lunes, 30 de septiembre de 2013
El poder de la palabra y el lenguaje secreto de las mujeres
El poder de la palabra y el lenguaje secreto de las mujeres
[Publicado en el blog Inmortal Odiseo]
“Lo que no está escrito no existe”, escribí recientemente en mi cuenta de Twitter. Un seguidor de uno de mis seguidores replicó: “Pienso luego existo, no escribo luego existo”. La contestación que elegí para hacer la contra-réplica, fue acorde al espíritu que me movió a escribir el tuit original: “El pensamiento, por sí mismo, no sirve como prueba de existencia”. Es decir, cambié el punto de apoyo de la discusión, él hablaba de existencia fáctica; yo, de existencia comprobable.
El seguidor de mi seguidor (nobleza obliga) volvió a preguntarme si hablábamos de existencia o de prueba de existencia durante el desarrollo del presente artículo.
Es curioso, soy uno de los primeros en admitir que el “Cogito ergo sum” es una de las catástrofes de la Edad Moderna. Cartesius pergeñó con su frase la paternidad de todos los racionalismos (el nefando positivismo incluido) los que, a mi juicio, devinieron en esta civilización tecnolocrática que hoy hegemoniza nuestra cultura y de la que claramente abjuro. Cabe señalar que la única forma que encontró René Descartes de legarnos su célebre “pensamiento“… fue mediante una frase “escrita“.
Muchos otros pensadores han elegido diferentes idearios a los de Descartes, e incluso otros optaron por llanas refutaciones al sistema filosófico del francés.
En definitiva, no deja de ser el paradigma de un esquema de pensamiento que reflejaba los destellos de las mentes cultas de los hombres del Siglo XVII. Vale decir, un paradigma que algunos podrán considerar refutado y otros irrefutado, pero al que -me parece- no se le podrá despojar su carácter anacrónico.
De cualquier modo, otro lauro que la frase del francés ha conseguido en nuestros tiempos, es la de Lugar Común, la de Cliché, la de Frase Hecha. Esa degradada categoría de oración que, a fuerza de repetirse, termina vaciándose de sentido y significado. Idéntico lauro es el que tiene la otra frase, la que disparó el debate y este artículo: “Lo que no está escrito no existe” es también una Frase Hecha escuchada hasta el cansancio en los ámbitos empresariales; especialmente en las áreas que se dedican al desarrollo de Procesos de Gestión o de Gestión de la Calidad. Los ortodoxos de esta curiosa elite, tienen esta frase permanentemente adosada al costado de sus labios para usarla a discreción cada vez que se encuentran con una actividad que se lleva a cabo en sus compañías, pero cuyos detalles no estén reflejadas en un procedimiento escrito de acuerdo a las famosas Normas ISO.
Para ir cerrando esta introducción resta aclarar, taxativamente, que el debate no es, si la existencia depende de lo escrito o del pensamiento. Si así fuera deberíamos anular esa parte de la existencia de la especie que llamamos Prehistoria, precisamente, por la incapacidad que esos seres tenían para contarnos su existencia, a través de la palabra escrita.
Yo creo que la palabra no sólo comprueba la existencia del pensamiento, sino que lo promueve a un sitial de posibilidades infinitas. No olvido, por ejemplo, que para la tradición de las grandes religiones monoteístas (Judía, Cristiana e Islámica) el mundo fue creado por el poder de La Palabra de Dios… “Y Dios dijo: hágase la luz”; “En el principio era el Verbo, y el Verbo se hizo carne”.
La palabra escrita, además, otorga adiciones al pensamiento humano que no le brinda la palabra hablada: lo ordena, lo organiza, le infecta temporalidad, lo torna lógico y, lo más importante… el don más precioso que la palabra escrita le otorga al pensamiento y a la existencia: Los Trasciende.
Algunos dirán (muchos) que la poesía oral es anterior a la palabra escrita y que hay versos que se transmitieron por generaciones de aedos, antes de las tablillas de cerámica y del papiro. No vengan a enrostrarme eso justamente a mí, que desde hace 3.200 años he visto el apogeo y la caída de imperios y culturas. Les aseguro que antes de dos generaciones cualquier conocimiento oral que se transmita es tergiversado acorde al contexto del recitador oral de turno. Ustedes conocen de mí gracias a Homero y muchos como él que recogieron la tradición oral de poetas analfabetos. ¿Resultado? Los combates narrados en La Ilíada están descritos de acuerdo a cómo se combatía en la época de Homero (varios siglos después) y no como efectivamente los llevamos a cabo en el 1280 AC. Este es sólo un ejemplo, el relato homérico incurre en muchísimos otros hechos asincrónicos que no viene a cuento ahora señalar. El único conocimiento oral al que se le podía dar algún tipo de crédito sería el de las genealogías… pero sólo hasta cierto punto, quien lea en la escritura sagrada las genealogías del tal Yeoshua Benjamita que luego sería conocido como Jesucristo, descubrirá que dos diferentes evangelistas detallan dos genealogías bien diferentes entre sí. Los defensores de la escritura alegarán que una es la paterna y otra la materna. Yo no estaría tan seguro, y hasta me atrevo a arriesgar que si un tercer evangelista hubiera detallado una tercera genealogía de Jesús, estos defensores dirían que esa tercera genealogía es la del burro que acompañó a José y María hasta el pesebre de Belén.
