domingo, 11 de octubre de 2020

LE MONDE DIPLOMATIQUE.

¿Por qué, a pesar de que todo el mundo conoce los riesgos del coronavirus, la cuarentena no se cumple? Aunque algunos insisten en reducir la explicación a una lectura política del tipo oficialistas-cumplidores contra opositores-transgresores, los autores de esta nota sostienen que hay razones más variadas y complejas. Tras una investigación que incluyó entrevistas, revisión de medios de comunicación y análisis de redes sociales, identifican motivos como la importancia de la proximidad en la economía moral de los argentinos, la creencia en lo sobrenatural y la “estadística por mano propia”, entre otras posibles explicaciones.

¿Por qué no obedecemos?

Por Pablo Semán y Ariel Wilkis

Cabe preguntarse: ¿a qué se debió que, pasado un tiempo, una parte importante de la población no hiciera caso a la norma? O tal vez la interrogación debería ser más osada: ¿Por qué habrían de obedecerla? Las posibles respuestas revelan menos la existencia de una población negacionista, que las dificultades de las condiciones de cumplimiento, que ahora conocemos mejor.

Para avanzar en este punto nos valdremos de algunos argumentos sociológicos que nos permitan discernir qué vectores operan en la formación del comportamiento de los ciudadanos y el uso que hacen de la normativa estatal. Nos interesa, en particular, acercarnos a las razones por las que las personas no siguen las disposiciones del Estado y, con ese fin, nos apoyaremos en dos premisas que nos permiten interpretar el material empírico recogido en observaciones, entrevistas y seguimientos de la prensa y las redes sociales.

La primera: los comportamientos de los ciudadanos tienen en el Estado tan solo una de las fuentes de normativización, y no necesariamente la más determinante. Además del Estado, hay que considerar el peso de otras creencias, uno de cuyos rasgos es la tendencia a desconocer o reinterpretar las normas sanitarias que formulan las autoridades.

La segunda premisa es que las personas no se comportan como “idiotas sanitarios” cuando toman riesgos o desafían de manera extrema las normas establecidas. Cuando incurren en estas transgresiones, hacen algo más que rechazar una regla: pueden utilizar esas y otras normas para incluirlas en un vasto repertorio formado por percepciones complejas y contradictorias que ellas mismas elaboran para plantearse sus fines y expresar adhesiones a un orden simbólico. Es una manera de construir “microcomunidad” o de comunicar sus posiciones políticas.

Por eso, es necesario reparar en lo que subyace a ciertos comportamientos “epidemiológicamente incorrectos”. Ignorar esta lógica puede aglutinar negativamente a conjuntos de personas que no tienen por qué estar necesariamente unidas, personas que se oponen a la cuarentena por motivos diferentes. El realismo sociológico es un muy buen principio de la acción política.

Aceptar a medias, transgredir a medias

La vida cotidiana, sus espacios materiales y los lazos primarios no son ajenos en la acción ni a las expectativas: la sensibilidad de los actores sociales se forja desde ahí, se expresa desde esa configuración íntima que es la sede de una actividad moral que preside las acciones económicas, sociales y políticas.

Hay todavía un sentimiento transversal a bandos políticos y estratos sociales que estuvo presente hasta agosto; tal vez hoy esté más debilitado, pero no agotado. Ocurre que estamos ante algo más grande que los gobiernos: la recuperación de niveles de vida previos a la pandemia es dura, de largo plazo, y necesariamente registrará altibajos. Se imponen ajustes en el consumo, en las expectativas, en los planes de vida; es decir que para distintos estratos sociales asoma como una realidad la circunstancia de perder ingresos.

Las personas ven aflorar la crisis en sus vidas y asumen que no les queda otra alternativa que gestionarla. Es desde esta sede moral que se estructuran y plantean diversas lógicas, que combinan la aceptación de las políticas sanitarias y la necesidad o posibilidad de transgredirlas, superarlas o cuestionarlas. Como parte de esa gestión se encuentra la salida irremediable de la casa para resolver los apremios económicos.

La adhesión a un proyecto colectivo de sanidad tiene límites en el aguijón de la necesidad. Y no solo nos referimos a necesidades “objetivas” que demuestran ser apremiantes, que se acumulan y se potencian. También entendemos que ese contexto nutre de valores y sentimientos la demanda de las personas por aperturas o las rupturas más o menos controladas del aislamiento basadas en el deber de sustentar a la familia. Y también pueden ser la base para un reclamo de “libertad” cuando esos sentimientos son desconocidos o minimizados por el Estado.

