En la plaza por ahora llamada General Agustín P. Justo, el jefe de gobierno porteño inauguró el monumento por ahora llamado Todos Unidos Triunfaremos. En lo alto del mismo puede verse a un Juan Perón de bronce, pasado de kilos y bastante patizambo que levanta ambos brazos saludando a los automovilistas y peatones que circulan por Paseo Colón. Este bronce también sonríe, aunque lo haga con un rictus probablemente inspirado en un híbrido de Rodríguez Larreta con el conde Drácula. Pero ya se sabe, sobre gustos no hay nada definitivo y en todo caso será de utilidad para aterrar a los niños que se rehúsan a tomar la sopa.
La provisoriedad de los nombres de plaza y estatua se debe al apuro. No hubo tiempo para que la legislatura porteña modificara el nombre del monumento, establecido de acuerdo al proyecto presentado hace unos años por los legisladores Cristian Ritondo, Roberto Quattromano y Juan Carlos Dante Gullo por iniciativa de este último. Y probablemente fue ya muy tarde cuando se advirtió que el nombre de la plaza podría ser contradictorio con el monumento que de ahora en más la adorna.
No hubo tiempo. Tanta era la ansiedad del ingeniero Macri por rendir homenaje al tres veces presidente constitucional argentino. Si hasta lo citó: “Mejor que decir es hacer”, dijo antes de hablar largamente sobre las virtudes del hacer por sobre el hablar.
Si bien el peronismo aportó al acto las ya algo ajadas presencias de Hugo Moyano, Eduardo Duhalde, Gerónimo Venegas, Ramón Puerta, así como las de Miguel Ángel Toma, Cristian Ritondo, Eduardo Amadeo y otros tránsfugas, la inauguración sublevó las conciencias de la gran mayoría de los peronistas y dirigentes y activistas del Frente para la Victoria, empezando por el autor de la iniciativa, Juan Carlos Dante Gullo y siguiendo por Lorenzo Pepe, secretario general de Instituto Juan Peróne integrante, junto a Venegas, de la comisión Pro monumento a Perón impulsada hace ya 30 años por Antonio Cafiero.
Fue justamente Antonio Cafiero el inspirador de la ley 23452, sancionada en 1986 y publicada en el boletín oficial el 25 de marzo de 1987. El motivo es obvio: el 8 de octubre del año 1985 se había cumplido un siglo del nacimiento en la localidad de Roque Pérez del notable hijo del cajetilla porteño Mario Tomás Perón y la india tehuelche Juana Sosa.
Una década después, el 22 de septiembre de 1995, el Poder Ejecutivo Nacional dictaba el decreto 524 por el cual se establecía que el monumento debía levantarse en el predio ubicado entre las calles Hipólito Yrigoyen, Virrey Ceballos, Luis Sáenz Peña y la avenida Rivadavia. Un año y cinco días después, el 27 de septiembre de 1996 una resolución del Ministerio del Interior designaba representante de ese organismo para la futura integración de un jurado al político e historiador Miguel Unamuno.
En una nueva prueba de que lo mejor suele ser enemigo de lo bueno, la comisión presidida por Cafiero e integrada por Pepe y Vanegas, objetó el sitio elegido para erigir el monumento, considerando que el lugar de Perón no podía ser otro que la Plaza de Mayo.
El 16 de mayo de 2003 el Senado y la Cámara de Diputados modificaron la ley 23452, facultando a la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación a conformar una comisión que determinara el lugar de emplazamiento del monumento. “Dicho emplazamiento –dice el texto– deberá ser en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en las proximidades de aquellos lugares en los cuales el Gral. Perón desarrollaba habitualmente sus tareas".
El segundo artículo de esa nueva ley dice que "Su realización deberá estar a cargo exclusivamente de escultores argentinos, llamándose a concurso público de proyectos para tal fin. El Poder Ejecutivo a través de la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación dictará la reglamentación pertinente para el trámite correspondiente y la constitución del jurado respectivo".
