miércoles, 11 de septiembre de 2013
DESANDANDO EL MITO DELE EDUCADOR POPULAR, D.F.SARMIENTO PARTE II
DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO
Hablar de Domingo F. Sarmiento, es hablar de su época, y por supuesto
del contexto histórico y social en el cual sus ideas se desarrollaron
y se aplicaron.
Porque a pesar de no estudiar y vivir en Buenos Aires, a la distancia
coincidió con los integrantes de la Generación del ’37, la cual precedió a
la denominada Generación del ’80; siendo ambas las que poseyeron la
particularidad de no sólo pensar, sino también llevar y ver en la práctica
concreta sus teorías; esto es, pergeñaron un modelo de país, pelearon
por él y lograron verlo funcionar, aún más allá de su tiempo.
La Generación del ’37 o la Generación Romántica de la post independencia,
tuvo precisamente entre sus figuras más representativas a Juan
B. Alberdi y a Domingo F. Sarmiento, quienes coincidieron en aspectos
esenciales, aunque discreparon en los tiempos, métodos, órdenes y valoraciones
personales de sus propuestas histórico-culturales.
Ambos creyeron en la necesidad de una organización política institucional,
y en abrir fronteras a la inmigración que construyera nuevas
ciudades y enseñaran las artes para el aprovechamiento del ganado y
el cultivo de la tierra, constituyendo su principal contradicción en el
apoyo a Justo J. de Urquiza como el adversario capaz de llevar a cabo el
reemplazo del bárbaro Juan M. de Rosas por la civilización.
Para el sanjuanino, ambos caudillos poseían la misma cualidad negativa10:
la barbarie; no así para Juan B. Alberdi quien prestó servicios
después de la batalla de Caseros, acaecida el 3 de febrero del año 1852,
para la Confederación liderada por el jefe entrerriano.
Esteban Echeverría y Bartolomé Mitre coincidieron en la esencia
de las posturas sarmientina y alberdiana, fundadas sobre la antinomia
civilización o barbarie.
La civilización, estaba construida sobre cuatro parámetros: filosofía
francesa racionalista ilustrada, doctrinas políticas y económicas inglesas,
romanticismo francés y alemán, y humanismo renacentista de origen
italiano.
El triángulo cultural y político, compuesto por Alberdi-Sarmiento-
Mitre, buscó sin desmayo, no sin diferencias: la organización nacional
argentina orientada a desarrollar el modelo civilizatorio europeo anglofrancés
portador del espíritu del progreso.
Sin embargo fue Esteban Echeverría el que impuso las ideas románticas
de su generación. En efecto, a mediados del año 1838, luego de la
clausura del Salón Literario y de la revista La Moda, (publicación en la
cual escribían los jóvenes intelectuales), por el gobierno de Juan M. de
Rosas, Echeverría presidió y fue a su vez, el encargado de redactar el
Credo o Código de la Asociación de la Joven Argentina o Asociación de
Mayo en la que continuó expresándose el Salón Literario.
La declaración de principios trató temas como la libertad de prensa,
problemas económicos inmanentes al capitalismo, fuentes de las rentas
del Estado, su sistema administrativo, organización de la campaña,
milicia nacional, inmigración, poblar el país. Todos éstos, conceptos
coincidentes con las ideas expresadas por Alberdi al inaugurar el Salón
Literario; pero será Esteban Echeverría quien junto a Juan M. Gutiérrez,
Carlos Tejedor, Frías, Jacinto Peña, Bernardo de Irigoyen y Vicente
López, discuta las ideas que luego él transformó en el Dogma Socialista.
Esta generación, logró sintetizar a través de sus referentes los aportes
ideológicos de la Revolución de Mayo, bajo conceptos tales como por
ejemplo: progreso y democracia.
Juan B. Alberdi, exiliado a partir del año 1838 en la ciudad de Montevideo,
escribió las palabras finales del Credo y formó una Asociación
semejante con Miguel Cané y Bartolomé Mitre; lo propio hizo Domingo
F. Sarmiento en San Juan y las filiales se multiplicaron mientras
pudieron, en algunas provincias como Córdoba y Tucumán.
Y será en el dogma de Echeverría que se encuentran las formas culturales
fundamentales de las Bases de Alberdi escritas en el año 1852, más la
influencia decisiva de la Constitución norteamericana.
