Golpes militares en la Argentina del siglo XX
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Desde el golpe de 1930 de José Felix Uriburu al anteúltimo en 1966 del dictador Onganía, depuesto luego por la junta militar encabezada por Alejandro A. Lanusse. El retorno de Juan Domingo Perón de su exilio, su corto período de gobierno, su muerte.
Golpes cívico-militares; ignominias; injusticias; operativos; antinomias; rencores; masacres; negociados. Todos horrores cometidos, puntualmente... a la hora señalada. La que marcó por muchísimos años el deterioro colectivo de un país: Argentina, hora cero.
¿Cómo, entonces, debe pensarse en presente y a futuro, los destinos inciertos de países como el nuestro, sino es con la revisión histórica de nuestro pasado más inmediato, permanentemente, para no caer una vez más en la trampa y la repetición sistemática de violentas y desangradas luchas de aparatos instrumentados desde el Estado o desde los cuarteles, en conjuros cívico-militares, queriéndose imponer por sobre la voluntad de las masas con variadas argucias, diversos métodos de “propaganda panfletista”, contribuyendo al alimento de la desmemoria colectiva, y así entonces poder actuar impunemente, con opresiones, absolutismos, en definitiva tolerar avasallamientos de toda índole?
Tal vez, como más temen los tiranos del pensamiento único o sea, el de ellos: con el compromiso que otorga, el correcto uso de la palabra escrita en la denuncia, en el recuerdo perpetuo, en el movimiento constante del pensamiento, en el compromiso social, en sobre todas las cosas, no callar. En no acallarse, si se volviera a repetir la historia, porque esa acción nos llevaría de nuevo, irremediablemente, al suicidio social colectivo. Ciñendo en una pequeña reseña, y los hechos lo demostrarán a lo largo de gran parte del siglo pasado, que los golpes de estado fueron el principal instrumento empleado para los intereses económicos internos y externos que coartaron el anhelado desarrollo de prosperidad, antaño prometido.
Le fue negado en nombre de las más diversas fachadas interpuestas entre las antinomias creadas por facciones de poder que en el fondo ocultaban con ello los verdaderos propósitos que se habían impuesto como meta final: la devastación de un país, el derrumbe hasta sus cimientos, su apoderamiento y señorío.
Comenzaremos por las pantallas puestas como banderas enemigas a combatir a cualquier precio, sin importarles a los “mercaderes” de la muerte, el costo genocida en la pérdida de vidas humanas.
En principio, pusieron sus ojos en la Revolución rusa de 1917. El proletariado organizado pasó a ser el demonio rojo que asolaría con su presencia los designios de Dios, Patria y Familia. Comunistas, anarquistas y extranjeros fueron el blanco propicio. Los reclamos representadas en una de sus formas: la huelga, fue (es) una terrorífica pesadilla, llamada también “revolución social” que no los dejaba tranquilos.
Golpes cívico-militares; ignominias; injusticias; operativos; antinomias; rencores; masacres; negociados. Todos horrores cometidos, puntualmente... a la hora señalada. La que marcó por muchísimos años el deterioro colectivo de un país: Argentina, hora cero.
¿Cómo, entonces, debe pensarse en presente y a futuro, los destinos inciertos de países como el nuestro, sino es con la revisión histórica de nuestro pasado más inmediato, permanentemente, para no caer una vez más en la trampa y la repetición sistemática de violentas y desangradas luchas de aparatos instrumentados desde el Estado o desde los cuarteles, en conjuros cívico-militares, queriéndose imponer por sobre la voluntad de las masas con variadas argucias, diversos métodos de “propaganda panfletista”, contribuyendo al alimento de la desmemoria colectiva, y así entonces poder actuar impunemente, con opresiones, absolutismos, en definitiva tolerar avasallamientos de toda índole?
Tal vez, como más temen los tiranos del pensamiento único o sea, el de ellos: con el compromiso que otorga, el correcto uso de la palabra escrita en la denuncia, en el recuerdo perpetuo, en el movimiento constante del pensamiento, en el compromiso social, en sobre todas las cosas, no callar. En no acallarse, si se volviera a repetir la historia, porque esa acción nos llevaría de nuevo, irremediablemente, al suicidio social colectivo. Ciñendo en una pequeña reseña, y los hechos lo demostrarán a lo largo de gran parte del siglo pasado, que los golpes de estado fueron el principal instrumento empleado para los intereses económicos internos y externos que coartaron el anhelado desarrollo de prosperidad, antaño prometido.
Le fue negado en nombre de las más diversas fachadas interpuestas entre las antinomias creadas por facciones de poder que en el fondo ocultaban con ello los verdaderos propósitos que se habían impuesto como meta final: la devastación de un país, el derrumbe hasta sus cimientos, su apoderamiento y señorío.
