Una de ellas lo dijo, no se pudo ver cuál porque estaba todo el mundo de pie: “Lo más importante es estar unidos, si no fuer a por Azucena, nosotros seríamos las madres, cada una por su lado y gracias a ella nos unimos y nos organizamos y fuimos las Madres de Plaza de Mayo, es lo que somos”. Alguien había dicho “alguna de ustedes quiere decir algo más, una reflexión sobre su historia” y surgió esa metáfora síntesis de madre y Madres.
Fue en el mediodía del lunes en el salón grande del Bauen. Uno se vistió como todos los días, se puso los calzoncillos, el pantalón, medias, zapato y camisa, con la parsimonia rutinaria de los días pesados. Se puso un poco de almidón en el alma para afrontar esta realidad que si te agarra mal parado te voltea. Y a la calle. Un feriado a medias, un día “puente” con la ciudad casi deshabitada.
En el Bauen, 41 años de la primera ronda de las Madres en la Plaza de Mayo. 41 años del primer día de una historia que no tiene calificativo que la contenga. Una historia que dejó su marca indeleble como el beso de una madre en un país que se desmoronaba. Y que pudo encontrar en esa marca el palito de donde agarrarse en medio del naufragio, para sobrevivir y reconstruirse.
Es posible imaginar este mismo día hace 41 años. Un país en la mesa de tortura del terrorismo de Estado, del miedo que paraliza y ensucia. Un país que se asfixiaba con la cabeza en el submarino, que soportaba como podía el terror, tratando de imaginar que no tenía miedo, que el terror no lo alcanzaba porque no sabía ni quería saber, donde una gran cantidad se siente neutral, o neutra, como el avestruz, insípida, incolora, insensible, inerme y otra gran cantidad que no puede más que doblegarse ante la lógica del miedo, de la preservación propia y de los seres queridos. Un país desolado, amargado, gris y frustrado. Pero en una plaza que confronta con la Casa de gobierno, una plaza que está enfrente de ese centro que irradia oscuridad y muerte, en esa plaza se han dado cita mujeres de los barrios, se han puesto de acuerdo, por sus hijos, por encima del pánico, las amenazas y los desprecios. A pesar de reproches y hostilidades de los que tienen miedo. Y empiezan a volar, porque es una caminata que no se hace con los pies. Se hace con el alma, con lo más puro, que va más allá incluso que la valentía. Uno aprende con el tiempo que por amor no se camina, se vuela.
Así empezó la ronda de las Madres que se convertirá en una de las gestas más heroicas de la historia de un país. Se va a enseñar en los libros de historia, como se enseña el cruce de los Andes o el éxodo jujeño. Es un acto de herejía comparar con la historia algo que todavía está vivo. Seamos herejes.
Como se ha dicho, uno llega a esa conmemoración con el alma almidonada, lo más durito que se pueda porque sabe que la memoria tiene sus malas jugadas. Hay una mesa con serigrafías de León Ferrari, que pusieron las nietas del gran León. Otra mesa con camisetas y gorras de las Madres. Hasta unas botellas de vino con la etiqueta de las Madres. La cosa viene de festejo. Esa etiqueta en el vino es otra herejía.
El salón, gran cantidad de mesas, gremialistas, militantes del movimiento de derechos humanos, y hasta funcionarios judiciales cercanos al movimiento. La lista sería larguísima. Pero hay una mesa redonda frente al escenario y se las ve a Tati, a Laura y Naír y a Vera, a Nora y a súper Lita y un puñado más con una fuerza enorme para sobrellevar los años que ya pesan.
Y la memoria empieza con sus golpes bajos. Y se vienen al recuerdo tantas que ya no están. María Adela Antokoletz, Yoyi Epelbaum, Perla Wasserman, Carmen “La Gallega”, Laura Bonaparte, Martha Vázquez, Matilde Mellibovsky o Aurora Zucco y muchas más en esa lista que hace un nudo en la garganta, porque lleva recuerdos intensos.
El almidón no dura ni cinco minutos, igual que si se estuviera en el locro que organizó Hebe o en cualquier lugar del planeta donde haya una Madre en este día. El almidón no aguanta, se derrite a pesar del yoga peronista que promueve Vicky “G” desde el escenario o su desopilante diálogo con Jorge su marido imaginario votante del PRO. O la murga “La Redoblona”, que canta un discurso de género que hace aplaudir a las Madres.
El almidón se derrite sin concesiones, sin remedio, es un charquito de agua que se termina de hacer con el abrazo de Lita, de tanto tiempo, de tanta ausencia que se puede juntar en un abrazo, aunque uno no quiera perder la compostura. Y se siente en el momento a Dolores Solá con La Chicana, con algo que no vió mucha gente, pero que vio el Indio en el tesoro de los inocentes: “El tesoro que no ves/ la inocencia que no ves/ los milagros que van a estar de tu lado / cuando comiences a leer de los labios/ y a ignorar los embustes y gustar/ con tu lengua de las aguas que son dulces/ aunque te sientas mal/ si no hay amor que no haya nada entonces, alma mía/ No vas a regatear!/ Un hermoso día el de hoy!”
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