martes, 12 de marzo de 2013

los kelpers británicos

EL 98,8 POR CIENTO DE LOS KELPERS VOTARON POR EL “SI” EN EL REFERENDUM EN MALVINAS Británicos que quieren seguir siéndolo Con un respaldo prácticamente absoluto al actual status político de las islas, los habitantes de Malvinas votaron en un 98,8 por ciento en favor de seguir siendo parte del territorio inglés de ultramar. El plebiscito impulsado por Gran Bretaña en las islas terminó, así, sin nada que se saliera de lo previsible. El primer ministro británico exigió a la Argentina que “respete el principio de autodeterminación” de los isleños, una opción que la Casa Rosada ha descartado de plano, tras señalar que la cuestión de la soberanía se debe resolver por medio de una negociación entre los dos Estados. “No tiene ningún valor”, insistió ayer la embajadora argentina en Londres, Alicia Castro, sobre la votación. La consulta tuvo un 92 por ciento de asistencia, con 1518 votos sobre un padrón de 1672 votantes. Mientras se realizaba la última de las dos jornadas electorales, los kelpers se dijeron seguros de que la “Argentina perderá la batalla diplomática” por Mal-vinas. En una cuenta institucional en Twitter, reivindicaron además su derecho a decidir la condición política del lugar donde viven. “En 1982, Argentina perdió la batalla militar. Hoy Argentina perderá la batalla diplomática”, definieron. Conscientes de que los resultados no tendrán efectos jurídicos, los isleños tratarán de lograr el mayor impacto antes de que el foco de atención que generó la consulta se apague. En ese sentido, anoche los portavoces de los malvinenses anticiparon que harán una presentación ante la ONU para “dar por terminado” el debate sobre la descolonización, una medida que no tiene chances de prosperar, pero que los ayudará a seguir siendo noticia. A su vez, integrantes de la asamblea legislativa de las islas insistieron en que están “mandando un mensaje”. “Argentina nos está ignorando completamente, pero el resto del mundo verá esto como lo que es, la visión democrática del pueblo”, dijo Barry Elsby, integrante del cuerpo, en una idea que, casi con las mismas palabras, vienen repitiendo todos los portavoces del plebiscito. Como parte del mismo dispositivo, en Puerto Stanley, donde vive la mayoría de los casi 3000 pobladores de las islas, anoche comenzaba un festejo junto a la catedral, donde había instaladas luces al aire libre y equipos de música. Horas antes de que finalizara la votación impulsada por el Reino Unido, el primer ministro británico, David Cameron, también buscó acercarle leña al fuego y sostuvo que la Argentina deberá “respetar” el resultado de la consulta. “Los argentinos deben respetar el principio de autodeterminación y qué mejor ejemplo de autodeterminación que el hecho de que los isleños puedan expresarse a través de un referéndum”, sostuvo en un comunicado emitido en Londres por su oficina de prensa. La postura del Ejecutivo británico fue acompañada por el Comité de Relaciones Exteriores del Parlamento, cuyo presidente, Richard Ottaway, agregó que “el resultado de este voto debe ser respetado por todos”. Desde el lado argentino, el gobierno nacional calificó el referéndum de maniobra mediática. Desde Londres, la embajadora argentina Alicia Castro recordó, como en días anteriores, que la consulta no tiene “ningún valor legal” y “no ha sido convocada ni supervisada por las Naciones Unidas”. “Es un referéndum entre habitantes británicos, convocado por británicos, para que digan si quieren que el territorio donde viven sea británico”, apuntó. Para la embajadora, “a los isleños les conviene una negociación” entre Argentina y el Reino Unido. “Son británicos. Respetamos su modo de vida, respetamos que quieran seguir siendo británicos, pero el territorio en el que habitan no lo es”, dijo sobre la pretensión del referéndum. Castro recordó que “desde 1965, la comunidad internacional –a través de las Naciones Unidas– estableció que en las islas Malvinas hay una situación colonial especial, que tiene que ser resuelta en negociaciones entre Argentina y el Reino Unido. Tenemos la obligación de resolver este conflicto a través del derecho internacional, pero además tenemos una oportunidad de ofrecer un ejemplo al mundo”. A su vez, el senador Aníbal Fernández habló de los motivos políticos por los cuales cree que el gobierno británico impulsó la medida. “Como (Cameron) perdió mucha popularidad, ha encontrado una veta dentro de un nacionalismo muy berreta, muy bajo, con la intentona de recuperar ese pedacito de participación popular o reconocimiento por parte de la sociedad, e inventó este gesto politiquero que no tienen ningún valor.” El gobierno argentino ya había fijado posición el viernes pasado a través de un comunicado, en el que manifestó que “el Reino Unido carece de derecho alguno” para “llamar a un referendo”, ya que ha “convocado a una votación de los pobladores que ese país implantó en las islas Malvinas” para “tergiversar la verdadera condición jurídica” de las islas. Los isleños debían votar por sí o por no a la pregunta “¿Desea que las islas Falkland mantengan su actual status político como territorio de ultramar del Reino Unido?”