viernes, 30 de octubre de 2015

La épica de la adversidad Por Demetrio Iramain

Al fin solos. La elección del próximo 22 de noviembre presentará, ya sin ningún ropaje, la puja que subyace en la Argentina desde hace 12 años, por lo menos, y que tras el agotador ciclo electoral del presente año asume su forma más cruda y visceral. La segunda vuelta define la contradicción principal. No es un balotaje, es un plebiscito entre dos propuestas antagónicas para el país: a un lado el crecimiento con inclusión social, la presencia del Estado en la economía, y la memoria y sanción penal a los genocidas, y del otro, el endeudamiento externo, el ajuste, las privatizaciones y la consecuente impunidad disfrazada de "fin del revanchismo", como dijo Macri la noche de su expectante segundo puesto.

Hay que admitirlo: asistimos a un escenario que parecía improbable hasta las 6 de la tarde del 25 de octubre, pero la democracia es así. Después del comicio, un cuento neoliberal y antipolítico terminó para siempre: si el gobierno popular llegó hasta acá no fue debido al "fraude", el clientelismo y la compra de votos. Eso fue, apenas, un mito deliberadamente manipulado por la gran corporación mediática, para relativizar el consenso social del proyecto nacional, que para nada está clausurado.

La derecha histeriquea con la "calidad institucional", está en su ADN simbólico; pero el domingo, violando todos los acuerdos y las formas más elementales de democracia salió a copar la parada primero que nadie, sin siquiera la publicación de un solo dato oficial, tratándose de la elección más trascendental de los últimos años. Sintomático de su interpretación de la palabra "República". ¿Qué anuncia ese gesto? ¿Volverá Luis Majul a decir el 22 de noviembre que "incendiamos el país" si los datos de esa noche le fueran esquivos, como hizo el domingo pasado aun teniéndolos a favor? ¿Hay que creer la buenaventura de Macri con Brancatelli, o la prepotencia de reclamar, so pretexto de una "justicia independiente", la renuncia de Alejandra Gils Carbó cuando todavía no se había votado siquiera?

Empezar otra vez

"Vamos a empezar la lucha otra vez / el enemigo está claro y vamos a empezar otra vez / vamos a corregir los errores del alma / sus malapenas /sus desastres / tantos compañeritos", escribió Juan Gelman hace 35 años, en plena dictadura cívico-militar, exiliado, lejos de su tierra, de su pueblo, de su estar en el mundo, con el hijo, la nuera y el nieto o nieta desaparecidos.

Esta semana, que el capital financiero internacional y sus socios locales le probaron el traje presidencial a su hijo dilecto, es un buen momento para que el pueblo trabajador, los humildes, las clases medias, empiecen la lucha otra vez, porque el enemigo está claro. Entre otras razones, porque esta semana, también, se cumplieron 5 años de la muerte física de Néstor Kirchner, y su ejemplo sobrevuela y sugiere la imposibilidad histórica de la derrota.

Evidentemente, aquel que piensa que el proyecto nacional se rindió y sus militantes se reconocen vencidos, es porque no conoce a fondo el misterio del capítulo argentino de la alternativa de los subalternos de toda la región latinoamericana. Si Argentina cae, Brasil, Venezuela, Ecuador y hasta Bolivia se resienten gravemente. Y viceversa.

Tal vez se diga: es sólo una cuestión de fe proyectar el triunfo del FPV en noviembre. Puro voluntarismo. ¿Y si así fuera, qué? ¿Acaso no fue parida así esta era? Jamás un pueblo se quedó cruzado de brazos viendo cómo la patria caminaba despacito y en fila india al despeñadero del capital financiero y sus socios locales. Menos que menos lo haría ahora, que se encuentra en posición óptima para librar la batalla final. Existen razones políticas profundas para advertir la potencia que concentra el proyecto nacional, y que podría resultar determinante en el balotaje.

¿Si es difícil? Claro que lo es. El poder mediático no se desconcentra con el dictado de una ley, y eso sin contar los múltiples recursos judiciales que impidieron su plena aplicación. La batalla cultural no se termina nunca, y se libra todos los días. "Nada grande se puede hacer sin alegría, nos quieren tristes para que nos sintamos vencidos. Los pueblos deprimidos no vencen ni en el laboratorio ni en las disputas económicas", eso que dijo Arturo Jauretche hace más de medio siglo y que resulta un concepto fundante de la identidad nacional y popular construida en estos 12 años, no puede ser olvidado, especialmente en esta encrucijada.

Dejar que vuelva por la ventana de la izquierda el plan neocolonial de la derecha, es un contrasentido histórico. Cuando Cristina dice "no fue magia", ¿a cuántos propios nos está hablando?

"No jodan tanto con la enajenación aquí donde lo más jodido es la nación ajena", repetiría Roque Dalton, que nació en El Salvador, si estuviera entre nosotros. ¿O se olvidaron de la lección de la vecina revolución nicaragüense, que después de once años de sandinismo en el poder perdió en elecciones ante Violeta Chamorro, y debió esperar casi dos décadas para regresar al gobierno y encontrar un país devastado? ¡Cuanto peor, peor!

De los sectores que han hecho invalorables aportes a la definición conceptual de la novedad argentina nacida en 2003, se necesitan nuevas contribuciones, que clarifiquen el panorama respecto de la contradicción principal, y no discusiones improductivas en sus contenidos, abstractas en sus formas, y alejadas de lo dramático de la hora. No hacía falta llegar al balotaje para advertir el crecimiento de una derecha inteligente, con gran capacidad de daño mediático, a la que hay que detener sin pausa. La disputa de fondo no es contra el dúo Pimpinela.

Pueblo y militancia lo saben. Quienes perdieron el trabajo, y redujeron toda su vida económica al Club de Trueque, y vieron a sus hijos truncar sus carreras universitarias para marcharse a Europa a lavar vasos, lo saben. La sangre de los matados a tiros por francotiradores del Estado empieza a subir de nuevo desde las alcantarillas, a traer su memoria de la represión a la protesta. Apenas hay que convencerlo de esa certidumbre, poner en palabras el eco de esa memoria social, tocarle el timbre para que esta vez, y para siempre, no olvide ese concepto que está muy bien guardado y escondido bajo el disfraz de la euforia hueca: de achicar la desigualdad social, cultural y económica se trata, duela a quien le duela. Esa es la grieta, que existe a pesar de quienes no quieren verla. Reducirla aun más o volverla ya incontenible, eso es lo que está en discusión ahora. Todo lo demás es ilusión.

iNFO|news

 

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