El discurso de Mauricio Macri tiene un componente de relato popular que lo acerca a la estructura narrativa de los cuentos tradicionales para niños por su alto nivel de abstracción: Los héroes son sencillamente buenos, hay enemigos sencillamente malos y con el triunfo buscado se llegará a un cambio sencillamente afortunado en la situación de cada cual.
Por Oscar Steimberg*
En el final de la última semana previa a la del comicio, el programa de Mirtha Legrand fue soporte de una conversación entre el candidato Macri, sus principales acompañantes en la boleta del domingo y la conductora, acerca de la propuesta electoral. Y hubo algo no frecuente en esa charla entre políticos: una distensión que llegaba al descuido… o al silencio, en el caso de otro invitado, conocido periodista que en la mayor parte del tiempo se limitó a sonreír con amabilidad mientras los conversadores trataban de asociar tono distendido con focalizaciones confrontativas cuando nombraban a sus contendientes.
Se trataba –en los discursos preelectorales suele ocurrir- de focalizaciones en temas genéricos, como el de la necesidad de prever o solucionar los problemas desde una perspectiva presentada como honesta y eficaz, además de informada acerca de los problemas más serios y dolorosos. El cambio propuesto era presentado como fuerte, duro (acabar con los modos y efectos de la gestión gubernamental que concluye) pero no ambicioso en términos históricos: podría decirse que nada de lo que puede definir la estructura social del país cambiaría, porque la honestidad y una eficacia no específica alcanzarían para el arribo a todas las soluciones. Los invitados de Mirtha se presentaban como mejores, digamos, en general. Desde ningún punto de vista en particular. Como refiriendo a un diccionario breve, expurgado, en el que –esto quedó explicitado en un momento de la conversación- no se incluirían términos como “oligarquía”.
Cada tanto, desde una parte del resto del discurso político se remite a diferentes tramos de la historia del país, para acordar de alguna manera, una definición del tiempo y el espacio presentes y de lo que se está buscando en términos de continuidades y rupturas. Y esa propuesta de cambios y recuperaciones es habitualmente confrontada con una visión de la situación internacional. ¿Todos los políticos despliegan esa puesta en fase con lo que pasa y con lo que ha pasado, para definir el futuro que se busca? No. ¿Se puede prescindir de esas remisiones polémicas a la historia y al contexto contemporáneo? Aparentemente, sí, si ese discurso presupone el devenir de un país y un mundo sin conflictos que puedan llamarse sociales (los conflictos se producirían por problemas o defectos de los individuos, no del sistema ni de la situación general). Y no hay, entonces, representaciones ni discursos sociales, se trata de manifestaciones y efectos de la acción de unos individuos metidos en momentos y espacios puntuales en los que se desarrollan luchas de poder. Dentro de las que hay que justificar la función de sus figuras de conducción. Que para eso son representadas por unos voceros que sostendrán que esos empoderados son los pertinentes de acuerdo con calificaciones adjudicadas en cada caso a sus comportamientos individuales, de acuerdo con valores de una generalidad máxima, como los de la honestidad y la dedicación al trabajo. Y la propuesta de debate referirá a la discusión acerca de la aplicabilidad de esos valores al desempeño público y privado de cada candidato y a cada lista de candidatos.
Lo que obviamente queda afuera es la consideración de las estructuras de propiedad y poder que insisten desde antes de cada gestión de gobierno y que pueden cambiar o no como efecto de cada período de gestión. Pero ahí sí que las diferencias con otras perspectivas pueden ser notables. En un momento capital del programa, apareció esa palabra, “oligarquía”: se habló de su presencia en el discurso oficialista, en especial en el momento (el de “la 125”) de mayor confrontación con las asociaciones de propietarios rurales. Entonces el candidato critica los términos en que el oficialismo había participado del debate, y la referencia a poderes oligárquicos había estado allí. Y el candidato corrige: los que enfrentaban al gobierno eran pequeños productores. Pero el énfasis lo lleva a construir escenas colosales: sigue y dice que en las manifestaciones habría habido “millones de…” Entonces interrumpe la frase y se corrige: se trataba de “decenas de miles de pequeños productores”. Y concluye su párrafo con satisfacción. Podría decirse: una escena dependiente de una construcción oratoria exacerbada pero a la vez ligera: el sector no masivo del espectro opositor aludido desaparece del discurso (no queda ni como oligarquía ni como ninguna otra cosa). Como si se dijera: “seamos individualistas en cada momento de la palabra; no puedo mantener ese ‘millones’ en el discurso mediático pero está bien que haya expresado mi entusiasmo por aquella instancia de rechazo numeroso a un intento del gobierno de avanzar con sus cambios. Y que del resto de la descripción se encargue otro”. Y lo borrado no importa, porque se trata de una discusión entre personas y no entre escrituras o registros para la posteridad.
El discurso de Macri tiene un componente de relato popular, se parece a los cuentos tradicionales para niños por su nivel, altísimo, de abstracción: los héroes son sencillamente buenos, hay enemigos sencillamente malos y con el triunfo buscado se llegará a un cambio sencillamente afortunado en la situación de cada cual.
Es cierto: los cuentos populares suelen tener, además, otras propiedades, narrativas y poéticas. Pero cada uno puede elegir.