Comenzaremos por las pantallas puestas como banderas enemigas a combatir a cualquier precio, sin importarles a los “mercaderes” de la muerte, el costo genocida en la pérdida de vidas humanas.
En principio, pusieron sus ojos en la Revolución rusa de 1917. El proletariado organizado pasó a ser el demonio rojo que asolaría con su presencia los designios de Dios, Patria y Familia. Comunistas, anarquistas y extranjeros fueron el blanco propicio. Los reclamos representadas en una de sus formas: la huelga, fue (es) una terrorífica pesadilla, llamada también “revolución social” que no los dejaba tranquilos.
Encontraron así, la excusa justa para la represión y la infamia desatada. Con ello, el “orden establecido” estaba debidamente garantizado. Con ello, atrás habían quedado ecos resonantes, pero siempre presentes, del fallido atentado en 1905 del anarquista catalán: Salvador Enrique José Planas y Virellas contra el presidente Manuel Quintana, o en 1909 cuando el anarquista Simón Radowitzky hace justicia con una bomba que le arrojó al tétrico coronel Ramón Falcón, quien en una movilización en Plaza Lorea, el 1° de mayo del mismo año, masacró a manifestantes e hirió de gravedad a cientos de obreros anarquistas o los trágicos sucesos de enero de 1919, denominada “la semana trágica” en donde el general Dellepiane se “destacará” en su orgullo militar, asesinando se cree, a juzgar por estimaciones inciertas, a 700 o tal vez, 1.000 obreros indefensos, pertenecientes a los talleres del protegido industrial “Vasena” o los fusilamientos de obreros en el sur, en la provincia de Santa Cruz perpetrados por el sanguinario coronel Varela y el capitán Anaya, o aquel, 27 de enero de 1923, cuando Kurt Wilckens queda frente a frente con Varela y arrojando a sus pies una bomba de fabricación casera, pero potentísima, pone fin a la vida del fusilador de obreros y anarquistas o en 1927, pero en Estados Unidos, el asesinato en la silla eléctrica de dos inocentes anarquistas italianos: Sacco y Vanzetti.
El 6 de septiembre de 1930, se produce el primer golpe de estado en la Argentina. Fue encabezado por el comandante en Jefe del Ejército, general José Félix Uriburu en representación del sector corporativo del Ejército, en el claro intento final de reemplazo del derrocado gobierno de Hipólito Irigoyen, por la instauración de un gobierno de neto corte fascista. Tres días antes, en el diario La Nación, se publicaba el texto de renuncia del ministro de Guerra del presidente depuesto posteriormente, general Luis Dellepiane, en el cual le hacía saber, entre otros motivos de su proceder, haber observado a su alrededor: “pocos leales y muchos intereses”. Sin lugar a duda denunciaba el complot que desde el mes de diciembre del año anterior había puesto en marcha Uriburu. Enfermo, Irigoyen, delega el día 5 de septiembre el mando al vicepresidente Enrique Martínez. El día del golpe, un Uriburu “inspirado” en un “alto y generoso ideal”, guiado, según su saber y entender, por otro propósito que no sea por el “bien” de la Nación, “sin ambiciones de predominio”, atreviéndose con total impunidad en la expresión de la palabra haber “liberado a la Nación de la ignominia” e “interpretando” el sentimiento unánime de la masa de opinión que lo acompañaba y manteniendo latente el espíritu cívico de la Nación, insta mediante un telegrama la renuncia de Martínez, agregando que marchaba sobre la Cap. Fed. al mando de la tropas de la primera, segunda y tercera divisiones de Ejército.
El 6 de septiembre de 1930, se produce el primer golpe de estado en la Argentina. Fue encabezado por el comandante en Jefe del Ejército, general José Félix Uriburu en representación del sector corporativo del Ejército, en el claro intento final de reemplazo del derrocado gobierno de Hipólito Irigoyen, por la instauración de un gobierno de neto corte fascista. Tres días antes, en el diario La Nación, se publicaba el texto de renuncia del ministro de Guerra del presidente depuesto posteriormente, general Luis Dellepiane, en el cual le hacía saber, entre otros motivos de su proceder, haber observado a su alrededor: “pocos leales y muchos intereses”. Sin lugar a duda denunciaba el complot que desde el mes de diciembre del año anterior había puesto en marcha Uriburu. Enfermo, Irigoyen, delega el día 5 de septiembre el mando al vicepresidente Enrique Martínez. El día del golpe, un Uriburu “inspirado” en un “alto y generoso ideal”, guiado, según su saber y entender, por otro propósito que no sea por el “bien” de la Nación, “sin ambiciones de predominio”, atreviéndose con total impunidad en la expresión de la palabra haber “liberado a la Nación de la ignominia” e “interpretando” el sentimiento unánime de la masa de opinión que lo acompañaba y manteniendo latente el espíritu cívico de la Nación, insta mediante un telegrama la renuncia de Martínez, agregando que marchaba sobre la Cap. Fed. al mando de la tropas de la primera, segunda y tercera divisiones de Ejército.
