viernes, 30 de diciembre de 2022

 

Flora Tristán: la peruana que inventó la frase más famosa de Carlos Marx

“Todas las desgracias del mundo provienen del olvido y el desprecio que hasta hoy se ha hecho de los derechos naturales e imprescriptibles del ser mujer.” La autora de esta frase, escrita en 1843 –cinco años antes que Marx publicara el Manifiesto comunista–, es Flora Tristán, que nació en París el 7 de abril de 1803, mientras Napoleón abolía sin piedad los pocos derechos que la Revolución Francesa les había reconocido a las mujeres.Más precisamente: Flora nació un año antes de que el Código Napoleónico devolviera a la más absoluta minusvalía legal y social a las francesas, las mismas que habían traído de Versailles a Luis XVI y María Antonieta, precipitando la caída de la monarquía. Así quedaron sometidas sin apelación a la autoridad del padre o del marido y les quitaron cualquier derecho sobre sus hijos.Ignorante de las desgracias que se cernían sobre su futuro, la niña fue recibida con alegría y bautizada Flora Celestina Teresa Enriqueta Tristán. Era la hija de don Mariano Tristán y Moscoso, hijo mayor de una de las familias más poderosas del Virreinato del Alto Perú, educado desde muy joven en Francia y ex coronel de la armada española. La madre, Anne Laisney, provenía de una familia monárquica que había escapado de la Revolución Francesa de 1789 y encontró refugio en Bilbao.
En 1802 la pareja se casó clandestinamente. La ceremonia fue oficiada por un sacerdote emigrado, el abate de Rocelin, sin que la boda quedara registrada en el consulado francés y sin que don Mariano Tristán pidiera autorización al Rey, como lo obligaba su linaje. Es probable que sospechara que Fernando no iba a avalar que un descendiente de virreyes y altos prelados de la Iglesia se casara con una francesa más plebeya que el croissant.Poco después de la boda, el matrimonio se trasladó a París, donde nació la primogénita, y en 1806, su hermano. Nada permitía sospechar que la mimada niñita de rizos y grandes ojos oscuros, dócil y graciosa, se convertiría en una de las pensadoras más excepcionales del siglo XIX, militante contra la esclavitud, pionera en el análisis de la doble opresión de las mujeres, agitadora infatigable por los derechos de las y los trabajadores.En la casa del elegante barrio de Vaugirard las risas y los bailes alternaban con interminables discusiones sobre la convulsiva situación política en Europa y en América. Esas tertulias eran frecuentadas, entre otros, por el naturalista Aimé Bonpland, por un joven Simón Bolívar y por el educador Simón Rodríguez. Bolívar, un joven desolado por la prematura muerte de su esposa, se encandiló con Anne y durante algún tiempo le escribió dolientes cartas que Flora supo conservar.En 1807, un accidente cerebrovascular mató a don Mariano. Atónita, Anne descubrió que su casamiento carecía de validez legal y por lo tanto no tenía derecho a heredar de su marido ni la renta familiar que cada mes le giraba a Mariano su tío, arzobispo de Granada; ni la pensión por sus servicios en el ejército español, ni los honorarios como representante del reino de España en París. Un hermano menor de Mariano, el general realista Pío Tristán y Moscoso, entonces alcalde de Arequipa, había recibido plenos poderes para la administración de los bienes del difunto. Ninguna de las cartas que le dirigió Anne tuvo respuesta. 
Para peor, al año siguiente Napoleón invadió España y ordenó confiscar los bienes de los españoles residentes en Francia. Anne fue expulsada de la casa de Vaugirard, que Flora siempre recordará como un paraíso perdido. En la miseria más absoluta, la joven viuda empezó a peregrinar con sus dos hijos por los barrios marginales de París, hasta que huyó al campo.La Flora que regresó a París a sus 15 años era una niña criada en el hambre y conocedora del desprecio a las huérfanas sin recursos. Pero tenía una cuidada educación impartida por la madre y era de una altivez y una belleza perturbadoras. Corría por sus venas, dice uno de sus biógrafos, “sangre de aztecas, de incas, de Borbones, de italianos, de franceses”. También de papas y cardenales, incluyendo un santo como san Francisco de Borja, duque de Gandía y virrey de Cataluña antes de entrar en la Compañía de Jesús.Ella valoraba su linaje, aunque el tío Pío, a la sazón virrey del Perú, jamás hubiera contestado las cartas que ella y su madre le escribían, más que implorando ayuda, reclamando sus derechos. Con un rencor que la ayudó a sobrellevar tanto desamparo, Flora hizo suya la divisa de la familia paterna: “Nunca servir a un señor que se me pueda morir”.En París, ambas –el hermanito había muerto– vivieron en condiciones misérrimas hasta que la madre la empleó como obrera colorista en el taller de grabados de un tal André Chazal. Dos años después, en 1821, Anne obligó a su hija a un matrimonio de conveniencia que se vería signado por graves maltratos producto de los celos demenciales y el alcoholismo de Chazal. En los años siguientes Flora tuvo tres hijos, de los que sobrevivieron dos, Ernest y Alina, que sería la madre de Paul Gauguin.
“Un hilo que nos une a todas”
El acercamiento al socialismo utópico
Flora comenzó una lucha desesperada por obtener el divorcio, que se extendió por más de catorce años. En 1826 Flora logró huir por primera vez del marido, empleándose como doncella por una familia inglesa. Con ella viajó por Inglaterra, leyó los primeros libros de los socialistas utópicos, asistió a los primeros mítines políticos: un nuevo mundo comenzaba a abrirse. En los años siguientes recorrió también Italia, Suiza y Alemania. 
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Olga VigliecaCorrientes (1956). Periodista desde 1980, editó El Bimestre, Crisis, El Porteño, El Periodista, Clarín, entre otras. Dirigió la Biblioteca de las Mujeres (Biblos), primera colección especializada en género del país. Dictó cursos sobre historia de las trabajadoras en universidades de la Argentina y Chile, escuelas, sindicatos, barriadas. Escribió Nenina con Lu Morcillo e Iván Moschner. Guionista del documental La cena blanca de Romina. Autora de Las obreras que voltearon al zar, en IndieLibros.

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