miércoles, 11 de septiembre de 2013
Desandando el mito del educador popular Domingo Faustino Sarmiento.
Es acaso ésta la primera vez que vamos
a preguntarnos quiénes éramos cuando
nos llamamos americanos y quiénes cuando
argentinos nos llamamos.
¿Somos europeos?
¡Tantas caras cobrizas nos desmienten!
¿Somos indígenas?
Sonrisas de desdén de nuestras blondas damas
nos dan acaso la única respuesta.
¿“Mixtos”? Nadie quiere serlo, y hay millares que
ni americanos ni argentinos querrían ser llamados.
¿Somos nación?
Nación sin amalgamas de materiales
acumulados, sin ajuste ni cimiento.
¿Argentinos?
Hasta dónde y desde cuándo, bueno es
darse cuenta de ellos.
Domingo F. Sarmiento, año 1883.
Este trabajo se propone llevar a cabo una relectura de la impronta
que nos dejó la figura de Domingo Faustino Sarmiento colocándola
convenientemente en su época; esto es, con una visión inclusiva de su
persona en el contexto histórico de mediados del Siglo XIX, el cual lo
vio incursionar activamente en la vida política de nuestro país, prácticamente
hasta el año de su muerte el cual coincide a su vez con el cierre
de un ciclo iniciado en el año 1820.1
No trataremos de reinterpretar la historia, pero sí de aportar aquellos
datos que, pensados desde otra visión, sea más cercana a los vencidos,
transitando un concepto que tomamos de la historiadora Diana Quatrocchi-
Woisson, quien al referirse a la historiografía y su análisis de la
figura de Juan M. de Rosas, y el olvido en el cual fue inmerso este caudillo
federal, esta autora nos habla de la contra historia como un espacio
de visibilización de los males que aquejaron ( y muchas veces lo siguen
haciendo, a nuestra historia): el olvido, la apropiación de los lugares de la
memoria y la construcción de un relato historiográfico desde los factores
de poder y dominación funcionales a sus modelos socio-económicos
y políticos que dominaron durante décadas la Argentina.
Un modelo de país el cual no incluyó a aquellos vencidos como sus
protagonistas, todo lo contrario, su marginación fue evidente y su negación
una constante.
Sin dejar de reconocer los primeros pasos dados en este sentido (el de
una relectura y revisión de la historia) aparecidos en las primeras décadas
del Siglo XX; ya que no pretendemos enrolarnos en un revisionismo
dogmático, más propio de las contradicciones de la élite intelectual
y gobernante propias de aquellas décadas, sí establecer (y recordar) que
figuras como, por ejemplo Manuel Gálvez, son de las primeras que se
atrevieron a criticar a Domingo Faustino Sarmiento:
“Ha cambiado tanto, en los últimos años, la conciencia del país
-quiero decir; de las selecciones intelectuales y sociales-que ya
es posible establecer la verdad sobre Sarmiento. Hasta hace dos
lustros, nadie hubiera osado tocar a aquel prestigio casi mitológico.
Dominaba todavía, en las universidades, en los colegios y en
toda la vida nacional, el positivismo, funesta tendencia filosófica
en la que Sarmiento educó su espíritu y a que guió su obra
escrita y su acción.
Ya entonces, el positivismo estaba definitivamente muerto en
Europa, y desde hacía muchos años.”2
Y en esta línea ideológica, Ramón Doll, como años más tarde lo
haría Juan José Hernández Arregui, definió a la inteligencia argentina
como aquella que “abominó del gaucho, hoy está abominando o comienza a
abominar del inmigrante y ambos: gaucho ayer e inmigrante hoy, constituyen las
únicas realidades argentinas.”3
Estos dos historiadores, comenzaron a señalar, entre otros tantos (los
hermanos Irazusta por ejemplo y su obra “La Argentina y el Imperialismo
británico” del año 1934); el divorcio marcado entre las autodenominadas
clases cultas, la intelligentzia, y las nacientes clases medias urbana y obrera,
y sus antecesores inmediatos: el paisanaje, los pueblos originarios, los
negros, zambos, mulatos, mestizos.
Y es partir de este recupero, de estas huellas previas, creemos que
debemos trazar variables complejas que analicen y sirvan para reflexionar
nuestro pasado y aporten para comprender un poco mejor nuestro
presente.