Tal como supo arengar Leopoldo Lugones, con afiebrado frenesí nacionalista: “Ha sonado una vez más, para el bien del mundo, la hora de la espada.” Se había consumado así de fácil, el primer sablazo de muerte aplicado en territorio argentino. El olor a petróleo se hacía sentir y por otra parte, Uriburu no dejaría pasar la oportunidad para demostrar que él también sabía de fusilamientos; en enero de 1931 sus víctimas serían los anarquistas: Severino Di Giovanni y Paulino Scarfó. Ambos fueron fusilados en la Penitenciaría Nacional Uriburu había cumplido su sentencia: “he venido a limpiar este país de gringos y gallegos anarquistas”.
Las Fuerzas Armadas argentinas comienzan a poner el ojo visionario hacia un despotismo más encarnizado en cuanto al trato que se merecen los “enemigos de la patria”, en otras partes del mundo. Alemania es el ejemplo. Sin pérdida de tiempo una proclama circula entre entusiastas oficiales del Ejército. Con ello tendremos una acabada idea de una de las “filosofías” de formación en el espíritu castrense, que los engolosinaría hasta nuestros días. Una admiración y adhesión sin límites a conceptos nazis en la política vulgar del nacionalsocialismo impuestas en ese país por el dictador Adolf Hitler, socava subterráneamente las mentes militares de este lado.
Predicaba la proclama con rasgos de tinte netamente nazis: “en nuestro tiempo Alemania ha dado a la vida un sentido heroico. Esos serán nuestros ejemplos”, “la lucha de Hitler en la paz y en la guerra nos servirá de guía”; (en el golpe de 1976, más adelante, lo demostrarían).
Las Fuerzas Armadas argentinas comienzan a poner el ojo visionario hacia un despotismo más encarnizado en cuanto al trato que se merecen los “enemigos de la patria”, en otras partes del mundo. Alemania es el ejemplo. Sin pérdida de tiempo una proclama circula entre entusiastas oficiales del Ejército. Con ello tendremos una acabada idea de una de las “filosofías” de formación en el espíritu castrense, que los engolosinaría hasta nuestros días. Una admiración y adhesión sin límites a conceptos nazis en la política vulgar del nacionalsocialismo impuestas en ese país por el dictador Adolf Hitler, socava subterráneamente las mentes militares de este lado.
Predicaba la proclama con rasgos de tinte netamente nazis: “en nuestro tiempo Alemania ha dado a la vida un sentido heroico. Esos serán nuestros ejemplos”, “la lucha de Hitler en la paz y en la guerra nos servirá de guía”; (en el golpe de 1976, más adelante, lo demostrarían).
Sigue: “así será la Argentina”; “a ejemplo de Alemania, por radio, por la prensa controlada, por el cine, por el libro, por la Iglesia y por la educación se inculcará al pueblo el espíritu favorable para emprender el camino heroico que se le hará recorrer”. Se puedo apreciar, al mismo tiempo, conceptos antisemitas del ministro de Justicia e Instrucción Pública de la Revolución de 1943, Gustavo Martínez Zubiría, quien como novelista adoptó el seudónimo de Hugo Wast. Además, fue nombrado miembro de la Academia Argentina de Letras y director de la Biblioteca Nacional. Hoy día, la hemeroteca de ésta última, increíblemente lleva su nombre. Supo escribir en un libro de su autoría y edición, conceptos como: “los argentinos no hemos inventado la cuestión judía”; expresa que en un tiempo se había pensado en dar una porción de tierra en Entre Ríos o Santa Fe para que se transformaran en nación independiente, pero que la “infiltración” dada en el comercio, en las finanzas, en las leyes, en el periodismo o en la enseñanza, todavía no inquietaba, a la vez que se preguntaba: ¿será tiempo todavía? Agregaba que el descanso del sábado no le preocupaba, dado que se lo denominaba: sábado inglés. Lo que sí inquietaba su espíritu nazi eran “esas escuelas misteriosas” con “un alfabeto extraño” que hacía “poco menos que imposible vigilar el espíritu de esa enseñanza”. Hitler, por lo pronto en esa época, rondaba los cielos argentinos y europeos, por supuesto.
FUENTE EL ORTIBA.ORG
Prof GB
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