miércoles, 18 de abril de 2012

El pozo de América




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Por Rodolfo Kusch

El 14 de abril, día de las Américas, se festeja la creación de la Organización de los Estados Americanos. Y esta institución tiene un propósito muy plausible: desea lograr la unidad de todos los esfuerzos emprendidos por nuestras naciones americanas. Indudablemente América necesita de la unidad para seguir adelante, pero el problema está en la clase de unidad que se quiera lograr. Existen muchas formas de unidad, una consiste simplemente en la unidad de intereses, otra de orden espiritual y así se dan muchas más. Pero en general se da la primera, la que logra unir todos los intereses de orden material. Veamos las consecuencias.

Si concebimos una América en la cual la unidad esté dada únicamente por la de sus intereses materiales a los efectos de llevarla adelante, y nada más, es como si viéramos a nuestro continente como un simple fenómeno geográfico. En este caso no es otra cosa que un simple suelo sobre el cual estamos parados y que nos sirve sólo para no caernos en un pozo. América no pasa de ser entonces (siempre dentro de la representación que nos hacemos de ella) una simple tarima sobre la cual llevamos a cabo la experiencia de nuestras vidas.
En realidad, en nuestro siglo XX, un país es una tarima en la cual sus habitantes ensayan la experiencia de una nacionalidad, concebida como una pura institución que puede colocarse sobre cualquier plataforma. Nuestro ideal consiste hoy en día en crear culturas y civilizaciones que sean trasladables a otras partes, ya sea a Asia, Africa o Australia. Fuimos educados para pintar un cuadro, para construir un puente o para levantar una empresa que sirve aquí en América, o también en Asia. Da lo mismo.

Pero en realidad se plantea un problema. Este concepto del suelo geográfico como mera tarima (sobre la cual construimos nuestra casa o nuestro negocio, donde hacemos nuestros estudios o nuestro comercio) nos lleva a tener miedo.
¿Miedo a qué? Pues a que nos saquen la tarima y nos caigamos en el pozo. ¿Y qué hay dentro del pozo? Pues nada menos que cien millones de indios, negros y mestizos a quienes no les importa tanto el arte, ni la ingeniería, ni las teorías económicas, como la solución inmediata de sus vidas.

Es que esa tarima o suelo de América, del cual Sarmiento dijera que era un puro desierto, tiene un equivalente psicológico en la muralla china. Precisamente ésta se había construido para que de este lado los hombres pudieran continuar con su empresa y del otro quedaran los salvajes que intentaban invadir el imperio. Pero la muralla de nada sirvió, fue apenas un recurso para que los chinos ganaran alguna seguridad interna porque no dejaban de pensar que ella al menos no dejaba ver las salvajes estepas que se extendían del otro lado. Se trataba entonces, antes que de una construcción arquitectónica, más bien de un evidente exorcismo.
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Y nosotros andamos en lo mismo. Si no construimos murallas, al menos exorcizamos la realidad. La detenemos con la novedosa tesis matemática o estética, con los últimos adelantos técnicos o con la última teoría económica. Estas son construcciones que nos permiten conseguir la seguridad a fin de que nos cure ese miedo de descender al pozo, de toparnos con su realidad.
¿Alguna vez conseguiremos una unidad sobre otra base que nos permita cruzar la muralla y andar entre los salvajes sin recurrir al exorcismo fácil que brindan las actitudes intelectuales?
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Rodolfo Kusch
[publicado en la Revista Identidad, Rosario, febrero de 1985]
Agenda de Reflexión.
Prof GB

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