RÍO DE JANEIRO (AP) — Cuando Leticia Miranda tenía trabajo vendiendo diarios en la calle, ganaba unos 160 dólares mensuales, lo justo para pagar el pequeño apartamento que compartía con su hijo de ocho años en un vecindario pobre de Río de Janeiro.
Tras perder su empleo hace unos seis meses, en medio de la peor crisis económica en Brasil en décadas, Miranda no tuvo otra opción que mudarse a un edificio abandonado donde ya vivían cientos de personas. Todas sus pertenencias _ una cama, un frigorífico, una estufa y algunas prendas _ están hacinadas en una habitación pequeña, como las de todos los demás habitantes de este edificio con ventanas sin vidrios. Los residentes se bañan en grandes botes de basura llenos de agua y hacen lo posible para convivir con el hedor de las montañas de basura y con los cerdos que hurgan en el centro del inmueble.
“Quiero irme de aquí, pero no tengo a dónde ir”, dijo Miranda, de 28 años, vestida con la parte de arriba de un bikini, pantalones cortos y sandalias para lidiar con el calor. “Estoy solicitando empleos e hice dos entrevistas. Pero por el momento, nada”.
Entre 2004 y 2014, decenas de millones de brasileños salieron de la pobreza y el país era considerado un ejemplo para el mundo. Los altos precios de las materias primas de la nación y los recién desarrollados recursos petroleros ayudaron a financiar los programas sociales que llevaron dinero a los bolsillos de los más pobres.
Pero esta tendencia se ha revertido en los dos últimos años por la recesión más dura en la historia de Brasil y los recortes en los programas de subsidios, lo que sugiere que el país se habría perdido en la senda de la eliminación de las desigualdades que se remontan a la época colonial.
“Muchas personas que habían salido de la pobreza, e incluso aquellas que habían entrado en la clase media, han retrocedido”, dijo Monica de Bolle, del Peterson Institute for International Economics, con sede en Washington.
El Banco Mundial estima que alrededor de 28,6 millones de brasileños salieron de la pobreza entre 2004 y 2014. Pero la entidad estima también que en todo 2016 entre 2,5 y 3,6 millones de personas cayeron por debajo del umbral de la pobreza, fijado en 140 reales brasileños al mes, unos 44 dólares según el cambio actual.
Estas cifras están posiblemente por debajo de la realidad, señaló De Bolle, y no reflejan el hecho de muchos brasileños de clase media baja que ascendieron durante los años prósperos han perdido nivel adquisitivo y están de nuevo cerca de la pobreza.
Según los economistas, la elevada cifra de desempleo y los recortes en programas sociales clave podrían exacerbar los problemas. En julio, el último mes con datos disponibles, el paro se acercaba el 13%, un notable incremento en comparación con el 4% de finales de 2004.
Las filas de desempleados que se extienden varias manzanas se han convertido en un elemento habitual en los lugares donde se anuncian empleos. Cuando una universidad en Río ofreció empleos de baja cualificación con un salario mensual de 400 dólares, miles de personas se presentaron en el centro, incluyendo muchos que esperaron bajo la lluvia desde un día antes de que comenzase el proceso.
Mientras, las presiones presupuestarias y las políticas conservadoras del presidente, Michel Temer, se están traduciendo en recortes en los servicios sociales. Entre los programas afectados está el Bolsa Familia, que da pequeñas ayudas mensuales a personas con bajos ingresos que cumplen determinadas condiciones. A esta iniciativa se le atribuye gran parte de la reducción de la pobreza durante la década de explosión económica.
Los ingresos no laborales, incluyendo programas sociales como Bolsa Familia, representaron casi el 60% de la reducción en el número de personas que vivían en la pobreza extrema durante la década del auge, apuntó Emmanuel Skoufias, economista del Banco Mundial y uno de los autores del informe sobre los “nuevos pobres” de Brasil.
Ahora, en un momento en que la pérdida de empleos lleva a más personas a este programa, pocos reciben cobertura.
“Cada día es una lucha por sobrevivir”, reconoció Simone Batista, de 40 años, con las lágrimas recorriéndole el rostro al recordar que fue expulsada del Bolsa Familia tras el nacimiento de su hijo, que ahora tiene un año. Quiere recurrir la decisión, pero no tiene dinero suficiente para tomar los autocares para ir a la oficina administrativa en el centro de la ciudad. Batista vive en Jardim Gramacho, una favela en el norte de Río donde ella y cientos de personas más buscan comida entre la basura que se deposita ilegalmente en la zona.
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