Por todo esto es que, antes del comienzo de la década del ’40 del
siglo XIX, el joven Juan B. Alberdi, Miguel Cané, Santiago Albarracín,
Rafael Corbalán y José Rivera Indarte ( junto a los intelectuales ya mencionados),
trazaron las bases socio-políticas y culturales sobre las cuales
la nueva Argentina se construyó. En este pensar, y en esta militancia es
que se enfrentaron con el jefe de la Confederación Argentina, Don Juan
M. de Rosas y debieron exiliarse.
Se consideraron hijos de la Revolución de Mayo, y en cierto modo
sus continuadores; y diseñaron en consecuencia un modelo de país don-
Amén de una guerra impulsada por el “nexo” fundamental con el sistema capitalista internacional, el Reino Unido de la Gran Bretaña,
contra el hermano pueblo del Paraguay entre los años 1865 y 1870.
Iniciada por Bartolomé Mitre entonces presidente de la nación y terminada
por su sucesor, precisamente, Domingo F. Sarmiento; enfrentamiento
largo y costoso que fue recordado por lo infamante de sus causas
formales y el despojo y genocidio sufrido por el Paraguay, en aras una
vez más, del liberalismo económico.
Estamos por dudar que exista el Paraguay.
Descendientes de razas guaraníes,
indios salvajes y esclavos, que obran por instinto
a falta de razón.
En ellos se perpetúa la barbarie primitiva y colonial.
Son unos perros ignorantes de los cuales ya han
Muerto ciento cincuenta mil.
Su avance capitaneados por descendientes
degenerados de españoles, traería al detención
de todo progreso y un retroceso a la barbarie.
Al frenético, bruto, y feroz borracho Solano López
lo acompañan miles de animales que le obedecen
y mueren de miedo.
Es providencial que un tirano haya hecho morir
a todo el pueblo guaraní. Era preciso purgar la tierra
de toda esa excrecencia humana: raza perdida
de cuyo contagio hay que librarse.”
Domingo F. Sarmiento: carta a Mitre del año 1872
SUS IDEAS
Al exiliarse, partió hacia Chile dejando un escrito en francés sobre
una piedra al cruzar la frontera, que pasó a la historia como “Bárbaros,
las ideas no se matan”; si bien textualmente esta no fueron sus palabras, sí
la idea precisamente que quiso transmitir.
Su trabajo como periodista opositor al régimen rosista en un diario
chileno, le trajo a este gobierno reclamos por parte de la Confederación
que le valió a Sarmiento un viaje pago por el Estado chileno, por gran
parte de Europa, África y de los Estados Unidos de Norteamérica.
En su recorrido por el país del norte quedó impactado por la lectura
de dos novelas que retrataron la vida en el “salvaje oeste”: El último de
los mohicanos y La pradera, ambas escritas por el autor estadounidense,
Fenimore Cooper en los años 1826 y 1827.
Si bien el dilema que aparece aquí es entre naturaleza y sociedad e
intentando rescatar al “buen salvaje”, Sarmiento tomó la esencia que
para él fue el dilema de civilización y barbarie.
Contradicción que también rescató el joven Juan B. Alberdi en su
enfrentamiento con Juan M. de Rosas y su “tiranía” sustentada por los
gauchos.
Enfrentamiento que ambos, y sus contemporáneos de la Generación
del ’37, sobre todo Esteban Echeverría, explicaron y atribuyeron a la
herencia española y al sincretismo cultural con los pueblos originarios;
y aquí surgió otro pilar de la nueva sociedad planificada, el reemplazo
de la población nativa por inmigrantes europeos del norte anglosajón.
Dos problemas se solucionarían con este reemplazo, el de las mayorías
que votaron sucesivamente a Manuel Dorrego y a Juan M. de Rosas
y la inoperancia cultural portadora por ende, del atraso congénito de
estas mismas masas. Subyace aquí otra dicotomía, la clase ilustrada versus
las clases populares amenazantes, prontas a disolver los nuevos lazos
sociales que pudiera construir el poder civilizador.
Al tiempo que, bárbaro11, al definir al nativo como extranjero, consolidó
la idea en las clases dirigentes opositoras y en sus seguidores, de
estar ante la presencia de verdaderos extraños, provenientes de un fuera,
aunque siglos de historia los respaldaran como originarios habitantes de
estas tierras.
Y una vez más, el progreso y la civilización, eran la garantía de
exclusión de este extranjero devenido en masas inorgánicas y amorfas
que, amenazantes, impedían la llegada, por ejemplo del ferrocarril, los
capitales británicos y los inmigrantes en perfecta tríada que poblara este
desierto.
¿Qué nombre le daría ud. ¿Qué nombre merece un
país compuesto de doscientas mil leguas de territorio
de una población de 800 mil habitantes? Un desierto.
