Por Mempo Giardinelli
Decían los viejos burreros de Palermo y San Isidro que el momento más emocionante de una carrera es cuando se cierran las gateras, los pingos se enervan y patean, y de pronto se abren las puertas y salen como cohetes. Esta semana pasa algo así en la política argentina.
En las gateras hay sciolistas convencidos, sí que también remisos. Y peronistas de todo pelaje: los que siguen el fascismo contemporáneo del Sr. Massa y los izquierdizados votoblanquistas. También radicales tragasapos que olvidan los principios nacionales y populares de la vieja UCR. Y socialistas desmemoriados de Alfredo Palacios, prestos a votar como vulgares Américo Ghioldi.
Pasaron las PASO, pasó Tucumán y pasó el Chaco, y se buscó deslegitimar la práctica democrática, que es compleja y ardua como casi ninguna otra. Eso es golpismo puro, y lo practicaron los grandes diarios y cierta tele azuzando marionetas para la imposible restauración del voto calificado. Como con Nisman, hicieron daño y metieron confusión, pero no pasaron.
Y así llegamos, sacudidos pero enhiestos, a esta semana en la que Daniel Scioli rendirá su más duro examen. Porque sonrió a todos y prometió más de lo que quizás pueda cumplir, y porque sus convicciones no parecen profundas; firmes sí, pero no profundas. Más bien superficiales. Típico de deportista, no de hombre de estudio. Capaz que se le da, aunque sus apoyos y posibles ministros, ay, cómo alarman. Por caso, el Sr. Urtubey que quiere “acordar” con los fondos buitre y declara para La Nación que “hay que pagar, porque tenemos mala imagen y nadie nos quiere prestar”.
No mintió Scioli cuando anunció que habría “más de un gobernador” en su gabinete. Generó, sí, entusiasmos y pánicos. Y ruegos de que entre sus “amigos” no figurasen personalidades intachables y de incuestionada moral como los Sres. Insfrán, Closs o Gioja, por caso, o el ahora retirado Sr. Alperovich. El primero gobierna Formosa y va por su sexto mandato consecutivo. El segundo es aclamado diariamente en Misiones por su diáfana transparencia. El tercero es un ambientalista hiper reconocido. Del cuarto ni hablar.
Miles de ciudadanos/as que de alguna manera acompañamos al kirchnerismo desde perspectivas incluso muy críticas, sentimos la duda en las gateras. Desde que la Presidenta llamó a los entonces cinco precandidatos a un “baño de humildad” (acaso su mayor metida de pata porque canceló la decisión popular e impuso, otra vez a dedo, un candidato) esa duda carcome espíritus como las termitas, maderas.
Y en gateras otro tema, que ningún candidato ha tocado: en la Corte Suprema de Justicia anida un seguro presidente provisional de esta nación si acaso se produjese los Cielos no lo permitan un descalabro institucional. Por eso algún día habrá que llamar a una Reforma Constitucional para replantear las atribuciones de la CSJ y reformular toda la administración de Justicia. Sí, claro, dirán que es inoportuno porque las Constituyentes son siempre inoportunas y además peligrosas, sobre todo cuando los pueblos son protagonistas. Y si no que le pregunten a Evo. Pero ya no se aguanta que la gestión política del Estado Argentino dependa de un poder judicial mayoritariamente corrompido, arcaico e ineficiente, por dar tres adjetivos, y encima partido al medio y con la mitad derecha furiosa y ciega.
Hoy a corte va a contrapelo de lo que mandan la Constitución y las leyes. El número de magistrados jamás fue constante, pero nunca de modo tan grosero como ahora. La Constitución de 1853 estableció nueve jueces, pero la reforma de 1860 delegó en el Congreso la fijación del número y así la Ley Nº 27 determinó que fuesen sólo cinco. Un siglo después, en 1960, se aumentó el número a siete, pero el dictador Onganía lo volvió a cinco. En 1990 se volvió a nueve miembros por conveniencia y designación del Sr. Menem. Y uno solo de ellos, el digno juez Jorge Bacqué, renunció en oposición como ya se había opuesto en 1987 –también fue el único– a las leyes de Obediencia debida y Punto final.
En 2003 la actual Corte entusiasmó a la ciudadanía por el espíritu y práctica democrática impulsados por el presidente Néstor Kirchner. Ese año renunciaron los Sres. Nazareno, Vásquez y López, y fue destituido el Sr. Moliné O’Connor. La nueva composición fue de siete miembros, dos de ellos mujeres (por primera vez) y se generó una ilusión que, sin embargo, duró poco: en 2005 la destitución de Antonio Boggiano y la renuncia de Augusto Belluscio achicaron nuevamente el número, que por ley de 2006 se dispuso que fuese otra vez de cinco miembros, número que se alcanzó en 2014 con las muertes de Carmen Argibay y de Enrique Petracchi. En otro lamentable yerro, el gobierno kirchnerista no se ocupó seriamente de recomponerla y la CSJ se achicó hasta su famélica composición actual de sólo tres integrantes después de la muy inoportuna, al menos para esta columna, renuncia de Eugenio Raúl Zaffaroni, y el fallecimiento de Carlos Fayt.
Muchos ciudadanos/as se preguntarán esta semana si van a votar lo que realmente conviene a sus vidas, sus familias, su país. Este columnista se incluye y por eso recupera estas palabras de Nelson Mandela: “Que las decisiones respondan a vuestras esperanzas, no a vuestros miedos”.
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