lunes, 4 de marzo de 2013
UNASUR, PARTE II
En nuestro criterio, la formulación de una política sudamericana anticipaba y resolvía, además, un problema substancial de la crisis contemporánea, el de la pérdida general de sentido de la sociedad humana y, por consiguiente, de la vida personal y social, al reintegrarles una causa en el programa de constituir nuevos espacios y tiempos de sentido en el proceso de construcción de autonomía para las personas, las sociedades y las naciones, mediante la formación de un estado continental.
En esta perspectiva, Methol concluyó su conferencia asociando la predicción de Perón acerca del año 2.000 con su propia convicción de que “estamos asistiendo al comienzo de una nueva fase de la historia de América del Sur”, fase que implicaba el inicio de la formación del estado continental sudamericano. Es decir, que en un momento de fuerte crisis argentina, nuestro compatriota uruguayo nos decía que aquel mensaje prospectivo a la juventud del siglo XXI formulado por Perón estaba comenzando a realizarse en la reunificación de nuestro continente.
Por ese entonces, sin embargo, nada anticipaba claramente que ello fuera a ocurrir. Desde el abandono hacia 1830 de la Doctrina Bello, apoyada entusiastamente por Lucas Alamán y conforme a la cual la cláusula de “nación más favorecida” que exigían EEUU y Europa en sus Tratados de Libre Comercio era inaplicable a los acuerdos concertados entre estados de América Latina, nuestra América se había fracturado en muchos estados. Recién en la segunda mitad del siglo pasado, la América del Sur dio los primeros pasos para desandar la fractura y recuperar la unidad, al constituir la Comunidad Andina de Naciones (CAN) en el Pacífico en 1969 y el MERCOSUR en el Atlántico en 1991, pero aún lejos de proponerse una unión política.
Sin embargo, un año y medio después de la conferencia de Methol Ferré, en diciembre de 2004, en el Cusco -que había sido la capital de América del Sur entre 1438 y 1533- se fundó la Comunidad Sudamericana de Naciones integrada por todas las naciones de América del Sur, con el propósito expreso de formar una organización política y no meramente un mercado común o una unión aduanera. En la Cumbre de Brasilia, en mayo de 2008, la Comunidad cambió su nombre por el de Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR) y aprobó su Constitución, que entró en vigencia en marzo de 2011. La Constitución de UNASUR es notoriamente el primer paso hacia la creación de un estado confederal de naciones soberanas, tal vez siguiendo la larga tradición confederal de muchos estados mesoamericanos y andinos.
El art. 3 de la Constitución de UNASUR consagra como norma jurídica supranacional el Consenso del Cusco, cuyos principios constituyen una propuesta de sociedades justas y equilibradas, con capacidad de decisión en el marco de un mundo multipolar, y expresan cabalmente los valores y principios de una civilización emergente. Los diversos Consejos de UNASUR abarcan todas las áreas que deberían constituir en el futuro los ministerios de un estado confederal y trabajan desarrollando el tejido institucional de la reunificación de nuestra América.
Pero la nueva fase histórica anunciada por Methol Ferré en 2002 recordando el pensamiento de Perón para el cambio de siglo, no solo involucra a las naciones de sudamericanas. En julio de 2008, con el respaldo de México y de UNASUR, Brasil convocó a la celebración de la Primera Cumbre de países latinoamericanos y caribeños. Como destacó Lula al abrir la Cumbre, era la primera vez en doscientos años que todos los Jefes de Estado y de Gobierno de América Latina y el Caribe se reunían con una agenda propia y sin la presencia de países extra regionales. La ciudad de San Salvador de Bahía, arquetipo de ciudad mestiza, cuna de cultura y de civilización emergente, fue el escenario de ese primer encuentro que abarcaba a todas las naciones al sur del Río Grande y a los 50 millones de latinoamericanos y caribeños (los ‘hispanos’ norteamericanos) que viven al norte de ese río.
La convocatoria respondía a una situación compleja pero promisoria de la América que habla mayoritariamente castellano y portugués. Y también al fuerte desafío que establecía la crisis global, en su doble cara de tragedia humanitaria y posibilidad de dar algunos pasos hacia un mundo más justo.
El fuerte desarrollo institucional de UNASUR creaba una asimetría con México, América Central y el Caribe, desde que estos países enfrentaban serias dificultades para participar activamente en los procesos de integración del sur en razón de su vecindad geográfica y sus acuerdos económicos con EEUU que, obviamente, no recogían la Doctrina Bello, e incluían la cláusula de “nación más favorecida” sin excepciones respecto de las demás naciones latinoamericanas y caribeñas. En consecuencia, la iniciativa de los países de América del Sur y México proponía a todos los países de América Latina y el Caribe la creación de un ámbito de diálogo institucional permanente para debatir y profundizar la integración en todo lo que fuese posible y alejar el riesgo de fracturas o impedimentos para la acción conjunta en la política global, en las negociaciones entre el sur y el norte del Río Grande o en los organismos internacionales. Y particularmente hiciera posible que en el mundo se oyera la voz de América Latina y el Caribe, el continente del humanismo popular, en el tránsito propuesto de un mundo unipolar a uno multipolar, más justo y equilibrado.
La Declaración fundacional de San Salvador de Bahía del 23 de julio de 2008, definió el programa: a) establecer compromisos efectivos de acción conjunta de todos los países de América Latina y el Caribe; b) Construir un espacio común donde el cumplimiento de esos compromisos fuese posible; c) Acordar posiciones comunes en los foros internacionales sobre los grandes temas de la agenda global; d) intensificar el diálogo, la interacción y la sinergia entre los procesos regionales y subregionales de integración de América Latina y el Caribe para profundizar la integración y establecer proyectos comunes y complementarios; e) Profundizar la cooperación sur-sur y triangular que potencien la cooperación técnica de los país de América Latina y el Caribe y f) profundizar la coordinación de posiciones para proyectar una visión común de América Latina y el Caribe en diálogos externos.
La Primera Cumbre debatió la adopción de posiciones comunes en cuatro grandes temas: la crisis financiera, la crisis energética, el cambio climático y la crisis alimentaria y varios temas conexos. Y se lograron acuerdos precisos en 12 áreas: 1) cooperación entre los mecanismos regionales y subregionales de integración; 2) crisis financiera internacional; 3) energía, 4) infraestructura física; 5) desarrollo social; 6) seguridad alimentaria y nutricional; 7 desarrollo sostenible; desastres naturales; 9) promoción de los derechos humanos y combate al racismo; 10) circulación de personas y migraciones; 11) cooperación sur-sur; 12) proyección internacional de América Latina y el Caribe y diálogo paritario con la Unión Africana, la Unión Europea, la ASEAN y la Liga Árabe.
Prof GB
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