¿Qué nombre daría usted a la Constitución de ese país?
La Constitución de un desierto. Ese país es la República
Argentina, y cualquiera sea su Constitución ella no será
durante muchos años más que la Constitución de
un desierto.”12
Juan Bautista Alberdi.
SUS IDEAS
Al exiliarse, partió hacia Chile dejando un escrito en francés sobre
una piedra al cruzar la frontera, que pasó a la historia como “Bárbaros,
las ideas no se matan”; si bien textualmente esta no fueron sus palabras, sí
la idea precisamente que quiso transmitir.
Su trabajo como periodista opositor al régimen rosista en un diario
chileno, le trajo a este gobierno reclamos por parte de la Confederación
que le valió a Sarmiento un viaje pago por el Estado chileno, por gran
parte de Europa, África y de los Estados Unidos de Norteamérica.
En su recorrido por el país del norte quedó impactado por la lectura
de dos novelas que retrataron la vida en el “salvaje oeste”: El último de
los mohicanos y La pradera, ambas escritas por el autor estadounidense,
Fenimore Cooper en los años 1826 y 1827.
Si bien el dilema que aparece aquí es entre naturaleza y sociedad e
intentando rescatar al “buen salvaje”, Sarmiento tomó la esencia que
para él fue el dilema de civilización y barbarie.
Contradicción que también rescató el joven Juan B. Alberdi en su
enfrentamiento con Juan M. de Rosas y su “tiranía” sustentada por los
gauchos.
Enfrentamiento que ambos, y sus contemporáneos de la Generación
del ’37, sobre todo Esteban Echeverría, explicaron y atribuyeron a la
herencia española y al sincretismo cultural con los pueblos originarios;
y aquí surgió otro pilar de la nueva sociedad planificada, el reemplazo
de la población nativa por inmigrantes europeos del norte anglosajón.
Dos problemas se solucionarían con este reemplazo, el de las mayorías
que votaron sucesivamente a Manuel Dorrego y a Juan M. de Rosas
y la inoperancia cultural portadora por ende, del atraso congénito de
estas mismas masas. Subyace aquí otra dicotomía, la clase ilustrada versus
las clases populares amenazantes, prontas a disolver los nuevos lazos
sociales que pudiera construir el poder civilizador.
Al tiempo que, bárbaro11, al definir al nativo como extranjero, consolidó
la idea en las clases dirigentes opositoras y en sus seguidores, de
estar ante la presencia de verdaderos extraños, provenientes de un fuera,
aunque siglos de historia los respaldaran como originarios habitantes de
estas tierras.
Y una vez más, el progreso y la civilización, eran la garantía de
exclusión de este extranjero devenido en masas inorgánicas y amorfas
que, amenazantes, impedían la llegada, por ejemplo del ferrocarril, los
capitales británicos y los inmigrantes en perfecta tríada que poblara este
desierto.
¿Qué nombre le daría ud. ¿Qué nombre merece un
país compuesto de doscientas mil leguas de territorio
de una población de 800 mil habitantes? Un desierto.
¿Qué nombre daría usted a la Constitución de ese país?
La Constitución de un desierto. Ese país es la República
Argentina, y cualquiera sea su Constitución ella no será
durante muchos años más que la Constitución de
un desierto.”12
Juan Bautista Alberdi.
En esta frase como a lo largo de sus escritos referidos a esta temática,
11 Palabra de origen griego, que definió a todas las poblaciones extranjeras (barbaroi) a los habitantes de Atenas.
Sus lenguas fueron incompresibles para los helénicos y sonaban como un bar-bar ininteligible para sus
parámetros culturales
Juan B. Alberdi, al igual que Domingo F. Sarmiento coincidieron en
diagnosticar un “mal” que nos aquejaba; máxime aún si lo poco habitado
era por las montoneras gauchas, seguidoras de los caudillos federales
a las cuales debían sumarse las poblaciones que se contaban por miles en
todo el territorio de indígenas irredentos.
“La Constitución argentina se sitúa así en un punto
de inflexión de la historia, punto en el cual el país
ha renunciado a su pasado y se embarca en la
conquista del futuro. El presente de la Constitución
no puede inscribirse sino en el registro de la ausencia.
