Por Jorge Coscia *
En estos días se habla de una posible convocatoria en respuesta a las marchas y los cacerolazos a los que distintos sectores han adherido. Los medios han bautizado a esa hipotética convocatoria “la contramarcha”. ¿Contra qué marchar? Como en un vehículo, la historia y la política parecieran contar con distintas alternativas de marcha. Haciendo un poco de “parasociología” (como reconocía hacerlo Jauretche), descubrimos que la “caja de cambios de la historia” ha permitido marchas de avance a distintas velocidades, siempre en pos del adelanto económico y social, y la marcha atrás, que tantas veces nos retrotrajo a la dependencia y el retroceso.
Laclau ha explicado el modo en que algunos de esos avances se movieron en torno de múltiples demandas convergentes. Al hacerlo, reconoce la existencia de un populismo progresivo. El 17 de octubre de 1945 es, sin duda, un ejemplo en el que millares de trabajadores marcharon para adelantar la historia y su propia realidad, promoviendo sus demandas de justicia social, soberanía política y autonomía económica. De ese modo garantizaron avances que sólo se detendrían diez años después, aunque quedaron grabados a fuego como derechos irrenunciables de las mayorías.
¿Fue el 17 de octubre una contramarcha? Detenido Perón en la isla Martín García, los miles de movilizados, en realidad, marcharon contra el riesgo de perder las conquistas obtenidas. Lo hicieron defendiendo su derecho a agremiarse, las mejoras salariales, las vacaciones pagas y el aguinaldo, pero también con un sentido que excedía el interés de clase, para evitar el regreso del fraude político, la sumisión servil al imperio británico y la hegemonía de una clase terrateniente sin proyecto amplio de país.
Un mes antes, entre el Congreso y la plaza San Martín había tenido lugar otra gran convocatoria, conocida como la Marcha de la Constitución y la Libertad. Fue multitudinaria y convocó a un amplio espectro de la sociedad argentina. También confluían en ella múltiples demandas, expresadas por la participación de todos los partidos políticos tradicionales: el conservador, el radicalismo, los socialistas y los comunistas.
Eran el esbozo amplio de lo que luego sería la Unión Democrática, con el común reclamo de destituir al gobierno de Farrell y Perón, y convocar a elecciones. Muchos de sus objetivos pueden considerarse válidos aún hoy, pero, como en todo reclamo colectivo y multitudinario, el vector de su dirección sería la resultante principal de las fuerzas entremezcladas. La presencia del embajador norteamericano Spruille Braden del brazo de la dirigencia política argentina, junto con la activa convocatoria realizada por las mismas fuerzas que habían sido protagonistas de la Década Infame, dio a la Marcha de la Constitución y la Libertad una dirección reaccionaria, que proponía el retroceso a épocas todavía recientes de injusticia, fraude y dependencia.
Era lo que podríamos llamar una inequívoca propuesta de “marcha atrás”. Hubo otras marchas en los años siguientes, como pruebas de que la historia no se detiene. Claro que puede ir hacia atrás o hacia adelante, según cómo los conflictos se resuelvan en una sociedad en permanente construcción y, por qué no decirlo, indefinición de un proyecto perdurable de país.
Una gran convocatoria contra el peronismo fue la Marcha de Corpus Christi, surgida del conflicto entre el gobierno y la cúpula eclesiástica. En ella convivían sinceros creyentes, que sentían amenazada su fe, con militantes liberales, comunistas y ateos, que sólo querían “la caída del tirano”. La marcha haría retroceder a la Argentina a niveles inimaginables, anticipados días después por el bombardeo a la Plaza de Mayo, que masacró a cientos de ciudadanos indefensos.
Las marchas de septiembre de 1955 llenaron la Plaza de Mayo para celebrar la caída del peronismo. Muchos de los manifestantes ignoraban en ese momento que sus hijos, e incluso ellos mismos, terminarían apoyando el regreso de Perón 17 años después. Curiosa marcha la que, en nombre de la democracia, garantizaría la proscripción de más de la mitad de los argentinos durante una década y media.
En diciembre de 2001 las movilizaciones expresaron la diversidad de demandas que atravesaban la sociedad: desde la pobreza extrema y el desempleo hasta el secuestro de los ahorros de los sectores medios y altos. De allí surgiría la consigna “piquete y cacerola, la lucha es una sola”. El kirchnerismo nace como fuerza política y frente nacional y popular para dar respuesta a gran parte de esas demandas insatisfechas y a la vez asumiendo conflictos irresueltos que, por supuesto, tocaron intereses cómplices, cuando no generadores de recurrentes crisis.
Diez años después, un ejercicio saludable de la memoria puede reconocer el avance de nuestra sociedad en indicadores irrefutables tanto económicos como políticos y sociales. Se advierten cuentas pendientes, pero estas mejoras se han distribuido entre amplios sectores de la Argentina, desde el campo empresarial y productivo hasta los sectores más excluidos, como lo determina la AUH.
