El título de esta columna iba a ser “Pequeñas anécdotas de las instituciones”, el último disco de estudio de Sui Generis, el primer “grupo” que inventó Charly García en los 70, y que empezó siendo un dúo folk, casi al estilo Simon and Garfunkel, y terminó en una banda eléctrica potente pero de salida (Charly inflaba el globo del rock sinfónico y “progresivo” en su mente). El disco salió en 1974, y redujo su nombre a “Instituciones”, como medida preventiva ante el asedio de la censura. El disco resulta un mosaico de canciones perfectas sobre la Argentina que gobernaba López Rega. Esto viene a cuento porque así me gustaría que se llame no sólo esta columna de hoy, sino este espacio semanal: pequeñas anécdotas sobre las instituciones.
El negocio de la democracia es que la transición no terminó. Que siempre es necesario que Víctor Heredia vuelva a cantar Todavía cantamos. Cada gobierno gozará del derecho a refundar la república. La pedagogía de los gobiernos democráticos (de todos) siempre inculcó la idea de que el poder, o de que todo el poder, no está ahí. Lo cual es cierto, pero es una media verdad útil. ¿Qué diría cualquier presidente? Que “el poder es el otro”. El kirchnerismo, tal vez el gobierno con mayor narrativa ideológica, plastificó este recurso cierto pero usable: reinventó el concepto de “corporaciones”. Desde 2008 el idioma político cambió un poco para siempre. Macri, al pisar Balcarce 50, a su modo lo actuó: subió el perro al sillón como quien dice “acá se sienta cualquiera”, pero no cualquiera tiene poder. El actual gobierno argentino libra su lucha contra la herencia de la Argentina peronista. Se siente asediado por “dos demonios”: la base estructural del peronismo (sindicatos, organizaciones, municipios) y el peso relativo del progresismo en la opinión pública. Por ese pasillo finito que le queda avanza en busca de su “mayoría” en lo que cree una cruzada por liberar al individuo de las virtuales cadenas de la corrección política (defender el personal de las fuerzas de seguridad, atacar la sindicalización docente, problematizar la tradición inmigratoria argentina, etc.). No fue magia: 35 años de democracia a los tumbos en un país donde nadie come vidrio y en el que hubo que hacer demasiadas cosas a la vez y de golpe volvemos a las discusiones de grado cero. Qué es la patria le preguntaron a Charly García antes de subir al escenario del acto oficial el 25 de mayo de 2004. “La casa del alma”, dijo. Y rompió la guitarra después de cantar el himno. Kirchner lo miraba de reojo desde el costado del escenario en la plaza.
La Fundación Unión para una Nueva Mayoría, que dirige Rosendo Fraga, publicó el recuento de paros generales que golpearon a los gobiernos democráticos. Me interesa revisar esos datos para poner a la luz la victimización del actual gobierno, cuando muchos de sus miembros parecen transpirar el “no nos dejan gobernar”. Veamos. Trece paros sufrió Alfonsín (un paro cada 6 meses). Tres sufrió Menem en su primera presidencia que culminó en 1995 (un paro cada 24 meses). En la segunda presidencia, que duró hasta 1999 sufrió cinco (uno cada 11 meses). La interrumpida presidencia de De la Rúa sufrió nueve paros (uno cada 3 meses). La también corta pero más segura presidencia de Duhalde sufrió tres (uno cada 5 meses). La presidencia de Kirchner sólo sufrió un paro (uno cada 55 meses) en ocasión del crimen del docente Carlos Fuentealba en Neuquén a manos de la policía. El primer gobierno de CFK no tuvo ninguno, fue el único gobierno democrático sin sufrirlo, renglón aparte tuvo un lockout patronal de las organizaciones del campo (se cumplen diez años de aquellas jornadas, diría, históricas: 129 días de medidas de fuerza a partir de un decreto de retenciones que lograron voltear en el Senado). El segundo gobierno de CFK tuvo cinco paros generales (uno cada 5 meses). Y el actual gobierno apenas sufrió un paro (lo que da hasta ahora un paro cada 15 meses).
