El 23 de marzo de 1976, un día antes del golpe, los veintiséis miembros de la familia Vaca Narvaja, entre los que había trece niños, se asilaron en la Embajada de México. Ya habían fusilado a casi toda la familia Pujadas, y ellos recibían amenazas de que correrían la misma suerte.
Días antes, el 10 de marzo, una patota del Comando Libertadores de América, rama cordobesa de la Triple A, al mando del capitán Héctor Vergez, había secuestrado a Miguel Hugo Vaca Narvaja, abogado de origen radical, defensor de presos políticos, dos veces director del Banco Nación de Córdoba y ministro del Interior durante la presidencia de Arturo Frond El 23 de marzo de 1976, un día antes del golpe, los veintiséis miembros de la familia Vaca Narvaja, entre los que había trece niños, se asilaron en la Embajada de México. Ya habían fusilado a casi toda la familia Pujadas, y ellos recibían amenazas de que correrían la misma suerte.
Días antes, el 10 de marzo, una patota del Comando Libertadores de América, rama cordobesa de la Triple A, al mando del capitán Héctor Vergez, había secuestrado a Miguel Hugo Vaca Narvaja, abogado de origen radical, defensor de presos políticos, dos veces director del Banco Nación de Córdoba y ministro del Interior durante la presidencia de Arturo Frondizi.
Nada más se supo de él hasta 1983, cuando Valentina Enet, abogada, y Carlos Albrieu, biólogo, pudieron tomar contacto con la familia Vaca Narvaja y contarles lo que cada uno por su lado, de casualidad y en diferentes circunstancias, se habían enterado. Años después, en 2013, los dos repitieron su testimonio en el juicio por los crímenes cometidos en el campo de concentración de La Perla.
Valentina buscaba en 1976 a su hermano Gerardo, que había desaparecido. Ella y su padre lograron una entrevista con el coronel Raúl Fierro, jefe de Inteligencia de la provincia. Cuando éste se ausentó unos minutos de su oficina por un llamado de su superior, el general Menéndez, pudieron mirar las fotos que el represor había puesto bajo el vidrio de su escritorio. Algunas tenían manchas rojas, como de sangre, otras estaban escritas o tachadas. Pero una, la más grande, les llamó especialmente la atención. Era la de un cuerpo decapitado.
En ese momento volvió el coronel Fierro. Los sorprendió mirando las fotos y les dijo: “Ah muy bien, muy bien, están mirando mi álbum de recuerdos. Ese cuerpo sin cabeza es el de Miguel Vaca Narvaja, y lo mismo vamos a hacer con todos los padres que andan buscando a sus hijos, esos montoneros marxistas de mierda.”
Valentina y su padre salieron horrorizados, sin poder creer del todo lo que habían visto y escuchado.
El testimonio lo completó durante el mismo juicio el biólogo Carlos Albrieu, quien relató ante el tribunal que junto a un amigo, en abril de 1976, habían encontrado una cabeza humana adentro de una bolsa de nylon, cerca de las vías del tren, en el barrio de Alta Córdoba. “Yo estudiaba en la facultad y había visto cuerpos conservados. A esa cabeza la habían mantenido en formol. Le faltaba un ojo, tenía un bigote muy fino y una nariz larga, afilada. La llevamos con mi hermano a la Comisaría Séptima y esperamos que nos citaran a declarar, pero nunca lo hicieron. Un par de meses después, mi hermano volvió a esa misma Comisaría por un trámite personal, una renovación de su documento, y salió el tema de la cabeza encontrada. ‘Aaah, sí… la cabeza de Vaca Narvaja’, le dijo el suboficial que lo atendía.”
Carlos Albrieu buscó a la familia Vaca Narvaja cuando regresaron del exilio y se reunió con ellos. “Les conté lo que sabía y ellos me mostraron fotos de su padre. Ahí pude confirmar que el comentario del agente de policía había resultado cierto. La cabeza que habíamos encontrado con mi hermano, sin dudas, era la de Miguel Hugo Vaca Narvaja.”
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