Está claro que ninguna palabra (sea hablada o escrita) es una garantía de veracidad o de condescendencia con la realidad, en especial cuando de relato histórico se trata. Pero si ustedes conocen algo acerca de mí; es porque alguien, alguna vez en el tiempo, cinceló en una tablilla de barro cocido la palabra Ὀδυσσεὺς.
Hasta allí, hasta ese punto detrás de las helenas letras de mi nombre, la introducción tan necesaria como innecesariamente larguera; lo sé, perdón por eso. Ahora lo sustancial del asunto, el verdadero poder de la palabra.
Uno de los logros de los que se jactan la mayoría de los gobiernos occidentales de estos tiempos, es el de haber hecho retroceder casi hasta su borde de extinción al Analfabetismo. Es una cínica falacia.
Siempre sostengo que una verdad a medias hace mucho más daño que una mentira completa. En una mentira completa uno advierte enteramente lo falaz. En una verdad a medias la mentira está escondida, es una verdad hipócrita; vale decir: una mentira disfrazada de verdad. El cuento de “Estamos casi terminando con el analfabetismo” es, quizás, la peor de todas las verdades a medias.
Lo oculto, lo que no nos dicen las autoridades de casi todos los gobiernos de occidente, especialmente los de América Latina, es que las formas de educar y las de aprehensión de conocimientos hoy en día, han adquirido tal complejidad que ya no nos basta con saber leer y escribir para la adecuada interpretación del mundo en el cual vivimos y del cual formamos parte.
Existe un eufemismo atroz para llamar a los individuos que saben leer y escribir pero que no tienen la menor idea de qué hacer con ello, o el poder que eso les otorga. Los llaman Analfabetos Funcionales. Es decir, se los considera funcionales; por tanto, cabe la atrocidad de suponer que para los gobiernos es mejor que permanezcan así, en esa ignorancia interpretativa de su mundo, ¡pues así el sistema funciona!
Hasta en Wikipedia (uno de los más grandes propulsores de Analfabetos Funcionales de este tiempo) existe esta definición sobre ellos: “Una persona analfabeta no sabe leer ni escribir. Un analfabeto funcional, en cambio, lo puede hacer hasta un cierto punto (leer y escribir textos en su lenguaje nativo), con un grado variable de corrección y estilo. Un adulto que sea analfabeto funcional no sabrá resolver de una manera adecuada tareas necesarias en la vida cotidiana como por ejemplo rellenar una solicitud para un puesto de trabajo, entender un contrato, seguir unas instrucciones escritas, leer un artículo en un diario, interpretar las señales de tráfico, consultar un diccionario o entender un folleto con los horarios del autobús”.
Un hecho doloroso más, cabe señalarse respecto de esto. En Argentina, desde hace tiempo, algunos docentes han comprendido la gravedad e incidencia de esta situación. Al punto de notar que los alumnos que egresaban de la escuela secundaria (paso previo al ingreso a la Universidad) eran, en una asoladora mayoría, Alfabetizados Disfuncionales (Este es el término con el que prefiero llamarlos, ya que es más auténtico y reconoce el fracaso del sistema en lograr funcionalidad en su tarea de alfabetizar a sus ciudadanos). Este grupo de docentes, tras largo batallar, ha logrado que en casi todas las universidades públicas, magisterios y profesorados terciarios; sea obligatoria la cursada previa al ingreso a la carrera, de un curso de Lecto-Escritura, que presuponía salvar esas falencias en el acervo de los alumnos. El problema surgió cuando la mayoría de los alumnos, en la etapa evaluativa de este curso, no llegaban a salvar con éxito ni siquiera el sesenta por ciento de los contenidos básicos requeridos para su aprobación. La solución fue que la evaluación no fuera segregatoria, y que los alumnos suplieran los objetivos no alcanzados en el curso de Lecto-Escritura durante la cursada de los primeros años de sus carreras universitarias. Tan altas hubieran sido las estadísticas de reprobados, que hacerlo de otro modo, hubiera atentado contra el ingreso irrestricto, del cual tradicionalmente se jacta la Universidad Pública Argentina.