Será entonces que, desde nuestra óptica, ayudaremos a interponer
ciertos límites al mito sarmientino, el cual se consolidó durante décadas
apañado por la historia oficial, claramente liberal y pro-británica,
imbuida de una ideología cuyo contenido tuvo un amplio aporte de este
hombre que supo transformar sus ideas en una práctica política concreta.
Historia oficial, que obedeció a un concepto ideológico, que su clase
dirigente supo como utilizar al momento de disciplinar en el plano
educativo, y aún mucho mas allá cuando hegemonizó una identidad y
una conciencia nacional, despojadas del sujeto Pueblo como actor fundante
de la nacionalidad; entendida ésta no solamente en lo geográfico, sino
también en lo cultural, lo político, lo social, lo económico.
En estas batallas por la historia y la memoria participó claramente Domingo
Faustino Sarmiento, como hacedor del país exclusivo y excluyente
del otro, distinto, diferente.
Y en esta propuesta las fechas símbolo, ocuparon y ocupan un lugar
preponderante al momento de la disputa historiográfica, y de la historia
y de la memoria entendidas éstas como parte de un proceso social
colectivo.
La clase dirigente a la cual perteneció Sarmiento, la oligarquía terrateniente,
tras resolver el conflicto social por medio de la coerción y
la represión de vastos sectores populares, logró aunar voluntades de los
poderes regionales y, al transformarse en nacional, construyó un modelo
de Estado-Nación, sostenido a su vez por el modelo económico agroexportador,
funcional al Imperio británico, líder del sistema capitalista
global.
Aquí es donde la relectura o interpretación del 3 de febrero de 1852,
o del 20 de noviembre de 1845, cobran relevancia política e ideológica,
a la luz de su puesta en escena para respaldar un proyecto de país dependiente
o soberano.
Las líneas históricas, las corrientes de pensamiento en las ciencias
sociales, se alinean precisamente de acuerdo con los ideales de justicia o
de patria que poseamos.
Sin saberlo, las Generaciones del ’37 y del ‘80, en el mes de setiembre
del año 1955, tras el derrocamiento del gobierno democrático del general
Juan Domingo Perón, por medio de un golpe de estado, les aportaron
a los militares que se hicieron del poder mediante una dictadura
militar, la doctrina sustentada en “la línea Mayo-Caseros-Setiembre”.
Esta trilogía, fue el eje por el cual se trazó de modo predeterminado
el concepto libertad que Ellos consideraron justo en la interpretación de
la historia, del presente y hacia el futuro.
Así educaron, transmitieron, difundieron, informaron, pontificaron,
desde el Estado y sus aliados en el ámbito privado, una idea de país,
de patria y de justicia.
Uno de los iniciadores de aquella contra historia ya mencionada,
Ramón Doll, nos aporta un poco mas de claridad a la relación entre
historia y política.
“Una verdad histórica no es precisamente una conclusión objetiva
y científica sobre los hechos sociales, sino una conclusión
que produzca efectos históricos. Y producir efectos históricos
es crear nuevos móviles en al voluntad de los hombres, concertados
a un fin que consideran más justo. La verdad histórica
debe estar al servicio de la política, medio de realizar la justicia,
porque tanto la interpretación de un hecho histórico, como un
ideal de justicia, no pueden realizarse sino como resultado de
una serie de juicios de valor que la filosofía personal del ciudadano,
acordará como legítimos en última instancia.” 4
Domingo F. Sarmiento expresó claramente una de las primeras antinomias
que nos desgarraron por décadas como fue la de: unitarios
y federales o ciudad puerto - interior, a la cual le sucedieron a partir
de finales del Siglo XIX, con la Generación del ’80 en el poder: (cuyo
máximo referente fue el general dos veces presidente de la nación, Julio
A. Roca) la Causa contra el Régimen o Conservadores y Radicales. Para
ello se valió de una obra precisamente de un alto contenido político -
ideológico, El Facundo, que fue la principal arma o herramienta con la
cual le hizo frente a lo que él consideró como el eje de la barbarie criolla,
el gobierno de Juan M. de Rosas; y lo llevó a cabo mediatizándolo
con la figura del caudillo de La Rioja, Facundo Quiroga.
