Un Sarmiento justicialista
"…Tampoco me he propuesto defender a los niños de Sarmiento. Es de los sarmientistas que hay que defenderlos –y también a Sarmiento–." Arturo Jauretche
Por Mario Oporto
El Día del Maestro, pudiéndose conmemorar el 15 de febrero, la fecha de 1811 en la que nació Sarmiento, se celebra el 11 de septiembre, el día de 1888 en el que murió en Asunción del Paraguay. Hay una imagen post mortem tomada por el fotógrafo Manuel San Martín, que pertenece a la colección privada de Dirán Sirinián. Sarmiento había muerto a las dos de la mañana y la escenografía en la que lo hizo es, sin dudas, la de un pensador que desconocía el descanso. Su escritorio, repleto de papeles de trabajo y de libros, es la prueba de una vida entregada a las ideas.
No puede pensarse la escuela pública sin Sarmiento. Ese es su gran triunfo político. En cambio, su gran triunfo artístico es el Facundo, sin el cual –como diría Ricardo Piglia– la literatura argentina seguiría escribiéndose en octosílabos.
Sarmiento es un personaje complejo, cuyo perfil se vuelve cambiante según cómo se lo mire. Por un lado, tenemos al joven sanjuanino nacido en el humilde barrio de Carrascal, con una madre hilandera que prácticamente no tiene relación con los libros. Sin embargo, él se las ingenia para leer a Rousseau y formarse como lo que hoy llamaríamos un hombre progresista o de izquierda. Barrio y familia humilde, más la influencia del pensamiento que de algún modo preparó la Revolución Francesa, nos dan un primer Sarmiento.
Como compensando esa figura, pero nunca anulándola, tenemos al "otro", enemigo de los gauchos y de los indios, una especie de "civilizador" maníaco que nunca pensó que la civilización podía incubar en sí misma la barbarie. Ese Sarmiento, implacable y violento, es el que rivalizó con José Hernández y lo obligó a exiliarse, y quien también padeció el primer intento de magnicidio de la historia argentina, cuando en la esquina de Corrientes y Maipú le dispararon al carro en el que viajaba hacia la casa de Dalmacio Vélez Sársfield, el 23 de agosto de 1873.
Pero lo que más permanece de Sarmiento en nosotros es su tenacidad para hacer de la escuela una plataforma de igualdad social. En sus discursos hablaba de educación "popular", "nacional" y "común", como si se tratara de sinónimos. Durante su presidencia se construyeron cientos de escuelas que pasaron de ser un "servicio de élite" a educar a decenas de miles de chicos.
Ese momento de la historia que en términos de progreso educativo podemos llamar "era sarmientina", recién continuó con la primera presidencia de Perón, en la que se crearon escuelas de manera masiva. Luego, el sistema educativo fue ampliado en cuentagotas, hasta 2003, cuando volvió a pensarse la escuela pública como una herramienta de igualdad e integración. Fue el punto de partida para la sanción de la Ley de Educación Nacional y la de Financiamiento Educativo, que definió un aumento presupuestario progresivo hasta superar el 6% del PBI. También unificó la estructura educativa federal, entonces fragmentada; obligó al Estado a ofrecer escolaridad obligatoria desde los cinco años hasta la finalización del secundario; renovó contenidos y estableció la paritaria docente para mejorar condiciones laborales y profesionales. Mientras las leyes primero se pensaban y después se ponían en funcionamiento, se construyeron más de mil escuelas en todo el territorio nacional.
Este gobierno ha sido el más "sarmientino" desde el primer gobierno de Perón. Ningún otro pareció haber recogido aquellos legados –los de una escuela para todos–, mucho menos quienes admiran el costado "civilizador" (en el peor sentido) de Sarmiento, mientras desdeñan al Sarmiento "justicialista", que padeció la pobreza y se inspiró en la idea de justicia para que la escuela no fuese un privilegio sino un derecho por el cual todos los niños de la Argentina pudieran sentirse, por primera vez, ciudadanos.
11/09/12 Tiempo Argentino
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