Por Marco Teruggi
Desde Caracas. Hace un año, en estas mismas fechas, Evo Morales cerraba su campaña electoral. Pocos imaginaban que menos de un mes después tendría lugar un golpe de Estado y Morales llegaría como refugiado a México y finalmente a Argentina. Un año más tarde, vuelve a haber elecciones, esta vez con Luis Arce y David Choquehuanca como candidatos a presidente y vicepresidente por el Movimiento al Socialismo (MAS).
Morales ganó el año pasado ante Carlos Mesa. El MAS encabeza nuevamente todas las proyecciones de voto de cara a la elección del próximo domingo 18. Mesa se encuentra otra vez en segunda posición, y Luis Fernando Camacho, quien lideró una parte del golpe, está en tercera posición. Jeanine Añez, presidenta de facto, y Jorge Quiroga, quien nunca tuvo fuerza en las encuestas, desistieron de sus postulaciones en las últimas semanas, y Arturo Murillo, ministro de facto de gobierno, llamó a votar a Mesa.
Los cálculos de la estrategia golpistas eran diferentes: el MAS debía quedar debilitado y desunido por efecto de persecuciones, masacres, judicialización y la fuerza disgregadora de la pérdida de gobierno. Pero se logró la unidad alrededor de la fórmula Arce-Choquehuanca, con apoyo de los movimientos y la Central Obrera Boliviana (COB), que protagonizaron movilizaciones en agosto, que desembocaron en un acuerdo para garantizar que las elecciones se realicen este próximo domingo.
La rearticulación de fuerzas en condiciones adversas, la legitimidad social expresada en las encuestas y los actos de campaña, expresan tanto la capacidad del MAS como el derrotero del bloque golpista. Los actores nacionales que fueron parte del golpe se dividieron con el paso de los meses, y la permanencia en el gobierno de facto -posponiendo tres veces las elecciones- les restó apoyo popular debido, entre otras cosas, a los malos resultados ante la economía, la pandemia.
Así, a pocas horas de la contienda, existe la posibilidad de de una victoria de Arce en primera vuelta. Algunos actores, parte de la trama golpista y el gobierno de facto, como Luis Almagro, secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), y Murillo, han anticipado la posibilidad de un fraude, violencia y terrorismo, en lo que parece una serie de cartas que podrían desplegar en caso de resultados adversos.
“La COB pide al pueblo boliviano no dejarse llevar por las presiones psicológicas que realiza el gobierno, quien pretende llevarnos a una convulsión social para luego culpar a los dirigentes de las organizaciones sindicales y sociales”, afirmó la Central el miércoles, llamando a asistir masivamente a las elecciones para lograr “la recuperación de la democracia y el estado de derecho”.
En el terreno se encuentran actores conocidos: la misión de la OEA está encabezada por el mismo responsable que el año pasado, Manuel González, por lo que ha levantado lógicas sospechas. El abanico de observadores internacionales incluye una delegación de la Unión Europea, del Centro Carter, el Parlamento del Mercosur, la Conferencia de Partidos Políticos de América Latina, la Internacional Progresista y el Grupo de Puebla.
El MAS ha denunciado la existencia de posibles irregularidades, como el hecho que el Tribunal Supremo Electoral (TSE) no publique las fotografías de las actas de votación. El TSE ya anunció, por su parte, la suspensión de la votación en cinco ciudades de Chile y en Panamá, impidiendo la participación de 30 mil votantes. “Nos va a afectar al MAS, porque es nuestro fuerte -el exterior-, ahí tenemos un buen caudal de votos”, afirmó Eva Copa, presidenta del Senado.
La incertidumbre -debido a factores como el voto útil y el voto oculto- y la tensión serán elevadas el domingo por la noche y horas siguientes, con el agregado de la demora que tendrán en ser computados los votos rurales, en su mayoría favorables al MAS. La reacción de los candidatos, actores políticos nacionales e internacionales, serán claves para definir cómo evolucionará el escenario, si se activarán los posibles elementos de conflicto, donde el gobierno de facto amenaza con balas, cárceles y militares, o, por el contrario, transcurrirá con calma.
Se trata de una elección bisagra, que podrá permitir el regreso al gobierno de las fuerzas que fueron derrocadas por el golpe de Estado, o, por el contrario, lograr una posible estabilización política del golpe con una victoria de Mesa. Bisagra no solamente para el país, sino para el conjunto de la región, donde existe una radicalización de las derechas expresada particularmente en el golpe en Bolivia.
Los acontecimientos bolivianos forman parte de un cuadro latinoamericano que guarda tiempos similares: el golpe en Bolivia se asemeja al que busca repetidamente realizar en Venezuela un sector de la derecha dirigido desde Estados Unidos, la judicialización e intento de inhabilitación del MAS y Morales tiene paralelismo con la inhabilitación de Rafael Correa y el instrumento electoral Compromiso Social en Ecuador, con la persecución de Lula da Silva en Brasil, y de Cristina Fernández en Argentina dentro de una ofensiva política, judicial, económica y mediática de la derecha en el país.
El continente atraviesa una etapa donde existe un intento de cierre de vías democráticas en varios países, la implementación/profundización de mecanismos para impedir la emergencia o regreso de fuerzas progresistas al poder político, o para obligar a los gobiernos populares a desistir de tomar medidas que cambien un status quo que concentra y fuga riqueza al tiempo que excluye a las grandes mayorías sociales.
El resultado electoral en Bolivia será un punto decisivo en ese cuadro. Una victoria del MAS sería una señal doblemente positiva: por la capacidad de las fuerzas del proceso de cambio y el respeto al resultado luego de un golpe organizado nacional e internacionalmente. En el devenir de los acontecimientos bolivianos están algunas de las claves de las tendencias de esta época, un gran espejo donde se mira el continente.
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