. Durante la jornada se vio menos movimiento en los centros de votación, porque la mayoría de los 1672 malvinenses habilitados para sufragar lo había hecho el domingo. Además de los cuatro colegios electorales fijos en las dos islas principales, Soledad y Gran Malvina, las autoridades habilitaron cinco urnas móviles, cuatro en vehículos todoterreno y otra en una avioneta, que recorrieron las zonas rurales. Lógicamente, parte del dispositivo consistió en facilitar el trabajo de los periodistas que llegaron a cubrir el evento, y que transmitieron imágenes de los pobladores con los colores de la bandera inglesa y, en general, con un discurso de corte nacionalista. Más allá de que la postura de los medios británicos fue mayoritariamente a favor del plebiscito, hubo algunas voces disidentes. Por ejemplo, el parlamentario George Galloway calificó la consulta como un “ejercicio absurdo”. En una entrevista de la señal en inglés del canal Russia Today, sostuvo que las islas son “un apéndice del colonialismo británico” y criticó “el masivo gasto de Defensa, que incluye el despliegue de submarinos nucleares en el Atlántico Sur”. También el editor en temas de Defensa y Seguridad del diario The Guardian, Richard Norton-Taylor, definió al referendo como “provocativo” y “sin sentido”. El periodista aseguró que la consulta “va a exacerbar argumentos anacrónicos sobre soberanía” y remarcó el doble discurso de Londres con el pueblo chagosiano, expulsado de la isla Diego García por el imperio británico para que Estados Unidos pueda construir una base. En ese sentido, recordó que ninguna de las cuarenta resoluciones de la ONU sobre la Cuestión Malvinas menciona el derecho de autodeterminación y que fracasaron todos los intentos británicos de incluir ese principio. Un viaje diferente por las Malvinas Por Mario Rapoport y María Cecilia Míguez* Hace no más de un mes formamos parte de un grupo de argentinos que visitó, en viaje de turismo, las islas Malvinas. Era un destino que nos generaba importantes y especiales expectativas. Según nos dijeron al llegar, nos acompañaba un buen clima, es decir, sólo violentas ráfagas de viento en un mar medio embravecido, que nos hacía pensar que la lancha que nos llevaba desde el crucero, anclado bastante lejos, no estaba convencida de acercarse o alejarse de ese pequeño pueblo que hoy se dice llamar Stanley. Lo de “buen clima” –en esas condiciones– nos hizo suponer rápidamente en cuál sería el “malo”, imaginando que incluiría sin duda vientos intensos e insoportables, lluvias heladas y un mar que hacía temer el momento en que si lamentablemente cayéramos en él nos convertiríamos de inmediato en bloques de hielo. De esa imagen a la de la guerra había un pequeño paso. Representarse de inmediato a los soldados en el otoño helado de aquel territorio inhóspito o a los marineros del Crucero General Belgrano hundirse en esos indómitos mares fue un impulso inevitable. La desolación del paisaje y de la historia se unían. Nuestra primera impresión, cuando por fin descendimos, sorteando algún que otro viejo barco encallado con el horrible color del óxido, contrastaba con la forma en que imaginamos a los kelpers recibiendo a los soldados de Su Majestad con cientos de banderitas británicas. Por supuesto, nada de esto ocurrió con nosotros. Ese pueblito de una sola avenida asfaltada, con dos rojas casillas telefónicas bien londinenses para hablar a un vecino, unas pocas y modestas casas con techos de aluminio o algún metal parecido, incluía un cartel de bienvenida que decía Falkland Islands, en el mismo lugar donde nuestro inconsciente colectivo hubiera querido leer islas Malvinas. Los habitantes de las islas son aproximadamente 3000 (de los cuales 2700 viven en Stanley), y desde 1983 son oficialmente ciudadanos británicos. Es una población que prácticamente no ha crecido desde 1911, censo en el que se contaban 2392 isleños. Desde la costa se ve rápidamente el cementerio a orillas del mar, que está totalmente repleto, de modo que los propios habitantes no tienen asegurado ni siquiera su entierro allí. El suelo está cubierto apenas por una raída vegetación, es completamente árido y algunos aún usan la turba vegetal para calentarse. El carácter colonial se evidencia enseguida. Simplemente con ver la espléndida casa del gobernador uno se da cuenta. En medio de ese austero paraje se destaca un brillante jardín inglés y, lo más significativo: dispone de cuatro erguidos árboles. Seguramente será una costosa hazaña plantarlos y mantenerlos, porque en Stanley no vimos ningún otro. Según nos dijeron, el gobernador, además de gozar de esa mansión, lleva una vida fácil: obedecer las órdenes de la corona y estar protegido por los 1500 soldados