La Constitución discurre en el “desierto”, los espacios
vacíos, entre la necesidad de “poblar” y las figuras fantasmáticas
de los anglosajones que deben darle cuerpo.”13
Sin embargo, la Constitución del año 1853, producto casi exclusivo
de la pluma alberdiana, integrada recién en el año 1862 a las catorce
provincias que conformaron el entonces territorio argentino, fue la acabada
expresión del liberalismo económico (mas no político) que primó
por entonces en la práctica de la elite letrada; aún con las diferencias
propias en su seno, como producto de la ocupación de espacios de poder
en el Estado que estaba naciendo.
Autores del tronco liberal-conservador como Natalio Botana, José
Luis Romero, Luis Alberto Romero, Tulio Halperín Donghi, Roberto
Cortes Conde, Ezequiel Gallo, Alain Rouquié, Osar Oszlak, analizaron
acabadamente las variables que conformaron el ideal de la República
Posible de su autor, sostenida por el conjunto de la clase política que
se estaba conformando a mediados del Siglo XIX: la oligarquía terrateniente,
de la cual Domingo F. Sarmiento (“el aporteñado”, en clara
referencia a su incorporación al proyecto centralista-porteño)14 emergió
como presidente entre los años 1868 y 1874, amén de haber sido dirigente
político antes y continuara después de este período presidencial.
Aquel ideal, reiteramos, lejos estuvo de comprender y ni siquiera
contemplar a las masas de la campaña; como tampoco quiso hacerlo
años más tarde con la “solución” que precisamente no fue anglosajona
sino todo lo contrario: el 80% del caudal inmigratorio que nutrió a
nuestro país, estimado en seis millones de almas (de los cuales la mitad
se quedó a vivir), provino entre los años 1857 y 1914 de la Europa del
sur, esto es, campesinos analfabetos, sin tierras y con ideologías anarquistas,
socialistas y sindicalistas revolucionarias.
Del combate instrumentado mediante la “Guerra de Policía” ya
mencionada, por Bartolomé Mitre (presidente entre los años 1862 y
1868) y su sucesor Domingo F. Sarmiento contra las montoneras y las
tolderías de los pueblos originarios se pasó a la guerra contra las “tolderías
rojas” de finales del Siglo XIX.
La práctica de exclusión fue sistemática, antes y durante el proceso
que organizó nuestro país, más allá de la variable inmigratoria que no
cumplió con los deseos originarios de la elite, que además se resistió
desde su experiencia de clase recién constituida en estas tierras contra el
embate del capitalismo criollo.
En cuanto a Domingo F. Sarmiento y su aporte desde la educación
para consolidar este proyecto en nuestro país, se visualizó claramente en
el sistema educativo implementado por la Generación del ’80,que, entre
otras cosas, reprodujo una historia oficial tendiente a unificar antes que
a educar en el sentido pleno del concepto a las masas inmigratorias; y a
recordarles a los criollos que los héroes de la República los observaban
desde sus estatuas para que no olvidaran quienes fueron los hacedores
de la Nación.
El liberalismo había triunfado y ésta era la esencia de la “pedagogía”
de esta Generación, dirigida a los “bárbaros” propios y extraños.
La educación popular sarmientina había dejado su impronta cultural
e ideológica estableciendo fronteras claras al Otro.
LEYENDO EL FACUNDO
A fines del año 1840, salía yo de mi patria, desterrado
por lástima, estropeado, lleno de cardenales, puntazos
y golpes recibidos el día anterior. Al pasar por los baños
del Zonda, bajo las armas de la patria que en días más
alegres había pintado en una sala, escribí con carbón
estas palabras: “On ne tue point les idées”.
Con estas palabras de Sarmiento, se abre el libro publicado en el año
1845, en los meses de mayo y junio por entregas en el diario El Progreso
de Chile; cuyo título original es: Civilización y Barbarie. Vida de Juan Facundo
Quiroga y aspecto físico, costumbres y hábitos de la República Argentina.15
10 Si bien Domingo Sarmiento participó en el Ejército Grande comandado por el general Justo J. de Urquiza,
pronto vio en él la continuación socio-cultural del rosismo, y partió por segunda vez hacia el exilio
11 Palabra de origen griego, que definió a todas las poblaciones extranjeras (barbaroi) a los habitantes de Atenas.
Sus lenguas fueron incompresibles para los helénicos y sonaban como un bar-bar ininteligible para sus parámetros culturales
12 Maristella Svampa, op. cit.. p. 45
13 Maristella Svampa, ob.cit., p. 48
14 A este respecto nos señala Hernández Arregui en Imperialismo y Cultura, que la afluencia de provincianos
provenientes de las oligarquías provinciales a Buenos Aires, fue producto del proceso de asimilación política
sostenido por la propiedad de la tierra y la ingerencia del capital inglés
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