Nuevos problemas aparecieron, no obstante, en una sociedad más productiva, justa y distributiva, pero amenazada ahora por una formidable crisis global.
Los recientes cacerolazos parecieran expresar el olvido de ciertos sectores medios del padecimiento compartido con los sectores más postergados durante la crisis de 2001. Como en la Marcha de la Constitución y la Libertad, probables demandas insatisfechas de sectores medios, razonables y justas, quedan disueltas en la “sopa reaccionaria” que pareciera hegemonizar las convocatorias actuales.
Del mismo modo en que Braden y la Sociedad Rural determinaron en 1945 el conservadurismo de una convocatoria con presencia masiva, en el cacerolazo actual, la propuesta supone una alternativa de retroceso frente a los avances indiscutibles que hacen contrastar a la Argentina con una Europa que se hunde en la crisis.
Habría que recordarles a algunos sectores de la clase media que consumen las permanentes consignas del desánimo, la fábula del escorpión y la rana: ésta atravesará el río con el escorpión a cuestas, pero, invariablemente, será picada por la naturaleza inmodificable de su compañero.
Los sectores medios han sido víctimas de todos los modelos que implementaron los grupos más concentrados del neoliberalismo y la derecha política. Hay que saber que en la segunda década del siglo XXI no existe una Europa acogedora que reciba a nuestros hijos si fracasa el modelo nacional en curso.
Es válida la protesta, la disidencia y, desde ya, el uso de la calle para disentir con un gobierno. Pero siempre debemos ver con quién y para qué nos juntamos, a riesgo de que nuestro reclamo genuino sume fuerzas al vector del retroceso. También debemos prestar atención a esos “hombres brújula” que, con sus consejos, nos extraviaron desde los medios de comunicación en los ’90. Hoy muchos de ellos nos piden, una vez más, que “no los dejemos solos” y convocan a acorralar al Gobierno, que amenaza a sus empleadores.
Si señalan que el rumbo es hacia el norte, un memorioso sensato debería dirigirse hacia el sur.
Una marcha podrá ser numerosa y hasta multitudinaria, pero lo que verdaderamente importa es a quién sirve su energía movilizada y hacia dónde podría llevarnos de lograr sus fines, no ya los de los que sienten un válido descontento, sino los de los melancólicos de los ’90 y hasta de los “años de plomo”, como lo demuestran los numerosos mensajes en la web que nos insultan, amenazan y rememoran los fracasos del neoliberalismo y el odio de la dictadura.
Verdaderos adalides de la marcha atrás, cangrejos de la historia.
* Secretario de Cultura de la Nación.
En estos días se habla de una posible convocatoria en respuesta a las marchas y los cacerolazos a los que distintos sectores han adherido. Los medios han bautizado a esa hipotética convocatoria “la contramarcha”. ¿Contra qué marchar? Como en un vehículo, la historia y la política parecieran contar con distintas alternativas de marcha. Haciendo un poco de “parasociología” (como reconocía hacerlo Jauretche), descubrimos que la “caja de cambios de la historia” ha permitido marchas de avance a distintas velocidades, siempre en pos del adelanto económico y social, y la marcha atrás, que tantas veces nos retrotrajo a la dependencia y el retroceso.
Laclau ha explicado el modo en que algunos de esos avances se movieron en torno de múltiples demandas convergentes. Al hacerlo, reconoce la existencia de un populismo progresivo. El 17 de octubre de 1945 es, sin duda, un ejemplo en el que millares de trabajadores marcharon para adelantar la historia y su propia realidad, promoviendo sus demandas de justicia social, soberanía política y autonomía económica. De ese modo garantizaron avances que sólo se detendrían diez años después, aunque quedaron grabados a fuego como derechos irrenunciables de las mayorías.
¿Fue el 17 de octubre una contramarcha? Detenido Perón en la isla Martín García, los miles de movilizados, en realidad, marcharon contra el riesgo de perder las conquistas obtenidas. Lo hicieron defendiendo su derecho a agremiarse, las mejoras salariales, las vacaciones pagas y el aguinaldo, pero también con un sentido que excedía el interés de clase, para evitar el regreso del fraude político, la sumisión servil al imperio británico y la hegemonía de una clase terrateniente sin proyecto amplio de país.
Un mes antes, entre el Congreso y la plaza San Martín había tenido lugar otra gran convocatoria, conocida como la Marcha de la Constitución y la Libertad. Fue multitudinaria y convocó a un amplio espectro de la sociedad argentina. También confluían en ella múltiples demandas, expresadas por la participación de todos los partidos políticos tradicionales: el conservador, el radicalismo, los socialistas y los comunistas.
Eran el esbozo amplio de lo que luego sería la Unión Democrática, con el común reclamo de destituir al gobierno de Farrell y Perón, y convocar a elecciones. Muchos de sus objetivos pueden considerarse válidos aún hoy, pero, como en todo reclamo colectivo y multitudinario, el vector de su dirección sería la resultante principal de las fuerzas entremezcladas. La presencia del embajador norteamericano Spruille Braden del brazo de la dirigencia política argentina, junto con la activa convocatoria realizada por las mismas fuerzas que habían sido protagonistas de la Década Infame, dio a la Marcha de la Constitución y la Libertad una dirección reaccionaria, que proponía el retroceso a épocas todavía recientes de injusticia, fraude y dependencia.
