Esa misma tarde del 6 de enero de 1935 -celebración de Reyes-, una multitud se reúne en la plaza principal. Escuchan arengas de "agitadores socialistas y anarquistas", según afirmaron después miembros de las clases dominantes de la época. Comienza a gestarse un clamor por la vida del suboficial Luis Leónidas Paz. Gobernaba la provincia un astuto emergente de las clases medias, el "Gaucho" Castro. Servidor efectivo de la oligarquía, ejercitaba sin embargo un demagógico pendoleo con el que manipulaba a las masas populares, utilizándolas como herramientas de negociación cuando lo consideraba necesario. Hasta había aprendido a hablar quichua, para seducir a miles de sencillos descendientes de aborígenes, luego de haberse abierto un proceso de relativa participación, en los años veinte, por medio de elecciones cada vez menos amañadas. El "Gaucho" Castro decide ponerse "al frente" de las movilizaciones. Desde los balcones de la Casa de Gobierno, como era su costumbre, arenga a la multitud y avisa que esa misma noche solicitaría al presidente de la Nación, general Agustín Pedro Justo, el indulto para el suboficial santiagueño, tan querido por su población. Justo, desde una playa de Mar del Plata, rubrica el "cúmplase" para aquel fusilamiento. La grandilocuente propuesta del demagogo provincial no fue siquiera considerada por el autócrata porteño. Para quien Santiago del Estero debió de haber sido no sólo "uno de los 14 ranchos", sino, además, uno a los cuales hubiera preferido borrar si fuera posible.

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