Y a partir de la década del ’40, la que quizás siga aún hoy repercutiendo
en la política contemporánea: Pueblo - Oligarquía o Peronismo -
4 Diana Quatrocchi-Woisson. Op,. Cit. p. 123
Antiperonismo; y sobre todo en esta coyuntura que atraviesa la política
latinoamericana, Patria-Imperialismo.
En el año 1935 se cumplía el centenario del asesinato del caudillo
federal Juan Facundo Quiroga. Una comisión de homenaje en la provincia
de La Rioja, lo recordó difundiendo documentos escritos por él y
restituyendo una lápida con la inscripción original mandada garbar por
Juan M. de Rosas: “Aquí yacen los restos del general Juan Facundo Quiroga.
Luchó toda su vida por la organización federal del país; la historia imparcial pero
severa le hará justicia.”
El ingeniero Alfredo Demarchi, fue quien instó a divulgar el pensamiento
de un hombre “de gran cultura e inteligencia, y no el gaucho
bárbaro de la leyenda levantada por hombres que estaban contra su doctrina.”
La respuesta del Partido Socialista liderado por el dr. Alfredo Palacios,
aliado de la clase dirigente oligárquica no se hizo esperar:
“En febrero del año entrante va a cumplirse el centenario de
la muerte Facundo Quiroga. Muerte que no fue sino la consecuencia
trágica de su propia vida de aventurero, tan fiel y magistralmente
descripta por Sarmiento en Facundo. Es el prototipo
del héroe bárbaro de una época de nuestra historia en que
la violencia, al traición y el crimen fueron normas y sistema de
caudillos ignorantes y ambiciosos.
Escribimos esto, recordamos a Quiroga, Rosas y a Sarmiento y
pensamos si es posible que haya argentinos quienes pretendan
exaltar la gloria criminal de los primeros, afrentando a la memoria
preclara del segundo.”5
Y continúa la declaración preguntándose con asombro por qué rendirle
homenaje a quien causara vergüenza, dolor, y asesinatos a nuestra
tierra.
Precisamente, son estos clivajes socio políticos los que se han venido
produciendo a lo largo de nuestra historia, y en el marco de un proceso
histórico; y de acuerdo con cada coyuntura han permeado a las mismas
y se fueron resignificando al calor de las transformaciones sociales, culturales,
políticas y económicas
CIVILIZACIÓN Y BARBARIE
Civilización y barbarie, siguiendo el análisis de una de las autoras que
hemos consultado, es una imagen matriz que simbolizó y por tanto
atravesó esta historia que supimos construir (y estamos siempre construyendo
en el andar político cotidiano).
Tal y como lo ha planteado el sistema capitalista desde sus orígenes
a finales del Siglo XVIII, la civilización occidental es la heredera del
Imperio greco-romano; sobre todo en lo inherente a la ocupación del
espacio territorial con un sentido geopolítico y económico, y sobre todo
a partir de las rupturas ocasionadas al “orden natural”6 a finales de aquel
siglo, con la irrupción de las Revoluciones Industrial y Francesa, que
impactaron en todos los órdenes de la vida cotidiana, transformándose
ambas en los vectores de un nuevo orden hijo de la técnica pero con los
mismos objetivos imperiales de los veintitrés siglos anteriores sustentados
hasta allí en la filosofía aristotélico-tomista.7
A partir de aquel fin de siglo, con el inicio de la Historia Contemporánea,
el evolucionismo y el positivismo tomaron la posta para construir
los cimientos de una nueva civilización europea y occidental.
CIVILIZACIÓN Y PROGRESO
Leemos en Maristella Svampa, que fue Emile Benveniste quien acuñó
el término civilización en su obra Problèmes de Linguistique Générale
tomando a su vez un estudio de J. Fevre: “Civilisation, évolution d’un mot
et d’ un groupe d’ idèes”, en el año 1757.
Claramente el término se refirió tanto a una particular organización
social de la Europa Occidental devenida como producto del inicio de
un bienestar y progreso económico desde finales del Siglo XVIII hasta
el inicio en el XX de la Gran Guerra europea.
Y, en esta consolidación del “viejo continente”, el término se fue
transformando en vocablo político y cultural que se utilizó para explicar
y justificar la conquista y colonización universal capitalista.
