“Cuando la carita de Milagro asomó por entre los huecos del portón por donde pasa la cadena con candado que termina de cerrar esta cárcel ignominiosa, empezamos a dejar atrás ese show montado con gazebos, gendarmes, policías provinciales, perros, garitas y alambre de púa espiralado”.
Teníamos pautado visitar a Milagro el último sábado de enero, apenas llegadas a Jujuy. Habíamos arreglado todo semanas antes, con las compañeras de la Tupac encargadas de hacer la lista de visitas: hasta 20 en cada día autorizado, que según este régimen particular impuesto por la (in)justicia de Jujuy, son 3 en la semana. Supe después que había sido demasiado previsora.
El sábado 27 de enero por la mañana, 10 horas después de haber llegado a la capital provincial, estábamos junto a mí compañera paradas frente al domicilio establecido por el juez Pullen Llermanos para que Milagro Sala cumpla su arbitraria prisión domiciliaria. Por un error no aparecíamos en la lista autorizada por el juzgado y, ante la mirada y el tono de voz burlón del gendarme a cargo del operativo ese día, nos tuvimos que ir. Volviendo en auto a San Salvador le dije al Diablo Altamirano (Iván, compañero que estuvo preso también por una causa armada promocionada durante incontables horas por TN con música truculenta y el título “Los Millones de Milagro”, en la que lo acusaron de fraude al Estado y haber robado 14 millones de pesos destinados a viviendas) que antes de irnos del norte veríamos si finalmente podíamos hacer la visita, que lo intentaríamos una vez más. “No, compañera. Intentar nada, la van a ver antes de volverse a Buenos Aires. Lo vamos a lograr”. Con esa tranquilidad que se desprende de los deseos sinceros y el trato par a par del compañerismo militante, iniciamos nuestras vacaciones.
El sábado 10 de febrero volvimos. Estábamos en la lista. El cocker olió nuestras mochilas y siguió de largo prestamente a oler el pasto mientras movía la cola. La gendarme a cargo esta vez nos retuvo D.N.I, celulares y cámara de fotos. No nos cacharon, como sí habían hecho aquel sábado anterior con una compañera de la Tupac, a quien le revisaron de a uno hasta los juguetes de plástico que llevaba el hijo en una mochilita de superhéroes. Llegaron Estela Díaz, de la CTA y el Comité por la Libertad de Milagro Sala, y el médico y militante Jorge Rachid. A ellos tampoco los cacharon, y a diferencia de nosotras les dejaron los teléfonos móviles. Las pesquisas son evidentemente, selectivas.
Cuando la carita de Milagro asomó por entre los huecos del portón por donde pasa la cadena con candado que termina de cerrar esta cárcel ignominiosa, empezamos a dejar atrás ese show montado con gazebos, gendarmes, policías provinciales, perros, garitas y alambre de púa espiralado.
Saludamos a Milagro, a su hijo Sergio, a uno de sus nietos y a su esposo Raúl Noro. Milagro se disculpó por la demora. “Te vamos a esperar toda la vida”, pensé. Una vez en la cocina-comedor de la ¿casa? lo primero que hizo fue invitarnos a tomar asiento y comer. Con esa forma directa que la caraceriza. “Acerquensé, vamos!, sírvanse lo que quieran”. Pensé en la Milagro que comenzó por organizar las Copas de Leche, así con mayúsculas porque para lxs compañerxs de la Tupac ya se trata de toda una institución. Lo primero que había que hacer era alimentar a lxs pibxs.
Yo le sacaba las espinas al sábalo cuando Rachid le avisó a Milagro que iba a salir al aire por Radio del Plata. Ella no quería saber nada. “Hablá vos, yo si no tengo que hablar mejor”. Él le repetía que hay que aprovechar que ahora está afuera del penal. “¡Pero yo le avisé a Noro!”, le dijo anticipándose a una posible negativa que, todos lo sabíamos, iba a terminar cediendo ante la insistencia. “¿Sabés vos cuándo me avisó mi marido?, ¿sabés cuándo me avisó mi marido? Me avisó hace un ratito cuando salió a decirles que esperen que ya les abríamos”, nos explicó Milagro. “Yo siempre les digo, acá el macho alfa de la casa es ella”, dijo Raúl.
Cuando le dieron el teléfono, bajó la mirada, como si intentara concentrarse en lo que diría. Desde Buenos Aires, Leonardo Greco la presentó: “habla al país ¡Milagro Sala! ¿Qué tenés para decirle al país y al gobierno que montó todo esto, Milagro? Hacé de cuenta que estás en cadena nacional”. Milagro lo saludó y comenzó a hablar. Las Madres de Plaza de Mayo, los millones de pobres, los cooperativistas, los pueblos originarios. “A Macri le tengo que decir que muchos de los que pertenecemos a los pueblos originarios y defendemos a los pueblos originarios no somos descendientes de los europeos, por supuesto con el respeto que se merecen los europeos”. Teléfono en mano Milagro nos alentaba a ir por el segundo plato. Los hermanos mapuche, San Martín, la defensa de la tierra y la Patria, las tierras robadas y saqueadas. Buscó en un cajón una espátula para que el pescado no se desarme antes de llegar a destino. Blaquier, Morales y familia, los negociados con las tierras de la provincia, el amedrentamiento en épocas de dictadura cívico-militar y hoy. La gendarmería como brazo derecho represor del Estado y coadyuvante al plan de ajuste del gobierno de Mauricio Macri. Un tema se hilaba con el siguiente, con una velocidad y una cadencia que no sorprendía por quien hablaba.
Después vinieron los mates dulces. Milagro a la cabecera los tomaba, Noro, sentado a un costadito de la mesa se los cebaba y alcanzaba, y le apoyaba la mano en el hombro, la abrazaba o le daba un beso a cada rato. El panorama internacional, la unidad, lxs compañerxs presos políticos, la salud de Shakira y la nueva eventración luego de las dos cirugías gástricas, el tratamiento oncológico que le negaron a Timerman en EEUU. Lo inhumano de estas acciones. La necesaria unidad nacional.
Había llegado a ese lugar transformado en casa a la fuerza y de manera impuesta, creyendo que iba a encontrar a una Milagro delgada, con la piel de la cara pegada a los pómulos y la frente. La había soñado una semana antes y ella quería estar sola un rato, ya que no podía salír de ese cerco de ladrillos que la asediaban. La realidad me devolvió a una Milagro que sentada a la mesa nos miraba a nosotras sonriendo y se agarraba un rollito de la panza, en señal de que está recuperando algunos de los 20 kilos o más que perdió desde que está presa. Con la piel más brillante y los cachetes un poco más suyos. Que a pesar de algunas noches con el sueño cortado, tiene fuerza. Porque ese liderazgo que ella no buscó pero que a su vez leo como incontenible (que se desprende de sus experiencias de vida, de su ser mujer, negra, coya y pobre), sigue vigente y mucho más empoderado de lo que muchos varones que toman decisiones desde la reposera en vacaciones o en medio de un partido de tenis, quisieran saber.
* Estudiante de Antropología (FFyL - UBA), militante de Aquelarre y Proyecto Popular
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa. Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs).
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