Por Hugo Soriani
El pibe, de unos cinco años, va hacia la orilla del mar con un amigo y un balde de plástico en la mano. El balde tiene un pececito flotando, muerto.
“Vamos a buscar un pez que sepa nadar, éste que pescamos se murió porque no sabía”, le dice a su amigo, mientras hunde el baldecito en la ola.
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El cartel está exhibido en casi todos los puestos de Migraciones y las comisarías del país. Solicita información sobre el paradero de una persona y ofrece, a quien pudiera suministrarla, una recompensa de cuatrocientos mil pesos en efectivo.
La persona se llama María Cash.
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Fabiana se separó hace algunos años, y desde entonces no volvió a formar pareja. Ya anda por los cincuenta y no es tan fácil enamorarse: “en cada beso, en cada abrazo, se impone siempre un pedazo de razón”. Siempre recuerda esos versos de Pablo Milanés cuando algo muere tan rápido como llegó.
Pero esta vez es distinto. El tipo le mueve el piso. Le gusta su manera de mirar; sus ideas y su forma de defenderlas. Le gusta su profesión, sus hábitos y su sentido del humor. Le gusta lo que lee y lo que piensa. Todo el tipo le gusta.
Salen juntos una, dos, tres veces y una noche, casi al borde del desaliento, él se decide y la lleva a su casa. Van a dormir juntos y siente el cosquilleo típico que no sentía desde hace años. Está feliz y casi enamorada.
Se desvisten con pudor, de a poco y en penumbras. Se acarician, se besan y de pronto los dos están desnudos, uno frente al otro, por primera vez.
Fabiana lo mira hipnotizada, lo recorre de punta a punta, lo devora con los ojos; hasta que llega ahí. El tipo casi perfecto tiene un miembro tan chiquito que ella que todo lo ve, no lo ve. Es chiquito, pero chiquito chiquito.
“Lo esencial es invisible a los ojos”, piensa Fabiana, que no puede disimular su desazón.
El, rápido, se da cuenta que acaba de surgir entre ellos el primer inconveniente, y que debe sortearlo para que la noche y la magia no se rompan para siempre.
“Bueno Fabi, hasta hoy nos entendimos en todo, no nos vamos a poner ahora a discutir por pequeñeces”, le dice despacito al oído mientras la tumba en la cama.
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Un cortocircuito en el buffet provocó el incendio del Estrellas del Sur, un club que es el orgullo de Wilde. Las pérdidas son cuantiosas y si no se reconstruye los chicos no tendrán el espacio de contención que los saca de la calle y los prepara en el deporte y en la vida. Hay tristeza entre los vecinos, que se organizan para vencer el desaliento.
Deben conseguir lo que haga falta para reconstruir el club: ladrillos, cemento, arena, pintura, madera, muebles. Todo será bien recibido y mejor utilizado.
Golpean puertas, hacen rifas y recolectan fondos entre los comerciantes del barrio, pero no alcanza. Alguien, entonces, propone sumar a los medios para que la noticia trascienda las fronteras de Wilde.
Luego de algunas gestiones logran que el presidente del club salga por varios canales de televisión para pedir el apoyo de la comunidad. El hombre explica la tragedia hasta que la emoción lo quiebra y no puede contener el llanto.
Mientras el presidente llora, aparece su nombre al pie de la pantalla. “Chiquito” Dapena, se llama el directivo.
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“Afilamos todo lo que tenga filo”, anuncia un cartel con grandes letras rojas sobre fondo blanco en una ferretería de Villa Crespo.
–Jefe, si tiene filo, ¿para qué necesito afilarlo? –le pregunta un hombre al ferretero, que lo mira desconcertado.
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El restaurante es un clásico de Buenos Aires, queda casi al final de la Costanera Norte, muy cerca de la Ciudad Universitaria. Está siempre abierto y a toda hora los clientes se sientan en sus mesas, cómodas y prolijas. El salón es amplio, ideal para grandes grupos o familias numerosas. El ambiente es distendido y los mozos profesionales que nunca olvidan o confunden el pedido.
De madrugada, su famosa barra es el lugar ideal para los hambrientos tardíos: el choripán y las papas fritas son el menú preferido por bohemios, artistas, y algunas parejas tramposas que estiran su romance clandestino, mirando el reflejo nocturno de la luna sobre el río. También algún desvelado estudiante de Exactas, o grupos de amigos que terminan tarde su fulbito semanal y van juntos a reponer energías. Las combis llegan cargadas de turistas, y el bife de chorizo especial de “Los Platitos”, que así se llama el lugar, tiene entre ellos el éxito asegurado.
Pero los dueños quieren estar seguros que sus clientes volverán y que no serán tentados ni confundidos por restaurantes cercanos, así que a cada visitante le entregan, antes de retirarse, un folleto explicativo con el mapa para llegar. Es un pliego de cuatro páginas que tiene como tapa, sobre fondo amarillo, la foto del local y la leyenda: “Un lugar de jerarquía en el mejor sector de la Costanera Norte”.
Adentro despliega un gran mapa del Parque de la Memoria, en verde intenso, rodeado por las prolijas fotos de los monumentos que, en su interior, recuerdan a todas las víctimas del terrorismo de Estado.
El Folleto dice “Hace 25 años que los recordamos”. Y titula en letras más grandes: “Parque de la Memoria, ¡Justo enfrente!, MEMORICE, Los Platitos, un clásico de prestigio...” y la respectiva flecha que indica la entrada del restaurante.
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