Parecería ser que algún ordenanza observó que a 17 años de sancionada la ley todavía nadie había dictado un reglamento ni constituido un jurado, por lo que el presidente provisional Eduardo Duhalde puso manos a la obra (lo que no es más que un decir, porque lo que puso en su mano fue una lapicera) y una semana después, el día 22 de mayo de ese año dictó el decreto 1256 por el cual anuló el decreto de 1995 ordenando al secretario de Cultura constituir en un plazo de quince días “una Comisión encargada de determinar el lugar de emplazamiento del monumento al Teniente General Juan Domingo Perón”, dándole 30 días más para llamar a un concurso de antecedentes y oposición entre escultores exclusivamente argentinos.
Milagrosamente, la comisión parece haberse constituido pues en diciembre de 2007 se adjudicó la obra al escultor porteño Enrique Savio, pero surgieron nuevos inconvenientes respecto a la ubicación del monumento. La comisión encabezada por Antonio Cafiero insistió en que el monumento debía emplazarse en el estacionamiento de la Avenida de la Rábida, detrás de la Casa Rosada, lo que fue objetado por el secretario general de la presidencia Oscar Parrilli, para quien la obra, de unos quince metros de altura, dificultaría el aterrizaje del helicóptero presidencial. Tras los correspondientes dimes y diretes, Parrilli se avino a consultar con la Fuerza Aérea, la que luego de cuatro años dio el visto bueno al proyecto. En el interin, la comisión pro monumento instaló un monolito en el sitio en que supuestamente establecido para erigirlo.
“Piedra fundamental. En este sitio se emplazará el monumento al Tte. Gral. Juan Domingo Perón. Tres veces presidente de los argentinos” reza el monolito, invisible a los ojos no debido a su esencialidad sino al mar de vehículos estacionados a su alrededor.
Va de suyo que, tras varios años de labor y luego de solventar numerosos gastos de su propio bolsillo, el escultor Enrique Savio suspendió su trabajo, sin que a nadie se le moviera un pelo.
El que lo movió fue el gobierno porteño al inaugurar un monumento a Juan Domingo Perón en el 120 aniversario de su nacimiento. En esa oportunidad, el promotor del proyecto lamentó que el ingeniero Macri redujera a un acto electoralista un homenaje al “mayor patriota y estadista de la historia argentina”. Para Juan Carlos Dante Gullo, el acto del ingeniero Macri ha sido una ofensa la identidad y la historia de los peronistas.
Por su parte, a juicio de las organizaciones que realizaron un acto de desagravio al general Perón, sería “sumamente denostable que figuras que expresan esas posturas presidan un acto en homenaje a Perón solamente por mera conveniencia electoral”. Por tal motivo, el alcalde porteño fue acusado de oportunista, electoralista, irrespetuoso y antiperonista. “Un monumento al general Perón –declaró el intendente de La Matanza y presidente del Partido Justicialista bonaerense– en cualquier parte del mundo es hacer justicia por un gran estadista. A 120 años de su nacimiento sigue más vigente que nunca. Macri, Vidal y los hombres y mujeres del PRO cometieron una falta de respeto hacia el peronismo y la figura de Perón. Me da vergüenza ajena que el señor Macri utilice una decisión de la legislatura porteña, votada por unanimidad, para mentirles a los 40 millones de argentinos, a la gran mayoría de argentinos que somos peronistas, diciendo que él es un enamorado de cosas que hizo el general Perón”.
Lo extraño es que nadie se haya preguntado cómo es que el ingeniero Mauricio Macri tuvo el descaro de inaugurar un monumento al general Perón. La respuesta es simple: Mauricio Macri inauguró un monumento a Juan Domingo Perón en la ciudad de Buenos Aires simplemente porque después de 26 años casi ininterrumpidos de gobiernos peronistas, no había ningún monumento al general Perón en la ciudad de Buenos Aires.
Ante tantas personas tan ruidosamente indignadas por el descaro del Pro, lo único que a uno se le ocurre es recordarles el antiguo proverbio árabe según el cual, en numerosas ocasiones, no hay nada más elocuente que el silencio.
A veces es recomendable acordarse de las cosas cuando todavía es tiempo antes que lamentarlas después.
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