REBAÑOS
La pandemia ha estimulado tanto las intenciones y compromisos más nobles como los mayores defectos
Poner el foco
El 4 de octubre, los profesores Martin Kulldorff, Sunetra Gupta, y Jayanta Bhattacharya, de las universidades de Harvard, Oxford y Stanford, definidos por ellos mismos como tres epidemiólogos de enfermedades infecciosas y científicos de salud pública provenientes tanto de izquierda como de derecha, y de distintas partes del mundo, con su profesión dedicada a proteger a los demás, firmaron y dieron a conocer, desde Estados Unidos y en 33 idiomas, la Declaración de Great Barrington para enfrentar a la pandemia.
Después de considerar que las actuales políticas de «confinamiento» (término de la versión española por lockdown en lugar de aislamiento u otras), están produciendo efectos devastadores en la salud pública a corto y largo plazo, y que mantener estas medidas hasta que haya una vacuna causará un daño irreparable en los menos privilegiados, la Declaración recomienda un abordaje denominado Protección Focalizada.
Como los autores afirman saber que la vulnerabilidad a la muerte por Covid-19 es más de mil veces mayor en los ancianos y débiles que en los jóvenes, la manera más humana de abordar la pandemia, sostienen, es midiendo los riesgos y los beneficios de alcanzar la tantas veces citada, inmunidad de rebaño. Proponen entonces permitir que aquellos que tienen un mínimo riesgo de muerte (los jóvenes), puedan vivir sus vidas con normalidad para alcanzar la inmunidad al virus a través de la infección natural, protegiendo mientras tanto a aquellos que se encuentran en mayor riesgo.
Así el foco estaría puesto en los asilos de ancianos, que deberían emplear personal con inmunidad adquirida y realizar test PCR al personal y los visitantes con frecuencia, limitando la rotación del personal; en los jubilados, que deberían recibir alimentos y otros elementos esenciales en sus casas y cuando fuera posible reunirse con sus familiares al exterior; y en otras medidas sanitarias para hogares multigeneracionales, etc.
Por otro lado, las escuelas y universidades deberían abrir para una enseñanza presencial, los deportes deberían reanudarse, los adultos jóvenes de bajo riesgo deberían trabajar con normalidad, los restaurantes y otros negocios deberían abrir, las actividades artísticas y culturales deberían reanudarse, y quienes se encuentran en mayor riesgo podrían participar en todo, si así lo desean, mientras la sociedad en su conjunto disfruta de la protección otorgada a los vulnerables por aquellos que hayan desarrollado inmunidad de rebaño (dos de los autores han sostenido que esta inmunidad se alcanzaría con el 20% de la población infectada).
Los iluminadores
La presentación como perspectiva académica, científica, pluralista, y políticamente neutra de los autores, para defender una estrategia supuestamente orientada a la protección altruista de los demás, aunque dicha estrategia era rechazada mayoritariamente y desde el inicio de la pandemia por la Organización Mundial de la Salud (OMS), por la inmensa mayoría de los países de todas las regiones, y por el más amplio acuerdo científico sobre su falta de fundamentación, inoperancia y alto costo en vidas humanas, no era sin embargo improvisada.
Su origen estuvo en una reunión convocada por el American Institute of Economic Research (AIER) con base, precisamente, en la ciudad de Great Barrington en el estado de Massachusetts. Este instituto no sólo fue el promotor de la Declaración sino que es su principal soporte publicando artículos en su defensa en los que se tilda de imbéciles (mindless) a quienes sostienen la «narrativa convencional» del «confinamiento» con la consecuencia natural de que los expertos y políticos nos lleven en «piloto automático» por el camino de la tiranía (Barry Brownstein, 21/10). Es la terminología que puede observarse inundar las redes digitales en oposición despectiva a la política ante la pandemia que lleva el gobierno nacional en nuestro país. Es también y claramente la opción que aparentando un equilibrio entre economía y salud tiene su causa material en la primera.
Anthony Fauci, epidemiólogo de la Casa Blanca y el más destacado especialista en enfermedades infecciosas de los Estados Unidos, sostuvo que la estrategia de protección focalizada o inmunidad de rebaño no tenía sentido (se necesitaría que el 50 a 60% de la población se infectara) y era muy peligrosa (a mayor número de infectados, mayor número de muertos). Pero el 12 de octubre, dos funcionarios de la administración Trump aceptaron desde la Casa Blanca a la Declaración como respaldo de la política sanitaria presidencial, aunque lo hicieron en forma anónima. Una semana después, Trump dijo que Fauci era un idiota, un desastre y amenazó con despedirlo. Y pasó a apoyarse más en Scott Atlas, un neurorradiólogo contrario a varios de los más extendidos criterios científicos ante la pandemia, y profesor en la Universidad de Stanford —como el economista Jayanta Bhattacharya— de cuya conservadora Institución Hoover es miembro senior.
La oveja negra
Si algo caracteriza a la inmunidad de rebaño como estrategia, es el dejar a los seres humanos librados a las leyes naturales que ordenan la actividad del coronavirus o SARS-Cov-2 en su transmisión, replicación y efectos, con el fin de alcanzar un número suficiente de infectados cuya inmunidad adquirida por el contacto con el virus impida que éste se siga transmitiendo. Pero toda estrategia para las acciones humanas no está determinada por las leyes naturales sino por una racionalidad de intereses guiados, o no, por la racionalidad moral. En este sentido, la protección focalizada o inmunidad de rebaño es una estrategia cuando menos de dudosa moralidad si es que no es francamente inmoral.