británicos que aún pueblan las islas. Son la garantía para mantener el poder geoestratégico de su metrópoli y una explotación económica de toda la cuenca pesquera de las aguas que las rodean, a la espera de encontrar también petróleo y poder extraerlo. La autoridad ejecutiva es nombrada por la reina y los ministerios de Defensa y Relaciones Exteriores británicos manejan esas cuestiones en la islas, que siguen siendo, por lo tanto, una posesión colonial. Su economía se basa en la pesca y en la cría de ovejas. Hay una compañía monopólica que da empleo a gran parte de los habitantes, que por el estado de las islas no parece estar reinvirtiendo sus ganancias allí, y en cuanto a la ganadería para la producción de lana y carne, tanto en la isla Soledad como en la Gran Malvina, las estancias pertenecen a algunos pocos propietarios, terratenientes al estilo Martínez de Hoz, como corresponde a una economía dependiente y colonial. Casi setecientas mil ovejas y menos de tres mil habitantes. La vida es dura: la intérprete que nos guiaba tenía por lo menos tres trabajos: en la compañía de pesca, como maestra y en sus ratos libres como guía turística. Y nos dijo que así le pasaba a la mayoría de los habitantes. En el centro de la ciudad hay un gran galpón con mercadería importada que hace de supermercado, las cervezas inglesas se hacen notar enseguida (son buenas, por cierto, pero si se toman algo tibias, típicas para un clima frío) y los productos necesarios, si se consiguen, se pagan sólo en libras locales a precios espantosamente caros. También hay un museo dedicado a la historia falseada de las islas y del imperio británico. Todo sus relatos justifican su dominio sobre las Malvinas. Se alimenta en los habitantes la “amenaza argentina”, y está plagado de remeras, tazas y recuerdos que dicen “Keep calm and keep The Falklands british”, ante el inminente referéndum. Pero lo cierto es que sólo algunos chilenos se atreven a radicarse allí y aun así la población no crece desde hace años. Sucede que tienen un sistema escolar que llega sólo a la secundaria. Cuando los estudiantes se reciben obtienen generosas becas para estudiar en Australia, Nueva Zelanda o la desteñida rubia Albión. La mayoría no regresa. Habría que ver si a la larga la “sangre kelper” no terminará por desaparecer en esos parajes sino fuera por nuevas inmigraciones o por más soldados (lo que tampoco serviría si no se trae personal femenino o a mujeres presas como hicieron en Australia). A alguna distancia del centro del pueblo, se puede llegar a los campos de batalla, donde todavía hay terrenos minados y pertrechos de guerra diseminados por el suelo. Incluso se puede ver una trinchera argentina, que quedó tal como estaba, precaria y heroica a la vez. La acompañan solamente el viento y la desolada estepa patagónica, unos erosionados montes rocosos utilizados para el enfrentamiento, y un poco más allá el famoso Monte Longdon, triste escenario de la derrota argentina. A unas dos horas de auto, bastante más alejado, está el cementerio argentino en Darwin. Pura tristeza si se agrega la desolación típica de la isla. El nombre de kelpers les viene a sus habitantes como una manera de querer diferenciarse de sus ancestros británicos, pero también probablemente para que no los confundan con sus únicos vecinos, los pingüinos, cuyas siluetas dibujadas suelen adornar alguna casa, símbolo de cierto afecto. Otra cosa que nos llamó la atención a nuestro retorno es que un medio argentino levante como una de las principales quejas británicas de la guerra del ’82 el cambio de mano de las calles que hicieron los militares. Nadie va a defender barbaridades, pero posiblemente ese medio no sabe que hay una sola avenida principal bastante solitaria y las calles laterales están casi siempre vacías, cuando no son terreno privado. No hubiera sido difícil acostumbrarse a manejar con la mano cambiada aun si una derrota inglesa hubiera dejado abandonado algún suntuoso Rolls-Royce (en verdad no vimos ninguno). Las islas permanecen casi tan desoladas como hace un siglo. Sus habitantes son hoy ciudadanos ingleses y, por lógica, tienen intereses que defender. Pero el argumento de la autodeterminación no sólo es erróneo, sino que esconde el dominio imperialista de Gran Bretaña, que explota recursos y ha ocupado posiciones geoestratégicas en el mundo por medio de la imposición de su supremacía como potencia mundial. El reclamo por la soberanía de las islas Malvinas no sólo es una cuestión nacional, sino que también constituye una causa latinoamericana que convoca a muchos países del mundo. Sin embargo, aparte de la cuestión de los derechos legítimos, que poseemos ampliamente, a las Malvinas les pasa lo que a muchas colonias británicas en el pasado, su destino colonial se contrapone con cualquier posibilidad de desarrollo económico, político y social propio. * Idehesi-Conicet-UBA. 12/03/13 Página|12

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