lunes, 14 de mayo de 2018

Opinión Vivir enfermos para morirnos sanos

El Fondo Monetario es una sensible sociedad de beneficencia. La tragedia es Durán Barba y Carrió convoca a matarlo. Sturzenegger especula vendiendo los dólares a futuro que a CFK le costaron una masacre judicial. Las remarcaciones de precios terminan siendo buena noticia al compararlas con las de proveedores que ya afirman no tener precios, hasta no saber a cuánto quedará el dólar. 
Pero no se dude de que nos espera un futuro mejor. Sin déficit fiscal.
Osvaldo Soriano mentaba aquello de la gente que vive enferma para morirse sana.
Esa imagen formidable sirve para hacer la analogía del acuerdo con el FMI, que en rigor tiene nada de pacto y todo de imposición. ¿O acaso queda algún terrícola que aguarde información detallada para opinar sobre el tema? Pasar de Cristina a Christine, como graficó la revista Barcelona en una de sus tapas inolvidables, carece de todo rasgo que incluya –siquiera lejanamente– palabras y figuras que el gobierno de Macri sepultó. Soberanía, patria, decisiones autónomas, amor propio.
Uno de los incontables textos al respecto que circuló por las redes sintetiza que “Kirchner asumió en default, ordenó la economía y, en dos años y medio, ya le sobraba para pagarle la deuda al FMI y sacárselo de encima. Macri asumió desendeudado, manoteó de todas partes y, en dos años y medio, ya está pidiendo la escupidera al FMI. Contala como quieras”.
Tal cual. Contala como quieras porque, se cuente como se cuente, el único pronóstico posible es una inmensa mayoría de los argentinos a quienes les espera un ajuste aun más fenomenal que el relatado culposamente por Nico y Toto, cuando anunciaron hace unos días –antes de avisar que iban al Fondo– la reducción de la meta de déficit fiscal. Cada vez que los tipos como estos hablan de tal cosa, debe entenderse que irán (sí, de vuelta) por los jubilados presentes y futuros, por la restricción del consumo, por el saqueo contra los programas de asistencia social, por una devaluación (sí, de vuelta) que nos haga “competitivos”. 
Lo advierten sus propios voceros. No es catastrofismo izquierdoide. Más todavía: hay un show de soldados periodísticos del macrismo que abandonan el barco atolondradamente, capaces de descubrir de un día para otro que el mejor equipo de los últimos cincuenta años es una murga de ineptos. Son ellos quienes hablan de desgobierno, o de un gobierno a la deriva.  
En cualquier momento sería probable leer y escucharlos con la exigencia de que el gasto y los empleados públicos dejen de ser usados como chivo expiatorio, porque el problema es que al fisco lo desfinancia la orgía de quita de retenciones, el festival de capitales externos que entran y salen sin restricción alguna, la venta de dólares baratos para frenar las corridas de la tropa en cuyas inversiones tanto confiaron cuando se derrumbara el populismo. 
Eso no es todo. También sería posible que repentinamente descubran la corrupción macrista. Hasta los trolls de Casa Rosada vienen tomándose un asueto ostensible. 
La investigadora Ana Castellani, del Observatorio de Elites Argentinas que funciona en la Universidad Nacional de San Martín, recordó en un excelente artículo publicado el jueves pasado en PáginaI12, que “Macri confió plenamente en lo que siempre creyó y demandó cuando formaba parte de esa elite: liberalizar, desregular, brindar todos los incentivos necesarios para la inversión privada, poner el Estado al servicio del capital. Y se quedó esperando la lluvia de inversiones que nunca llegó. La historia económica nos muestra que no funciona así; la elite tiene poder de veto al avance de los proyectos de cuño nacional-popular, pero no tiene vocación de liderar un proyecto propio que garantice el desarrollo del país, ni siquiera en los términos que ellos lo imaginan, porque eso supone una apuesta económica fuerte que no está dispuesta a realizar en la medida de que es más rentable apostar a la recurrente inestabilidad macroeconómica. La principal debilidad de este gobierno viene de su propia base social, y ya sabemos que no hay nada peor que la astilla del propio palo”. 
La versión bizarra e insultante de esa sentencia indesmentible de Castellani volvió a protagonizarla la diputada ausente Elisa Carrió, quien, además de sostener que el momento la “divierte” y que recurrir al Fondo “es una maravilla”, dijo que Macri no demuestra sentir los problemas populares porque es ingeniero. Detengámonos en esto último. 
Si se profundiza la lógica de esa alucinación, los economistas del establishment viven necesariamente en un frasco, los periodistas que les dan cabida habitan en otro y los legisladores como ella, que tuvo el tupé de no asistir a la votación parlamentaria sobre corrección de tarifazos, en otro más. 
Es allí donde el concepto de República se revela como entelequia, porque no atiende que la política es el producto de una correlación de fuerzas determinada en la que, por caso, el problema no es que Macri sea ingeniero sino que representa a una banda de favorecedores de negocios de su clase social. Una clase de aves de rapiña, pendenciera, incapacitada por completo para diseñar ese modelo de país que no consista, exclusivamente, en la maximización salvaje de su tasa de ganancia. 
En tanto empresarios que viven del desfalco al Estado, el Presidente y sus cómplices duermen tranquilos. En tanto puestos a manejar al Estado de manera institucional directa, beben de su medicina y queda al desnudo que gestionar corporaciones privadas no es lo mismo que comandar un país. 
Está por llegar lo peor que, según dijeron, ya había pasado. Se suponía que el mundo confiaba en un nosotros/ellos, resultó que a la primera de cambio se quedó con el trasero al norte y que el drama no proviene del programa económico sino de cómo lo gestionó el macrismo, cual si existiera una administración eficaz para tripular un modelo basado únicamente en la renta agraria y la bicicleta financiera.
Cuando llegue lo peor, que se conocía largamente con la única excepción del cuándo, sería esperable que muchos reconocieran al presente y al panorama como mero producto del odio de clase. Más precisamente, como el producto del fantasma que alimentaron los medios y chirolitas que hoy se precipitan a la fuga. Lo muchísimo que había por corregir no alcanza ni a la uña de haber confiado en que el zorro cuidara a las gallinas. 
Volviendo a la analogía con lo que apuntaba el gordo Soriano y a menos que una oposición con cierta estatura patriótica resuelva dejarse de chiquitajes, viviremos enfermos a la búsqueda del equilibrio monetario. Se tendrán que ajustar “la política”, los empleados públicos, el sistema de seguridad social, los salarios privados y todo cuanto sea menester, mientras no se toque la fiesta de los especuladores a quienes, ahora dicen, el Gobierno muñequea mal. 
¿Es inimaginable que Macri produjera un gesto tribunero –al menos eso– consistente en frenar el ritmo de rebaja retentiva a las exportaciones sojeras, o en reimponer restricciones a la fuga de capitales? Sí. No existe. Pero no como posibilidad técnica que allegara recursos al Estado en medio de la crisis internacional que Mauri, Toto, Nico y compañía descubrieron de repente. 
No existe políticamente, porque no pueden afectar a la clase en nombre de la que gobiernan.
Y entonces moriremos sanos, sin déficit fiscal.

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