lunes, 19 de octubre de 2015

› OPINION Conflicto o Disneylandia

Por Eduardo Aliverti
Es complicado apasionarse con un análisis político cuando no es pasión, precisamente, lo que se transmite desde el objeto de estudio. Algo de eso le pasa a quien firma ésta, su última columna previa a las elecciones.
De todas maneras, conviene separar la temperatura de campaña y lo que está en juego profundo. Por lo primero, se puede agregar entre poco y nada a lo ya criticado, en forma unánime, por derecha e izquierda, acerca del carácter frívolo, anodino, agotador, de las propuestas electorales. La excepción sobresaliente es marcada no por un candidato, sino por quien les saca, a todas y todos, varios océanos de distancia en términos de carisma, fijación de agenda, penetración popular, trayectoria y cualquier parámetro que quiera tomarse. Quizá no pueda pretenderse que por fuera de Cristina haya aptos para agrupar esa cantidad de méritos objetivos, porque además hay aspectos que nunca proceden de un buen trabajo publicitario o de imágenes de decencia. Un gran candidato no se fabrica. Un líder no se inventa. En todo caso, son el resultado de una época en la que confluyen indicadores sociales para que aparezcan; pero después hay razones, potentísimas, de impronta personal. Alfonsín, Kirchner, Cristina, sólo por tomar ejemplos locales y recientes, son parte de esa simbiosis que articula etapas históricas con protagonismo individual, arrollador, en significado y significantes. Gestos, actitudes, discursos y frases imborrables, oratoria filosa o capacidad de improvisación sin necesidad de estar atado a un papel escrito por otros. Eso no se compra, es excepcional y acaba siendo injusta la pretensión de que en una mera coyuntura electoral haya quienes estén a tal altura. Recordada esta obviedad que tal vez no lo sea tanto, y volviendo al proceso “publicitario”, al margen de Cristina en cuanto a energía conceptual se destacaron figuras con perfil bajo si es por sus intervenciones de campaña propiamente dichas. Aníbal, un animal mediático cotidiano capaz de enfrentar todo cruce, chicana u operación que le pongan delante, dio a conocer su gabinete bonaerense del área productiva, pero el destaque principal se centró más en la vocería y defensa de lo actuado que en la gestión futura. Zannini, un cuadro político de aquellos y reconocido como tal por propios y ajenos, tuvo relevancia en sus participaciones en los medios y en actos partidarios, pero por alguna razón no se (lo) mostró demasiado. Vidal, con su imagen simpaticona que le permite hacer la plancha, es por omisión del resto macrista la que mejor expresó esa idea de cambio que su fuerza no acierta a definir. Dicho sea de paso, a Michetti se la vio borrada por alguna razón que el macrismo sabrá. Y en lo demás, pareciera comprobable que a Massa le dio rédito hacer de Mister Músculo. Al menos en la previa, metió una cuña imprevista en la polarización dada por firme y sería claro que no es su turno como el hecho de dejar una siembra ya rifada, con él a la cabeza, después de 2013.
Las descriptas son una ligera síntesis de cuestiones formales, de continente, de spots. De ahí para arriba, llega el asunto de explicar por qué las cosas redundaron en esta campaña tan pobre. Con ningún candidato enamorante, es fácil recurrir a lo simplote de que no hay publicista alguno que pueda hacer milagros. Sin embargo, no es lo mismo carecer de virtudes carismáticas que, encima, tener discursos aguachentos. Los postulantes presidenciales con únicas posibilidades de gobernar están presos de ambigüedades que son muy difíciles de resolver, si acaso se pudiera, y que expresan a parte significativa de la sociedad más allá de cuál sea su cuantía. Scioli se enderezó con las grandes líneas de la gestión y relato kirchneristas, cabe reconocerle. De su boca no ha salido nada que corresponda estimar como seriamente antagónico en torno de lo obrado en estos años. Al contrario. El problema es que su convicción deja dudas. Muchas. Si algo demostró el kirchnerismo es que sabe ejercer el mando en circunstancias adversas. Hablamos de mando a secas. La valoración ideológica que haga cada quien es sapo de otro pozo, aunque se necesita ser intelectualmente muy deshonesto para no reconocer el enfrentamiento habido contra corporaciones poderosas, conservadoras, experimentadas en voltear gobiernos. Puede afirmarse que se está a favor de “el campo” y que se requiere liberar las fuerzas productivas, como decía Martínez de Hoz. Lo que no se puede decir es que pelear contra ese poder, o contra el mediático, o contra el judicial, es una pavada. Es alianza/sujeción o enfrentamiento, así sea con todas las contradicciones de un sistema capitalista. La izquierda testimonial no rindió Dialéctica ni Materialismo Histórico como para interpretarlo. O no le importa, sencillamente porque no se plantea el poder. Luego, queda la pregunta de si el candidato oficialista, y la corriente “moderada” que escenifica, serán competentes para afrontar la prolongación de esa contienda interburguesa, para decirlo en categoría de manual. Rebajado a tierra, ¿cuál será la determinación de Scioli para toparse contra una andanada de aprietes que le arribarán de a uno en fila o todos juntos? A menos, claro, que se piense en una clase empresarial antes preocupada en la Patria que por su tasa de ganancia. Si fuera por eso, vienen levantándola en pala y hablan de una dictadura chavista.
