lunes, 13 de agosto de 2012

QUEVEDO


 La crisis de España

 13 de Agosto de 2012 
Por Francisco de Quevedo y Villegas
Señala el contraste entre la decencia de la pasada pobreza y la indignidad actual; advierte del nacimiento de la absurda idea de que el trabajo denigra y apunta sobre la contradicción entre la riqueza de unos cuantos y la mendicidad crediticia (de liguria) del reino. La composición no brinda espacio para hacer un análisis de la sujeción centenaria ya en esa época a los banqueros alemanes de Carlos V (Carande): los Fugger y los Welser.
Epístola Satírica y censoria contra las costumbres presentes de los castellanos, escrita al Conde-Duque de Olivares por Francisco de Quevedo

No he de callar, por más que con el dedo,
ya tocando la boca, o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.
¿No ha de haber un espí­ritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
Hoy sin miedo que libre escandalice
puede hablar el ingenio, asegurado
de que mayor poder le atemorice…
En otros siglos pudo ser pecado
severo estudio y la verdad desnuda,
y romper el silencio el bien hablado.
Pues sepa quien lo niega y quien lo duda
que es la lengua la verdad de Dios severo
y la lengua de Dios nunca fue muda.
Son la verdad y Dios, Dios verdadero,
ni eternidad divina los separa,
ni de los dos alguno fue primero.
Si Dios a la verdad se adelantara,
siendo verdad, implicación hubiera
en ser y en que verdad de ser dejara…
La justicia de Dios es verdadera,
y la misericordia, y todo cuanto
es Dios todo ha de ser verdad entera.
Señor excelentí­simo, mi llanto
ya no consiente márgenes ni orillas:
inundación será la de mi canto.
Ya sumergirse miro mis mejillas,
la vista por dos urnas derramada
sobre las aras de las dos Castillas.
Yace aquella virtud desaliñada
que fue, si rica menos, más temida,
en vanidad y en sueño sepultada.
Y aquella libertad esclarecida
que en donde supo hallar honrada muerte
nunca quiso tener más larga vida.
Y pródiga del alma, nación fuerte,
contaba por afrentas de los años
envejecer en brazos de la suerte.
Del tiempo el ocio torpe, y los engaños
del paso de las horas y del dí­a
reputaban los nuestros por extraños.
Nadie contaba cuánta edad viví­a,
sino de que manera: ni aun una hora
lograba sin afán su valentí­a.
La robusta virtud era señora,
y sola dominaba al pueblo rudo;
edad, si mal hablada, vencedora.
El temor de la mano daba escudo
al corazón, que, en ella confiado,
todas las armas despreció desnudo…
Multiplicó en escuadras un soldado
su honor precioso, su ánimo valiente,
de sola honesta obligación armado.
Y debajo del cielo aquella gente,
si no a más descansado, a más honroso
sueño entregó los ojos, no la mente.
Hilaba la mujer para su esposo
la mortaja primero que el vestido;
menos le vio galán que peligroso.
Acompañaba el lado del marido,
más veces en la hueste que en la cama,
sano le aventuró, vengóle herido.
Todas matronas y ninguna dama,
que nombres del halago cortesano
no admitió lo severo de su fama.
Derramado y sonoro el Oceano
era divorcio de las rubias minas,
que usurparon la paz del pecho humano.
Ni los trujo costumbres peregrinas
el áspero dinero, ni el Oriente
compró la honestidad con piedras finas.
Joya fue la virtud pura y ardiente;
gala el merecimiento y alabanza;
sólo se codiciaba lo decente.
No de la pluma dependió la lanza,
ni el cántabro con cajas y tinteros
hizo el campo heredad, sino matanza.
Y España, con legí­timos dineros,
no mendigando el crédito a Liguria,
más quiso los turbantes que los ceros.
Menos fuera la pérdida y la injuria
si se volvieran Muzas los asientos,
que esta usura es peor que aquella furia.
Caducaban las aves en los vientos,
y expiraba decrépito el venado:
grande vejez duró en los elementos.
Que el vientre entonces, bien disciplinado,
buscó satisfacción y no hartura,
y estaba la garganta sin pecado.
Del mayor infanzón de aquella pura
república de grandes hombres, era
una vaca sustento y armadura.
No habí­a venido al gusto lisonjera
la pimienta arrugada, ni del clavo
la adulación fragante forastera.
Carnero y vaca fue el principio y cabo,
y con rojos pimientos y ajos duros
tan bien como el señor comió el esclavo.
Bebió la sed los arroyuelos puros;
después mostraron del carchesio a Baco
el camino los brindis mal seguros.
El rostro macilento, el cuerpo flaco,
eran recuerdo del trabajo honroso,
y honra y provecho andaban en un saco.
Pudo sin miedo un español velloso
llamar a los tudescos «bacanales»
y al holandés «hereje y alevoso».
Pudo acusar los celos desiguales
a la Italia; pero hoy de muchos modos
somos copias, si son originales.
Las descendencias gastan muchos godos;
todos blasonan, nadie los imita,
y no son sucesores, sino apodos.
Vino el betún precioso que vomita
la ballena o la espuma de las olas,
que el vicio, no el olor, nos acredita.
Y quedaron las huestes españolas
bien perfumadas, pero mal regidas,
y alhajas las que fueron pieles solas.
Estaban las hazañas mal vestidas,
y aún no se hartaba de buriel y lana
la vanidad de fembras presumidas.