Era lo que podríamos llamar una inequívoca propuesta de “marcha atrás”. Hubo otras marchas en los años siguientes, como pruebas de que la historia no se detiene. Claro que puede ir hacia atrás o hacia adelante, según cómo los conflictos se resuelvan en una sociedad en permanente construcción y, por qué no decirlo, indefinición de un proyecto perdurable de país.
Una gran convocatoria contra el peronismo fue la Marcha de Corpus Christi, surgida del conflicto entre el gobierno y la cúpula eclesiástica. En ella convivían sinceros creyentes, que sentían amenazada su fe, con militantes liberales, comunistas y ateos, que sólo querían “la caída del tirano”. La marcha haría retroceder a la Argentina a niveles inimaginables, anticipados días después por el bombardeo a la Plaza de Mayo, que masacró a cientos de ciudadanos indefensos.
Las marchas de septiembre de 1955 llenaron la Plaza de Mayo para celebrar la caída del peronismo. Muchos de los manifestantes ignoraban en ese momento que sus hijos, e incluso ellos mismos, terminarían apoyando el regreso de Perón 17 años después. Curiosa marcha la que, en nombre de la democracia, garantizaría la proscripción de más de la mitad de los argentinos durante una década y media.
En diciembre de 2001 las movilizaciones expresaron la diversidad de demandas que atravesaban la sociedad: desde la pobreza extrema y el desempleo hasta el secuestro de los ahorros de los sectores medios y altos. De allí surgiría la consigna “piquete y cacerola, la lucha es una sola”. El kirchnerismo nace como fuerza política y frente nacional y popular para dar respuesta a gran parte de esas demandas insatisfechas y a la vez asumiendo conflictos irresueltos que, por supuesto, tocaron intereses cómplices, cuando no generadores de recurrentes crisis.
Diez años después, un ejercicio saludable de la memoria puede reconocer el avance de nuestra sociedad en indicadores irrefutables tanto económicos como políticos y sociales. Se advierten cuentas pendientes, pero estas mejoras se han distribuido entre amplios sectores de la Argentina, desde el campo empresarial y productivo hasta los sectores más excluidos, como lo determina la AUH.
Nuevos problemas aparecieron, no obstante, en una sociedad más productiva, justa y distributiva, pero amenazada ahora por una formidable crisis global.
Los recientes cacerolazos parecieran expresar el olvido de ciertos sectores medios del padecimiento compartido con los sectores más postergados durante la crisis de 2001. Como en la Marcha de la Constitución y la Libertad, probables demandas insatisfechas de sectores medios, razonables y justas, quedan disueltas en la “sopa reaccionaria” que pareciera hegemonizar las convocatorias actuales.
Del mismo modo en que Braden y la Sociedad Rural determinaron en 1945 el conservadurismo de una convocatoria con presencia masiva, en el cacerolazo actual, la propuesta supone una alternativa de retroceso frente a los avances indiscutibles que hacen contrastar a la Argentina con una Europa que se hunde en la crisis.
Habría que recordarles a algunos sectores de la clase media que consumen las permanentes consignas del desánimo, la fábula del escorpión y la rana: ésta atravesará el río con el escorpión a cuestas, pero, invariablemente, será picada por la naturaleza inmodificable de su compañero.
Los sectores medios han sido víctimas de todos los modelos que implementaron los grupos más concentrados del neoliberalismo y la derecha política. Hay que saber que en la segunda década del siglo XXI no existe una Europa acogedora que reciba a nuestros hijos si fracasa el modelo nacional en curso.
Es válida la protesta, la disidencia y, desde ya, el uso de la calle para disentir con un gobierno. Pero siempre debemos ver con quién y para qué nos juntamos, a riesgo de que nuestro reclamo genuino sume fuerzas al vector del retroceso. También debemos prestar atención a esos “hombres brújula” que, con sus consejos, nos extraviaron desde los medios de comunicación en los ’90. Hoy muchos de ellos nos piden, una vez más, que “no los dejemos solos” y convocan a acorralar al Gobierno, que amenaza a sus empleadores.
Si señalan que el rumbo es hacia el norte, un memorioso sensato debería dirigirse hacia el sur.
Una marcha podrá ser numerosa y hasta multitudinaria, pero lo que verdaderamente importa es a quién sirve su energía movilizada y hacia dónde podría llevarnos de lograr sus fines, no ya los de los que sienten un válido descontento, sino los de los melancólicos de los ’90 y hasta de los “años de plomo”, como lo demuestran los numerosos mensajes en la web que nos insultan, amenazan y rememoran los fracasos del neoliberalismo y el odio de la dictadura.
Verdaderos adalides de la marcha atrás, cangrejos de la historia.
* Secretario de Cultura de la Nación.
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