martes, 8 de mayo de 2018

Opinión El convento de Macri

Imagen: Jorge Larrosa
Hay explicaciones para todos los gustos, pero derivan en una misma conclusión.
Hablan de factores internacionales, concentrados en que los capitales huyen hacia Estados Unidos porque ajusta para arriba su tasa de interés. Hablan de que se suma haberle puesto un gravamen a la renta financiera, y de que a nadie en su sano juicio se le ocurre meter palo en la rueda a quienes traen plata. Hablan de un dólar que, después de todo, no hace más que empardar el nivel de inflación acumulado desde la asunción de Macri. Deslizan también que la política monetaria es errática, que no se tiene mayor idea de quién es el conductor de la economía y que por el camino del “gradualismo” queda claro el fracaso. 
Como quien no quiere la cosa, en el templo mediático del Gobierno reapareció Domingo Cavallo para, llovido sobre mojado, gozar a quien lo entrevistaba con el recuerdo de lo bien que siempre lo trataron. El dato no es anecdótico, porque la reaparición del acorralador, justo en esa escenografía, revela el grado de inquietud del establishment o, peor, advierte sobre el signo que espera o con que amenaza la elite financiera a cargo del poder.
Cualquiera de esos argumentos deja al rey desnudo. Si es por lo que hace la Reserva Federal, el mejor equipo de los últimos cincuenta años no supo o no quiso prever las eventuales consecuencias de un gobierno estadounidense embarcado en una guerra comercial contra China, dispuesto a financiarse fronteras adentro y presto, como de costumbre, a proceder según sus mejores intereses sin importar el efecto entre sus marionetas. 
Lloverían las inversiones una vez que volviéramos al mundo, dijo el coro completo de Cambiemos y sus portavoces. No sucedió ni sucederá por la elemental razón de ser un país proyectado como timba financiera. Requieren tapar con endeudamiento en dólares el agujero fiscal que, en el peor de los casos y usando los argumentos del propio Gobierno, el kirchnerismo les dejó en pesos. Esto es, en la moneda que Argentina puede emitir. 
Dos chances prioritarias de análisis que, en rigor, son complementarias. A) El equipazo de Macri juega en verdad en el Federal C (la sexta, abreviando). B) En lugar de plan económico hay uno que es meramente de negociados y, para reiterar la figura ya usada en esta columna, entró en duda la capacidad gubernamental de timonear la angurria, en ese círculo rojo del que cínicamente Macri se queja como si no lo constituyera y conociese de toda la vida.
Aun así, se necesita ser más cuidadosos sobre la prospectiva de algún colapso próximo o, incluso, de mediano plazo. No hay la más mínima duda en torno de que esto acaba muy mal para las necesidades masivas, como de hecho ya sucede. Pero el cuándo, que es la pregunta exclusiva, resulta impredecible. Interfiere lo que “la gente” sea capaz de seguir creyendo y esa oposición desperdigada que, por ahora y como mucho, sabe juntarse para la protesta parlamentaria pero no para la construcción. 
Más otro elemento estructural. En muy estricto off the record, uno de los empresarios emblemáticos del poder económico concentrado –de lo que otrora se hubiere llamado burguesía nacional– sostuvo que no hay nadie del sector, ni de la conducción ejercida por los bancos transnacionales y las empresas extranjeras, perdiendo de vista que este Gobierno es el de ellos. “Con Cristina no nos fue nada mal –dijo el hombre–, pero nunca terminó de ser nuestra.”
Por lo pronto, lograron aquietar al dólar a costa de anunciar un apriete descomunal contra las arcas fiscales y un tirito contra los bancos para restringirles su calce en divisas. 
El ministro Chocoarroz afirmó que sufrirá la obra pública; que afortunadamente las paritarias muestran a los asalariados aceptando el hachazo contra la inflación real; que ni se les pasa por la cabeza tocar el privilegio de los agroexportadores y que todo consiste en lograr el equilibro fiscal, a cuyo cabo quedará el país Martínez de Hoz para un tercio de habitantes o poco más. El resto sobra y si no agacha la cabeza ya veremos, pero mientras tanto frenaron la corrida cambiaria. Como señaló un animador televisivo, lo urgente era apagar el incendio. Después, si la inflación se va a las nubes concretas, si no habrá crédito para nadie porque las tasas de financiamiento son aterradoras, si quienes tomaron empréstitos hipotecarios sacan la cuenta de un ajuste igual de pavoroso en su economía cotidiana, si las tarifas son impagables, también se verá. De última, lo seguro es que ellos nunca pierden y, nuevamente Carlos Heller dixit, el único límite al ajuste es la reacción de los ajustados.
Mientras tanto, Elisa Carrió protagonizó las declaraciones más desopilantes de los últimos tiempos y Groucho Marx se levantó de la tumba para darle un abrazo sincero. La diputada ausente dijo que estaba en Casa Rosada para llevar tranquilidad a todos los argentinos, que las cosas se ven mejor desde Estados Unidos, que el temor del mundo es que vuelva el kirchnerismo, que se había se reunido con Aranguren, que corroboró que estaba todo bien y que su temor no es el dólar sino la inflación.
Esos dichos pueden adjudicarse como de quien vienen y aplicar el criterio del desatino. O bien, tomarse el ligero trabajo de responderle que en términos de ejercicio del poder no es justamente ella quien pueda dar una imagen de tranquilidad; que si el miedo de los inversionistas es que pueda volver el kernerismo habría la deducción popular transitiva de lo mejor que estábamos cuando estábamos mal y, sobre todísimo, que sólo a un desvariado puede ocurrírsele la falta de enlace entre inflación y dólar.
Todo eso, apenas a los efectos de juzgar las aseveraciones inverosímiles de quien se considera el guardián republicano de castigar a los que menos tienen. O, antes, de la estampa usada por Cambiemos para mostrar una gorila incorruptible, capaz de controlarlos a ellos mismos mucho mejor que los peronistas venales. El pequeño detalle sobreviene cuando se es cómplice de una corrupción orgánica, inherente al Gobierno que se respalda. 
Si, en cambio, se abordan los dichos auténticamente centrales de la semana o, también, de mucho tiempo a esta parte, nos encontraremos con el jefe de la Policía bonaerense, Fabián Perroni, quien sostuvo que la pobreza, la exclusión, el hambre, llevan a que muchas personas salgan a robar. Sus otras afirmaciones, acerca de uniformados policiales con salarios menores a los de un diputado y sobre lo preferible de delincuentes comprimidos adentro de una comisaría que en libertad, resultan secundarias. Triviales. Tan obvias como las de cualquier discurso emocionalmente facilongo. 
El mandamás de La Bonaerense, el brazo armado principal del bloque dominante, les dice en la cara que ya no pueden hacer mucho contra lo nodal que genera un modelo como éste. 
Eso sí que es toda una noticia.
También lo es, en su sentido de noción, lo que un observador atento señaló en las últimas horas. 
Si José López se hubiera robado los miles de millones de dólares que Macri/Caputo/Dujovne/Sturzenegger & Cía. sacaron de las reservas en unos pocos días, para venderles barato a sus cómplices modélicos (seamos suaves), todavía estaría tirando bolsos por sobre la pared del convento.


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