El caso de Macri es más intrincado todavía. Si el candidato oficialista no ofrece garantías de lidiar con el conflicto del poder en dirección popular, el de Cambiemos propone un cambio que cambiaría algunas cosas pero sin cambiar mucho que digamos –a estar por su discurso neokirchnerista, más bien pimpinelesco– porque, si Scioli condensa la gran duda, Macri ofrece pinta de salto al vacío o, peor, de retroceso a las andanzas trágicas de la derecha conocida. La diferencia es que Scioli queda expuesto como eventualmente recortado, en las intenciones que vaya a tener, por la artillería K. En cambio, Macri se pasó toda la campaña como un híbrido que parece una fotocopia del original dudoso. Lo dijo el propio Scioli en la entrevista publicada el sábado pasado en Clarín. Sin ir más lejos, ese es el drama del alcalde porteño a la hora de que, dicen, Massa le resta voluntades desde un perfil infantiloide pero más concreto, atado a un discurso de mano dura mejor dibujado que el de Macri. Todo esto recordando, siempre, que debe ponerse en rango de conjetura si el macrismo realmente quiere ganar. ¿Ganar para tener al peronismo enfrente, sin líder suficiente para hacerlo y con el Congreso en minoría? Interrogante tan reiterado como válido, que el establishment también se hace. Si fuera la derecha, uno apostaría a cercar a Scioli en competencia contra el llamado kirchnerismo duro. No a confiar en la comandancia de Macri.
Finalmente, como frente a todos los eventos de decisión popular en cuarto oscuro, también es legítimo (obligatorio, si cabe) interpelar a lo que lo que el pueblo quiere. Pero resulta que no hay un pueblo. Este país está formalmente dividido entre franjas de entusiasmo y aceptación K, odio gorila, posturas intermedias, gente que recién esta última semana se pondrá pilas para ver qué vota, poderes corporativos que tampoco la tienen clara salvo por ir paso a paso en sus especulaciones financieras a costa de lo que fuere. Como declaró recientemente el emprendedor Carlos Rottemberg, uno de esos empresarios que ojalá fueran el símbolo de la clase dirigencial a que pudiera aspirarse, la grieta existió siempre entre nosotros. Sólo que ahora tiene mejores agentes de prensa. Somos una división desde que nacimos. Y lo que se vota el domingo que viene, y/o en la segunda vuelta, es si convendrá acentuar la división desde una perspectiva de imaginario confrontador ultrista, emparentado con resentimientos, prejuicios y eslóganes históricos; o una que admita qué podría ser lo más eficaz para conservar y proyectar lo nada poco que se logró en los últimos doce años para, apenas, regular los desequilibrios de clase. No solamente hay de por medio los desafíos internos, sobre cómo industrializar selectivamente para darse un modelo de desarrollo sustentable, que produzca sus propias divisas, que no vuelva a endeudarse al cohete, que no se pretenda cola de león. Todo el viento regional sopla en contra. El flamante informe de la Cepal, organismo técnico de la ONU, reveló que la inversión extranjera directa cayó un promedio de 21 por ciento en 16 países de América latina y el Caribe. Desaceleración china, reducción de precios internacionales, la crisis tremebunda de Brasil, el tembladeral venezolano, los vecinos de Sudamérica que vuelven a confiar en los cantos de sirena de los acuerdos de libre comercio con Washington. ¿Qué podría resistir, en la mejor de las probabilidades, con mayor eficiencia, al archicomprobado efecto de esas alevosas convocatorias liberales? No es nada seguro que sea la opción oficialista. La opositora, menos que menos.
Intento de síntesis: se votará mucho más lo que se quiera que esté en disputa que grandes o entusiasmadas convicciones. Es lo que hay. Si el tema es verlo por la épica, acordemos que es patético. Si se lo ve como alternativa de procesos históricos, en los que se avanza y retrocede sin solución de continuidad, con esas marchas y contramarchas atinentes a la propia condición humana y de las masas, no está tan mal y sobre todo si se contempla la salida del infierno argentino de comienzos de siglo. El resto, ya se dijo y debería asimilarse, es Disney.
Hay gente que es feliz con imaginar eso.

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