viernes, 22 de marzo de 2013
los genocidas papanatas por Jorge Dorio opinion
Pintadas y solicitada en Río Gallegos
El papa, el peronismo, los genocidas y los papanatas
Por Jorge Dorio
Las relaciones entre el peronismo y la Iglesia Católica han sido tan intensas como cambiantes porque, en sus orígenes, comparten cierta vocación ecuménica y elasticidad para albergar en sus filas diversidades de ideas, estructuras y prácticas. Las pintadas y la solicitada aparecidas en Río Gallegos parecen no tener en cuenta esta perspectiva.
Una solicitada y un graffitti no configuran, en primera instancia, un paisaje político que admita una lectura o un análisis más allá de lo anecdótico o de lo acotado de conflictos locales. La aparición de graffitis en la ciudad de Río Gallegos recordando el perimido “Cristo Vence” en el mismo momento en que los diarios publican una solicitada de un sindicato especificando qué actitudes corresponden al verdadero peronismo y cuáles no, pueden parecer hechos contradictorios y, sin embargo, responden a una sugestiva misma lógica.
Las relaciones entre la Iglesia Católica y el peronismo han sido, desde el comienzo, tan intensas como cambiantes. Una interacción previsible si se piensa en la compartida vocación ecuménica y la elasticidad de ambas entidades para albergar en sus filas todo tipo de diversidades en términos de ideas, estructuras y praxis. Con dos mil años de historia y el planeta todo como circunscripción única, en este sentido la grey romana le saca cierta ventaja al movimiento nacional.
Pero a la hora de meterse en esta historia, vale la pena obedecer aquel precepto que recomienda separar la paja del trigo y distinguir a los agricultores de los…diletantes.
Porque una cosa es tomar los estrechos vínculos que hermanan el ideario peronista con la doctrina social de la Iglesia y muy otra es dar cuenta de los cruces entre dos instituciones caracterizadas por lo sinuoso de los recorridos históricos y las coyunturas particulares que ambas han debido transitar. Lo mismo sucede a la hora de caracterizar a los hombres y mujeres de ambas pertenencias. ¿Qué tienen en común una fervorosa católica como Lilita Carrió y un hombre de fe como el Comandante Hugo Chávez? ¿Cómo hermanan su condición religiosa los jesuitas de las Misiones y los curas tercermundistas con la Santa Inquisición y delincuentes como Von Wernicke junto a la sombría legión de sádicos medievales y pedófilos contemporáneos?
En un sentido semejante podríamos enumerar los perfiles variopintos que encarnó la conducción del Partido Justicialista en los sucesivos avatares que sufrió la Patria.
Pero en ambos casos se plantea la misma zancadilla recurrente de las identidades esenciales y el uso de esos núcleos como disfraces deliberados. Más aún: los diferentes nexos entre Iglesia y peronismo permiten despejar las mascaradas de cada lado sin caer en confusiones tan delirantes como riesgosas.
Para hacer un poco de historia ha de decirse que el comienzo de la relación entre el General Perón y la Iglesia se da como un romance de creciente profundidad. La número 14 de las 20 verdades peronistas enseña que el justicialismo es “una nueva filosofía de la vida, simple, práctica, popular, profundamente cristiana…”. En el andamiaje filosófico de “La Comunidad Organizada” se confirma la adhesión a la Doctrina Social de la Iglesia y, de hecho, en los comicios del 46 puede contabilizarse un “voto católico” impreciso en su integración pero contundente en su influencia.
Esta condición naive del mutuo descubrimiento iría resquebrajándose a medida que la construcción de un nuevo Estado exigía la progresiva supresión de los añejos privilegios. Ya en el segundo mandato, la institución eclesiástica se inscribe en el mismo arco que la Sociedad Rural en la férrea resistencia al cambio de modelo de Nación que se estaba gestando.
Desembozadamente, los antiguos aliados del frente nacional van adquiriendo sus perfiles verdaderos. A los católicos nacionalistas no les hace ninguna gracia el fortalecimiento de sectores proletarios con crecientes reivindicaciones. La Acción Católica ve mermadas sus huestes en beneficio de la Unión de Estudiantes Secundarios. Y la Santa Madre Iglesia presencia con horror el avance hacia una educación laica y las demoníacas leyes de profilaxis y divorcio. La fundación de la Democracia Cristiana es el vano intento institucional de estos sectores para ofrecerse como alternativa pía del peronismo.
En junio de 1954 la controversia llega a su pico de violencia. El sábado 11, con la excusa de la celebración de Corpus Christi, la Iglesia organiza una concentración nutrida por participantes de distintos grupos de la oposición. Al continuar los disturbios el día siguiente, el Presidente Perón declara: “Ahora que el clero ha decidido mostrar el lobo que escondía bajo sus pieles de cordero, aliándose de nuevo públicamente con la oligarquía para resucitar una nueva Unión Democrática clerical y oligárquica, yo no voy a eludir la responsabilidad de poner las cosas en su justo lugar.”
Lo que en verdad se está dirimiendo es la separación entre la Iglesia y el Estado y la consolidación o no de un nuevo modelo social, económico y político. El día 16 de junio, las confrontaciones periféricas se transforman, lisa y llanamente, en un golpe de Estado con la voluntad de terminar con la vida de Perón. A las 12.40, el capitán de fragata Noriega, a bordo de un Beechcraft lanza dos bombas sobre la Casa Rosada. Poco después, una bomba impacta en un trolebús cargado de ciudadanos que se dirigían a sus puestos de trabajo. Radio Mitre proclama por sus micrófonos: “El tirano ha muerto. Nuestra Patria desde hoy es libre. Dios sea loado”.
Lo que siguió pudo ser el comienzo de una cruenta guerra civil. En el fuselaje de los aviones que haciendo vuelos rasantes ametrallaban a los aterrorizados transeúntes de la zona céntrica, podía leerse la leyenda CRISTO VENCE.
El intento golpista fue finalmente sofocado. El luctuoso saldo de aquella jornada de locura y odio iría sumando capítulos de distinta índole – entre ellos la excomunión vaticana del General Perón – hasta eclosionar en la Revolución Fusiladora en septiembre de 1955.
A estos antecedentes puede sumársele una postal reciente: los genocidas que están siendo juzgados por crímenes de lesa humanidad, celebraron la elección del cardenal Bergoglio como Papa luciendo escarapelas blancoamarillas, enseña del Estado Vaticano.
Ambas viñetas grafican la peligrosa y perversa confusión que sostienen la solicitada y el graffitti mentados en el comienzo de este artículo. Nada de eso llega siquiera a rozarse con la compleja y novedosa relación Iglesia- Estado que inaugura la asunción de un papa argentino en tiempos de una Presidenta católica. Ella encarna, a su vez, la síntesis del ideario peronista fundacional ratificado por la única bendición real de estos fenómenos: el sustento de la voluntad popular.
La pretensión de pureza excluyente esbozada por el panfleto y la recuperación de un slogan tan capcioso como sacrílego no hacen sino recordar la necesidad que tiene la Patria de guardar en la memoria el accionar de esos monstruosos engendros cuyo verdadero fin es la violencia, la mentira y el caos.
Télam
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