Caloi
| 8 de Junio de 2012
Con Carlos Loiseau habíamos sido compañeros de promoción del secundario (a mí me echaron a la mierda del Nacional Buenos Aires en tercer año y a él lo rajaron en cuarto). Sus carpetas y cuadernos ya eran verdaderas revistas de historietas. El periódico mural, todas las carteleras y los pizarrones de claustros y pasillos, todas las publicaciones artesanales de los estudiantes, conocieron sus dibujos. Una vez se borró un pizarrón del aula, pero quedó en una punta un pequeño muñequito del Quijote. Cuando lo vio el temible profesor (y rector) Florentino Sanguinetti y preguntó quién lo había hecho, se armó un tenso silencio insoportable. No volaba ni una mosca. A la segunda pregunta amenazante, el Negro se animó a levantar una mano temblorosa y con voz tímida y bajita reconoció su autoría. El rector hizo una pausa que pareció eterna y sólo dijo un seco y severo: “tiene un 10″. Y siguió con su clase magistral de literatura.
Nos reencontramos después en la legendaria militancia de la “orga” [Guardia de Hierro], a tiempo completo, durante la Campaña del Retorno, cuando tampoco había hojita mimeografiada de cualquier unidad básica que no tuviera un dibujito de Caloi y varias veces más tarde en circunstancias del peronismo, de la cultura y de la vida.
A los 17 publicó en la mítica Tía Vicenta un par de números, hasta que Onganía la clausuró. Y ya no paró nunca: La Hipotenusa, Panorama, Siete Días, Sartiricón, Primera Plana, Análisis, El Gráfico, entre otra docena de revistas menores. Sus dibujos también fueron reproducidos en todo el mundo.
Desde hace más de 30 años publicaba en Clarín, donde respondió a un aviso clasificado del diario.
Gran hincha gallina, llevaba el “karma” de haber creado su mayor personaje, de dimensión universal, como un fana bostero. Es que él lo había concebido en un rol muy secundario del millo Bartolo. Pero con el tiempo el fresco y absurdo Clemente fue tomando vida propia y apoderándose en forma paulatina y excluyente de la tira. Probablemente en su fantástica polémica pública con el gordo Muñoz, el relator estrella de la época de la dictadura, sobre los papelitos en la cancha durante el mundial 78, Clemente se ganó para siempre el corazón popular de “los de abajo”, como Mafalda ya lo había hecho antes con la clase media.
Se fue un compañerazo del alma. A diferencia de la expulsión del colegio, esta vez se me adelantó él.
[Alejandro Pandra]
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