Pero las estrategias de ensamblaje científico, político y económico no son nuevas en los Estados Unidos, y sus ejemplos contrarios al consenso internacional son numerosos. El más destacado de ellos, para ilustrarlo en el campo de la salud pública, es el del cuestionamiento a la estrategia de atención primaria de salud de la OMS.
En 1978, la OMS con el auspicio de UNICEF aprobó la estrategia de atención primaria de salud fijada por la Declaración de Alma-Ata como propuesta para alcanzar salud para todos en el año 2000. A pesar del amplio consenso y prestigio logrado por la misma, al año siguiente la Fundación Rockefeller convocó a un congreso en su centro de Bellagio y dos de sus miembros, Julia Walsh y Kenneth Warren, se pronunciaron en su contra sosteniendo que la estrategia era poco realista, muy cara, y que si se quería avanzar en la situación mundial de salud debían implementarse acciones dirigidas a grupos especialmente vulnerables con acciones eficientes, de una “atención primaria de salud selectiva”.
En 1993, el Informe Invertir en Salud del Banco Mundial, que abrió paso a las privatizaciones neoliberales en América Latina, completó esa estrategia al definir un paquete de servicios esenciales de salud establecidos en orden a análisis de costo-efectividad. Su idea básica era poder identificar prioridades de servicios e intervenciones en salud atendiendo a los grupos más desventajados.
Por eso es claro que la estrategia se renueva pero es siempre la misma: recortar la universalidad del derecho a la salud. Y tiene una misma estructura: dos o tres operadores clave del ámbito académico-económico introducen la idea central («atención primaria de salud selectiva», «paquete de servicios esenciales de salud», «protección focalizada»), que se dirige a los «especialmente vulnerables» o «más desventajados», y es reproducida a escala mundial (por la Fundación Rockefeller, el Banco Mundial o el AIER), en 33 idiomas o los que sean necesarios. Viendo esto, no es que uno se haya quedado en los ’70 sino que desde hace 50 años es siempre la misma estrategia imperial. Aunque siendo la misma, los actores y el poder se actualizan al paso de los años.
Hoy resulta que es lo mismo
En junio de 1905 Einstein publicó en la revista Annalen der Physik, que entonces sólo se publicaba en alemán, los dos postulados de la relatividad especial y la conclusión de que la masa era equivalente a la energía y viceversa, prefigurando la tan divulgada ecuación E=mc², descubrimiento que revolucionó a la física.
El 25 de abril de 1953, James Watson y Francis Crick publicaron en inglés, en la revista Nature, un artículo de una página titulado Molecular Structure of Nucleic Acids, sobre su descubrimiento de la estructura en doble hélice del ácido desoxirribonucleico (ADN) como código de la información genética de los seres vivos, un descubrimiento que revolucionó a la biología.
Esos artículos son parte de las muestras del inconmensurable valor de la actividad científica. Pero la que hoy llamamos ciencia, aunque algunos investigadores y centros sigan sosteniendo aquel paradigma, no es la de principios o mediados del siglo pasado y seríamos muy ingenuos si creyéramos lo contrario. Por un lado porque la categoría de «lo científico» ha sido apropiada y es aplicada a las más difusas, oscuras y oportunistas pretensiones de poder, prestigio y otros intereses que se presentan con la aspiración de un aura tradicional de seriedad intelectual y evidencia de verdad que esas pretensiones no tienen.
Y a la vez, porque el desbordante desarrollo tecnológico desde la segunda mitad del siglo pasado ha puesto a la ciencia al servicio de la técnica, convirtiendo lo que era una búsqueda desinteresada de la verdad en una creciente presión de individuos y grupos por lograr la subordinación de las verdades científicas a los intereses de esos individuos y grupos.
La situación de pandemia se ha convertido en un escenario en el que esas presiones se multiplican. Hay investigadores que buscan apoyo mediático y luego reclaman sin pruebas serias de seguridad y eficacia que los gobiernos autoricen el uso de excepción como medicamentos de sustancias no registradas.
Y hay gobiernos que avalan esos pedidos con actos irresponsables o, aún peor, con iniciativa propia dando origen a pedidos que vulneran la protección administrativa como es el caso de Trump en los Estados Unidos frente al Centro de Control de Enfermedades y a la FDA como organismo regulador de los medicamentos semejante a nuestra ANMAT. Así fue como Mark Meadows, jefe de gabinete, y Jared Kushner, yerno y asesor de Trump, llamaron desde la Casa Blanca a Stephen Hahn, director de la FDA, para pedirle que acelerara la autorización de emergencia de tratamientos y vacunas, y se olvidara de exigir un seguimiento preventivo inicial de dos meses en un número limitado de personas, antes de aprobar su comercialización.
En Argentina también están los que piden inmunidad de rebaño, los antivacunas, y los que quieren acelerar tratamientos y vacunas aunque las evidencias de seguridad y eficacia sean débiles. Y es que la pandemia ha estimulado tanto las intenciones y compromisos más nobles como los mayores defectos individuales y colectivos. Por eso es que la firmeza en la defensa de los valores éticos y el respeto de los derechos fundamentales es una virtud que hoy se nos reclama más que nunca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario