[Prólogo del libro de ese título, de Jorge Reyes]
“Ni la revolución ni la guerra son para el propio
deleite”
André Malraux
Los treinta años transcurridos desde la guerra de Malvinas e islas del
Atlántico Sur, no solo no han diluido bajo las brumas de la derrota y la
pertinaz propaganda desmalvinizadora -motorizada externamente pero con apoyo
interno - la memoria de los territorios australes, ni el “agua de la espada”,
como llamaban los antiguos islandeses a la sangre, que se vertió por ellos. Los
monumentos, estatuas y cenotafios que se diseminan hasta en los caseríos más
insignificantes del territorio continental, dan cuenta de ello. Sin embargo,
esta conmemoración es, a la vez, escenario de la constante pugna que rige
nuestra historia: la persistencia de un pensamiento cosmopolita llamado por
algunos “globalizador” frente a un pensamiento nacional definido por otros como
“nacionalismo patológico”. Dentro de ese contexto hay quienes optan por el
pensamiento enlatado y armado de un bagaje teórico posmoderno, no muy diferente
al de los unitarios iluministas decimonónicos, que proclaman que la
globalización ha hecho obsoletas las naciones y rechazan expresamente al
Nacionalismo y toda defensa que en su nombre pudiera esbozarse de la conciencia
territorial y de los derechos patrimoniales de un Estado independiente. Basta
leer los diarios para comprobar lo contrario: la globalización incrementó
exponencialmente los conflictos por las nacionalidades, tal como lo demuestra la
reciente disolución de la ex Yugoslavia, los acontecimientos en el Cáucaso y la
ex Unión Soviética, la división de Sudán y las conmociones del mundo
subsaharico.“Todo lo que se creía muerto estaba vivo; han regresado las tribus con sus ídolos, los nacionalismos y las religiones” dijo en el Quinto Centenario el escritor mexicano Carlos Fuentes; y es el resurgimiento de las antiguas nacionalidades y más aún, el renacimiento de la conciencia de la unidad continental perdida y quienes la expresan, lo que inquieta a los voceros de la mentalidad mundialista como Vargas Llosa, que considera que; “Además de racistas y militaristas, estos nuevos caudillos bárbaros se jactan de ser nacionalistas. No podía ser de otra manera. El nacionalismo es la cultura de los incultos, una entelequia ideológica construida de manera tan obtusa y primaria como el racismo (y su correlato inevitable) que hace de la pertenencia a una abstracción colectivista - la nación - el valor supremo y la credencial privilegiada de un individuo”.
En esta línea de pensamiento se inserta el reciente manifiesto firmado, entre otros, por un heterogéneo grupo de autotitulados “intelectuales” el 22 de febrero de 2012, quienes denuncian a la posición argentina respecto al archipiélago irredento (refrendado, por otra parte, por unanimidad en ambas cámaras del Congreso) como “patoteril” y consideran que: “Necesitamos abandonar la agitación de la causa Malvinas y elaborar una visión alternativa que supere el conflicto y aporte a su resolución pacífica. Los principales problemas nacionales y nuestras peores tragedias no han sido causadas por la pérdida de territorios ni la escasez de recursos naturales, sino por nuestra falta de respeto a la vida, los derechos humanos, las instituciones democráticas y los valores fundacionales de la República Argentina, como es la libertad, la igualdad y la autodeterminación”. Ignoran, o peor, ocultan, que en nuestra historia el tema del espacio fue siempre vital para sus habitantes. Parecían condicionados por definiciones geopolíticas precisas, animados por la previsión de Montesquieu. El espacio es destino, según este pensador, luego el alma de una nación cambia “en la misma proporción en que su extensión aumenta o disminuye, en que se ensanchan o se estrechan sus fronteras”. La autodeterminación, en cambio, a la que se refieren, no es la que expresaron las mayorías nacionales a lo largo de la historia, dado que la casi totalidad de los firmantes ha manifestado su desdén e incluso su rechazo, cuando éstas se han formulado, sino la de los intrusos ocupantes de Malvinas.
Es evidente que siendo el 94% de los habitantes de las Islas Malvinas de nacionalidad británica o de territorios dependientes de Gran Bretaña, es de imposible aplicación el principio de autodeterminación invocado por los firmantes y por la metrópoli londinense, ya que son sus propios súbditos nacionales a quienes pretenden hacer que arbitren una cuestión de soberanía, resultando a todas luces una población implantada de manera colonial a la que se realimenta permanentemente a los fines de mantener su viabilidad.
“Como miembros de una sociedad plural y diversa - continúa el documento - que tiene en la inmigración su fuente principal de integración poblacional, no consideramos tener derechos preferenciales que nos permitan avasallar los de quienes viven y trabajan en Malvinas desde hace varias generaciones, mucho antes de que llegaran al país algunos de nuestros ancestros”. Curiosa amnesia la de estos escribas, entre los que se cuentan integrantes de la “Corporación de los historiadores” según la definió uno de sus partícipes, que olvidan mencionar la maravillosa acción colonizadora, anterior al arribo de la población usurpadora, del hamburgués Luis Vernet, de origen francés, pero educado ocho años en Filadelfia, por el cual, de no haber existido el despojo es probable que los cimientos de su colonización hubieran desarrollado una Vancouver argentina en las islas.
Para justificar su colaboración con las potencias colonialistas, estos argentinos europeístas, para quienes “mi hogar está en París y mi oficina en Buenos Aires“, como solía admitir con insolente sinceridad Silvina Bullrich, sostienen que la de Malvinas fue “una guerra absurda que, de ganarla, perpetuaría al infinito la cruel soberbia militar”. Sabían que al perderla, un ejército civil de políticos profesionales sucedería a la dictadura militar y se encargaría de restablecer las relaciones con las grandes potencias en nombre de la “democracia”. De paso, lloverían becas, asesorías, cátedras y otras dádivas que darían de comer a los intelectuales en premio a su vocación servil. Curiosamente, en otras circunstancias, no escatimaron su entusiasta apoyo a las asonadas militares que derrocaron a los gobiernos que estigmatizaban como “populistas”, dado que depreciaron la dictadura cuando la asumió César pero la apoyaron, cuando la encarnó Sila.
Baste señalar que ni en una sola oportunidad se emplea la palabra “imperialismo” ya que algunos de los firmantes del documento inicialmente llamado “de los 17″ son ex-izquierdistas convenientemente reciclados por la “tribuna de doctrina” que actualizan la posición de los viejos “maestros de la juventud” retratados por Jauretche. Recordemos que al producirse el estallido de la guerra europea de 1939, Alfredo Palacios renunció al cargo de presidente de la Comisión Nacional pro Recuperación de las Malvinas arguyendo “que no era de caballeros” seguir la lucha por la reivindicación de la soberanía territorial debido a que Inglaterra encarnaba la “democracia universal” en su guerra contra Alemania. Los nuevos “maestros de la juventud” vuelven a olvidar el interés nacional en beneficio de los dictámenes de la Europa “democrática”.
La filosofía impuesta por el sistema - niega tenerla pero la tiene - que se estableció en la Argentina post-Caseros tiende a ocultar, silenciar o simplemente desconocer que nuestro país en el siglo XIX además de las invasiones inglesas de 1806 y 1807 y el despojo de las Malvinas tuvo que soportar otras incursiones que también se enfrentaron gallardamente en el terreno bélico y diplomático preservando el país, finalmente, la libertad, el honor y la soberanía nacional. Nunca debería olvidarse que desde la agresión de una nave estadounidense a las islas Malvinas en 1831 hasta Caseros en 1852, el país estuvo envuelto casi sin interrupción en conflictos internos e internacionales de envergadura no repetida después. Ya en el tratamiento de las primeras invasiones inglesas de las primeras invasiones inglesas se puede observar que su análisis, tanto en los textos escolares como en las disertaciones de ciertos “Académicos”, no pasa de ser la “desobediencia” de unos aventureros ingleses (aunque la toma de Buenos Aires fue celebrada con pompa y circunstancia en los diarios londinenses), de manera tal de omitir tres elementos que, según Jorge Oscar Sulé, se reiteran y dialectizan en nuestra historia.
FUENTE AGENDA DE REFLEXION
Prof GB
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