Aquí es necesario abrazar una complejidad: si bien se valoran las herramientas estatales que permiten amortiguar la caída económica, también se rechazan como muestras de indolencia ciertas afirmaciones del gobierno que parecen suponer que con ayudas como el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) y la Asistencia de Emergencia al Trabajo y la Producción (ATP) está todo solucionado. Hay que reparar en el efecto trágico que para muchas personas, que hasta ahora contaban con una situación de autosuficiencia y desdeñaban a quienes “viven de subsidios”, implica convertirse en beneficiarias del Estado.

 Creencias y normativa estatal

Las creencias no son afirmaciones que pretendan valer más allá de cualquier circunstancia. Pero en algunos casos esas creencias tienen más prestigio y valor simbólico que la información oficial. Al menos cuatro tipos de creencias inciden en el modo de rechazar parcial o totalmente la cuarentena y en la modulación de los cuidados en general.

La economía moral de la proximidad. Desde este punto de vista, distanciarse físicamente significa poner entre uno y otro una distancia moral, una enemistad, una duda, tal vez una acusación. Algo así como: “¿Pero qué pensás, que estoy enfermo, pensás que te voy a contagiar? ¿Que fui imprudente pero no me lo decís?”. El distanciamiento social es vivido como si fuese una desfraternización, una quiebra de una economía moral de la proximidad que funciona de forma inversa a los imperativos sanitarios.

La protección sobrenatural. Una segunda creencia es la vinculada a las ideas relativas a circunstancias, seres, relaciones excepcionales que hacen creer a alguien que tiene más o menos probabilidades de detener el virus: cada uno puede tener un dios aparte o un dios propio, o su versión de dios o su versión de la suerte o de las fuerzas sobrenaturales. Esta idea acompaña a cada sujeto, y en algunos grupos opera como una idea muy fuerte de que habría alguna excepcionalidad personal o grupal que hace que uno no esté expuesto al contagio.

La estadística por mano propia y la relativización de la información oficial. Se alimenta de la creencia en la aleatoriedad o supuesta aleatoriedad del contagio y la gravedad de la enfermedad. Todo el mundo conoce o dice conocer casos en los que la ruptura de los cuidados no fue sucedida por un contagio como el que anuncia la información oficial. En esas condiciones percibidas por los actores se legítima el cuentapropismo estadístico, para el que siempre hay un caso que avala la teoría de la aleatoriedad, que suele combinarse con las doctrinas de la excepcionalidad individual.

La lógica de la insubordinación. La última creencia que ayuda a explicar las transgresiones a las normas sanitarias es la invocación a una resistencia legítima a la autoridad, en tanto supone un desconocimiento o una intención oculta o perjudicial. Desconocer la norma apelando a un supuesto origen oscuro que la justifica. Hay toda una serie de informaciones sobre conspiraciones, complots, etc, que pueden parecer ridículas y que, sin embargo, para muchísima gente tienen estatuto de saber y de realidad. Es conocida la existencia de teorías  que sostienen que el coronavirus no es tan importante o que es una maniobra para manipular a las personas. Así como se obedece al Estado por tradición, porque el Estado sabe lo que hace y yo no, existe la posición inversa: yo sé otra cosa, yo tengo una información especial que el Estado no conoce, y entonces lo desobedezco.

La cuarentena realmente existente

Los indicadores de movilidad pueden dar una idea acerca de si la sociedad sigue o no una norma. Pero en realidad se están siguiendo diferentes normas de acuerdo con los contextos de significados que las personas le atribuyen.

Los usos de la información oficial en la formación de los comportamientos corresponden a ecuaciones que arman los actores conjugando saberes, restricciones, habilitaciones que identifican en su ambiente. Esos cálculos no desconocen, aunque tergiversen, la información epidemiológica. La hipótesis es que, a medida que la movilidad urbana, sea por razones laborales, de “esparcimiento” o “afectivas”, crece, se multiplican estas operaciones situacionales.

¿Qué ocurre entonces?

En primer lugar, se producen fraccionamientos de la cuarentena, usos parciales, intermitentes o discontinuos de la norma.

