domingo, 1 de septiembre de 2013
La zanja de la vergüenza Por Miguel Russo mrusso@miradasalsur.com
La batalla cultural. “Hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez”. Bernardo de Monteagudo
Se equivocó el presidente del bloque de senadores (FPV) Miguel Angel Pichetto cuando, en contraposición al senador radical Ernesto Sanz (“¿cómo creen que se puede ganar un pleito con todas las cosas que han dicho sobre la Justicia norteamericana?”), dijo “no es una cuestión de discursos sino de intenciones”.
Se equivocó porque un discurso, todo discurso, es intencional. De no serlo se transforma en mera retórica, bravuconada de pelafustán, representación absurda de la nada. Claro, Pichetto tiene el beneficio de la duda por no haber escuchado a Mauricio Macri en Palabras más palabras menos (Ernesto Tenembaum y Marcelo Zlotogwazda por TN). Por eso no pudo comprobar el abismo brutal abierto entre dos términos que, buceando apenitas en la historia, deberían estar unidos: “intelectual” y “político”.
El término “intelectual” nace a la arena política en 1897, cuando Émile Zola comenzó a denunciar el caso Dreyfus desde las páginas de Le Figaro. Y se hizo uno con el término “político” cuando, mudado a L'Aurore por la caída en las ventas del otro diario, publicó apenas comenzado 1898 su carta abierta al presidente Jules Méline defendiendo a Alfred Dreyfus: Yo acuso. Pasaron 115 años. En el medio, 1948, Jean-Paul Sartre decía, refiriéndose a los intelectuales políticos (Situaciones II: ¿Qué es la literatura?): “Ya que actuamos sobre nuestro tiempo por nuestra misma existencia, queremos que esta acción sea voluntaria”.
Muchos autores mediante, y menos de medio siglo después, Edward Said reflexionaba en Representaciones del intelectual: “Los intelectuales son individuos con vocación para el arte de representar, ya sea hablando, escribiendo, enseñando o apareciendo en televisión. Esa vocación es importante en la medida en que resulta reconocible públicamente e implica a la vez entrega y riego, audacia y vulnerabilidad”. El sociólogo argentino Carlos Altamirano retomaba la afirmación de Said para preguntar en Intelectuales (publicado en 2006, ampliado recientemente), “¿a quién representa?”. Y desde las mismas páginas, retomar a Said para responder: “El intelectual siempre tiene la posibilidad de escoger, o bien poniéndose de parte de los más débiles, los peor representados, los olvidados o ignorados, o bien alimentándose con el más poderoso”.
Todos los mencionados (desde Zola a Altamirano, pasando por Sartre y Said, en un aquelarre bibliotecológico) pensaron y hacen pensar sobre el maridaje de los términos. Pero claro, allí está la frase que duele en los comienzos de la nueva novela de Martín Caparrós, Comí: “La exploración suplantó a la reflexión en tiempos que no piensan sino que experimentan, que no creen en las ideas sino en los ejercicios”.
Dicho esto, sí, fue un ejercicio: poquito más de 19 minutos inolvidables ocurridos la noche del martes 27 de agosto pasado en el estudio de TN donde se llevó a cabo Palabras más palabras menos. El invitado especial era Mauricio Macri (argentino, contemporáneo, jefe de Gobierno de CABA, líder del PRO, hijo de Franco). Y nunca, nunca jamás, se vio tanto abismo entre “intelectual” y “político”, dos cosas que, al parecer, es –o debería ser– Mauricio Macri.
El dúo Tenembaum-Zloto arrancó liviano, preguntándole sobre la política energética. Macri dijo “Chevron”, casi lo único que se entendió, porque después entró en la ruta del desconocimiento y dio por cerrado el tema con un espectacular “eso nos convierte en parias del mundo”.
Los fondos buitre y el fallo de Nueva York parecía otro tema sin contratiempos. Pero Macri no conoce fronteras y ahí nomás descerrajó una retahíla de frases inconexas. Dijo “ahora abrimos el canje y no sé si va a funcionar”, dijo “generemos empleo”, dijo “me parece que no hicimos las cosas bien”. Y dijo, serio, con cara de acusador serial, que había que negociar con el Club de París y el Ciadi. Zloto lo miró torvo: “La cosa es con los fondos buitre, el Club de París y el Ciadi no tienen nada que ver”. Pero, Macri, como si nada: “Sí, está bien, pero es lo mismo”. Lo que se dice un economista brillante. Y avanzó: “Los jueces, al fallar, tienen en cuenta un análisis de las personas. Con los que cometen un delito por primera vez tienen paliativos, algo que no ocurre con aquellos que roban varias veces”. Lo que se dice un jurista de fuste. Y siguió filosofando: “El mundo se globalizó, lo que pasa en algún lugar se sabe en todo lados”.
El tema saltó entonces a la quita en el impuesto a las Ganancias. “No hay que engañar con la inflación”, dijo, y aventuró que “en 2015 debemos plantear una profunda reforma impositiva”. Después se desmadró mencionando tópicos: “austeridad”, “servicios incumplidos”, “niveles de despilfarro”. Zloto vio la punta y pidió detalles. Macri, eufórico, no dudó: “Hay doce mil casos, por ejemplo el que se llevó a cabo con el monumento a Colón”, y no dijo nada de los otros 11.999.
Entonces, saltó Brasil y la reivindicación de un modelo que no funciona tan bien realizada por él y toda la oposición: “Es que estamos comparando lo más malo de Brasil. Allí hubo inversiones importantísimas”. Zloto, otra vez, no aguantó: “Eso es falso. Hubo más inversiones en la Argentina”. Macri chapoteó al mejor estilo Majul: “Bueno, sí, pero bueno...”.
Cuando parecía que Mauricio se atragantaba nuevamente con el bigote postizo de Freddie Mercury, se propuso un análisis de las PASO para intentar reanimarlo. “Con Massa acordamos un voto útil. Sostuvimos que 2015 es el momento de cambiar gente, de cambiar formas. Y yo aposté a poner un límite a la prepotencia del poder”.
Ernesto Tenembaum se la tiró al ángulo con la mano, como para que Mauricio la atrapara para la tapa de El Gráfico y hablara de su presidenciabilidad por sobre Massa y por fuera de una interna del justicialismo: “El intendente de Almirante Brown, Darío Giustozzi, que secunda a Sergio Massa en candidatos a diputados nacionales dijo que vos estabas afuera, que no hay ninguna foto tuya con Massa”. Eran las 23.22 y Macri, con toda la librería encima, jugó fuerte: “Sánchez, no te enganches”. Sí, “Sánchez, no te enganches”, dijo y se repantigó en el silloncito como si hubiera descubierto la gravedad.
Mucho es lo que la filología clásica y los estudios lingüísticos actuales aportaron a rastrear los orígenes y la evolución de las palabras. Y, con ellas, la dinámica incesante de la lengua. Pero es de imaginar que muchos filólogos y lingüistas, Carlos Altamirano, Martín Caparrós y la humanidad entera (hasta Sartre, Said y Zola, desde el cielo de los amigos de Gramsci) debe haberse quedado con la boca abierta ante la respuesta que, como un tempestad de insensatez, como un tsunami de ignorancia predispuesta, dirimía la cuestión esa de intelectuales y políticos abriendo la zanja abismal de la vergüenza.
01/09/13 Miradas al Sur
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