En el norte de Italia, a menos de 50 Km. al oeste de Venecia, se encuentra Pádova; ciudad en la que en 1935 nació el escritor Ferdinando Camon. Uno de esos escritores urticantes que suelen ganar unanimidad entre los críticos de cualquier extracción. Ferdinando Camon dirá de ello: “Escribí en muchos diarios italianos, y en todos estoy censurado: desde la “Unitá” al “Observatore romano”, del “Corriere della Sera” a “Paese-Sera”, al “Giorno”.
Supe de la existencia de Camon en 1985, cuando “Liberation” hizo una encuesta a 400 escritores para que respondieran la pregunta “¿Por qué escribe?”. Ignoro lo que contestaron los otros 399 escritores. Más todavía, ignoro quiénes hayan sido esos otros 399 escritores. La respuesta de Camon fue tan profundamente dramática que arrojó a las sombras el resto de aquella encuesta.
La respuesta de Ferdinando Camón fue la que transcribo a continuación:
“Escribo por venganza. No por justicia, no por santidad, no por gloria: sino por venganza. Todavía siento dentro de mí esta venganza como justa, santa y gloriosa. Mi madre sabía escribir sólo su nombre y apellido. Mi padre un poco más. En la tierra donde nací, los campesinos analfabetos firmaban con una cruz. Cuando recibían una carta del Municipio, del ejército, de la guardia civil (ningún otro escribía a los campesinos) se asustaban e iban al cura para que se las leyera. Lo he visto pasar muchas veces, era un niño. Desde entonces he sentido a la escritura como un ‘instrumento de poder’, y siempre he soñado pasar al otro lado, apoderarme de la escritura, pero para usarla a favor de aquellos que no la conocen: para realizar su venganza”.
Siempre que lo leo me conmueve, el escritor que escribe para vengar a los que no pudieron escribir; el que vio a sus padres padecer bajo la hegemonía de aquellos que ostentaban todo dominio, sobre esos poderosos signos con los que las cosas eran nombradas y las acciones sujetas o desencadenadas.
Cuando combatíamos en Troya, en un mundo cuya población era infinitamente menor a la de ahora, los especialistas calculan que en nuestro planeta se hablaban 10.000 lenguas aproximadamente. Hoy en día, en el mundo se hablan entre 5.500 a 6.800 lenguas, dependiendo del rigor de los parámetros que las definen como tales. Si entendemos y concedemos que todas las lenguas expresan el sentir único de un pueblo, cuando una lengua muere, desaparece una visión del mundo.
Son miles las cosmogonías que he visto sucumbir, con cada lengua que muere, a lo largo de los siglos. Pero eso no es lo peor, lo peor es que los procesos de agonía de las lenguas actuales se aceleran exponencialmente. En África, por ejemplo, el 80% de las lenguas carece de transcripción escrita, y precisamente por eso, están en peligro de extinción. Día a día, los niños que crecen bajo el influjo de la televisión e Internet, aprenden los idiomas globales (Inglés, Francés, Alemán, Belga, Neerlandés) y se desentienden de los dialectos y lenguas de su cultura que, al no contar con signos escritos que las preserven, pierden irreversiblemente los nexos con su historia, con su pasado, con su cultura y tradiciones.
Pero estas pérdidas no son sólo de ellos. Son también nuestras, cuando nuestro mundo pierde su variedad y su diversidad, perdemos referencias del universo que son irrecuperables. Daré sólo algunos ejemplos de la belleza que perdemos cuando una lengua muere.
Aproximadamente entre 300 a 400 años atrás, en el sur de esa enormidad ultrajante que era la China Imperial de entonces, en la comarca de Jiangyong, provincia de Hunan, la dura vida a la que los campesinos sometían a sus mujeres logró que las féminas se confabularan entre sí para comunicarse de un modo único, secreto. Crearon entonces un lenguaje que sus maridos y los hombres no pudieran entender. Una lengua mediante la cual solamente ellas pudieran comunicarse: el Nushu.
Pero no sólo lograron hablarla, también consiguieron transcribirla a símbolos, a una escritura. Cuando una mujercita era entregada, en un matrimonio arreglado, a un campesino desconocido; la joven recibía, a modo de ajuar, lo que llamaban “Cartas del tercer día”. Esto era un conjunto de consejos, diarios íntimos, reflexiones, sueños, deseos, experiencias de otras mujeres y cánticos de consolación para los difíciles primeros días de sus severos matrimonios.