Segundo, los usos pueden ser a menudo contradictorios. Estas contradicciones pueden ser individuales, como por ejemplo usar el barbijo, pero no respetar la distancia social. Pero también pueden ser colectivas: en una familia, los más jóvenes o los varones pueden tener menos propensión a cumplir la cuarentena, mientras que los adultos o las mujeres se muestran más respetuosos.

Tercero, los usos de la norma tienen significados múltiples. Su cumplimiento o incumplimiento no debe decodificarse automáticamente en clave de grieta política oposición/gobierno, a riesgo de contribuir a que se produzca ese efecto. El rechazo parcial o total a la norma puede significar adhesiones a otras comunidades además de las políticas, como las religiosas o las generacionales, sin que esa actitud dé lugar por sí sola a una posición contraria al gobierno.

Una ciencia no estatal

Otro tema a considerar a la hora de entender el modo en el que las personas cumplen o no las normas sanitarias es el de la ciencia. La pandemia supuso la difusión constante de explicaciones, tasas estadísticas, números, índices y comparaciones internacionales, y llevó a una centralidad pública a la voz autorizada de los infectólogos. Pero luego la circulación y difusión de esta información supuso la apropiación social de este conocimiento. La política le habló a una sociedad que familiarizó conceptos epidemiológicos y los hizo suyos, y a menudo los recicló y les dio otra operatividad.

La epidemiología legitimó sus intervenciones de manera teórica basada en la experimentación científica y en su superioridad sobre la experiencia cotidiana, vaga y aleatoria, que es supuestamente la de la sociedad. Esto produjo dos problemas complementarios: la sociedad se apropia de la cuarentena desde la experiencia, que es sintónica de un comportamiento del virus que hasta ahora viene desafiando a la ciencia. Como dijo Nicholas Taleb, el virus tiene un comportamiento que desafía el empirismo ingenuo de la ciencia con secuencias cambiantes. El hecho de que la ciencia sepa poco sobre el virus, haya cambiado su diagnóstico y recomendaciones (recordemos por ejemplo que el uso de barbijo estuvo discutido en un comienzo) se acopla con el sentido común y los saberes alternativos que lo alimentan.

El segundo problema es que la epidemiología es portadora de una sociología espontánea que no se condice ni con los comportamientos normales de la sociedad ni, mucho menos, con las exacerbaciones y transformaciones que ha impuesto la pandemia. En este proceso, la variable temporal es clave en una dirección bien precisa: el cómo pasa a ser parte del porqué. ¿Qué significa esto? A medida que pasa el tiempo, la experiencia de la cuarentena –cómo se la vive y significa– provee elementos poderosos para explicar por qué se sigue o no esta norma. En marzo la sociedad no tenía esta experiencia y por lo tanto tendía a seguir las razones de la cuarentena (los porqué) que las autoridades políticas, apoyadas en el conocimiento de los expertos, le proveía. Pero a medida que el tiempo pasaba la sociedad iba teniendo sus experiencias de la cuarentena y podía sumar o restar sus cómo vivía la cuarentena a los porqué que la política ofertaba.

Las personas han incorporado activamente el conocimiento epidemiológico integrándolo a la vida cotidiana, lo que dio lugar a una epidemiología “popular” o “cotidiana” que es parte constitutiva del uso real de la norma. Pero las cosas son mucho más complejas aún: los usos de esta información se dan en un contexto de significaciones y prácticas que permiten utilizaciones inesperadas de la norma.

En la vida social, las experiencias de “primera mano” cuentan, y mucho. Estas experiencias, que tienen la eficacia de no ser experimentos –es decir, no pueden ser descartadas– expresan cómo efectivamente se vive, siente y piensa la cuarentena; por eso alimentan las razones de por qué se la cumple o no.

Entre las dimensiones de esos cómo que la sociedad se provee para dar cuenta por qué se sigue o no la norma de la cuarentena, se encuentra la gravitación del paso del tiempo, que se racionaliza en proporciones variables como cansancio y/o aprendizaje. Las experiencias de la sociedad no pueden ser desconocidas, rechazadas ni negadas. Deben ser comprendidas.

En este contexto, las expectativas políticas y sanitarias deben ajustarse a estos conocimientos, superando la inercia de las narrativas épicas, la metáfora de la guerra y la ilusión de que todo el mundo podría comportarse como un epidemiólogo todo el tiempo.

* Profesores e investigadores (IDAES-UNSAM/CONICET).

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur





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