Buenos Aires, 19 de octubre de 2015
Por Oscar Steimberg*
En el final de la última semana previa a la del comicio, el programa de Mirtha Legrand fue soporte de una conversación entre el candidato Macri, sus principales acompañantes en la boleta del domingo y la conductora, acerca de la propuesta electoral. Y hubo algo no frecuente en esa charla entre políticos: una distensión que llegaba al descuido… o al silencio, en el caso de otro invitado, conocido periodista que en la mayor parte del tiempo se limitó a sonreír con amabilidad mientras los conversadores trataban de asociar tono distendido con focalizaciones confrontativas cuando nombraban a sus contendientes.
Se trataba –en los discursos preelectorales suele ocurrir- de focalizaciones en temas genéricos, como el de la necesidad de prever o solucionar los problemas desde una perspectiva presentada como honesta y eficaz, además de informada acerca de los problemas más serios y dolorosos. El cambio propuesto era presentado como fuerte, duro (acabar con los modos y efectos de la gestión gubernamental que concluye) pero no ambicioso en términos históricos: podría decirse que nada de lo que puede definir la estructura social del país cambiaría, porque la honestidad y una eficacia no específica alcanzarían para el arribo a todas las soluciones. Los invitados de Mirtha se presentaban como mejores, digamos, en general. Desde ningún punto de vista en particular. Como refiriendo a un diccionario breve, expurgado, en el que –esto quedó explicitado en un momento de la conversación- no se incluirían términos como “oligarquía”.
Cada tanto, desde una parte del resto del discurso político se remite a diferentes tramos de la historia del país, para acordar de alguna manera, una definición del tiempo y el espacio presentes y de lo que se está buscando en términos de continuidades y rupturas. Y esa propuesta de cambios y recuperaciones es habitualmente confrontada con una visión de la situación internacional. ¿Todos los políticos despliegan esa puesta en fase con lo que pasa y con lo que ha pasado, para definir el futuro que se busca? No. ¿Se puede prescindir de esas remisiones polémicas a la historia y al contexto contemporáneo? Aparentemente, sí, si ese discurso presupone el devenir de un país y un mundo sin conflictos que puedan llamarse sociales (los conflictos se producirían por problemas o defectos de los individuos, no del sistema ni de la situación general). Y no hay, entonces, representaciones ni discursos sociales, se trata de manifestaciones y efectos de la acción de unos individuos metidos en momentos y espacios puntuales en los que se desarrollan luchas de poder. Dentro de las que hay que justificar la función de sus figuras de conducción. Que para eso son representadas por unos voceros que sostendrán que esos empoderados son los pertinentes de acuerdo con calificaciones adjudicadas en cada caso a sus comportamientos individuales, de acuerdo con valores de una generalidad máxima, como los de la honestidad y la dedicación al trabajo. Y la propuesta de debate referirá a la discusión acerca de la aplicabilidad de esos valores al desempeño público y privado de cada candidato y a cada lista de candidatos.
Lo que obviamente queda afuera es la consideración de las estructuras de propiedad y poder que insisten desde antes de cada gestión de gobierno y que pueden cambiar o no como efecto de cada período de gestión. Pero ahí sí que las diferencias con otras perspectivas pueden ser notables. En un momento capital del programa, apareció esa palabra, “oligarquía”: se habló de su presencia en el discurso oficialista, en especial en el momento (el de “la 125”) de mayor confrontación con las asociaciones de propietarios rurales. Entonces el candidato critica los términos en que el oficialismo había participado del debate, y la referencia a poderes oligárquicos había estado allí. Y el candidato corrige: los que enfrentaban al gobierno eran pequeños productores. Pero el énfasis lo lleva a construir escenas colosales: sigue y dice que en las manifestaciones habría habido “millones de…” Entonces interrumpe la frase y se corrige: se trataba de “decenas de miles de pequeños productores”. Y concluye su párrafo con satisfacción. Podría decirse: una escena dependiente de una construcción oratoria exacerbada pero a la vez ligera: el sector no masivo del espectro opositor aludido desaparece del discurso (no queda ni como oligarquía ni como ninguna otra cosa). Como si se dijera: “seamos individualistas en cada momento de la palabra; no puedo mantener ese ‘millones’ en el discurso mediático pero está bien que haya expresado mi entusiasmo por aquella instancia de rechazo numeroso a un intento del gobierno de avanzar con sus cambios. Y que del resto de la descripción se encargue otro”. Y lo borrado no importa, porque se trata de una discusión entre personas y no entre escrituras o registros para la posteridad.
El discurso de Macri tiene un componente de relato popular, se parece a los cuentos tradicionales para niños por su nivel, altísimo, de abstracción: los héroes son sencillamente buenos, hay enemigos sencillamente malos y con el triunfo buscado se llegará a un cambio sencillamente afortunado en la situación de cada cual.
Es cierto: los cuentos populares suelen tener, además, otras propiedades, narrativas y poéticas. Pero cada uno puede elegir.
Buenos Aires, 19 de octubre de 2015
*Semiólogo y poeta
La Tecl@ Eñe Revista Digital de Cultura y Política
Ideas, cultura y otras historias.
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