En estos meses se habló mucho de la unidad del bloque occidental en las sanciones contra Rusia, creo que de manera correcta. Pero la preservación de esa unidad no está dada, y depende en buena medida de Europa. Las fisuras ya se están viendo dentro de la Unión Europea, donde se discute la economía: la Comisión no ha logrado todavía generar consenso sobre el embargo al petróleo ruso, principalmente por el veto de Hungría. Pero aún si eso se destraba, la batalla por el gas va a ser más difícil. Y ahí el protagonista no será el villano Viktor Orbán: Alemania e Italia importan más del 40% del gas desde Rusia, que sigue recibiendo pedidos en rublos, pese a la oposición manifestada por la Comisión. Esto es solo a modo de síntesis. Volvamos a la guerra. En el debate sobre la prolongación y posibilidad de una salida diplomática también se traducen las fisuras: Francia y Alemania, por ejemplo, siguen mandando armas pesadas como el resto, pero hacen más hincapié en no abandonar el diálogo que sus socios norteamericanos, británicos o, para ampliar el mapa, polacos. Vamos a volver a esto. Pero ahora presentemos a la OTAN, la estrella del momento. Las aplicaciones de Finlandia y Suecia son una medida de cómo la invasión de Rusia trastocó la opinión pública en el vecindario (en el primer caso el apoyo popular a la adhesión pasó del 20 al 70% en un solo año) y también de cómo la gran mayoría del continente descuenta, como lo hace Estados Unidos, un vínculo tenso con Rusia más allá de la guerra. La otra premisa es que la guerra revitalizó a la alianza, que hace un par de años fue decretada en “muerte cerebral” por Macron. El gran problema, se decía en aquel tiempo, era la falta de un propósito luego de que su razón fundante –la defensa colectiva contra la amenaza soviética– se haya disuelto. La invasión rusa, según esta narrativa, volvió a dotar a la alianza de un propósito –enemigo– común y legitimó su existencia. Estamos entonces en la primavera otanista. ¿Pero cuánto va a durar? ¿Y hacia dónde va la alianza? Quizás no tengamos que esperar mucho para averiguarlo. A finales de junio habrá una cumbre de la OTAN en Madrid. Va a ser importante porque va a definir el marco estratégico a seguir en el futuro y seguramente para ese entonces sabremos el estado de las aplicaciones de Finlandia y Suecia. Pero también se van a discutir otros asuntos inmediatos. Por ejemplo: ¿Qué va a pasar con la presencia de tropas en el flanco este? Ya aparecen fisuras: Polonia y los países bálticos, los más preocupados por la amenaza rusa, en parte por su cercanía, quieren extenderla; otros, como Francia e Italia, consideran que no hay motivos para hacerlo. Es que el vínculo con Rusia y la presencia de la guerra que devolvió esperanza a la alianza también puede tensionarla a futuro. Para decirlo fácil: la percepción de los miembros sobre lo que tiene que hacer la OTAN con el Kremlin varía mucho según cuán cerca están del país en cuestión. Lo que también tiene sentido, dado que esa percepción de amenaza rusa es legítima. En general, las voces de la parte occidental suelen ser más receptivas a la idea de que Putin también puede tener preocupaciones fundadas en la actividad y expansión de la alianza, que eventualmente deben ser consideradas para construir un orden de seguridad. En general, se tratan de voces que están sonando menos en esta primavera. También es una cuestión de agenda. España, Italia y Grecia pueden decir que todo bien con hablar de Rusia, pero no se olviden del Mediterraneo y de la crisis migratoria. Nada, sin embargo, es tan relevante en esta discusión como el rol de Estados Unidos, que es el máximo responsable de la revitalización y que, en parte por esto, también puede ser un factor de problemas. Una de las bases de la primavera otanista es que los estados miembros, entre ellos Alemania, se comprometen a invertir más en Defensa. La traducción es que van a empezar a compartir la carga con Estados Unidos. ¿Pero es tan así? Los miembros europeos están gastando más, sí, también aportan a la vaquita de armas que va para la guerra, es cierto, pero son los más de 50 mil millones de dólares que Washington tiene comprometidos lo que están haciendo la diferencia. De nuevo, para dimensionar: Estados Unidos está gastando más en Ucrania que lo que gastan la mayoría de los miembros de la alianza en ellos mismos anualmente. Y el monto no está muy lejos de los presupuestos anuales de los otros pesos pesados como Reino Unido, Francia y Alemania. Esta es una verdad incómoda para todos. De alguna manera, le da validez a voces como la de Macron, que señala la asimetría en la OTAN para