5 Diana Quatrocchi-Woisson. Op. Cit. p. 137
6 Este “orden” tanto en el cosmos, como en la tierra, establecido desde el Siglo V antes de Cristo según la cultura
griega, se prolongó en su interpretación con los filósofos cristianos como Santo Tomás de Aquino, quien tomando a Aristóteles como su antecesor directo en la cosmovisión del mundo y del universo, constituyeron
la corriente de pensamiento aristotélico-tomista que contuvo la cultura y la política europea occidental bajo
una tríada inamovible: los que rezan, los que luchan y los que trabajan. Dios en el centro de ese universo que
se prolongaba en la tierra fijando al hombre a un determinismo que se resquebrajó con la irrupción de estas Revoluciones económicas, técnicas, políticas y sociales
7Del predominio de la cultura helénica, al Imperio Romano y de éste al Sacro Imperio Romano Germánico y la alternancia de Francia e Inglaterra de acuerdo al resultado de las guerras imperiales que, en el Siglo XIX,
con la derrota de Napoleón Bonaparte “ordenaron” y estabilizaron el mapa europeo (y por ende el mundial) desde aquel año de 1815 hasta la Gran Guerra de1914
Pronto el binomio civilización-progreso fue un tándem ideal que
encabezó la empresa racional, moderna y revolucionaria que abrevó en
el Iluminismo francés, la Revolución del año 1789 y en la Revolución
Industrial inglesa que abarcó dos etapas, a saber: 1780-1848, donde predominó
la industria textil y la que se extendió desde ese año hasta 1875,
impulsada por la máquina a vapor (industrias, ferrocarriles, barcos) y
su etapa superior, la Imperialista, dominadas por la industria química,
eléctrica y la del acero.
El “take-off” (despegue sostenido) de su primera etapa también formó
parte de este ideal de libertad económica que cimentó la División
Internacional del trabajo “uniendo” al género humano tras esta bandera.
El fin de siglo sumó a la potencia que hasta entonces dominó el mercado
mundial a otros actores que compitieron “lealmente” hasta el estallido
de la conflagración de 1914: como EE.UU., el Imperio Alemán,
Italia, Bélgica, e inclusive el Imperio de los Zares y del Japón.
Maristella Svampa, cita en su trabajo a François Guizot, a quien
define como “el Gramsci de la burguesía” ya que en su Historia de la
Civilización en Europa, plantea que el vocablo: nos da “la idea de un
pueblo en movimiento, no para cambiar de lugar sino de estado, un
pueblo cuya condición es extenderse y mejorar. La idea de progreso, de
desarrollo, me parece que es la idea fundamental que se contiene en la
palabra civilización”:8
Tras esta idea, en materia económica, la conquista de nuevos mercados,
necesitó imponer el binomio que estamos analizando, con el objetivo
de someter a la barbarie original, al Otro diferente; así, la Alteridad
fue estigmatizada y cobró una carga demoníaca ya que se opuso, aún sin
saberlo, a la presencia “del hombre blanco”; desde su cosmogonía intentó
resistir, lo hizo con suerte diversa, y aún hoy trasciende las fronteras
y los muros que le impusieron y le imponen desde “centro capitalista”.
Y es precisamente, cuando la maquinaria de guerra se puso en marcha
los pueblos invadidos presentaron resistencia y ahí sí definitivamente
se transformaron ante los ojos occidentales en la encarnación del mal.
El no-civilizado, el bárbaro por antonomasia que debió ser conquistado…
o, en su defecto, exterminado; nació así la colonización.
A civilizar tocaron las campanas: India, Argel, China, el Paraguay,
México, Egipto, son sólo algunos de los territorios que fueron cayendo
bajo la férula de los nuevos y viejos Imperios, ya fuese mediante acciones
directas o con la complicidad de sectores nativos de esas mismas
sociedades que abrieron las puertas al “nuevo mundo” de la técnica y la
manufactura, y por supuesto de los capitales.
Lo anticipó la Revolución Francesa, pero orientando su mirada hacia
el atraso y la ignorancia feudal; ahora estas mismas palabras eran dirigidas
a los pueblos conquistados:“Los hunos, hérulos, vándalos, godos,
no vendrán del Norte… Ellos están entre nosotros.”