A la seda pomposa siciliana,
que manchó ardiente múrice, el romano
y el oro hicieron áspera tirana.
Nunca al duro español supo el gusano
persuadir que vistiese su mortaja,
intercediendo el Can por el verano.
Hoy desprecia el honor al que trabaja,
y entonces fue el trabajo ejecutoria,
y el vicio graduó la gente baja.
Pretende el alentado joven gloria
por dejar la vacada sin marido,
y de Ceres ofende la memoria.
Un animal a la labor nacido
y sí­mbolo celoso a los mortales,
que a Jove fue disfraz y fue vestido;
que un tiempo endureció manos reales,
y detrás de Él los cónsules gimieron,
y rumia luz en campos celestiales,
¿por cuál enemistad se persuadieron
a que su apocamiento fuese hazaña,
y a las mieses tan grande ofensa hicieron?
¡Qué cosa es ver un infanzón de España,
abreviado en la silla a la jineta,
y gastar un caballo en una caña!
Que la niñez al gallo le acometa
con semejante munición apruebo;
mas no la edad madura y la perfeta.
Ejercite sus fuerzas el mancebo
en frentes de escuadrones, no en la frente
del útil bruto la asta del acebo.
El trompeta le llame diligente,
dando fuerza de ley al viento vano,
y al son esté el ejército obediente.
Con cuánta majestad llena la mano
la pica, y el mosquete carga el hombro,
del que se atreve a ser buen castellano!
Con asco entre las otras gentes nombro
al que de su persona, sin decoro,
más quiere nota dar que dar asombro.
Jineta y cañas son contagio moro;
restitúyanse justas y torneos,
y hagan paces las capas con el toro.
Pasadnos vos de juegos a trofeos,
que sólo grande rey y buen privado
pueden ejecutar estos deseos.
Vos, que hacéis repetir siglo pasado
con desembarazarnos las personas
y sacar a los miembros de cuidado;
vos disteis libertad con las valonas
para que sean corteses las cabezas;
desnudando el enfado a las coronas;
y, pues vos enmendastes las cortezas,
dad a la mejor parte medicina:
vuélvanse los tablados fortalezas.
Que la cortés estrella que os inclina
a privar sin intento y sin venganza,
milagro que a la envidia desatina,
tiene por sola bienaventuranza
el reconocimiento temeroso,
no presumida y ciega confianza.
Y si os dio el ascendiente generoso
escudos, de armas y blasones llenos,
y por timbre el martirio glorioso,
mejores sean por vos los que eran buenos
Guzmanes, y la cumbre desdeñosa
os muestre a su pesar campos serenos.
Lograd, señor, edad tan venturosa;
y cuando nuestras fuerzas examina
persecución unida y belicosa,
la militar valiente disciplina
tenga más platicantes que la plaza;
descansen tela falsa y tela fina.
Suceda a la marlota la coraza,
y si el Corpus con danzas no los pide,
velillos y oropeles no hagan baza.
El que en treinta lacayos los divide,
hace suerte en el toro y con un dedo
la hace en Él la vara que los mide.
Mandadlo así­, que aseguraros puedo
que habéis de restaurar más que Pelayo,
pues valdrá por ejércitos el miedo
y os verá el cielo administrar su rayo.

Francisco de Quevedo(Texto gentileza de Esperanza Espina y Dante Gumiel)

GB

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