Los horrores no deben ser ignorados ni consentidos, porque reivindican lo contrario de lo que queremos ser y hacer. Tolerarlos equivale a negarnos a nosotros mismos, a vivir en el estrago, a desangrar el alma hasta dejarla exánime. No se acostumbren a ningún horror, ni del pasado histórico y social, ni de la vida privada. No se distraigan ni lo olviden, no dejen de gritarlo y de señalarlo, niéguense a ser arrastrados a la mugre de la complicidad, que nos arrebata la agencia política.
No consientan ningún horror, no lo dejen correr. Ni siquiera a este.
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