Esta idea la vemos reflejada en el historiador Eric Hobsbawn quien
cita en su obra Las Revoluciones burguesas: “Los bárbaros que amenazan
a la sociedad no están ni en el Cáucaso ni en las estepas de Tartaria; están
en los suburbios de nuestras ciudades industriales… La clase media
debe reconocer francamente la naturaleza de la situación; deben saber
en dónde están.”9
La sociedad burguesa fue creando una especie de muralla contra
la barbarie sustentada en los nuevos valores construidos por su Estado
como lo eran la propiedad, la familia, la autoridad y la consiguiente
apropiación de la Patria, la Cultura y la Historia; una tríada que además
conllevó la apropiación o reconfiguración de la Identidad.
Al tiempo que esta barbarie sinónimo de masas para la elite intelectual
europea, y su representación en nuestra historia, por parte de
la Generación del ’37, apareció reflejada por el número, concepto que
aterrorizaba de sólo pensar que aquellas impusieran la cantidad ante la
calidad ejercida por los patricios. Lo observamos claramente en Pierre
Rosanvallon quien nos dice: “El número, fuerza bárbara e inmoral que
no puede más que destruir”, palabras que coinciden con las de Esteban
Echeverría, quien sostuvo que la democracia universal era el sinónimo
de la ignorancia universal.
Por otra parte no debemos dejar de mencionar el rol que cumplieron
las ciencias sociales que tomaron a su vez en sus orígenes la línea
filosófica del Positivismo, aplicando estas ideas a los conflictos sociales,
entendiendo el progreso y la civilización como productos de un evolucionismo
lógico en el que sobrevivieron los más fuertes.
Augusto Comte, Herbert Spencer, Emile Durkheim, Max Weber y
Karl Marx, este último inclusive en las antípodas de estos pensadores en
el plano económico y social al menos, sin embargo coincidió con ellos
en observar a la barbarie en todo aquello que no proviniese del accionar
y el pensamiento europeo.
El concepto entonces, apareció como legitimador de una clase social que se erigió en dueña de la Historia Universal, que construyó los Estado
– Nación, y se sintió depositaria de los valores que respaldasen su
modelo político y económico.
El adversario se transformó en el enemigo a vencer, previo desconocimiento
de su razón de ser, su cultura, su pasado; se planteó reeducarlo
o en su defecto reemplazarlo por medio de la guerra de conquista.
1 Este año es conocido como el de “La crisis del año ‘20”, ya que fue la primera vez desde el año 1810, que
las Provincias Unidas no tuvieron un gobierno que las administrara
Dió inicio además a una prolongada guerra civil entre la ciudad puerto de Buenos Aires y algunos aliados
regionales, con el resto de las provincias del interior del país, incluidos los habitantes de la provincia de Buenos
Aires. Se puede afirmar que recién hacia 1880, esta guerra se resolvió a favor de una nueva clase dirigente: la oligarquía terrateniente
2 Diana Quatrocchi-Woisson. “Los males de la memoria. Historia y política en la Argentina”, Emecé Editores,
Buenos Aires: 1998. p. 92
3+ Diana Quatrocchi-Woisson. Op. Cit. p. 93
4 Diana Quatrocchi-Woisson. Op,. Cit. p. 123
5 Diana Quatrocchi-Woisson. Op. Cit. p. 137
6 Este “orden” tanto en el cosmos, como en la tierra, establecido desde el Siglo V antes de Cristo según la cultura
griega, se prolongó en su interpretación con los filósofos cristianos como Santo Tomás de Aquino, quien
tomando a Aristóteles como su antecesor directo en la cosmovisión del mundo y del universo, constituyeron
la corriente de pensamiento aristotélico-tomista que contuvo la cultura y la política europea occidental bajo
una tríada inamovible: los que rezan, los que luchan y los que trabajan. Dios en el centro de ese universo que
se prolongaba en la tierra fijando al hombre a un determinismo que se resquebrajó con la irrupción de estas
Revoluciones económicas, técnicas, políticas y sociales
7Del predominio de la cultura helénica, al Imperio Romano y de éste al Sacro Imperio Romano Germánico
y la alternancia de Francia e Inglaterra de acuerdo al resultado de las guerras imperiales que, en el Siglo XIX,
con la derrota de Napoleón Bonaparte “ordenaron” y estabilizaron el mapa europeo (y por ende el mundial)
desde aquel año de 1815 hasta la Gran Guerra de1914
8 Maristella Svampa, El dilema argentino, Civilización o Barbarie, Buenos Aires, Taurus, 2006 p. 19
9 Eric Hobsbawn, Las revoluciones burguesas, Barcelona: Guadarrama, 1985, p. 357.
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