Por Jorge Halperín
Volvieron el vendedor de pirulines y el tranvía a caballo.
El historiador de la cultura Robert Darnton, quien fue durante muchos años cronista de policiales del diario The New York Times, llegó a la conclusión de que muchas de las noticias de las páginas policiales son, en realidad, recreaciones de viejos mitos que ya circulaban en el siglo XIX.
Me viene a la mente ese comentario por algunas noticias recientes que presentan un formato muy llamativo y anacrónico: lo llamaría la noticia con formato mediático bolsa. Y paso a explicarme: Vivimos un tiempo en el cual los medios ocupan un papel central en la política, y que su tema excluyente es demostrar lo que ya decidieron: que los K se robaron todo.
No se recuerda en 33 años de democracia una persecución tan encarnizada sobre un gobierno que acaba de dejar el poder.
Por saturación, asistimos de la mañana a la noche a seguimientos mediático-judiciales de hechos presuntamente de corrupción, y la abrumadora mayoría de esas noticias-denuncia se disuelven en el aire tan pronto como se vuelve evidente que no tienen asidero.
Sin embargo, en medio de esa orgía informativa del crimen político surgen algunos hechos que tienen un tono de in fraganti: tres personajes públicos aparecieron escondiendo bolsas con miles o millones de dólares y billetes locales. Y el impacto es muy grande, especialmente porque un político con una bolsa de guita es una imagen anacrónica en una época en que el dinero es virtual, de plástico o se evapora en esa entelequia que son las cuentas off shore.
Pero las noticias de cuentas off shore, que últimamente se multiplicaron al infinito, no tienen un correlato visual, no produjeron un impacto remotamente parecido a las bolsas de billetes.
Felisa Micheli fue descubierta con una bolsa conteniendo 31.000 dólares y cien mil pesos, fue procesada, debió renunciar como ministra de Economía y fue finalmente condenada a tres años de prisión en suspenso.
El episodio de José López y sus bolsas con millones de dólares es el más impresionante, y hay un estado de opinión persuadido de que este caso, que es aislado, confirma que todo el kirchnerismo es corrupto. .
Y también supimos últimamente, luego de que el hecho fuera ocultado por 8 meses, que a la vicepresidenta, Gabriela Michetti le robaron una bolsa con 50.000 dólares y 245.000 pesos.
Claro que ella dijo que los dólares se los prestó su pareja, y listo: los medios le creyeron.
De modo que el escándalo no estalló en todos los casos. Pero algo me hace ruido en este extraño auge de las bolsas de dinero. ¿Qué es esta coincidencia de políticos escondiendo billetes en la era del dinero virtual?
¿Qué tiene esto que ver con la idea de Darnton de que las noticias policiales recrean viejos mitos? Que hay conductas que parecen poner en acto las creencias, que dan la impresión de ser libreteadas por los medios mismos, pero de un modo muy burdo, como si ciertos actores políticos pusieran en escena aquello que se sospecha y se les acusa. Recordemos a Herminio Iglesias incendiando en la 9 de Julio un féretro justo cuando el candidato radical Raúl Alfonsín denunciaba al peronismo por violento.
Es como si la creencia fuertemente instalada fuera tan compulsiva que produce una demostración pero en versión escolar.
Nos decimos: “Un personaje del poder no se comporta normalmente así, de modo tan primitivo. ¿Qué lo llevó a ese desliz?”.
¿La certeza de impunidad? Pero, ¿podía tener José López certeza de impunidad con el gobierno de Macri?
Me recordó un trabajo clásico de Paul Watzlawick titulado “Profecías que se autocumplen”. El especialista marca allí cómo juegan las expectativas, rumores y prejuicios en la conducta de los actores provocando aquello que se denunciaba o temía. Ejemplo: los rumores de inminente escasez de un producto provocan una compra compulsiva y fuera de proporciones que justamente termina causando la temida escasez.
Está en el ambiente aquello de “Los K se robaron todo”, y un personaje que tuvo altas responsabilidades en el anterior gobierno parece ganado por la desesperación y pone en escena aquello que era una denuncia vaga, y lo hace de una manera burda, casi sobreactuada.
Decir la verdad, que deja claro que hubo hechos de corrupción pero de ninguna manera valida aquello de “se robaron todo”, es ganarse una acusación de cómplice.
En tiempos de nuestra infancia el castigo anunciado por los padres ante cualquier travesura era que “Vendrá el hombre de la bolsa”. Y la imagen popular de un asalto era “La bolsa o la vida”, cuando la vida llega justamente después de romper bolsa. La bolsa de billetes tenía ya entonces una gran resonancia moral.
En las historietas del Pato Donald, los ladrones eran grandotes rottweillers con antifaz llevando bolsas de billetes que habían robado. Aunque también había una crítica a la codicia del Tío Patilludo, que juntaba la bolsa y la vida: en su bunker aparecía en estado de éxtasis con multitud de bolsas con el signo pesos y monedas de oro.
Extasis, o mejor, cocaína, es lo que la canción de Bersuit reclamaba a su amigo: “Devolvé la bolsa”.
La felicidad arrebatada por el otro.
Aunque en el tratamiento mediático muchas veces la bolsa tuvo un contenido mucho más escabroso, desde los paquetes que fue sembrando en colectivos el pequeño y enigmático descuartizador Burgos con los restos de su amante, hasta el cuerpo de Angeles Rawson arrojado a un contenedor de basura.
La bolsa contiene, pero también oculta. Certifica el mal.
Y la “persecución del mal”, alentada por políticas mediáticas es la cruzada que envenena lo público. Una corporación, la judicial, sacude la división de poderes, y se erige en “Suprema” por encima de figuras presidenciales y del Parlamento. Y no sólo en Argentina. Lo hace integrando el Partido mediático-judicial, que nos ofrece en entregas diarias y títulos catástrofe la “prueba definitiva”, a destruirse en cuestión de horas, de que existe el monstruo del Lago Ness.
Nubes con negros presagios se posan sobre la convivencia democrática.
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