Yang Huanyi, la última hablante del Nushu, dijo: “Hizo nuestras vidas mejores, porque nos ofreció un modo de poder expresarnos”.
Un modo de poder expresarnos. Un modo de poder. Poder para comunicar una experiencia única, intransferible por cualquier otro medio.
Yang Huanyi murió en Septiembre de 2004 a la edad de 98 años. Intentó enseñar el Idioma Secreto de las Mujeres a sus hijas y a sus nietas, pero ellas no quisieron aprenderlo.
Nuestro Mundo tenía, hasta hace escasos nueve años, un idioma que sólo conocían las mujeres. Hoy no lo tiene. Es una distinción, una belleza, una cosmovisión, que irremediablemente hemos perdido.
Tan fascinante es descubrir los matices de las lenguas y su aprehensión del universo, los dialectos Ugandeses, por ejemplo, tienen un nombre propio y particular para cada una de las patas de los animales. Pero no sólo eso, también tienen un nombre específico para el conjunto de las dos pata delanteras, otro para el de las dos traseras, otro para el de las dos del lado izquierdo y otro para el de las dos del lado derecho.
En la lengua Boro, la palabra “gobray” significa “caerse en un pozo por una distracción“. Y la palabra “onsra” significa “amar por última vez“.
Yo no sé a ustedes, pero a mí me congratula y me hace sentir cierto orgullo de especie, el saber que contamos con una lengua que, con una sola palabra, nos permita expresar: Te amaré por última vez.
Pues bien, son lenguas que están en peligro de extinción. Son concepciones del mundo de las que nos vamos despojando.
En 2001 en una zona costera del norte de Australia quedaban sólo tres hablantes, y muy ancianos, del Mati Ke.
En 1980 murió una anciana que era la última persona que hablaba Tagish, una lengua nativa del norte de Canadá.
El Ayapeneco, es hablado solamente por dos ancianos octogenarios en Tabasco, México. Aunque se conoce que hay, por lo menos, cuatro hablantes pasivos. Es decir, que comprenden la lengua pero que no pueden hablarla.
Hay actualmente, más de 600 lenguas en nuestro planeta que son habladas por menos de trescientos hablantes. Más de 2.000 que no llegan a los 5.000 hablantes. La enorme mayoría de ellas no cuentan con una transcripción escrita.
“Lo que no está escrito, no existe”. O no existirá dentro de poco.
Angela Pradelli es una gran escritora argentina, fiel exponente de la nueva generación. A Pradelli se le nota a la legua su amor por la escritura y por escribir. Es de esas escritoras que no sólo escribe con el alma, sino que tampoco le saca el cuerpo a sus textos, no les escatima ni dolor, ni sangre.
Pero Angela Pradelli no sólo es escritora. Es, y ha sido, una docente extraordinaria en cuyo desempeño también involucró cuerpo y alma.
De la palabra escrita ella dice: “Quien escribe construye con palabras una casa propia donde habitar, que no pocas veces protege de los materiales corrosivos del tiempo”.
Pero veamos en sus propias palabras, en su propio texto, la importancia del poder de la palabra, y de la necesidad de transformar a los Alfabetizados Disfuncionales en Alfabetizados Plenos:
“Me lo dijo una vez un alumno de la escuela nocturna. Les había pedido que escribieran un relato autobiográfico y no les di más que dos o tres pautas de trabajo. El había elegido contar una historia del abuelo, con el que vivía, se llevaba muy mal y peleaban mucho. Le costó escribir ese relato, lo corrigió durante varias clases. Logró un buen texto en el que se narraba una de las peleas más fuertes entre abuelo y nieto. Todos lo felicitamos cuando lo leyó en clase. Volvimos a hablar de su trabajo al día siguiente, y de su abuelo, que él había convertido en personaje. “No sé bien qué pasó”, dijo mi alumno antes de terminar la clase. “Mi abuelo sigue siendo el mismo de siempre, dijo, pero ahora, después de escribir esto, lo quiero más”. Al ponerle palabras a lo que nos pasa, a lo que sentimos, a lo que deseamos, descubrimos un costado que nos es revelado por la escritura”.
Esa es la magia de la palabra escrita. Eso es revelación personal. Ese es el poder; de poder escribir.
La expresión, es el opuesto exacto de la represión.
La expresión de la palabra escrita es el opuesto exacto de lo que agoniza, de lo que perdemos, de lo que muere u olvidamos.
De lo que no existe.
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