decirle a los europeos que no se puede confiar para siempre en la chequera y disposición del tío Sam, que hay que buscar autonomía para defender también los intereses europeos. Pero, para países como Polonia, es gracias a esa chequera que puede dormir tranquila, un respaldo que se hizo más evidente en estos meses. Cuando nos puedas defender como el tío Sam nos avisás, Manu. Hasta entonces… Pero este newsletter no se titula qué quiere Estados Unidos en vano. Para pensar el futuro de la alianza, hay que preguntarse también qué busca Washington con la alianza, en la que hoy está potenciando a las voces más agresivas. Bien, llegó el momento de presentar a China, segunda superpotencia global y, hasta dónde sabemos, la máxima prioridad de la política exterior de la Casa Blanca. Esa nueva prioridad supone además un desplazamiento geográfico, que va desde Europa y Medio Oriente hasta el Indo-Pacífico. Acá tenemos que hacernos una pregunta bien importante: la idea de “debilitar” a Rusia, ¿supone una nueva estrategia en su política exterior o es parte de la misma, orientada principalmente hacia China? Los objetivos de debilitar a Rusia y China, socios estratégicos por lo demás, ¿se complementan o van por separado? Acá, de nuevo, la cumbre de finales de junio nos puede dar una pista. Es muy posible que la alianza reafirme su preocupación respecto a China a la que ya considera un “desafío sistémico”. Incluso podría llegar a etiquetarla como “enemiga” o “adversario”. Lo cierto es que dentro de ese debate aparece uno más grande, que se va a discutir en la cita, y es acerca del rol global de la OTAN. Sobre la posibilidad de que salga de Europa. En alguna medida ya lo hizo: su lista de “aliados importantes extra-Otan” incluye desde Colombia hasta Marruecos o Qatar. ¿Pero puede expandirse más? ¿Podría, quizás, como quien no quiere la cosa, pisar más fuerte en el Indo-Pacífico? Todo se pone más interesante. Esto es lo que se está leyendo y advirtiendo desde Beijing: que Estados Unidos quiere que la OTAN se convierta en un brazo de su estrategia en el Pacífico, según denuncia el oficialista Global Times. Puede sonar exagerado, en parte porque Washington ya está construyendo sus propios cordones en la zona, como el Quad y Aukus. Pero pensar en el rol de la OTAN en la estrategia norteamericana contra China no es un delirio. De hecho, hace tiempo que Washington le pide a los europeos que se alineen al frente contra Beijing, algo que por ahora no ha sucedido, quizás con la excepción de Reino Unido. ¿Y si Estados Unidos quiere, a cambio del renovado compromiso con la seguridad europea, encolumnar la alianza a su política contra China? Ahí pueden aparecer otras fisuras. Porque hay un motivo por el cual los europeos han sido por lo general escépticos respecto al frente anti-Beijing: sus economías no lo toleran. De esto hablamos hace un par de correos: el boomerang de desacoplar económicamente a Rusia muestra también lo inviable que sería intentarlo con China. A la primavera otanista, entonces, hay que agregarle este escenario. Y sumarle otro, el último de hoy, prometo. Es algo que venimos charlando hace bastante tiempo: las limitaciones en la política exterior de Estados Unidos no están marcadas únicamente por China sino también, y cada vez más, por su coyuntura nacional. Lo que pasa adentro es cada vez más importante. Ese síntoma hoy se llama Donald Trump, y las posibilidades de que él, o uno de sus delfines, llegue a la Casa Blanca en 2024 es cada vez mayor a medida que corren los meses. Falta, sí, puede que no ocurra, claro, pero especulemos: ¿Qué pasaría con la OTAN y el vínculo con Europa en una nueva administración trumpista? Acá nuestro hombre ya dio unas pistas: “¿Por qué les estamos dando más de 40.000 millones de dólares a Ucrania mientras que Europa, en comparación, está dando muy poco y se ven mucho más afectados por una invasión rusa que, obviamente, los Estados Unidos?”, dijo Trump en un comunicado. Por cierto, el recelo no es solo de Trump sino de una porción significativa del Partido Republicano, que es el favorito a ganar las elecciones de medio término de este año. Antes que todas las preguntas que incluyó el correo de hoy, quizás hay una más importante: ¿cómo se aprende a lidiar con el hecho de tener mucho poder, pero menos que antes? Hasta acá, de todos modos, llegamos hoy. Un abrazo, Juan PD 1: Agradezco a Bernabé Malacalza, Emanuel Porcelli y Francisco de Santibañez por el intercambio de ideas para este correo. PD 2: Si te gusta lo que hacemos en Cenital, nos podés ayudar a que lo sigamos haciendo. |
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