Visto así podemos decir que el de Macri es el gobierno “no peronista” que menos paros generales sufrió hasta ahora, y cuyos mayores “problemas” los tuvo en el descontrol punitivo de las fuerzas de seguridad (Santiago Maldonado, Nehuén Rodríguez). Y ahora enfrenta el paro del 8M.
Agreguemos que Alfonsín sufrió a partir de 1987 tres levantamientos Carapintadas (una rebelión corporativa contra los juicios por delitos de lesa humanidad que produjeron dos leyes “del perdón”) y un intento de copamiento guerrillero a un cuartel (los hechos de la Tablada liderados por el MTP).
Menem sufriría el 3 de diciembre de 1990 la última rebelión carapintada que, esta vez, barrió a sangre y fuego, aunque ya tenía firmado los indultos. En los años 90 se produjeron dos atentados terroristas contra la embajada de Israel (1992) y contra la AMIA (1994), respectivamente, con consecuencias políticas nefastas hasta hoy. De la Rúa renunció en medio de una pueblada. Duhalde pagó el costo de una represión después de una devaluación que dejó a la mitad de los argentinos pobres.
Agreguemos que Alfonsín sufrió a partir de 1987 tres levantamientos Carapintadas (una rebelión corporativa contra los juicios por delitos de lesa humanidad que produjeron dos leyes “del perdón”) y un intento de copamiento guerrillero a un cuartel (los hechos de la Tablada liderados por el MTP).
Menem sufriría el 3 de diciembre de 1990 la última rebelión carapintada que, esta vez, barrió a sangre y fuego, aunque ya tenía firmado los indultos. En los años 90 se produjeron dos atentados terroristas contra la embajada de Israel (1992) y contra la AMIA (1994), respectivamente, con consecuencias políticas nefastas hasta hoy. De la Rúa renunció en medio de una pueblada. Duhalde pagó el costo de una represión después de una devaluación que dejó a la mitad de los argentinos pobres.
Así podríamos seguir en un recuento caótico de conflictos que atravesaron, produjeron y/o padecieron los gobiernos (piquetes, puebladas, corridas cambiarias, voladuras de fábricas militares, cacerolazos, saqueos, conflicto de las pasteras, crímenes políticos como el de Cabezas, Teresa Rodríguez, Víctor Choque, Mariano Ferreyra, rebeliones policiales, etc.). Sin minimizar las gravedades del caso podemos decir que el macrismo tiene poco margen para “victimizarse” a la luz de la historia.
El miércoles último de febrero tomé un taxi a la salida de la estación Virreyes del subte E. Mantuvimos un diálogo acerca de “las puteadas” a Macri. “¿Cómo no lo van a putear?”, me dice y me da la lata sobre las penurias de un trabajador. Hincha de Racing, el día anterior había ido al estadio de Avellaneda en el partido que jugó por la Copa Libertadores. “Después que cantaron, unos cincuenta tipos se pusieron a gritar ‘¡Cantá por Racing la puta que te parió!’. Y la gente los empezó a señalar hasta que se callaron.” “Son los trolls”, me tira. Trolls en el estadio, trolls de carne y hueso. Fulero para el gobierno esta moda que así como llegó, pasará. El gobierno empezó a tirar muchos pelotazos a la vez en este fin del verano: punitivismo, aborto, control inmigratorio. Diseña su lucha imaginaria contra “minorías gritonas y progresistas”, pisándoles también su propia agenda. Avanza por derecha, por izquierda, revuelve el río, sabe que en Argentina hay consensos simultáneos. Treinta y cinco años de democracia: pequeñas anécdotas sobre las instituciones. Los años pasaron, cambió casi todo, perdimos la batalla de la igualdad pero ganamos la de la libertad. De aquellos 13 paros comandados por un Ubaldini que le decía a Alfonsín que con la democracia aún no se comía, ni se curaba, ni se educaba a estos tiempos de tensa calma hay un camino de resignaciones y mutaciones… pero nadie puede tomar este suelo por asalto.
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